YO CREO
Pequeño Catecismo Católico
Editorial Verbo Divino


13. La resurrección de los muertos y la vida eterna

Hay personas que mueren siendo ancianas y saciadas de la vida. Pero mueren también niños y jóvenes: por accidentes y catástrofes, por enfermedad, hambre y frío. Dios es el único que sabe cuántas personas mueren por la dureza de corazón de sus semejantes, que no quieren compartir con ellos el pan y las medicinas, las tierras y la casa. 0 por la violencia de los poderosos, que prefieren hacer la guerra en vez de mantener la paz.

· Cuando los cristianos dicen que creen en la resurrección de los muertos y en la vida eterna, eso no quiere decir que quieran desentenderse de la muerte ni de¡ sufrimiento.

· No pretenden consolar vanamente a sus semejantes desfavorecidos y víctimas de atropellos, con la esperanza de una vida mejor en el más allá.

· Cuando los cristianos dicen que creen en la resurrección de los muertos y en la vida eterna, quieren afirmar con ello: Creemos con fe que nosotros -los seres humanos, la Tierra y todo lo que en ella crece- tenemos un futuro mejor. Creemos con fe que ese futuro será bueno. Mejor de lo que nosotros nos imaginamos y soñamos. Pues Dios nos lo concederá graciosamente.


Creemos firmemente, y así lo esperamos, que de¡ mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día (Catecismo de la Iglesia Católíca 989).

13.1 Dios no es un Dios de muertos

Los libros de la Biblia están llenos de historias. Hay personajes que hablan de sus planes y objetivos. De su gozo, cuando tienen felicidad en la vida. De dolor y desilusión, cuando la desdicha cae sobre ellos. De¡ mal que esas personas hacen y de¡ mal que soportan. Y también de la muerte, que pone fin a todo lo que el hombre proyecta para su vida. Se preguntan: ¿Para qué estamos en el mundo? ¿De qué valen todos los esfuerzos, si cada uno sabe que ha de morir? ¿Por qué a uno se le concede larga vida, y otro muere antes de que la vida haya comenzado realmente para él? A preguntas como ésta no encuentra el hombre, por sí mismo, ninguna respuesta válida.

Las personas cuyas historias se narran en los libros bíblicos experimentan sus propios límites. Pero experimentan también que, por encima de esos límites, es posible la esperanza. Sienten que están abiertos hacia Dios. En El depositan su confianza. Y Dios es fiel con ellos. Dios nos hizo ver en Jesucristo que Él es más fuerte que la muerte. Desde la Pascua de su resurrección, Él consuela a toda mujer y a todo hombre que llora junto a la tumba de una hermana o de un hermano.


Yo soy la resurrección y la vida.
El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá.

JUAN 11,25


13.2 ¿Cómo resucitarán los muertos?

Nuestro lenguaje, nuestras palabras, se refieren a este mundo y a su realidad. No son suficientes para designar el mundo de Dios y su realidad. De esto se dan cuenta ya los primeros cristianos, cuando preguntan: ¿Cómo será la resurrección de los muertos? ¿Qué pasará con el cuerpo que se pudre en el sepulcro? Si una persona está discapacitada, ¿en qué forma resucitará? Si un niño muere, ¿será adulto en el cielo? ¿Qué pasa con los muchos que murieron y mueren con la confianza en Dios y la fe en Jesús? ¿Dónde esperan hasta que pase la última noche de este tiempo de¡ mundo y ri le el ía de Dios sobre una tierra nueva? A estas preguntas -y a muchas otras- no conocemos ninguna respuesta mejor que la que dio San Pablo en su carta dirigida a la comunidad de Corinto.

Lo que ni ojo vio,
ni oído oyó,
ni mente humana concibió,
eso es lo que Dios tiene preparado
para quienes le aman.

CARTA PRIMERA A LOS CORINTios 2,9

13.3 Los cristianos y la muerte

La muerte inspira miedo a los hombres, incluso a los que confían en Dios. Porque la muerte significa despedida y separación. Todo lo que constituía la vida de un hombre -cosas y personas- se queda atrás. Cada uno muere su propia muerte. Y muere con las manos vacías.

Ningún moribundo debe avergonzarse de su miedo. También Jesús, en la cruz, clamó al Padre. Con Jesús puede clamar también todo moribundo, cuando ve que se le acerca la muerte. Pero con Jesús puede confiar igualmente todo moribundo en que el Dios misericordioso transformará el miedo en júbilo y volverá a llenar las manos vacías.

Creemos con fe que en la muerte Dios viene a nuestro encuentro. Los ojos que la muerte cierra, se nos abren. Nos hallamos ante Dios: cada uno con su propia historia, con su amor y con su culpa. Con lo que él ha hecho, sea bueno o malo: para agrado de Dios y de nuestros semejantes o para desagrado de ellos. Creemos con fe que ese encuentro es vitalmente decisivo.

Los profetas de Israel y también Jesús designan esa experiencia como un juicio. Los ojos de Dios penetran con su mirada hasta en lo más profundo. No es posible ocultar nada. No se pueden paliar las cosas. En ese juicio se da una sentencia: recompensa o castigo, bienaventuranza o condenación, seno de Abrahán o lago de fuego, cántico de alabanza o aullido y rechinar de dientes (Mt 8,12), el baile en la sala de bodas o el golpear inútilmente a las puertas cerradas (Mt 25,1-13). Son imágenes impresionantes. Se les dicen a quienes están en camino, para que se conviertan, cambien de vida, se aferren al amor de Cristo: en la fe, la esperanza y el amor.

La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. DE LA MISA DE DIFUNTOS

La muerte marca el final de la vida terrena, el comienzo de la vida eterna: el alma se separa de¡ cuerpo, que se corrompe. El alma se encuentra con Dios en el juicio particular. En el Día de Dios, cuando Jesucristo venga de nuevo en gloria, todos los muertos resucitarán, sus almas se unirán con el cuerpo "transformado".

Juicio: Se distingue entre el juicio particular ("personal') y el juicio universal. El juicio particular va ligado a la muerte. En él se decide sobre la pertenencia de¡ individuo a la comunión con Dios o la exclusión de esa comunión. La sentencia se pronuncia según la medida en que el individuo haya cumplido en su vida la voluntad de Dios y según su fe en Jesucristo. Esta sentencia es definitiva. El juicio universal (o "juicio final') está ligado el Día de Dios, el 'último día" o "día novísimo", es decir, el día en que Jesucristo venga de nuevo para instaurar el reinado de Dios y su reino. En ese día resucitarán todos los muertos.


Sentencia: La sentencia se ajusta a la libre decisión del hombre durante su vida terrena. El que consciente y deliberadamente se haya separado de Dios, no tiene un puesto en la comunión de los bienaventurados: su lugar se halla entre los excluidos, en el 'infierno". - A los que fundamentalmente se confiesen en favor de Dios y de su Cristo, pero en el instante de su muerte no estén totalmente preparados ni sean dignos, se les asignará un tiempo de purificación, de espera y de maduración, al que se designa con la metáfora de "fuego purificador" o "purgatorio". Esperan hasta ser recibidos en la plena comunión con Dios. La oración de los creyentes les sirve de ayuda. Los elegidos escuchan las palabras de Cristo: "Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo" (Mt 25,34). Contemplan a Dios cara a cara (1 Jn 3,2) y viven eternamente en unión con Él. Están en el "cielo'.

13.4 La vida eterna

Vivir íntegramente, vivir para siempre, no en eterno reposo, sino en inconcebible plenitud, no tener miedo ya a nada ni a nadie, ni siquiera a las propias debilidades; ser la persona que Dios quería que fuese, cuando la llamó por su nombre. Vivir con Dios, celebrar la fiesta de la vida, ¿quién podrá decir exactamente lo que eso será?

Uno de los grandes doctores de la Iglesia, San Agustín, escribía: Entonces seremos libres y veremos,
veremos y amaremos,
amaremos y alabaremos.
He aquí lo que sucederá al fin sin fin.

Los profetas de Israel y el Vidente San Juan, el profeta cristiano que vaticina sobre el fin de los tiempos, hablan en metáforas de cómo ha de ser para nosotros esa vida nueva. No hablan de¡ cielo como de algo inimaginable que existe en algún lugar (por encima de todas las nubes). El cielo está donde está Dios, donde hay personas que viven con Él como su pueblo. La vieja Tierra, cargada de culpas, profanada por el hombre, ha pasado ya. Una nueva Tierra, tal como Dios la concibió y quiso desde el principio, se convierte en la patria de¡ hombre. Un mundo en el que también Dios se halla a gusto, y Dios es su luz y su vida. De ahí que ese mundo no necesite ya sol ni luna. Y en la nueva Jerusalén no se edifica ninguna casa de piedra, ningún templo en el que se pueda encontrar a Dios. Dios mismo está allí, habita entre los hombres.

Una Tierra nueva y fértil: brotan manantiales en el desierto, crecen árboles y producen frutos: doce veces al año. Un mundo en el que ningún ser vivo constituye una amenaza para otro ser vivo. El cordero y el lobo conviven fraternalmente. Un niño pequeño mete su mano en un nido de víboras y no sufre mordeduras (is 11,6-8).

Los hombres experimentan lo que es una vida humana plena y sin fragilidades: no hay enfermedad ni muerte ni soledad ni lamento ni lágrimas ni enemistad ni opresión.

A los ciegos se les abren los ojos, y a los sordos los oídos; los cojos bailan y los mudos cantan (is 35,5-6). Las espadas y lanzas son superfluas. Se forjan con ellas arados y hoces. Más aún, no se piensa siquiera en la guerra. Puede uno estar sentado tranquilamente bajo su vid o bajo su higuera; nadie vendrá a molestarle (Miq 4,3-4). Dios mismo, con mano tierna, secará de los ojos las últimas lágrimas de los que lloren. Sí, lo antiguo ha pasado ya.

Contemplarán su rostro
y llevarán su nombre escrito en la frente.
APOCALIPSIS DE SAN JUAN 22,4

 

El Vidente San Juan escribió el último libro delNuevo Testamento. Se llama 'Apocalipsis" o "Revelación secreta". "Secreta", porque se trata de acontecimientos que Dios hizo ver al Vidente. "Revelación", porque al Vidente se le revelaron las cosas que están ocultas en Dios: el triunfo de Dios y la derrota de todos los poderes impíos, la salvación eterna; la felicidad de las personas que viven para siempre con Dios.