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16. LA PASCUA, EL PASO DEL SEÑOR

 
1. La Pascua no es lo que fue. Es preciso recuperarla. Celebrar la Pascua supone asumir lo esencial de dos tradiciones: de la pascua judía, que celebra (en pasado) la salida de Egipto y (en presente) el paso de la opresión a la libertad: Dios pasa salvando; y de la pascua cristiana, que celebra (en pasado) el paso de Cristo de este mundo al Padre y (en presente) su paso en medio de nosotros como Señor de la historia: El pasa salvando. Antes del siglo IV, sólo hay una celebración, que tiene lugar en la noche de pascua. Podemos preguntarnos qué significan hoy las palabras de Jesús: Id y preparadnos la Pascua (Lc 22,8).

2. La pascua judía se celebra en un ambiente familiar, por las casas, en el marco de una cena, con cordero: Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer (Ex 12,6;ver 12,1-5). La Pascua judía es una cena con lecturas y salmos (relato del éxodo;Sal 113-118;ver Mc 14,26). El pan ácimo (como las hierbas amargas) es símbolo de las dificultades pasadas. Es el pan de los perseguidos, el pan de la miseria y de la prisa, el pan que hubo que llevar y cocer antes de que fermentara. Así lo dice el ritual judío de la Pascua: He aquí el pan de miseria que nuestros antepasados han comido en Egipto, que aquel que esté necesitado venga a celebrar la Pascua. El éxodo es una experiencia de valor permanente: el Dios vivo, que actúa en la historia, abre un camino de liberación al oprimido. El creyente, agradecido y esperanzado, levanta la copa de la salvación (Sal 116,13;Lc 22,20).

3. En el marco judío de la Pascua, cada uno relata su historia. Y todos juntos celebran la historia común de Israel. Repitiendo un estribillo (dayenou: nos habría bastado), proclaman la acción liberadora de Dios: ¡Con cuántos favores nos ha colmado!...Si hubiese dividido para nosotros el mar sin habérnosle hecho pasar a pie seco, eso nos habría bastado... Si nos hubiera dado la Ley sin hacernos entrar en el país de Israel, eso nos habría bastado. Si nos hubiera hecho entrar en el país de Israel sin levantar para nosotros la Casa de Elección, eso nos habría bastado.

4. En los primeros siglos, la pascua cristiana va precedida de un ayuno corto y riguroso (un día, dos o más), que procede de una interpretación literal del pasaje evangélico en el que se le pregunta a Jesús por qué sus discípulos no ayunan. El día en que se vean privados de la presencia de Jesús, entonces ayunarán (Mt 9,15), pero de otra forma. Se olvida pronto la enseñanza de Jesús: Lo que contamina al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón (ver Mc 7,5-23). En este sentido vale la pregunta: ¿de qué hemos de ayunar para celebrar la Pascua? Por lo demás, es significativo que Jesús, el Cordero de Dios (Jn 1,29), fuera sacrificado el día de la preparación de la Pascua (19,14;1 Co 5,7).

5. Una cosa fundamental, que no termina de entenderse, es ésta: la vigilia pascual es la celebración de la Pascua entera. La Pascua no es simplemente la pasión y la resurrección, como dos actos sucesivos. Es el paso del uno al otro, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo (Jn 16,20). Es una vigilia. Por tanto, se va a velar (ver Ex 12,42), con las lámparas encendidas (Mt 25,4), y el contenido de esta vigilia es primeramente la Palabra de Dios (viva y en abundancia), después la eucaristía (acción de gracias).

6. Testimonios muy antiguos (la Carta de los Apóstoles a mediados del siglo II y la Didascalia en el siglo III) nos muestran una vigilia celebrada durante la noche hasta el canto del gallo; por tanto, comenzada al anochecer y terminada después de medianoche con la eucaristía. Antes o después, sobre todo en la época del catecumenado (siglos III-IV), la vigilia pascual atrajo hacia sí la celebración del bautismo (ver Rm 6,3-11). Por cuestión de fecha se discutió mucho en el siglo II: las comunidades del Asia Menor celebraban la Pascua el 14 de nisán, lo mismo que los judíos y los primeros discípulos; el resto de la Iglesia lo hacía en la noche del sábado al domingo, destacando más la resurrección. Víctor, obispo de Roma, lanzó la excomunión. Pero Ireneo de Lyon y Polícrates de Efeso, con los obispos de Asia, le recordaron la tradición eclesial: Policarpo de Esmirna y Aniceto de Roma (por encima de esas diferencias) estaban en comunión (Eusebio de C., HE V,24,17).

7. La Didascalia describe así la vigilia pascual: Os reuniréis y velaréis y toda la noche haréis la vela en la oración y las lágrimas, con la lectura de los profetas y de los evangelios y de los salmos, en el temor y temblor y con súplicas, hasta la tercera hora de la noche que sigue al sábado. Y entonces romperéis el ayuno, ofreceréis el sacrificio y comeréis y seréis dichosos en la alegría y el júbilo, pues Cristo, las primicias de nuestra resurrección, ha resucitado.

8. A finales del siglo IV aparece ya la tradición del triduo santo, en el que se celebran los aspectos sucesivos del misterio pascual. Dice San Ambrosio: Este es el triduo sagrado...durante el cual (Cristo) padeció, descansó y resucitó (Ep. 23,12-13:PL 16,1030). San Agustín relaciona el pasaje de Jonás dentro de la ballena con el triduo durante el cual el Señor murió y resucitó: viernes, sábado, domingo (De consensu Evang.,3,66:PL 34,1199).

9. A partir del siglo V, el catecumenado desaparece progresivamente y, también, el aspecto bautismal de la vigilia pascual. Se intenta entonces paliar este defecto mediante una ampliación del simbolismo ritual: bendición del fuego, del cirio, del agua. Esta fase simbólica fue pronto seguida por la fase dramática, cuando, bajo la influencia de la liturgia de Jerusalén, se escenifican las circunstancias de la pasión.

10. Ya en el siglo V, el domingo inaugural de la semana santa, la liturgia oriental celebra la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, mientras que la liturgia romana (con San León Magno) incluye ya la pasión (también el miércoles y el viernes santo). Por su parte, San Agustín responde a una consulta sobre qué había que hacer el jueves santo: para él, la regla de oro es seguir la práctica de la Iglesia en que cada uno se encuentra (Ep.54,5:PL 32,202). Desde el siglo VIII, una nueva concepción del triduo se impone en la Iglesia latina, el triduo antes de Pascua: jueves, viernes y sábado. Poco a poco, la degradación de la Pascua sigue adelante. Pío V (1566) prohibe celebrar la misa después del mediodía, con lo que se adelanta el oficio de la vigilia pascual a la mañana del sábado. Sin embargo, el 9 de febrero de 1951 la Congregación de Ritos decreta la restauración de la vigilia pascual.

11. A pesar de todas las reformas (de 1955 y 1970), sigue habiendo problemas: el domingo de ramos se mezcla la entrada mesiánica con la pasión y, además, se evita la denuncia del templo, que explica la muerte de Jesús (Mc 11,18); el jueves santo prevalece el lavatorio de los pies sobre la cena pascual (Jn 13-17;1 Co 11,23-26); el viernes santo se ignora la impresionante Palabra de la cruz (Sal 22); en la vigilia pascual, la renovación de las promesas bautismales resulta insuficiente y meramente formal; el déficit actual de evangelización de los bautizados requiere algo más: un proceso de inspiración catecumenal que ayude a descubrir lo que el bautismo significa; finalmente, no se destaca el dinamismo indivisible del misterio pascual (el paso de la opresión a la libertad, de la muerte a la vida) y la Pascua no llega a ser lo que fue.

12. Se celebre cuando se celebre, antes de la fiesta de la Pascua (Jn 13,1), el primer día de la semana (Jn 20,1), ocho días después (Jn 20,26), durante cuarenta días (Hch 1,3), durante cincuenta (2,1), cada semana (20,7;Ap 1,10), durante todo el año, el hecho fundamental es éste: Jesús, el crucificado, es el Señor (Hch 2,36). También nosotros podemos reconocer su presencia y su acción en los múltiples signos (1 Co 15,16;Jn 21,7), que se producen como fruto de su Pascua. Su Pascua, su paso, ha inaugurado para el mundo entero el amanecer de un nuevo día, que no acabará jamás.