EUCARISTÍA
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SUMARIO: I. El mensaje de la eucaristía en la reflexión de la Iglesia: 1. La eucaristía, sacramento de la iniciación cristiana; 2. La eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana; 3. Del gesto de Jesús a la acción de la Iglesia; 4. Síntesis teológica; 5. Presencia de Cristo en la eucaristía; 6. La eucaristía, realización de la Iglesia; 7. La celebración de la eucaristía a la espera del banquete escatológico. II. Presentación catequética de la eucaristía: 1. La pedagogía de Dios en función del mensaje de la eucaristía; 2. Algunos contenidos del mensaje eucarístico con pistas metodológicas; 3. Una catequesis de la eucaristía para las diversas edades.


I. El mensaje de la eucaristía en la reflexión de la Iglesia

El sacramento de la eucaristía incluye dos aspectos esenciales: 1) Como sacramento de iniciación representa la culminación del proceso iniciático, por la que el cristiano accede a la plena identificación con Cristo; 2) como sacramento de la existencia cristiana, y por tanto celebrado repetidamente a lo largo de toda la vida, está en función del progreso y la edificación espiritual del cristiano.

1. LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE LA INICIACIÓN CRISTIANA. Según el Catecismo de la Iglesia católica, «la sagrada eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la confirmación, participan por medio de la eucaristía con toda la comunidad, en el sacrificio mismo del Señor» (CCE 1322; cf IC 57-58, 101ss).

Según el Vaticano II, la eucaristía es «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11), «centro y cima» (AG 9), «raíz y quicio» de la comunidad cristiana (PO 6). De esta forma, el camino de incorporación al misterio pascual del cristiano, iniciado con el bautismo y enriquecido con la confirmación, llega a su plenitud sacramental con la participación en el banquete eucarístico, donde se gustan ya de antemano los bienes de la vida eterna. Según el Ritual de la iniciación cristiana de adultos, los recién bautizados son introducidos solemnemente en la asamblea cristiana reunida, para participar por primera vez en la celebración de la eucaristía: «De esta forma participan con toda la comunidad en la acción del sacrificio y recitan el padrenuestro, mostrando así el espíritu de filiación que han recibido con el bautismo... Con la comunión del Cuerpo entregado y la Sangre derramada confirman los dones recibidos y gustan de antemano los de la eternidad» (RICA 36). De esta forma los bautizados y confirmados alcanzan su identificación con Cristo, son incorporados plenamente a la comunidad eclesial y, a través de esta primera participación eucarística, «encuentran la coronación de su iniciación» (RICA 36; cf IC 106). Por esta primera participación plena del misterio pascual consiguen aquella madurez cristiana que les permite vivir y ejercer con toda entereza la nueva vida a la que renacieron con el bautismo.

2. LA EUCARISTÍA, FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA CRISTIANA. Pero, además de ser la culminación del proceso de la iniciación cristiana, la eucaristía es, en adelante, «centro y cima de toda la vida cristiana», como fuente primordial de la que se alimenta toda nuestra existencia cristiana.

Los sacramentos son medios eficaces de la gracia. Todos ellos, en su peculiaridad específica, nos incorporan al misterio pascual de Cristo. En este sentido, la eucaristía es el sacramento por antonomasia. Como ningún otro sacramento dice relación directa a la obra redentora de Cristo: «Nuestro Salvador, en la última cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y a confiar así a su esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera» (SC 47).

Bajo la forma de memorial de la última cena de Jesús con sus apóstoles, es la perpetuación en el tiempo del único sacrificio de la cruz. Como celebración sacramental, la eucaristía es expresión y realización de comunión del creyente con el mismo cuerpo vivificado del Salvador. De esta forma, la vida propia de Cristo resucitado, se expande por todos los miembros que forman su cuerpo en forma de alimento espiritual.

3. DEL GESTO DE JESÚS A LA ACCIÓN DE LA IGLESIA. Los textos del Nuevo Testamento se refieren frecuentemente al lugar central que la «fracción del pan» (He 2,42.46; 20,7.11; Lc 24,30) o la «cena del Señor» (lCor 11,20) ocupaban en la vida de las comunidades primitivas. Estas expresiones designan la reunión cristiana donde se hacía memoria de la cena de despedida que Jesús celebró con sus discípulos «la noche en que fue entregado» (lCor 11,23).

Son cuatro los relatos que tenemos de la última cena, formulados a partir de una doble tradición: Pablo-Lucas y Marcos-Mateo (1 Cor 11,17-34; Mc 14,12-26; Mt 26,17-30; Lc 22,7-23). Todos ellos coinciden en insertar el gesto de Jesús en el marco del banquete pascual judío. Este tenía una doble significación: acción de gracias al Dios de la alianza por la liberación de Egipto (Ex 12,1-28) y expresión del deseo de la liberación plena en el reino mesiánico. El hecho de que la última cena de Jesús esté en relación estrecha con la cena pascual hace que su gesto signifique el paso del acontecimiento de la pascua del éxodo judío a la pascua de la liberación definitiva fundada en el auténtico sacrificio de Cristo, «ofrecido una vez para siempre» (Heb 7,24-27; 9,12.26.28; 10,10; Rom 6,10; l Pe 3,18).

De esta forma, la acción de Jesús en la última cena se convierte en «una acción profética que anticipa el misterio de la cruz del día siguiente: antes de verse apresado por los enemigos, se entrega voluntariamente a sus amigos haciendo de su vida un don para cuantos crean en él: el pan partido equivale a su cuerpo entregado, y el vino... es su sangre derramada»1. La fracción del pan y el reparto de la copa por parte de Jesús son la «parábola en acción de lo que será su muerte, que presiente»2. Este gesto profético viene explicado por las palabras que lo acompañan: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros... Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,19-20).

La participación del alimento repartido —cuerpo entregado y sangre derramada por la multitud— nos presenta a Jesús como el Siervo de Yavé que da su vida por los pecadores (Is 52,13–53,12; cf 42,6; 49,8), abriendo el camino de la reconciliación de la multitud con Dios y sellando con su sangre la nueva alianza. La muerte, expresión máxima de la entrega de Jesús por todos los hombres, aparece como el sacrificio de la alianza definitiva entre Dios y los hombres, el único y verdadero sacrificio agradable a Dios (Heb 9,11-28). Por las características de los dones simbólicos –pan y vino– este testamento adquiere forma de comida familiar. Esta comunidad de mesa celebrada en memoria del Señor, se convierte en signo de relación, diálogo, perdón, amor, comunión y solidaridad, elevando a experiencia cristiana la comunidad de mesa practicada por Jesús con publicanos y pecadores (Mt 9,9-13; 11,19; Lc 7,36-50; 15,11-32; 19,1-10). Así la comunidad de mesa se convierte en expresión de la reconciliación con Dios y de la reconciliación mutua de los comensales.

Los discípulos, y con ellos la Iglesia toda, recibieron la orden de perpetuar este gesto: «haced esto en memoria mía» (1Cor 11,26) «hasta que él venga» (1Cor 11,24-26; Lc 22,19). De esta forma la Iglesia, con la celebración de la eucaristía, perpetúa en el tiempo la presencia eficaz de esta vida entregada por la vida del mundo. La eucaristía es el alimento de la Iglesia peregrina, mientras avanza hacia la plenitud de salvación. Por ser comida del cuerpo y sangre del Señor, es ya pregustación en el tiempo de la vida de resurrección que Cristo posee en plenitud y que prometió a todos los que crean en él (Jn 6,53-58).

4. SÍNTESIS TEOLÓGICA. a) Acción de gracias. A partir de finales del siglo I, el nombre que prevaleció para designar la celebración del memorial del Señor fue el de eucaristía: acción de gracias. En las comidas festivas judías había dos bendiciones y una acción de gracias, que se pronunciaba sobre el pan y la copa, o sobre un animal sacrificado en el templo. Este reconocimiento agradecido hacía entrar en comunión con Dios. Ahora, el gesto de Jesús nos manifiesta que esta comunión en el amor de Dios se realiza en la pascua del Hijo. Los cuatro relatos bíblicos nos hablan de una acción de gracias sobre los dones: Pablo y Lucas sobre el pan y la copa, Mateo y Marcos sobre la copa. De esta forma, en toda repetición de la cena del Señor se da gracias a Dios por el gran acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús, la verdadera y definitiva pascua. Cuando la comunidad se reúne en torno a la mesa eucarística, renueva su reconocimiento y acción de gracias por las obras maravillosas del amor de Dios para con su creación (cf CCE 1359), pero de forma particular y definitiva por la obra de la nueva creación, llevada a término por la muerte y resurrección de Jesús.

b) Celebración de la pascua definitiva. Jesús expresa el carácter expiatorio de su muerte por la multitud a través del gesto de elevar los dones que van a ser consumidos a la categoría de cuerpo que será entregado y sangre que será derramada. Con ello se apunta al sentido martirial que Jesús da a su muerte futura para la salvación de los hombres. En cuanto Jesús entrega como alimento a los apóstoles los elementos, así elevados a cuerpo y sangre, pone de manifiesto que su muerte acaece en bien de los hombres. A semejanza de los alimentos que, cuando son sumidos, pierden su entidad propia y se convierten en vida de los que los reciben, así también ahora el cuerpo entregado y la sangre derramada son el alimento de la verdadera vida de los hombres.

Por las palabras que Jesús pronuncia sobre el pan y el vino, estos elementos simbolizan su misma persona, en cuanto entregada, sacrificada por el bien de los hombres. En el mundo semítico cuerpo no significa únicamente corporeidad, sino la persona entera. Igualmente la sangre, como sustancia de la vida comprende a todo el ser vivo. En este caso, el ser vivo que derrama su sangre y entrega su vida por los hombres. Jesús se presenta como el cordero pascual que sustituye al cordero pascual judío. Jesús mismo entrega su vida como el auténtico cordero capaz de sellar con su sangre la definitiva alianza de Dios con los hombres: «Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Por ello, la celebración de la cena del Señor será la cena del auténtico cordero, y la celebración de la eucaristía, la celebración de la pascua definitiva.

c) Perpetuación del sacrificio pascual. Cristo murió realmente una sola vez –epaphax = «una vez para siempre» (Rom 6,10; Heb 7,27; 9,12; 10,10)–, obrando así, con el sacrificio de su vida, la salvación del género humano. Pero el misterio pascual de Cristo se extiende a toda la historia humana. Por la resurrección «participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente» (CCE 1085), entra en la conciencia humana y se hace realmente efectivo por su condición de memorial. En efecto, por la fuerza del Espíritu, la comunidad reunida evoca el acontecimiento históricamente ya pasado y, haciendo memoria de él, se implica y sumerge plenamente en él. En esta implicación la comunidad se deja determinar en el presente por aquel dinamismo que acompañó y se hizo actuante en el acontecimiento pasado. El memorial no es simple recuerdo de los hechos pasados, sino la evocación de estos hechos como actualmente configuradores. De esta forma se perpetúa en la historia el gesto inicial y todo su dinamismo renovador, convirtiéndolo en acontecimiento originante.

En la celebración de la eucaristía, la Iglesia evoca el gesto pascual de Jesús y se sumerge así en el mismo misterio pascual de la única muerte y resurrección de Cristo, haciéndonos partícipes de la nueva vida.

El dinamismo sacramental del memorial explica que el único sacrificio de Cristo en la cruz permanece presente y activo en la historia: «Cada vez que la comunidad cristiana, proclamando su fe con acción de gracias, hace ante Dios el memorial del sacrificio histórico de Jesús, el Espíritu hace presente, en el pan y en la copa de la cena fraternal, aquello cuya parábola en acción había realizado Jesús la noche en que fue entregado, el símbolo profético: la ofrenda del cuerpo y de la sangre por la salvación del mundo; en una palabra: el sacrificio de la cruz que el Padre recibió y selló en la resurrección inaugurando un mundo nuevo»3. El memorial hace que cuando la Iglesia celebra la eucaristía, pueda ofrecer de nuevo este único sacrificio de Cristo realizado «una vez por siempre». Por la pertenencia a su cuerpo, la Iglesia «participa en la ofrenda de su cabeza... [De esta forma] en la eucaristía, el sacrificio de Cristo es también sacrificio de los miembros de su cuerpo» (CCE 1368).

d) Comunión con el Resucitado. La participación de la mesa del Señor nos obliga a poner atención tanto a su gesto como a sus palabras. La tradición ha conservado estas dos versiones: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros... Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre» (lCor 11,24-25). O, según la otra tradición: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Bebed todos, porque esta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza, que será derramada por todos para remisión de los pecados» (Mt 26,26-28). De ahí se desprende que la celebración de la eucaristía nos pone en comunión con el cuerpo y la sangre de Jesús ante la inminencia de su muerte. A través de la comunión con este cuerpo y esta sangre, el creyente entra en contacto con el poder redentor de esta muerte.

La comida y la bebida indignas del pan y del cáliz equivalen a un pecado para con «el cuerpo y la sangre del Señor» (lCor 11,27). Ello es únicamente posible porque entre el pan y el cuerpo, y entre el cáliz y la sangre existe un vínculo de identidad. Se trata de un vínculo que va mucho más allá de una simple figuración del cuerpo a través del pan, y de la sangre a través del cáliz; pero que, según los textos neotestamentarios, tampoco podemos entender como una identificación de tipo material fisicista. Ya san Agustín insistía en que el cuerpo eucarístico es sacramental, y san Ambrosio de Milán subrayaba la función esencial del Espíritu. Se trata del modo de presencia del cuerpo de Cristo.

5. PRESENCIA DE CRISTO EN LA EUCARISTÍA. La fe afirma la presencia real de Cristo en la eucaristía. Pero «una cosa es el hecho de que Cristo esté presente en la eucaristía y otra cosa es la explicación que nosotros podemos o debemos dar de este hecho»4.

a) Cuerpo y sangre resucitados. La realidad actual del Señor es la del Cristo resucitado. Es decir, es aquel que vivió y murió, y vivificado ahora por la fuerza del Espíritu para no morir más, está sentado a la derecha del poder de Dios (He 2,32-36). Por tanto, la realidad expresada en el misterio de la eucaristía es la presencia del Señor resucitado. Una posterior determinación de las características de cuerpo resucitado, escapa a toda descripción humana. Como primer paso, cabe afirmar que el cuerpo de Cristo presente en la eucaristía no es solamente el cuerpo camal e histórico de Jesús de Nazaret. Es ciertamente este cuerpo, pero ya resucitado y ensalzado a la derecha de Dios, cuerpo espiritual (iCor 15,42-49,) y que únicamente puede ser captado por la fe.

b) Presencia sacramental. La realidad de la eucaristía es el don del Señor. A diferencia de otras formas de presencia y donación, «en su Palabra, en la oración de su Iglesia..., en los pobres, los enfermos, los presos, en los sacramentos..., en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro» (CCE 1373), en la cena el Señor se nos da realmente a través de los símbolos específicos de pan y vino. Estos elementos expresan, con todo el realismo posible, el don de sí mismo que Cristo hace a los creyentes como alimento y alianza. Jesús usa de los símbolos de pan y vino, comida y bebida, para expresar el don de su vida en bien de los hombres. Por eso, por ser la eucaristía el don de Cristo, pan de vida, el signo del pan no puede reducirse a un simple revestimiento exterior del don entregado: el pan consagrado «pertenece a la revelación, a la manifestación de la realidad profunda de la mesa del Señor. Por él el Señor se da como verdadero pan de vida. Si se quita este sacramentum del pan, la cualidad misma del don desaparece. De este modo, [el creyente] afirma que por la acción del Espíritu Santo incoada en la epíclesis, el pan pertenece a la realidad profunda del Señor que se da de forma misteriosa»5.

c) Realidad y verdad de la presencia. Esta presencia actuada por la invocación y acción del Espíritu es una presencia real. Pero en el momento de la invocación del Espíritu, esta presencia real «no tiene aún toda su verdad»6. Tiene toda su verdad en el momento en que el creyente acoge esta presencia. Por ser presencia de un don, será siempre una presencia para el otro. A través de la recepción del don, se provoca un fortalecimiento de las relaciones entre donante y receptor. Y esta es la realidad profunda que hay que mantener y expresar. Ser elemento y medio de relación entre el que se da y el que recibe.

La esencia de la eucaristía está en ser medio supremo simbólico de estrechamiento de las relaciones personales con aquel que se entregó y continúa entregándose. El dinamismo interpersonal nace en el momento que nace la auténtica relación: atención, intercambio y comunicación al que está presente. La presencia de entrega en el pan y el vino consagrados exige también la acogida por parte del creyente para que el ofrecimiento se convierta en presencia real y verdadera. De esta forma «a los que realizan el memorial del acontecimiento pascual se les ofrece realmente, por la fuerza del Espíritu, el don de Jesús, que entrega su cuerpo y su sangre para la salvación. Corresponde a ellos acogerlo en la fe para entrar en comunión verdadera con él»7.

Más complicado resulta querer explicar el alcance de la conversión ontológica de los elementos de pan y vino a partir de un sistema filosófico determinado. No en vano se ha intentado en los últimos decenios una nueva comprensión de la categoría transustanciación, autentificada por Trento (CCE 1376), a través de las de transfinalización o transignificación. Pero se trata de los primeros tanteos en esta dirección, y por ello se hace difícil dejar a un lado la fórmula empleada desde Trento. Esta realidad de la presencia es la que justifica el «culto de adoración que se debe al sacramento de la eucaristía, no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración» (CCE 1378).

d) Alimento de vida eterna. La incorporación personal del don ofrecido en la eucaristía se realiza en el creyente mediante la manducación, expresión suprema de la apropiación. Se trata, como dice san Agustín, de una «manducación por la fe». El pan que se come y el cáliz que se bebe son el símbolo sacramental de la presencia real de la persona que se da por medio de ellos. El cuerpo que se recibe es todo el cuerpo de Cristo. Es decir, el cuerpo de Jesús que encarnó en la historia una forma de actuar, de confiar en Dios, de tratar al prójimo, a los pobres y marginados... que se entregó realmente hasta la muerte en bien de todos los hombres y que fue exaltado por el poder del Espíritu a la derecha de Dios. Es, por tanto, un cuerpo que vivió, murió y vive resucitado a la derecha de Dios.

Por eso la eucaristía es alimento de vida eterna. Alimento que inserta al creyente en el camino pascual de Cristo, alimento en el tiempo presente para un auténtico seguimiento de Jesús. La comunión del cuerpo de Cristo es, pues, el acto de inserción en el mismo dinamismo del mismo Espíritu que resucitó a Jesús a la derecha del Padre.

Comer el cuerpo de Cristo significa dejarse vivificar ya en el tiempo presente por la vida que brota de su resurrección. Por eso «la eucaristía es símbolo sacramental que expresa y produce la solidaridad con la vida que llevó Jesús; y la solidaridad también entre los creyentes que participan del mismo sacramento»8. De esta forma, la eucaristía se convierte en la comida de la vida compartida: compartida con Cristo gracias al don de su cuerpo y compartida con los demás comensales que participan del mismo don.

6. LA EUCARISTÍA, REALIZACIÓN DE LA IGLESIA. El evangelio de Juan no relata la institución de la eucaristía. Pero justamente allí donde los sinópticos sitúan la institución de la eucaristía, Juan coloca la escena del lavatorio de los pies. El marco del relato lo constituyen, por una parte, las palabras de Jesús: habiendo «amado a los suyos... los amó hasta el fin» (Jn 13,1), y, por otra, la pregunta que al final de la escena dirige a sus discípulos: «¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies; también vosotros os los debéis lavar unos a otros. Yo os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros lo mismo que he hecho yo» (Jn 13,12-15).

Es muy fácil leer estas palabras de Jesús como una exigencia moralizante de servicio para con los hermanos. Pero el sentido auténtico apunta a una realidad mucho más profunda: no se trata de celebrar la eucaristía y después intentar estrechar los lazos de relación a través de un comportamiento de servicio. La eucaristía es comunión con Jesús que se entrega y, como tal, expansión suprema del don que caracteriza su vida a la vida de los que reciben su cuerpo. Es cuerpo entregado para que todo aquel que comulgue con él comulgue con la entrega a los demás. Su propia vida nos alimenta, nos transforma y convierte. En la eucaristía el creyente se une a Cristo como el sarmiento a la vid (Jn 15,1 ss.), la primera vez como coronación de todo el proceso de iniciación, y después como afianzamiento y fortalecimiento de esta unión.

La eucaristía, como toda celebración sacramental, es la asunción de las ilusiones y convicciones personales de la fe en el ámbito de la comunidad reunida, para que sean fortalecidas y transformadas por la fuerza del Espíritu, a través del memorial del Señor, que se entregó a sí mismo en servicio a los hombres. Por eso la eucaristía no puede ser reducida a don de vida al individuo como tal, sino al hombre como miembro del cuerpo de Cristo. El amor y el servicio fraternal son la realidad de la nueva criatura que vive y actúa como miembro del cuerpo de Cristo. El nuevo ser recibido es el amor del Padre para con su creación, vivido como don y entrega a los hombres por el Hijo y transformador del corazón de los hombres por la fuerza del «Espíritu, que habita en vosotros» (Rom 8,11). La nueva criatura vive de este amor y vive en este amor. La eucaristía, «fuente y cumbre de la vida cristiana» es comunión con el amor que crea comunión. Por ello la eucaristía es celebración del amor del Padre que, por el Hijo, en el Espíritu Santo, crea Iglesia.

7. LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA A LA ESPERA DEL BANQUETE ESCATOLÓGICO. La cena del Señor es pregustación en la historia de esta vida eterna. Pero la plenitud de esta vida nos está reservada para el banquete del reino del Padre celestial. Ya en los relatos de la última cena se subraya esta perspectiva escatológica, al conservarnos estas palabras de Jesús pronunciadas después de la bendición del cáliz: «Os digo que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que beba con vosotros un vino nuevo en el reino de mi Padre» (Mt 26,29; Mc 14,25). 0 también: «Os digo que ya no la comeré [esta pascua] hasta que se cumpla en el reino de Dios» (Lc 22,16). Por eso, la celebración de la eucaristía entre nosotros es el anuncio del cumplimiento total y plenitud de las promesas de Dios que se realizará al final de los tiempos, en el banquete celestial.


II. Presentación catequética de la eucaristía

1. LA PEDAGOGÍA DE DIOS EN FUNCIÓN DEL MENSAJE DE LA EUCARISTÍA. La actual sociología religiosa afirma que la Iglesia realiza hoy la labor de educación de la fe, con personas marcadas por una cultura secularizada (ChL 4), de carácter pluralista e influida por los medios de comunicación-la imagen. Por eso, a la hora de aplicar los principios que el nuevo Directorio general para la catequesis (DGC) señala, sobre la pedagogía de Dios, fuente y modelo de la pedagogía de la fe (3a parte, cap. 1), hemos optado por ceñirnos a tres de ellos: la dimensión mistérica de la eucaristía, su centralidad en torno a Cristo y su manifestación a través de los símbolos y experiencias.

a) Catequesis mistérica. «La catequesis es una pedagogía que se inserta y sirve al diálogo de la salvación entre Dios y la persona, poniendo de relieve debidamente el destino universal de la salvación; en lo que concierne a Dios, subraya la iniciativa divina, la motivación amorosa, la gratuidad, el respeto a la libertad; en lo que se refiere al hombre, pone en evidencia la dignidad del don recibido y la exigencia de crecer constantemente en él» (DGC 143b).

Este principio iluminador indica la importancia, en toda catequesis sobre la eucaristía, de algunos aspectos del mensaje cristiano como eucaristía y acción de gracias, comunión con el Resucitado y presencia de Cristo en la eucaristía. Lo más fontal en la catequesis de la eucaristía es presentar la entrega —impregnada de injusticias y generosidad– del Cristo histórico, y la presencia gratuita del Resucitado. Esto lo necesita especialmente el hombre de hoy. El hombre posmoderno, desconfiado de todo y nihilista sin angustia, ávido inconsciente de buenas noticias, necesita saber que Dios es, ante todo, buena noticia, presencia salvadora y vivificante, comida que garantiza calidad de vida para todas las edades y anticipo de nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia (2Pe 3,13).

b) Catequesis cristocéntrica. La pedagogía divina insiste en el reconocimiento de la centralidad de Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne (DGC 143). En la exposición teológica también se ha tenido presente esta dimensión, vinculando la eucaristía a la pascua, hecho central del misterio de Jesucristo: Cristo, auténtico cordero pascual; Cristo, servidor sacrificado; Cristo, liberador por su muerte y resurrección; Cristo, pan de vida. Jesús, como signo de esta alianza pascual, se hace grano de trigo que cae en tierra, muere y da mucho fruto (cf Jn 12,23-24).

La eucaristía es una experiencia de fe, un encuentro personal con Cristo viviente, que quiere comunicarnos cada vez más su alegría, su fuerza y la novedad y plenitud de vida que él, como Señor resucitado, posee y por su Espíritu nos comunica. Si la eucaristía es la meta de la iniciación cristiana, debe presentarse también como la fuente primordial en la que se alimenta toda nuestra existencia cristiana, implicando a toda nuestra persona.

c) La pedagogía de los signos y de las experiencias humanas. Según el nuevo Directorio, «la catequesis se hace pedagogía de signos, en la que se entrecruzan hechos y palabras, enseñanza y experiencia» (DGC 143). 1) Los símbolos litúrgicos. La conexión entre la liturgia y la catequesis nos facilita, al catequizar la eucaristía, un camino específico para proceder según otra línea de la pedagogía divina: la mistagogia. La liturgia sacramental es rica en signos que nos permiten pasar de lo visible a lo invisible. El lenguaje simbólico es el medio adecuado para acercarnos al misterio sacramental de Cristo. 2) Las experiencias humanas. Nuestra vida cotidiana nos depara también una rica gama de experiencias que nos facilita la comprensión del sentido de la eucaristía. Es ante todo un gesto de amistad y comunión. Sirve para confirmar un acuerdo, un pacto, una alianza. Puede significar reconciliación. En un día de despedida, como en el caso de Jesús, significa entrega de la vida y de las opciones vitales a favor de una causa humanitaria.

d) Resumen. He aquí tres claves de la pedagogía divina para presentar la eucaristía al hombre de hoy: 1) la eucaristía como entrega y presencia gratuitas de Dios (acción de gracias y adoración); 2) la eucaristía como dinamismo pascual de Jesucristo resucitado (presencia vivificante del Resucitado, y 3) la eucaristía como signo del amor sin límites de Dios a la humanidad y de la fuerza del servicio generoso por los hermanos (símbolo dinámico de gratuidad y de amor fraterno). Y añadimos una cuarta clave, recordada en los sacramentos del bautismo y confirmación: 4) La eucaristía como condescendencia de Dios, por la que sale a nuestro encuentro, aceptándonos tal como estamos y somos, cercano, amigo y salvador, especialmente en su Hijo encarnado, hecho sacrificio de liberación.

2. ALGUNOS CONTENIDOS DEL MENSAJE EUCARÍSTICO CON PISTAS METODOLÓGICAS. En este apartado seleccionamos algunas propuestas de contenidos fundamentadas en las fuentes de la revelación y adaptadas a la situación religiosa de las personas en la cultura actual, que pueden servir para integrar estos contenidos en distintas programaciones.

a) La eucaristía como término de la iniciación cristiana. Unidad de los tres sacramentos. La eucaristía es el sacramento que sella definitivamente la iniciación cristiana, empezada en el bautismo y completada en la confirmación (CCE 1322; cf IC 28, 45-47). No debemos perder de vista que antiguamente los tres sacramentos de la iniciación –bautismo, confirmación, eucaristía– se celebraban y recibían juntos según el orden indicado y dentro de la gran vigilia pascual. Por ello, es importante que los que se acercan a participar plenamente en la eucaristía por primera vez –sean niños, jóvenes o adultos— sean catequizados para renovar antes, con una fe más consciente, las promesas del bautismo y la profesión de fe.

b) La eucaristía como alimento de la vida del cristiano:

— La eucaristía dominical. La eucaristía acompaña la vida de los cristianos a través, sobre todo, de la celebración dominical. Si el domingo es el día de la resurrección del Señor, es natural que, desde los primeros tiempos del cristianismo, la mejor manera de celebrarlo se haya llevado a cabo mediante la participación en la eucaristía, memorial de su muerte y resurrección (cf DD 34; cf IC 51-52).

— La asamblea cristiana, la palabra de Dios, la caridad fraterna, la fiesta y la alegría son elementos del domingo que adquieren significación a partir de la eucaristía9.

La eucaristía, anuncio y realización de liberación. Jesús, al realizar el gesto provocador de acercarse a todo tipo de gente de su pueblo, fariseos y pecadores, manifestaba un gran símbolo del Reino. Dios reina acercándose a los hombres como el samaritano al tendido en la cuneta, el padre al hijo pródigo, el pastor a la oveja perdida. Así Jesús mostraba cuánto quería Dios a los hombres. En Jesús, Dios se acercaba (condescendía [cf DGC 146]) a enjugar las lágrimas, perdonaba, se ponía de parte de los pobres, destruía la muerte.

La catequesis eucarística da conciencia de que la liberación manifestada en Jesús se hace realidad hoy para nosotros en ella. Comunidad eucarística es una comunidad inconformista con el presente del mundo, que come y bebe no para divertirse, sino para robustecerse en la marcha por la transformación de la tierra en Reino de fraternidad10.

Pero la eucaristía tiene, además, la energía de la liberación definitiva, y así nos anticipa aquella vida nueva que será felicidad plena en la vida inmortal de Dios, y que nosotros —como decimos— queremos vivir y adelantar aquí y ahora a través de todo aquello que haga de nuestro mundo un mundo más humano y fraterno (CCE 1402-1405).

La eucaristía y la liberación en la vida cristiana de cada día. Concretando más el inconformismo expresado respecto de nuestro mundo, la catequesis de la eucaristía quiere tener presente la unión de fe y vida. Es necesario que este misterio de amor, que celebramos en la eucaristía, produzca frutos todos los días y cure los males más difundidos hoy, llevándonos a todos a interesarnos por el hermano, a ayudarlo, a cambiar situaciones y hasta estructuras que ofenden gravemente la dignidad humana11.

Toda eucaristía nos exige el compromiso y, al mismo tiempo, quiere ponernos en disposición para renunciar a nosotros mismos y vivir con todos como hijos de Dios.

c) El camino de las Escrituras, en especial el Nuevo Testamento. Los textos bíblicos que deben vertebrar las catequesis sobre la eucaristía, sacramento de la iniciación cristiana y sacramento, a la vez, que alimenta la vida cristiana normal, son los del anuncio, la promesa y la institución de la eucaristía. Pero las fuentes evangélicas contienen otros pasajes que, combinados con los anteriores, nos permiten presentar las muchas riquezas de este sacramento. Ofrecemos tres propuestas de catequesis.

Primera propuesta. Recrear el clima en el que se instituyó la eucaristía será una buena metodología para adentrarse en la profundidad de lo que el sacramento significa. Para ello, leemos los relatos de los cuatro evangelistas (Mt 26,26-30; Mc 14,22-26; Lc 14,24-32; In 13,1-15) que nos ofrecerán las distintas caras del mismo acontecimiento, junto con la profunda intensidad de sentimientos que allí se vivieron y que nosotros también queremos revivir. Imaginemos el ambiente: la muerte de Jesús que se ve próxima, la tensión, el cariño mutuo...

Segunda propuesta: El texto pascual de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35). Con estas pistas se aborda una catequesis eucarística en orden a personas que tienen crisis de fe y se encuentran necesitadas de una nueva evangelización (cf DGC 58c), que se realiza mediante una catequesis kerigmática o una precatequesis (cf DGC 62). En este pasaje, en definitiva, Cristo glorioso nos invita a recorrer con él el camino, como hiciera un día con los discípulos de Emaús. Se lleva a cabo en cuatro momentos: 1) La crisis (Lc 24,13-24); 2) el tiempo de la Palabra (24,25-27); 3) la Mesa (24,28-31), y 4) superada la crisis, el regreso a la comunidad y la realización de la misión.

Para personas creyentes, este pasaje sirve para clarificar el camino que se ha de seguir para reactivar la vida cristiana.

Tercera propuesta. Una vía de acceso a la vivencia de la eucaristía puede ser sintetizar los aspectos fundamentales del misterio eucarístico en siete verbos para otras tantas sesiones: 1) tener hambre; 2) compartir mesa; 3) recordar; 4) entregar; 5) anticipar el Reino en el hoy y para el mundo futuro; 6) tragarse (asimilar la mentalidad) a Jesús; 7) bendecir y dejarse bendecir, en las dos dimensiones: de alabanza y de compartir12.

3. UNA CATEQUESIS DE LA EUCARISTÍA PARA LAS DIVERSAS EDADES. Desde el comienzo de este apartado advertimos que la catequesis sobre la eucaristía para las distintas edades tendrá mucha relación con la catequesis por edades relativa a los sacramentos iniciatorios del bautismo y la confirmación que se presenta en este Diccionario. Las alusiones y referencias serán frecuentes.

a) Adultos (de 30 a 65 años) y jóvenes (19-29 años). Estos adultos y jóvenes (a excepción de algunos matices), se encuentran normalmente en cuatro situaciones distintas de fe: 1) Unos son catecúmenos que realizan el proceso catequético en un catecumenado bautismal. 2) Otros son cristianos bautizados, incluso practicantes, que completan su iniciación cristiana en grupos de catequesis de inspiración catecumenal. Los dos grupos cultivan una catequesis iniciatoria o reiniciatoria. 3) Otros son bautizados alejados de la fe, que están en situación de nueva evangelización y, con frecuencia, son padres de niños, preadolescentes y adolescentes, que acuden a la catequesis parroquial. Necesitan una catequesis kerigmática o precatequesis. 4) Otros, en fin, son cristianos practicantes dominicales, a quienes ha de proporcionárseles una catequesis permanente.

Para una catequesis sobre la eucaristía en un catecumenado (estricto) de adultos y jóvenes y para una catequesis de adultos de inspiración catecumenal. Tanto los catecúmenos como los catequizandos adultos y jóvenes ya disponen de un nivel de fe suficiente —mediante el precatecumenado o la precatequesis— como para adentrarse en el misterio eucarístico.

En los catecúmenos adultos la dificultad para asumir el misterio de la eucaristía está en lo que esta encierra de misterio, con matices muy variados. En cambio, las dificultades de esta catequesis eucarística para adultos cristianos proviene, además, de su praxis, es decir, de experimentar la rutina de acudir a la eucaristía años y años sin mejora sensible en su vida cristiana. ¿Qué elementos se han de poner en juego para ayudar a asimilar vitalmente este misterio central cristiano?

En cuanto a contenidos del mensaje eucarístico: 1) La cena del Señor, memorial de la liberación de Israel (pascua) mediante el cordero sacrificado, y de nuestra liberación integral mediante la muerte y resurrección de Jesús, el Señor. 2) La eucaristía, actualización de la nueva alianza de Dios con nosotros, mediante Cristo sacrificado y resucitado. 3) La eucaristía, comida familiar de los hijos de Dios en que comemos a Cristo, pan de vida, y entramos en comunión con él. 4) La eucaristía, acción de gracias a Dios y de alabanza por su amor y sus dones. 5) La eucaristía, sacrificio de comunión entre los hermanos y compromiso de entrega a los más pobres. 6) Descripción viva de la dinámica de la celebración de la eucaristía.

En cuanto a pistas pedagógicas: 1) Un gran medio audiovisual es la narración —la teología narrativa— de los datos de la historia del Antiguo y del Nuevo Testamento y de la historia de la Iglesia, en especial de los primeros siglos, a la vez que se ofrece la significación cristiana de los mismos. 2) Pedagogía mistagógica de la eucaristía, a partir de símbolos como la comunidad-asamblea, los ritos de entrada, la Palabra, el pan y el vino, la plegaria eucarística, la comunión, el envío, etc. 3) Pedagogía de las experiencias humanas subyacentes a la eucaristía: reunirse, celebrar, comer, participar, recordar, esperar, compartir... 4) Para los neófitos, el principal lugar de la mistagogia lo constituyen las llamadas misas para los neófitos, es decir, las misas de los domingos del tiempo pascual. En estas eucaristías, además de la comunidad de los fieles reunida y de la participación de los misterios, los neófitos encuentran un alimento especial en las lecturas del Leccionario del ciclo A, sumamente adecuadas para profundizar en el misterio eucarístico (cf RICA 40). No obstante, antes de la celebración de la eucaristía del Sábado santo, también son un aprendizaje para la celebración eucarística los ritos litúrgicos que van a impulsar el crecimiento de los catecúmenos, como son: celebraciones de la Palabra, la participación en la primera parte de la misa, bendiciones y exorcismos menores (sacramentales) y los ritos de transición de etapa a etapa (cf RICA 19). 5) Para los adultos cristianos que cultivan una catequesis reiniciatoria, el mejor instrumento de catequesis mistagógica es celebrar en momentos oportunos la eucaristía, reflexionando después sobre alguno de sus ritos o signos, para profundizar en el misterio eucarístico (cf RICA 40; IC 48-50, 132). También pueden ser buen medio de profundización eucarística las celebraciones optativas de las entregas del credo, padrenuestro, la Biblia, etc. (cf RICA 25; IC 133).

Los bautizados, alejados de la fe, padres y madres de muchos de nuestros catequizandos de todas las edades, necesitan una nueva evangelización y, por tanto, de inmediato, una catequesis kerigmática o precatequesis (cf DGC 58, 62; IC 129). Estas familias jóvenes, en efecto, vienen generalmente con motivo de la primera penitencia y primera eucaristía de sus hijos. Si la comunidad cristiana tiene sensibilidad misionera, se dará cuenta no sólo de que vienen de lejos, sino también de si tienen algún interés o inquietud por el evangelio, al menos, por apoyar á sus hijos. Si fuera así, antes que la catequesis sobre la eucaristía, habría que abordar con estas familias la revitalización de su fe mediante la llamada precatequesis (cf DGC 62).

Efectivamente, un buen número de estos padres jóvenes (30-45 años) manifiestan una actitud de indiferencia religiosa. Otros, asegurando ser creyentes, se han alejado de la práctica dominical. Otros, en fin, sin dejar de practicar, han perdido su confianza en la Iglesia. Estas situaciones permiten realizar con los padres una llamada a la recuperación de la fe.

Con el primer grupo de padres —alejados indiferentes— que responden motivados, pero libremente, a la convocatoria, se puede seguir una precatequesis a partir de sus experiencias humanas profundas: valoración de la dignidad humana; falta de valores en la educación; convivir, una necesidad y un problema; el anhelo de vivir en justicia y solidaridad; búsqueda de la felicidad; vivir para ser o vivir para tener; aspiración a vivir los valores democráticos; el acoso del dolor y de las debilidades morales ¿puede tener sentido?; etc. Es la precatequesis para la catequesis del sacramento del bautismo de adultos (30-65 años) y jóvenes (19-29 años). Tanto en el caso de adultos no bautizados, como en el de adultos bautizados pero religiosamente indiferentes, el primer paso que han de dar es la conversión a Jesús, el Señor. En nuestro caso —la eucaristía— se realiza mediante una precatequesis (cf DGC 62) que englobe la propia vida humana. Sígase la pista allí sugerida, sobre todo en los dos últimos párrafos.

Con los padres creyentes, pero no practicantes, y con los que sienten desconfianza hacia la Iglesia —creyentes y, en algún sentido, alejados—la precatequesis podría realizarse abordando, de forma actualizada, aspectos de la fe o de la moral que para ellos han perdido credibilidad: la imagen de un Dios justiciero por la de Padre bueno y misericordioso con todos; un Cristo salvador del hombre e incluso resucitado, pero ajeno a sus esperanzas y angustias de cada día, por un Jesús viviente, presente y acompañante de cada persona y de la humanidad; una Iglesia, considerada como enemiga de la libertad y del lado de los poderosos, por una Iglesia servidora de la promoción humana y de los pobres; una moral centrada en el pecado mortal y en la condenación eterna por una moral de la caridad y de las bienaventuranzas.

Reavivada la fe en estos adultos jóvenes —padres de familia—, puede seguirse una catequesis de adultos sobre la eucaristía, que les prepare para la celebración de la de sus hijos. Estas precatequesis piden al menos una reunión mensual, bien convocada y preparada a lo largo de un curso.

Los cristianos practicantes dominicales también han de alimentar su fe en el misterio de la eucaristía. Siendo para ellos la eucaristía de cada domingo el alimento principal de su vida cristiana, los responsables de la comunidad han de proporcionarles —cada 2 o 3 años— un ciclo de breves reflexiones sobre los aspectos centrales de la misa dominical. Es su catequesis permanente. Se podrán aprovechar algunos domingos del tiempo ordinario para predicar algunas homilías sobre la eucaristía, en relación con los propios ritos y símbolos de la celebración.

b) Niños (6-9 años y 9-11 años). De acuerdo con una costumbre consolidada, es en esta etapa en la que, de ordinario, tiene lugar de manera organizada el segundo paso de la iniciación cristiana: la llamada primera comunión. Con la preparación a la celebración de los sacramentos (penitencia y eucaristía) se comienza la primera formación orgánica de la fe del niño y su incorporación consciente a la vida de la Iglesia (cf DGC 178d). En la adolescencia y primera juventud (12-18, 20 años) se suele dar de hecho, en muchas Iglesias particulares, el tercer y último paso de la iniciación cristiana, con el catecumenado para la celebración de la confirmación y la participación en la eucaristía de la comunidad adulta (cf DGC 18Id). A todo este período, con todos sus medios religioso-familiares, catequéticos y sacramentales, el Catecismo de la Iglesia católica lo llama catecumenado posbautismal. «No se trata —dice— sólo de la necesidad de una instrucción posterior al bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis (iniciatoria)» (CCE 1231; cf DGC 51b).

— La catequesis de la eucaristía para los niños de las edades sacramentales (6-9 años) tiene sus raíces principalmente en el clima familiar y también en el de otras comunidades cristianas educativas: la escuela y la catequesis de la comunidad cristiana. No basta que estas susciten el sentido de Dios y de Jesús: también han de estimular en los niños, a su medida, «los valores humanos subyacentes en la celebración de la eucaristía: la acción comunitaria, el saludo, la capacidad de escucha y también de pedir y de otorgar perdón, la expresión de agradecimiento, la experiencia de las acciones simbólicas, del convite fraternal, de la celebración festiva» 13.

La catequesis parroquial ofrecerá a los niños los conocimientos sobrios que sobre el misterio eucarístico presentan los catecismos y los materiales didácticos. En el proceso pedagógico quizá sea suficiente en este período partir de las comidas festivas. A los niños les gusta comer con los mayores, en familia, al celebrar acontecimientos importantes. Todos los detalles de la fiesta son para los niños signos de alegría, de encuentro, de amor compartido. Ayudarles, después a descubrir que la reunión-comida de la eucaristía es la fiesta que Jesús ideó para que todos nos encontráramos alegres con él, como amigos y hermanos. Llevarles a participar en la escucha de la Palabra, en la acción de gracias al Padre por Jesús, el Señor, animado por el Espíritu, y la comida del cuerpo de Cristo nuestro salvador. Motivar, por fin, a los niños a tomar parte en la eucaristía, comida fraterna de los cristianos adultos.

Un camino experiencial para abrir a los niños a la vida litúrgica —también a la eucaristía— es la pedagogía de la participación en celebraciones de diverso género, mediante las cuales, «por la fuerza misma de la celebración, los niños perciben más fácilmente algunos elementos litúrgicos tales como el saludo, el silencio, la alabanza común, sobre todo aquella que se realiza cantando»14.

Aunque la celebración de la eucaristía está concebida para personas adultas en la fe, los niños que asisten a ella con sus padres —durante los años de la catequesis presacramental y aun antes— pueden desarrollar cierta sensibilidad favorable a la celebración. No sucederá esto por el conocimiento, sino por la sintonía afectivo-intuitiva con que los niños se acercan a las personas y a los acontecimientos. Estas experiencias religiosas, un poco cuidadas por los padres y responsables de la celebración, marcan para toda la vida, por la fuerza festivo-testimonial de los padres y de la asamblea.

Si los padres son indiferentes, pero desean proporcionar a sus hijos una formación cristiana, se les debe invitar, al menos, a que les eduquen en los valores humanos arriba indicados y a que tomen parte en las reuniones con otros padres y en las celebraciones no eucarísticas que se realicen con los niños de la catequesis.

— La catequesis eucarística para los niños de 9-11 años suele ofrecerles conocimientos más sistemáticos sobre la eucaristía, como lo pide su evolución intelectual. Téngase en cuenta, no obstante, su tendencia a la extraversión psicológica, que les suele privar de la interioridad necesaria para crecer en la experiencia de fe. Por eso, con estos niños también es muy útil la pedagogía de la participación en celebraciones de diverso género. En bastantes Iglesias diocesanas la catequesis de iniciación cristiana continúa hasta la celebración de la confirmación al final de la preadolescencia (14 años) o de la adolescencia (17-18 años). No obstante, también hay diócesis en que la iniciación cristiana concluye con la celebración de la eucaristía en la niñez adulta, para lo cual el catecismo diocesano o regional desarrolla los temas eucarísticos en esta dirección.

El Directorio para las misas con niños es un instrumento pedagógico que debe ser más conocido y utilizado para la catequesis y la celebración de la eucaristía con todos los niños (6-11 años).

c) Los adolescentes (12-14 y 15-18 años). En esta edad distinguimos la primera adolescencia —preadolescencia— y la adolescencia adulta. La diferencia psicológico-evolutiva es importante.

Los preadolescentes (12-14 años). Todo cuanto se ha recordado de las características de esta edad a propósito del bautismo de preadolescentes, así como lo indicado sobre el tipo de catequesis para esta edad, necesitada de conversión religiosa a Dios, al Señor, mediante una precatequesis o catequesis kerigmática (cf DGC 62) y de una catequesis iniciatoria un tanto flexible, sirve para la catequesis sobre la eucaristía. También es aplicable a esta las orientaciones pedagógicas allí indicadas para los sacramentos de la iniciación.

He aquí dos pistas concretas para el acceso al misterio de la eucaristía. 1) Primera, el preadolescente vive valores como el compañerismo en el grupo, el compartir en común, el abrirse a otros en su necesidad de comunicarse... que tienen mucho que ver con esa cumbre del compartir que se celebra con Jesús en la eucaristía: «mi cuerpo entregado por...», «mi sangre derramada por...», y cuando se pasa a la celebración eucarística en clima de narración y contemplación... 2) Segunda, el preadolescente necesita de alguien que camine con él, alguien en quien apoyarse, que lo valore y le ayude a autoestimarse... Esta necesidad de alguien puede ayudarle a descubrir, en la gran variedad de signos de la celebración eucarística, la presencia de Jesús: la Palabra, la comunidad, de manera especial el  pan y el vino consagrados...; también, los que le ayudan y necesitan de su ayuda. ¡Urge salir al encuentro de los otros que me necesitan! Los apoyos bíblicos serían: «Haced esto en memoria mía». «No temáis... soy yo»; «No tengáis miedo... Yo estoy y estaré con vosotros»... «El Señor es mi pastor...» (Salmo 22), «Lavaos los pies unos a otros...».

Los adolescentes (15-18 años). La situación normal, en muchas comunidades cristianas, para abordar la catequesis eucarística a esta edad suele ser la preparación a la confirmación, que culmina con la celebración de esta dentro de la eucaristía, en la que los jóvenes en ciernes ingresan conscientes en la comunidad adulta. Asumimos cuanto se dice en este Diccionario, a propósito de la confirmación, sobre la situación religiosa de estos adolescentes, sobre el tipo de catequesis preconfirmatoria que suele hacerse, y del estilo de proceso catecumenal que convendría hacer (desde el punto primero al sexto).

En cuanto a la catequesis eucarística, lo que más necesitan los adolescentes es descubrir el sentido de la celebración; y esto depende de su relación de intimidad con Cristo y del descubrimiento de su grupo como célula de Iglesia, unido a otros grupos de Iglesia.

En efecto: 1) La relación de intimidad con Cristo abarcaría progresivamente: Jesús, como héroe a quien admirar; Jesús como referente a quien observar e imitar; Jesús como amigo con quien confidenciarse; Jesús como presencia interior (Dios encarnado, vivo y vivificador), en quien confiar absolutamente; Jesús como salvador, por quien sentirse liberado en plenitud, y Jesús como señor y maestro a quien seguir —a quien vivir— con los demás discípulos. 2) El descubrimiento del propio grupo como sacramento de la Iglesia aporta a los adolescentes una fuerte carga de liberación de soledad e impulso de comunión y misión. Comprueban que es el grupo el que los abre a los demás, les da seguridad; en él comparten la vida, la fe y la esperanza; les impulsa a vivir el proyecto de vida de Jesús; en él experimentan la comúnunión con el Padre y la acción del Espíritu..., y la urgencia de salir al mundo.

Desde estas dos experiencias cristianas se puede desarrollar una buena mistagogia o pedagogía que les lleve a acoger el misterio de la eucaristía: escuchar la narración de la cena pascual judía y la cena de Jesús; nosotros somos ese pueblo-familia que celebra en gozo y hace memoria de su liberación hoy, que toma conciencia de su identidad, que participa de la comida que fortalece, que se sabe enviado a los hermanos, aún no liberados, que reclaman con urgencia la salvación integral de Jesús... A su vez, la eucaristía, celebrada con este vigor comunitario, cristocéntrico y liberador, vigoriza estas dos experiencias: la de la intimidad con Jesús y la de la Iglesia —grupo eclesial— como comunidad de liberación y fraternidad, abierta a las necesidades de los hermanos.

d) Las personas mayores (de 65 años en adelante). El nuevo DGC contempla a las personas mayores no como un «objeto pasivo, más o menos molesto» (DGC 186), sino con una mirada de fe, «como un don de Dios a la Iglesia y a la sociedad, a las que hay que dedicar el cuidado de una catequesis adecuada; tienen a ello el mismo derecho y deber que los demás cristianos» (DGC 186).

Esta catequesis con personas mayores está muy condicionada por su salud: si están internadas en una residencia y gozan de buena salud; si están en su casa o en la de sus hijos y si pueden salir o están impedidas para hacerlo. Nos referimos aquí a aquellos mayores que pueden reunirse en algún local parroquial o residencial, vivan donde vivan.

Las personas mayores pueden llegar a esta edad: unas con una fe sólida y rica; otras con una fe más o menos oscurecida y una débil práctica cristiana (cf DGC 187a). Ante estas dos situaciones generales, sugerimos algunas orientaciones diferenciadas para la catequesis sobre la eucaristía.

Los mayores con una fe sólida debieran ser invitados a una formación permanente en la fe, haciendo, a lo largo del año, un ciclo de catequesis sobre los sacramentos. Para tratar la catequesis de la eucaristía, sería provechoso desarrollarla recorriendo el esquema de la celebración: rito de entrada, liturgia de la Palabra, liturgia eucarística, rito de la comunión y ritos de despedida. El breve desarrollo de cada parte podría hacerse explicando los diversos símbolos eucarísticos que aparecen en cada parte y que contienen un aspecto importante del misterio eucarístico. La catequesis se extendería en varias sesiones. Será provechoso —si es posible— poner un énfasis especial, dentro de la misa dominical con la tercera edad, en aquella parte que ha sido recientemente catequizada. Es importante exponer las consecuencias para la vida cristiana que entraña la rica realidad de la eucaristía.

Los mayores con una fe oscurecida y práctica deficiente. La clave es un diálogo con estas personas —en encuentros distintos— impregnado de testimonio evangélico por parte del catequista-animador cristiano (cf IC 124ss). Los contenidos de los diálogos pueden ser las experiencias humanas subyacentes a cada una de las partes de la celebración de la eucaristía: reunirse, escuchar, actitud de acción de gracias, el hecho de despedirse y el regalo de despedida, comer juntos, clima de fiesta... Después de desarrollar —en coloquio— cada experiencia, ayudar a ver cómo se encuentra esa experiencia en alguna parte de la misa, explicitando la relación con Jesús nuestro hermano y salvador. Es procedente aportar datos históricos de cómo los primeros cristianos celebraban la eucaristía. Se puede tantear la posibilidad de celebrar una eucaristía doméstica bien preparada y hacer, en otro encuentro, una reflexión —revisión— de cómo se vivió el conjunto de la celebración y las partes más importantes.

NOTAS: 1. TORA, Eucaristía, 431. — 2. J. M. R. TILLARD, La eucaristía, sacramento de la comunión eclesial, en LAURENT B.-REFOULÉ R., Iniciación a la práctica de la teología III. Dogmática 2, Cristiandad, Madrid 1985, 405. -3 Ib, 409. — 4. J. M. CASTILLO, Eucaristía, en FLORISTÁN C.-TAMAYO J. J. (eds.), Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, 442. — 5. J. M. R. TILLARD, o.c., 416. — 6. Ib. — 7. Ib, 420. — 8. J. M. CASTILLO, o.c., 432. — 9. Cf DD 32-45; 55-58; OBISPOS DE EUSKAL-HERRIA, Carta pastoral de cuaresma y pascua, Celebración cristiana del domingo, Idatz, San Sebastián 1993, 36. — 10 Cf J. C. R. GARCÍA PAREDES, Iniciación cristiana y eucaristía. Teología particular de los sacramentos, San Pablo, Madrid 1997', 233-238. — 11. Cf JUAN PABLO II, Carta sobre el Misterio y culto de la eucaristía, 1980. -12 Cf D. ALEIXANDRE, ¿No se abrasaba nuestro corazón? Caminos de acceso a la eucaristía, Sal Terrae, Santander 1997, 19. — 13 Directorio para las misas con niños 9, Actualidad catequética 71-72 (1975) 16. — '4 lb, 14.

BIBL.: Además de la citada en notas, ALDAZÁBAL J., Claves para la Eucaristía, CPL, Barcelona 1987; Eucaristía y fraternidad, CPL, Barcelona 1993; ARTO A., Psicología evolutiva, CCS, Madrid 1993; Itinerario de la educación de la fe, CCS, Madrid 1997; BOROBIO D., Proyecto de iniciación cristiana, Desclée de Brouwer, Bilbao 1980; CABIÉ R., La misa, sencillamente, CPL, Barcelona 1995, 431-445; COFFY R., Feu aixó que és el meu memorial, Publicacions de l'Abadia de Montserrat, Montserrat 1982; DURwELL F. X., La eucaristía, sacramento pascual, Sígueme, Salamanca 1986; FARNÉS SCHERER P., La celebración del misterio cristiano según el "Catecismo de la Iglesia católica", en GONZÁLEZ DE CARDEDAL 0.-MARTÍNEZ J. A. (eds.), El catecismo posconciliar, San Pablo, Madrid 1993, 132-151; FLORISTÁN C., Para comprender el catecumenado, Verbo Divino, Estella 1989; GESTEIRA M., La eucaristía, misterio de comunión, Cristiandad, Madrid 1983; GOMIS J., La misa, el domingo, la vida, CPL, Barcelona 1995; JEREMIAS J., La última cena. Palabras de Jesús, Cristiandad, Madrid 1980; JoURNEL P., La misa ayer y hoy, Herder, Barcelona 1988; LEBON J., Para vivir la liturgia, Verbo Divino, Estella 1987; LÉON-DUFOUR X., La fracción del pan. Culto y existencia en el Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1983; LLIGADAS J., La misa dominical, paso a paso, CPL, Barcelona 1995; LLOPIS J., Compartir el pan y el perdón, CCS, Madrid 1996; OÑATIBIA I., Eucaristía, en FLORISTÁN C.-TAMAYO J. J. (eds.), Conceptos fundamentales de pastoral, Cristiandad, Madrid 19832, 309-323; RuFFw1 E., Eucaristía, en DE FIORES S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 19914, 659-680; SORAZU E., Celebrar desde los símbolos, CCS, Madrid 1994; TILLARD J. M. R., Carne de la Iglesia, carne de Cristo. En las fuentes de la eclesiología de comunión, Sígueme, Salamanca 1994.

Josep Castanyé Subirana,
Ramón Oller Hereu
y Domingo Pedrosa Arés