COMPROMISO. Orientaciones pedagógicas
NDC
 

SUMARIO: L Compromiso desde las exigencias de la historia: 1. Sentido del mundo y de la historia; 2. Estructura de un proceso de encarnación. II. Compromiso desde las exigencias del amor cristiano. III. Coordenadas del compromiso abierto a la adultez: 1. Educar en las dimensiones de la adultez; 2. Compromiso en diversas situaciones. IV. Comunidad cristiana y educación al compromiso: 1. Presupuestos; 2. Retos para las comunidades. V. Por los caminos samaritanos. VI. Compromiso, interioridad y celebración: 1. Compromiso y apertura al Espíritu; 2. Compromiso y oración, formación, discernimiento y celebración. VII. El compromiso evangelizador: 1. Qué supone evangelizar; 2. El testimonio y el anuncio evangelizador. VIII. Compromiso y vocaciones específicas.


I. Compromiso desde las exigencias de la historia

1. SENTIDO DEL MUNDO Y DE LA HISTORIA. Entendemos por mundo el ámbito del acontecer humano, la estructura cultural en que se enmarca la conducta de los hombres, el producto de la ciencia y de la técnica, el destino y el sentido global de lo creado.

Al hablar de historia nos referimos a un conjunto de acontecimientos y relaciones, al relato de lo pasado y a la prospectiva de lo por venir, a la posibilidad y al límite de la libertad. La historia también tiene un sentido y un destino por descubrir y asumir.

El compromiso cristiano tiene en cuenta el sentido inmanente y trascendente del mundo y de la historia. La historia de la salvación es la iniciativa salvífica que Dios realiza en la historia humana.

a) Presencia cristiana en la historia: el reino. El Reino es el proyecto

 

del Padre propuesto y actuado por Jesús. El Reino implica un nuevo corazón, unas nuevas relaciones, un nuevo sentido de las realidades, una nueva prospectiva escatológica. El Reino se manifiesta en la comunión de los hijos y hermanos, y en la solidaridad de estos con los pobres y perdidos1. El Reino es búsqueda y compromiso de la comunidad de Jesús entre los pobres. El compromiso cristiano se enmarca en la justicia del Reino: la fraternidad solidaria.

El discernimiento de la presencia del Reino pasa por la liberación de los pobres. Todo compromiso cristiano hace referencia al Reino2.

b) Educar a la presencia y a la encarnación. Jesús es la presencia significativa y diaconal del Padre entre los hombres. El puso su tienda entre nosotros. Asumió nuestra naturaleza y nuestra historia. El compromiso cristiano parte de la presencia y de la encarnación de Jesús y es prolongación de las mismas. La casa como fraternidad («Venid y veréis») y la calle como solidaridad («Id y anunciad») son la tarea del discípulo. Como el siervo del banquete, enviado por el Señor, transita de la casa a la calle.

2. ESTRUCTURA DE UN PROCESO DE ENCARNACIÓN3. Asumir un compromiso encarnado en la historia supone implicarse en los siguientes pasos: 1) Análisis de la realidad. En el análisis de las estructuras, de las relaciones y de las conductas descubrimos intereses, ideologías, estados de opinión, grupos dominantes, alianzas existentes, valores, actitudes, lenguaje y símbolos, etc. Educar en el conocimiento de la realidad y en una lectura creyente de la misma es tarea fundamental para iniciar al compromiso. 2) Concienciación. El compromiso requiere la toma de conciencia de lo que realmente acontece, de las causas que lo originan, de la necesidad moral y social de actuar, de las opciones posibles a realizar. La concienciación creyente brota de la relación Palabra-historia. La realidad analizada y valorada, iluminada por la Palabra, ha de llevarse a la oración personal y comunitaria. En la oración y en la revisión de vida, la toma de conciencia deriva en actitudes y actuaciones comprometidas. 3) Identificación. Jesús se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Ante la injusticia y el pecado es inaceptable la neutralidad personal y comunitaria. La identificación supone renunciar a privilegios, socializar los bienes, popularizar la cultura, universalizar las relaciones, cooperar en la transformación de las estructuras, orientar adecuadamente las opciones personales... La referencia a Jesús debe guiar todo el proceso educativo de identificación. 4) Profecía cristiana. La experiencia de la identificación aporta capacidad para vivir y testificar la profecía cristiana. La profecía es denuncia ante un sistema que produce desinteriorización e insolidaridad. La profecía cristiana es un signo antes que una crítica, una propuesta y no sólo una denuncia. La profecía exige la coherencia del testimonio personal. Es importante educar a vincular la Palabra a los gestos. 5) Solidaridad liberadora. El compromiso cristiano se traduce en solidaridad liberadora. Desde la familia, el trabajo, la comunidad eclesial y cívica, cada uno va descubriendo ámbitos y solicitudes para implicarse en acciones solidarias, especialmente en proyectos sociales. Educar a la solidaridad requiere ayudar a descubrir los caminos samaritanos donde se aprende a ser prójimo. Desde la praxis de la solidaridad debemos ir descubriendo las implicaciones culturales, sociales y políticas en que se enmarca el compromiso por la justicia.


II. Compromiso desde las exigencias del amor cristiano

a) La fe como adhesión vital a un proceso globalizante. El cristiano es una persona cuya existencia está vivificada por el acontecimiento y la persona de Jesús.

El proyecto de vida cristiana se enraíza y se educa en la adhesión y seguimiento de Jesús, en la vivencia celebrativa de su acontecimiento salvador, en la ética de un amor nuevo y en la pertenencia a la comunidad de los hijos y hermanos solidarios. Toda la vida queda implicada y comprometida por la vivencia de la fe4.

b) El seguimiento de Jesús como compromiso. Seguir a Jesús y entrar en el Reino supone asumir nuestra condición de hijos y hermanos, siervos del proyecto del Padre, que es recuperar a los hijos perdidos. Nuestra condición de seguidores nos hace asumir la pobreza evangélica como buenaventura, la oración como tarea permanente, el servicio como distintivo. Educar, pues, al compromiso requiere recorrer los caminos del Reino: la purificación de Damasco, la solidaridad de Jericó, la experiencia de Emaús, etc. Desde estos caminos será preciso ir haciendo, en la realidad concreta, proyecto de vida5.

c) Las dimensiones del amor cristiano. El compromiso cristiano es la respuesta al mandamiento nuevo: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12). Hemos de recuperar las dimensiones del amor cristiano. La forma de amar de Jesús y las necesidades y situaciones de los hombres son las coordenadas desde las que recuperar la naturaleza y la amplitud del amor cristiano.

Desde Jesús, el amor cristiano debe recuperar la referencia al amor del Padre y al proyecto del Padre sobre los hombres. De aquí surge la gratuidad y la entrega hasta dar la vida.

Desde las necesidades y situaciones de los hombres, el amor cristiano ha de ser universal (a todos los hombres, sin exclusiones), total (a todo lo que constituye una persona, sin reduccionismos), histórico (a partir de las necesidades y situaciones más condicionantes), trascendente (desde la visión cristiana sobre la dignidad y el destino del hombre).

Será preciso, al mismo tiempo, extender las exigencias del amor a las dimensiones antropológicas del hombre: al ser individual, a las relaciones que lo constituyen como sujeto, a las estructuras que enmarcan su existencia, al sistema que mantiene unas determinadas estructuras. Desde aquí, el amor adquiere dimensiones interpersonales, comunitarias, sociales y políticas.

La solidaridad y el servicio son el criterio de la justicia cristiana (Mt 25,31-46). Acercarse y compartir serán siempre los criterios de todo compromiso cristiano.

d) Opciones educativas. El compromiso se enraíza en la renovación del propio corazón. La sinceridad y la recuperación de la conciencia es fundamental en la educación al compromiso.

Es necesario descubrirse implicado (cómplice, ausente, inconsciente o comprometido) en el propio contexto social, asumiendo los adecuados análisis y discernimientos. Hemos de favorecer experiencias profundas de solidaridad, interiorizándolas adecuadamente en comunidad. Un proyecto de vida comprometida ha de estructurarse, en primer lugar, a partir de los elementos que aglutinan la vida: familia, trabajo o estudio, relaciones, etc. Desde aquí ha de instaurarse un proceso de socialización y corresponsabilidad. En todo ello es fundamental la proyección comunitaria de la persona6.


III. Coordenadas del compromiso abierto a la adultez

1. EDUCAR EN LAS DIMENSIONES DE LA ADULTEZ. La pastoral de juventud encuentra especiales dificultades y retos a la hora de ofrecer, a los jóvenes mayores, proyectos comunitarios y comprometidos en los que vivir la fe dentro de las coordenadas de la vida adulta. No pocos jóvenes creyentes padecen una profunda distorsión entre la fe vivida y las solicitudes y los intereses adultos. Para muchos, la fe se convierte en una superestructura religiosa añadida a su vida, y, frecuentemente, ajena a las instancias de su proyecto adulto. Por otra parte, ¿por qué no pocos educadores entienden que, para que la fe globalice la vida de los jóvenes, es preciso optar vocacionalmente por instituciones o tareas que configuran en sí mismas un mundo alternativo?

Es necesario que la fe cristiana se viva como un proyecto que redime y salva la existencia histórica del hombre, dando sentido nuevo a las relaciones y a los compromisos. Las relaciones y los compromisos que constituyen la trama de un proyecto adulto son: la profesión y el trabajo, las relaciones afectivas y el estado de vida, y la inserción social.

El compromiso debe hacer referencia primordial a estas necesidades, desde los valores, relaciones y ambientes correspondientes. Desde aquí se irán descubriendo implicaciones estructurales, sociales y políticas más amplias7.

2. COMPROMISO EN DIVERSAS SITUACIONES. a) En la profesión y en el trabajo. El trabajo profesional condiciona psicológicamente porque enmarca la actividad, las relaciones y el contexto socioeconómico de la persona. El trabajo, a su vez, está enmarcado en un contexto social y político. Hoy, además, es escaso y precario.

El trabajo profesional ha de ser vivido desde las diversas dimensiones: vocacional, social, económica y estructural. Ciertamente será preciso asumir, en el discernimiento, las contradicciones y la ambigüedad propias de lo posible y las urgencias económicas que tanto condicionan. A este respecto la relación trabajo-familia ayuda a discernir.

Para quienes puedan, ofrecer trabajo a otros será uno de los compromisos más significativos de la solidaridad exigida en el juicio definitivo (Mt 25,31ss).

b) Compromiso y estado de vida. Vivir la afectividad-sexualidad como vehículo y expresión del amor es un compromiso ineludible para quien, desde el Señor, quiere vivir con un corazón unificado y entregado. Educar y comprometer la propia afectividad supone vivirla y hacerla crecer en experiencias adultas de solidaridad, pertenencia, interioridad y comunicación.

El estado de vida es el compromiso fundamental en que enmarcamos nuestras relaciones afectivas. Matrimonio y celibato son dos estados de vida cristianos. El primero es sacramento del amor. El segundo es profecía del amor definitivo manifestado en Jesús.

Todo creyente se debe sentir comprometido a vivir una afectividad integrada: integrar las pulsiones en el amor y el amor en el proyecto vocacional de vida.

El compromiso del amor matrimonial depende de la integración de cada uno de los cónyuges en un proyecto integrador compartido. La fe cristiana, desde la referencia a Jesús, hace que este amor sea sacramento del amor de Dios a los hombres. De este se alimenta y crece. La relación fe-proyecto de vida es el fundamento de la sacramentalidad del matrimonio. Hacer del matrimonio un sacramento permanente y creciente es el compromiso fundamental de los esposos. Desde aquí adquiere dimensión y prospectiva la familia cristiana.

El compromiso del celibato cristiano no consiste en la fidelidad a una renuncia, sino en la entrega a un amor referencial y de servicio al Reino. El celibato es una opción de pobreza y de diaconía evangélicas, que han de ser educadas desde la experiencia de solidaridad por el amor universal a los más necesitados, desde la pertenencia comunitaria, desde la disponibilidad ministerial, desde la praxis de los caminos extramuros, desde la itinerancia espiritual.

Educar e implicar la afectividad es un compromiso fundamental para todo cristiano. Será preciso advertir que la integración afectiva ha de ser consolidada por la acción del Espíritu. La oración y la vida comunitaria son medios imprescindibles, junto al compromiso de la misericordia8.

c) Inserción social. Las tentaciones del desierto (poseer, dominar, gozar como objetivos primordiales) son propias de la adultez. La sociedad fácilmente tiende a configurar desde ellas el proyecto adulto. Por otra parte, debemos insertarnos en los ambientes, en las relaciones y en la participación de la sociedad a la que pertenecemos. En el contexto social debemos aportar el testimonio, la acogida, el diálogo, la manifestación de los valores propios. Hemos de evitar tanto intentar imponer nuestra identidad como camuflarla u ocultarla. El testimonio cristiano ha de ser interpelante, especialmente desde la significatividad comunitaria y samaritana.

Es preciso descubrir la inserción eclesial-comunitaria como interacción y equilibrio de la necesaria inserción social. Para ello las comunidades cristianas deben vivir abiertas a los problemas, instancias y solicitudes del entorno social9.

d) Compromiso político. Es necesario implicarse también, desde las exigencias de la fe, en los problemas y en los ámbitos estructurales, sociales y políticos, para poder servir con eficacia, influir desde los valores evangélicos de la libertad y la justicia, procurar que realmente se sirva a los fines adecuados, defender los derechos de los más débiles, efectuar con resonancia las instancias críticas, y trabajar por mejorar las mediaciones estructurales que traman las relaciones sociales.

El proyecto cristiano va más allá de un compromiso temporal concreto, pero lo comprende, en él se encarna y en él vive también su profecía y su acontecimiento. Por tanto, el cristiano no debe considerarse neutral o ausente en este campo. El Reino exige trabajar intensamente por la creación del hombre nuevo. Para ello es preciso construir relaciones, estructuras y sistemas cada vez más adecuados en su ordenamiento y en sus valores.

Defender la libertad de todos a partir de los oprimidos, procurar la justicia desde la igualdad de oportunidades, empeñarse en una más justa distribución de bienes, promover el respeto de los derechos humanos, estimular un cambio más justo en las relaciones laborales, favorecer una educación asequible y liberadora, proteger a las minorías desfavorecidas, etc., supone insertarse políticamente en los ámbitos y en las relaciones donde todo esto sea factible.

El absentismo, por principio, supone un falso análisis de la realidad, una concepción reduccionista y privatizada del proyecto cristiano, una ausencia de encarnación y de pascua liberadoras y supone, eventualmente, una colaboración implícita con la injusticia dominante, en base a la defensa de intereses particulares.

La dimensión política del compromiso no lleva necesariamente a la militancia permanente en los partidos políticos. La participación en tantas otras instituciones sociales conlleva una acción de verdadera dimensión político-social en la que se expresa el compromiso de tantos creyentes10.


IV. Comunidad cristiana y educación al compromiso

1. PRESUPUESTOS. El proyecto cristiano, propuesto por el evangelio, compromete de forma coherente en todas las dimensiones de la vida. El compromiso no es un aspecto de la vida cristiana. Es toda ella, vivida como amor y servicio al prójimo, en todas sus dimensiones, en respuesta al amor de Dios manifestado en Jesús. Los principales presupuestos para la educación al compromiso son: 1) La comunidad cristiana como sujeto y ámbito de un proyecto cristiano comprometido. Una comunidad en la que la diaconía sea el signo fundamental de la presencia de Jesús. Una comunidad en diáspora samaritana. Una comunidad que aprende la Palabra y celebra el Pan desde los caminos peregrinos. Una comunidad orante, abierta al Espíritu desde la historia compartida con los pobres y desfavorecidos. Una comunidad en la que se practica el discernimiento espiritual. Una comunidad fraterna, solidaria y ministerial11; 2) Un proyecto de vida cristiana integrador que, partiendo de la diaconía del amor cristiano, redescubra la Palabra y celebre el acontecimiento pascual, en comunión de fraternidad y de misión solidaria y evangelizadora; 3) Un proyecto pastoral catecumenal en que se eduque a los jóvenes en los caminos del Reino, desde experiencias solidarias y actitudes evangélicas del seguimiento. Un proyecto catecumenal que mire hacia la adultez de la fe y que parta de la vida misma de la comunidad apadrinante. Un proyecto que evite reduccionismos espiritualistas, en los que el compromiso social se conciba como algo extrínseco al dinamismo de la fe12.

2. RETOS PARA LAS COMUNIDADES. Las comunidades cristianas han de ser ámbitos de educación al compromiso. Para ello, en primer lugar, ellas mismas han de proyectarse como continuadoras de la diaconía evangélica. Esto implica asumir los retos de la renovación: volver a la radicalidad del evangelio e informar toda actividad desde la dimensión evangelizadora. Será preciso acrecentar la vivencia y el signo de la fraternidad, anteponiendo la relación a la estructura, volviendo a los caminos evangélicos y relativizando las mediaciones para poder ser fermento y signo del Reino13. Especialmente las comunidades religiosas han de acentuar, sobre todo, su específico compromiso: la profecía cristiana14.

a) Educar desde un proyecto integrador. La educación al compromiso cristiano supone un proceso de iniciación cristiana en el que la relación fe-vida crece dinámicamente. En el proceso evangelizador, el compromiso fundamental a que se aspira es asumir una conversión inicial al Señor, es decir, el compromiso de un corazón y de unas relaciones nuevas. En el proceso catecumenal, el seguimiento de Jesús deriva en un ajuste de la propia vida a las exigencias del Reino, desde las opciones expresadas en los sacramentos de iniciación y desde la progresiva pertenencia a la comunidad cristiana. Todo ello se traduce en un creciente empeño por construir fraternidad y solidaridad.

La iniciación cristiana, especialmente entre los jóvenes, exige un proyecto pastoral de continuidad y de crecimiento, tanto en la línea comunitaria como en el compromiso. Sólo desde un proyecto adulto se podrán consolidar vocaciones adultas.

Las comunidades cristianas necesitan un proyecto de pastoral continuado de convocatoria evangelizadora, de iniciación cristiana y de inserción eclesial y proyección vocacional específica15.

b) Ofertas educativas. La Iglesia ha de presentar la multiplicidad de sus ofertas vocacionales. Cada comunidad cristiana ha de aportar, especialmente a los jóvenes, oportunidades de experiencias de compromiso y discernimiento cristiano para orientar la vida, y ha de dar a conocer los movimientos y las comunidades o grupos donde poder acceder a una opción vocacional concreta, etc16. Uno de los compromisos fundamentales de las comunidades es el de la formación de los matrimonios y de la familia17.

Los cristianos adultos necesitan poder encontrar, en el seno de las comunidades, ámbitos de reflexión creyente sobre determinados aspectos del mundo de la cultura, de la profesión y del trabajo, etc.; renovarse en los valores, en las actitudes y opciones del evangelio y una educación adecuada en la solidaridad y el compromiso18.


V. Por los caminos samaritanos

a) La diaconía samaritana. «El hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10; cf Mt 9,13). El compromiso cristiano ha de referirse a los signos de identidad de la misión de Jesús. La misericordia, como talante del corazón y como praxis del amor, es el signo de la proximidad cristiana. Jesús, en la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37), nos describe las actitudes y la praxis de la diaconía cristiana. Desde estas podremos discernir quién es nuestro prójimo.

La comunidad necesita hacerse pobre en sus intereses y proyecciones, y practicar la misericordia y la oración, si opta por ser comunidad samaritana. En la diaconía samaritana, la misericordia no es un simple sentimiento de compasión, sino una pasión hecha caminos nuevos, apuestas creativas, implicaciones solidarias hasta las últimas consecuencias. Todo ello, asumido desde la experiencia directa e inmediata de la necesidad del herido y despojado.

El criterio del compromiso cristiano está en la proximidad solidaria. ¿Quién fue prójimo del hombre caído en manos de los ladrones?

b) Educar en las actitudes y opciones samaritanas. Supone descubrir las situaciones de necesidad, aprender a asumirlas sin dar rodeos, acercándose y contemplando de cerca para que las entrañas se muevan a compasión. Implica «bajarse del propio burro», vendar y curar, vinculando la propia vida al proceso de liberación del prójimo. Esto nos llevará a enderezar nuestro camino, a solidarizarnos en la curación del hermano, a implicar a otros en esta tarea comunitaria y social, a apostar con nuevos medios. Educar al compromiso cristiano requiere descubrir y recorrer los caminos samaritanos en el entorno social en que vive la comunidad y cada uno de los cristianos.

El ejercicio de la revisión de vida (ver, juzgar y actuar) debe ayudar a realizar el recorrido samaritano. A través de este camino de proximidad misericordioso, descubriremos el verdadero rostro de Dios. La diaconía samaritana es la verdadera propedéutica de la fe.

c) La solidaridad samaritana interpela. La solidaridad samaritana interpela al mundo de la cultura y del trabajo19. La diaconía samaritana encuentra también una expresión muy determinante en los servicios sociales. El trabajo social fomenta el bienestar de las personas y mira primariamente a los más desfavorecidos. Esto supone emplear mayores esfuerzos y recursos al servicio de los que menos posibilidades tienen.

El trabajo social se entiende como trabajo comunitario. Promueve servicios de carácter global y polivalente, y su finalidad es la atención a los problemas de la comunidad residente en la zona. Esto supone información, promoción y orientación de recursos, coordinación de actividades y desarrollo de programas específicos. Este trabajo está especialmente orientado hacia los adolescentes y jóvenes marginados, hacia minorías étnicas desprotegidas, hacia enfermos marginales, ancianos en soledad, parados, drogodependientes, etc. En el trabajo social los cristianos estamos solicitados a vivir y ejercer la interpelación samaritana20. Sólo quien pone su tienda entre los necesitados podrá convocar a otros a compartir el compromiso solidario, citándolos al «cuida de él...» (Lc 10,35).

d) Compromiso por los pueblos desfavorecidos. El compromiso cristiano se abre a un peregrinaje más universal: allá donde nos citan pueblos e iglesias especialmente necesitadas. Con ellos encontramos también nosotros nueva salvación al compartir juntos el don recibido.

La presencia y el servicio en los países desfavorecidos es un compromiso misionero de promoción y evangelización al que debemos ser educados y educar, especialmente a las generaciones jóvenes. Pastoral y misión son dos dimensiones de la tarea educativa que mutuamente se complementan y potencian.

Los patrones del desarrollo, en los países pobres, son totalmente injustos, tanto en términos de distribución como en materia de recursos. El objetivo último no puede seguir siendo el desarrollo económico de los países ricos, sino un desarrollo compartido, orientado a la promoción del hombre como centro. Es preciso recuperar el verdadero concepto de desarrollo integral humano, e implicar en ello a quienes a nivel cultural, social y político puedan influir en decisiones y programas que promuevan la redistribución de bienes y la racionalización de los mismos. Todo ello supone un proceso de políticas económicas, fiscales, comerciales, energéticas, agrícolas e industriales cara a un desarrollo sostenible21.

Por otra parte, las gentes sencillas de estos pueblos son instrumentos divinos para enganchar el corazón, recuperar la conciencia, adquirir palabra nueva, relaciones gratuitas, valoración de lo elemental y de lo sencillo. Nos comprometen convirtiéndonos.


VI. Compromiso, interioridad y celebración

1. COMPROMISO Y APERTURA AL ESPÍRITU. El cristiano reconoce que el Espíritu es el fuego, la fuerza y el impulso que promueve en la Iglesia la fidelidad dinámica a la misión de Jesús. El amor del Padre y del Hijo es la fuente de todo amor cristiano; es el manantial del compromiso. Por esto, la apertura permanente al Espíritu es actitud y tarea primordiales. El Espíritu educa al compromiso: 1) Nos lleva al desierto para discernir desde la tentación. La educación al compromiso pasa por la experiencia de la propia debilidad, por el discernimiento de los valores desde la Palabra, por la opción radical que orienta la vida; 2) Nos educa desde la experiencia de la comunión y de la diaconía. Los hermanos de la comunidad configuran el proyecto espiritual. La opción por los pobres ajusta espiritualmente relaciones y posesiones. El Espíritu potencia y especifica así la pertenencia del corazón bienaventurado; 3) Vincula la praxis del compromiso a la experiencia de libertad interior. El compromiso, alimentado por la apertura al Espíritu, libera el corazón de falsas pretensiones, de condiciones e intereses, de inmediatismos y eficacias aparentes, de toda vanidad y competencia. El Espíritu acrecienta la gratuidad, consolida la paciencia, potencia el aguante activo. Desde aquí es garante de la libertad interior.

2. COMPROMISO Y ORACIÓN, FORMACIÓN, DISCERNIMIENTO Y CELEBRACIÓN. a) La oración es compromiso. El compromiso requiere experiencia interior: tener los sentimientos de Jesús, trabajar en referencia a su Reino, discernir la realidad y la actividad desde la Palabra. Todo esto es don del Espíritu. Necesitamos desearlo, buscarlo y pedirlo. A esto se le llama oración.

La oración es, en sí misma, fundamental compromiso para el seguidor de Jesús; nos devuelve a nuestra radical condición de buscadores de la voluntad del Padre, que es el Reino para los hijos perdidos. En la oración asumimos el compromiso de entregamos a los hermanos perdidos. En el padrenuestro, oración de Jesús, el clamor por el Reino está vinculado al pan de cada día, al perdón solidario, a la libertad verdadera.

El hombre comprometido deberá recuperar la meditación de la Palabra en referencia al corazón y a la historia. La actividad nos desgasta: necesitamos también tiempos de contemplación, de silencio, de mirada amorosa para recuperar el rostro de Dios, la compasión y la esperanza que es certeza en el Señor22.

b) La formación, tarea fundamental. La formación es fundamental en la evolución del compromiso de las personas y de las comunidades. Desde las exigencias de la adultez, desde las situaciones y problemas de la realidad que asumimos, desde la evolución de la propia persona, desde las solicitudes efectivas, familiares, profesionales, ministeriales, etc., necesitamos adecuar nuestras responsabilidades y nuestras tareas.

La formación teológica y la social son dos pilares en los que apoyar la educación al compromiso cristiano. Palabra-historia son realidades a conocer, valorar y relacionar desde el corazón y desde la praxis. Por ello, la comunidad cristiana ha de procurar una adecuada formación para sus miembros. Hemos de asumir con convencimiento pleno que el tiempo dedicado a la formación es tiempo de compromiso y de servicio23.

c) El discernimiento espiritual en el compromiso. En la educación al compromiso cristiano no basta analizar la realidad para deducir de ella las exigencias de una respuesta cristiana. Es necesario un discernimiento espiritual personal y comunitario para percibir y asumir las instancias del Espíritu, las actitudes evangélicas, los criterios y valores ineludibles, etc.

La Palabra es mediación fundamental en el discernimiento cara al compromiso. La experiencia y el testimonio de la comunidad ayuda a iniciar en los criterios de discernimiento de la propia conciencia y de la actividad. El discernimiento descubre las dimensiones de la eficacia cristiana, de la sabiduría de la cruz, de la gratuidad en el amor, de la fidelidad a lo pequeño, de la grandeza del servicio, etc. El acompañamiento espiritual es uno de los medios más adecuados para vivir en permanente discernimiento espiritual.

d) Celebración de la fe y compromiso. La comunidad revive en la liturgia el acontecimiento de Jesús. Este acontecimiento se hace real y eficaz en nuestra historia hoy, aquí y ahora. Toda nuestra vida queda inserta en el acontecimiento de Jesús. Desde la encarnación, la profecía y la pascua del Señor, estamos estimulados al compromiso cristiano.

Necesitamos educar al compromiso cristiano desde la vivencia de la liturgia. A través del año litúrgico, el creyente va renovando su existencia, incorporándose al acontecimiento del Señor progresivamente, desde las instancias y solicitudes de su propia vida. Especialmente en la eucaristía asumimos el compromiso de la comunión y del servicio, mientras en la reconciliación sacramental somos convertidos a la coherencia del amor. La celebración litúrgica ha de ser escuela de compromiso cristiano24.


VII. El compromiso evangelizador

Ser portadores del evangelio es encomienda que todos los cristianos recibimos del Señor Jesús. Testificar y anunciar la buena noticia es el compromiso específico que asumimos en el seguimiento de Jesús.

La buena noticia necesita signos que la verifiquen. Estas son condiciones de toda evangelización: una comunidad fraterna y solidaria que transmite lo que vive, una presencia de proximidad y cercanía abierta al diálogo y al servicio, el testimonio de la unidad y del amor entre los creyentes. El principal compromiso evangelizador de un cristiano consiste en construir y potenciar su comunidad como fraternidad solidaria.

1. QUÉ SUPONE EVANGELIZAR. La evangelización supone objetivos precisos y progresivos que implican a las comunidades: 1) La presencia significativa de la comunidad dentro de un entorno social concreto. Las formas de encarnación, de solidaridad, de relaciones, etc., hacen significativa u opaca la vida y el proyecto de una comunidad. Es preciso tener en cuenta que la significación depende también de la capacidad de comprensión de los destinatarios. 2) Crear interrogantes más profundos es objetivo de todo testimonio evangelizador. Es preciso crear preguntas antes de ofrecer respuestas. Para crear interés, será necesario vivir insertos en la misma historia y merecer llegar a ser interlocutores libremente elegidos25. 3) Compartir solicitudes comunes. Desde la pregunta podemos progresar en un camino común. Desde el común compartir se acrecienta el testimonio, se aprecia la fraternidad gratuita, se percibe mejor la acción de Dios en los semejantes, se siente cada uno interpelado a una experiencia nueva. 4) Proponer experiencias mayores que respondan a las instancias del corazón. Desde la experiencia vivida y reflexionada se crea nueva conciencia. Desde esta adquiere nueva dimensión la palabra y la realidad. Donde no hay experiencia de cambio no hay evangelización, aunque haya adoctrinamiento. Experiencias mayores de interioridad, de comunidad, de solidaridad son las que provocan la necesidad de apertura. 5) Invitar al «ven y verás». El encuentro con Jesús se enmarca en su casa. «Maestro, ¿dónde vives?» (Jn 1,38). La comunidad cristiana es el ámbito del encuentro. La unidad y el amor fraterno son los signos de la presencia del Resucitado. Las llagas de su costado y de sus manos son los signos de su identidad. Una comunidad, por tanto, en la que se puedan tocar las llagas del Señor. Comunidad orante, comunicante, celebrante y ministerial. En su seno, el proceso catecumenal lleva a los iniciados a asumir la fe como compromiso integrador. 6) Comprometer en el «id y anunciad» (cf Mt 28,19). El evangelizado se convierte en evangelizador. Compartir lo que se ha encontrado y repartir lo que se ha recibido... es tarea de todo compromiso evangelizador. Ser sal y no ocultar la luz (Mt 5,13-17) es deber y criterio para el discípulo.

2. EL TESTIMONIO Y EL ANUNCIO EVANGELIZADOR. El testigo es un puente: debe unir las dos orillas. Fidelidad al evangelio y solidaridad con los hombres. ¿Qué buscan realmente los hombres? ¿Qué necesitan? ¿Qué les ofrece la comunidad?

El testigo está realmente comprometido cuando con su vida es capaz de crear instancias, interrogantes e inquietudes que llevan a Jesús. Para ello, es preciso que, a través de las relaciones y de la solidaridad, seamos capaces de abrir la veta de lo trascendente: ir más allá de lo inmediato, entrar en el diálogo del corazón, asumir el reto del propio destino, sentirse necesitado de salvación, percibir en el otro una experiencia nueva a compartir. El testigo hace referencia a la comunidad. En esta se verifica todo testimonio cristiano.

La propuesta implícita del testimonio ha de explicitarse en el anuncio. Ciertamente el anuncio primero es el del testimonio de la vida personal y comunitaria. Pero en la transmisión compartida, la palabra y los signos son medios imprescindibles de comunicación y de referencia de la experiencia común. Es compromiso de la comunidad profesar su fe en el Señor Jesús y confesar su identidad ante los hombres. El anuncio es profesión y confesión del Amor encontrado y, al mismo tiempo, convocatoria e invitación a compartirlo.

En el evangelio, el anuncio y la propuesta explícita se realizan a través de múltiples mediaciones y caminos: el desconcierto de Saulo en el camino de Damasco, la sed y el agua samaritanos, el árbol de Zaqueo, la Palabra en el camino de Emaús, la impotencia de los enfermos, la resurrección de Lázaro, etc. Toda realidad humana es vivida por Jesús como parábola para el anuncio de la buena nueva de su Padre.

Descubrir la realidad como invitación a la propuesta del Reino es la fuente del anuncio evangelizador. Hemos de iniciar a ello.

a) El mundo de los jóvenes. La tarea evangelizadora entre los jóvenes necesita hoy especial dedicación y creatividad. Tanto los jóvenes alejados bienestantes, como los adolescentes y jóvenes desfavorecidos socialmente, presentan retos ineludibles. La presencia eclesial en su mundo necesita agentes pastorales especialmente comprometidos y comunidades significativas, capaces de crear relaciones y actividades de solidaridad y promoción.

Para ello, los jóvenes creyentes deben asumir el compromiso de ser testigos, portadores de un proyecto de vida interesante, abierto a la solidaridad y al diálogo. Será preciso entender que la pastoral de juventud necesita apuestas nuevas y ofertas comprometedoras, especialmente para los jóvenes mayores26.

b) El compromiso del catequista. Uno de los compromisos más profundamente eclesiales es el de catequista, cualquiera que sea el nivel en que se ejerce su ministerio. El catequista es un enviado por la comunidad a transmitir la experiencia de fe de la comunidad. Desde esta función transmisora, el catequista es testigo y educador. Su compromiso comporta fidelidad a la vivencia de la fe y competencia y entrega en su misión educadora.

El catequista, por consiguiente, asume como compromiso su preparación y su dedicación a este servicio tan fundamental de la comunidad cristiana. Los padres cristianos se consideran a sí mismos como catequistas de la fe de sus hijos, en vinculación a la comunidad eclesial.


VIII. Compromiso y vocaciones específicas

a) Enraizar la opción específica en el compromiso cristiano. Entendemos por vocación específica aquella forma carismática e institucionalizada de vivir la vocación cristiana. Esta forma peculiar o específica suele manifestarse en la manera de vivir la comunión y la misión eclesiales, mediante relaciones y actividades que configuran la propia vida.

El seguimiento a Jesús se concreta en la vocación específica de cada creyente. Todos somos llamados a vivir la fe como vocación, en base a los dones del Espíritu y a las concreciones objetivas. Sea en el matrimonio cristiano, en la vida comunitaria institucionalizada o en el ministerio presbiteral, etc., cada creyente accede a una vocación específica.

Tomamos en consideración dos aspectos: sólo desde el compromiso creciente se accede a la valoración y a la opción por una vocación específica; la vocación específica se convierte en el compromiso global de la persona.

b) Importancia de las dimensiones antropológicas. En la educación al compromiso vocacional específico, se requieren determinadas condiciones: 1) Un proceso adecuado en un contexto adecuado. El proceso debe respetar las posibilidades y exigencias de las condiciones personales. Al mismo tiempo, el proceso debe ser fiel a la jerarquía de los valores y de las opciones. Todo esto supone que la persona crezca en su propio y adecuado contexto afectivo, tanto relacional como operativo. 2) Primacía de la experiencia. Debemos ofrecer e invitar a experiencias capaces de suscitar adhesión a los valores vocacionales. Primacía de la adhesión a los valores antes que a las instituciones. Desde la experiencia se podrá educar a la pertenencia. 3) Fomentar el crecimiento afectivo. El crecimiento afectivo-relacional es una realidad que condicionará posteriores adhesiones y opciones. El corazón ha de ser más un motor que un obstáculo. Así ha de ser educado y orientado, tanto cara al matrimonio como cara al celibato.

c) Educar desde un proceso específico. La pastoral vocacional es, para toda comunidad, un compromiso inherente a su propia naturaleza y existencia. Quien vive coherentemente como convocado, actúa generosamente como convocante. Cada comunidad se ofrece en la Iglesia como una oferta abierta a los demás. La pastoral vocacional es compromiso de la comunidad cristiana. Por ello, desde su propia vida, proyecta un proceso formativo coherente a su propio carisma.

Las instancias principales, que han de inspirar todo proyecto que eduque al compromiso de una vocación específica, han de tener en cuenta, en primer lugar, el descubrimiento y la vivencia de los valores que especifican esa vocación. Esto será posible si progresivamente incorporamos a los convocados a la experiencia de comunión y de servicio de la comunidad. No basta una valoración teórica, es preciso que surja el interés y la atracción. A este respecto es imprescindible el compromiso recíproco del acompañamiento personal y del discernimiento comunitario.

d) Inserción y pertenencia comunitaria. La vocación específica se objetiviza cuando se concreta en una opción con otros y para otros. Estas dimensiones de comunión (con otros) y de misión (para otros) se realizan en la inserción comunitaria institucional (matrimonio, comunidad institucionalizada, ministerio ordenado).

La pertenencia comunitaria es un factor vocacional que ha de ser vivido como soporte y compromiso de fidelidad. La ingenuidad de minusvalorar los aspectos de la pertenencia han provocado frecuentes fracasos vocacionales.

La educación a la pertenencia ha de enraizarse en una adecuada comprensión teológica que ayude, eclesiológica y pneumatológicamente, a descubrir el don de la comunión cristiana eclesial. La pertenencia es un don antes que una elección.

e) La definitividad del compromiso vocacional. La definitividad es una opción amorosa del corazón. La definitividad no nace de la actividad, sino de la relación. La vocación es una llamada de Dios dinámica, creciente y transformante que Dios nos hace, desde el seguimiento a Jesús, por medio de los dones de su Espíritu. La definitividad de la respuesta vocacional depende de la apertura creciente a la llamada mediante el discernimiento de los caminos del Espíritu. Sólo el discernimiento espiritual y la oración nos ayudan a descubrir, como mediaciones de la llamada, los que nos pudieran parecer obstáculos. Al margen de la sabiduría de la cruz, no es fácil entender y asumir la definitividad de la pascua. Sólo desde esta se puede educar al compromiso definitivo en el Amor.

NOTAS: 1. G. GUTIÉRREZ, La opción preferencial por los pobres, Forum Deusto, en La religión en los albores del siglo XXI, Univ. Deusto, Bilbao 1994, 105-123. — 2 J. L. PÉREZ ÁLVAREZ, Dios me dio hermanos, CCS, Madrid 1993, 94-98. — 3 COMUNIDADES ADSIS, El reto de los jóvenes, Atenas, Madrid 1987, 132-146. — 4 J. L. PÉREZ ALVAREZ, Juventud y compromiso de la fe, CCS, Madrid 1975, 43-45. — 5 J. A. ESTRADA DÍAZ, La espiritualidad de los laicos, San Pablo, Madrid 19972, 298-301. — 6 J. L. PÉREZ ALVAREZ, Iniciación al compromiso en el catecumenado juvenil, San Pío X, Madrid 1985, 19-22. — 7 ID, Dios me dio hermanos, o.c., 243-253. — 8. Ib, 254-265. — 9. M. J. NAVARRO, Diálogo entre la fe cristiana y la sociedad moderna, Iglesia viva 139 (1989) 121-135. — 10 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo, San Pablo, Madrid 19972, 43-46, 51-54. — 11. J. L. PÉREZ ÁLVAREZ, Para que una comunidad sea significativa, Instituto de Vida Religiosa, Vitoria 1995, 5-75. — 12 CEAS, Juventud en la Iglesia, cristianos en el mundo, Edice, Madrid 1992, 112-120. — 13. L. MALDONADO, La comunidad cristiana, San Pablo, Madrid 1992, 112-129. —14 J. J. TAMAYO, Hacia la comunidad, Trotta, Madrid 1994, 90-102. — 15 J. L. PÉREZ ALVAREZ, Dios me dio hermanos, o.c., 213-226. — 16 COMUNIDADES ADSIS, o.c., 241-243. — 17 A. VILLAREJO, El matrimonio y la familia en la «Familiaris consortio», San Pablo, Madrid 1984, 214-256. — 18 J. M. MARDONES, El mundo religioso-cultural del cristianismo español actual, Iglesia viva 139 (1989) 33-52. —19 AMALORPAVADASS, Evangelización y cultura, Concilium 134 (1978) 80-86. — 20 R. ECHARREN, La Iglesia y la acción social, Iglesia viva 119 (1985) 454-464. -21 El abismo de la desigualdad. Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo, Col. Cristianisme i Justicia 50 (1992). — 22. Y. RAGUIN, Caminos de contemplación, Narcea, Madrid 1971, 33-34. — 23. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, O.C., 56-68. — 24 L. MALDONADO, o.c., 60-68. — 25 A. CAÑIZARES, La evangelización hoy, 'Marova, Madrid 1977, 127-132. — 26 COMUNIDADES ADSIS, O.C., 11-31.

BIBL.: AA.VV., Iniciación al compromiso cristiano en el catecumenado juvenil, San Pío X, Madrid 1985; ALBERICH E., Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1983; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Testigos del Dios vivo, Edice, Madrid 1985; Los católicos en la vida pública, Edice, Madrid 1986; Anunciar a Jesucristo con obras y palabras, Edice, Madrid 1987; MOUNIER M., El afrontamiento cristiano, Estela, Barcelona 1968.

José Luis Pérez Álvarez