RESPUESTAS A ALGUNAS PREGUNTAS
ACERCA DE CIERTOS ASPECTOS DE LA
DOCTRINA SOBRE LA IGLESIA
Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dado el Roma el 29 de junio de 2007, solemnidad de los Santos apóstoles Pedro y Pablo
INTRODUCCIÓN
El Concilio Vaticano II, con la Constitución dogmática Lumen gentium y con los Decretos sobre el Ecumenismo (Unitatis redintegratio) y sobre las Iglesias orientales (Orientalium Ecclesiarum), ha contribuido de manera determinante a una comprensión más profunda de la eclesiología católica. También los Sumos Pontífices han profundizado en este campo y han dado orientaciones prácticas: Pablo VI en la Carta Encíclica Ecclesiam suam (1964) y Juan Pablo II en la Carta Encíclica Ut unum sint (1995).
El sucesivo empeño de los teólogos, orientado a ilustrar mejor los diferentes aspectos de la eclesiología, ha dado lugar al florecimiento de una amplia literatura sobre la materia. La temática, en efecto, se ha mostrado muy fecunda, pero también ha necesitado a veces de puntualizaciones y llamadas de atención, como la Declaración Mysterium Ecclesiæ (1973), la Carta Communionis notio (1992) y la Declaración Dominus Iesus (2000), publicadas todas por la Congregación para la Doctrina de la Fe.
La vastedad del argumento y la novedad de muchos temas siguen provocando la reflexión teológica, la cual ofrece nuevas contribuciones no siempre exentas de interpretaciones erradas, que suscitan perplejidades y dudas, algunas de las cuales han sido sometidas a la atención de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ésta, presuponiendo la enseñanza global de la doctrina católica sobre la Iglesia, quiere responder precisando el significado auténtico de algunas expresiones eclesiológicas magisteriales que corren el peligro de ser tergiversadas en la discusión teológica.
RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS
Primera pregunta: ¿El Concilio Ecuménico Vaticano II ha cambiado la precedente doctrina sobre la Iglesia?
Respuesta: El Concilio Ecuménico Vaticano II ni ha querido cambiar la doctrina sobre la Iglesia ni de hecho la ha cambiado, sino que la ha desarrollado, profundizado y expuesto más ampliamente.
Esto fue precisamente lo que afirmó con extrema claridad Juan XXIII al comienzo del Concilio(1). Pablo VI lo reafirmo(2), expresándose con estas palabras en el acto de promulgación de la Constitución Lumen gentium: «Creemos que el mejor comentario que puede hacerse es decir que esta promulgación verdaderamente no cambia en nada la doctrina tradicional. Lo que Cristo quiere, lo queremos nosotros también. Lo que había, permanece. Lo que la Iglesia ha enseñado a lo largo de los siglos, nosotros lo seguiremos enseñando. Solamente ahora se ha expresado lo que simplemente se vivía; se ha esclarecido lo que estaba incierto; ahora consigue una serena formulación lo que se meditaba, discutía y en parte era controvertido»(3). Los Obispos repetidamente manifestaron y quisieron actuar esta intención(4).
Segunda pregunta: ¿Cómo se debe entender a afirmación según la cual Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica?
Respuesta: Cristo «ha constituido en la tierra» una sola Iglesia y la ha instituido desde su origen como «comunidad visible y espiritual»[5]. Ella continuará existiendo en el curso de la historia y solamente en ella han permanecido y permanecerán todos los elementos instituidos por Cristo mismo(6). «Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica […]. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él»(7).
En la Constitución dogmática Lumen gentium 8 la subsistencia es esta perenne continuidad histórica y la permanencia de todos los elementos instituidos por Cristo en la Iglesia católica (8), en la cual, concretamente, se encuentra la Iglesia de Cristo en esta tierra.
Aunque se puede afirmar rectamente, según la doctrina católica, que la Iglesia de Cristo está presente y operante en las Iglesias y en las Comunidades eclesiales que aún no están en plena comunión con la Iglesia católica, gracias a los elementos de santificación y verdad presentes en ellas(9), el término "subsiste" es atribuido exclusivamente a la Iglesia católica, ya que se refiere precisamente a la nota de la unidad profesada en los símbolos de la fe (Creo en la Iglesia "una"); y esta Iglesia "una" subsiste en la Iglesia católica(10).
Tercera pregunta: ¿Por qué se usa la expresión "subsiste en ella" y no sencillamente la forma verbal "es"?
Respuesta: El uso de esta expresión, que indica la plena identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia católica, no cambia la doctrina sobre la Iglesia. La verdadera razón por la cual ha sido usada es que expresa más claramente el hecho de que fuera de la Iglesia se encuentran "muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica»(11).
«Por consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia»(12).
Cuarta pregunta: ¿Por qué el Concilio Ecuménico Vaticano II atribuye el nombre de "Iglesias" a las Iglesias Orientales separadas de la plena comunión con la Iglesia católica?
Respuesta: El Concilio ha querido aceptar el uso tradicional del término. "Puesto que estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos y, sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, por los que se unen a nosotros con vínculos estrechísimos"(13), merecen el título de «Iglesias particulares o locales»(14), y son llamadas Iglesias hermanas de las Iglesias particulares católicas(15).
"Consiguientemente, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios"[16]. Sin embargo, dado que la comunión con la Iglesia universal, cuya cabeza visible es el Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, no es un simple complemento externo de la Iglesia particular, sino uno de sus principios constitutivos internos, aquellas venerables Comunidades cristianas sufren en realidad una carencia objetiva en su misma condición de Iglesia particular(17).
Por otra parte, la universalidad propia de la Iglesia, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, halla precisamente en la división entre los cristianos un obstáculo para su plena realización en la historia(18).
Quinta pregunta: ¿Por qué los textos del Concilio y el Magisterio sucesivo no atribuyen el título de "Iglesia" a las Comunidades cristianas nacidas de la Reforma del siglo XVI?
Respuesta: Porque, según la doctrina católica, estas Comunidades no tienen la sucesión apostólica mediante el sacramento del Orden y, por tanto, están privadas de un elemento constitutivo esencial de la Iglesia. Estas Comunidades eclesiales que, especialmente a causa de la falta del sacerdocio sacramental, no han conservado la auténtica e íntegra sustancia del Misterio eucarístico(19), según la doctrina católica, no pueden ser llamadas "Iglesias" en sentido propio(20).
El Sumo Pontífice Benedicto XVI, en la audiencia concedida al suscrito Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha aprobado y confirmado estas Respuestas, decididas en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado que sean publicadas.
Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 29 de junio de 2007, solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
William Cardenal Levada,
Prefecto
Angelo Amato, S.D.B., arzobispo
titular de Sila,
Secretario
Notas:
(1) Juan XXIII, Discurso del 11 de octubre de 1962: «… el Concilio… quiere transmitir pura e íntegra la doctrina católica, sin atenuaciones o alteraciones… Sin embargo, en las circunstancias actuales, es nuestro deber que la doctrina cristiana sea por todos acogida en su totalidad, con renovada, serena y tranquila adhesión…; es necesario que el espíritu cristiano, católico y apostólico del mundo entero dé un paso adelante, que la misma doctrina sea conocida de modo más amplio y profundo…; esta doctrina cierta e inmutable, a la cual se le debe un fiel obsequio, tiene que ser explorada y expuesta en el modo que lo exige nuestra época. Una cosa es la sustancia del "depositum fìdei", es decir, de las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera como se expresa, siempre, sin embargo, con el mismo sentido y significado»: AAS 54 [1962] 791; 792.
(2) Cf. Pablo VI, Discurso del 29 de septiembre de 1963: AAS 55 [1963] 791; 792.
(3) Pablo VI, Discurso del 21 de noviembre de 1964: AAS 56 [1964] 847-851.
(4)
El Concilio ha querido expresar la identidad de la Iglesia de Cristo con la
Iglesia católica. Esto se encuentra en las discusiones sobre el Decreto
Unitatis redintegratio. El
Esquema del Decreto fue propuesto en aula el 23/09/1964 con una Relatio
(Act. Syn. III/II 296-344). A los modos enviados por los obispos en los meses
siguientes el Secretariado para la Unidad de los Cristianos responde el
10/11/1964 (Act. Syn. III/VII 11-49). De esta Expensio modorum se citan
cuatro textos concernientes a la primera respuesta:
A) [In Nr. 1 (Prooemium) Schema Decreti: Act Syn III/II 296, 3-6]
«Pag.
5, lin. 3 - 6: Videtur etiam Ecclesiam Catholicam inter illas Communiones
comprehendi, quod falsum esset.
R(espondetur): Hic tantum factum, prout ab omnibus conspicitur, describendum est.
Postea clare affirmatur solam Ecclesiam catholicam esse veram Ecclesiam Christi»
(Act. Syn. III/VII 12).
B) [In Caput I in genere: Act. Syn. III/II 297-301]
«4 - Expressius dicatur unam solam esse veram Ecclesiam Christi; hanc esse
Catholicam Apostolicam Romanam; omnes debere inquirere, ut eam cognoscant et
ingrediantur ad salutem obtinendam...
R(espondetur): In toto textu sufficienter effertur, quod postulatur. Ex altera
parte non est tacendum etiam in alliis communitatibus christianis inveniri
veritates revelatas et elementa ecclesialia»
(Act. Syn. III/VII
15). Cf. también ibidem punto 5.
C) [In Caput I in genere: Act. Syn. III/II 296s]
«5 - Clarius dicendum esset veram Ecclesiam esse solam Ecclesiam catholicam
romanam...
R(espondetur): Textus supponit doctrinam in constitutione ‘De Ecclesia’
expositam, ut pag. 5, lin, 24 - 25 affirmatur" (Act.
Syn. III/VII 15). Por lo tanto, la comisión que debía evaluar las enmiendas al
Decreto
Unitatis redintegratio
expresa con claridad la identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia
católica, y su unicidad, y fundada esta doctrina en la Constitución dogmática
Lumen gentium.
D) [In Nr. 2 Schema Decreti: Act. Syn. III/II 297s]
«Pag.
6, lin, 1 – 24 Clarius exprimatur unicitas Ecclesiæ. Non sufficit inculcare, ut
in textu fit, unitatem Ecclesiæ.
R(espondetur): a) Ex toto textu clare apparet identificatio Ecclesiæ Christi cum
Ecclesia catholica, quamvis, ut oportet, efferantur elementa ecclesialia aliarum
communitatum».
«Pag. 7, lin.5 Ecclesia a successoribus Apostolorum cum Petri successore capite
gubernata (cf. novum textum ad pag. 6. lin.33-34) explicite dicitur ‘unicus Dei
grex’ et lin. 13 ‘una et unica Dei Ecclesia’»
(Act. Syn. III/VII).
Las dos expresiones citadas son las de
Unitatis redintegratio 2.5 e
3.1.
(5) Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.1.
(6) Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, 3.2; 3.4; 3.5; 4.6.
(7) Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.2
(8) Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Mysterium Ecclesiæ, 1.1: AAS 65 [1973] 397; Declaración Dominus Iesus, 16.3: AAS 92 [2000-II] 757-758; Notificación sobre el volumen «Iglesia: Carisma y poder», del P. Leonardo Boff, O.F.M.: AAS 77 [1985] 758-759.
(9) Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Ut unum sint, 11.3: AAS 87 [1995-II] 928.
(10) Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.2.
(11) Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.2.
(12) Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, 3.4.
(13) Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, 15.3; CF. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 17.2: AAS 85 [1993-II] 848.
(14) Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, 14.1.
(15) Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, 14. 1; Juan Pablo II, Carta Encíclica Ut unum sint, 56 s: AAS 87 [1995-II] 954 s.
(16) Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, 15.1.
(17) Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 17.3: AAS 85 [1993-II] 849.
(18) Cf. Ibidem.
(19) Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, 22.3.
(20) Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, 17.2: AAS 92 [2000-II] 758.
Comentario al Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe
CIUDAD
DEL VATICANO, martes, 10 julio 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos el Comentario que acompaña, este martes, el Documento de la
Congregación para la Doctrina de la Fe sobre «Respuestas a preguntas relativas a
algunos aspectos acerca de la Doctrina de la Iglesia».
El texto en español ha sido difundido este martes por la Oficina de Prensa de la
Santa Sede.
* * *
ARTÍCULO DE COMENTARIO
a las
Respuestas a algunas preguntas acerca de ciertos aspectos de la
doctrina sobre la Iglesia
Las diversas cuestiones a las que la Congregación para la Doctrina de la Fe
quiere contestar con el presente "Responsa", se encuadran en la visión general
de la Iglesia tal como emerge de los documentos de carácter dogmático y
ecuménico del Concilio Vaticano II: el Concilio «de la Iglesia sobre la Iglesia»
que, según las palabras de Pablo VI, ha señalado para ella una «nueva época»,
pues tuvo el mérito de haber «mejor trazado y descubierto el rostro genuino de
la Esposa de Cristo». No faltan, además, menciones de los principales documentos
de los Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, y de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, todos inspirados en una inteligencia cada vez más profunda de
la Iglesia, que a menudo han tenido la finalidad de echar luz sobre la notable
producción teológica post-conciliar, no siempre inmune de desviaciones e
inexactitudes.
La misma finalidad se refleja en el presente documento, con el que la
Congregación quiere recordar el sentido auténtico de algunas intervenciones del
Magisterio en materia de eclesiología, para que la sana investigación teológica
no sea contaminada por errores o ambigüedades. A este respecto, se debe tener
presente el género literario de los "Responsa ad quaestiones" que, por su
propia naturaleza, no aducen argumentos para comprobar la doctrina que exponen,
sino que se limitan a recordar el Magisterio anterior y, por tanto, tienen sólo
la intención de pronunciar una palabra cierta y segura sobre la materia que
tratan.
- La primera cuestión es si el Concilio Vaticano II ha cambiado la doctrina
sobre la Iglesia.
La pregunta se refiere al sentido de aquel "nuevo rostro" de la Iglesia que,
según las citadas palabras de Pablo VI, ha querido ofrecer el Vaticano II.
La respuesta, basada en la enseñanza de Juan XXIII y Pablo VI, es muy explícita:
el Vaticano II no tuvo la intención de cambiar, y de hecho no cambió la doctrina
anterior sobre la Iglesia, sino que más bien la profundizó y expuso de manera
más orgánica. En este sentido se retoman las palabras de Pablo VI en su discurso
de promulgación de la Constitución dogmática conciliar Lumen gentium, con
las cuales afirma que la doctrina tradicional no ha sido en absoluto cambiada,
sino que, «ahora se ha expresado lo que simplemente se vivía; se ha esclarecido
lo que estaba incierto; ahora consigue una serena formulación lo que se
meditaba, discutía y en parte era controvertido».
Del mismo modo, hay continuidad entre la doctrina expuesta por el Concilio y la
presentada en las siguientes intervenciones magisteriales, que han retomado y
profundizado la misma doctrina, y la han desarrollado ulteriormente. En este
sentido, por ejemplo, la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la
Fe Dominus Iesus, ha retomado sólo los textos conciliares y los
documentos post-conciliares, sin añadir o quitar nada.
A pesar de estos claros testimonios, en el período post-conciliar la doctrina
del Vaticano II ha sido objeto, y sigue siéndolo, de interpretaciones desviadas
y sin continuidad con la doctrina católica tradicional sobre la naturaleza de la
Iglesia: si, por una parte, se vio en ella una "revolución copernicana", por
otra parte, se concentró la atención sobre algunos aspectos considerados casi
contrapuestos. En realidad el Concilio Vaticano II tuvo la clara intención de
unir y subordinar la reflexión sobre la Iglesia a la reflexión sobre Dios,
proponiendo una eclesiología en sentido específicamente teo-lógico. Sin embargo,
la recepción del Concilio ha descuidado con frecuencia esta característica para
favorecer afirmaciones eclesiológicas individuales y concentrarse en algunas
palabras de fácil recuerdo, favoreciendo lecturas unilaterales y parciales de la
misma doctrina conciliar.
Por lo que atañe a la eclesiología de la Lumen gentium, han quedado en la
conciencia eclesial algunas palabras claves: la idea de pueblo de Dios, la
colegialidad de los obispos como revalorización de su ministerio junto al
primado del Papa, la toma de conciencia del significado de las Iglesias
particulares dentro de la Iglesia universal, la apertura ecuménica del concepto
de Iglesia y a las otras religiones; en fin, la cuestión del estatuto específico
de la Iglesia católica, que se expresa en la fórmula según la cual la Iglesia
una, santa, católica y apostólica, de que habla el Credo, subsistit in
Ecclesia catholica.
Algunas de estas afirmaciones, especialmente la que se refiere al estatuto
específico de la Iglesia católica con sus reflejos en campo ecuménico,
constituyen las principales temáticas afrontadas por este documento en las
sucesivas cuestiones.
- La segunda cuestión afronta el modo en el que hay que entender la afirmación
según la cual la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica.
Cuándo G. Philips escribió que la expresión "subsistit in" habría hecho
correr ríos de tinta, probablemente no había previsto que la discusión
continuaría por tanto tiempo y con tanta intensidad, al punto de empujar a la
Congregación para la Doctrina de la Fe a publicar el presente documento.
Tanta insistencia, fundada por lo demás en los citados textos conciliares y del
Magisterio siguiente, refleja la preocupación de salvaguardar la unidad y la
unicidad de la Iglesia, que sufrirían menoscabo si se admitiera que pueden darse
muchas subsistencias de la Iglesia fundada por Cristo. En efecto, como se dice
en la Declaración Mysterium Ecclesiae, si así fuera se llegaría a
imaginar «la Iglesia de Cristo como la suma —diferenciada y de alguna manera
unitaria al mismo tiempo— de las Iglesias y Comunidades eclesiales» o a «pensar
que la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún lugar y que, por lo tanto, deba
ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y Comunidades». La única
Iglesia de Cristo ya no existiría como "una" en la historia, o existiría sólo de
modo ideal, o sea in fieri en una convergencia o reunificación futura de
las muchas Iglesias hermanas, auspiciada y promovida por el diálogo.
Aún más explícita es la Notificación de la Congregación para la Doctrina
de la Fe sobre un escrito de Leonardo Boff, según el cual la única Iglesia de
Cristo «podría también subsistir en otras iglesias cristianas»; al contrario,
—puntualiza la Notificación— «el Concilio había escogido la palabra "subsistit"
precisamente para aclarar que existe una sola "subsistencia" de la verdadera
Iglesia, mientras que fuera de su estructura visible existen sólo "elementa
Ecclesiae", los cuales —siendo elementos de la misma Iglesia— tienden y
conducen a la Iglesia católica».
- La tercera cuestión se refiere a la razón por la cual se usó la expresión "subsistit
in" y no el verbo "est".
Ha sido precisamente este cambio de terminología en la descripción de la
relación entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia católica lo que ha dado lugar a
las más variadas ilaciones, sobre todo en campo ecuménico. En realidad los
Padres conciliares tuvieron la simple intención de reconocer la presencia de
elementos eclesiales propios de la Iglesia de Cristo en las Comunidades
cristianas no católicas en cuanto tales. En consecuencia, la identificación de
la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica no se puede entender como si fuera
de la Iglesia católica hubiera un "vacío eclesial". Al mismo tiempo, esa
identificación significa que, si se considera el contexto en que se sitúa la
expresión subsistit in, es decir la referencia a la única Iglesia de
Cristo «constituida y ordenada en este mundo como sociedad… gobernada por el
sucesor de Pedro y los obispos en comunión con él», el paso de est a
subsistit in no reviste un sentido teológico particular de discontinuidad
con la doctrina católica anterior.
En efecto, ya que la Iglesia como la quiso Cristo, de hecho, sigue existiendo (subsistit
in) en la Iglesia católica, la continuidad de subsistencia comporta una
sustancial identidad de esencia entre Iglesia de Cristo e Iglesia católica. El
Concilio quiso enseñar que la Iglesia de Jesucristo, como sujeto concreto en
este mundo, se puede encontrar en la Iglesia católica. Esto puede ocurrir una
sola vez y, por ello, la concepción de que el "subsistit" tendría que
multiplicarse no correspondo con lo que se quiso decir. Con la palabra "subsistit"
el Concilio quiso expresar la singularidad y no multiplicabilidad de la Iglesia
de Cristo: la Iglesia existe como sujeto único en la realidad histórica.
Por consiguiente, la sustitución de "est" con "subsistit in",
contra tantas interpretaciones infundadas, no significa que la Iglesia católica
renuncie a su convicción de ser la única verdadera Iglesia de Cristo. Indica más
bien una mayor apertura a las exigencias del ecumenismo: Se trata de reconocer
el carácter y la dimensión realmente eclesiales de las Comunidades
cristianas que no están en plena comunión la Iglesia católica, a causa de los "plura
elementa sanctificationis et veritatis" presentes en ellas. En consecuencia,
aunque la Iglesia sea solamente una y "subsista" en un único sujeto histórico,
también fuera de este sujeto visible existen verdaderas realidades eclesiales.
- La cuarta cuestión se refiere a la razón por la cual el Concilio Vaticano II
atribuyó el nombre de "Iglesias" a las Iglesias orientales que no están en plena
comunión con la Iglesia católica.
A pesar de la afirmación explícita de que la Iglesia de Cristo "subsiste" en la
Iglesia católica, reconocer que también fuera de su organismo visible se
encuentran «muchos elementos de santificación y verdad», comporta admitir el
carácter eclesial, aunque sea peculiar, de las Iglesias o Comunidades eclesiales
no católicas. También ellas, en efecto, «no están desprovistas de sentido y de
valor» en cuanto que «el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas
como medios de salvación».
El texto toma especialmente en consideración la realidad de las Iglesias
orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica. Haciendo,
pues, referencia a varios textos conciliares, les reconoce el título de
"Iglesias particulares o locales" y "son llamadas Iglesias hermanas de las
Iglesias particulares católicas", porque permanecen unidas a la Iglesia católica
a través de la Sucesión Apostólica y de la Eucaristía válidamente consagrada.
Por esto, «en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de
Dios». Es más, la Declaración Dominus Iesus las llama expresamente
«verdaderas Iglesias particulares».
Aún reconociendo explícitamente su "ser Iglesia particular", dotadas incluso de
valor salvífico, el documento no deja de subrayar la falta (defectus) que
acusan, justamente en cuanto son Iglesia particular. En efecto, a causa de su
visión eucarística de la Iglesia, que acentúa la realidad de la Iglesia
particular reunida en el nombre de Cristo en la celebración de la Eucaristía y
bajo la guía del obispo, ellas consideran las Iglesias particulares completas
en su particularidad. Por consiguiente, debido a la igualdad fundamental entre
todas las Iglesias particulares y entre todos los obispos que las presiden, cada
una de ellas tiene la misma autonomía interior. Tal visión tiene evidentes
repercusiones sobre la doctrina del primado, que según la fe católica es un
"principio constitutivo interno" para la existencia misma de una Iglesia
particular. Naturalmente será siempre necesario subrayar que el Primado del
Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, no debe entenderse como algo extraño o en
rivalidad con los obispos de las Iglesias particulares. El primado ha de
ejercitarse como servicio a la unidad de la fe y la comunión, dentro de los
límites que proceden de la ley de Dios y de la inviolable constitución divina de
la Iglesia contenida en la Revelación.
- La quinta cuestión se refiere a la razón por la cual no se les reconoce el
título de Iglesias a las Comunidades eclesiales nacidas de la Reforma.
Al respecto hay decir que «la herida es todavía más profunda en las comunidades
eclesiales que no han conservado la sucesión apostólica y la Eucaristía válida»;
pues «no son Iglesia en sentido propio», sino "Comunidades eclesiales", como
certifica la enseñanza conciliar y post-conciliar.
A pesar de que estas claras afirmaciones hayan creado malestar en las
Comunidades interesadas e incluso en campo católico, no se ve, por otro lado,
cómo se les puede atribuir el título de "Iglesia" a tales Comunidades, puesto
que no aceptan el concepto teológico de Iglesia en sentido católico y carecen de
elementos que la Iglesia católica considera esenciales.
De todos modos, hay que recordar que, en cuanto tales, dichas Comunidades poseen
realmente muchos elementos de santificación y verdad, por lo que, sin duda,
tienen un carácter eclesial y un consiguiente valor salvífico.
Retomando sustancialmente la enseñanza conciliar y el Magisterio post-conciliar,
el nuevo documento, promulgado por la Congregación para la Doctrina de la Fe,
constituye un recuerdo claro de la doctrina católica sobre la Iglesia. Además de
descartar visiones inaceptables, todavía difusas en el mismo ámbito católico,
también ofrece indicaciones importantes para la continuación del diálogo
ecuménico. Dicho diálogo es una de las prioridades de la Iglesia católica, según
lo ha confirmado Benedicto XVI en su primer mensaje a la Iglesia (20 de abril de
2005) y en muchas otras ocasiones, como en su viaje apostólico a Turquía (28 de
noviembre – 1 de Diciembre de 2006). Pero para que el diálogo pueda ser
verdaderamente constructivo, además de la apertura a los interlocutores, es
necesaria la fidelidad a la identidad de la fe católica. Sólo así se podrá
llegar a la unidad de todos los cristianos en «un solo rebaño y un solo pastor»
(Jn 10, 16), y sanear de esta forma la herida que aún impide a la Iglesia
católica la realización plena de su universalidad en la historia.
El ecumenismo católico puede presentarse a primera vista paradójico. Con la
expresión "subsistit in", el Concilio Vaticano II quiso armonizar dos
afirmaciones doctrinales: por un lado, que la Iglesia de Cristo, a pesar de las
divisiones entre los cristianos, sigue existiendo plenamente sólo en la Iglesia
católica, y, por el otro, la existencia de numerosos elementos de santificación
y verdad fuera de su entramado, o sea, en las Iglesias y Comunidades eclesiales
que todavía no están en plena comunión con la Iglesia católica. Al respecto, el
mismo Decreto del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo, Unitatis
redintegratio, introdujo el término plenitudo (unitatis/catholicitatis)
precisamente para ayudar a comprender mejor esta situación en cierto modo
paradójico. Aunque la Iglesia católica tenga la plenitud de los medios de
salvación, «sin embargo, las divisiones de los cristianos impiden que la Iglesia
lleve a efecto su propia plenitud de catolicidad en aquellos hijos que, estando
verdaderamente incorporados a ella por el bautismo, están, sin embargo,
separados de su plena comunión». Se trata, pues, de la plenitud de la Iglesia
católica, que es ya actual, pero que tiene que crecer en los hermanos que no
están en plena comunión con ella y en sus propios hijos, que son pecadores,
hasta que el pueblo de Dios «arribe gozoso a la total plenitud de la gloria
eterna en la Jerusalén celestial». El progreso en la plenitud está arraigado en
el dinamismo de la unión con Cristo: «La unión con Cristo es al mismo tiempo
unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo
para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo
serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto,
también hacia la unidad con todos los cristianos».