YO CREO
Pequeño Catecismo Católico
Editorial Verbo Divino


9. Creo en el Espíritu Santo

El Espíritu Santo de Dios: No podemos verlo, no podemos retenerlo ni mostrarlo. No podemos disponer de él a nuestro capricho. Pero podemos sentir su existencia y su acción, por ejemplo, cuando un hombre o una mujer hablan de tal manera acerca de Dios, que otros llegan a la fe; cuando dos personas ponen fin a su discordia y se reconcilian; cuando alguien que ha cometido una injusticia repara los daños causados; cuando una persona amargada por el odio comienza a amar; cuando a alguien que sólo pensaba en sí mismo se le abren los ojos para ver la desgracia de otro; cuando una persona sale en defensa de los animales y de las plantas, del agua y del aire y de los seres vivos amenazados de extinción por el hombre.

 

9.1 El Espíritu crea vida

La Biblia comienza hablándonos acerca de los orígenes más remotos. Entonces antes de que Dios pronunciara su primera palabra- no había más que desolación y vacío, aguas borboteantes y oscuridad: muerte. Pero el Espíritu de Dios se mueve sobre las aguas abismales: vida.

Con estas imágenes los maestros de Israel afirman que Dios está en todo y sobre todo lo que vive, se desarrolla y prospera en la Tierra. Su Espíritu es la prueba de que la creación no está nunca desligada de Dios: no está nunca abandonada al azar, a merced de la mente del hombre o incluso a merced
de espíritus malvados.

Oramos así:
Envías tu Espíritu y renuevas la faz de la tierra (Sal 104,30).
Uno de los maestros bíblicos relata cómo fue el comienzo de Adán
"el hombre":
Dios mismo sopla sobre él aliento de vida.
Y de este modo el hombre se convierte en ser viviente.
Esto quiere decir que el ser humano -los varones, las mujeres y los niños- viven por la vida de Dios.
Por eso son capaces de entender a Dios, de hacer su voluntad, de ser hombres a imagen de Dios.

· Nos santiguamos con la señal de la cruz: En el nombre de¡ Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
El Espíritu Santo es el don supremo que se concede al hombre. El Espíritu sopla donde quiere. Pero el hombre puede rehusarse al Espíritu, puede cerrarse a él.

Oramos así:
Respira en mí, oh Espíritu Santo, para que piense cosas santas.
lmpúlsame, oh Espíritu Santo, para que haga cosas santas.
Atráeme, oh Espíritu Santo, para que ame lo que es santo. Fortaléceme, oh Espíritu Santo, para que conserve lo santo.
Guárdame, oh Espíritu Santo, para que jamás pierda lo santo.
ORACIÓN ATRIBUIDA A SAN AGUSTÍN (354-430)

El Espíritu de Dios es invisible. Procede de Dios -del Padre y del Hijo- como los cálidos rayos que proceden del sol. El Espíritu Santo es Dios: igual que el Padre y el Hijo. Su acción se experimenta a través de las personas a quienes Él se concede. Sus signos son el agua, el fuego, la tormenta, el soplo y el viento. Su color es: rojo. Algunas veces se le compara con una paloma y se le representa de esta manera. Para las personas de la época bíblica e incluso hoy día la paloma es imagen de la paz y del amor que se ha hecho visible.

 

9.2 El Espíritu Santo habla por medio de las profetisas y los profetas

En la Biblia se habla de hombres y mujeres a quienes Dios concede su Espíritu. Hay reyes que lo reciben mediante la unción con el óleo santo. A personas elegidas, el Espíritu las capacita para una determinada misión. Valientemente se atreven a contradecir a los reyes, a acusar a los falsos profetas y a los sacerdotes infieles, a poner al descubierto la herejía y el pecado. Su entusiasmo espiritual es contagioso; su convicción, convincente. Todos los que tienen relación con esas personas sienten que en ellas está actuando Dios. Su Santo Espíritu habla a través de esas personas. Por eso, las personas llenas del Espíritu son dignas de ser creídas; por eso, podemos fiarnos de ellas.

En Israel se habla de manera especial del Espíritu, cuando se trata del Mesías, del Rey justo del linaje de David, gracias al cual llegará la paz de Dios a la

Tierra. De él dice uno de los profetas (ls 11,2): Dios le da el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu de consejo, de conocimiento y de fortaleza, el Espíritu de piedad y de temor de Dios. Recordamos estas palabras de¡ profeta cuando hablamos de los "siete dones" de¡ Espíritu Santo.

Del Siervo que -enviado por Dios y rechazado por los hombres- da su vida por el pueblo, dice Dios mismo: "Este es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto sobre él mi Espíritu, para que manifieste el derecho a las naciones" (is 42,1).

El Espíritu de Dios no es sólo un don para algunas personas que han sido especialmente elegidas. El Resucitado concede el don de¡ Espíritu Santo a los apóstoles y a todos sus discípulos (Jn 20,22). En el último día, cuando esté juzgada la flaqueza y la maldad de los hombres, y cuando lo único que cuente sea el amor y el cariño de Dios hacia los hombres, el Espíritu se concede a todos: "Yo derramo mi Espíritu sobre tu descendencia, mi bendición sobre tu linaje" (is 44,3). Entonces "sus hijos e hijas profetizarán, sus ancianos tendrán sueños y sus jóvenes tendrán visiones. Y en aquellos días derramaré mi Espíritu hasta sobre criados y criadas" (Ji 3,1-2).

Oramos en el día de Pentecostés:
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor.


Último Día: El Día de Dios, el Día Novísimo: el Día que Dios ha destinado para que sea el fín del viejo mundo de los hombres. Dios creará un nuevo cielo y una nueva tierra.

 

9.3 Jesucristo, lleno del Espíritu Santo

Jesús vive y actúa unido con el Espíritu Santo. Por medio de la acción del Espíritu Santo, su Madre María le concibe en su seno. Por eso ensalzamos a María: 'Llena eres de gracia". Movido por el Espíritu, Juan el Bautista testifica: "Yo los bautizo sólo con agua. Pero el que viene detrás de mí... Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego" (Mt 3,11). Cuando Jesús se dirige a Juan, a orillas del Jordán, para ser bautizado por él, se abre el cielo sobre Jesús. El Espíritu de Dios desciende sobre él y la voz dice: "Tú eres mi Hijo amado. En ti me complazco". Con el poder de¡ Espíritu, Jesús resiste a Satanás, que le tienta en el desierto y quiere apartarle de su misión (Mc 1,11-13).

Jesús sabe muy bien a lo que ha sido enviado. En Nazaret, la ciudad donde vivía, va el sábado a la casa de oración (la sinagoga) y lee el siguiente pasaje de¡ profeta Isaías: "El Espíritu de¡ Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19). Y todos entienden lo que Jesús quiere decir cuando afirma: "Hoy se ha cumplido ante ustedes esta profecía" (Lc 4,21).

Con el poder del Espíritu, Jesús expulsa demonios y sana enfermos. Asegura a los pobres y a los abatidos que Dios los ama. No tiene miedo a los escribas ni a los poderosos.

Jesús observa cómo éstos no se dejan convencer; se da cuenta de que corre peligro su propia vida. Entonces prepara a sus discípulos para el tiempo en que él no se encuentre ya visiblemente entre ellos. El evangelista San Juan refiere cómo Jesús habla a sus discípulos de despedida. Les infunde ánimo y les dice cómo ellos podrán seguir siendo sus amigos. les promete un Consolador, un Auxiliador. Alguien que ore por ellos, cuando a ellos les falten las palabras. Alguien que les diga cómo defenderse, cuando les acusen y persigan por causa de Jesús. Les promete su Espíritu Santo.

Oramos así:
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

Satanás: Se le llama algunas veces el "diablo" o el "adversario': un ángel, así lo creemos, que se convirtió en enemigo de Dios. Es el maligno por excelencia, que intenta seducir a los hombres para que se aparten de Dios y caigan en el pecado. Los creyentes tienen que decidirse y escoger a quién quieren servir: a Dios o a Satanás. Cuando Jesús resiste a Satanás, eso es señal de que Satanás ha perdido su poder. Cuando Jesús venga de nuevo en gloria, el maligno quedará definitivamente vencido.