13. OSEAS: el Dios fiel y misericordioso

 

Oseas actúa en Israel durante el siglo VIII a.C., inmediatamente después que Amós. Parecería que Dios, después del fracaso de la fuerte predicación de Amós, quiso desarrollar un nuevo método: el de confesar a su pueblo su amor fiel y misericordioso, a pesar de sus infidelidades.

 

a) Infidelidad conyugal

Para eso se sirve de la experiencia personal de Oseas, profundamente enamorado de una mujer que le es infiel. Le hace sentir que también él, Yavé, quiere a Israel con un amor apasionado, y le duele, por consiguiente, que su pueblo le abandone para irse tras dioses ajenos. Yavé siente por su pueblo un amor tan real y personal, que se puede entender desde una profunda experiencia humana… Tanto, que en el texto se confunden las palabras del profeta y las de su Dios.

Tengamos en cuenta, además, que en hebreo la palabra pueblo es femenina, lo cual facilita la comparación. El Dios de Oseas siente por su pueblo (su “puebla”) un amor real y personal, como esposo enamorado, fiel hasta el extremo, pero herido por el olvido de su amada: “De mí, la ingrata se olvidaba…” (2,15). “El cariño que me tienen es como una nube matinal, como el rocío que dura algunas horas” (6,4). A pesar de todo él mantiene constantemente la esperanza de poder comenzar su idilio de nuevo.

Su primer deseo sería aniquilar o abandonar a la amada (9,15), pero no es capaz; quiere castigar, pero se le conmueven las entrañas (11,8). Le castiga sólo lo necesario para que recapacite y vuelva hacia él: "Voy a impedir sus pasos con espinos, voy a cerrarle el camino para que no sepa cómo ir. Perseguirá inútilmente a sus amantes, tratará de encontrarlos, pero en vano. Entonces se dirá: 'Me volveré a juntar con mi marido, pues con él me iba mejor que ahora’. Y yo la volveré a conquistar; la llevaré al desierto y allí le hablaré de amor" (2,9s.16).

No la obliga a volver, pero una vez que vuelve a él, aunque sea por interés personal, no hay reproches, sino amor sin límites. Eso sí, la lleva al desierto, lejos de sus amantes, y allí “le habla de amor”. Parece como si Yavé siguiera aquel dicho popular de que “donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor”.

Yavé, el esposo fiel, no se contenta con perdonar a su amada. Su amor es tal que llega a limpiarla, regenerarla y embellecerla todo lo posible, de modo que llegan a celebrar los dos unos nuevos desposorios, muy superiores a los primeros: "Yo te desposaré para siempre. Nuestro matrimonio será santo y formal, fundado en el amor y la ternura. Tú serás para mí una esposa fiel, y así conocerás quién es Yavé" (2,21s).

Estamos en una de las cumbres de revelación del Antiguo Testamento. Dios da aquí un paso importante en la revelación de su modo de ser. A Abrahán se le había presentado como capaz de dar numerosa descendencia a un par de ancianos estériles. A Moisés como libertador de oprimidos (Ex 3,12). Ahora, en un nuevo paso de revelación, Dios se presenta como capaz de convertir a una adúltera (a un pueblo idólatra) en esposa fiel, llena de amor y ternura… Esto es más difícil que conseguir que unos ancianos sean padres de un gran pueblo o que unos esclavos humillados tomen conciencia de su dignidad y consigan su liberación.

 

b) Ingratitud filial

En el capítulo 11 Oseas cambia la comparación de infidelidad conyugal en ingratitud filial para con un padre cariñoso y tierno: "Cuando Israel era niño yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Pero mientras los llamaba yo, más se alejaban de mí... Yo, sin embargo, les enseñé a andar a Efraín, sujetándolo de los brazos, pero ellos no entendieron que era yo quien cuidaba de ellos" (11, 1-3).

"Yo los trataba con gestos de ternura, como si fueran personas. Era para ellos como quien les saca el bozal del hocico y les ofrece en la mano el alimento..." (11,4).

A Dios, como un buen padre que es, le hacen sufrir  las ingratitudes de sus hijos y las consecuencias dolorosas que ellas le acarrean: "Mi pueblo está pagando ahora su infidelidad, pues invocan a Baal, pero nadie lo ayuda. ¿Cómo voy a dejarte abandonado, Efraín? ¿Cómo no te voy a rescatar, Israel? ¿Será posible que te abandone...? Mi corazón se conmueve y se remueven mis entrañas. No puedo dejarme llevar por mi indignación y destruir a Efraín, pues yo soy Dios y no hombre. Yo soy el santo que está en medio de ti, y no me gusta destruir" (11, 7-9). Está Dios revelando acá algo muy íntimo de su ser… Se trata del comienzo de la revelación de ese amor tan grande, que le llevará a encarnarse en Jesús y dejarse matar por sus hijos ingratos.

Como en el caso de la esposa infiel, el padre no correspondido nunca pierde la esperanza de regenerar a su hijo ingrato: “Sanaré su infidelidad; los amaré con todo el corazón, pues ya no estoy enojado con ellos” (14,5).

 

c) Idolatría del poder

¿En qué consistía en aquella época la infidelidad idolátrica de Judá? La infidelidad concreta de la que tanto se quejaba Dios a través de Oseas era la idolatrización al poder. Judá estriba toda su esperanza en la hipotética ayuda de las grandes potencias extranjeras, Asiria o Egipto, a las que mira como nuevos dioses, capaces de solucionarles todos sus problemas. “Miren cómo subió a Asiria, llevando regalos a sus amantes” (8,9). “Ha mandado mensajeros al gran rey; pero éste no podrá sanarlos, ni curarles sus llagas” (5,13). “Los extranjeros consumen sus energías sin que se dé cuenta” (7,9). Son “como paloma tonta y sin rumbo, pues lo mismo llaman a Egipto que parten hacia Asiria” (7,11).

La idolatría al poder lleva a Israel a una corrupción radical: “Me han dejado a mí, su gloria, para seguir a los ídolos, su vergüenza” (4,7). “Por haberse alejado de mí serán unos desgraciados” (7,13). Esperan la salvación de los poderosos y no de Dios. Por eso les va tan mal; son como “tortilla quemada por un solo lado” (7,8), palomas sin rumbo (7,11), burros orgullosos (8,8)... Es inútil buscar la felicidad fuera de Dios (13,4).

Los poderosos sólo les traen desgracias: “Ya que tú te ufanas tanto de tus carros y de tus ejércitos numerosos, reinará la confusión en tus ciudades y serán demolidas tus fortalezas” (10,13s).

Nuestro pueblo ha tenido la misma experiencia de la incapacidad de salvar que tiene el "progreso" mal entendido. Progresar no es sólo tener más, sino ser más. Volver a Dios supone encauzar la política y la economía como servicio al hombre y a la vida.

 

Oseas acusa a sacerdotes, profetas y autoridades de no dar a conocer quién es Dios: “Yavé tiene un pleito pendiente con ustedes, porque no encuentra en su país ni sinceridad, ni amor, ni conocimiento de Dios… Como tú no te preocupas de enseñar, mi pueblo languidece sin instrucción” (4,1.6).

Dios busca en primer lugar que se le conozca con amor: “Yo quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, más que víctimas consumidas por el fuego” (6,6). Ofrece una nueva relación personal con él, que nace de un corazón purificado y renovado, lleno de conocimiento y amor de Dios. Para regresar a Dios el único camino es actuar con amor y justicia, confiando siempre en él (12,7).

El Dios de Oseas es el Dios que sabe perdonar una y otra vez por puro amor. Basta con que el pueblo realice el más mínimo gesto de querer volver a él. El castigo nunca tiene la última palabra; el amor es el que acaba triunfando.

Dios sabe regenerar amando: “La volveré a conquistar, la llevaré al desierto y allí le hablaré de amor” (2,16). Así es como da a conocer lo más profundo de su ser: “Tú serás para mí una esposa fiel, y así conocerás quién es Yavé” (2,21s).

Dios pedagogo, que va conduciendo, orientando y corrigiendo progresivamente a su pueblo para poder entrar con él en una verdadera relación de amor, respetando su libertad.

El Dios de Oseas es, en resumen, un Dios que se arriesga a amar a su pueblo con un amor inmenso de esposo y de padre, siempre tierno y fiel, a pesar de sus infidelidades y sus ingratitudes. Es un Dios que sabe amar gratuitamente. Un Dios que termina haciendo triunfar su amor…

Oseas no se desinteresa de la justicia, pero va a la raíz de la falta de justicia entre nosotros, que no es la falta de leyes o de documentos, sino la falta de corazón.

No podemos exclamar sino como los discípulos de Oseas: “Vengan, volvamos a Yavé. Pues si él nos lesionó, él nos sanará; él nos hirió, él vendará nuestras heridas” (6,1). Ojalá dejemos que su amor nos reconstruya como pueblo. Que así sea.

 

Texto para dialogar y meditar: Os 2 (la esposa infiel)

1. ¿Qué rasgos nuevos encontramos en la experiencia de Dios que tuvo Oseas?

2. Comparar el mensaje de Oseas 2 y el de la parábola del hijo pródigo (Lc 15).

Terminamos rezando juntos Os 6,1-3.

 

 

14. PRIMER ISAÍAS: Dios santo,

                a quien ofende la hipocresía y la injusticia

 

Casi al mismo tiempo que Oseas, pero en el reino del sur, en Jerusalén, un profeta culto, de fina sensibilidad, con gran espíritu poético, recibe la llamada de Dios.

Todavía joven tuvo una profunda experiencia de Dios, que le marcó para toda su vida. Vio a Dios “sentado en un trono elevado y magnífico” (6,1). Su presencia lo llenaba todo. Unos serafines ardientes proclamaban a gritos la absoluta santidad de Dios (6,3). Y todo el mundo temblaba ante tanta grandiosidad. Al experimentar la trascendencia total de Dios y su rectitud absoluta, Isaías se siente asombrado y tembloroso:

“Ay de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, y vivo entre un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al rey, Yavé de los Ejércitos” (6,5). Frente a la gloria y santidad divina, siente su propia pequeñez e impureza radical. Pero un ángel purifica con fuego sus labios para que pueda manifestar la Palabra de Dios a sus contemporáneos (6,6s). Entonces, ya purificado, escucha la llamada de Dios, y se siente capacitado para ofrecerse con generosidad: “Aquí me tienes” (6,8). Ofrece su vida joven a este Dios limpio, puro, santo, aunque se sienta pecador ante él.

La experiencia desconcertante de sentirse invadido por Dios en lo más profundo de su ser, lo transforma para toda su vida, algo así como el hierro que metido en el fuego se hace igualmente fuego. Se siente transformado y convertido en “hombre de Dios”, capaz de juzgar las cosas desde la óptica divina. Desde entonces, durante toda su vida, rendirá culto vivencial a la grandeza y a la santidad infinita de Yavé y se presentará siempre como el representante de sus intereses (5,1-7).

Isaías había asimilado los mensajes de Amós y Oseas –justicia y misericordia–, a los que miró desde el punto de vista de la santidad de Dios. Siente de una manera nueva que a Dios le desagrada tanto la injusticia y la hipocresía, especialmente la religiosa, precisamente porque él es santo.

Las injusticias cometidas por el pueblo de Yavé ofenden a la manera de ser de Dios. Por eso Isaías denuncia con fuerza la situación corrompida de su país, bien diferente a lo que los poderosos pretendían aparentar. El profeta mira la realidad desde los ojos de Dios. Jerusalén dejó de ser la esposa fiel para volverse una prostituta (1,21). "Tu plata se ha convertido en basura..."  (1,21-26). La viña del Señor ya sólo produce frutos amargos: acaparamientos de tierras y casas, orgías en grandes banquetes, injusticias en los tribunales, tergiversación de valores… "Llaman bien al mal y mal al bien..." (5,8-24).

Isaías se da cuenta de que en aquella sociedad materializada no hay lugar para Yavé, y por ello los habitantes de Jerusalén se inventan divinidades falsas, que puedan justificar su modo de proceder. Las víctimas del culto al dinero son el derecho, la justicia y las clases más débiles de la sociedad: "Tus jefes son unos rebeldes, amigos de ladrones. Todos esperan recompensa y van detrás de los regalos. No hacen justicia al huérfano, ni atienden la causa de la viuda" (1,23).

Isaías considera que la corrupción oficial es la contrincante de Yavé. Por eso afirma que los jueces que por codicia son injustos con el huérfano y la viuda son los “adversarios" de Dios (1,21-26).

Denuncia también la divinización de las grandes potencias. "Pobres de aquéllos  que bajan a Egipto, por si acaso consiguen ayuda. Pues confían en la caballería, en los carros de guerra, que son numerosos, y en los jinetes porque son valientes"  (31,1). Y aclara: "El egipcio es un hombre y no un dios, y sus caballos son carne y no espíritu" (31,3). Isaías considera idolátrico esperar la salvación de la fuerza de los poderosos.

Algo especialmente grave en contra de la santidad de Dios es el culto religioso que sólo busca justificar una situación social injusta. Al Dios santo le desagrada enormemente aquel culto sin buenas obras que le rinden: "Este pueblo se acerca a mí sólo con palabras y me honra sólo con los labios, pero su corazón sigue lejos de mí" (29,13). "¿De qué me sirven a mí la multitud de sus sacrificios?... ¿Por qué vienen a profanar mi Templo? Déjense de traerme ofrendas inútiles... Cuando rezan con las manos extendidas, aparto mis ojos para no verlos...." (1,11-15). Para que el Dios santo escuche las oraciones tiene que ver cómo la "justicia" se despliega ante sus ojos.

Dios está decepcionado con su pueblo. Se queja de que, después de lo mucho que ha hecho por ellos, aún no lo conocen: “El buey conoce a su dueño, y el burro, el pesebre de su señor, pero Israel no me conoce, mi pueblo no comprende” (1,3). “¿Qué otra cosa pude hacer a mi viña que no se la hice? ¿Por qué, esperando que diera uvas dulces, sólo ha dado racimos amargos?” (5,4).Está cansado ya de tanto tener que castigarle para que se corrija: “¿Dónde quieren que les pegue ahora, ya que siguen rebeldes?” (1,5).

El santo exige para relacionarse con el hombre una auténtica purificación: “Volveré mi mano contra ti y te limpiaré tus impurezas en el horno, hasta quitarte todo lo sucio que tengas” (1,25). Siempre “está esperando el momento indicado para perdonar” y hacer felices a los que esperan en él (30,18), con tal que se purifiquen. “Aunque tus pecados sean colorados, quedarán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, se volverán como lana blanca” (1,18).

Isaías tiene fe en el futuro precisamente porque tiene fe en la santidad de Dios. El habla de la renovación del pueblo, de la presencia de Dios en medio de él, del nacimiento de un rey mesías. Todo ello se realizará en una tierra nueva, por Dios mismo trasformada (11,1-9). Será una tierra donde de veras "la obra de la justicia será la paz, y los frutos de la justicia serán tranquilidad y seguridad para siempre" (32,17).

Es que el Dios de Isaías es “refugio para el despreciado y ayuda para el pobre en su miseria” (25,4). Él “enjugará las lágrimas de todos los rostros, devolverá la honra a su pueblo y a toda la tierra” (25,8), pues “hace justicia a los débiles y dicta sentencias justas a favor de la gente pobre” (11,4).

Al pueblo asustado por las amenazas de países poderosos, Isaías le anuncia un camino de salida: aceptar la presencia de Dios dentro de él, que es suave y delicada, llena de esperanzas, como las ilusiones de una jovencita embarazada (7,14) o el murmullo de un lindo arroyo (8,6); presencia tierna y esperanzadora como un niño recién nacido (9,5) o el brote de un árbol (11,1).

A partir de la presencia entre ellos del Dios santo se dará la reconciliación universal, de los animales entre sí, entre los seres humanos y de todo lo creado con el mismo Dios (11,5-9). Así se dará un nuevo estilo de vida: “El resto de Israel… ya no se apoyará más en el que los explota, sino que le pedirán, sinceramente, ayuda al Señor, el Santo de Israel” (10,20). “No cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo…, pues, como llenan las aguas el mar, se llenará la tierra del conocimiento de Yavé” (11,9).

El futuro prometido lo describe Isaías con una hermosa alegoría en la que los animales llegarán a vivir en armoniosa fraternidad (11,6s). Ya no se comerán más los unos a los otros. “La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león comerá pasto, igual que el buey”. Explotadores y explotados se hermanarán de veras, una vez que todos lleguen a conocer de veras a Dios.

Isaías, nacido de entre los poderosos, tuvo la experiencia del Dios fuerte que se manifiesta en lo pequeño. Experimentó que el conocimiento de Dios transforma el corazón humano. No se trata de matar al lobo y al puma, sino de confiar en la fuerza de ese Dios que es capaz de conseguir que el lobo no se alimente más de corderos, sino que los dos amigablemente pasten juntos.

El Dios de Isaías es el Dios de la reconciliación, del amor y del perdón; Dios que muestra su santidad construyendo justicia y fraternidad entre los que de veras creen en él.

 

Texto para dialogar y meditar: Is 6,1-8 (vocación de Isaías)

1. ¿Cuáles son los rasgos de santidad de Dios que descubre Isaías?

2. ¿Por que las injusticias y la hipocresía religiosa ofenden a la santidad de Dios?

Acabar rezando Is 12, redactado años más tarde por los pobres de Yavé, seguidores del mensaje de Isaías.

 

 

 

 

15. SOFONÍAS: los pobres que confían sólo en Yavé

 

Más o menos cincuenta años después de las profecías de Miqueas e Isaías, a mitad del siglo VII, comenzó a actuar Sofonías en Judá. Por cuarentaicinco años había reinado en Jerusalén un rey  sumamente cruel: Manasés.

El coincide con los profetas anteriores en una visión negativa de la sociedad de su tiempo. Constata la explotación de los poderosos (1,8s; 3, 1-4), junto con la obsesión por el comercio (1, 10s) y la confianza en las riquezas (1, 12s), lo cual ha convertido a Jerusalén en una ciudad "rebelde, manchada y opresora" (3, 1).  “Manasés había llenado Jerusalén de sangre inocente” (2Re 24,4).

Para los campesinos, endeudados, sin tierras, sin casas, sin nada, la palabra de Sofonías, en cambio, es de confianza: "Busquen a Yavé todos ustedes, los pobres del país, que cumplen sus mandatos, practiquen la justicia y sean humildes..."  (2,3).

Sofonías dio un paso nuevo en la experiencia de Dios: es la primera vez que alguien siente con claridad que la esperanza del futuro está en los pobres que se fían totalmente de Dios. Isaías había dicho, en su libro de Enmanuel, que Yavé vive entre los pequeños; medio siglo después Sofonías insiste en que no hay que soñar tanto con tener buenos gobernantes, sino un buen pueblo, austero y sencillo, que ni explota a nadie ni se deja explotar por nadie; un pueblo en cuyo corazón no entra ningún tipo de idolatría, sino sólo una absoluta confianza en Dios.

"De en medio de ti yo arrancaré a aquéllos que se jactan de su orgullo... Dejaré subsistir dentro de ti a un pueblo humilde y pobre, que buscará refugio sólo en Dios"  (3,11s). "Grita de gozo, hija de Sión,  y regocíjate, gente de Israel... Contigo está Yavé, rey de Israel... No tengas ningún miedo, ni te tiemblen las manos. Yavé, tu Dios, está en medio de ti como un héroe que salva... "  (3,14-20).

Sofonías pone a los pobres de la tierra como  base de la nueva comunidad del futuro. Se trata de ese "pueblo humilde y pobre, que busca refugio sólo en Dios"  (3,12). Con esto comienza a caminar la espiritualidad de "los pobres de Yavé", que se pone en marcha en la dirección de las futuras “bienaventuranzas” de Jesús.

Isaías fundamentaba la justicia futura en nuevas autoridades responsables; Sofonías la fundamenta en el "pueblo humilde y pobre". Estaban cansados y decepcionados de esperar un futuro mejor a base de depositar su confianza en posibles buenas autoridades. La experiencia de Manasés había sido terrible. Sofonías les predica que la esperanza hay que apoyarla en la gente sencilla y honrada del pueblo, en ésos que no tienen nada que perder y por ello ponen su confianza sólo en Dios.

Sofonías descubre a un Dios muy realista, con los pies bien puestos en la tierra, que pone sus esperanzas en el pueblo creyente, honrado y sincero, que no se deja engañar, ni explotar por nadie. Son los que no tienen nada y están dispuestos a recibirlo todo de él.

El Dios de Sofonías invita a la práctica de la justicia, la pobreza y la conversión del corazón (2,3). Él es refugio para los pobres que, cumpliendo sus mandatos, lo buscan con sinceridad y depositan sus esperanzas sólo en él (3,12).

Dios que permanece en medio de su pueblo y se alegra con él: “¡No tengas ningún miedo, ni te tiemblen las manos! Yavé, tu Dios, está en medio de ti como un héroe que salva; él saltará de gozo al verte y te renovará su amor. Por ti lanzará gritos de alegría como en días de fiesta” (3,16-18).

Dios que salta de gozo y da gritos de alegría (3,17s) cuando su pueblo puede “alimentarse y descansar sin que nadie los moleste” (3,13).

Dios que se aparta de los que creen tener su seguridad en el poder (2,15). A él no le sirve de nada el poder y la riqueza: ni el oro ni la plata salvará a los poderosos (1,14-18). Por eso denuncia la actitud del que amontona el fruto de sus crímenes y robos (1,9).

 

Texto para dialogar y meditar: Sof 3,11-19 (los pobres de Yavé)

1. ¿Qué nuevo paso da Sofonías respecto a Isaías?

2. ¿Cómo es el pueblo que pone su confianza sólo en Dios?

Rezar el salmo 23.

 

 

16. JOSÍAS: La reforma de un joven gobernante ingenuo

 

Tenía sólo ocho años cuando lo sentaron en el trono. El "pueblo de la tierra", formado por campesinos acomodados creyentes en Yavé, se había sublevado y conseguido arrebatar el poder a los militares que habían asesinado a Amón, joven rey hijo del sanguinario dictador Manasés (2Re 21,16). En su lugar los campesinos designaron al hijito de Amón como sucesor, pero con la perspectiva de educarlo de forma que fuera distinto a su padre y a su abuelo.  Es probable que tuviera como preceptor al profeta Sofonías. Así, ocho años más tarde, pudieron ponerlo al mando de Judá.

El joven Josías heredaba una larga tradición de corrupción y sincretismo. Pero celosamente puso en marcha una serie de medidas fuertes para realizar una profunda reforma religioso-moral, soñando restaurar el esplendor de Israel.

"El año octavo de su reinado, siendo todavía joven, comenzó a buscar al Dios de su padre David" (2Cró 34,3). Tenía 16 años. Con decisión suprime todos los sitios destinados a cultos idolátricos (2Re 23,4-7); y monopoliza  en Jerusalén el culto a Yavé, con lo que pretendía conseguir la unidad religiosa en el país (2Re 23,8-14). Se obsesiona con la idea de la pureza de la religión. Sinceramente siente que la búsqueda de Dios pasa por la supresión de todo tipo de ídolos, tanto los que se asientan en el corazón de cada uno, como los que se agazapan en las estructuras sociales de su mundo.

Durante su reinado el poder de Asiria se fue debilitando hasta llegar a morir del todo. Poco a poco se liberan de los impuestos asirios y van consiguiendo una independencia total. Así es como pueden recuperar los territorios del antiguo reino del norte, Israel, largamente ocupados por los asirios.

La persecución al culto idolátrico tiene como fundamento el proceso de independencia de Asiria. Se trata de una purga radical de los cultos y prácticas impuestas por el imperio asirio a lo largo de su larga dominación. En tiempo de Manasés Judá se había vendido totalmente a Asiria como estado vasallo, aceptando todas sus costumbres religiosas y persiguiendo a muerte las yavistas. Por ello la persecución, aun popular, tan fiera, en contra de las costumbres y cultos extranjeros. Sienten que la seguridad de la nación depende de la vuelta a sus más típicas tradiciones.

Su bisabuelo Ezequías, en su intento de reforma, sólo había conseguido la destrucción de santuarios idolátricos. Josías se da cuenta de que ello no basta y es necesaria la implantación de normas positivas y detalladas que renueven el sentir popular. Para ello le sirvió muchísimo el descubrimiento de "el Libro de la Ley", en el año 622 a.C., 18 de su reinado. Las personas que voluntariamente estaban restaurando el templo de Jerusalén encontraron un polvoriento libro que parecía ser el núcleo de lo que hoy llamamos el Deuteronomio. El libro es leído en presencia del rey (2Re 22,10) y éste se siente conmovido y se entusiasma con él, en el que ve una confirmación y orientación de sus proyectos. Después de consultar con la anciana profetisa Juldá (2Cró 34,22-28), Josías realiza una gran asamblea y una Pascua solemne para celebrar y explicar al pueblo los deseos de Dios expresados en aquel libro.

"El rey se mantuvo de pie sobre su estrado y celebró la Alianza en presencia de Yavé, tomando el compromiso de caminar tras Yavé y guardar sus mandamientos, sus testimonios y sus preceptos con todo su corazón y con toda su alma, cumpliendo las palabras de la Alianza escritas en aquel libro" (2Cró 34,31). El pueblo, con esto, redescubre la Alianza comunitaria, a partir de la escucha de la Palabra de Dios.  Todos hicieron un solemne pacto con Yavé de obedecerle.

Las consecuencia fueron claras: "Hizo desaparecer todas las abominaciones de las provincias en que vivían los hijos de Israel y obligó a todos los que se encontraban en Jerusalén a servir a Yavé, su Dios. Y mientras él vivió no se apartaron más de Yavé, el Dios de sus padres" (2Cró 34,32-33).

La reforma de Josías, la más completa de la historia de Judá, está detalladamente descrita en 2Re 22,3 - 23,5  y en 2Cró 34,1 - 35,19.

Esta integración de lo político y lo religioso, que quizás nos extraña a nosotros, era algo normal en aquella época. Josías sabe conjugar los dos elementos, así como la imposición autoritaria de comportamientos rigurosos con la formación de un consenso popular, solidario y entusiasta. No se aísla de las masas, sino que sabe llevarlas hacia Dios, renovando elementos tradicionales e integrándolos con las nuevas exigencias de su tiempo.

Pero Josías, que es un gobernante íntegro, enérgico y capaz, quizás poco a poco va sintiéndose importante. Y empieza a fiarse demasiado de sí mismo. Se deja llevar por un ideal expansionista, y nada menos que se le ocurre combatir al faraón Necao, que pasa cerca para defender a los asirios de los ataques de los babilonios. Cree que Yavé le va a apoyar en todas sus empresas. A pesar de las advertencias de Necao, que no quiere pelear con él (2Cró 35,21), Josías neciamente le presenta batalla y es derrotado y muerto de inmediato (2Cró 35,22-25). Y con su muerte todos sus proyectos quedaron en la nada. Sus diversos sucesores, hermanos e hijos suyos, fueron un desastre cada vez mayor, hasta que todo acabó con el destierro en Babilonia. Con la muerte necia de Josías murieron muchas esperanzas y sueños de restauración de todo un pueblo.  Por ello "todo Judá y Jerusalén hicieron duelo por Josías" (Lam 2,1-3).

Este rey piadoso no supo leer a fondo los signos de la historia. Su reforma se empantanó en el terreno escabroso del culto y en vagas declaraciones de principios, pero no llegó a los corazones, ni se concretó en opciones estructurales de repartos fraternos de tierra, de forma que el bienestar llegara a todos, según el proyecto de Dios.

Jeremías, contemporáneo suyo, lo alaba por su unión de fe y justicia (Jer 22,15). Él le apoyó al comienzo en su reforma, pero luego se fue apartando paulatinamente dl proceso de la reforma, y se marchó a predicar al norte. Mas tarde se lamenta de que la reforma no había producido otra cosa que un incremento de la actividad cúltica, sin una conversión real de los corazones (Jer 5,31; 6,6-21), y que los pecados de la sociedad continuaban sin ser censurados por parte del clero (Jer 5,20-30). Además, la centralización del culto en Jerusalén acarreó una paulatina secularización en las regiones alejadas, que habían perdido sus santuarios locales.

 

Para dialogar y meditar: 2Re 22,1-14 (descubrimiento de la Palabra)

1. Intentemos realizar un resumen de en qué consistió la reforma de Josías. ¿Cuáles eran sus valores y sus deficiencias?

2. ¿Existen entre nosotros cultos idolátricos impuestos por naciones extranjeras?

3. ¿Qué reformas deberíamos hacer de nuestro Estado y nuestros cultos religiosos?

 

 

17. JEREMÍAS: La fuerza del amor a Dios y al pueblo

 

La vida de Jeremías fue sumamente tumultuosa. Ante la llamada de Dios, él se siente demasiado joven e incapaz: "Soy pequeño y no sé hablar". Tenía sólo 17 años. Pero la réplica de Dios es tajante: "No les tengas miedo, porque estaré contigo para protegerte. Pongo mis palabras en tu boca... Arrancarás y derribarás...; edificarás y plantarás…" (1,8-10).

Actúa a finales del siglo VII y comienzo del VI a.C. Le tocó vivir en una época agitada por el colapso del imperio asirio, la terrible arremetida de Babilonia y el intento de resurrección de Egipto. En Judá hervían partidos políticos en contra o a favor de uno de estos tres imperios, que, como tenazas, les apretaban por todos lados. Y en medio de este tumulto se agita Jeremías, intentando transmitir la Palabra de Dios, a la que nadie le hace caso.

El tímido joven descubre a un Dios que le pide su ayuda y colaboración para hacer entender a su pueblo las actitudes que deben tomar ante aquel mundo tan convulsionado. Siente que es Dios mismo quien le da las palabras necesarias para denunciar, para arrancar y destruir, para edificar y plantar…(1,4-9). Experimenta la fidelidad y la fortaleza de Dios, que destruye su timidez: “Este día hago de ti una fortaleza, un pilar de hierro y un muro de bronce frente a la nación entera” (1,18).

 

a) Encuentro con Dios en el dolor

Durante toda su larga vida se mantiene fiel a su difícil misión. La humillación y el fracaso le acompañan por doquier. Varias veces intentan matarlo; pasa largas temporadas en prisión; le acusan de traidor y de loco; pasa terribles crisis personales. Le prohiben entrar en el Templo y hablar en nombre de Yavé. Pero él se mantiene siempre fiel a su Dios y a su pueblo. Es prototipo de fidelidad heroica a la experiencia de Dios. Y por ello, se le puede considerar la prefigura más clara de Jesús.

En medio de tanta denuncia y angustia, él da un nuevo paso en la experiencia histórica de Dios: Encuentra a Dios justamente  en el corazón de sus terribles crisis. Sus célebres "confesiones" son un claro ejemplo de sinceridad ante Dios en momentos de obscuridad. En aquellas circunstancias tan difíciles, la cruda sinceridad de Jeremías era la mejor forma de demostrar su confianza en Dios:

"Me has seducido, Yavé, y me dejé seducir por ti. Me hiciste violencia, y fuiste el más fuerte. Y ahora soy motivo de risa; toda la gente se burla de mí... Por eso decidí no recordar más a Yavé, ni hablar más de parte de él. Pero sentí en mí algo así como un fuego ardiente, aprisionado en mis huesos, y aunque yo trataba de apagarlo, no podía..." (20, 7.9).

"Yavé, acuérdate de mí y defiéndeme... Piensa que por tu causa soporto tantas humillaciones... ¿Por qué mi dolor no tiene fin y no hay remedio para mi herida? ¿Por qué tú, mi manantial, me dejas de repente sin agua?..." (15, 15.18). "No seas para mí espanto, Tú, que me proteges cuando sucede una catástrofe..."  (17, 17).

Dios es para Jeremías la fuente de sus penas y al mismo tiempo el manantial de sus esperanzas. Ante él desahoga sus angustias, sus miedos, sus osadías, su desesperación y su fe (4,19-21; 8,18s; 14,17). Yavé es el único que le ayuda a superar tan terribles dificultades (1,8.19). Es “manantial de aguas vivas” (2,13), que renueva toda su vida (30,19). Él le instruye y le fortalece (15,20s).

Jeremías experimenta de una forma muy vivencial cómo Dios fortalece en los momentos difíciles. Su Dios es seductor, exigente e irreductible, que provoca confianza y ánimo para lo más difícil. Con él tiene una apertura y una confianza incondicional, especialmente en medio del dolor y de las crisis. Dios es su única fuente de valentía: “Yavé está conmigo, él, mi poderoso defensor” (20,11).

Dios es para él un amigo, un confidente, con quien puede discutir y dialogar, con absoluta sinceridad, expresándole sus quejas y sus dudas: “¿Por qué te portas como extranjero en este país, o como huésped de una sola noche?” (14,8). “¿Por qué tienen suerte los malos y son felices los traidores?” (12,1).

El Dios de Jeremías escudriña su corazón y sondea sus entrañas (17,10). Conoce y quiere a su servidor: “Por él se conmueven mis entrañas y se desborda mi ternura” (31,20). Dios que llama a la vida; que protege, que acompaña, que quiere la felicidad de su pueblo, que brinda seguridad.

Jeremías busca limpiar la imagen engañosa y sucia que tiene el pueblo sobre Dios. Él nunca comparte la mentira. Por eso no se encuentra en templos convertidos en refugio de ladrones (7,11).

El Dios de Jeremías es tierno y lleno de amor, pero exigente y firme a la vez. Escucha y acompaña en el dolor, pero exige, a su vez, fidelidad en los momentos difíciles. Pide apertura, disponibilidad, confianza y abandono total en sus manos. Él no promete comodidad, sino ayuda y fortaleza en la dificultad.

 

b) El que conoce a Dios practica la justicia

Según Jeremías el culto a los bienes de este mundo no se da sólo entre los poderosos y ricos: amenaza también a los pobres, que pueden corromperse por el afán de enriquecimiento (cpts. 5 y 6). Él denuncia la acumulación de bienes materiales, y especialmente la confianza que se deposita en ellos.

Hace reflexionar a sus contemporáneos sobre la inutilidad de esperar la salvación fuera de su identidad como pueblo: "¿Por qué llamas a Egipto?  ¿Acaso te salvarán las aguas del Nilo?  ¿Y para qué llamas a Asur?  ¿Apagarán la sed las aguas del río?... Como te engañó Asur, también te engañará Egipto. También de ahí saldrás con las manos en la cabeza, porque Yavé ha rechazado a aquéllos en quienes confías, y  no te irá bien con ellos"  (2,18.36s).

Dios es "manantial de aguas vivas" (2,12). Pero el pueblo abandona este manantial limpio y permanente, para emprender una tarea dura y difícil, "cavar pozos agrietados": Se trata del culto a los ídolos locales. Abandona su propia fuente para ir a buscar lejos aguas desconocidas: las grandes potencias. Se da una clara relación entre el culto a Baal (2,13) y el culto a los imperios (2,18).

Jeremías echa en cara al rey Joaquín el gran palacio que se está construyendo, al estilo faraónico: “Pobre de ése que construye su casa con cosas robadas, edificando pisos sobre la injusticia… Ay del que se aprovecha de su prójimo… y lo hace trabajar sin pagarle su salario” (22,13s). Y lo compara con su buen padre Josías, "que se preocupaba de la justicia y todo le salía bien;  juzgaba la causa del desamparado y del pobre"  (22,15s). Jeremías añade: "Yavé te pregunta: Conocerme, ¿no es actuar de esta forma? Pero tú no piensas sino en tu interés..."  (22,16s).

Capítulos antes Jeremías se  quejaba de que se negaban a conocer a Dios: "Es la mentira, y no la verdad, lo que prevalece en este país. Sí, van de crimen en crimen. ¡Y a Yavé no lo conocen!... Viven en medio de la trampa y por engaño se niegan a reconocerme" (9,2.5).

Jeremías pensaba que está íntimamente unido el conocimiento de  Dios y la práctica de la justicia. Si al pueblo le va mal es porque se apartó de Dios: “Reconoce y comprueba cuán malo y amargo resulta abandonar a Yavé tu Dios” (2,19).

Dios está al lado de los pobres y denuncia por ello a los que obran injustamente, a los que no respetan el derecho de los huérfanos, ni defienden la causa de los desamparados (5,28). Alza la voz contra los acaparadores (22,13). Y pide la liberación de los esclavos (34,14-19). “Hagan justicia correctamente, cada día; liberen al oprimido de las manos de su opresor. De lo contrario mi cólera va a estallar como un incendio y no va a haber nadie para apagarlo” (21,12).

Jeremías ve íntimamente unidas la idolatría y la injusticia. Por eso insiste en que los ídolos, aparentemente tan poderosos, no son sino “un espantapájaros en medio de un sembrado de sandías”. Y su conclusión es clara: “No le tengan miedo, que no pueden hacer ni el mal ni el bien” (Jer 10,5).

Él no niega el poder de los ídolos; lo que niega tajantemente es el origen divino de su poder. El poder presente en ellos es un producto humano creado para satisfacer necesidades egoístas. El poder del ídolo no es una ficción o un engaño; es real, pero su origen es el egoísmo y el orgullo humano.

Godolías, a quien Nabucodonosor había colocado como gobernador en Jerusalén, aconsejaba a los judío: “No teman estar al servicio de los caldeos... Sirvan al rey de Babilonia y les irá bien” (2 Re 25,24). En cambio, el consejo de Jeremías es totalmente distinto: “No teman al rey de Babilonia, que tanto susto les causa; no lo teman, dice Yavé, pues estoy con ustedes para salvarlos y para liberarlos de sus manos” (Jer 42,11).

Godolías aconsejaba no temer someterse al rey; Jeremías dice que no teman al rey mismo, ya que su confianza se apoya en la presencia liberadora de Yavé. Es que la fe en el Dios liberador es siempre sub-versiva frente al poder opresor, y esta sub-versión es siempre anti-idolátrica. Idolatría y poder liberador de Dios son dos polos opuestos.

 

c) Dios que llama

Dios tierno, que ama a su pueblo con ternura y pasión, al que se le conmueven las entrañas cuando tiene que amenazar a sus hijos (31,20). Siente dolor y se lamenta por la desobediencia de su pueblo. Él les recuerda sus intervenciones pasadas a favor de ellos y denuncia con pena sus infidelidades (2,11-14), su incredulidad, su testarudez, su altanería, su indiferencia.

Dios que se queja del abandono de su pueblo (2,1-16; 13,7-17): “Me han abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se han cavado aljibes, aljibes agrietados que no retendrán el agua” (2,13). “Ellos me dan la espalda, en vez de mostrarme la cara” (2,27; ver 2,32).

Se lamenta de los que no escuchan su voz y siguen la inclinación de su corazón malvado (7,24). Se queja de los dueños de su enseñanza, pues no le escuchan; de los profetas, porque consultan a dioses inútiles (2,8); del pueblo que le cambia “por algo que no sirve” (2,11).

Dios se indigna por la irresponsabilidad de sus pastores y de los malos gobernantes (23) y promete a su pueblo pastores nuevos: “Les pondré pastores según mi corazón, que los alimenten con inteligencia y prudencia” (3,15). Él mismo se presenta como el “verdadero pastor” (50,7).

Le reprocha al pueblo porque no le conoce: “Eres un pueblo estúpido, que no me conoce. Ustedes son hijos tontos y sin inteligencia, que saben hacer el mal pero no el bien” (4,22; ver 5,23).

Dios llama al pueblo al reconocimiento de sus infidelidades (2,23). Invita siempre al arrepentimiento (18,11) y a la conversión (7,15). No guarda rencor: sólo quiere que el pueblo reconozca su culpa y cambie: “No me enojaré con ustedes porque soy bueno, ni les guardaré rencor; lo único que les pido es que se reconozcan pecadores” (3,12).

Dios liberador, que rompe el yugo de los opresores: “Quebraré el yugo que pesa sobre su cuello y romperé sus ataduras; ya no estarán más sometidos a extranjeros” (30,8s; 28,2).

Dios misericordioso: “Perdonaré su culpa y no me acordaré más de su pecado” (31,34). Se alegra haciendo el bien a su pueblo: “Me alegrará hacerles bien, y los plantaré sólidamente en esta tierra, con todo el empeño de mi corazón” (32,41). El siempre está en actitud de reconquistar a su pueblo.

Dios de paz y de esperanza: “Les quiero dar paz y no desgracia, y un porvenir lleno de esperanza” (29,11; 30,17).

Dios de la vida: “Los multiplicaré en vez de disminuirlos; los honraré, en lugar de humillarlos” (30,19). Es fuente de vida que, como el agua, limpia, calma y sacia.

Dios que desea ser llamado Padre: “Me llamarás ‘Padre mío’, y nunca más te apartarás de mí” (3,19).

Dios que transforma al hombre interiormente para que pueda conocerlo y obedecerlo; él mismo escribe su ley en el corazón del hombre: “Pondré mi ley en su interior, la escribiré en sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (31,33). Su ley no es algo externo a su pueblo; es una fuerza interior infundida en el corazón humano, que hace posible vivir según su voluntad. Por eso pide discernimiento constante para conocer su voluntad.

Dios todopoderoso: “Para ti nada es imposible” (32,17). Es fuerza invencible: “Ellos te declararán la guerra, pero no podrán vencerte, pues yo estoy contigo para ampararte” (1,19).

El Dios de Jeremías es fuerte, pero cercano, dulce, seductor... Su amor y su poder de recreación no tienen límites: “Con amor eterno te he amado… Volveré a edificarte… De nuevo lucirás tu belleza” (31,3s). Nunca deja de amar.

El Dios de Jeremías es como el aire, elemento vital para la vida de los hombres. El aire permanece siempre presente, animando, renovando, llevando nueva vida; en él nos movemos y existimos. Pero la mayor parte de la vida pasamos sin percibirlo, ni valorarlo. Pero cuando algo impide que el aire llegue a los pulmones, la asfixia nos lleva a recordar su existencia, volvemos la mirada y buscamos afanosamente el aliento vital. ¡Así es Dios! Él permanece, siempre; en los momentos de nuestras crisis, infidelidades y dudas; nunca nos abandona. Su amor es presencia constante…

Señor, Dios fiel, ayúdanos a descubrirte en nuestras crisis; en ellas es donde tu amor y grandeza nos salvan. Ayúdanos a desenterrar semillas de esperanza para dejarlas germinar, crecer y dar fruto. ¡Señor, hoy somos Jeremías!

Sintamos esa presencia irresistible de Dios, esa fuerza de Dios que invade todo nuestro ser. Nuestra debilidad se hace fuerte porque fue vencida por la fuerza de del Dios de Jeremías. Es un Dios que levanta al caído, que vence la flaqueza, que supera la crisis. Es un Dios que da vida en abundancia. Es un Dios que rejuvenece...

Jeremías es el mejor precursor de Jesús. Su fidelidad a su Dios y a su pueblo anuncian ya al Mesías...

 

Texto para dialogar y meditar: Jer 2 (infidelidades de Israel)

1. ¿Qué añade Jeremías a las experiencias de Dios anteriores a él?

2. Seleccionar algunos versículos de sus “confesiones" con los que nos sentimos más identificados.

3. ¿Por qué están tan íntimamente unidas idolatría e injusticias?

Rezar Jer 20,7-13.

 

 

18. HABACUC y NAHÚN: Dios, Señor de la Historia

 

Habacuc vive en la época en la que Asiria está hundiéndose y Babilonia surge rápidamente. Son tiempos de opresión y violencias y Habacuc se pregunta angustiado "¿hasta cuándo?". Todos esperan que Babilonia haga justicia en contra de la cruel opresión asiria. Pero el profeta no se fía de Babilonia e insiste en que no hay que poner en ella la confianza, sino en Yavé, que es más poderoso que Babilonia.

En medio de aquella guerra, Habacuc siente una terrible duda: Justo es que Yavé hunda a Nínive, pero se siente rebelde ante el hecho de que la justicia de Dios se realice a través de un nuevo imperio, tan cruel o quizás peor que el anterior. Por eso se atreve a  pedir cuentas a Dios. "¿Hasta cuándo, Yavé, te pediré socorro sin que tú me hagas caso...? ¿Por qué me obligas a ver la injusticia y te quedas mirando la opresión?"  (1,2s) "Tienes tus ojos tan puros que no soportas el mal y no puedes ver la opresión. ¿Por qué, entonces, miras a los traidores y observas en silencio cómo el malvado se traga a otro más bueno que él?"  (1,13).

Habacuc tiene confianza en Dios como para cuestionarle su forma de llevar la marcha de la historia. Sabe que Dios acepta que se le pida cuentas con sinceridad sobre su gobierno del mundo. Él escucha y atiende a los plagueones. Le gusta que nos desahoguemos con él.

En esta experiencia de cuestionamiento a Dios, Habacuc respeta a ese Dios que guarda el secreto de su forma de gobernar el mundo. Le da un voto de confianza a Dios. Por ello, a pesar de tantas dudas y angustias, el profeta acaba su libro confesando: "Yo seguiré alegrándome en Yavé, lleno de gozo en Dios, mi Salvador, pues me apoyo en Yavé, que es mi Señor, que da a mis pies la agilidad de un ciervo y me hace caminar por las alturas" (3,18-19).

Habacuc tiene la experiencia de un Dios escondido, un Dios que guarda el secreto de su manera de dirigir la historia y lo único que nos pide es que nos fiemos de él. Cree en una presencia real de Dios en la Historia.

Ve que Dios no se preocupa tanto de la solución inmediata de cada problema; pero espera y responde a su debido tiempo. A veces parece ausente, pero está vigilando siempre. Ve su realidad desde el silencio de Dios, que a veces dialoga, pero guarda su secreto de cómo gobierna el mundo. Él es Salvador y Señor (3,19), que prepara la victoria final de la justicia, pero por caminos que nosotros no entendemos.

Mientras, Dios maldice a los que amontonan cosas que son de otros (2,6), y a los que levantan su casa con ganancias injustas (2,9). Combate a quien edifica una ciudad con sangre y funda un pueblo en la injusticia. De tal forma rechaza el mal, que a los que lo practican, por más poderosos que sean, les hará fracasar. La fuerza de los imperios no es nada frente a él.

Pero eso sí, él da vida a los que se fían de él: “El ambicioso fracasará, pues nunca tendrá mi favor; el justo sí vivirá, por fiarse de mí” (2,4).

 

El año 612 a.C. Babilonia destruye la capital del imperio asirio, Nínive, "el león desgarrador" (2,13). Es una fecha memorable, cantada con viveza y alegría por el profeta Nahún, haciéndose eco de la alegría de todo el mundo.

Nahún canta al Señor de la historia, que hace sonar su hora a los imperios: "Yavé se venga contra sus adversarios..."  (1,2). "Por más potentes y poderosos que sean, serán cortados y desaparecerán"  (1,12).

En la destrucción de Nínive él ve y celebra la justicia divina. "Aquí estoy Yo contra ti, dice Yavé Sebaot: Yo convertiré en cenizas tus carros... Pondré fin a tus robos y no se oirá más el grito de tus mensajeros"  (2,14). "¡Pobre de la ciudad de sangre, toda llena de mentira, de rapiña, de incesantes robos!" (3,1). "Todos los que oyen aplauden por tu ruina; pues, ¿sobre quién no pesó constantemente tu crueldad?"  (3,19).

Se trata de una experiencia de Dios muy especial: Nahún se alegra profundamente de que Dios haya hundido en la ruina al imperio más cruel hasta entonces conocido. En aquellos hechos él ve la mano de Dios. "Aquí estoy Yo contra ti"  repite varias veces Dios, que gobierna la historia por caminos paradójicos. Él no es neutral frente a los atropellos y agresiones de los poderosos. Tarda, pero llega siempre su justicia, aunque a veces no la entendamos.

El Dios de Nahún es un “Dios celoso y vengador” (1,2): “¿Quién podrá resistir ante su enojo? ¿Quién podrá soportar el ardor de su cólera? Su furor se extiende como el fuego, y las rocas se quiebran ante él” (1,6).

Dios rico en poder: “Yavé es lento a la cólera, pero tremendo de poder… Camina entre tempestades y huracanes… Amenaza a los mares, y los seca… Los cerro tiemblan ante él…” (1,3-5).

Dios que “extermina a los que se alzan contra él y a sus enemigos los persigue hasta la obscuridad” (1,8). Pero es bueno para los que en él confían; es refugio en el día de angustia (1,7). Sabe caminar entre tempestades y salvar de las aguas embravecidas del poder opresor: “Voy a romper de sobre ti su yugo y a romper tus cadenas” (1,13).

Es un Dios que celebra con júbilo la liberación de los pueblos.

 

Para dialogar y meditar: Hab 2,6-20 (el justo vivirá por su fidelidad)

1. ¿Sentimos también nosotros, como Habacuc, dudas y rebeldías acerca de la acción de Dios en medio de gobiernos opresores?

2. ¿Vemos, como Nahún, la mano de Dios cuando son derrotados los opresores?

3. ¿Creemos que al final triunfarán los justos que ponen su confianza sólo en Dios?

Recemos Nah 1,2-14.