21. EL SIERVO DE YAVÉ: Sufrimiento redentor

 

Mezclado entre los escritos del Segundo Isaías aparece una figura extraña, la del “Servidor de Yavé”. Este poema se encuentra en Is 42,1-4; 49,1-6; 50,4-9 y 52,13 - 53,12.

Se ha discutido mucho sobre quién es este Servidor sufriente. Algunos suponen que Jeremías o el mismo autor de los poemas. Otros dicen que es el pueblo del destierro que se mantiene fiel a Yavé. Desde una perspectiva cristiana, por supuesto que se refiere también a Jesús. Y en sentido más amplio podemos ver en él también a nuestro pueblo actual, que, a pesar de toda la opresión que sufre, sabe recibir, guardar y transmitir la fuerza del Evangelio. De hecho, no hay contradicción entre ninguna de estas interpretaciones.

Parece que históricamente el redactor del poema se refiere directamente al pueblo (41,8-9; 42,18-20; 43,10; 44,1-2.21; 45,4; 48,20; 54,17). ¿Pero qué pueblo? ¿De quién habla el segundo Isaías? No se trata de todo el pueblo, pues éste no era ciertamente inocente. Probablemente se trata del grupo de desterrados que “anhelan la justicia y buscan a Yavé” (51,1); una parte de los que habían nacido en el destierro y seguían aun esperando en Dios.

El futuro debía surgir de este resto del pueblo que, a pesar de toda su desgracia, continuó fiel a Dios, sin dejarse contaminar por la mentalidad y la práctica de sus opresores. Este “resto” fue, de hecho, el Servidor sufriente de Dios. Y a él Dios le entregó una misión importante: “Yo, Yavé, te he llamado para cumplir mi justicia” (Is 42,6). Dios llamó a una misión de esperanza a este pueblo que, oprimido, no oprimía. “Te he tomado de la mano y te he destinado para que unas a mi pueblo y seas luz para todas las naciones; para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a los presos de la cárcel y del calabozo a los que estaban en la obscuridad” (42,6-7). Su misión consistía en dar sentido a la vida, a la lucha y al sufrimiento de todo el pueblo.

En el primer canto (42,1-4) Dios comienza presentando con orgullo a su Servidor, “a quien yo sostengo, mi elegido, el preferido de mi corazón...” (Is 42,1).

La primera cualidad de este Servidor (Is 42,1-4) es la decisión de no dejarse contaminar por la manera de vivir de los opresores del pueblo. No quieren imitar a Nabucodonosor que desprecia a los hermanos más débiles y los explota. Este resto del pueblo “no quebrará la caña quebrada, ni aplastará la mecha que está por apagarse... No se dejará quebrar ni aplastar...” (Is 42,3-4). Ni oprimen a nadie, ni se dejan oprimir por nadie...

Esta es la primera semilla de la resistencia contra la opresión. Es el cimiento escogido por Dios para construir una nueva sociedad sin opresores ni oprimidos, en la que se rechace radicalmente la opresión del hermano.

En el segundo canto el Pueblo Servidor descubre su misión (49,1-6). Oprimido por el dolor, debía anunciar el fin del sufrimiento; con sus derechos pisoteados, debía restablecer el derecho sobre la tierra; ciego, debía iluminar; preso, debía liberar; triste, debía alegrar; casi muerto, debía anunciar la vida; viviendo en las tinieblas, debía dar luz...

Llevó mucho tiempo para que al menos una parte del pueblo se convenciera de que Dios lo llamaba. En aquellas circunstancias no era nada fácil creer en una vocación especial dada por Dios. Al principio, en vez de llamados, se sentían rechazados por Dios (40,27; 49,14). El poder de Babilonia estaba logrando secar lentamente de sus corazones la fe en Yavé. Los mismos hechos parecían estar en contra del Dios de Judá. ¿Cómo creer aun en la bondad y el poder de su Dios, con tantas muertes en el recuerdo y tantas heridas en sus cuerpos? Desgracias, abandono y desesperación les cercaban por doquier. No se veía camino de salida.

El Servidor en el cautiverio no veía ningún valor en su vida y en sus sufrimientos (49,4). Pensaba que los hechos habían escapado de la mano de Dios. No veía ningún tipo de presencia divina entre ellos (43,19).

Pero aquella pequeña semilla de resistencia y de esperanza comenzó a germinar. Recibió la alegría de una lluvia venida de lo alto, que la empapó y la hizo reverdecer. “Mientras que yo pensaba: 'he trabajado de balde, para nada he gastado mis fuerzas', vi que mis derechos los protegía Yavé... Fui tomado en cuenta por Yavé; mi Dios me prometió su apoyo” (49,4).

El pueblo se da cuenta de que es su vida sufrida la que hace de él un Servidor de Dios: “El me dijo: Tú eres mi servidor, Israel, y por ti me daré a conocer” (49,3). Aquellos mismos hechos que antes les causaban desánimo y tristeza empiezan a ser motivo de esperanza y alegría. El pueblo empieza a observar el otro lado del tejido de los hechos. Ahora sabe ya que Dios lo está llamando por su nombre (49,1).

El descubrimiento de la presencia de Dios en medio de su dolor produjo en él un estallido de alegría y esperanza. Se dio cuenta de que la práctica humilde y dolorosa del derecho y la justicia es el comienzo del futuro que Dios quiere crear para todos. Esta era la misión concreta que le pedía Dios: “una luz para el mundo, para que mi salvación llegue hasta el último extremo de la tierra” (49,6).

En el tercer canto el Servidor acepta su misión (50,4-9). En el segundo el Servidor descubrió la presencia de Dios en su vida de dolor. En el tercero se siente llamado a revelar el nuevo rostro de Dios que está sintiendo dentro de sí mismo. Quiere mostrar cómo está Dios presente en la vida. Para ello se propone destruir las imágenes muertas de Dios de los opresores, e insiste en la práctica de la justicia y el derecho que se derivan de la fe en el verdadero Dios. La destrucción de los ídolos y la práctica de la justicia son como los dos lados de la misma moneda. Mientras el pueblo no se sacara la mentalidad del opresor de dentro de sí mismo y mientras no volviera a practicar la justicia, no era posible reencontrar los signos de Dios dentro de la vida.

El Servidor de Yavé se muestra firme e independiente frente a sus opresores (50,5.7); pero dependiendo totalmente de Dios: “El Señor Yavé me ha abierto los oídos, y yo no me resistí, ni me eché atrás” (50,5). Justamente porque depende de Dios, no depende ya en nada de los opresores. Tiene el coraje de afirmarse delante de ellos (50,7) y hasta de desafiarlos (50,8-9). “El Señor Yavé viene en mi ayuda y por eso no me molestan las ofensas. Por eso puse mi cara dura como piedra. Yo sé que no seré engañado, pues cerca está el que me hace justicia. ¿Quién quiere meterme pleito? ¡Presentémonos juntos! ¿Quién es mi demandante? ¡Que se acerque a mí! Si el Señor Yavé me ayuda, ¿quién podrá condenarme? Todos se harán tiras como un vestido gastado, y la polilla se los comerá” (50,7-9).

A la luz de su esperanza en Dios el pueblo descubre lo que está errado, toma conciencia de su deber como “Servidor de Dios” y empieza a transforma la realidad de acuerdo al proyecto divino. Los opresores, porque no quieren perder sus privilegios, persiguen al “Servidor de Dios”. Pero él ya está acostumbrado a sufrir y no da marcha atrás. Siente viva en sí la fuerza de Dios.

En la medida en que el “Servidor “ sigue adelante en su actitud, aumenta su sufrimiento (50,6). Pero él pone la cara dura como la piedra (50,7), y no huye. Sabe que en ese mundo injusto de egoísmo, la justicia y el amor sólo pueden existir bajo el signo del dolor. El sufrimiento es parte del camino hacia una auténtica fraternidad. Por eso va tranquilo, seguro de lo que le espera. Su valor nace de la certeza de estar practicando la justicia y de tener como garante al propio Dios (50,8). Al final, será Dios el que triunfará: el sistema de opresión caerá en pedazos.

El cuarto canto (52,13 - 53,12) describe la lucha final entre la justicia del Servidor de Dios y la injusticia del sistema que le oprime. Dios garantiza la victoria del Servidor, pero por caminos desconcertantes.

Será una extraña victoria (53,1). El Servidor de Dios, aniquilado por el sufrimiento, hasta el punto de que ya no parecía un ser humano (52,14), será un triunfador (52,13). Esto es muy difícil de creer; no cabe en nuestras ideas. ¿Cómo entender una derrota que es victoria? Esto es algo que “nunca se ha visto” (52,15). Es necesario sobrepasar los límites de las explicaciones humanas para entender la extraña victoria de la justicia de Dios sobre la injusticias de los hombres.

Jesús, unos siglos más tarde, retomará el sentido verdadero de los cuatro cánticos. Él recorre los cuatro pasos y realiza el ideal del Servidor de Dios, presentado al pueblo por el segundo Isaías. Él vivió los cuatro cánticos para conocer mejor la voluntad del Padre y saber cómo debía realizar su misión. Desde entonces, Jesús será siempre el modelo a seguir por el pueblo creyente y oprimido.

En el capítulo 53 de Isaías en primer lugar hablan los opresores convertidos, pues ya han cambiado su mentalidad respecto a lo que pensaban acerca del pueblo creyente y oprimido, representado en el Servidor.

“No tenía gracia ni belleza, para que nos fijáramos en él,

ni era simpático para que pudiéramos apreciarlo.

Despreciado y tenido como la basura de los hombres,

hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento,

semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara,

estaba despreciado y no hemos hecho caso de él.

Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba,

eran nuestros dolores los que le pesaban;

y nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado...

Fue detenido y enjuiciado injustamente,

sin que nadie se preocupara de él.

Fue arrancado del mundo de los vivos,

y herido de muerte por los crímenes de su pueblo...

Por esto verá a sus descendientes y tendrá larga vida,

y por él se cumplirá lo que Dios quiere.

Después de las amarguras que haya padecido su alma

verá la luz y será colmado” (53,3-11a).

Esta forma de pensar es reafirmada por el mismo Dios:

“Por su conocimiento, mi Servidor justificará a muchos

y cargará con todas sus culpas.

Por eso le daré en herencia muchedumbres

y recibirá los premios de los vencedores.

Se ha negado a sí mismo hasta la muerte,

y ha sido contado entre los pecadores,

cuando en realidad llevaba sobre sí los pecados de muchos,

e intercedía por los pecadores” (53,11b-12).

Este es el cuarto paso. El paso de la victoria de la justicia de Dios y de su Servidor sobre la injusticia de los hombres. A primera vista no se ve dónde está la victoria. Parece que sólo se habla de sufrimiento y sumisión. El Siervo descrito en el cuarto cántico es un pueblo oprimido, sufriente, desfigurado, sin apariencia de gente, evitado por los demás como si fuera un leproso; condenado sin juicio y sin defensa. Los demás, es decir, los opresores y la parte del pueblo que había adoptado sus ideales, no podían ser considerados como servidores de Dios.

Los antiguos dirigentes venidos al destierro que, después de la predicación de Ezequiel, habían llegado a reconocer sus pecados. Como resultado, los antiguos opresores, convertidos por el testimonio del Servidor, habían cambiado de actitud (53,6). Reconocieron que el sufrimiento del Servidor fiel a Dios fue causado por ellos (53,4); y que ellos mismos habían sido salvados y curados por medio de este sufrimiento (53,5). A lo largo del capítulo 53 van contando su conversión, realizada en cinco pasos:

En primer lugar, reconocen que antes de su conversión despreciaban al pueblo (53,2-4). Eran dos mundos distintos, sin contacto el uno con el otro. Al pobre “se le vuelve la cara; estaba despreciado y no hemos hecho caso de él...; lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado...” (53,3.4). Nadie hace caso de la desgracia del Siervo. Todos le desprecian y le tienen por castigado de Dios. Pero él acepta todos los dolores “sin echarse atrás”. Y lleva sobre sí sufrimientos y dolores que pertenecen a toda la comunidad del destierro.

El segundo paso en la conversión de los opresores consiste en empezar a darse cuenta de la relación que existía entre su propio bienestar y el sufrimiento de los pobres. Ellos pensaban que la pobreza era culpa del propio pueblo, pero ahora se dan cuenta de que “fue tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías y aplastado por nuestros pecados” (53,5).

En tercer lugar (53,7-9) los opresores se dan cuenta de la paciencia y la resistencia de estos pobres frente a las injusticias. “Fue maltratado... y él no dijo nada..., como oveja que permanece muda cuando la esquilan” (53,7). La mayoría de los privilegiados casi ni se da cuenta del mal que hacen. “Fue enjuiciado injustamente sin que nadie se preocupara de él” (53,8).

En cuarto lugar (53,10) se expresa la conversión en una oración dirigida a Dios. En ella los opresores reconocen en el pueblo por ellos oprimido a su liberador. El Servidor convenció a sus opresores en el momento mismo de ser condenado como criminal. Entonces fue reconocido como justo. Lo mismo ocurrió a la hora de la muerte de Jesús (Lc 23,47). “Por él se cumplirá lo que Dios quiere” (Is 53,10).

En quinto lugar (53,11-12) Dios responde a la oración de los ex-opresores y la confirma en su decisión: “Por su conocimiento, mi Servidor justificará a muchos... En realidad llevaba sobre sí los pecados de muchos, e intercedía por los pecadores” (53,11.12). Los opresores deben llegar a confesar públicamente que la justicia no está del lado de ellos. Sólo así se abrirá un camino seguro para poder llegar a un futuro fraterno.

La victoria llegará por el testimonio de servicio de la parte del pueblo que sabe mantener viva en sí la resistencia contra la opresión, sin dejarse contaminar por la mentalidad de sus opresores. Este testimonio insistente y fiel del Pueblo-Servidor llevará a la conversión de la clase opresora.

El pueblo se siente tentado de usar las mismas armas que sus opresores. Si cae en esta tentación, es derrotado. Debe aprender a caminar por el camino del perdón, el camino de la fe en Dios y en sus hermanos. Debe aprender a asumir “la locura y el escándalo de la cruz”, como diría más tarde San Pablo (1Cor 1,23).

Dios es más grande que el propio dolor del pueblo. Por eso, la raíz más profunda de la resistencia del pueblo contra el sufrimiento está en la fe que este pueblo tiene en Dios y en la vida. Esta raíz atraviesa las capas inferiores de la sociedad y se pierde en las profundidades de Dios. Aquí no caben explicaciones humanas. Con inmensa gratitud hay que acoger esa fuerza que brota de la vida sufriente del pueblo oprimido; y reconocer en ella la Buena Nueva de Dios.

La figura del Siervo sufriente de Isaías tomará un sentido mucho más profundo y universal a partir de la vida y el mensaje de Jesús, el auténtico y definitivo Servidor de Dios. De ello hablaremos extensamente más adelante.

 

Para reflexionar y dialogar: Is 53 (por su llegas hemos sido sanados)

1. Repasemos los pasos que va dando el Siervo de Yavé.

2. ¿Qué nueva experiencia de Dios se da acá?

3. Imaginemos con detalle cómo todo esto se cumplió en Jesús.

4. Analicémoslo de nuevo pensando hasta qué punto es posible que todo esto se cumpla en el pueblo latinoamericano, tan oprimido y tan creyente.

 

 

 

 

22. AGEO Y PRIMER ZACARÍAS:

     Dios que anima a la reconstrucción

 

El año 538 a.C. comienza la vuelta de los desterrados hacia Jerusalén. Allá se encuentran una vida muy difícil. Sus antiguas tierras están ocupadas por otros; la ciudad y el templo están completamente destruidos. Muchos de los antiguos judíos que quedaron allá antes del destierro han perdido parte de sus creencias y costumbres. Son pocos y en poco terreno: Judá no tendría más de 1.100 kilómetros cuadrados y entre los recién llegados y los antiguos judíos no llegarían a los ochenta mil habitantes. Además,  algunos de los pequeños reinos vecinos se oponen tenazmente a la reconstrucción de Jerusalén.

En esta primera época postexílica aparecen algunos profetas que animan al pueblo a reconstruir Jerusalén, el templo y sus tradiciones, superando las serias dificultades que han encontrado. Entre ellos está Ageo.

Los profetas anteriores al destierro habían sido básicamente denunciadores; los del destierro fueron consoladores; ahora estos nuevos profetas, en circunstancias totalmente nuevas, son animadores. La comunidad judía debe reconstruir su patria, y estos profetas les animan a realizarlo, especialmente insistiendo en la reconstrucción del templo.

Las breves secciones del libro de Ageo datan del mes de agosto al mes de diciembre del año 520 a.C., meses en los que Zorobabel y el sumo sacerdote Josué estaban a frente de los retornados del destierro de Babilonia. Al morir Ciro, el 522, estallaron violentos desórdenes en todo el imperio persa, hasta que el 520 Darío tomó sólidamente en sus manos las riendas del poder. Ageo vio en aquella agitación el final del imperio y el resurgir del nuevo Israel. Y para ello era urgente la terminación del nuevo templo, cuya construcción estaba casi abandonada. De hecho se trabajó en el templo durante cinco años seguidos, hasta terminarlo (1,13-14). 

Con Ageo se inicia una nueva etapa en la que la maduración del pueblo judío se realizaría a partir de la fidelidad a la Ley y al culto, en espera de una venida misteriosa de Dios que vendría a consolar a su pueblo.

Ageo dice que la lentitud en la construcción del templo, comenzado 17 años antes, es la causa de que no vaya bien la situación del pueblo. “Toda esta gente dice que todavía no ha llegado el momento de reconstruir la Casa de Yavé. Pues bien, oigan lo que les voy a decir, por medio del profeta Ageo: ¿Cómo es posible que ustedes se queden en sus casas bien construidas, mientras esta Casa es un montón de escombros? Piensen bien las consecuencias de su actitud: Ustedes han sembrado mucho, pero han cosechado poco; han comido, han bebido, pero han seguido con sed; se han vestido, pero siguen con frío. Y el obrero pone el dinero que ha ganado en un bolsillo roto" (Ag 1,3-6).

Ante la insignificancia del nuevo templo, Ageo anima a sus paisanos: "Pónganse a trabajar y yo los acompañaré, les asegura Yavé de los Ejércitos, para cumplir el compromiso que contraje con ustedes cuando salieron de Egipto" (2,5).

Ha llegado la hora de prepararse para el día grande: "No tengan miedo, porque mi Espíritu estará en medio de ustedes... La fama de este templo será mucho mejor que antiguamente, y en este lugar Yo entregaré la paz, dice Yavé..."  (Ag 2,6.9).

El nuevo templo cobijará a todos los pueblos: "Empujaré a todas las naciones para que traigan los tesoros del mundo entero y llenaré de gloria esta Casa, dice Yavé" (2,7).

 

Zacarías inició su ministerio dos meses después que Ageo, y lo alargó por dos años más. En el libro actual sus oráculos se extienden del capítulo 1 al 8. El resto (9 - 14), están redactados unos dos siglos más tarde.

Su problemática sigue siendo la de Ageo. Los que habían vuelto del destierro necesitaban de forma imperiosa encontrar su nueva identidad, dentro de esa identidad la reconstrucción del templo era básica.

Su mensaje comienza con una invitación apremiante a la penitencia (1,1-6). "Vuelvan a mí y yo me volveré a ustedes. No se porten como sus antepasados..." (1,3-4).

Después vienen ocho visiones, de corte apocalíptico, dirigidas a infundir ánimo al pueblo. No es fácil su interpretación, pero siempre buscan dar esperanzas. "Mi amor por Jerusalén y por Sión es tan grande que llega a ser celoso; por eso estoy muy enojado con las naciones orgullosas; pues si bien yo estaba disgustado con Jerusalén, no era para que ellas llegaran a tanto. Por esto volveré a mirar con buenos ojos a Jerusalén; mi Templo será reconstruido, como que yo soy Yavé, y de nuevo se usará la lienza para medir en Jerusalén... Yo te aseguro que en mis ciudades habrá abundancia de todo. Yavé tendrá una vez más piedad de Sión y volverá a hacer de Jerusalén su predilecta” (1,14-17).

"Jerusalén será una ciudad abierta, pues será inmenso el número de habitantes y de animales que habrá en su interior. Pero yo seré para ella como una muralla de fuego que la rodee totalmente, pues yo habitaré en ella con mi Gloria” (2,8-9).

A Josué le advierte: “Esto te manda decir Yavé: Si andas por mis caminos y respetas mis disposiciones, tú mismo gobernarás mi Casa y cuidarás de sus patios. Yo dejaré que entres a formar parte de los que están aquí presentes” (3,7).

Y a Zorobabel: “Ni con el valor ni con la fuerza, sino sólo con mi espíritu. Miren esa montaña tan inmensa; pues bien, será completamente allanada delante de Zorobabel. Y de ella extraerá hasta la última piedra que corone el Templo, en medio de aclamaciones de gracias” (4,7-8).

Finalmente, ante una consulta sobre el ayuno, Zacarías advierte en nombre de Yavé: “Cuando ustedes han ayunado y llorado en julio y en septiembre, durante setenta años, ¿lo han hecho realmente por mí?... Esto es lo que Yavé decía por sus profetas y ahora me encarga de repetírselo a ustedes: Actúen siempre con sinceridad. Sean buenos y compasivos con sus hermanos. No opriman a la viuda ni al huérfano, al extranjero ni al pobre; no anden pensando cómo hacerle el mal a otro” (7,4.9-10).

Ageo y Zacarías nos han dejado unos escritos marcados por el escatologismo mesiánico propio de los ideales de los retornados del destierro babilónico. Sus temas principales fueron la construcción del nuevo templo, la renovación del pueblo de Dios y la esperanza de un Mesías-Rey.

 

Para dialogar y meditar: Zac 3 (el Brote)

1. ¿Qué simbolismo esperanzador hay en esta visión de Zacarías?

2. Releer los trozos bíblicos seleccionados de Ageo y Zacarías, e intentar realizar un resumen de su mensaje.

3. ¿Tiene todo esto algún mensaje para nosotros hoy?

Escuchemos con respeto las promesas de Zac 8,12-19.

 

 

23. TERCER ISAÍAS: El Dios que alienta al pueblo

 

“Cuando el Señor cambió la suerte de Sión creíamos soñar. Se nos llenaban la boca y los labios de alegría” (Sal 126,1s).

¡Increíble! El pueblo de Yavé se levanta de las cenizas; ha sido rescatada su vida de las garras de la muerte en Babilonia. Con el corazón lleno de esperanza y de fe llegan a la tierra añorada. Paso a paso fueron aterrizando en la realidad; ahora las casas, propiedades, tierra, el templo y las murallas están en ruinas; nada les pertenece. Nacen tensiones entre ellos y los habitantes actuales, restos de pobres sobrevivientes de la invasión babilónica. Lágrimas, desencanto y desánimo se apoderaron nuevamente de los llegados del destierro…

El llamado Tercer Isaías (Is 56 - 66) denuncia las contradicciones corrosivas de la vida del pueblo, pero con un sentido de esperanza de tiempos mejores. Contempla la Historia en su dinamismo dialéctico, al contraponer los sueños dorados del segundo Isaías y la insípida realidad del postexilio, que a su vez alimenta nuevos sueños. No se sabe bien quién escribió esta parte del libro de Isaías. Parecen que son varios personajes distintos durante el siglo V, seguramente todos ellos de la espiritualidad de los "pobres de Yavé".

En estas circunstancias Yavé irrumpe en este grupo de hombres para encarnarse y revelar su rostro salvador, su mano liberadora y su Espíritu fortalecedor. Se introduce en sus entrañas: “El Espíritu de Yavé está sobre mí. Yavé me ha ungido; me ha enviado con buenas noticias para  los humildes, para sanar a los corazones heridos, anunciar a los desterrados su liberación y a los presos su vuelta a la luz… Me envió para consolar a los que lloran y darles a todos los afligidos de Sión… cantos de felicidad en vez de pesimismo” (Is 61,1-3).

Él se dirige ante todo a los pobres para animarles: "Yo vivo en lo alto..., pero también estoy con el hombre arrepentido y humillado, para reanimar el espíritu de los humildes y alentar a los corazones arrepentidos... Yo les devolveré la salud, los alentaré y los ayudaré a recuperarse. Y a los que lloraban haré que les brote la risa de sus labios..."  (Is 57,15.18). "Por haber sido tan grande su humillación y no haberles tocado más que insultos y esputos, recibirán, en su país, el doble de todo y nunca se terminará su felicidad... Pues así como brotan de la tierra las semillas o como aparecen las plantitas en el jardín, así el Señor Yavé hará brotar la justicia y la dicha a la vista de todas las naciones" (61,7.10).

Todo el pueblo es animado a realizar un culto verdadero y a la práctica de la justicia; sólo así su fe será coherente (Is 58). El arma definitiva para animar a aquel pueblo es la certeza de que al final la victoria será de Dios.

El Dios del Tercer Isaías es poderoso para libertar y salvar. ¡Poderoso para comunicar vida! ¡Poderoso en el amor y el rescate! Su justicia se levanta como palmera, como luz radiante, como espada que hiere.

Es un Dios amoroso, que reelige, se encarna en la realidad de su pueblo y se apasiona por él. Un Dios que invita a volar al infinito y conquistar la libertad y la esperanza.

Dios que actúa en situaciones difíciles, en tiempo de crisis y desaliento. Él ayuda a reconstruir y reorganizar la vida del pueblo. Ilumina con alegría los difíciles años de la reconstrucción. Se preocupa de los débiles y abatidos y reúne a los dispersos.

Dios apasionado por su pueblo, que con trasparencia va mostrando  el pecado que le aleja y entristece. Ellos se quejan que Yavé les abandonó. ¡Jamás! Yavé está siempre a su lado. Son ellos los que no son sinceros, ni viven como hermanos. Así se lo echa Dios en cara con claridad: “Debido a sus injustas ganancias me anduve enojando y escondiéndome…” (57,11).“Ustedes ayunan entre peleas y contiendas y golpean con maldad” (58,4). “Sus maldades de ustedes han cavado un abismo entre ustedes y su Dios… Las manos de ustedes están manchadas de sangre, y sus dedos, de crímenes. Confían en la nada, andan con mentiras, conciben la maldad y dan a luz la desgracia. Se echan sobre huevos de víboras y tejen telarañas; el que come sus huevos, muere; y si los aplastan, salen culebritas” (59,1-5).

Dios reprocha a los malos pastores y jefes de Judá las consecuencias sociales de sus actitudes egoístas (56,9-12). Se oculta a los que ayunan en su nombre mientras se despreocupan del prójimo (58,3-5). Quita la paz a los malvados (57,20s). Rechaza a los que siguen su propio camino y buscan su propio interés.

Él reprende y castiga, pero eso no le basta; quiere algo mejor para su pueblo: recuperarlo y hacerlo feliz.

Lo que él quiere son corazones abiertos y generosos, hombres solidarios los unos con los otros, sin fuerzas opresoras o esclavizantes; que todos trabajen para el bien común y sean constructores de una sola familia. Ese es el ayuno que le agrada (58,1-14).

El quiere que su pueblo llegue a “romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libre al oprimido y romper toda clase de yugo” (58,6). “Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán en tu casa, vestirás al desnudo y no volverás la espalda a tu hermano. Entonces la luz surgirá como aurora y tus heridas sanarán rápidamente” (58,7-8). No quiere apariencias, sino la creación de un mundo solidario, una nueva manera de vivir en fraternidad.

Siempre está dispuesto a escuchar y perdonar a todos: “Antes que me llamen les responderé y antes que terminen de hablar habrán sido atendidos” (65,24). Su amplio corazón no excluye a nadie. Es Dios de “todo hombre” (66,23). Su casa será “casa de oración para todo el mundo” (56,3-8).

Es trascendente, pero cercano  a la vez: “Yo que vivo en lo alto y me quedo en mi santidad, también estoy con el hombre arrepentido y humillado” (57,15), para reanimarle y alentarle. Pone su mirada en el pobre y en el de corazón arrepentido que se estremece con su palabra (66,2). Da aliento para que todo el mundo pueda recuperarse y encontrarse con él. “A los que lloraban haré que les brote la sonrisa de sus labios. ¡Paz, paz al que está lejos y al que está cerca!, dice Yavé. Sí, yo te voy a sanar” (57,18s).

Se deja hallar por los que no preguntan por él y se deja encontrar por los que no lo buscan (65). Pero muchas veces él llama y no encuentra respuesta (65,12; 66,4).

Dios solidario, cercano, fraternal, preocupado siempre por los despreciados y desanimados (58,7-9). Dios justo y recto (56,1), salvador de todos (56,3). Dios liberador (58,6; 61). Dios de la paz (66,12) y de la verdad (65,16).

Dios de la esperanza (58,12; 60). Dios redentor de los que se arrepienten (59,20). Dios que es alegría, fuente de felicidad y paz verdadera (57,19).

Dios que acompaña en todo momento, que calma nuestra sed, nos rejuvenece, nos hace fértiles para el amor y nos convierte en manantial eterno para los demás (58,11).

Es un Dios que lo penetra todo, lo invade todo y bendice todos los esfuerzos que se realizan para llegar hasta él (61).

Un Dios reedificador de ruinas, que reconstruye sobre cimientos del pasado: “Mi pueblo volverá a edificar sobre las ruinas antiguas y reconstruirá sobre los cimientos del pasado, y todos te llamarán: El que repara sus muros, el que arregla las casas en ruinas” (58,12). Estimula a empezar de nuevo, en busca de un amanecer de esperanza (60,1-3), un nuevo día, con nuevo espíritu (65,17-19).

Dios madre consoladora: “Como un hijo a quien consuela su madre, sí yo los consolaré a ustedes” (66,13). Promete quedar contento y feliz con su pueblo (65,19).

Dios que se revela como esposo, con una relación personal de comunión y de intimidad: “Serás una corona preciosa en manos de Yavé, un anillo real en el dedo de tu Dios… Yavé se complacerá en ti y tu tierra tendrá un esposo… El que te formó se casará contigo, y como el esposo goza con su esposa, así harás las delicias de tu Dios” (62,3.5).

Dios padre, creador y redentor: “Tú, Yavé, eres nuestro Padre, nuestro Redentor; así te hemos llamado siempre” (63, 16). “Nosotros somos la arcilla y tú eres el alfarero, todos nosotros fuimos hechos por tus manos” (64,7). Dios que modela nuestra vida, dueño de nuestro ser, creador de todo lo que existe, y en especial de su pueblo.

Dios que promete crear “un cielo nuevo y una tierra nueva” (65,17), como la realización de la utopía de toda la humanidad. Quiere que el hombre trabaje con amor, esperanza y fortaleza para transformar lo viejo en nuevo, según su hermoso proyecto. Así su pueblo llegará a ser santo (62,12).

¡Dios que anima mucho más allá de toda esperanza!: “Levántate y brilla, que ha llegado tu luz y la gloria de Yavé amaneció sobre ti” (60,1). “Ya que tú fuiste la abandonada, la odiada y desamparada, en adelante yo haré que te sientas orgullosa y te daré alegría para siempre… Y conocerás entonces que yo, Yavé, soy tu Redentor, y que el Campeón de Israel es tu Salvador… Como gobernantes te pondré la Paz, y en vez de opresión, la justicia” (60,15-17).“Yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva y el pasado no se volverá a recordar más ni vendrá a la memoria. Que se alegren y estén contentos para siempre por lo que voy a crear… Yo quedaré contento con Jerusalén y estaré feliz con mi pueblo” (65,17.19).

 “Salto de alegría, delante de Yavé, y mi alma se alegra en mi Dios. Pues él me puso ropas de salvación y me abrigó con el chal de la justicia, como el novio se coloca su anillo o como la esposa se arregla con sus joyas. Pues así como brotan de la tierra las semillas o como aparecen las plantitas en el jardín así el Señor Yavé hará brotar la justicia y la dicha a la vista de todas las naciones” (61,10)

¡Señor, cuántas veces nos sentimos extraños en nuestra propia tierra! ¡Cuántas veces nos lamentamos por tu ausencia! Y, sin embargo, tú, Señor, permaneces siempre en medio de tu pueblo...

Señor, tu Espíritu nos guíe, nos conduzca por los senderos de la ternura y el amor. Danos un corazón solidario, preocupados por rescatar con manos de madre la vida de nuestros hermanos que caminan a nuestro lado sin esperanzas y sin ánimo.

 

Para dialogar y meditar: Is 62,1-9 (serás la delicia de tu Dios)

1. ¿Cuáles son nuestros desánimos más frecuentes?

2. ¿Sentimos la presencia de Dios animándonos a seguir adelante por sus caminos?

Escuchemos con esperanza las promesas de Yavé en Is 66,10-23.

 

 

24. MALAQUÍAS: Es Dios el que se queja

 

Paralelamente a esta línea de ánimo y esperanza fue cuajando poco a poco una corriente de displicencia y falta de fe. No llegaban esos nuevos tiempos tan anunciados. La agricultura iba muy mal y nada de extraordinario sucedía, sino pequeñas luchas internas y las reiteradas agresiones desde el exterior.

Malaquías se presenta como "el mensajero de Dios", que viene "a preparar sus caminos" (3,1).

Él se siente enviado por Dios para recordar a su pueblo el amor fiel de su Dios. A recriminarle por los muchos abusos cometidos. A echarle en cara sus pesimismos y sus desconfianzas en Yavé. Quiere desenmascarar las cínicas preguntas de aquel pueblo pecador, que reclama a su Dios: "¿En qué nos has demostrado tu cariño?" (1,2).  "¿En qué hemos despreciado tu nombre?" (1,6). ¿En qué te hemos manchado con esto?"   (1,7). "¿En qué le hemos molestado?"  (2,17). "¿Qué hemos ducho contra ti?" (3,13). Ellos no son conscientes de su mal, y precisamente en su inconsciencia está la fuente y el signo de su maldad.

Estas y otras preguntas parecidas escocían por dentro a muchos judíos. Malaquías se hace eco de esta problemática y reivindica el honor de Yavé: "Ustedes se expresan de mí muy duramente, dice Yavé, a pesar de que tratan de excusarse de que nada malo han dicho de mí. Pues ustedes dicen que es tontería servir a Dios y que nada se gana con observar sus mandamientos o con llevar una vida austera en su presencia..."  (3,13s).

Frente a los lamentos judíos, también Dios presenta su queja: "El hijo honra a su padre; el servidor respeta a su patrón. Pero si yo soy padre, ¿dónde está la honra que se me debe? O si yo soy su patrón, ¿dónde el respeto a mi persona? Esto es lo que Yavé de los Ejércitos quiere saber de ustedes, sacerdotes que desprecian su Nombre" (1,6).

No se prueba el amor con palabras vacías, aunque sean sagradas. Por eso ataca especialmente las faltas cúlticas de sacerdotes y pueblo. Todo ha sido profanado, la moral y el templo, las costumbres y los sacrificios. Se casan con mujeres que adoran a dioses extranjeros (2,11) o infieles en el matrimonio: "Yavé es testigo de que tú has sido infiel con tu esposa, a la que amabas cuando era joven. Ella, a pesar de todo, ha sido tu compañera y con ella te obliga un compromiso" (2,14).

A Dios no se le puede engañar con un falso culto. Él ve la verdad y actúa en consecuencia: "Me instalaré entre ustedes para hacer justicia y exigiré un castigo inmediato para los hechiceros y los adúlteros, para los que hacen falsos juramentos, para los que abusan del asalariado, de la viuda y del huérfano, para los que no respetan los derechos del extranjero" (3,5).

El culto en sí no es malo. La maldad está en la hipocresía con que querían engañar a Dios. Los sacerdotes no se avergüenzan de presentarle como ofrendas cosas inútiles y defectuosas (1,7-8). "¿Quién de ustedes cerrará las puertas del templo para que no vengan más a encender mi altar inútilmente? Pues ustedes ahora sólo me molestan, les dice Yavé de los Ejércitos, y me desagradan totalmente sus ofrendas" (1,10). "Le tiraré a la cara basura, la basura de sus ceremonias..." (2,3).

A partir de esta queja, Yavé abre un nuevo horizonte: algunas ofrendas de los paganos le agradan a él más que las que le presenta su pueblo. "Desde donde sale el sol hasta el ocaso, en cambio, todas las naciones me respetan y en todo el mundo se ofrece a mi Nombre tanto el humo del incienso como una ofrenda pura" (1,11). Su nombre santo es honrado por los de fuera y profanado por los de casa. Hay creyentes que están fuera e incrédulos que viven en la casa del Señor.

Pero a pesar de todo, Dios siempre está dispuesto a perdonar y reconstruir. "Estoy esperando un día, dice el Señor todopoderoso, en el que ellos volverán a ser mi propiedad. Seré indulgente con ellos como un padre con el hijo que le sirve" (3,17). "Para ustedes que respetan mi Nombre, brillará el sol de justicia, que traerá en sus rayos la salud; ustedes saldrán saltando de alegría como los novillos cuando salen del establo" (3,20).

Dios siempre está dispuesto a renovar su alianza, pero sin trampas. Ha de ser con toda sinceridad. "Vuelvan a mí y yo volveré a ustedes" (3,7).

 

A propósito de las quejas de Dios en Malaquías podemos realizar un recorrido por otras quejas que presenta Dios en contra de su pueblo a través de otros escritos bíblicos anteriores. Malaquías culmina una larga lista de profetas. Más tarde, le seguirán los sabios.

Ya el Génesis aclara que la voz del hermano asesinado clama a él desde la tierra (Gén 4,10). Y en el Exodo insiste: "Estoy viendo cómo sufre mi pueblo y escucho sus quejidos cuando lo maltratan sus opresores: conozco todos sus sufrimientos" (Ex 3,7).

Dios se queja, sobre todo, de la rebeldía ingrata de su pueblo: "¿Hasta cuándo habrán de ser ustedes rebeldes a mis Mandamientos y a mi Ley? (Ex 16,26). ¿Hasta cuándo me van a despreciar y van a descon­fiar de mí, después de todas las prue­bas de amor que les he dado?… ¿Has­ta cuándo esta comunidad perversa murmurará contra mí? (Núm 14,11. 27).

Este tema está muy presente en los profetas: "¿Hay algo que yo no le haya he­cho a mi viñedo? Yo esperaba que diera uvas dulces, ¿por qué, enton­ces, dio uvas agrias? (Is 5,4).

"Doble falta comete mi pueblo: Me abandonan a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se van a cavar aljibes, aljibes agrietados, que no retendrán el agua" (Jer 2,13). "¿Por qué me irritan ustedes con sus ídolos, con esas cosas ex­tranjeras, que nada son?" (Jer 8,19). "¿Por qué se hacen tanto mal ustedes mismos?" (Jer 44,7). "Reconoce y comprueba cuán malo y amargo resulta abandonar a Yavé, tu Dios" (Jer 2,19).

"Juro que no quiero que el impío muera, sino que cambie su mala conducta y viva  Conviértanse, conviértanse, pues, de sus malas costumbres. Gente de Is­rael, ¿por qué tendrían que morir? (Ez 33,11).

Otra queja frecuente de Dios es la hipocresía de los injustos que le rinden culto (Is 1,11-25; 58,1-10).

 

Para dialogar y meditar:  Mal 2,13-17 (respeto al matrimonio)

1. ¿De qué se queja Dios en Malaquías y por qué?

2. Recordemos algunas otras quejas de Dios a través de los profetas.

3. ¿Tiene todo esto algún mensaje para nosotros hoy?

Escuchemos con humildad algunas de las quejas de Dios: Mal 1,6-14.