LAS PRIMERAS COMUNIDADES EXPERIMENTAN A DIOS COMO
PADRE, HIJO Y ESPÍRITU*

José Luis Caravias

 

¿Qué importancia tiene para nosotros creer en la Trinidad? Si, por un imposible, se nos dijera oficialmente que no hay que creer más en la Trinidad, ¿qué cambiaría en nuestras vidas? Lastimosamente, quizás para muchos de nosotros no cambiaría nada importante...

Muchos esconden su ignorancia infantil tras la afirmación de que la Santísima Trinidad es un misterio insondable, imposible de entender. Y ahí se quedan sin más. Pero resulta que el “misterio divino” no es absolutamente incognoscible, sino algo inmensamente maravilloso, que ya conocemos en parte y cada vez lo podremos conocer mejor, pero tan grandioso que nunca podremos llegar a abarcarlo del todo.

 

Progresivo conocimiento de la Trinidad

En este capítulo final de nuestro largo recorrido llegamos a la plenitud bíblica de la experiencia de Dios en las primeras comunidades que se reúnen alrededor de la fe en Jesús. A partir de la enseñanza del Maestro, ellos se fueron aclarando progresivamente que Dios es uno y trino.

Nosotros también tenemos que ir madurando nuestra fe, de forma que poco a poco vayamos conociendo a Dios en sus tres personas, distinguiéndolas y aprendiendo a relacionarnos con cada una de ellas. No basta con conocer a una familia en bloque; es necesario saber distinguir y relacionarse con el padre, con la madre y con los hijos, cada uno tal como es...

Los apóstoles habían presenciado con estupor cómo Jesús se dirigía a Dios llamándole “Papito querido” (Abbá). Fueron testigos de la intimidad entre Jesús y el Padre, absolutamente única, vivida no sólo ante ellos, sino para ellos también, ya que Jesús los invita a compartirla (Mt 6,9).

Después de su muerte, al sentir la fuerza arrolladora de Jesús resucitado, y recordando sus palabras, llegan a la conclusión de que Jesús es Dios. Si Dios no se hubiera hecho hombre, ¿cómo podría ser divinizado el hombre? ¿Y cómo un Dios que no fuera más que una persona podría encarnarse?

Además, él les había prometido: “En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn 14,26). Por eso, en Pentecostés se sienten invadidos por el Espíritu de Jesús, tal como él se lo había prometido. Pero se dan cuenta de que este Espíritu no puede ser otro que el Espíritu de Dios, ya que sólo Dios puede dar su Espíritu. Nosotros no podemos dar nuestro espíritu, pero Dios sí. A partir de Pentecostés entienden que Jesús es Dios y su Espíritu también.

La Iglesia mantuvo un combate apasionado durante los primeros siglos para mantener y desarrollar la fe en un Dios Trino. No quiso separar nunca, en la unidad de su fe, la triple creencia en la divinización de la humanidad, en la divinidad de Jesucristo y en la existencia de la Trinidad. Si Dios no fuera trinitario, la Encarnación sería un mito; y si la Encarnación fuera un mito, de nada serviría el ideal cristiano.

A lo largo de todo el libro hemos ido viendo que a Dios se le conoce poco a poco. Ello es aun más verdad al final del recorrido, al llegar a la fe en el Dios Trino. Cuanto más conozcamos a Dios en su misterio trinitario, más nos sentiremos invitados y desafiados a profundizar en su conocimiento. Estamos llamados a experimentar cada vez más a fondo el misterio de la Trinidad, sin agotar jamás esta voluntad de conocer y de alegrarnos con la experiencia que vamos adquiriendo progresivamente.

 

Misterio de amor

Como hemos visto, Jesús enseñó y las primeras comunidades aceptaron que Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Después de resucitar, mandó predicar y bautizar “en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

A partir de Jesús, Dios no puede ser concebido sino como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Después de la resurrección de Cristo se radicaliza, explicita y sistematiza la estructura trinitaria de la salvación, y por ello, de la experiencia y de la realidad de Dios. Dios no vive solo: es una familia, una comunidad. Cada persona divina es distinta, pero está siempre abierta a las otras, en reciprocidad absoluta, por puro amor. Son tres personas y un único amor; tres únicos y una sola comunión. Los tres divinos se aman de tal manera y están tan interpenetrados entre sí que viven siempre unidos, de una forma tan profunda y radical, que son un solo Dios.

Los primeros cristianos fueron desarrollando esta experiencia. Fueron comprendiendo que Dios es siempre comunión y unión amorosa de tres. Y desde los primeros Concilios con toda claridad Dios es afirmado como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¿Por qué tres personas? Sencillamente porque la exigencia de reciprocidad es esencial para la perfección del amor. En teoría, quizás bastaría con dos, por lo menos en nosotros. Pero en Dios el amor entre el Padre y el Hijo es tan perfecto que ese amor es una nueva persona, el Espíritu Santo. Entre ellos el amor se vive tan en plenitud, que existe el Amante, el Amado y el Amor. El amante es amado, el Amado es amante y el Amor es el dinamismo del impulso por el que dos no son más que uno siendo distintos.

En ellos está excluido todo egoísmo, todo tener. En Dios no hay señal de propiedad de sí mismo. El amor recíproco del Padre y del Hijo se abre a un tercero, con exclusión absoluta de toda forma de tener, de toda mirada sobre sí. Es la pureza absoluta del amor.

Amar es ser y vivir para el otro y por el otro, para los otros y por los otros; nunca por sí y para sí. Cada una de las tres personas divinas no es ella más que siendo por y para las otras dos. Dios es un poder infinito, sin límite, de renuncia a ser para sí y por sí. Dios es una impotencia absoluta de encerrarse en sí mismo. La omnipotencia de Dios no es más que la omnipotencia del amor. Dios no es poderoso más que para amar. Afirmar que Dios es amor y que es Trinidad, es exactamente lo mismo...

Cuando Jesús dice que hay que ser “perfectos como el Padre” (Mt 5,48) o Pablo nos llama a “imitar a Dios” (Ef 5,1), nos están invitando a crecer más y más en el amor al estilo del Dios Trinitario. El amor trinitario nos impulsa a crecer sin medida en el amor y nos obliga a excluir tanto la voluntad de poder y dominio, como la “voluntad de debilidad” y la ruindad de dejarse anular.

 

Diversidad de roles

La Trinidad no son tres personas yuxtapuestas, sino tres generosidades que se dan la una a la otra en plenitud. En ellas hay diferencia y distinción, igualdad y perfecta comunión, de forma que son una sola realidad divina, una sola familia, una sola comunidad, ¡un solo amor! En Dios existe la riqueza complementaria de la diversidad y la unidad.

Dios, en cuanto es el insondable Misterio, origen de todo siendo él mismo sin origen, se llama Padre. Este mismo y único Dios en cuanto se abre permanentemente a todos, se revela en su Verdad, deja manifestar su misterio, está presente en el mundo, se llama Palabra o Hijo. Este mismo y único Dios en cuanto se entrega como don, como amor, como fuerza unificante y como vida que lo renueva todo, se llama Espíritu Santo.

Dios se ha revelado como Padre: Ser que da la vida al hombre y está siempre en favor del hombre. Dios se ha revelado como Hijo: amigo cercano y familiar al hombre, que traza el camino que debe seguir el creyente. Dios se ha revelado como Espíritu: amor absoluto y libertad soberana, que posibilita las opciones fundamentales del hombre en la vida.

A partir de esto se intuye en qué puede consistir nuestra experiencia trinitaria. Es la experiencia de la seguridad y la confianza total en Dios como Padre. Es la experiencia del seguimiento a Jesús, como Hijo, Hermano nuestro. Y es la esperanza del amor sin límites y de la liberación total frente a los poderes e instituciones de este mundo. Ésa es la experiencia de lo que Dios es en sí mismo.

Creer en el Padre significa la entrega confiada y obediente a lo que en Dios hay de misterio absoluto, origen gratuito y futuro bienaventurado. Creer en el Hijo significa creer que en Jesús se ha acercado y dicho el Padre; que el misterio del Padre es realmente amor; es creer en la escandalosa dialéctica de amor crucificado y amor resucitante; es creer que en el seguimiento de Jesús, y no fuera de él, se da el acceso al Padre. Creer en el Espíritu significa la realización de la entrega al Padre siguiendo de cerca a Jesús.

La fe es entrega al Dios que se revela, pero como Dios es trinitario, la fe tiene también su propia estructura trinitaria. Por ser Dios así, la salvación histórica, personal y social, se realiza manteniendo una estructura trinitaria. Si se mutila ésta, se mutila también al hombre individual y las relaciones entre los hombres.

El pecado, por consiguiente, es también trinitario.

Se peca contra el Padre, cuando el hombre se considera salvador absoluto de sí mismo. Entonces aparecen los totalitarismos políticos y los paternalismos eclesiásticos. Se confunde el libre designio del Padre con la imposición de una voluntad arbitraria; la absolutez del Padre con el despotismo. Se ignora que el misterio de Dios se ha concretado en Jesús y produce la libertad del Espíritu.

Se peca contra el Hijo, cuando desaparece lo concreto, histórico, normativo y escandaloso de Jesús. En su lugar se pone la pura trascendencia o el sólo sentimiento, como si Jesús fuese lo provisional y no el definitivo acercamiento de Dios a los hombres y de los hombres a Dios. Pero se peca también, cuando se le exclusiviza o absolutiza. Entonces surge la imitación voluntarista, la ley sin espíritu, la secta cerrada, en lugar de la fraternidad abierta. Se ignora entonces el gozo de la gratuidad del Padre y la inventiva imaginación del Espíritu.

Se peca contra el Espíritu, cuando desaparece la apertura a la novedad histórica como manifestación de Dios o la voluntad de seguir dando vida en la historia; cuando se ahoga el movimiento interior que nos libera y nos hace salir de nosotros mismos. Pero se peca también cuando se le exclusiviza y absolutiza. Entonces surge el anarquismo, el olvido de lo concreto de Jesús y el rechazo de lo que de peligroso tiene su recuerdo.

Todo esto tiene abundantes repercusiones prácticas comprobadas por la historia. Una fe y una vida que mutilen en su realización concreta su estructura trinitaria mutilan o anulan la salvación. La realidad trinitaria de Dios es el recuerdo constante de cómo debe ser la fe y la vida para que sean salvíficas.

Fuimos creados a imagen de Dios. Y, puesto que Dios es comunidad, la perfección de la persona humana se ha de realizar también en la comunidad, en la unión con los demás, en el amor. Por ello podemos afirmar, siguiendo al Concilio Vaticano II, que la Trinidad es la meta y el modelo de la vivencia cristiana: “El Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno, (Jn 27,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una semejanza entre la unión de las Personas Divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad” (Gaudium et Spes, 24).

 

Trinidad e Historia

Esta diversidad de vida y de amor se desborda creativamente fuera de ella. Resulta subyugante pensar que en la raíz de todo lo que existe hay un proceso de vida procedente de la Trinidad. La creación es un desbordamiento de vida y de comunión de las tres divinas personas, que invitan a todas sus criaturas a entrar en el juego simultáneo de la diversidad y la complementariedad.

Los seres humanos, a imagen de la Trinidad, estamos llamados a mantener relaciones de comunión con todos los seres creados, dando y recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica, abierta, que, respetando las diferencias, forme un solo pueblo. De esta forma se realiza, como en Dios, la riqueza pluriforme de la unidad y no mera uniformidad.

Acentuar demasiado la unicidad de Dios lleva a justificar concentraciones de poder: fomenta totalitarismos políticos, autoritarismo religioso, paternalismo social y machismo familiar. En esta sociedad de egoísmos, en la que se tiende a acumular poder y riquezas, y por consiguiente se mata el respeto a las diferencias, hay que partir de la fe en las relaciones igualitarias entre las tres personas divinas. Sólo la fe en un Dios-comunidad ayuda a crear una convivencia humana fraterna.

La vida es un misterio de espontaneidad, un proceso inagotable de dar y recibir, de asimilar, incorporar y entregar la propia vida en comunión con otras vidas. Toda vida se desarrolla, se abre a nuevas expresiones de vida y se reproduce en otras vidas. La vida implica movimiento, espontaneidad, libertad, futuro y novedad. La Trinidad es novedad, como toda vida; libertad, donación y recepción perenne, encuentro consigo misma para darse incesantemente.

El Dios Trino de Jesús está del lado de la unión y no de la exclusión; del consenso, en lugar de la imposición; de la participación y no de la dictadura. Es dador de vida y protector de toda vida amenazada. Actúa animando el coraje de los profetas e inspirando sabiduría para las acciones humanas. Ayuda a realizar el difícil desafío de construir la unidad en la pluralidad.

La Trinidad está presente cuando hay entusiasmo en el trabajo de la comunidad, cuando hay decisión para inventar caminos nuevos para nuevos problemas, cuando hay resistencia contra todo género de opresión, cuando hay voluntad de liberación, cuando hay hambre y sed de Justicia…

Cuando nos amamos de veras y nos sentimos confraternizados con los excluidos de la sociedad, estamos revelando en la historia el rostro del Dios Trino.

La lucha de los oprimidos contra la disgregación de la comunión querida por la Trinidad tiene una especial densidad trinitaria. Siempre que se comienza de nuevo, después de cada fracaso, y aun después de cada triunfo, se está anunciando la presencia del Padre. Siempre que en medio de las contradicciones se avanza hacia unas relaciones más fraternales y productoras de vida, es el Hijo el que se revela. La unión de los oprimidos, la convergencia de intereses en la línea del bien de todos, el coraje para enfrentarse con los obstáculos, la valentía de la palabra que denuncia, la habilidad para la creación de alternativas, la solidaridad con los más oprimidos, la identificación con su causa y con su vida, son indicaciones de la presencia activa del Espíritu en la Historia.

La fe en la Trinidad lleva a criticar todas las formas de exclusión y de no-participación que existen y persisten en la sociedad y en las Iglesias. E impulsa las transformaciones necesarias para que haya participación en todas las esferas de la vida.

Si violamos, en cambio, la naturaleza humana, si atropellamos los derechos de las personas, si vilipendiamos a los pobres, si consentimos un gobierno corrupto, estamos destruyendo los caminos de acceso al Dios-vida-comunión.

Las tres divinas personas invitan a las personas humanas y a todo el universo a participar de su comunidad y de su vida, de forma que se superen las barreras que transforman las diferencias en discriminaciones. La Trinidad desencadena energías para que alcancemos niveles cada vez mayores de participación y, al mismo tiempo, relativiza y critica cada conquista alcanzada, conservándola abierta a nuevos perfeccionamientos.

El misterio trinitario apunta hacia formas sociales en las que se valoran todas las relaciones entre las personas y las instituciones, de forma igualitaria, fraternal, dentro del respeto a las diferencias. Sólo así se superarán las opresiones y triunfarán la vida y la libertad para todos.

Necesitamos, ciertamente, superar los viejos estilos del monoteísmo pretrinitario, y convertirnos a la Trinidad, para potenciar la diversidad y la comunión, de forma que se construya una unidad dinámica, abierta siempre a nuevos enriquecimientos.

La creación, al final de la historia, será el cuerpo de la Trinidad. En la creación trinitarizada saltaremos de gozo, alabaremos y amaremos a cada una de las divinas personas y la comunión entre ellas y su creación. Todo este universo, estos astros, estos bosques, estos pájaros, estos ríos, estos cerros, todo se conservará, transfigurado y convertido en templo de la santísima Trinidad. Y viviremos como una sola familia, los minerales, los vegetales, los animales, los seres humanos, todos los demás seres posibles, en íntima unión con la familia divina.

 

Para dialogar y orar: Mt 28,18-20

1.        ¿Qué significa para mí creer en la Trinidad? ¿Creo de veras que Dios es trino?

2.       ¿Tengo más relación con una persona que con otra? ¿Con cuál? ¿Cómo? ¿Por qué?

3.       ¿Qué cambia en mí por experimentar intimidad con las tres divinas personas?

4.       ¿En qué debo crecer y madurar en mi relación con el Dios Trinitario?  

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* Capítulo del libro DE ABRAHAM A JESUS. La experiencia progresiva de Dios en los personajes bíblicos