CREACIÓN
NDC
 

SUMARIO: I. Principales datos histórico-bíblico-dogmáticos: 1. Datos bíblicos; 2. Principales datos de la Tradición y dogmáticos; 3. Recapitulación o síntesis. II. Claves catequéticas: 1. Originalidad revelada e implicaciones en la vida cristiana; 2. Tareas de la catequesis sobre la creación; 3. Algunas orientaciones inspiradas en la pedagogía de Dios. III. Desarrollo en función de las edades: 1. En la etapa adulta (30-65 años); 2. En la etapa de la infancia (0-5 años) y de la niñez (6-11 años); 3. En la etapa de la adolescencia (12-18 años); 4. En la etapa de la juventud (19-29 años); 5. En la etapa de los mayores (65 años en adelante).

Según el Catecismo de la Iglesia católica «la catequesis (y la teología sobre la creación) reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana, y explicita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado: «¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Cuál es nuestro origen? ¿Cuál es nuestro fin? ¿De dónde viene y adónde va todo lo que existe? Las dos cuestiones del origen y del fin son inseparables. Son decisivas para el sentido y orientación de nuestra vida y de nuestro obrar» (CCE 182).

El Catecismo contempla, en esta cita, el misterio de la creación en clave antropocéntrica. Pero este misterio tiene otra dimensión, decisiva y definitiva: dando sentido al misterio creacional está la imagen y la realidad del Dios vivo, el Dios de la revelación cristiana. Porque el misterio de la creación envuelve, al mismo tiempo e inseparablemente, quién es nuestro Dios, cómo es nuestro mundo y quién es la persona humana.

Para comprender teológicamente la dimensión bíblico-dogmática de este concepto, debemos adelantar al menos tres premisas: 1) El misterio1 de la creación se contempla desde un decidido cristocentrismo: todo ha sido creado por Cristo, en Cristo, para Cristo (1Cor 8,5-6; Col 1,15-20). El fin de la creación no es el hombre, sino la gloria de Dios en Cristo. La persona humana es imagen del Hijo, hijo en el Hijo. El sentido del misterio del hombre sólo se desentraña en el misterio de Jesucristo (GS 22; RH 11)2. 2) Desde la dimensión descrita, protología, cristología y escatología (kronos, kairós y éschaton) están profundamente unidas. La creación sólo se resitúa en su verdadero lugar desde un planteamiento de historia de salvación, desde la autorevelación del Dios vivo, en hechos y palabras, cuyo punto culminante es el misterio de Jesucristo. Revelación de un Dios que, revelándose él mismo, descubre al hombre quién es el mismo hombre. 3) Si en épocas pasadas, desde los manuales, la realidad de la creación ofrecía una cierta consistencia e independencia en el conjunto de los tratados teológicos (De Deo creante et elevante), hoy, y desde las dos premisas precedentes, sólo puede enmarcarse desde la antropología teológica, que a su vez se convierte en antropología crística3, remitiendo, como misterio fundante, al misterio trinitario.

Y después de las premisas precedentes, centrándonos en el concepto creación, bien se puede dividir el mismo en dos dimensiones: protología diacrónica y sincrónica. El aspecto diacrónico haría referencia a la comprensión de la creación como cosmos creado, diverso de Dios, pero a la vez sustentado por él en la historia, en el espacio y en el tiempo. El aspecto sincrónico haría referencia al sentido de ese cosmos creado para la persona humana, en Cristo, por Cristo y para Cristo.

Funcionalmente unificaremos ambas dimensiones, sin olvidar que, en clave propiamente teológica, nos estamos refiriendo, como hemos señalado más arriba, a una creación desde la historia de la salvación; en el Antiguo Testamento, lo decisivo fue la experiencia de la alianza, y cuando, posteriormente, descubrieron al Dios no sólo del éxodo sino de la vida y de la historia, descubrieron que era él también el creador. En el Nuevo Testamento, desde el misterio pascual de Cristo, se contempla a este mismo Cristo como el Señor de la historia, el Hijo de Dios, sentido profundo y último de la historia y, por lo mismo, de la creación entera.


I. Principales datos histórico-bíblico-dogmáticos

1. DATOS BÍBLICOS4. Aun cuando hoy las hipótesis astrofísicas sobre el origen del universo se presenten al creyente como los problemas más relevantes y como retos de plausibilidad, con los que hay que dialogar, no pueden ser, sin embargo, el punto de partida de nuestro concepto cristiano de creación5. Tampoco las nuevas discusiones sobre el concepto de materia que, en su límite, parecen estar muy cerca de un concepto holonímico-espiritual, o un materialismo emergente. El misterio de la creación hunde sus raíces en la experiencia de un pueblo, cuya narración se plasma en diversos relatos bíblicos. Relatos, por lo demás deudores, en su forma literaria, de los pueblos circundantes, pero que difieren sustancialmente, en sus contenidos, de esos mismos mitos y leyendas. Como acertadamente subraya J. L. Ruiz de la Peña6, la fe bíblica en la creación no está ligada, como en las culturas circundantes, a la naturaleza, sino a la historia. La experiencia de Israel es la de un Dios que actúa como Señor de la historia (Dt 26,5-10; Jos 10,5-13; Éx 15,1-18). Por eso, en Israel, la experiencia de la alianza es anterior a la reflexión sobre la creación. Litúrgicamente, la fiesta principal del pueblo de Dios no es la del día de la creación, sino la Pascua (Ex 12,14)7.

No es extraño que la fe en la creación aparezca tardíamente en Israel y, curiosamente, en las cincunstancias del destierro (siglo VI a.C.)8. Los pro

fetas utilizan el recurso de la creación como un argumento de esperanza y liberación, de protección contra la tentación de idolatría reinante, y de aglutinante del pueblo de Israel en un único Dios y en una única historia de salvación. «Si Dios puede decidir el fin de todo es porque todo tiene su principio en él» (Is 40,22-28).

Los relatos explícitos, por excelencia, de la creación son los dos primeros capítulos del Génesis9. Gén 1,1-24 es un texto de tradición sacerdotal y contemporáneo de los textos proféticos. Se nana el relato no con interés por la creación en sí misma, sino como inicio de una historia de salvación que, tras el paréntesis de los once capítulos primeros, empalma con la llamada de Abrahán (Gén 12). La creación, en este relato, se concibe como una gran arquitectura litúrgica, basada en el número 710. La persona humana, bisexual, es creada a imagen y semejanza de Dios. A partir de lo cual, la vía privilegiada para conocer a Dios es el hombre, por ser su más parecida representación.

Gén 2,4-25, es de tradición yavista, unos tres siglos anterior a Gén 1. No es propiamente un relato de creación, sino más bien un relato etiológico para explicar el origen del mal en el mundo. Se aporta un detalle importante: Dios ha insuflado en el hombre su «aliento de vida» (nesamah), es decir, la autoconciencia para conocer el bien y el mal, la capacidad para discernir, la libertad creativa o destructora.

En cualquier caso, de los textos aludidos se deducen estas consecuencias: 1) la identidad entre el Dios salvador de Israel y el Dios creador del universo; 2) el monoteísmo sin concesiones del texto11; 3) el cosmos, creado en el tiempo, encerrando un principio y un final; 4) la desacralización de la naturaleza (sólo Dios es santo y sólo él merece adoración); 5) la bondad de todo lo creado (Dios no es el origen del mal ni hay un principio dual maligno); 6) la interdependencia e interrelación de todo lo creado, y 7) el encumbramiento de la persona humana, hombre y mujer complementándose, como la obra maestra de la creación12, y lugarteniente o administrador de la misma13. Sólo la persona humana es imagen de Dios, porque posee el mismo espíritu de Dios. Y Dios colocó, desde el principio, a la persona humana en una dimensión privilegiada de gracia original.

En cuanto a los datos neotestamentarios de la creación, debemos remitirnos sobre todo a la rica literatura paulina14, para quien el mundo es cristocéntrico: ha sido creado por, en y para Cristo. Cristo es el Señor y artífice de la creación como lo es de la salvación (Rom 1,3-4; lCor 8,5-6; Col 1,15-20). Jesucristo preexistía a la obra creadora, su presencia fue decisiva en la creación, y en él hemos sido predestinados, elegidos y llamados (Ef 1,4-10). La creación se consuma en la obra de la redención y salvación (Ef 2,15; 4,24; Col 3,10). Aunque, por ejemplo, en lCor 11,12 y 1Tim 6,13 se resume la fe tradicional («todo viene de Dios» y «Dios da vida a todas las cosas»), sin embargo lo realmente decisivo es que toda la creación tiene un fin cristológico (Ef 1,3-14). En Cristo, la creación entera ha entrado en su última fase. El éschaton ha irrumpido en el mundo en una especie de nueva creación (2Cor 5,17; Gál 6,15). Los cristianos deben vivir una vida nueva, en la libertad de los hijos de Dios, para favorecer la recapitulación de todo en Cristo (Gál 5,1-13). Porque con él, el Adán escatológico (lCor 15,44), ha llegado la nueva creación y es posible la nueva criatura (Ef 4,24; Col 3,9).

Antes de pasar a los datos dogmáticos que encierra el misterio de la creación, dejamos constancia de la riqueza de matices que presenta la persona humana, como cumbre de la creación e imagen de Dios. La Biblia no aporta una definición ontológica, al estilo griego, de persona, sino una descripción funcional, operativa y axiológica en sus tres dimensiones esenciales: en su relación con lo creado (basar-sarx-soma), con los vivientes (nefesh-psiché) y con Dios (ruah-pneuma)15. O, en otras palabras, por su corazón-ojos la persona es intelectual, volitiva y emotiva. Por su lengua-oído, la persona es capaz de acoger, dialogar y relacionarse. Por sus manos-pies, es creativa y puede ayudar a los demás en la construcción de un mundo fraterno16.

Lo decisivo, lo subrayamos una vez más, es el hecho de ser la persona humana, imagen (eikon) y gloria (doxa) de Dios (lCor 11,7), insertado en Cristo, primogénito de toda la creación, y en quien todo se sustenta (Col 1,15-18). El destino del hombre es ser imagen de Dios en Cristo (2Cor 3,18). La creación primera y la nueva creación en Cristo manifiestan que el hombre, y con él todo lo creado, es una «dependencia para la libertad», es decir, su sentido y su razón de ser hay que buscarlos en el creador-redentor.

2. PRINCIPALES DATOS DE LA TRADICIÓN Y DOGMÁTICOS. Se atribuye a M. Blondel la afirmación de que la elaboración dogmático-teológica del concepto de creación se ha ido elaborando a lo largo de la historia en el marco de una doble polémica: 1) desde la ontología, para responder a la pregunta: ¿cómo puede existir algo diferente a Dios y de qué naturaleza o sustancia es?; 2) desde la ética, para responder al misterio y problema del mal en el mundo. En este sentido, el cristianismo ha debido dar respuesta a dos polos extremos: ni monismo panteísta, ya que Dios y la criatura se diferencian, y además, existe en lo creado espíritu y materia, ni dualismo maniqueísta, ya que todo procede de un único y mismo principio, es decir, del Dios revelado.

Vamos a realizar un breve repaso histórico-teológico sobre el tema17.

Los más primitivos símbolos de la fe no hacen alusión expresa al dogma de la creación. Ciertamente la palabra pantocrátor (dominador o dueño absoluto), más veces atribuida al Padre que al Hijo, encierra la idea bíblica de un creador (DS 1-17). Es hacia el siglo IV cuando aparece explícitamente la afirmación «creador del cielo y de la tierra» (DS 19), para salir al paso de las desviaciones dualistas, tanto del gnosticismo como del maniqueísmo. El credo niceno (DS 125) afirma a Dios como «creador de todo lo visible y lo invisible», y la centralidad de Cristo en la creación. Contra los arrianos, distingue entre mundo creado e Hijo engendrado y, además, define la temporalidad del mundo frente a la eternidad de Dios. El concilio de Constantinopla (DS 421) diferencia la doble función del Padre («de quien todo procede») y del Hijo («por quien todo fue hecho») en el acto creador.

Los Padres apologistas, en diálogo con el mundo griego, subrayan el papel de Cristo, el Verbo, en la creación (Justino, Atenágoras), y afirman que la materia no es eterna, sino «creada de la nada» (Teófilo). Posteriormente, Ireneo de Lyon acentúa la soberanía de Dios sobre todo lo creado, la bondad de lo creado, la unidad entre el Dios creador y salvador y la recapitulación final de todas las cosas en Cristo.

En san Agustín confluyeron todas las tradiciones orientales y occidentales sobre la creación. Su reflexión se desdobla en dos niveles: uno natural-ontológico y otro religioso y ético. Acentúa la creación de todo «en el tiempo» y «de la nada»; la soberanía y libertad del Creador; la participación de todas las criaturas en la perfección de Dios y la degradación de lo creado después del pecado del primer hombre.

Aunque el Pseudo-Dionisio, por influjo neoplatónico, parece defender el concepto de creación como emanación de Dios, mantiene, sin embargo, el protagonismo de la Trinidad en la obra creadora, y el papel central de Jesucristo en la misma.

En la preescolástica, Anselmo defenderá la idea de un creador como «ser existente necesario» (sumo Bien, sumo Ser) y, en relación al cual, todo lo demás existente es contingente y relativo. Hugo de San Víctor destacará la creación como obra de la Trinidad, y contemplará la obra de salvación trinitaria, dividida en seis épocas, culminando en la encarnación del Verbo.

Abelardo representa una doctrina optimista: la creación es óptima y este es el mejor de los posibles mundos creados. Dios hace siempre lo mejor y no puede hacer otra cosa sino lo que realmente sucede; y en este sentido, Dios no puede ni debe impedir el mal, porque de otra manera se impediría en esta creación, la mejor posible, el bien mayor.

Importancia destacada merece el IV concilio de Letrán (DS 800), saliendo al paso de las herejías cátaras y albigenses, en el que se define la unidad del principio creador, pese a la diversidad de personas divinas que intervienen; la creación de la nada frente a la concepción de una materia preexistente; la temporalidad o principio del acto creador; la creación de todo lo existente: seres espirituales y materiales, y el origen de un mal causado por un acto moral, y no por algo de orden ontológico (materia o entidad mala). Después de este concilio, el magisterio no volverá a tratar ampliamente el tema hasta el Vaticano I.

San Buenaventura trata de unir los tres momentos clave de la historia de la salvación: creación-encarnación-redención. Todo ha salido de Dios y, en Cristo, volverá a él. Alberto Magno contempla al Creador como el «primer motor» de todo movimiento creado, cuya fuerza también conduce a todas las criaturas a su fin último, que es Dios mismo.

La doctrina tomista18, en rica síntesis del agustinismo y del aristotelismo, señala a Dios como causa ejemplar, eficiente y final de la creación; se insiste en la libertad de Dios al crear, y en la «propia bondad» de Dios y la felicidad del hombre como fin de la creación; se señala que la creación puede ser conocida por la razón, pero no por la «sola razón»: no podremos saber si el mundo ha existido desde siempre. Podemos conocer a Dios a través de las criaturas y la contemplación de lo creado. Para santo Tomás, en clave cristiano-aristotélica, el creado es ens a se, acto puro, motor inmóvil, ser necesario; la criatura es ens ab alio, potencia, ser contingente.

El nominalismo posterior (Duns Escoto) separará al Creador del mundo creado y acentuará la lejanía de ese mismo Dios. Un fuerte movimiento místico posterior (Eckart) recobrará el movimiento dialéctico en cuanto se señala la diferencia de las criaturas con relación al Creador, pero al mismo tiempo su total dependencia y su íntima vinculación a él. En este mishío sentido, Nicolás de Cusa refuerza la idea agustiniana y tomista de la participación de las criaturas en Dios.

La reforma protestante recupera la dimensión bíblica de la creación, en cuanto a la grandeza de Dios y la contingencia de la criatura, y la acentuación del cristocentrismo; pero cae en un cierto pesimismo de lo creado, particularmente como consecuencia del pecado, y en un voluntarismo o concepto negativo de la predestinación.

Suárez desarrolla el concepto de creación desde un protagonismo de la razón humana: la razón puede llegar al concepto de creación de la nada; de lo contrario se debe admitir, absurdamente, la preexistencia de algún tipo de materialidad junto a Dios creador.

En la época postridentina nace el tratado de De Deo creante et elevante, centrado en la definición dogmática, sin diálogo con la cultura de su tiempo, que comenzaba a caminar, en lo referente a nuestro tema, por derroteros idealistas (culminando en el panteísmo idealista de Hegel) y materialistas (culminando en el panteísmo materialista de Feuerbach y Marx). Al mismo tiempo se desarrolla el tratado de «teología natural», que sí desea dialogar con la ciencia de su tiempo, con un talante apologético contra la actitud escéptica, meramente teísta o atea, de su tiempo.

El Vaticano 1 sale al paso de las teorías concordistas y semirracionalistas de Hermes y Gunter, recordando que Dios es el creador de todo, y sale también al paso de toda forma de panteísmo, matizando que Dios es real y esencialmente distinto del mundo (DS 3002). El fin de la creación es manifestar la perfección de Dios a través de los bienes impartidos a las criaturas: Dios crea para su gloria (DS 3025). Dios fue totalmente libre al crear (DS 3025). Se puede llegar a conocer la obra creadora a través de la razón (no de la sola razón), mediante la contemplación de esa misma obra creada (DS 3003).

Entre los dos grandes concilios Vaticanos, se suscita la polémica sobre el origen del hombre y la compatibilidad o no del concepto de creación cristiana con las teorías evolucionista y poligenista. La polémica, a nivel teológico, se resuelve apelando a no renunciar al principio de creación para todo lo existente, y a una intervención personal de Dios en cada persona humana que viene a este mundo.

El Vaticano II, rescatando la doctrina de la creación de una óptica meramente filosófica, psicologista o científica, refuerza la dimensión histórico-salvífica y cristocéntrica19 (teológica) de la creación, al afirmar que la función cósmica de Cristo no se circunscribe sólo al momento inicial de la creación, sino que continúa en el dinamismo de la historia hasta la consumación final o escatológica (GS 38). Por eso, el destino final de la primera creación era la nueva creación: la naturaleza estaba llamada a desembocar en la gracia (GS 39). Reconoce a lo creado una «relativa autonomía o secularidad» (GS 36), y subraya la dimensión de la persona humana como creativa y cooperadora con la obra de creación del Dios trino (GS 34).

En el Catecismo de la Iglesia católica se presenta a Dios como creador (279-281); se subraya la importancia de la creación dentro de la obra de salvación querida por Dios (282-287) y cómo la creación estaba encaminada a la alianza y, en último término, a Cristo (288-289). Otros puntos doctrinales destacados son: la afirmación de la creación como obra de toda la Trinidad (290-292), la finalidad del mundo para la gloria de Dios (293-294), la creación de la nada (296-298), la creación de un mundo bueno y ordenado (299) y la trascendencia de Dios en relación a su obra; al mismo tiempo se destaca la providencia y cuidado de Dios respecto a su misma obra creacional (300-308). Finalmente, Dios ha creado también a los seres angélicos (325-349) y a la persona humana a su imagen y semejanza (355-370), y él, el Creador, no es el autor ni el responsable del mal (309-314; 385-412).

3. RECAPITULACIÓN O SÍNTESIS. Llegados a este punto, no se puede ocultar la dificultad de hacer una síntesis de los datos bíblicos, de la tradición y de los dogmáticos en torno al misterio de la creación. Los principios básicos que se han repetido, a lo largo de la tradición y del magisterio, hacen referencia principalmente a la distinción Creador-criatura; creación en el tiempo; libertad de Dios en la creación y en el fin asignado a esta; bondad de todo lo creado; creación de la nada; creación continuada, en cuanto el Creador es providente y padre; creación como obra de la Trinidad; puesto relevante de la persona humana en la creación; creación, finalmente, que en Cristo encuentra su sentido definitivo y en él será llevada a su culminación. Así ora bellamente la Iglesia en la plegaria eucarística I: «Por Cristo, Señor nuestro. Por él sigues creando todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros».

Pero el misterio de la creación no se agota en su visión clásica. Desde la óptica teológica contemporánea, se tienen que seguir desarrollando y profundizando aún más algunos retos nuevos, que inciden principalmente en los planteamientos propiamente catequéticos y pastorales: contemplar la creación en perspectiva bíblica, histórica, cristocéntrica y trinitaria20; la concepción unitaria de la persona humana en la riqueza de sus dimensiones21; el misterio del mal en todos sus aspectos22; el sentido cristiano de la ecología cósmica y moral23; el sentido del trabajo creativo de la persona y de la liberación integral24; la realidad de los ángeles y los demonios25; la posibilidad de vida en otros planetas26; y, finalmente, el reto que supone la nueva gnosis (New age) que, al no creer en un Dios personal y monoteísta, concibe el cosmos como eterno y divino27. Todo un reto y una provocación.


II. Claves catequéticas

A la hora de desarrollar el tema catequético sobre Dios creador y su creación, debemos caminar en direcciones referidas al mensaje revelado. A saber: 1) la realidad revelada en su originalidad y en lo que afecta a la vida cristiana; 2) las tareas propias de toda catequesis en el tema de Dios creador y la creación; 3) algunas orientaciones de la pedagogía de Dios en función de esta catequesis, y, finalmente, 4) 'el desarrollo de esta realidad revelada en función de las edades, tema que, por su amplitud, trataremos en el apartado III.

1. ORIGINALIDAD REVELADA E IMPLICACIONES EN LA VIDA CRISTIANA. Como se ha podido comprobar en los contenidos teológicos, el hecho de la creación no es un dato más, irrelevante, y añadido a la revelación misma. Difícilmente se entenderá la novedad de la religión revelada judeocristiana, sin el dato específico de la creación. Más aún, difícilmente, sin la creación, se comprenderá la imagen misma de Dios, el sentido del hombre y del cosmos.

No es de extrañar que el Catecismo de la Iglesia católica subraye la importancia que encierra el tema de la creación a la hora de responder a preguntas tan básicas como: ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Cuál es nuestro origen? ¿Cuál es nuestro fin? Porque las dos cuestiones, la del principio y la del fin, están íntimamente unidas (CCE 282). ¿Cómo afecta, en resumen, la doctrina y realidad de la creación a los misterios existenciales y cristianos?

a) Sin el dato creacional no se puede llegar a captar la verdadera imagen de Dios mismo: desde la creación, Dios se nos revela como Ser personal y trinitario, trascendente y diferente a todo lo creado, aunque envolviendo y dándole sentido a todo. Presente en la creación y, al mismo tiempo, trascendiéndola. Un Dios lleno de amor y ternura gratuitas. Un Dios de la historia de la salvación.

La creación ha sido obra de la Trinidad y el mundo ha sido creado para la gloria de Dios. Todo ha sido creado «con sabiduría y amor» (Plegaria eucarística IV).

b) Sin el dato creacional no se puede entender la verdadera imagen y sentido del mundo: las ciencias solas no pueden explicar todos los enigmas del mundo en que vivimos. Es necesaria una lectura simbólico-religiosa y, sobre todo, revelada y cristiana. A la luz de la creación, descubrimos que el mundo no es eterno ni un inevitable retorno cíclico, sino creatura de Dios.

Dios creó el mundo de la nada y está llamado a consumarse y alcanzar su plenitud. El mundo está orientado hacia una meta concreta: la cristificación, es decir, a alcanzar la plenitud de su unidad bajo la influencia de Cristo, su cabeza (Ef 1,10). Un mundo creado que debe «perfeccionarse», en la historia, según el plan de Dios. Por eso, el hombre mismo, y su mundo, son una mezcla de «dado» y de «proyecto por hacerse». «Nunca hay nada logrado para el hombre» (V. Ayel).

c) Sin el dato creacional no puede entenderse la verdadera identidad y sentido del hombre, de la humanidad, y de su puesto en el cosmos: Dios creador ha hecho al hombre como su administrador y su lugarteniente. El hombre es persona, imagen y semejanza de las Personas divinas; rico en dimensiones plurales; creado para recrear la creación; responsable ante su Señor de todos sus proyectos históricos, personales y comunitarios. El hombre es libertad creadora y, al mismo tiempo, ámbito de riesgo y conflictividad permanentes.

d) Sin el tema de la creación no puede entenderse el porqué de la misión del hombre en el mundo: el mundo es para el hombre; él tiene la responsabilidad de mejorarlo. Es cierto que el Creador ha hecho al hombre recreados, pero este puede huir de su cometido, renunciar a su responsabilidad o, lo que es peor, destruir lo creado. Es preciso insistir en la dimensión de la responsabilidad personal y comunitaria y en el sentido de la providencia como sinergia o unión de fuerzas conjuntas, desde diversos planos, entre Dios creador y su criatura, en la dinamicidad de la historia. Lo dice el himno litúrgico: «Y estáis de cuerpo entero los dos así creando, los dos así velando por las cosas».

e) Sin el tema de la creación no podemos comprender el sentido de la historia misma de salvación: creación y alianza están estrechamente unidas, dándose sentido, lo mismo que alianza y nueva creación en Cristo. La creación es el primer paso hacia la alianza. Y la alianza, un paso más hacia la definitiva y nueva alianza. Protología, cristología y escatología se unen en inseparable bloque revelado. En los enunciados doctrinales y catequéticos anteriores se encierra la profunda originalidad de la creación, afectando a lo sustancial de la revelación misma.

2. TAREAS DE LA CATEQUESIS SOBRE LA CREACIÓN. a) Conocer el misterio de la creación. Sin repetir lo expuesto en la parte propiamente teológica, desde el punto de vista catequético-doctrinal, debiéramos insistir en los siguientes puntos cruciales sobre Dios creador y su creación, tomando como referencia el Catecismo de la Iglesia católica (CCE 282-324): 1) La creación es un comienzo que está orientado a la plenitud. Es el primer acto histórico de la revelación de Dios y de la misma historia de salvación. 2) Dios hizo la creación por pura gratuidad y en total libertad. La creación es obra de toda la Trinidad. El sentido profundo de la creación es la gloria de Dios. Dios crea todo «con sabiduría y amor» y «de la nada». 3) La creación remite a un orden y una bondad inherentes. El misterio del mal es obra del maligno y de la criatura que abusa de su libertad y bondad originarias. 4) La creación no fue sólo algo puntual. Dios sigue creando y manteniendo lo creado con su providencia amorosa, y todo lo creado goza de una relativa autonomía con relación a su Creador. 5) La persona humana, llamada a su plenitud en Jesucristo, es el centro y la corona de todo lo creado. Siendo Dios la garantía y fundamento de su dignidad radical, el hombre es el responsable principal de que la creación cumpla el plan asignado por el Creador y llegue a la plenitud que el Dios Trinidad le tiene reservada. 6) Aun siendo la creación —el acto de crear– un misterio revelado, el hombre, con su inteligencia, puede llegar a descubrir y admirar el efecto de la creación: el cosmos, la naturaleza, la humanidad. Ciencia y fe no son incompatibles.

b) Aprender a orar y celebrar la fe. Debemos educar para contemplar y admirar lo creado, desarrollando en la persona la dimensión estética y de belleza y, en consecuencia, el sentimiento religioso que provocan la hermosura, la grandeza y el misterio de lo contemplado.

En este mismo sentido, deberíamos educar para alabar al Creador y manifestarle nuestro agradecimiento por habernos regalado, con amor paterno, la gran casa o templo que es la creación misma: «Bendice, alma mía, al Señor. ¡Dios mío, qué grande eres!... Despliegas los cielos lo mismo que una tienda... Afincaste la tierra sobre sus cimientos... La cubriste del océano como de un vestido» (Sal 104, 1-6). «Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor... El hizo los cielos con sabiduría... El afirmó la tierra sobre las aguas...» (Sal 136,1-9; cf Salmos 8, 33, 148).

Cuando se educa en clave de contemplación, de revalorización del misterio y de alabanza y acción de gracias, estamos sensibilizando, al mismo tiempo, para descubrir y vivir la celebración litúrgica y el culto. Todo, entonces, se puede convertir en sacramento y mediación simbólica: el agua, el pan, el vino, el aceite, el camino, el firmamento, la luz..., que son elementos para la celebración, etc. Y todo se descubre con sentido armónico: el universo es mundo ordenado o cosmos creado, no un conjunto de elementos del azar o la casualidad.

c) Ejercitar las actitudes morales evangélicas. Ya hemos subrayado más arriba cómo la creación es, al mismo tiempo, don y tarea. Dios nos ha regalado lo creado, pero nos pide que perfeccionemos su obra. El mundo no es tarea concluida. Ese perfeccionamiento del mundo pide un respeto y un talante constructivo. No tiene sentido el abuso de las criaturas de Dios. Hoy hablamos, con razón, de un discernimiento y obrar ecológicos. Las criaturas, aunque no son divinas, reflejan la belleza y grandeza del Creador. El mundo es nuestra casa (oikía, de donde viene ecología) y tenemos el deber ético de conservarla y de mejorarla. Pero, de modo especial, hemos de desarrollar esa ecología moral referente a nuestra tierra, que se traduce en términos de justicia: la tierra, y todo lo creado, es de todos; no es de unos pocos. Los latifundios, esas grandes propiedades de tierra sin cultivar, mientras millones de personas mueren materialmente de hambre, son una grave ofensa al Creador y a sus planes para con todos los hombres.

d) Iniciar a la acción apostólica y misionera. La práctica de estas actitudes morales será el mejor camino para despertar o iniciar a la acción apostólica y misionera. La credibilidad y autenticidad de la fe del creyente en Jesucristo pasan por tener las mismas actitudes de Jesús hacia lo creado y hacia la humanidad. En resumen, se debe unir lo ecológico-natural con lo ecológico-moral, el respeto y transformación positiva de lo creado y de la humanidad misma.

e) Iniciar a la vida comunitaria. (Esta tarea ha sido explicitada en el DGC 86). El pensamiento y la ciencia contemporánea han redescubierto la clave de fusión de todo lo creado: todo está en todo; y todo parte del todo. Se denomina visión holística de la realidad. Cada elemento creado no forma en sí mismo algo cerrado; unas cosas remiten a otras y las inferiores a las superiores o más perfectas. Se habla de ecosistemas, de impacto ambiental, de repercusiones universales de unos efectos en otros, etc. El Creador ha dispuesto que todo lo creado sea una interconexión profunda para  crecer, subsistir y formar una armonía.

Lo que vemos reflejado en la naturaleza se repite en la humanidad: estamos hechos los unos para los otros (sinergismos). «Dios no creó al hombre solo: desde el principio los creó hombre y mujer (Gén 1,27). Esta asociación constituye la primera forma de comunión entre personas. Pues el hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás» (GS 12). Todos somos responsables de todos. No podemos escapar a la pregunta que Dios mismo hizo a Caín en el libro del Génesis: «¿Dónde está tu hermano?». El Vaticano II nos recordó que esta unidad o comunitariedad querida por Dios puede romperse por el abuso de la libertad o la creación de estructuras de pecado (cf GS 13).

A la luz del Nuevo Testamento (Rom 12,9-21; 1Cor 13,1-13; Gál 5,13-25; 6,1-10), descubrimos con mayor claridad y profundidad este mismo sentido comunitario o social: Dios nos ha querido salvar como pueblo; somos hijos de un mismo Padre; todos somos «hermanos e hijos en el Hijo»; el reino es don y tarea comunitaria para toda la humanidad, pero especialmente para los convocados como Iglesia. Estas claves catequéticas, relacionadas con las tareas de toda catequesis, sirven de brújula a la hora de desarrollar el proceso catequético según las diversas edades evolutivas.

3. ALGUNAS ORIENTACIONES INSPIRADAS EN LA PEDAGOGÍA DE DIOS. «La catequesis, en cuanto comunicación de la revelación divina, se inspira radicalmente en la pedagogía de Dios tal y como se realiza en Cristo y en la Iglesia; toma de ella sus líneas constitutivas y, bajo la guía del Espíritu Santo, desarrolla una sabia síntesis de esa misma pedagogía, favoreciendo así una verdadera experiencia de fe y un encuentro filial con Dios» (DGC 143)28.

Con relación a la catequesis sobre Dios creador y sobre su creación, los catequistas deberán tener presentes, al menos, tres orientaciones de la pedagogía divina:

a) La pedagogía divina como «pedagogía de los signos» o como paso de lo visible a lo invisible (misterio). Dios suscita en los hombres actitudes de búsqueda, se va dando a conocer poco a poco. Según las edades, las mentalidades y los contextos, el catequizando será llevado a descubrir cómo el Creador ha dejado su huella profunda y, a la vez, visible en su obra creada. Los hombres de culturas y religiones diversas, desde siempre, han sabido descubrir los signos del Creador en su obra. Ciertamente, sólo las religiones reveladas (judaísmo, cristianismo, islamismo), y de ellas, sólo el cristianismo en plenitud, han llegado a descubrir el sentido de la creación: es un regalo de Dios para los hombres y además, según el cristianismo, un regalo de la Trinidad a la segunda persona: el Hijo.

b) La pedagogía divina como «condescendencia de Dios». Dios acompaña al hombre y a su pueblo en el descubrimiento de lo revelado. La creación es sólo el primer momento de una gran historia: la historia de salvación. Dios se va revelando por etapas. La creación es la primera de esas maravillosas páginas. Es como si Dios, para que la criatura humana pudiera asimilarlo mejor, quisiera desvelarse y manifestarse en su misterio y grandeza de forma progresiva.

Esta forma de ser de Dios y de su pedagogía nos habla de una doble labor para los catequistas: 1) el continuo y necesario esfuerzo de adaptación y búsqueda de lenguajes apropiados y adecuados a las distintas condiciones del oyente (cf DGC 146); 2) todo ello, desde unos medios y unas actitudes aprendidas del Dios de la revelación29: a través de los libros de texto en que se expresa lo divino, y que son los acontecimientos de cada día y las obras mismas de la creación; sin prisas, sabiendo ejercer la humildad, el humor, el amor y la paciencia; con capacidad de escucha, admiración y sorpresa; con respeto hacia todo lo natural y viviente, pero sobre todo hacia lo humano. La sensibilidad de los profetas les llevó a aprender a releer, desde la presencia misteriosa de Dios y su plan de salvación, todo lo que es cotidiano y aparentemente natural y normal. Como catequistas, aprendemos a ser, en lenguaje de Pablo VI, «expertos en humanidad», para saber después leer sus realidades con sensibilidad bíblica. La viña, por ejemplo, es símbolo del pueblo y de la fecundidad; el jardín, lo es de felicidad y abundancia; el monte es símbolo de la presencia de Dios y de lugar sagrado; el fuego, de purificación y manifestación de Dios; el agua simboliza limpieza y el nuevo nacimiento; el vino, evoca la alegria y el compartir, etc. A veces, esta sensibilidad simbólica muere por exceso de conocimiento racional y de sus especializaciones, y el conocimiento, cualquier conocimiento, se desvirtúa por el abuso de la información (Elliot). Aquí, de nuevo, debemos subrayar lo apuntado en el punto b) del apartado 2: orar y celebrar lo creado, alabando al Dios de la creación y expresando festivamente la belleza y la utilidad de sus obras.

c) Pedagogía en clave transformadora y de acción. Dios va educando a su pueblo desde la historia, desde la acción. En la historia de la salvación, las palabras y los hechos van unidos y ambos son revelación. Desde esta pedagogía divina pudiéramos afirmar que toda catequesis parte de la vida, para volver a la vida, transformándola.

Esto sucede también, y sobre todo, en la catequesis de Dios creador y su creación. A la hora de valorar los contenidos y pedagogía utilizados, el test de autenticidad deberá caminar por estas líneas maestras30: la catequesis ofrece una imagen correcta del Dios creador y revelador si evita el dualismo Dios-mundo; si es realista el análisis de la realidad cósmica y humana; si aparece claro el poder del Creador depositado en la criatura humana como capacidad de construir –o de destruir– según su libertad personal; si se explicitan las tareas pendientes de la creación para mejorarla, en el orden personal, comunitario y cósmico.

La gran lección de Dios como creador es la implicación de él mismo en su obra: desde la primera creación a la nueva creación en Jesucristo, pasando por la elección y acompañamiento de su pueblo.


III. Desarrollo en función de las edades

El misterio de Dios creador y de la creación ha de estar presente a lo largo de todo el proceso catequético de los creyentes, pero debe matizarse en sus objetivos, contenidos y metodología, según los intereses profundos de cada una de las edades y del contexto sociocultural de los participantes. Siguiendo el DGC 171 («es pedagógicamente eficaz hacer referencia a la catequesis de adultos y, a su luz, orientar la catequesis de las otras etapas de la vida»), comenzamos por la edad adulta.

1. EN LA ETAPA ADULTA (30-65 AÑOS). En lo referente a la maduración psicológica, esta etapa, globalmente, asume con mayor profundidad las responsabilidades tomadas, y suele cuidar activamente del bien de los más cercanos y de la mejora del mundo en que vive. Este ambiente responsable suele provocar las grandes cuestiones del sentido de la vida. En cuanto a la maduración cristiana, el período entre los 30 y los 49 años es hoy tiempo de ausencia de la práctica religiosa por un cierto sentido de autosuficiencia. Muchos no rechazan la fe, pero impiden que influya en sus decisiones personales; de aquí que vivan en la indiferencia religiosa. Las personas del período entre los 50 y los 65 años, educadas en otra época, tienden a experimentar las grandes preguntas del sentido de la existencia en un cierto resurgir religioso, y suelen recuperar la práctica religiosa y hasta su participación activa en la pastoral. Sobre todo la mujer.

Las pistas metodológicas para la catequesis de Dios creador y la oración son:

a) Una gran parte de las personas del período 30-49 años –casi todas bautizadas– o no fueron debidamente catequizadas, al menos de jóvenes, o se alejaron de la Iglesia. Ahora se necesita una nueva evangelización para adherirse a la persona de Cristo poniendo su confianza —su fe— en él (cf DGC 172 y 62). Es decir, necesitan una catequesis kerigmática o precatequesis (de llamada a la conversión a Cristo) (cf DGC 58c), pues se les puede considerar como cuasi-catecúmenos (DGC 172). Su indiferencia religiosa a veces es conmovida por algún acontecimiento especial (cierto interés por bautizar a un hijo, o su preparación para la primera eucaristía; el impacto por la muerte de algún ser muy querido...) y se ponen en actitud de búsqueda religiosa. Esta catequesis kerigmática puede llevar a buen puerto esa búsqueda de Dios. Esta catequesis tratará de sintonizar con la experiencia humano-religiosa de esta búsqueda de Dios, pero su contenido (kerigma) no será directamente la persona de Jesús; anunciará la existencia del Dios vivo, que ha creado el mundo (cf He 14,15) y a los hombres, que habla con estos (revelación), que actúa en su historia... Sólo si se acoge a este Dios creador del mundo —en general— será posible la conversión cristiana a su enviado Jesucristo y su proyecto salvador. Importa más dirigir la atención de los interesados al Dios de la creación que a la creación de Dios. Para favorecer la credibilidad de la fe en Dios creador, se podrá salir respetuosamente al paso de las dificultades sobre el mal, con algunas de las reflexiones que se proponen más abajo.

La catequesis sobre Dios creador suele ser más fácil con las personas de 50 a 65 años. El sentido religioso de su vida es más habitual y suele evocar las grandes preguntas sobre el origen y el fin de la vida, y el sentido mismo de la vida terrena, no como problemas abstractos o teóricos que les atormenten, sino para obtener respuestas más cristianamente adultas y realistas, que unan doctrina y vida. Pero antes de pasar a la catequesis de adultos propiamente dicha, se dedicarán algunas sesiones a la catequesis kerigmática o precatequesis, para asegurar la conversión religiosa al Dios vivo, creador de todo y Padre de Jesús, el Cristo salvador.

b) Es propio para esta edad —segunda pista catequética— descubrir con mayor lucidez la oración como fuente de gracia para cumplir los deberes éticos. Cada persona asume la responsabilidad de realizar el mandato de ser y de vivir como imagen de Dios, pero con la ayuda que el Espíritu concede y cada persona recaba en mayor abundancia con la oración personal y comunitaria. Estas responsabilidades éticas se resumen en vivir en comunión con el cosmos y, en concreto, con nuestra Tierra, respetándola y desarrollándola; con las personas, en particular, en la relación hombre-mujer, para afianzarla, y con Dios mismo, para alabarlo y darle gracias, como fuente de toda realidad amorosamente creada.

c) Una tercera pista: el mensaje de la creación se ha de ofrecer en esta edad en su integridad intensiva (cf DGC 111), es decir, completo, pero sencillo o sustancial, pues con frecuencia se trata de personas con pocos estudios académicos y religiosos. Cuando hay personas más cultivadas, el mensaje de la creación podrá exponerse progresivamente en su integridad extensiva. En concreto, en la medida de lo posible, convendrá presentarlo, en primer término, en una línea ascendente, a partir de los datos más palpables de la ciencia y de la Sagrada Escritura y, en segundo término, en una línea descendente, a partir de alguna reflexión teológica, con un mayor grado de abstracción, que complete el mensaje. Es decir: 1) Habrá que comenzar por datos concretos que ofrecen las ciencias de la naturaleza, en concreto la astrofísica y las teorías de la génesis del universo: de las galaxias, del sistema solar, de la vida, del propio hombre. 2) Vendrán luego las preguntas que nacen de esas realidades admirables, pero llenas de misterio: ¿de dónde viene el cosmos? ¿De dónde surge la vida? El universo y la tierra, ¿qué significan para nosotros? ¿Hacia dónde caminamos? La ciencia no ofrece respuestas respecto al sentido último de las cosas y de las personas. 3) Cabe acudir a filosofías abiertas a la trascendencia, abundando en pensamientos asequibles. Pero es el sentido religioso, en concreto la fe cristiana, la que responde a estas preguntas insoslayables, y lo hace a la luz de la historia de la salvación narrada en la Biblia: el Israel creyente descubre a Dios como creador a través de su experiencia de Dios como salvador; llega a la fe en Dios creador y Señor de la naturaleza (cosmos), después de reconocerlo como origen y Señor de su historia: quien salva al pueblo por amor es el que crea el universo por amor (Gén lss). Y lo descubre como creador desde el «caos, el vacío, las tinieblas», es decir, «de la nada» (2Mac 7,28-29). 4) Dios crea la tierra para el ser humano y se la da como regalo (Gén 1,29), pero también como tarea en la que colaborar para perfeccionarla (Gén 1,28), y, además, como objeto de alabanza y acción de gracias al Creador (Sal 41,1ss.; 94,1-7; 103,1ss; 135,1-9; 148 y 150). 5) En este mundo, proyectado por Dios como bueno e íntimamente ligado al hombre, irrumpe el pecado de este y con él el desequilibrio y la destrucción del proyecto divino. Pero el Creador, por iniciativa libre de su amor, reajusta su proyecto y recrea al hombre «en Cristo», su Hijo encarnado, muerto y resucitado, y renueva toda la creación. La «nueva creación», para «los hombres nuevos», quedará inaugurada con la resurrección de Jesús, el Hombre nuevo. Para la Escritura y la Tradición cristiana, Cristo está hoy en el corazón del mundo (Ef 1,21-22; Col 1,20) para reunir y reconciliar todas las cosas; y su presencia regeneradora alcanza, llega, hasta el principio de las cosas (Ap 1,8-17 y Col 1,16-17). 6) Pero la creación y la recreación en Cristo –es decir, el misterio total de la creación– tiene su origen no sólo en el Padre y en Cristo: es obra de toda la Trinidad. Esta dimensión trinitaria completaría, en línea ascendente, el misterio de la creación31. En esta línea se da preferencia a la narrativa (narratio), que es tan propia de la catequesis patrística.

Sería luminoso –como última orientación pedagógica y en la medida de lo posible– relacionar el mensaje de la creación con el mensaje final de la historia, en que la creación llegará a su plenitud o consumación final. Dios crea el mundo y, en él, las personas humanas, «con sabiduría y amor». Bajo el dominio del pecado, las personas se degradan y la creación está sometida a la frustración (Gén 3,17-19; Rom 8,20); la creación gime con el hombre y, desde sus entrañas, anhela ser liberada juntamente con el ser humano (cf Rom 8,19-23). El Mesías resucitado inaugura la «nueva creación», cuyo centro es él, transido del Espíritu «dador de vida», que transforma los corazones, siembra el mundo de fraternidad y lo hace más habitable para toda persona. Ya se ven las señales del Reino entre nosotros y renace en todos el compromiso transformador para el presente y la esperanza para el futuro: los que creen en el Señor Jesús y practican el amor fraterno seguirán viviendo resucitados en la familia de Dios trinitario, y el mundo quedará transformado; la felicidad tan anhelada por la humanidad será colmada en «el cielo nuevo y en la nueva tierra» (Ap 21,1) de Dios, «donde habita la justicia y donde la alegría saciará las ansias de paz que brotan del corazón humano» (GS 39). ¡Nadie imaginamos «lo que Dios tiene preparado para los que lo aman» (1Cor 2,9)32.

2. EN LA ETAPA DE LA INFANCIA (0-5 AÑOS) Y DE LA NIÑEZ (6-11 AÑOS). a) La maduración humana y religiosa de los niños pequeños (0-5 años) está muy condicionada por la familia. La identidad de estos niños como personas y como creyentes está muy influenciada por la calidad humana y cristiana del clima familiar. Hay padres religiosamente despreocupados de la educación religiosa de sus hijos, pero hay otros dispuestos a prepararse para comunicarles su experiencia de fe. La tarea educativa fundamental de la familia cristiana en estos años es promover el despertar religioso de sus hijos, la primera experiencia cristiana de Dios como Padre y de Jesús, como amigo y hermano (DGC 226). Este despertar religioso se suscita fundamentalmente por el testimonio vivo de los padres, y en especial de la madre, mediante la expresión de sentimientos de admiración y manifestaciones espontáneas de piedad y de fe.

Una catequesis familiar sobre Dios creador y las cosas de la naturaleza, ¿podrá suscitar este despertar religioso? Podrá ayudar mucho. Los ojos abiertos de un niño, su concentración intensiva y sucesiva en algunas cosas y sus gestos y palabras breves para que su madre u otros miren lo que él ve entusiasmado, son signo de su capacidad de contemplación y de admiración ante la belleza de unas flores, una planta, una piedra, un árbol con hojas y frutos..., ante el sol poniéndose o saliendo, la luna, las estrellas..., ante un perro, un gato, una mariposa... Para el niño estas realidades son signo de algo que está en ellas pero que las desborda; en concreto, son un signo de Dios cariñosamente presente en esas realidades y más allá de ellas. La madre, especialmente, ayudará al niño a discernir, como por intuición, la presencia misteriosa de Dios mediante estas realidades visibles y bellas.

Tres pasos se precisan para que el niño descubra, en una fe muy incipiente pero real, a Dios presente en la creación: 1) favorecer la contemplación de estas realidades-signo y acompañarle en esa contemplación; 2) expresar delicadamente ante el niño sentimientos de admiración y... preguntar: «¿quién habrá hecho todo esto?»; 3) dar nombre al Autor de forma cariñosa: «¡Es Dios. Esto lo ha hecho para ti... porque te quiere mucho... Es tu papá del Cielo...! ¡Dios mío, qué grande eres!». En otros momentos se puede sugerir el respeto y el cuidado que hay que tener con las cosas que Dios nos ha dado en la naturaleza, que él ha creado para nosotros33. Este es un camino seguro para el despertar religioso infantil.

b) La catequesis de la creación en el período de 6-11 años. El niño, a medida que crece y es más consciente del mundo en que vive, se pregunta cada vez más interesadamente por las maravillas que lo envuelven.

En la primera niñez adulta (6-9 años) no sólo se interesa por quién ha hecho estas cosas hermosas, sino también cómo es ese Dios. Conviene seguir recorriendo los tres momentos metodológicos, con alguna variante: 1) conducir al niño de lo contemplado al Creador, en actitud de oración agradecida; 2) ayudarle a ver que lo creado nos lleva a descubrir las cualidades –los atributos– de Dios mismo; 3) seguir comunicándose con él –orando– según el atributo descubierto: grandeza, poder, bondad, belleza, comprensión... a la luz del evangelio.

En la segunda niñez adulta (10-11 años) el niño es menos contemplativo y más activo; tiene gran deseo de saber y de hacer cosas. En lo religioso, el niño (varón) acepta que Dios tiene los atributos indicados, pero su relación afectiva con él disminuye; para él es el Señor del universo. La niña, en cambio, sigue con su buena relación afectiva con Dios, viendo en él al Dios creador y padre.

Es importante, en toda la niñez adulta, suscitar los valores morales del respeto hacia las cosas de la naturaleza y de la responsabilidad de cuidarlas como creadas por Dios para todos. Así los niños comprenderán que las exigencias de la ecología, en vez de ser ajenas a las preocupaciones cristianas, nacen precisamente como consecuencia del mensaje cristiano de la creación. Asimismo convendrá explicar correctamente el sentido de la providencia de Dios, como expresión de que Dios no se desentiende del mundo creado, sino que lo sigue conservando y cuidando amorosamente. Una forma amorosa de la providencia que Dios practica habitualmente es la de cuidar de las cosas creadas y de nosotros por medio de nosotros mismos, como corresponsables con él de la creación. Cuando nos preocupamos de la naturaleza o de las personas, hacemos más palpable la providencia paternal de Dios, lo hacemos más presente a él mismo entre nosotros como creador y padre.

3. EN LA ETAPA DE LA ADOLESCENCIA (12-18 AÑOS). a) El período de la primera adolescencia (12-14 años), la preadolescencia. Si en este período interesa hablar también de la providencia, es más necesario abordarla desde las dificultades que emergen contra ella: la desarmonía visible y la presencia de los sufrimientos en el mundo, abordando el sentido profundo del mal, sin caer en dualismos y sin culpar de él al Creador. He aquí algunas pistas para lograr este objetivo.

Es una creación «inacabada», necesitada de perfección. Dios la ha puesto en nuestras manos y es responsabilidad nuestra mejorarla. Con frecuencia no somos conscientes de nuestros errores y pecados de omisión que deterioran la naturaleza y a las personas: vivimos demasiado desentendidos de la responsabilidad que tenemos en lo que acontece en la naturaleza y con las personas. Otras muchas veces actuamos egocéntricamente, destruyendo las cosas creadas y tratando mal a las personas. Son faltas éticas y pecaminosas. Es el mal moral. Todo este mal moral —irresponsabilidades— de cada persona va tejiendo una red de males, que se denomina mal estructural o estructuras de pecado, que, como verdaderos entramados de males y de incitación a obrar mal, presionan y tientan a las personas a continuar la espiral del mal. Son tantas las formas del mal acumuladas en la historia de la humanidad, que nos remiten también al misterio del Maligno (lJn 2,12-14), del diablo «padre de la mentira» (Jn 8,44), del «seductor» (Ap 20,8). Existen también otras acciones de la naturaleza, en sí destructivas y perjudiciales (el mal físico: terremotos, ciclones, enfermedades...), propias de un mundo en evolución. Pero Dios nos ha dado la inteligencia, el corazón y la voluntad para que esos males físicos desencadenen las fuerzas positivas de la prevención y la solidaridad.

En todo caso, el mal, globalmente considerado, seguirá siendo un misterio. Después de luchar contra él todo cuanto podamos con la ayuda de Dios, creador y padre, al fin habremos de poner nuestra confianza en él, como Padre común, y fiarnos de que «todo se transforma en bien para quienes le amamos» (CCE 323-324) y aun para todos. Dios se revela en el fracaso; también este –quién lo diría–es lugar de revelación del Dios de Jesús.

b) En el período de la adolescencia (15-18 años). Teniendo como trasfondo los rasgos humanos y religiosos de los adolescentes, expuestos en otros lugares de esta obra, muchos se encuentran humanamente desencantados e insatisfechos ante el futuro laboral, y religiosamente alejados de la Iglesia y con una fe llena de interrogantes. Buscan el sentido de su vida y un ser trascendente que los consuele y dé confianza. Paradójicamente, bastantes sienten la inquietud de la solidaridad y se abren a una cierta experiencia religiosa existencial, es decir, no institucional.

En estas coordenadas, Dios, en cuanto creador, permanece oculto o se manifiesta muy velado. Centrado todo él en sí mismo, el adolescente ha perdido la seguridad y la capacidad para contemplar la positividad y la armonía del mundo. Le va bien la acción, la transformación de las cosas, el poder humano para sentirse uno mismo; pero en su interior da vueltas al drama y al problema del mal, del sufrimiento, de las gentes, de la desarmonía del mundo: las catástrofes naturales, los problemas sociales, el sufrimiento humano en sus varias dimensiones: físico, psíquico, moral, etc. Con frecuencia toda esta problemática del mal les lleva a dudar de que todo lo creado (el cosmos, nuestra tierra y la humanidad) tenga un sentido positivo. Sobre todo, les lleva a poner en cuarentena que un Dios creador, familia trinitaria que actúa por amor, esté detrás de todo aquello que ellos perciben con tanto dramatismo y negatividad.

Dado que una buena parte de adolescentes están en época de prepararse a la confirmación y, por su situación religiosa, necesitan un primer tiempo de catequesis kerigmática, de llamada a la conversión a Jesús, el Señor, vendrá bien una reflexión apologética sobre Dios creador y padre:

En ella se les ayudará a descubrir la compatibilidad del mensaje cristiano de la creación, con los nuevos datos de la ciencia, particularmente con la cosmovisión científica de las teorías unitarias del universo (en lo macrocósmico y en lo microcósmico) y las teorías evolucionistas de las especies animales, incluido el mismo hombre. Todo ello sin dualismos, ni monismos, desde la genuina visión unitaria del misterio cristiano de la creación.

– Esto supone que en la reflexión se recordará la naturaleza de los géneros literarios en que están escritos los primeros capítulos del Génesis, claves para nuestro mensaje de la creación. ¡Ojalá en la parroquia se pudieran proporcionar algunas sesiones de estudio de interpretación de la Biblia, según posibilidades! Se ejercitaría a los participantes a releerla, no sólo en clave de exegética histórico-crítica, sino sobre todo en clave sapiencial, de experiencia religiosa cristiana, con incidencia en la vida personal y social. Este estudio serviría para hacer la nueva lectura de la palabra de Dios en función del resto del catecumenado preconfirmatorio.

– En estas reflexiones irán surgiendo las pistas que arriba se indicaron para dar algunas explicaciones razonables sobre el problema del mal que vela el rostro paternal del Creador. Pero se podría reflexionar de una manera más profunda y actual. Todo cuanto crea Dios es necesariamente limitado. Y en un mundo creado –que no es Dios– que tiene los límites de toda criatura, es inevitable que haya males, males físicos y males morales. En efecto, un mundo inacabado y en evolución no puede realizarse sin choques y catástrofes; una vida limitada no puede escapar al conflicto, al dolor y a la muerte; una libertad humana finita no puede evitar siempre, por sí misma, la limitación del fallo moral, el pecado, cuyos efectos hacen sufrir a los demás. Y este clima moral se enrarece más cuando las personas vamos tejiendo con nuestros desatinos morales –pecados– esa red de males que llamamos estructuras de pecado, que nos incitan a obrar el mal.

Pero las personas contamos con Dios que está a nuestro lado: 1) para evitar nuestros propios pecados, aunque fallemos de vez en cuando; 2) para luchar contra los males físicos y contra las consecuencias malas de nuestros fallos morales. Por tanto, Dios creador tiene corazón de padre y se solidariza con nosotros, hasta soportar la muerte de su Hijo; es «el gran amigo que sufre con nosotros y nos comprende» y nos ayuda a soportar los males. Más aún, nos llama a colaborar con él en esta lucha contra los males con solidaridad fraterna34.

– En la reflexión global de llamada a la conversión (catequesis kerigmática) aparecerá que la creación es el primer eslabón de la historia de la salvación, en que Dios particularmente se ha puesto en diálogo con nosotros, sus hijos, y se ha unido a noso. tros con una alianza de amor familiar. Aparecerá el sentido solidario que las personas tenemos en nuestro mundo respecto de Dios Padre y de los demás, y hacia dónde caminamos en nuestra historia personal y colectiva.

Habiendo luchado a su lado contra el mal y construido aquí algo de su reino de fraternidad, Dios nos asegura el reino definitivo y fraterno allí, cuando los límites de este mundo hayan quedado superados por la muerte.

4. EN LA ETAPA DE LA JUVENTUD (19-29 AÑOS). En este período se busca un equilibrio psicológico entre la intimidad amorosa con otra persona y la tendencia al aislamiento. Pasa al primer plano hacer un proyecto de vida, que se realiza mediante el trabajo, el amor, y una primera apertura a las relaciones sociales entre pocas personas. En la maduración cristiana (19-29 años) se puede decir lo que se dijo más arriba sobre el período de la adultez joven: es un tiempo de alejamiento de las instituciones; por tanto, también de la Iglesia. La autoridad institucional les repele, porque no les gusta sentirse como niños conducidos y obedientes a las prácticas ordenadas desde arriba. En general, viven un vacío religioso en un tiempo en que necesitarían una buena experiencia de fe para culminar y consolidar sus propias opciones vitales (concepción de la vida) y las realidades del trabajo y del amor, en que van realizándose como personas.

Cuando estos jóvenes experimentan alguna inquietud religiosa, la orientación de la acción catequética para ellos es la misma que quedó indicada más arriba para la primera edad adulta (30-49 años), incluyendo cómo abordar la catequesis de la creación. Completamos lo allí dicho añadiendo que el tono de esta catequesis sobre la creación tenderá a ser un tanto apologético, que no es lo mismo que racionalista, pero sí de carácter discursivo. Habrá que equilibrar esta dimensión conceptual con una relación interpersonal muy cordial por parte del animador-catequista, y destacando la condescendencia cariñosa de Dios al darnos la vida y al ponerse en diálogo con nosotros, introduciéndonos en el círculo de su propia familia. Esto se manifestará más palpablemente si en la sesión se introduce algún momento de oración en comunicación directa con Dios creador y padre. Aquí es fundamental el clima familiar que cree el animador-catequista.

5. EN LA ETAPA DE LOS MAYORES (65 AÑOS EN ADELANTE). Las personas mayores pueden llegar a esta etapa, desde el punto de vista religioso, o «con una fe sólida y rica» (DGC 187), o «con una fe más o menos oscurecida y una débil práctica cristiana» (DGC 187), o «con profundas heridas en el alma y en el cuerpo» (DGC 187), añorando sentirse acogidas y queridas con una ternura no experimentada hace muchos años.

a) Esta catequesis debe ofrecerse a las personas mayores en cualquier situación religiosa en que se encuentren, y en los lugares en que se suele llevar a cabo una catequesis sistemática, que complete la iniciación cristiana que quizá nunca se logró. La tónica cristiana de toda catequesis con los mayores es el clima de esperanza (cf DGC 187), tanto en lo que les resta de vida –hoy esta puede prolongarse bastante, incluso con cierta calidad– como por la certeza de ser acogidos en el encuentro definitivo con Dios.

b) La catequesis sobre Dios creador y padre, y sobre la creación en clave de esperanza, podría realizarse incluyéndola como primer eslabón de la historia de la salvación. La narración de la historia salvífica —pasajes más importantes del Antiguo y del Nuevo Testamento— se presta a hacer una especie de síntesis del mensaje cristiano, a recordar el amor de Dios al hacer la maravilla del cosmos y la casa de la tierra para sus hijos, pero una casa que todos hemos de completar y mejorar con la ayuda paternal de Dios; a contemplar el amor entrañable de Dios para con nosotros, hijos e hijas suyos; a recordar la cercanía de Jesús, Hijo de Dios, a nuestra humanidad, para regenerarnos y salvarnos, ayudándonos a vivir como hijos del Padre y hermanos suyos; a descubrir la acción del Espíritu del Padre y de Jesús a lo largo de esta historia de la salvación que llega hasta nuestros días y nos afecta a nosotros. Pero una narración que lleve a realizar oraciones y celebraciones comunitarias, y a mejorar la vida moral de los participantes.

NOTAS: 1. La palabra misterio en nuestro contexto teológico viene a significar lo definido por Pablo VI: «Una realidad íntimamente penetrada por la divina presencia y por ello es de tal naturaleza que admite siempre nuevas y más profundas investigaciones» (cf Discurso de apertura de la segunda sesión del concilio Vaticano II [22.9.1963]: AAS 55, 1963, 848). — 2 Esta afirmación implica, en un nivel profundo teológico, que todo estaba predestinado en Cristo, y que encarnación-redención son dos caras de la misma moneda, no dos realidades radicalmente distintas en dos momentos de la historia de salvación. Cf G. COLZANI, Predestinación en L. PACOMIO, Diccionario teológico interdisciplinar II, Sígueme, Salamanca 1982, 153-158. — 3 Cf R. BERZOSA MARTINEZ, Los postulados de una teología del sobrenatural en clave cristocéntrica, Burgense 29/2 (1988) 417-435; Del problema del sobrenatural a su integración en la antropología cristiana, Burgense 34/1 (1993) 189-196. — 4 Para una visión del misterio de la creación en la Biblia, remitimos a las voces: Creación, Relato de la creación, Dios creador, en BoGART P. M. Y OTROS, Diccionario enciclopédico de la Biblia, Herder, Barcelona 1993, 366-372. — 5 Hoy los cuatro modelos de explicación del origen del universo son: 1) universo en expansión limitada (big-bang y contracción); 2) universo en expansión ilimitada (bigbang y universo abierto); 3) universo pulsante (no hay ni comienzo ni final, sino sucesión ilimitada de cosmos eternos), y 4) universo estacionario (eterno y cerrado). Cf J. L. Ruiz DE LA PEÑA, Teología de la creación, Sal Terrae, Santander 1986, 220-225; P. JULG, Big-Bang y creación, Communio 10 (1988) 244-255. — 6 J. L. Ruiz DE LA PEÑA, o.c., 21-60. — 7 Es cierto que la literatura sapiencial tardía (Prov 3,19-21; 8,22; 29,13; Si 1,1-6; Sab 13,1-5), por influjo helenista, no sólo contempla el aspecto de la relación creación-alianza, sino creación-contemplación de las maravillas de Dios. — 8 Al parecer, el tema de la creación, en sus textos más primitivos, se encuentra en los profetas: Jer 32,17; 33,25-26; Is 43,16-19; Am 4,13; 5,8-9; 9,5-6. —9. Cf J. L. Ruiz DE LA PEÑA, o.c., 31-50; G. RAVASI, Guía espiritual del Antiguo Testamento, Herder-Ciudad Nueva, Barcelona-Madrid 1992. — 10 Ocho obras diferentes distribuidas en dos relatos paralelos: los tres primeros días Dios separa y los otros tres ornamenta. Separar y ornamentar es un modo semítico para evocar la victoria sobre el caos y la nada y la irrupción del acto creador. El número 7 indica la belleza del cosmos: además de siete días, son siete las fórmulas litánicas creacionistas: 35 veces (7x5) se repite el nombre de Dios; cielo y tierra aparecen 21 veces (7x3). El primer versículo bíblico tiene 7 palabras y el segundo 14 (7x2); cf G. RAVASi, o.c., 33-42. — 11. El verbo bíblico bará literalmente no significa creación de la nada en sí mismo, pero la fuerza del mismo y su reserva al obrar de Dios lo dan a entender. El concepto de creado ex nihilo aparece en la Biblia tardíamente, en Mc 7,28. — 12 Aquí hunden sus raíces las reflexiones sobre ecología y ecología moral cristiana (cf I. BRADLEY, Dios es verde: cristianismo y medioambiente, Sal Terrae, Santander 1993; J. MOLTMANN, Dios en la creación. Doctrina ecológica de la creación, Sígueme, Salamanca 1987). — 13 Para complementar estas afirmaciones, cf J. RATZiNGER, Creación y pecado, Eunsa, Pamplona 1992. Y para una visión clásica y actual de la creación, explicada por la literatura judía, remitimos a: E. ROMERO, La ley de la leyenda. Relatos de temas bíblicos en las fuentes hebreas, CSIC, Madrid 1989, 127-135. -14 Cf J. L. Ruiz DE LA PEÑA, o.c., 63-83. Otros pasajes interesantes serían en los sinópticos: Mt 11,25; Lc 11,50; Mc 7,14-20 y, en Juan, su Prólogo (1,1-14), que también manifiesta el cristocentrismo de la creación (cf A. GANOCzY, Doctrina de la creación, Herder, Barcelona 1986, 93-94). — 15. Cf J. L. Ruiz DE LA PEÑA, Imagen de Dios, Sal Terrae, Santander 1988, 21-26; 48-52; 61-81. —16 Cf R. MoURLON, El hombre en el lenguaje bíblico, Verbo Divino, Estella 1984. — 17 Remitimos a J. L. RUIZ DE LA PEÑA, Teología de la creación, o.c., 88-115; L. SCHEFFCzYX, Creación y providencia, en Historia de los dogmas II, Católica, Madrid 1974; Creación en H. FRIES, Conceptos fundamentales de la teología, Cristiandad, Madrid 1979, 272-280; A. GANOCZY, Creación en W. BEINERT, Diccionario de teología dogmática, Herder, Barcelona 1990, 150-152; Creación en G. BARBAGLIO-S. DIENICH, Nuevo diccionario de teología, Cristiandad, Madrid 1982, 186-212; G. COLZANI, Creación en L. PACOMIO, o.c., 140-157. — 18 Cf por ejemplo I, q.13; 19; 44; 46. —19 En relación al alcance del cristocentrismo, cf G. MOIOLI, Cristocentrismo, en G. BARBAGLIOS. DIENICH, o.c., 213-224; L. LADARIA, El hombre a la luz de Cristo en el concilio Vaticano 11. Balance y perspectivas, Sígueme, Salamanca 1990, 705-714. – 20 Cf por ejemplo J. L. Ruiz DE LA PEÑA, Creación y gracia, Sal Terrae, Santander 1988. –21. Cf ID, Imagen de Dios, o.c.,. — 22 Cf A. GESCHE, Dios para pensar. El mal-el hombre, Sígueme, Salamanca 1995. — 23 Cf 1. BRADLEY, o.c. —24. Cf S. VERGES, Dios y el hombre. La creación, BAC, Madrid 1980; cf A. GESCHE, o.c., 251-268. Habla del hombre creado «creador», respecto al cosmos, a sí mismo y a Dios. — 25 Cf AA.VV., Angeli e demoni, Dehoniane, Bolonia 1991. — 26 Cf G. GOZZELINO, Vocazione e destino delluomo in Cristo, Ldc, Leumann-Turín 1985, 418s. — 27 Cf R. BERZOSA, Nueva era y cristianismo. Entre el diálogo y la ruptura, BAC, Madrid 1995. —28. Cf F. BARRENA, Pedagogía de la catequesis, SM, Madrid 1990. — 29 Cf ib, 7-9. — 30. Puede ser útil leer J. R. GUERRERO, Experiencia de Dios y catequesis, PPC, Madrid 1974, 201-235. — 31 Cf CONFERENCIA EPISCOPAL FRANCESA, Catecismo para adultos, Descleé de Brouwer, Bilbao 1993, 105-106.— 32- Cf CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Con vosotros está. Catecismo para preadolescentes, Secretariado nacional de catequesis, Madrid 1976. — 33 Cf P. RANWEZ, ¿Educan los padres? El amanecer de la vida cristiana. Sugerencias, Sígueme, Salamanca 1968, 15-33. — 34. Cf A. TORRES QUEIRUGA, Un Dios para hoy, Sal Terrae, Santander 1997, 11-15.

BIBL.: Además de la citada en notas: AA. V V., Pedagogía y didáctica de la formación religiosa. Grandes temas del misterio cristiano y su presentación catequgtica, Secretariado nacional de catequesis, Madrid 1969: La creación, 59-69; ALBERICH E: BINz A., Catequesis de los adultos. Elementos de metodología, CCS, Madrid 1994, 64-96; BERZOSA R., Como era en el principio, San Pablo, Madrid 1996; CENTRO NACIONAL SALESIANO DE PASTORAL JUVENIL, Itinerario de educación en la fe V-VII (14-18 años), CCS, Madrid 1995-1997; CHIco P., ¿A quién catequizamos?, Centro vocacional La Salle, Madrid 1995; CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Catecismo católico para adultos, BAC, Madrid 1988, 95-152; ERIKSON E. H., Infancia y sociedad, Horme, Buenos Aires 1976, 222-257; GANNE P., La creación. Una dependencia para la libertad, Sal Terrae, Santander 1990; GUERRERO J. R., Experiencia de Dios y catequesis, PPC, Madrid 1974, 201-235; IBÁÑEZ J.-MENDOZA F., Dios creador y enaltecedor, Palabra, Madrid 1985; MONTERO J., Psicología y catequesis: 0-18 años, en Proyecto catequista 30-37 (1988) y 8-45 (1989); MORALES J., El misterio de la creación, Eunsa, Pamplona 1994; SATTLER D.-SCHNEIDER TH., Doctrina de la creación, en OTT L., Manual de teología dogmática, Herder, Barcelona 1986', 176-222; SESBOOE B. Y OTROS, Historia de los dogmas II: El hombre y su salvación, Secretariado Trinitario, Salamanca 1996; ZUGAZAGA L., El despertar religioso, Actualidad catequética 173 (1997) 107-131.

Raúl Berzosa Martínez
y Vicente Mª. Pedrosa Arés