LA ESCUELA CATOLICA EN EL UMBRAL DEL TERCER MILENIO

Congregación para la Educación Católica
(para los seminarios e institutos de estudio)

Introducción

1 En los umbrales del tercer milenio la educación y la escuela católicas se encuentran ante nuevos desafíos lanzados por los contextos socio-político y cultural. Se trata, en especial, de la crisis de valores que, sobre todo en las sociedades ricas y desarrolladas, asume las formas, frecuentemente difundidas por los medios de comunicación social, de subjetivismo generalizado, de relativismo moral y de nihilismo. El profundo pluralismo que impregna la conciencia social, da lugar a diversos comportamientos, en algunos casos tan antitéticos como para minar cualquier identidad comunitaria. Los rápidos cambios estructurales, las profundas innovaciones técnicas y la globalización de la economía repercuten en la vida del hombre de cualquier parte de la tierra. Así pues, contrariamente a las perspectivas de desarrollo para todos, se asiste a la acentuación de la diferencia entre pueblos ricos y pueblos pobres, y a masivas oleadas migratorias de los países subdesarrrollados hacia los desarrollados. Los fenómenos de la multiculturalidad, y de una sociedad que cada vez es más plurirracial, pluriétnica y plurirreliglosa, conllevan enriquecimiento, pero también nuevos problemas. A ésto se añade, en los países de antigua evangelización, una creciente marginación de la fe cristiana como referencia y luz para la comprensión verdadera y convencida de la existencia.

2 En el campo especifico de la educación, las funciones se han ampliado, llegando a ser más complejas y especializadas. Las ciencias de la educación, antes centradas en el estudio del niño y en la preparación del maestro, han sido impulsadas a abrirse a las diversas etapas de la vida, a los diferentes ambientes y situaciones más allá de la escuela. Nuevas necesidades han puesto de relieve la exigencia de nuevos contenidos, de nuevas competencias y de nuevas figuras educativas, además de las tradicionales. Así educar, hacer escuela en el contexto actual resulta especialmente difícil.

3 Frente a este panorama, la escuela católica está llamada a una renovación valiente. En efecto, la valiosa herencia de una experiencia secular manifiesta la propia vitalidad, sobre todo por la capacidad para adecuarse sabiamente. Es, por tanto, necesario que también hoy la escuela católica sepa definirse a si misma de manera eficaz, convincente y actual. No se trata de simple adaptación, sino de impulso misionero: es el deber fundamental de la evangelización, del ir a donde el hombre está, para que acoja el don de la salvación.

4 Por esto, la Congregación para la educación católica, en estos años de preparación inmediata al gran jubileo del año 2000, al cumplirse felizmente los treinta años de la creación de la Oficina para las escuelas (1) y de los veinte años de la publicación del documento La escuela católica, el 19 de marzo de 1977, con el fin de «concentrar la atención sobre la naturaleza y características de una escuela que quiere definirse y presentarse como católica» (2) se dirige, por la presente carta circular, a cuantos están comprometidos en la educación escolar, a fin de hacerles llegar una palabra de aliento y de esperanza. En particular esta carta se propone compartir tanto la satisfacción por los resultados positivos logrados por la escuela católica, con sus preocupaciones por las dificultades que encuentra. Además, respaldados por la enseñanza del Concilio Vaticano II, por las numerosas intervenciones del Santo Padre, por las Asambleas ordinarias y especiales del Sínodo de los obispos, por las Conferencias episcopales y por la solicitud de los ordinarios diocesanos, así como por los organismos internacionales católicos con fines educativos y escolares, nos parece oportuno llamar la atención sobre algunas características fundamentales de la escuela católica que consideramos importantes para la eficacia de su labor educativa en la Iglesia y en la sociedad: la escuela católica como lugar de educación integral de la persona humana a través de un claro proyecto educativo que tiene su fundamento en Cristo (3); su identidad eclesial y cultural; su misión de caridad educativa; su servicio social; su estilo educativo, que debe caracterizar a toda su comunidad educativa.

Éxitos y dificultades

5 Con satisfacción recorremos el camino positivo que la escuela católica ha realizado en estos últimos decenios. Ante todo, se debe considerar la ayuda que presta a la misión evangelizadora de la Iglesia en todo el mundo, incluso en aquellas zonas en las que no es posible otra acción pastoral. Además, la escuela católica, a pesar de las dificultades, ha querido seguir siendo corresponsable del desarrollo social y cultural de las diferentes comunidades y pueblos, de los que forma parte, compartiendo los éxitos y las esperanzas, los sufrimientos, las dificultades y el esfuerzo para un auténtico progreso humano y comunitario. En ese contexto, es preciso resaltar la valiosa ayuda que, poniéndose al servicio de los pueblos menos favorecidos, presta a su progreso espiritual y material. Nos sentimos obligados a reconocer el impulso dado por la escuela católica a la renovación pedagógica y didáctica, y el gran esfuerzo realizado por tantos fieles, sobre todo por cuantos, consagrados y laicos, viven su función docente como vocación y auténtico apostolado (4). En fin, no podemos olvidar la contribución de la escuela católica a la pastoral de conjunto, y a la familiar en particular, subrayando, al respecto, la prudente labor de inserción en las dinámicas educativas entre padres e hijos y, muy especialmente, el apoyo sencillo y profundo, lleno de sensibilidad y delicadeza, ofrecido a las familias «débiles» o «rotas» cada vez más numerosas, sobre todo en los países desarrollados.

6 La escuela es, indudablemente, encrucijada sensible de los problemas que agitan este inquieto tramo final del milenio. La escuela católica, de este modo, se ve obligada a relacionarse con adolescentes y jóvenes que viven las dificultades de los tiempos actuales. Se encuentra con alumnos que rehuyen el esfuerzo, incapaces de sacrificio e inconstantes y carentes de modelos válidos a los que referirse, comenzando a menudo por los de la familia. Hay casos, cada vez mas frecuentes, en los que no sólo son indiferentes o no practicantes, sino que carecen de la más mínima formación religiosa o moral. A esto se añade, en muchos alumnos y en las familias, un sentimiento de apatía por la formación ética y religiosa, por lo que al fin lo que interesa y se exige a la escuela católica es sólo un diploma o a lo más una instrucción de alto nivel y capacitación profesional. El clima descrito produce cierto cansancio pedagógico, que se suma a la creciente dificultad, en el contexto actual, para hacer compatible ser profesor con ser educador.

7 Entre las dificultades hay que contar también las situaciones de orden político, social y cultural que impiden o dificultan la asistencia a la escuela católica. El drama, extendido por el mundo, de la extrema pobreza y del hambre, los conflictos y guerras civiles, la degradación urbana, la difusión de la criminalidad en las grandes áreas metropolitanas de tantas ciudades, no permiten la total realización de proyectos formativos y educativos. En algunas partes del mundo son incluso los gobiernos los que entorpecen, cuando no impiden de hecho, la acción de la escuela católica, a pesar del progreso de ideas y prácticas democráticas, y de una mayor sensibilización con respecto a los derechos humanos. Otras dificultades provienen de problemas económicos. Esa situación repercute especialmente sobre la escuela católica en aquellos países que no tienen prevista ninguna ayuda gubernamental para las escuelas no estatales. Esto hace casi insostenible la carga económica de las familias que no eligen la escuela estatal y compromete seriamente la misma supervivencia de las escuelas. Por otra parte, las dificultades económicas, además de influir en la contratación y la continuidad de la presencia de los educadores, pueden impedir a los que no tienen medios económicos suficientes frecuentar la escuela católica, provocando, de este modo, una selección de alumnos, que hace perder a la escuela católica una de sus características fundamentales, la de ser una escuela para todos.

Mirando al futuro

8 La mirada dirigida a los éxitos y a las dificultades de la escuela católica sin pretender tratar cabalmente su amplitud y profundidad, nos mueve a reflexionar sobre la ayuda que puede prestar a la formación de las nuevas generaciones en los umbrales del tercer milenio, consciente de que, como escribe Juan Pablo II, «el futuro del mundo y de la Iglesia pertenece a las nuevas generaciones que, nacidas en este siglo, alcanzarán la madurez en el próximo, el primero del nuevo milenio» (5). La escuela católica, por tanto, debe estar en condiciones de proporcionar a los jóvenes los medios aptos para encontrar puesto en una sociedad fuertemente caracterizada por conocimientos técnicos y científicos, pero, al mismo tiempo, ante todo, debe poder darles una sólida formación, orientada cristianamente. Por esto, estamos convencidos de que para hacer de la escuela católica un instrumento educativo en el mundo de hoy, es preciso reforzar algunas de sus características fundamentales.

La persona y su educación

9 La escuela católica se configura como escuela para la persona y de las personas. «Cada persona, en sus necesidades materiales y espirituales, está en el centro del magisterio de Jesús; de ahí que la promoción de la persona humana sea el fin de la escuela católica» (6). Esta afirmación, que pone de manifiesto la relación del hombre con Cristo, recuerda que en su persona se encuentra la plenitud de la verdad sobre el hombre. Por esto, la escuela católica, comprometiéndose en la promoción del hombre integral, lo hace obedeciendo a la solicitud de la Iglesia, consciente de que todos los valores humanos encuentran su plena realización y, también su unidad, en Cristo (7). Este conocimiento manifiesta que la persona ocupa el centro del proyecto educativo de la escuela católica, refuerza su compromiso educativo y la hace idónea para formar personalidades fuertes.

10 El contexto socio-cultural actual corre el peligro de ocultar «el valor educativo de la escuela católica, en el cual radica fundamentalmente su razón de ser y en virtud del cual ella constituye un auténtico apostolado» (8). En efecto, aunque en los últimos años se ha prestado mayor atención y ha crecido la sensibilidad por parte de la opinión pública, de los organismos internacionales y de los gobiernos, hacia los problemas de la escuela y de la educación, hay que señalar también una extendida reducción de la educación a los aspectos meramente técnicos y funcionales. Las mismas ciencias pedagógicas y educativas aparecen más centradas en los aspectos del reconocimiento fenomenológico y de la práctica didáctica, y no en los del valor propiamente educativo, centrado en los valores y perspectivas de profundo significado. La fragmentación de la educación, la ambigüedad de los valores a los que frecuentemente se alude obteniendo amplio y fácil consenso, a precio, sin embargo, de un peligroso ofuscamiento de los contenidos, tiende a encerrar la escuela en un presunto neutralismo, que debilita el potencial educativo y repercute negativamente en la formación de los alumnos. Se quiere olvidar que la educación supone e incluye siempre una determinada concepción del hombre y de la vida. La pretendida neutralidad de la escuela, conlleva, la mayor parte de las veces, la práctica desaparición de la referencia religiosa del campo de la cultura y de la educación. Por el contrario, un planteamiento pedagógico correcto debe situarse en el campo, más decisivo, de los fines, ocuparse no sólo del «como» sino también del «porqué», superar el equivoco de una educación aséptica, y devolver al proceso educativo la unidad que impide la dispersión por las diversas ramas del saber y del aprendizaje, y que mantiene en el centro a la persona en su compleja identidad, trascendental e histórica. La escuela católica, con su proyecto educativo inspirado en el Evangelio, está llamada a recoger este desafío y a darle respuesta con la convicción de que el «misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (9).

La escuela católica en el corazón de la Iglesia

11 La complejidad del mundo contemporáneo nos convence de la necesidad de insistir en la conciencia de la identidad eclesial de la escuela católica. De la identidad católica, en efecto, nacen los rasgos peculiares de la escuela católica, que se «estructura» como sujeto eclesial, lugar de auténtica y especifica acción pastoral. Comparte la misión evangelizadora de la Iglesia y es lugar privilegiado en el que se realiza la educación cristiana. En este sentido, «las escuelas católicas son, al mismo tiempo, lugares de evangelización, de educación integral, de inculturación y de aprendizaje de un diálogo vital entre jóvenes de religiones y de ambientes sociales diferentes» (10). La eclesialidad de la escuela católica está, pues, inscrita en el corazón mismo de su identidad de institución escolar. Es un auténtico sujeto eclesial, en razón de su acción escolar, «en la que se funden armónicamente fe, cultura y vida» (11). Es preciso, por tanto, reafirmar con fuerza que la dimensión eclesial no constituye una característica yuxtapuesta, sino que es cualidad propia y especifica, carácter distintivo que impregna y anima cada momento de su acción educativa, parte fundamental de su misma identidad y punto central de su misión (12). La promoción de esa dimensión es el objetivo de cada uno de los elementos que integran la comunidad educativa.

12 Así pues, en virtud de su identidad, la escuela católica constituye un lugar de experiencia eclesial, cuya matriz es la comunidad cristiana. En este contexto se recuerda que sólo realiza su vocación de ser experiencia verdadera de Iglesia si se sitúa dentro de una pastoral orgánica de la comunidad cristiana. De modo muy particular, la escuela católica permite a los jóvenes reunirse en un ambiente favorable a la formación cristiana. No obstante, es preciso señalar que, en ciertos casos, no se siente la escuela católica como parte integrante de la realidad pastoral: a veces, se la considera extraña, o casi extraña, a la comunidad. Es urgente, por tanto, promover una nueva sensibilidad en las comunidades parroquiales y diocesanas, para que se sientan llamadas en primera persona a responsabilizarse de la educación y de la escuela.

13 En la historia eclesial se considera a la escuela católica sobre todo como manifestación de institutos religiosos, los cuales, por carisma religioso o por expresa dedicación, se han entregado a ella generosamente. En los momentos actuales tampoco escasean las dificultades debidas, unas, a la preocupante disminución numérica, y otras, a la subrepticia difusión de graves incomprensiones, que pueden inducir al abandono de la misión educativa. Así, se separa, por una parte, el empeño escolar de la acción pastoral, mientras que, por otra, la actividad concreta encuentra dificultades para compaginarse con las exigencias especificas de la vida religiosa. Las intuiciones fecundas de los santos fundadores demuestran mejor y más radicalmente que cualquier otro razonamiento la falta de fundamento y lo precario de tales afirmaciones. Nos parece, pues, oportuno recordar que la presencia de los consagrados en la comunidad educativa es indispensable porque «están en condiciones de llevar a cabo una acción educativa particularmente eficaz» (13), y son ejemplo de cómo «darse» sin reservas y gratuitamente al servicio de los otros, con el espíritu de la consagración religiosa. La presencia simultánea de religiosas y religiosos, y también de sacerdotes y de laicos, ofrece a los alumnos «una imagen viva de la Iglesia y hace más fácil el conocimiento de sus riquezas» (14).

Identidad cultural de la escuela católica

14 De la naturaleza de la escuela católica deriva también uno de los elementos más expresivos de la originalidad de su proyecto educativo: la síntesis entre cultura y fe. En efecto, el saber, considerado en la perspectiva de la fe, llega a ser sabiduría y visión de vida. El esfuerzo para conjugar razón y fe, si llega a ser el alma de cada una de las disciplinas, las unifica, articula y coordina, haciendo emerger en el interior mismo del saber escolar la visión cristiana del mundo y de la vida, de la cultura y de la historia. En el proyecto educativo de la escuela católica no existe, por tanto, separación entre momentos de aprendizaje y momentos de educación, entre momentos del concepto y momentos de la sabiduría. Cada disciplina no presenta solo un saber por adquirir, sino también valores por asimilar y verdades por descubrir (15). Todo esto exige un ambiente caracterizado por la búsqueda de la verdad, en el que los educadores, competentes, convencidos y coherentes, maestros de saber y de vida, sean imágenes, imperfectas desde luego, pero no desvaídas del único Maestro. En esta perspectiva, en el proyecto educativo cristiano todas las disciplinas contribuyen, con su saber específico y propio, a la formación de personalidades maduras.

«El cuidado de la instrucción es amor» (Sb 6, 17)

15 En la dimensión eclesial se fundamenta también la característica de la escuela católica como escuela para todos, con especial atención hacia los más débiles. La historia ha visto surgir la mayor parte de las instituciones educativas escolares católicas como respuesta a las necesidades de los sectores menos favorecidos desde el punto de vista social y económico. No es una novedad afirmar que las escuelas católicas nacieron de una profunda caridad educativa hacia los niños y jóvenes abandonados a si mismos y privados de cualquier forma de educación. En muchas partes del mundo, todavía hoy, es la pobreza material la que impide que muchos niños y jóvenes sean instruidos y reciban una adecuada formación humana y cristiana. En otras, son nuevas pobrezas las que interpelan a la escuela católica, que, como en tiempos pasados, puede encontrarse con incomprensiones y recelos, o carente de medios. Las muchachas pobres que en el siglo XV eran instruidas por las Ursulinas, los muchachos que José de Calasanz veía correr y alborotar por las calles romanas, que La Salle encontraba en los pueblos de Francia o que don Bosco acogía, los podemos encontrar hoy en los que han perdido el sentido auténtico de la vida y carecen de todo impulso por un ideal, a los que no se les proponen valores, que desconocen totalmente la belleza de la fe, tienen a sus espaldas familias rotas e incapaces de amor, viven a menudo situaciones de penuria material y espiritual, son esclavos de los nuevos ídolos de una sociedad, que a veces les presenta un futuro de desocupación y marginación. A estos nuevos pobres dirige con espíritu de amor su atención la escuela católica. En tal sentido, ella, nacida del deseo de ofrecer a todos, en especial a los más pobres y marginados, la posibilidad de instruirse, de capacitarse profesionalmente y de formarse humana y cristianamente, puede y debe encontrar, en el contexto de las viejas y nuevas formas de pobreza, la original síntesis de pasión y de amor educativos, expresión del amor de Cristo por los pobres, los pequeños, por las multitudes en busca de la verdad.

La escuela católica al servicio de la sociedad

16 La escuela católica no debe ser considerada separadamente de las otras instituciones educativas y gestionada como cuerpo aparte, sino que debe relacionarse con el mundo de la política, de la economía, de la cultura y con la sociedad en su conjunto. Concierne, por tanto, a la escuela católica afrontar con decisión la nueva situación cultural, presentarse como instancia critica de proyectos educativos parciales modelo y estimulo para otras instituciones educativas, hacerse avanzadilla de la preocupación educativa de la comunidad eclesial. De este modo se pone de manifiesto claramente la función pública de la escuela católica, que no nace como iniciativa privada, sino como expresión de la realidad eclesial, por su naturaleza de carácter público. Realiza un servicio de utilidad pública y, aunque está clara y manifiestamente configurada según la perspectiva de la fe católica, no se reserva sólo a los católicos, sino que esta abierta a todos los que demuestren apreciar y compartir una propuesta educativa cualificada. Esta dimensión de apertura es especialmente evidente en los países de mayoría no cristiana y en vías de desarrollo, en los que desde siempre las escuelas católicas son, sin discriminación alguna, promotoras de progreso social y de promoción de la persona (16). Además, las instituciones escolares católicas, al igual que las escuelas estatales, desempeñan una función pública, garantizando con su presencia el pluralismo cultural y educativo, y sobre todo la libertad y el derecho de la familia a ver realizada la orientación educativa que desean dar a la formación de sus hijos (17)

17 En esta perspectiva, la escuela católica establece un diálogo sereno y constructivo con los Estados y con la comunidad civil. El diálogo y la colaboración deben basarse en el mutuo respeto, en el reconocimiento recíproco de su función y en el servicio común al hombre. Para llevar a cabo esto, la escuela católica se integra de buen grado en los planes escolares y cumple la legislación de cada país, siempre que estos sean respetuosos de los derechos fundamentales de la persona, comenzando por el respeto a la vida y a la libertad religiosa. La relación correcta entre Estado y escuela, no sólo católica, se establece no tanto a partir de las relaciones institucionales, cuanto del derecho de la persona a recibir una educación adecuada, según una libre opción. Derecho al que se responde según el principio de subsidiariedad (18). En efecto, «el poder público, a quien corresponde amparar y defender las libertades de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe procurar distribuir los subsidios públicos de modo que los padres puedan escoger con libertad absoluta, según su propia conciencia, las escuelas para sus hijos» (19). En el marco no sólo de la proclamación formal, sino del efectivo ejercicio de este derecho fundamental del hombre se pone, en algunos países, el problema crucial del reconocimiento jurídico y financiero de la escuela no estatal. Hacemos nuestro el deseo recientemente expresado, una vez más, por Juan Pablo II, de que en todos los países democráticos «se ponga en práctica realmente una verdadera igualdad para las escuelas no estatales, que al mismo tiempo respete su proyecto educativo» (20).

Estilo educativo de la comunidad educadora

18 Terminando ya esta carta, quisiéramos detenernos brevemente en el estilo y en la función de la comunidad educativa constituida por el encuentro y la colaboración de los diversos estamentos: alumnos, padres, docentes, entidad promotora y personal no docente (21). A este propósito se llama, con razón, la atención sobre la importancia del clima y del estilo de las relaciones. A lo largo de la etapa evolutiva del alumno son necesarias relaciones personales con educadores significativos, y las mismas enseñanzas tienen mayor incidencia en la formación del estudiante si son impartidas en un contexto de compromiso personal, de reciprocidad auténtica, de coherencia en las actitudes, estilos y comportamientos diarios. En esta perspectiva se promueve, con la también necesaria salvaguardia de las respectivas funciones, la figura de la escuela como comunidad, que es uno de los enriquecimientos de la institución escolar de nuestro tiempo (22). Además, es preciso recordar, en sintonía con el Concilio Vaticano II(23), que la dimensión comunitaria de la escuela católica no es una mera categoría sociológica, sino que tiene también un fundamento teológico. La comunidad educativa, considerada en su conjunto, está, por tanto, llamada a promover un tipo de escuela que sea lugar de formación integral mediante la relación interpersonal.

19 En la escuela católica «los educadores cristianos, como personas y como comunidad, son los primeros responsables en crear el peculiar estilo cristiano» (24). La docencia es una actividad de extraordinario peso moral, una de las más altas y creativas del hombre: el docente, en efecto, no escribe sobre materia inerte, sino sobre el alma misma de los hombres. Adquiere, por esto, un valor de suma importancia la relación personal entre educador y alumno, que no se limite a un simple dar y recibir. Además, es preciso tomar cada vez mayor conciencia de que los docentes y educadores viven una especifica vocación cristiana y una participación, también especifica, en la misión de la Iglesia y «que de ellos depende, sobre todo, el que las escuelas católicas puedan realizar sus propósitos e iniciativas» (25).

20 En la comunidad educativa, los padres, primeros y naturales responsables de la educación de los hijos, desempeñan un papel de especial importancia. Por desgracia, hoy se va extendiendo la tendencia a delegar este deber primario. De ahí que resulte necesario no solo dar impulso a las iniciativas que impulsen al compromiso, sino que den una ayuda concreta y adecuada, y comprometan a las familias en el proyecto educativo (26) de la escuela católica. Objetivo constante de la formación escolar es, por tanto, el encuentro y el diálogo con los padres y las familias, a los que se favorece también a través de la promoción de las asociaciones de padres, para establecer, con su insustituible aportación, la personalización educativa que hace eficaz el proceso educativo.

Conclusión

21 El Santo Padre, con una sugestiva expresión, indicó que el hombre es el camino de Cristo y de la Iglesia (27). Ese camino no puede ser extraño a los pasos de los evangelizadores, que al recorrerlo sienten la urgencia del desafío educativo. El compromiso en la escuela resulta ser, de este modo, tarea insustituible; más aún, el empleo de personas y de medios en la escuela católica se convierte en opción profética. También en el umbral del tercer milenio sentimos fuertemente lo que la Iglesia, en aquel «Pentecostés» que fue el Concilio Vaticano II, afirmó de la escuela católica que, «siendo tan útil para cumplir la misión del pueblo de Dios y para promover el diálogo entre la Iglesia y la sociedad humana en beneficio de ambas, conserva su importancia trascendental también en los momentos actuales» (28).

Roma, 28 de diciembre de 1997, fiesta de la Sagrada Familia

Cardenal Pia LAGHI
Prefecto

Monseñor José SARAIVA MARTINS c. m. f.
Arzobispo titular de Tubúrnica
Secretario


(1) La Sagrada Congregación para la educación católica, nuevo nombre de la Sagrada Congregación de los seminarios y de las universidades, por la constitución apostólica Regimini ecclesiae universae, publicada el 15 de agosto de 1967, que entró en vigor el 1 de marzo de 1968 (AAS LIX [1967] 885-928), estaba estructurada en tres oficinas. En esa reorganización se creó la Oficina para las escuelas católicas, con el fin de «desarrollar posteriormente» los principios fundamentales de la educación, sobre todo en las escuelas (cf. Gravissimum educationis, Introducción).

(2) Sagrada Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n. 2.

(3) Cf. ib., n. 34.

(4) Cf. Gravissimum educationis, 8.

(5) Tertio millennio adveniente, 58.

(6) Cf. Juan Pablo II, Discurso al primer Congreso nacional de la Escuela católica en Italia, 23 de noviembre de 1991: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de noviembre de 1991, p. 8.

(7) Cf. Sagrada Congregación para la Educación Católica. La escuela católica, n. 35.

(8) lb., n. 3.

(9) Gaudium et spes, 22.

(10) Juan Pablo II, Ecclesia in Africa, 102.

(11) Congregación para la Educación Católica, Dimensión religiosa de la educación en lo escuela católica, n. 34.

(12) Cf. ib.,n.33.

(13) Vita consecrata, 96.

(14) Christifideles laici, 62.

(15) Cf. Sagrada Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n. 39.

(16) Gravissimum educationis, 9.

(17) Cf. Carta de los derechos de la familia, art. 5.

(18) Cf. Familiaris consortio, 40; cf. Congregación para la Doctrina de la fe, Instrucción Libertatis conscientia, 94.

(19) Gravissimum educationis, 6.

(20) Juan Pablo II, Carta al prepósito general de los escolapios, 24 de junio de 1997, n. 3: L'Osser- vatore Romano, edición en lengua española, 4 de julio de1997, p. 6.

(21) Sagrada Congregación para la Educación Católica, El laico católico testigo de la fe en la escuela, n. 22.

(22) Cf. ib.

(23) Cf. Gravissimum educationis, 8.

(24) Congregación para la Educación Católica, Dimensión religiosa de lo educación en la escuela católica, n. 26.

(25) Gravissimum educationis, 8.

(26) Cf. Familiaris consortio, 40.

(27) Cf. Redemptor hominis, 14.

(28) Gravissimum educationis, 8.