Capítulo VIII
SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES
261. El santuario, tanto si está dedicado a la Santísima Trinidad como a
Cristo el Señor, a la Virgen, a los Ángeles, a los Santos o a los Beatos, es
quizá el lugar donde las relaciones entre Liturgia y piedad popular son más
frecuentes y evidentes. "En los santuarios se debe proporcionar a los
fieles de manera más abundante los medios de la salvación, predicando con
diligencia la Palabra de Dios y fomentando con esmero la vida litúrgica,
principalmente mediante la celebración de la Eucaristía y la penitencia, y
practicando también otras formas aprobadas de piedad popular".
En estrecha relación con el santuario está la peregrinación, que también es
una expresión muy difundida y característica de la piedad popular.
En nuestros días, el interés por los santuarios y la participación en las
peregrinaciones, lejos de haberse debilitado por el secularismo, gozan de amplio
favor entre los fieles.
Parece conveniente, en conformidad con los objetivos de este Documento, ofrecer
algunas indicaciones para que, en la actividad pastoral de los santuarios y en
el desarrollo de las peregrinaciones, se establezca y favorezca una relación
correcta entre acciones litúrgicas y ejercicios de piedad.
El Santuario
Algunos principios
262. Según la revelación cristiana, el santuario supremo y definitivo es
Cristo resucitado (cfr. Jn 2,18-21; Ap 21,22), en torno al cual se congrega y
organiza la comunidad de los discípulos, que a su vez es la nueva casa del Señor
(cfr. 1 Pe 2,5; Ef 2,19-22).
Desde un punto de vista teológico, el santuario, que no pocas veces ha surgido
de un movimiento de piedad popular, es un signo de la presencia activa, salvífica,
del Señor en la historia y un refugio donde el pueblo de Dios, peregrino por
los caminos del mundo hacia la Ciudad futura (cfr. Heb 13,14), restaura sus
fuerzas para continuar la marcha.
263. El santuario, como las iglesias, tiene un gran valor simbólico: es imagen
de la "morada de Dios con los hombres" (Ap 21,3) y remite al
"misterio del Templo" que se ha realizado en el cuerpo de Cristo (Cfr.
Jn 1,14; 2,21), en la comunidad eclesial (cfr. 1 Pe 2,5) y en cada uno de los
fieles (cfr. 1 Cor 3,16-17; 6,19; 2 Cor 6,16).
A los ojos de los fieles los santuarios son:
- por su origen, quizá, recuerdo de un acontecimiento considerado milagroso,
que ha determinado la aparición de manifestaciones de devoción duradera, o de
testimonio de la piedad y el agradecimiento de un pueblo por los beneficios
recibidos;
- por los frecuentes signos de misericordia que suceden en ellos, lugares
privilegiados de la asistencia divina y de la intercesión de la Virgen María,
de los Santos o de los Beatos;
- por la situación, con frecuencia aislada y elevada, y por la belleza, ya sea
austera, ya exuberante de los lugares en los que se encuentran, signo de la
armonía del cosmos y reflejo de la belleza divina;
- por la predicación que allí resuena, llamada eficaz a la conversión,
invitación a vivir en la caridad y aumentar las obras de misericordia,
exhortación a llevar una vida caracterizada por el seguimiento de Cristo;
- por la vida sacramental que allí se desarrolla, lugar de fortalecimiento de
la fe, crecimiento de gracia, refugio y esperanza en la aflicción;
- por el aspecto del mensaje evangélico que expresan, una interpretación
especial y casi una prolongación de la Palabra;
- por su orientación escatológica, una invitación a cultivar el sentido de la
trascendencia y a dirigir los pasos, a través de los caminos de la vida
temporal, hacia el santuario del cielo (cfr. Heb 9,11; Ap 21,3).
"Siempre y en todo lugar, los santuarios cristianos han sido, o han querido
ser, signos de Dios, de su irrupción en la historia. Cada uno de ellos es un
memorial del misterio de la Encarnación y de la Redención".
Reconocimiento canónico
264. "Con el nombre de santuario se designa una iglesia u otro lugar
sagrado al que, por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación
numerosos fieles, con aprobación del Ordinario del lugar".
La condición previa para que un lugar sagrado sea reconocido canónicamente
como santuario diocesano, nacional o internacional, es la aprobación del Obispo
diocesano, de la Conferencia de Obispos, o de la Santa Sede, respectivamente. La
aprobación canónica constituye un reconocimiento oficial del lugar sagrado y
de su finalidad específica, que es la de acoger las peregrinaciones del pueblo
de Dios que acude para adorar al Padre, profesar la fe, reconciliarse con Dios,
con la Iglesia y con los hermanos, e implorar la intercesión de la Madre del Señor
o de un Santo.
Sin embargo, no se debe olvidar que otros muchos lugares de culto, con
frecuencia humildes –pequeñas iglesias en la ciudad o en el campo –
desarrollan en su entorno local, aunque sin reconocimiento canónico, una función
semejante a la de los santuarios. También forman parte de la "geografía
de la fe" y de la piedad del pueblo de Dios, de una comunidad que habita en
un determinado lugar y que, en la fe, está en camino hacia la Jerusalén
celestial (cfr. Ap 21).
El santuario como lugar de celebraciones cultuales
265. El santuario tiene una función cultual de primer orden. Los fieles se
acercan, sobre todo, para participar en las celebraciones litúrgicas y en los
ejercicios de piedad que tiene lugar allí. Esta reconocida función cultual del
santuario, no debe oscurecer en el ánimo de los fieles la enseñanza evangélica
de que el lugar no es algo determinante para el auténtico culto al Señor (cfr.
Jn 4,20-24).
Valor ejemplar
266. Los responsables de los santuarios deben procurar que la Liturgia que en
ellos se realiza, resulte un ejemplo por la calidad de las celebraciones:
"Entre las funciones reconocidas a los santuarios, también por el Código
de derecho canónico, está el desarrollo de la Liturgia. Esto no se debe
entender como un aumento del número de las celebraciones, sino como una mejora
de su calidad. Los rectores de los santuarios son conscientes de su
responsabilidad para alcanzar este objetivo. Comprenden que los fieles, que
llegan al santuario de los más diversos lugares, deben regresar confortados en
el espíritu y edificados por las celebraciones que tienen lugar allí: por su
capacidad de comunicar el mensaje de salvación, por la noble sencillez de las
expresiones rituales, por el fiel cumplimiento de las normas litúrgicas. Saben,
también, que los efectos de una acción litúrgica ejemplar no se agotan en la
celebración realizada en el santuario: los sacerdotes y los fieles peregrinos
tienden a llevar a sus lugares de origen las experiencias cultuales válidas que
han vivido en el santuario".
La celebración de la Penitencia
267. Para muchos fieles, la visita a un santuario es una ocasión propicia, con
frecuencia procurada, para acercarse al sacramento de la Penitencia. Por lo
tanto, es preciso que se preste atención a los diversos elementos que
contribuyen a la celebración del sacramento:
- El lugar de la celebración: además de los confesionarios tradicionales
dispuestos en la iglesia, en los santuarios muy frecuentados sería deseable que
hubiera un lugar reservado para la celebración de la Penitencia, que se pueda
emplear también para momentos de preparación comunitaria y celebraciones
penitenciales, y que, dentro del respeto a las normas canónicas y a la reserva
que exige la confesión, ofrezca al penitente la facilidad para dialogar con el
confesor.
- La preparación al sacramento: en no pocos casos, los fieles necesitan ayuda
para realizar los actos que son parte del sacramento, sobre todo para orientar
el corazón a Dios, con una sincera conversión, "puesto que de ella
depende la verdadera penitencia". Se deben organizar encuentros de
preparación, tal como se propone en el Ordo Paenitentiae, en los que, mediante
la escucha y la meditación de la Palabra de Dios, se ayude a los fieles a
celebrar con fruto el sacramento; o al menos se deben poner a disposición de
los fieles subsidios adecuados, que les guíen no sólo en la preparación de la
confesión de los pecados, sino para que alcancen un sincero arrepentimiento.
- La elección de la forma ritual, que lleve a los fieles a descubrir la
naturaleza eclesial de la Penitencia; en este sentido, la celebración del Rito
para la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución
individual (forma segunda), debidamente organizada y preparada, no debería ser
algo excepcional, sino habitual, previsto sobre todo en algunos momentos del Año
litúrgico. Realmente "la celebración comunitaria manifiesta más
claramente la naturaleza eclesial de la penitencia". La reconciliación sin
confesión individual íntegra y con absolución general es una forma totalmente
excepcional y extraordinaria, que no se puede alternar con las otras dos formas
ordinarias y no se justifica por la sola razón de una gran afluencia de fieles,
como sucede en las fiestas y peregrinaciones.
La celebración de la Eucaristía
268. "La celebración de la Eucaristía es la culminación y como el cauce
de toda la acción pastoral de los santuarios"; es preciso, por tanto,
prestarle la máxima atención, para que resulte ejemplar en su desarrollo
ritual y conduzca a los fieles a un encuentro profundo con Cristo.
A menudo sucede que varios grupos quieren celebrar la Eucaristía al mismo
tiempo, pero por separado. Esto no es coherente con la dimensión eclesial del
misterio eucarístico, desde el momento en que esa manera de celebrar la
Eucaristía, en lugar de ser un momento de unidad y de fraternidad, se convertiría
en expresión de un particularismo que no refleja el sentido de comunión y de
universalidad de la Iglesia.
Una sencilla reflexión sobre la naturaleza de la Eucaristía, "sacramento
de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad", debería convencer a los
sacerdotes que guían las peregrinaciones a favorecer la reunión de varios
grupos en una misma concelebración, debidamente organizada y que tuviera en
cuenta – si fuera necesario – la diversidad de las lenguas; en ocasión de
reuniones de fieles de distintas naciones es conveniente que se interpreten
cantos en lengua latina y con las melodías más fáciles, al menos en las
partes del Ordinario de la Misa, especialmente el símbolo de la fe y la oración
del Señor. Tal celebración ofrecería una imagen genuina de la naturaleza de
la Iglesia y de la Eucaristía, y constituiría para los peregrinos una ocasión
de acogida recíproca y de enriquecimiento mutuo.
La celebración de la Unción de los enfermos
269. El Ordo unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae prevé la celebración
comunitaria del sacramento de la Unción en los santuarios, sobre todo con ocasión
de peregrinaciones de enfermos. Esto está en perfecta armonía con la
naturaleza del sacramento y con la función del santuario: es justo que donde se
implora la misericordia del Señor de una manera más intensa, la acción
maternal de la Iglesia se haga más solícita a favor de sus hijos que, por
enfermedad o vejez, comienzan a encontrarse en peligro.
El rito se realizará según las indicaciones del Ordo, por lo que "si hay
varios sacerdotes, cada uno impone las manos y administra la unción con la fórmula
correspondiente a cada uno de los enfermos de un grupo; en cambio las oraciones
las recita el celebrante principal".
La celebración de otros sacramentos
270. En los santuarios, además de la Eucaristía, la Penitencia y la Unción
comunitaria de los enfermos, se celebran, también, con más o menos frecuencia,
otros sacramentos. Esto exige que los responsables del santuario, además del
cumplimiento de las disposiciones que haya emanado el Obispo diocesano:
- procuren un entendimiento sincero y una colaboración fructuosa entre el
santuario y la comunidad parroquial;
- consideren con atención la naturaleza de cada sacramento; por ejemplo: los
sacramentos de la iniciación cristiana, que requieren una larga preparación e
insertan al bautizado en la comunidad eclesial, deberían celebrarse, por norma
general, en la parroquia;
- asegúrense de que todas las celebraciones de un sacramento hayan estado
precedidas de una adecuada preparación; los responsables de un santuario no
deben celebrar el sacramento del matrimonio si no consta el permiso concedido
por el Ordinario o por el párroco;
- valoren serenamente las situaciones, múltiples e imprevisibles, para las que
no es posible establecer a priori normas rígidas.
La celebración de la Liturgia de las Horas
271. La visita a un santuario, tiempo y lugar favorable para la oración
personal y comunitaria, constituye una ocasión privilegiada para ayudar a los
fieles a apreciar la belleza de la Liturgia de las Horas y para asociarse a la
alabanza cotidiana que, en el curso de su peregrinación terrena, la Iglesia
eleva al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
Así pues, los rectores de los santuarios deben introducir en las actividades
preparadas para los peregrinos, según la oportunidad, celebraciones dignas y
festivas de la Liturgia de las Horas, especialmente de Laudes y Vísperas,
proponiendo también la celebración, parcial o completa, de un Oficio votivo
que tenga relación con el santuario.
A lo largo de la peregrinación y conforme se van acercando a la meta, los
sacerdotes que acompañan a los fieles no dejen de proponerles, al menos, la
oración de alguna Hora del Oficio Divino.
La celebración de los sacramentales
272. Desde la antigüedad, la Iglesia ha tenido la costumbre de bendecir
personas, lugares, alimentos, objetos. En nuestros días, sin embargo, la práctica
de la bendición, motivada por usos antiguos y concepciones profundamente
arraigadas en algunos fieles, presenta algunos puntos delicados. Con todo,
continúa siendo una cuestión pastoral bastante presente en los santuarios,
donde los fieles, que acuden para implorar la gracia y la ayuda del Señor, la
intercesión de la Madre de la misericordia o de los Santos, suelen pedir a los
sacerdotes las más diversas bendiciones. Para un desarrollo correcto de la
pastoral de las bendiciones, los rectores de los santuarios deberán:
- proceder con paciencia en la aplicación gradual de los principios
establecidos por el Rituale Romanum, los cuales buscan fundamentalmente que la
bendición sea una expresión genuina de fe en Dios, dador de todo bien;
- subrayar de manera adecuada – en cuanto sea posible – los dos momentos que
configuran la "estructura típica" de toda bendición: la proclamación
de la Palabra de Dios, que da sentido al signo sagrado, y la oración mediante
la cual la Iglesia alaba a Dios e implora sus beneficios, como recuerda el mismo
signo de la cruz que traza el ministro ordenado;
- preferir la celebración comunitaria a la individual o privada y comprometer a
los fieles para que participen de manera plena y consciente.
273. Es deseable que los rectores de los santuarios establezcan a lo largo del día,
en los periodos de mayor afluencia de peregrinos, momentos especiales para
celebrar las bendiciones; en ellos, mediante una acción ritual caracterizada
por la verdad y la dignidad, los fieles comprenderán el sentido genuino de la
bendición y el compromiso de observar los mandamientos de Dios, que comporta la
"petición de una bendición".
El santuario como lugar de evangelización
274. Innumerables centros de comunicación social divulgan todos los días
noticias y mensajes de todo tipo; el santuario, en cambio, es el lugar en el que
continuamente se proclama un mensaje de vida: el "Evangelio de Dios"
(Mc 1,14; Rom 1,1) o "Evangelio de Jesucristo" (Mc 1,1), esto es, la
buena noticia que proviene de Dios y que tiene por contenido a Cristo Jesús: Él
es el Salvador de todos los pueblos, en cuya muerte y resurrección se han
reconciliado para siempre el cielo y la tierra.
Al fiel que se acerca al santuario se le deben proponer, directa o
indirectamente, los elementos fundamentales del mensaje evangélico: el sermón
de la montaña, el anuncio gozoso de la bondad y paternidad de Dios así como de
su amorosa providencia, el mandamiento del amor, el significado salvador de la
cruz, el destino trascendente de la vida humana.
Muchos santuarios son, efectivamente, lugares de difusión del Evangelio: en las
formas más variadas, el mensaje de Cristo se trasmite a los fieles como llamada
a la conversión, invitación al seguimiento, exhortación a la perseverancia,
recuerdo de las exigencias de la justicia, palabra de consuelo y de paz.
No se puede olvidar la cooperación que muchos santuarios prestan a la labor
evangelizadora de la Iglesia, al sostener de diversos modos las misiones
"ad gentes".
El santuario como lugar de la caridad
275. La misión ejemplar del santuario se extiende también al ejercicio de la
caridad. Todo santuario, en cuanto celebra la presencia misericordiosa del Señor,
la ejemplaridad y la intercesión de la Virgen y los Santos, "es por sí
mismo un hogar que irradia la luz y el calor de la caridad". En su acepción
más común y en el lenguaje de los sencillos "la caridad es el amor
expresado en el nombre de Dios". Esta encuentra sus manifestaciones
concretas en el acoger y en la misericordia, en la solidaridad y en el
compartir, en la ayuda y en el don.
Gracias a la generosidad de los fieles y al celo de los responsables, muchos
santuarios son lugares de mediación entre el amor a Dios y la caridad fraterna,
por una parte, y las necesidades del hombre, por otra. En ellos fructifica la
caridad de Cristo y parece que se prolongan la solicitud maternal de la Virgen y
la cercanía solidaria de los Santos, que se expresan, por ejemplo:
- en la creación y mantenimiento de centros de asistencia social, como
hospitales, centros de enseñanza para niños sin recursos y residencias para
personas ancianas;
- "en la acogida y hospitalidad para con los peregrinos, sobre todo los más
pobres, a quienes se ofrecen, en la medida de lo posible, lugares y condiciones
para un momento de descanso
- en la solicitud y cuidado de los peregrinos ancianos, enfermos, minusválidos,
a los que se reservan las atenciones más delicadas, los mejores sitios en los
santuarios; para ellos se organizan, en el horario más adecuado, celebraciones
que, sin separarles de los otros fieles, tengan en cuenta sus circunstancias
especiales; para ellos se establece una cooperación con asociaciones que se
ocupen generosamente de sus desplazamientos;
- en la disponibilidad y en el servicio ofrecido a todos los que se acercan al
santuario: fieles cultos e incultos, pobres y ricos, con-nacionales o
extranjeros".
El santuario como lugar de cultura
276. Con frecuencia el santuario es ya, en sí mismo, un "bien
cultural": en él se dan cita y se presentan, como resumidas en una síntesis,
numerosas manifestaciones de la cultura de las poblaciones vecinas: testimonios
históricos y artísticos, formas de expresión lingüística y literaria,
expresiones musicales típicas.
Desde este punto de vista, el santuario resulta con frecuencia un punto de
referencia válido para definir la identidad cultural de un pueblo. Y en cuanto
que en el santuario se da una síntesis armoniosa entre naturaleza y gracia,
piedad y arte, se puede proponer como expresión de la Vía pulchritudinis para
contemplar la belleza de Dios, del misterio de la Tota pulchra, de las
admirables experiencias de los Santos.
Además, cada vez se tiende más a hacer del santuario un "centro de
cultura" específico, un lugar en el que se organizan cursos de estudio y
conferencias, donde se acometen interesantes iniciativas editoriales y se
promueven representaciones sagradas, conciertos, exposiciones y otras
manifestaciones artísticas y literarias.
La actividad cultural del santuario se configura como una iniciativa en el ámbito
de la promoción humana; esta función se añade útilmente a la función
primordial, de lugar para el culto divino, para la evangelización, para el
ejercicio de la caridad. En este sentido, los responsables de los santuarios
deben procurar que la dimensión cultural no adquiera una importancia mayor que
la cultual.
El santuario como lugar de compromiso ecuménico
277. El santuario, en cuanto lugar de anuncio de la Palabra, de invitación a la
conversión, de intercesión, de intensa vida litúrgica, de ejercicio de la
caridad es un "bien espiritual" que se puede compartir, en una cierta
medida y conforme a las indicaciones del Directorio ecuménico, con los hermanos
y hermanas que no están en plena comunión con la Iglesia católica.
En consecuencia, el santuario debe ser un lugar de compromiso ecuménico,
sensible a la necesidad grave y urgente de la unidad de todos los creyentes en
Cristo, único Señor y Salvador.
Por lo tanto, los rectores de los santuarios deben ayudar a los peregrinos a
tomar conciencia del "ecumenismo espiritual" del que hablan el decreto
conciliar Unitatis redintegratio y el Directorio ecuménico, según el cual los
cristianos deben siempre tener presente la intención de la unidad en las
oraciones, en la celebración eucarística, en la vida diaria. Así, en los
santuarios se debería intensificar la oración con esta intención en algunos
tiempos particulares, como la semana de oración por la unidad de los
cristianos, en los días entre la Ascensión del Señor y Pentecostés, en los
cuales se recuerda a la comunidad de Jerusalén reunida en la oración y en
espera de la venida del Espíritu Santo, que la confirmará en la unidad y en su
misión universal.
Además, los rectores de los santuarios promuevan, cuando haya oportunidad,
encuentros de oración entre cristianos de las diversas confesiones; en estos
encuentros, preparados con atención y colaboración, deberá primar la Palabra
de Dios y se deberán valorar las formas de oración características de las
diversas confesiones cristianas.
Según las circunstancias, será quizá oportuno extender, en casos
excepcionales, la atención a los miembros de otras religiones: existen, de
hecho, santuarios frecuentados por los no cristianos, que acuden allí atraídos
por los valores propios del cristianismo. Todos los actos de culto que se
realizan en los santuarios deben ser claramente conformes con la identidad católica,
sin ocultar jamás lo que pertenece a la fe de la Iglesia.
278. El compromiso ecuménico adquiere aspectos particulares cuando se trata de
santuarios dedicados a la Virgen María. En el plano sobrenatural, santa María,
que ha dado a luz al Salvador de todos los pueblos y que ha sido su primera y
perfecta discípula, tiene una misión de concordia y de unidad respecto a los
discípulos de su Hijo, por lo que la Iglesia la saluda con el título de Mater
unitatis; en el plano histórico, en cambio, la figura de María, debido a las
diversas interpretaciones sobre su papel en la historia de la salvación, ha
sido con frecuencia motivo de divergencia y división entre los cristianos. Hay
que reconocer, con todo, que en el aspecto mariano, el diálogo ecuménico
actualmente está dando sus frutos.
La peregrinación
279. La peregrinación, experiencia religiosa universal, es una expresión
característica de la piedad popular, estrechamente vinculada al santuario, de
cuya vida constituye un elemento indispensable: el peregrino necesita un
santuario y el santuario requiere peregrinos.
Peregrinaciones bíblicas
280. En la Biblia destacan, por su simbolismo religioso, las peregrinaciones de
los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, a Siquem (cfr. Gn 12,6-7; 33,18-20),
Betel (cfr. Gn 28,10-22; 35,1-15) y Mambré (Gn 13,18; 18,1-15), donde Dios se
les manifestó y se comprometió a darles la "tierra prometida".
Para las tribus salidas de Egipto, el Sinaí, monte de la teofanía a Moisés
(cfr. Ex 19-20), se convierte en un lugar sagrado y todo el camino del desierto
del Sinaí tuvo para ellos el sentido de un largo viaje hacia la tierra santa de
la promesa: viaje bendecido por Dios, que, en el Arca (cfr. Num 10,33-36) y en
el Tabernáculo (cfr. 2 Sam 7,6), símbolos de su presencia, camina con su
pueblo, lo guía y la protege por medio de la Nube (cfr. Num 9,15-23).
Jerusalén, convertida en sede del Templo y del Arca, pasó a ser la
ciudad-santuario de los Hebreos, la meta por excelencia del deseado "viaje
santo" (Sal 84,6), en el que el peregrino avanza "entre cantos de
alegría, en el bullicio de la fiesta" (Sal 42,5) hasta "la casa de
Dios" para comparecer ante su presencia (cfr. Sal 84,6-8).
Tres veces al año, los varones israelitas debían "presentarse ante el Señor"
(cfr. Ex 23,17), es decir, dirigirse al Templo de Jerusalén: esto daba lugar a
tres peregrinaciones con ocasión de las fiestas de los Ácimos (la Pascua), de
las Semanas (Pentecostés) y de los Tabernáculos; y toda familia israelita
piadosa acudía, como hacía la familia de Jesús (cfr. Lc 2,41), a la ciudad
santa para la celebración anual de la Pascua. Durante su vida pública, también
Jesús se dirigía habitualmente a Jerusalén como peregrino (cfr. Jn 11,55-56);
por otra parte se sabe que el evangelista san Lucas presenta la acción salvífica
de Jesús como una misteriosa peregrinación (cfr. Lc 9,51-19,45), cuya meta es
Jerusalén, la ciudad mesiánica, el lugar del sacrificio pascual y de su
retorno al Padre: "He salido del Padre y he venido al mundo; ahora dejo de
nuevo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28).
Precisamente durante una reunión de peregrinos en Jerusalén, de "judíos
observantes de toda nación que hay bajo el cielo" (Hech 2,5) para celebrar
Pentecostés, la Iglesia comienza su camino misionero.
La peregrinación cristiana
281. Desde que Jesús ha dado cumplimiento en sí mismo al misterio del Templo
(cfr. Jn 2,22-23) y ha pasado de este mundo al Padre (cfr. Jn 13,1), realizando
en su persona el éxodo definitivo, para sus discípulos ya no existe ninguna
peregrinación obligatoria: toda su vida es un camino hacia el santuario celeste
y la misma Iglesia dice de sí que es "peregrina en este mundo".
Sin embargo la Iglesia, dada la conformidad que existe entre la doctrina de
Cristo y los valores espirituales de la peregrinación, no sólo ha considerado
legítima esta forma de piedad, sino que la ha alentado a lo largo de la
historia.
282. En los tres primeros siglos la peregrinación, salvo alguna excepción, no
forma parte de las expresiones cultuales del cristianismo: la Iglesia temía la
contaminación de prácticas religiosas del judaísmo y del paganismo, en los
cuales la práctica de la peregrinación estaba muy arraigada.
No obstante, en estos siglos se ponen los cimientos para una recuperación, con
características cristianas, de la práctica de la peregrinación: el culto a
los mártires, en las tumbas, a las que acuden los fieles para venerar los
restos mortales de estos testigos insignes de Cristo, determinará, progresiva y
consecuentemente, el paso de la "visita devota" a la "peregrinación
votiva".
283. Después de la paz constantiniana, tras la identificación de los lugares y
el hallazgo de las reliquias de la Pasión del Señor, la peregrinación
cristiana vive un momento de esplendor: es sobre todo la visita a Palestina,
que, por sus "lugares santos", se convierte, comenzando por Jerusalén,
en la Tierra santa. De esto dan testimonio las narraciones de peregrinos
famosos, como el Itinerarium Burdigalense y el Itinerarium Egeriae, ambos del
siglo IV.
Se construyen basílicas sobre los "lugares santos", como la
Anástasis,
edificada sobre el Santo Sepulcro, y el Martyrium sobre el Monte Calvario, que
ejercen una gran atracción sobre los peregrinos. También los lugares de la
infancia del Salvador y de su vida pública se convierten en meta de
peregrinaciones, que se extienden también a los lugares sagrados del Antiguo
Testamento, como el Monte Sinaí.
284. La Edad Media es la época dorada de las peregrinaciones; además de su
función fundamentalmente religiosa, han tenido una función extraordinaria en
la formación de la cristiandad occidental, en la unión de los diversos
pueblos, en el intercambio de valores entre las diversas culturas europeas.
Los centros de peregrinación son numerosos. Ante todo, Jerusalén, que, a pesar
de la ocupación islámica, continúa siendo un punto importante de atracción
espiritual, así como el origen del fenómeno de las cruzadas, cuyo motivo fue
precisamente permitir a los fieles visitar el sepulcro de Cristo. Asimismo las
reliquias de la pasión del Señor, como la túnica, el rostro santo, la escala
santa, la sábana santa atraen a innumerables fieles y peregrinos. A Roma acuden
los "romeros" para venerar las memorias de los apóstoles Pedro y
Pablo (ad limina Apostolorum), para visitar las catacumbas y las basílicas, y
como reconocimiento del ministerio del Sucesor de Pedro a favor de la Iglesia
universal (ad Petri sedem). Fue también muy frecuentado durante los siglos IX a
XVI, y todavía hoy lo es, Santiago de Compostela, hacia donde convergen desde
diversos países varios "caminos", formados como consecuencia de un
planteamiento religioso, social y caritativo de la peregrinación. Entre otros
lugares se puede mencionar Tours, donde está la tumba de san Martín, venerado
fundador de dicha Iglesia; Canterbury, donde santo Tomás Becket consumó su
martirio, que tuvo gran resonancia en toda Europa; el Monte Gargano en Puglia,
S. Michele della Chiusa en el Piamonte, el Mont Saint-Michel en Normandía,
dedicados al arcángel san Miguel; Walsingham, Rocamadour y Loreto, sedes de célebres
santuarios marianos.
285. En la época moderna, debido al cambio del ambiente cultural, a las
vicisitudes originadas por el movimiento protestante y el influjo de la
ilustración, las peregrinaciones disminuyeron: el "viaje a un país
lejano" se convierte en "peregrinación espiritual", "camino
interior" o "procesión simbólica", que consistía en un breve
recorrido, como en el Vía Crucis.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX se recuperan las peregrinaciones,
pero cambia en parte su fisonomía: tienen como meta santuarios que son
particulares expresiones de la identidad de la fe y de la cultura de una nación;
este es el caso, por ejemplo de los santuarios de Altötting, Antipolo,
Aparecida, Asís, Caacupé, Chartres, Coromoto, Czestochowa, Ernakulam-Angamaly,
Fátima, Guadalupe, Kevalaer, Knock, La Vang, Loreto, Lourdes, Mariazell,
Marienberg, Montevergine, Montserrat, Nagasaki, Namugongo, Padua, Pompei, San
Giovanni Rotondo, Washington, Yamoussoukro, etc.
Espiritualidad de la peregrinación
286. A pesar de todos los cambios sufridos a lo largo de los siglos, la
peregrinación conserva en nuestro tiempo los elementos esenciales que
determinan su espiritualidad:
Dimensión escatológica. Es una característica esencial y originaria: la
peregrinación, "camino hacia el santuario", es momento y parábola
del camino hacia el Reino; la peregrinación ayuda a tomar conciencia de la
perspectiva escatológica en la que se mueve el cristiano, homo viator: entre la
oscuridad de la fe y la sed de la visión, entre el tiempo angosto y la aspiración
a la vida sin fin, entre la fatiga del camino y la esperanza del reposo, entre
el llanto del destierro y el anhelo del gozo de la patria, entre el afán de la
actividad y el deseo de la contemplación serena.
El acontecimiento del éxodo, camino de Israel hacia la tierra prometida, se
refleja también en la espiritualidad de la peregrinación: el peregrino sabe
que "aquí abajo no tenemos una ciudad estable" (Heb 13,14), por lo
cual, más allá de la meta inmediata del santuario, avanza a través del
desierto de la vida, hacia el Cielo, hacia la Tierra prometida.
Dimensión penitencial. La peregrinación se configura como un "camino de
conversión": al caminar hacia el santuario, el peregrino realiza un
recorrido que va desde la toma de conciencia de su propio pecado y de los lazos
que le atan a las cosas pasajeras e inútiles, hasta la consecución de la
libertad interior y la comprensión del sentido profundo de la vida.
Como ya se ha dicho, para muchos fieles la visita a un santuario constituye una
ocasión propicia, con frecuencia buscada, para acercarse al sacramento de la
Penitencia, y la peregrinación misma se ha entendido y propuesto en el pasado
– y también en nuestros días – como una obra de penitencia.
Además, cuando la peregrinación se realiza de modo auténtico, el fiel vuelve
del santuario con el propósito de "cambiar de vida", de orientarla
hacia Dios más decididamente, de darle una dimensión más trascendente.
Dimensión festiva. En la peregrinación la dimensión penitencial coexiste con
la dimensión festiva: también esta se encuentra en el centro de la peregrinación,
en la que aparecen no pocos de los motivos antropológicos de la fiesta.
El gozo de la peregrinación cristiana es prolongación de la alegría del
peregrino piadoso de Israel: "Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la
casa del Señor" (Sal 122,1); es alivio por la ruptura de la monotonía
diaria, desde la perspectiva de algo diverso; es aligeramiento del peso de la
vida que para muchos, sobre todo para los pobres, es un fardo pesado; es ocasión
para expresar la fraternidad cristiana, para dar lugar a momentos de convivencia
y de amistad, para mostrar la espontaneidad, que con frecuencia está reprimida.
Dimensión cultual. La peregrinación es esencialmente un acto de culto: el
peregrino camina hacia el santuario para ir al encuentro con Dios, para estar en
su presencia tributándole el culto de su adoración y para abrirle su corazón.
En el santuario, el peregrino realiza numerosos actos de culto, tanto de orden
litúrgico como de piedad popular. Su oración adquiere formas diversas: de
alabanza y adoración al Señor por su bondad y santidad; de acción de gracias
por los dones recibidos; de cumplimiento de un voto, al que se había obligado
el peregrino ante el Señor; de imploración de las gracias necesarias para la
vida; de petición de perdón por los pecados cometidos.
Con mucha frecuencia la oración del peregrino se dirige a la Virgen María, a
los Ángeles y a los Santos, a quienes reconoce como intercesores válidos ante
el Altísimo. Por lo demás, las imágenes veneradas en el santuario son signos
de la presencia de la Madre y de los Santos, junto al Señor glorioso,
"siempre vivo para interceder" (Heb 7,25) en favor de los hombres y
siempre presente en la comunidad que se reúne en su nombre (cfr. Mt 18,20;
28,20). La imagen sagrada del santuario, sea de Cristo, de la Virgen, de los Ángeles
o de los Santos, es un signo santo de la presencia divina y del amor providente
de Dios; es testigo de la oración, que de generación en generación se ha
elevado ante ella como voz suplicante del necesitado, gemido del afligido, júbilo
agradecido de quien ha obtenido gracia y misericordia.
Dimensión apostólica. La situación itinerante del peregrino presenta de
nuevo, en cierto sentido, la de Jesús y sus discípulos, que recorrían los
caminos de Palestina para anunciar el Evangelio de la salvación. Desde este
punto de vista, la peregrinación es un anuncio de fe y los peregrinos se
convierten en "heraldos itinerantes de Cristo".
Dimensión de comunión. El peregrino que acude al santuario está en comunión
de fe y de caridad, no sólo con los compañeros con quienes realiza el
"santo viaje" (cfr. Sal 84,6), sino con el mismo Señor, que camina
con él, como caminó al lado de los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35);
con su comunidad de origen, y a través de ella, con la Iglesia que habita en el
cielo y peregrina en la tierra; con los fieles que, a lo largo de los siglos,
han rezado en el santuario; con la naturaleza que rodea el santuario, cuya
belleza admira y que siente movido a respetar; con la humanidad, cuyo
sufrimiento y esperanza aparecen en el santuario de diversas maneras, y cuyo
ingenio y arte han dejado en él numerosas huellas.
Desarrollo de la peregrinación
287. Puesto que el santuario es un lugar de oración, así la peregrinación es
un camino de oración. En cada una de las etapas, la oración deberá alentar la
peregrinación y la Palabra de Dios deberá ser luz y guía, alimento y apoyo.
El resultado feliz de una peregrinación, en cuanto manifestación cultual, y
los mismos frutos espirituales que se esperan de ella, se aseguran disponiendo
de manera ordenada las celebraciones y destacando adecuadamente las diversas
fases.
La partida de la peregrinación se debe caracterizar por un momento de oración,
realizado en la iglesia parroquial o en otra que resulte más adecuada, y
consiste en la celebración de la Eucaristía o de alguna parte de la Liturgia
de las Horas, o en una bendición especial para los peregrinos.
La última etapa del camino se debe caracterizar por una oración más intensa;
es aconsejable que cuando ya se divise el santuario, el recorrido se haga a pie,
procesionalmente, rezando, cantando y deteniéndose en las estaciones que pueda
haber en ese trayecto.
La acogida de los peregrinos podrá dar lugar a una especie de "liturgia de
entrada", que sitúe el encuentro entre los peregrinos y los encargados del
santuario en el plano de la fe; donde sea posible, estos últimos saldrán al
encuentro de los peregrinos, para acompañarles en el trayecto final del camino.
La permanencia en el santuario, obviamente, deberá constituir el momento más
intenso de la peregrinación y se deberá caracterizar por el compromiso de
conversión, convenientemente ratificado en el sacramento de la reconciliación;
por expresiones particulares de oración, como el agradecimiento, la súplica,
la petición de intercesiones, según las características del santuario y los
objetivos de la peregrinación; por la celebración de la Eucaristía, culminación
de la peregrinación.
La conclusión de la peregrinación se caracterizará por un momento de oración,
en el mismo santuario o en la iglesia de la que han partido; los fieles darán
gracias a Dios por el don de la peregrinación y pedirán al Señor la ayuda
necesaria para vivir con un compromiso más generoso la vocación cristiana, una
vez que hayan vuelto a sus hogares.
Desde la antigüedad, el peregrino ha querido llevarse algún
"recuerdo" del santuario visitado. Se debe procurar que los objetos,
imágenes, libros, transmitan el auténtico espíritu del lugar santo. Se debe
conseguir que los lugares de venta no estén en el área sagrada del santuario,
ni tengan el aspecto de un mercado.
288. Este Directorio, en las dos partes que lo componen, presenta muchas
indicaciones, propuestas y orientaciones, para ayudar y educar, en armonía con
la Liturgia, a la variada realidad de la piedad y religiosidad popular.
Al hacer referencia a tradiciones y circunstancias distintas, como ejercicios de
piedad, devociones de diversa índole y naturaleza, el Directorio quiere ofrecer
los presupuestos fundamentales, recordar las directrices y presentar sugerencias
para una acción pastoral fecunda.
Corresponde a los Obispos, con ayuda de sus colaboradores más directos, en
especial los rectores de santuarios, establecer normas y dar orientaciones prácticas,
teniendo en cuenta las tradiciones locales y las expresiones particulares de
religiosidad y piedad popular.