ADULTOS, Catequesis de
NDC


SUMARIO:
I. El adulto y la edad adulta. II. La catequesis de adultos en el actual momento pastoral. III. Principales aspectos pedagógico-catequéticos. IV. Las metas de la catequesis de adultos: 1. La madurez de la fe; 2. La creación y el crecimiento de comunidades cristianas adultas. V. Los lugares de la catequesis de adultos: 1. El catecumenado de adultos; 2. Los grupos catequéticos de inspiración catecumenal; 3. La parroquia; 4. Los movimientos y asociaciones de fieles. VI. Algunos rasgos necesarios de la actual catequesis de adultos. VII. Problemas abiertos de la catequesis de adultos: 1. La catequesis de adultos en un contexto poscristiano; 2. Los diversos «modelos» de catequesis de adultos; 3. Crecimiento del número de niños y adolescentes no bautizados; 4. La presencia de la catequesis de adultos en el proyecto pastoral de las diócesis.


Hace algunos años, casi no se consideraba la conexión entre estas dos palabras: catequesis y adultos. La catequesis era vista y entendida como una acción dirigida a niños y adolescentes. Hoy, sin embargo, los documentos de la Iglesia manifiestan cada vez más una prioridad y una urgencia pastoral de la catequesis de adultos. La misma idea tradicional de catequesis estaba más cercana al concepto de formación permanente del cristiano (supuesta ya la fundamentación de la fe). Hoy, por el contrario, la catequesis tiene como objetivo primordial la fundamentación básica de la fe. Durante mucho tiempo se ha concebido la catequesis de adultos al estilo de una presentación sistemática y orgánica de la fe, más en la línea y el estilo de una enseñanza teológica; hoy se cambia también el estilo y la metodología, acercándose más a la pedagogía propia de un proceso iniciatorio (cf IC 11 lss).

Las razones de estos cambios de perspectiva y de modos de hacer hay que buscarlas: 1) en el cambio de contexto socio-cultural en que se desenvuelve la Iglesia de hoy; 2) en los cambios experimentados por las ciencias de la educación en referencia al mundo de los adultos; 3) finalmente, en el cambio de la conciencia de la propia Iglesia sobre su función iniciadora y educadora de la fe.

La renovación catequética de la Iglesia española, que recibió un fuerte impulso a raíz del Vaticano II (abril 1966: primeras Jornadas nacionales de catequesis), intuyó casi desde el primer momento la urgencia y la importancia de la catequesis de adultos. Es verdad que al principio fue una idea compartida sólo por unos pocos, pero la historia reciente muestra cómo se ha ido abriendo camino con fuerza hasta desembocar en espléndidos frutos.

La forma como ha ido creciendo esta acción pastoral de la catequesis de adultos, a partir, muchas veces, del entusiasmo de alguna persona o de algún grupo reducido, ha hecho también que a veces resulte difícil o problemática la integración eclesial de estas acciones. Hoy, sin embargo, se dispone de suficientes documentos orientadores de la Santa Sede y de la Iglesia española, que ofrecen pistas más que sobradas para poder hacer un buen discernimiento e indicar cauces hacia la comunión1.

Tratar ahora de la catequesis de adultos supone situarse ante tres coordenadas que se complementan: 1) la coordenada antropológica, que ofrece una visión de lo que es el adulto y la edad adulta; 2) la coordenada pastoral, que sitúa la catequesis de adultos en el momento actual de la cultura y de la vida de la Iglesia; 3) la coordenada pedagógico-catequética, que ofrece pistas para el planteamiento y la puesta en práctica de la catequesis de adultos en la situación presente.


I. El adulto y la edad adulta

En el lenguaje común, se entiende por adultez el estado de desarrollo pleno al que puede llegar una persona tras las varias etapas de su crecimiento. Hoy se admite que, dentro ya de la adultez, se va pasando por sucesivas etapas de la vida adulta, mientras dura la vida de la persona.

En épocas pasadas, en que las formas de vida y la cultura mantenían una relación mucho más estrecha, el desarrollo de la persona hacia la adultez resultaba bastante armónico, de forma que quien crecía en edad, iba creciendo a la vez, sin excesivas dificultades, en las restantes dimensiones de su personalidad. En la actualidad, por el contrario, la diversidad de elementos que influyen en la persona y la van configurando desde la niñez hace que los niveles de desarrollo que se alcanzan puedan ser muy variados, según el grado de eficacia con que cada agente educativo haya podido influir sobre la persona: familia, barrio, escuela, televisión, grupo religioso de pertenencia. La adultez alcanzada según la edad biológica puede no corresponderse en absoluto con el desarrollo o la maduración de otros aspectos de la personalidad. Esta constatación tiene repercusiones importantes en el planteamiento de una posible catequesis de adultos.

Por otra parte, los permanentes cambios y nuevas influencias que la persona experimenta a causa de su inmersión en el ambiente y en la cultura, la van llevando a la necesidad de una continua adaptación a las nuevas situaciones, con lo que la adultez no llega a ser percibida como un estado adquirido, sino más bien como una capacidad de afrontar nuevos retos, de posicionarse ante ellos y de superar las dificultades que presentan. Ser adulto lleva hoy consigo un permanente ejercicio de aprendizaje. Esta faceta de la condición adulta tiene también implicaciones importantes para la catequesis.

No es este el lugar para entrar en la descripción psicosociológica del adulto ni de la edad adulta en nuestro contexto cultural. Baste decir que esta etapa de la vida está ampliamente estudiada y analizada por las ciencias humanas desde sus diferentes perspectivas2. Un planteamiento responsable de la catequesis de adultos y de la pastoral con adultos exige a los agentes pastorales un mínimo conocimiento de estas aportaciones de la moderna investigación, sin fiar a la propia intuición o a la capacidad de improvisar el éxito de la empresa.


II. La catequesis de adultos en el actual momento pastoral

Desde el punto de vista de la historia de la Iglesia, puede afirmarse que la catequesis de adultos existió antes que la catequesis infantil. La propia dinámica de la evangelización y del nacimiento de las comunidades cristianas primitivas puso en primer lugar la instrucción catecumenal de los adultos que se adherían a la fe tras la proclamación del kerigma cristiano. Sólo más tarde, con el surgimiento de la situación de cristiandad, se hizo común en la praxis de la Iglesia el desplazamiento de la actividad catequética del ámbito de los adultos al de los niños nacidos en el seno de familias de bautizados. Esta forma de actuar se ha mantenido prácticamente en toda la Iglesia (con la lógica excepción de las comunidades de los países de misión) hasta la mitad del siglo XX.

Es el Vaticano II el que, partiendo de la experiencia de estos países de misión, y ciertamente con una visión realista de los nuevos tiempos que se avecinaban, restableció el catecumenado de adultos en la Iglesia, hizo de él un primer desarrollo (AG 14), y estableció la diversificación de los ritos bautismales para adultos y para niños (SC 64-67). La posterior publicación del Ordo initiationis christianae adultorum y sus respectivas traducciones a las lenguas modernas, junto con las introducciones pastorales propuestas por los episcopados, desencadenó un amplio movimiento de renovación pastoral en el campo de la catequesis de adultos, que aún está presente y actuante en la Iglesia.

En el contexto de la renovación catequética española, el primer paso hacia un planteamiento específico de la catequesis de adultos se dio en abril de 1970, con el I Encuentro nacional de catequesis de adultos, al que han seguido otros muchos en años posteriores. Un acontecimiento que puede considerarse ciertamente punto de inflexión en la historia de la moderna catequesis de adultos en España, es la publicación, en diciembre de 1990, de las Orientaciones pastorales sobre la Catequesis de adultos, por parte de la Comisión episcopal de enseñanza y catequesis de la Conferencia episcopal española, así como las reflexiones y orientaciones al respecto, contenidas en el documento La iniciación cristiana, publicado por la misma Conferencia episcopal en 1999. Tanto la reflexión como la acción catequética con los adultos continúan abiertas, ahora ya con referencias específicas a estos documentos, pero también con atención a las nuevas condiciones que el rápido cambio sociocultural está creando en el conjunto de los bautizados de nuestra época.

Junto a la conciencia que el movimiento catequético ha ido despertando en los pastores y en los catequistas, otra serie de hechos constatados de forma muy generalizada han contribuido también a que se vea cada vez con más claridad la necesidad y urgencia de una catequesis de adultos: 1) El contacto con los niños en la catequesis infantil, sobre todo en la preeucarística, hace descubrir la carencia cada vez mayor de una primera iniciación al mundo de lo religioso en el ámbito familiar. Este hecho es signo del grado de secularización cada vez más alto en la generación adulta, sobre todo entre los adultos jóvenes; 2) El esfuerzo que se hace en las catequesis presacramentales con adultos —catequesis de padres con ocasión de la primera eucaristía de los hijos, catequesis prebautismales y catequesis prematrimoniales— se percibe como una intervención pastoral sin pasado ni futuro, sólo puntual, por falta de un trabajo continuado y de unas comunidades o grupos adultos de referencia; 3) El mismo futuro del gran esfuerzo catequético que se lleva a cabo en los niveles de la infancia y la adolescencia, queda cuestionado cuando no existen comunidades adultas capaces de acoger e integrar a las nuevas generaciones de creyentes; 4) Un aspecto de gran trascendencia es la escasez o carencia absoluta de presencia cristiana pública y confesante en los ambientes en que se fragua y construye la vida de la sociedad: la política, la economía, el trabajo, la cultura, el ocio, la comunicación, etc. Incluso habiendo cristianos presentes en tales realidades, en muchas ocasiones la falta de adultez de fe hace que esa presencia no consiga ser operante e influyente.

Todas estas constataciones, así como las graves carencias de formación cristiana que se están señalando entre los bautizados, han llevado a tomar conciencia de la necesidad prioritaria de una acción catequética sólida y bien estructurada con los adultos en la actividad pastoral de la Iglesia.


III. Principales aspectos pedagógico-catequéticos

Sin bajar a planteamientos técnicos de pedagogía catequética, se plantean aquí algunos principios y orientaciones de carácter global sobre lo que hoy requiere la catequesis de adultos.

a) La catequesis debe considerar al adulto en cuanto tal. Después de bastantes siglos de tradición catequética casi exclusivamente infantil, existe ciertamente el riesgo de transferir a la catequesis de adultos los métodos y los acentos de la catequesis infantil.

Será necesario, por ello, tener en cuenta que, en nuestro tiempo, la pedagogía de los adultos —la andragogía— ha conocido un desarrollo que no puede ignorarse y cuyos avances deben ser incorporados a la catequesis de adultos. Al mismo tiempo, la cultura actual es reflejo y expresión de un mundo adulto y de un pensamiento que afirma fuertemente la racionalidad y la autonomía de la persona; por ello, un acercamiento al mundo religioso y a la experiencia de la fe que sea respetuoso con el destinatario debe saber tratar a este teniendo en consideración su estado y su situación concreta.

b) La catequesis debe tener en cuenta las etapas del proceso de fe. En una catequesis de adultos, sobre todo de inspiración catecumenal, no puede olvidarse que los destinatarios proceden de una cultura secular y con mínimas referencias religiosas, por lo que los procesos de despertar religioso, propios de la etapa evolutiva infantil pueden no haberse vivido en su momento y resultar, por tanto, necesarios. Lo mismo ha de decirse de una cierta iniciación al lenguaje simbólico, necesario para que sea posible la transmisión de la experiencia religiosa. Por supuesto, estos procesos habrán de ser propuestos de forma adaptada al contexto de la edad y de la cultura de los destinatarios, pero deben ser mantenidos, porque resultan imprescindibles en muchos casos.

La etapa de la conversión, que normalmente es un tiempo de transformación interior más que una decisión fulminante, debe ser también muy tenida en cuenta, respetada en su ritmo y acompañada con cariño e inteligencia por el catequista. Pasar por alto esta etapa por no creerla necesaria o darla por supuesta, sin que quizá haya existido nunca, puede tener consecuencias muy negativas para el proceso de fe. Por el contrario, si se asegura bien, en cuanto sea posible, la actitud sincera de conversión, puede haberse ganado el camino hacia la madurez de la fe.

La etapa propiamente catecumenal o catequética, programada y desarrollada sin precipitación, debe ir llevando al conocimiento y a la interiorización progresiva de toda la fe cristiana y de sus exigencias para el creyente. Esta etapa desembocará o en los sacramentos de la iniciación, tras la profesión adulta de la fe —en el caso del catecumenado— o en la renovación de esos sacramentos y la consiguiente incorporación a la comunidad cristiana adulta, en el caso de la catequesis de inspiración catecumenal.

c) La catequesis debe estar atenta al desarrollo armónico de todas las dimensiones de la fe. Estas dimensiones, que el Directorio general para la catequesis enumera como «conocimiento de la fe, educación litúrgica, formación moral, enseñanza de la oración e iniciación a la vida comunitaria y a la misión» (DGC 84-86), no se van educando de forma lineal y sucesiva, sino simultáneamente y en un proceso equilibrado y armónico. El privilegiar sólo alguna, o algunas, de estas dimensiones en menoscabo de las restantes puede dar como resultado una vivencia de la fe parcial, empobrecida o sin el necesario equilibrio. En este sentido, la acción testimonial y orientadora del catequista, adulto en la fe, podrá contribuir grandemente a la auténtica maduración cristiana del catecúmeno.

d) La catequesis debe favorecer la identidad laical de los destinatarios. Hoy no es posible pretender enseñar a vivir la fe de una forma genérica, que pueda ser válida para cualquier persona, en cualquier estado de vida y en cualquier circunstancia. La educación de la fe, a lo largo del proceso catequético, debe atender a la condición específica del bautizado que vive en el mundo, y que va a continuar inmerso en él después del período de catequesis, y enseñarle a vivir ahí como creyente, a descubrir cómo Dios se le va revelando en ese mundo, y a saber que, a partir de su condición de laico, debe ir «buscando el reino de Dios, ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (LG 31). Este talante específico de la catequesis de adultos exige de los catequistas una especial sensibilidad a este aspecto y una cierta experiencia de vida cristiana laical, que le pueda servir de testimonio y de apoyo en su tarea catequética.

e) La catequesis debe ser vivida y llevada a cabo en un contexto comunitario. No sólo el grupo de catequesis de adultos debe ir constituyéndose progresivamente como una inicial comunidad de creyentes, sino que su camino debe estar orientado a una futura integración en la comunidad eclesial en cuyo ámbito tal grupo ha nacido como grupo catequético. La comunidad cristiana es el origen, lugar y meta de la catequesis (cf DGC 254). Por ello la referencia activa a la comunidad debe ser una dimensión presente en todo momento en la vida del grupo. Un lazo de unión insustituible entre el grupo y la comunidad es el catequista. El es el adulto en la fe, testigo y acompañante de los que van haciendo el itinerario hacia la fe. Su talante, su sencillez, su cercanía y, sobre todo, su testimonio convencido de enviado de la comunidad, van dando al grupo catequético el tono y la referencia comunitaria que le ayudarán a crecer en su identidad eclesial. Quienes nacen a la fe adulta en este clima comunitario, serán después los que reclamarán a la comunidad cristiana el apoyo y el sostenimiento continuo que les será necesario para seguir viviendo su vida cristiana.


IV. Las metas de la catequesis de adultos

1. LA MADUREZ DE LA FE. La acción catequética, en cuanto educadora de la dimensión creyente de la persona, tiende a que esta crezca y madure en su fe. Tal madurez se entiende como lo propio y específico de la condición adulta. En este proceso van implicándose y desarrollándose varias capacidades de la persona:

a) En primer lugar, la capacidad de situarse como criatura ante el Creador y como hijo ante Dios-Padre; de reconocer a Jesucristo como el Salvador y al Espíritu Santo como el origen de la santidad; de abrir la propia existencia al don de Dios en espíritu de oración confiada. Este situarse del adulto creyente ante Dios no encierra aspectos alienantes, sino que procede de una actitud religiosa radical, que confiere al sujeto una conciencia de plenitud difícil de imaginar en otros contextos quizá mucho más presentes en la actual cultura.

b) En segundo lugar, la capacidad de percibir la propia vida y la historia humana integradas en la realización de un proyecto que no es propio, sino de Dios: la historia de la salvación. La referencia a este proyecto va dando sentido y significado a los acontecimientos, e incluso las realidades que pueden parecer negativas llegan a ser 'asumidas e integradas como elementos de esa visión globalizante. A la luz de esta misma visión, la persona es capaz de encontrar respuesta y sentido a las grandes preguntas existenciales que tantas veces atormentan al ser humano.

c) En tercer lugar, la capacidad de orientar la propia conducta en la dirección de lo que se va descubriendo como voluntad de Dios. La vida del creyente no puede ser fruto de un determinismo, sino de un ejercicio permanente de libertad. Ahora bien, elegir en cada caso aquello que lleva a la realización de lo que Dios quiere demanda la consideración y la ponderación de muchas variables; este ejercicio de discernimiento es normalmente fruto de una personalidad creyente equilibrada y madura.

d) En cuarto lugar, la madurez de fe aporta al creyente la conciencia viva y operante de la pertenencia a la comunidad eclesial. Ello lleva consigo una identificación con el ser y con la misión de la Iglesia, que se traduce consecuentemente en el ejercicio de la propia responsabilidad eclesial en la condición y circunstancias de cada uno.

e) En quinto lugar, el creyente adulto se capacita para estar presente en el mundo y en sus variados ámbitos (familia, cultura, trabajo, economía, política, etc.), en cuanto seguidor de Jesucristo, y para colaborar con otras personas de buena voluntad —creyentes o no— en la búsqueda y construcción de una sociedad y de unas relaciones entre las personas, según el ideal del evangelio y el proyecto del reino de Dios.

f) Por último, aunque no con menos importancia, no puede pensarse la adquisición de las capacidades enumeradas sin la asimilación contemporánea de una estructura de conocimiento de los contenidos de la fe, acorde a la realidad y al nivel cultural de cada sujeto, y que es la que da consistencia a las actitudes y a los comportamientos3.

Ciertamente, la adquisición de todas estas capacidades es fruto de un itinerario de crecimiento y maduración de la persona como creyente, itinerario en el que intervienen muchos factores educativos: la comunidad que catequiza, la persona del catequista, la metodología utilizada, las etapas que se van cubriendo, etc. Todo deberá ser tenido en cuenta en el proceso de la catequesis de adultos para que puedan alcanzarse los objetivos que se pretenden.

2. LA CREACIÓN Y EL CRECIMIENTO DE COMUNIDADES CRISTIANAS ADULTAS. En el actual contexto de mentalidad y cultura secular y urbana, cada vez más extendido, los planteamientos de otras épocas, que esperaban de la socialización un gran apoyo para la vida y la práctica cristiana, ya no son válidos. La fe ya no impregna la cultura, y los signos de referencia religiosa están cada vez menos presentes. En ese entorno poco favorable, las actitudes creyentes sólo pueden mantenerse y resistir si están bien enraizadas en las personas, y si estas encuentran apoyo en grupos sólidos de referencia. El papel de la catequesis de adultos es, en este contexto, de importancia capital. Ella debe ir desembocando, de forma natural y espontánea, en comunidades cristianas adultas, en donde se viva la fe, según el talante adulto y compartido que se ha aprendido a lo largo del proceso catequético, y cuyos puntos de apoyo y de crecimiento sean los que ya se han venido practicando: la referencia permanente a la palabra de Dios, la oración en común, la celebración comunitaria de la liturgia, el discernimiento compartido de la voluntad de Dios a partir de la vida, el apoyo mutuo en el compromiso temporal. Además, cuando estas comunidades vayan surgiendo en los ámbitos parroquiales tradicionales, pueden ir convirtiéndose, a la vez, en fuerza de renovación de esas parroquias, con tal que estos cristianos nuevos, salidos de la catequesis de adultos, sepan ir al encuentro de esos otros hermanos y se pongan a caminar a su lado, en todos los ámbitos de la vida y la experiencia eclesial, renunciando a cualquier actitud puritana o elitista. Y por último, la presencia social de la Iglesia, que se hace visible en su ambiente a través de estas comunidades cristianas adultas, irá adquiriendo una mayor fuerza testimonial en ese ambiente y podrá ser, a la vez, un signo interpelante e incluso provocador de una forma de vida alternativa, que radica en el seguimiento de Jesucristo y proclama los valores del evangelio.


V. Los lugares de la catequesis de adultos

La Iglesia-Madre, al catequizar, engendra nuevos hijos. La catequesis, por su origen y por su finalidad, está siempre relacionada con el nacimiento a la fe y con el bautismo. Ahora bien, el nacimiento a la fe sólo tiene lugar en el seno de la Iglesia-Madre, a la que el neófito queda incorporado al recibir el bautismo (cf IC 112-123; 134-138). La catequesis de adultos, en su doble faceta posible de catecumenado propiamente dicho o de catequesis posbautismal, guarda siempre esta orientación y referencia al nacimiento a la fe, y por ello no puede pensarse más que en íntima vinculación con la Iglesia visible e inmediata, que es la Iglesia particular. Los que hoy son llamados lugares de catequesis reciben su vigencia de la comunión que guardan con la Iglesia local y no pueden pensarse ajenos a ella o con estructuras y modos de actuar que prescindan de esta comunión.

Entre los diferentes lugares de catequesis que suelen considerarse, hay varios que son más propios de la catequesis de adultos:

1. EL CATECUMENADO DE ADULTOS. Es el lugar por excelencia de la catequesis y el referente de todas las demás formas de catequesis de adultos. Sus destinatarios son los adultos no bautizados, así como los adolescentes e incluso los niños en edad escolar que desean prepararse para recibir el bautismo. El desarrollo actual del catecumenado está inspirado en la rica tradición de la Iglesia primitiva y fue actualizado en el Vaticano II, a partir de las experiencias de las Iglesias de los países de misión. Tanto las orientaciones pastorales como los mismos ritos, que se encuentran en el Ritual para la Iniciación cristiana de adultos (RICA), publicado tras el Concilio, constituyen una expresión inapreciable de lo que debe significar este especial proceso de fe: la gradualidad y la especificidad de cada etapa; la especial atención a las situaciones de fe de los catecúmenos; la participación permanente de la comunidad en el acompañamiento de los futuros cristianos; la riqueza y la variedad de los elementos litúrgicos. Puede decirse que el catecumenado es, en cierto sentido, sacramento (signo eficaz) de la maternidad de la Iglesia: ella es quien confía a un catequista la responsabilidad de acompañar a los catecúmenos; la que ora por ellos a lo largo de su itinerario de fe y la que, finalmente, los acoge e integra en su seno con vistas a su plena realización como cristianos.

2. LOS GRUPOS CATEQUÉTICOS DE INSPIRACIÓN CATECUMENAL. Estos grupos acogen a adultos ya bautizados, que desean hacer el camino de la fe «a modo de catecumenado, en el que están presentes algunos elementos del RICA, destinados a hacer captar y vivir las inmensas riquezas del bautismo recibido» (ChL 61; cf IC 124-133). Los destinatarios de esta catequesis pueden presentar situaciones muy diferentes de fe: desde verdaderos alejados que, movidos por la gracia de la conversión, van haciendo el proceso completo de la fe, como si fueran verdaderos catecúmenos, hasta cristianos más o menos practicantes, pero de fe tradicional y sociológica, que buscan personalizarla y aprender a vivirla de forma consecuente. Esta variedad de destinatarios indica también la flexibilidad que habrá que poner en juego en estos procesos, con vistas a su eficacia. Unos esquemas excesivamente rígidos en sus planteamientos y desarrollos pueden dar como resultado personas deformadas e inmaduras en su fe. Esta forma de catequesis de adultos está hoy presente en muchos ámbitos parroquiales, y siguen las orientaciones y directrices de las propias Iglesias locales, promulgadas por los respectivos obispos como marco de referencia diocesano para esta acción. Existen también otros grupos o movimientos que tienen como seña de identidad su finalidad catequizadora de adultos o de jóvenes. Tales grupos tienen sus propias estructuras organizativas y sus propios métodos, que suelen conferir a sus miembros una fuerte identificación, aunque en ocasiones presentan dificultades para su integración en la comunión de la Iglesia local. Para hacer más eficaces estos dos ámbitos de catequesis de adultos y, sobre todo, para servir mejor a la comunión, hoy parece muy deseable el establecimiento en las Iglesias locales de la institución del catecumenado de adultos, con unas orientaciones precisas, a la luz del magisterio universal y del propio país, en cuyo marco puedan quedar integradas todas las acciones eclesiales que, en una u otra forma, pueden considerarse catecumenales.

3. LA PARROQUIA. Dentro de los proyectos diocesanos de catequesis de adultos, que cada vez se van haciendo más frecuentes, la parroquia es el lugar natural de catequesis de adultos. Por su carácter de comunidad abierta, o de comunidad de comunidades, en ella tienen un lugar propio todos los bautizados. A ella acuden, en demanda de servicios religiosos, muchos bautizados frecuentemente alejados de la fe, a los que se puede, a través de diversos caminos pastorales, invitar a participar en un proceso catequético. Puede decirse que la parroquia, por su condición de estructura pastoral básica, tiene, más que ninguna otra, el derecho y el deber de disponer de unos cauces establecidos de catequesis de adultos, abiertos a todos los que deseen o necesiten utilizarlos. «Así como no es concebible que una parroquia no asuma y encauce las acciones que en ella se ejercen en favor de la catequesis de niños, tampoco debe ser concebible que la comunidad ignore y no asuma las iniciativas en favor de la catequesis de adultos» (La catequesis de adultos, 114).

4. Los MOVIMIENTOS Y ASOCIACIONES DE FIELES. Muchos adultos cristianos suelen adherirse a asociaciones de fieles o movimientos apostólicos, en los que encuentran apoyo y estímulo para el desarrollo de su vida cristiana, según los objetivos propios de dichas asociaciones o movimientos: el culto al Señor, a la Virgen María o a los santos; la acción caritativa y social; la presencia activa y testimonial en los ámbitos de la vida secular y profana: familia, cultura, ocio, economía, trabajo, política. Estas asociaciones son, en bastantes ocasiones, lugares de catequesis de adultos.

Sucede, sin embargo, que algunos planes de formación permanente de esos grupos dan por supuesto que los miembros ya han hecho el proceso catequético hacia la madurez de fe, cuando, en muchos casos, este itinerario no ha tenido lugar en absoluto.

Esto puede provocar una falta de correspondencia entre la oferta de formación y las necesidades reales de las personas. En unos casos, los propios movimientos o asociaciones ofertan a sus miembros estos procesos de inspiración catecumenal; en otros, les orientan hacia aquellos lugares donde pueden llevarlos a cabo. Cuando la catequesis tiene lugar en el seno del propio grupo, se tiene la ventaja de desenvolverse en un contexto cristiano y apostólico concreto, al que resulta fácil integrarse una vez finalizado el proceso. En el otro caso, la catequesis deberá ser completada en el grupo de pertenencia con otros elementos formativos específicos del mismo.

De una u otra forma, lo verdaderamente importante es que cualquier miembro de una asociación o movimiento cristiano encuentre la oportunidad de hacer, si lo necesita, un camino básico hacia la fe adulta, que le capacite para vivirla con plena madurez y de forma consecuente.


VI. Algunos rasgos necesarios de la actual catequesis de adultos

Las especiales connotaciones culturales de la época actual, en la que viven los destinatarios de la catequesis de adultos, configuran sin duda la propia catequesis. He aquí algunos de los rasgos que hoy parece más necesario lograr en la catequesis de adultos:

a) La catequesis de adultos debe ser una acción de marcado acento «misionero». Fueron primero el Concilio y después los sínodos sobre la evangelización y sobre la catequesis los que resaltaron con fuerza el carácter procesual del camino de la fe. La experiencia confirma también que, cuando no se ha dado la primera adhesión a la fe, es decir, la conversión, no es posible esperar que enraíce en la persona la enseñanza catequética. En nuestro país, de fuerte tradición de cristianismo sociológico, muchos intentos de implantar una catequesis de adultos han fallado o han encontrado graves dificultades por la carencia de acciones previas de carácter misionero, que hayan llevado a las personas a una conversión inicial. Por esta razón, se ha ido abriendo camino el planteamiento de una catequesis misionera que, teniendo en cuenta esta carencia, contenga una carga importante de anuncio explícito y sea capaz de despertar la fe, al mismo tiempo que ofrece los elementos que le dan contenido y la ilustran. La Iglesia de hoy experimenta una grave carencia de acción directa e intencionalmente misionera. Esta catequesis misionera atiende especialmente a esta dimensión de anuncio y suple lo que quizá debería haberse hecho previamente y en otros ámbitos. Porque la conversión, que es base y cimiento de cualquier proceso de fe, no puede nunca darse por supuesta.

b) Una catequesis orientada a la «iniciación cristiana». En el contexto secular y profano actual, el aspecto iniciatorio de la catequesis de adultos debe ser muy tenido en cuenta. La dimensión simbólica —cauce de todo el lenguaje religioso—; la dimensión comunitaria y de pertenencia, con toda su carga de implicación de la afectividad; el aprendizaje de las actitudes básicas de la experiencia religiosa (apertura al otro, confianza,

acogida, gratuidad...); la conciencia de paso que debe significar el hecho del bautismo —tanto si se recibe en el caso del catecumenado propiamente dicho como si se renueva y se actualiza en el caso de la catequesis pos-bautismal— son elementos propios de la experiencia de la iniciación, que tienen que formar parte hoy del proyecto de la catequesis de adultos. Ignorar esta dimensión puede suponer dejar al margen un aspecto enraizado en la más antigua tradición cristiana y que hoy, a causa de los condicionamientos culturales, difícilmente puede ser dado por supuesto, ni puede ser suplido por la presencia de otras facetas de la catequesis.

c) Una catequesis con un fuerte protagonismo laical. La acción misionera se lleva a cabo normalmente en las fronteras de la fe, que son los terrenos propios de los creyentes laicos. La vida y la palabra testimonial de un laico tienen una fuerza de interpelación y de convicción que no puede tener la palabra de un sacerdote, frecuentemente considerado desde fuera como un profesional de lo religioso. La acción misionera y la catequesis de adultos tiene más eficacia cuanto más se apoya en los creyentes laicos. El trabajo del sacerdote deberá centrarse más en la formación y el acompañamiento de estos agentes. Este modelo de catequesis de adultos quizá ponga en cuestión algunos proyectos pastorales de corte más clerical. Sin embargo, parece que el futuro se abre camino a partir de estos planteamientos.

d) Una catequesis de fundamentación básica de la fe. La catequesis de adultos que hoy parece necesaria debe poner el acento en la estructura ción de una personalidad creyente, más que en la eventual transmisión de amplios conocimientos. No se olvide que esta fue, en su momento, la tarea del catecumenado primitivo, que precedía al bautismo: la iniciación cristiana. La catequesis de adultos adquiere este carácter cuando es fiel a la inspiración catecumenal. Este talante está hoy presente en la mayoría de los procesos catequéticos con adultos, ya que estos, de una u otra forma, están inspirados en el RICA (cf IC 11 lss). Aunque la catequesis con ya bautizados —y la mayoría de las veces sacramentalizadostendrá unos elementos propios, diferentes del catecumenado propiamente dicho, sin embargo, su estilo, sus acentos y casi todos sus objetivos guardan una gran coincidencia con él.

La fundamentación de la fe se va consiguiendo en base a la educación de las cuatro dimensiones de la experiencia creyente: el conocimiento, la celebración, la vivencia y la contemplación del misterio de Cristo. En esta tarea educativa se da una implicación de toda la persona del catequizando. El arte de la buena catequesis, y del catequista-acompañante de un grupo de adultos, será ir consiguiendo el desarrollo equilibrado y armónico de estas dimensiones. Esta será la garantía de una verdadera maduración de la fe.

e) Una catequesis orientada a la comunidad y al compromiso. La propia experiencia de la catequesis de adultos, vivida en el grupo catequético, va iniciando en la vivencia comunitaria. Es este uno de los aspectos más significativos de la experiencia cristiana para el hombre de hoy, condenado a sufrir con frecuencia el ais lamiento y el anonimato de una sociedad mayoritariamente urbana y masificada. Esta experiencia comunitaria no es sólo psicológicamente deseable, sino que es, sobre todo, un signo del reino de Dios, «de la nueva manera de vivir, de vivir juntos, que inaugura el evangelio» (EN 23).

Junto a la introducción en la experiencia comunitaria, la responsabilidad misionera es igualmente una característica y una meta de la actual catequesis de adultos. No busca con ella la Iglesia ampliar sus filas, sino servir a la misión hacia los de fuera, que también están destinados a conocer y a acoger en sus vidas el don de Dios.

El estilo misionero no se traduce hoy tanto en un afán conquistador cuanto en una capacitación para la presencia testimonial en ámbitos marcados por el secularismo y la indiferencia, así como para el diálogo con personas que quizá viven y practican otros credos religiosos. La inculturación de la fe tendrá que realizarse hoy a través de estas difíciles mediaciones: la presencia como levadura en la masa en medio de la cultura profana y secular; el encuentro franco, respetuoso y tolerante con otros planteamientos filosóficos y religiosos; la propuesta valiente de los valores evangélicos y de la fe cristiana como oferta de enriquecimiento capaz de humanizar el mundo presente.


VII. Problemas abiertos de la catequesis de adultos

Precisamente porque la pastoral catequética con los adultos tiene lugar en una Iglesia viva y en camino, no puede pensarse que todos los problemas estén resueltos. Los pastores y los agentes de pastoral deben afrontar las nuevas situaciones buscando aquellas respuestas que, en los momentos actuales, se vean más eficaces. Se presentan algunos de los problemas más urgentes entre nosotros.

1. LA CATEQUESIS DE ADULTOS EN UN CONTEXTO POSCRISTIANO. La catequesis de adultos no puede considerarse como una acción pastoral independiente y válida por sí misma, sino dentro de un proceso de renovación de toda la pastoral de la Iglesia, en el espíritu del Vaticano II y de las enseñanzas posteriores del magisterio. Toda catequesis tiene un antes y un después. El antes es la primera evangelización y el después la integración en la comunidad cristiana adulta.

En nuestra situación de vieja cristiandad, o de cultura poscristiana, es necesario y urgente plantear, con toda apertura, el problema de la primera evangelización, que debe ser puerta de la primera adhesión de fe y de la conversión. Esta etapa es imprescindible y previa a la catequesis de adultos. Esta primera evangelización debe ir acompañada de signos que interpelen y den credibilidad al anuncio cristiano. La existencia o no de estos signos y su significatividad en nuestro contexto cultural es un reto de primera magnitud, si se quiere servir con eficacia a la nueva evangelización.

Junto a los signos, se hace también necesario capacitar a los agentes de la misión. La tarea de los adultos cristianos, de los militantes de movimientos apostólicos es, en este ámbito, urgente e imprescindible. Pero esa tarea demanda una formación específica. El diálogo misionero tiene unas características que es necesario conocer y cuyo ejercicio es necesario también aprender. Esta deficiencia de agentes formados para la misión en las fronteras de la fe es una carencia grave de nuestra Iglesia. Recientemente, la Santa Sede ha ofrecido dos Instrucciones sobre el diálogo que, aun teniendo objetivos diferentes a los que aquí se plantean, contienen orientaciones plenamente válidas para entablar un diálogo, en cuyo punto de mira está la propuesta de la fe4. Puede afirmarse que, en contextos poscristianos, el diálogo misionero del creyente con el alejado de la fe ocupa un lugar por derecho propio.

2. Los DIVERSOS «MODELOS» DE CATEQUESIS DE ADULTOS. Así como en la Iglesia de los primeros siglos el catecumenado bautismal estaba profundamente vinculado a la Iglesia local y a la persona del obispo, en este último tercio del siglo XX, en el que se ha asistido a una gran expansión de la catequesis de adultos —sobre todo según el modelo y la inspiración catecumenal— la pluralidad de planteamientos hace más difícil la unidad eclesial que tanto resplandeció en la antigüedad. Esta pluralidad nace de los diversos orígenes de las experiencias catequéticas; de los diferentes contextos socioculturales en los que se han ido desarrollando; de las personas que las han inspirado; de los diferentes métodos que se han utilizado y se siguen poniendo en práctica. Hay que decir que esta pluralidad, siendo en sí un valor y un signo de los tiempos en la Iglesia, puede contener el riesgo de una cerrazón, de un particularismo o de una exclusividad, que siempre son negativos, si no se educa exquisitamente la actitud de comunión eclesial. Puede aceptarse sin reservas una variedad de métodos catequéticos de inspiración catecumenal, siempre que sea común la imagen de Iglesia hacia la que se camina, es decir, siempre que haya una confluencia cordial y sincera en la eclesiología. Esta eclesiología no puede ser más que la ofrecida por la Lumen gentium. Si en algún caso las divergencias se dan en este nivel, quizá se esté no ante un pluralismo, sino ante un riesgo real de quiebra de la comunión.

Será entonces necesario hacer una reflexión desde la teología de la Iglesia local y desde el obispo, como garante de la unidad, para comprender bien el sentido profundamente eclesial de la institución del catecumenado y del lugar que deben ocupar los itinerarios de inspiración catecumenal dentro de la vida de una diócesis. Si no se tienen en cuenta estas referencias, las conclusiones pueden resultar distorsionadas.

3. CRECIMIENTO DEL NÚMERO DE NIÑOS Y ADOLESCENTES NO BAUTIZADOS. Un tipo especial de catequesis de adultos es el que comienza a hacerse común en muchas parroquias: se trata de la catequesis de niños y adolescentes que no fueron llevados al bautismo por sus padres en el momento de nacer y solicitan el sacramento después de haber adquirido el uso de razón. El RICA considera este caso en su capítulo V. Aparte del deber pastoral de atender estas situaciones —cada vez más numerosas, sobre todo en contextos urbanos— conviene hacer un planteamiento pastoral de más largo alcance. Esta catequesis hacia el bautismo puede dar lugar, no sólo al resurgimiento de una renovada pastoral bautismal, sino a una intervención importante de la comunidad en el proceso catecumenal, al estilo de los primeros siglos. En este contexto, es posible pensar también en una acción con los padres que, normalmente, será de carácter misionero. Sin olvidar que el acompañamiento de los catecúmenos puede reportar al conjunto de la comunidad una verdadera renovación, al replantearse los orígenes de su propia fe. La Iglesia española ha desarrollado las orientaciones pastorales que se prevén en el capítulo V del RICA en el documento La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, aprobado por la LXX asamblea plenaria de la Conferencia episcopal española el 27 de noviembre de 1998. Creemos que, en previsión de los tiempos que se avecinan, este tipo de catequesis abre un camino de futuro que debe ser abordado con creatividad y con visión pastoral.

4. LA PRESENCIA DE LA CATEQUESIS DE ADULTOS EN EL PROYECTO PASTORAL DE LAS DIÓCESIS. A pesar de los avances que se vienen dando en el campo de la catequesis de adultos, aún no se ha llegado a una aceptación plena y normal del hecho de que la catequesis de adultos tiene un lugar propio e irrenunciable en el proyecto pastoral de una Iglesia particular (cf IC 126-127). Esto, que sería un signo claro —aunque no el único— de que se va pasando de una pastoral de cristiandad a una pastoral misionera, no puede considerarse en absoluto alcanzado. Las acciones de catequesis de adultos son quizá obra de algunos pastores que lo han descubierto por su cuenta y son más sensibles al tema. La diversidad de itinerarios y la falta de un marco común desconciertan a los menos seguros, que prefieren esperar a, que las cosas se clarifiquen. La dificultad y la lentitud de los comienzos, cuando no se tiene experiencia y quizá se cuenta con pocos o ningún catequista, lleva a bastantes al retraimiento por temor a lo desconocido. Se hace necesario, por tanto, en las Iglesias locales, optar claramente por la pastoral misionera, uno de cuyos pilares es la catequesis de adultos; promover la redacción de un proyecto-marco de catequesis de adultos que, asumido y propuesto por el obispo diocesano, se convierta en referencia necesaria y común para todas las acciones en este ámbito; acometer la preparación paciente y concienzuda de catequistas que se vayan capacitando para ser acompañantes de otros adultos en su camino de fe; abordar la concienciación de los presbíteros sobre su papel propio en la catequesis de adultos y sobre la originalidad de su aportación a la misma, distinta de la de los catequistas; finalmente, trabajar en la renovación constante de las comunidades cristianas, de modo que puedan llegar a ser el ambiente espontáneo y cordial en el que se vayan integrando los adultos que terminan sus procesos catequéticos y se disponen a ejercer de cristianos apoyados en y por su comunidad.

NOTAS: 1. Disponemos, en primer lugar, del nuevo Directorio general para la catequesis (DGC), publicado el 15 de agosto 1997, que debe ser considerado como la actualización y propuesta autorizada de toda la doctrina catequética elaborada por la Iglesia desde la publicación del anterior Directorio general de pastoral catequética (Directoriurn Catechisticum Generale, DCG), de 1971. Se tiene en cuenta también el documento La catequesis de adultos en la comunidad cristiana, publicado por el Consejo Internacional de Catequesis, en la pascua de 1990. Con referencia a la Iglesia española, hay que mencionar las Orientaciones pastorales sobre la catequesis de adultos, de diciembre de 1990, y La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, de noviembre de 1998, donde la Conferencia episcopal aplica a la realidad española el contenido del Ritual de la iniciación cristiana de adultos (RICA). — 2 Pueden consultarse al respecto, con una orientación específica hacia la catequesis de adultos: CENTRO NACIONAL DE ENSEÑANZA RELIGIOSA DE FRANCIA, Formación cristiana de adultos, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989, II Parte; E. ALBERICH-A. BINZ, Catequesis de adultos, CCS, Madrid 1994, cap. 4. — 3 En el Directorio general de pastoral catequética (DCG), de 1971, puede encontrarse una descripción muy detallada de la madurez de fe, que continúa teniendo plena vigencia para evaluar la eficacia de un proceso de catequesis de adultos (DCG 21-30). — 4 Se trata de las orientaciones sobre «diálogo y misión», del Secretariado para los no cristianos, de 1984 (traducción de los Secretariados de Catequesis del Sur, Málaga 1993), y del documento «Diálogo y anuncio» del Pontificio Consejo para el diálogo interreligioso y la Congregación para la evangelización de los pueblos (Ecclesia 2547 [28 septiembre 1991] 25-42).

BIBL.: ALBERICH E.-BINz A., Catequesis de adultos, CCS, Madrid 1994; Formas y modelos de catequesis con adultos, CCS, Madrid 1996; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1999; CONSEJO INTERNACIONAL PARA LA CATEQUESIS, La catequesis de adultos en la comunidad cristiana, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1990; FLORISTÁN C., Para comprender el catecumenado, Verbo Divino, Estella 1989; GIGUÉRE P., Una fe adulta. El proceso de maduración en la fe, Sal Terrae, Santander 1995; SECRETARIADOS DE CATEQUESIS DE LAS DIÓCESIS DEL SUR, Catequesis misionera en Andalucía. Criterios para una catequesis de inspiración catecumenal con adultos, en Actualidad catequética 159 (1993) 131-143.

Antonio M°. Alcedo Ternero