Capítulo V
LA VENERACIÓN A LA SANTA MADRE DEL SEÑOR
Algunos principios
183. La piedad popular a la Santísima Virgen, diversa en sus expresiones y
profunda en sus causas, es un hecho eclesial relevante y universal. Brota de la
fe y del amor del pueblo de Dios a Cristo, Redentor del género humano, y de la
percepción de la misión salvífica que Dios ha confiado a María de Nazaret,
para quien la Virgen no es sólo la Madre del Señor y del Salvador, sino también,
en el plano de la gracia, la Madre de todos los hombres.
De hecho, "los fieles entienden fácilmente la relación vital que une al
Hijo y a la Madre. Saben que el Hijo es Dios y que ella, la Madre, es también
madre de ellos. Intuyen la santidad inmaculada de la Virgen, y venerándola como
reina gloriosa en el cielo, están seguros de que ella, llena de misericordia,
intercede en su favor, y por tanto imploran con confianza su protección. Los más
pobres la sienten especialmente cercana. Saben que fue pobre como ellos, que
sufrió mucho, que fue paciente y mansa. Sienten compasión por su dolor en la
crucifixión y muerte del Hijo, se alegran con ella por la Resurrección de Jesús.
Celebran con gozo sus fiestas, participan con gusto en sus procesiones, acuden
en peregrinación a sus santuarios, les gusta cantar en su honor, le presentan
ofrendas votivas. No permiten que ninguno la ofenda e instintivamente desconfían
de quien no la honra".
La Iglesia misma exhorta a todos sus hijos – ministros sagrados, religiosos,
fieles laicos – a alimentar su piedad personal y comunitaria también con
ejercicios de piedad, que aprueba y recomienda. El culto litúrgico, no obstante
su importancia objetiva y su valor insustituible, su eficacia ejemplar y su carácter
normativo, no agota todas las posibilidades de expresión de la veneración del
pueblo de Dios a la Santa Madre del Señor.
184. Las relaciones entre la Liturgia y la piedad popular mariana se deben
regular a la luz de los principios y las normas que han sido presentadas varias
veces en este documento. En cualquier caso, con respecto a la piedad mariana del
pueblo de Dios, la Liturgia debe aparecer como "forma ejemplar",
fuente de inspiración, punto de referencia constante y meta última.
185. Sin embargo, conviene recordar aquí de manera sintética algunas líneas
generales que el Magisterio de la Iglesia ha trazado respecto a los ejercicios
de piedad marianos y que se deben tener en cuenta para todo lo referente a la
composición de nuevos ejercicios de piedad, para la revisión de lo que ya
existen, o simplemente para su celebración. Los Pastores deben prestar atención
a los ejercicios de piedad marianos, dada su importancia; por una parte, son
fruto y expresión de la piedad mariana de un pueblo o de una comunidad de
fieles, por otra, a veces, son causa y factor no secundario de la "fisonomía
mariana" de los fieles, del "estilo" que adquiere la piedad de
los fieles para con la Virgen Santísima.
186. La directriz fundamental del Magisterio, respecto a los ejercicios de
piedad, es que se puedan reconducir al "cauce del único culto que justa y
merecidamente se llama cristiano, porque en Cristo tiene su origen y eficacia,
en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo conduce en el Espíritu
al Padre". Esto significa que los ejercicios de piedad marianos, aunque no
todos del mismo modo y en la misma medida, deben:
- expresar la dimensión trinitaria que distingue y caracteriza el culto al Dios
de la revelación neotestamentaria, el Padre, el Hijo y el Espíritu; la dimensión
cristológica, que subraya la única y necesaria mediación de Cristo; la
dimensión pneumatológica, porque toda auténtica expresión de piedad viene
del Espíritu y en el Espíritu se consuma; el carácter eclesial, por el que
los bautizados, al constituir el pueblo santo de Dios, rezan reunidos en el
nombre del Señor (cfr. Mt 18,20) y en el espacio vital de la Comunión de los
Santos;
- recurrir de manera continua a la sagrada Escritura, entendida en el sentido de
la sagrada Tradición; no descuidar, manteniendo íntegra la confesión de fe de
la Iglesia, las exigencias del movimiento ecuménico; considerar los aspectos
antropológicos de las expresiones cultuales, de manera que reflejen una visión
adecuada del hombre y respondan a sus exigencias; hacer patente la tensión
escatológica, elemento esencial del mensaje cristiano; explicitar el compromiso
misionero y el deber de dar testimonio, que son una obligación de los discípulos
del Señor.
Los tiempos de los ejercicios de piedad marianos
La celebración de la fiesta
187. Los ejercicios de piedad marianos se relacionan, casi todos, con una fiesta
litúrgica presente en el Calendario general del Rito Romano, o en los
calendarios particulares de las diócesis o familias religiosas.
A veces, el ejercicio de piedad es previo a la institución de la fiesta (como
en el caso del santo Rosario), a veces la fiesta es muy anterior al ejercicio de
piedad (como en el caso del Angelus Domini). Este hecho pone de manifiesto la
relación que existe entre la Liturgia y los ejercicios de piedad y cómo estos
últimos encuentran su momento culminante en la celebración de la fiesta. En
cuanto litúrgica, la fiesta está en relación con la historia de la salvación
y celebra un aspecto de la asociación de la Virgen María al misterio de
Cristo. Se debe celebrar, por tanto, conforme a las normas de la Liturgia y en
el respeto a la jerarquía entre "actos litúrgicos" y
"ejercicios de piedad" vinculados con ellos.
Sin embargo, una fiesta de la Virgen Santísima, en cuanto manifestación
popular conlleva unos valores antropológicos que no se pueden olvidar.
El sábado
188. Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que
tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época
carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado
como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que
no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad.
Hoy en día, prescindiendo de sus orígenes históricos no aclarados del todo,
se ponen de relieve, con razón, algunos de los valores de esta memoria, a los
cuales "la espiritualidad contemporánea es más sensible: el ser recuerdo
de la actitud materna y de discípula de la "santa Virgen que ‘durante el
gran sábado’ cuando Cristo yacía en el sepulcro, fuerte únicamente por su
fe y su esperanza, sola entre todos los discípulos, esperó vigilante la
Resurrección del Señor"; preludio e introducción a la celebración del
domingo, fiesta primordial, memoria semanal de la Resurrección de Cristo;
signo, con su ritmo semanal, de que la Virgen está continuamente presente y
operante en la vida de la Iglesia".
También la piedad popular es sensible al valor del sábado como día de santa
María. No es raro el caso de comunidades religiosas y de asociaciones de fieles
cuyos estatutos prescriben presentar todos los sábados algún obsequio
particular a la Madre del Señor, a veces con ejercicios de piedad compuestos
especialmente para este día.
Triduos, septenarios, novenas marianas
189. Precisamente porque es un momento culminante, la fiesta suele estar
precedida y preparada por un triduo, septenario o novena. Estos "tiempos y
modos de la piedad popular" se deben desarrollar en armonía con los
"tiempos y modos de la Liturgia".
Triduos, septenarios, novenas, pueden constituir una ocasión propicia no sólo
para realizar ejercicios de piedad en honor de la Virgen, sino también pueden
servir para presentar a los fieles una visión adecuada del lugar que ocupa en
el misterio de Cristo y de la Iglesia, y la función que desempeña.
Los ejercicios de piedad no pueden permanecer ajenos a los progresivos avances
de la investigación bíblica y teológica sobre la Madre del Salvador, es más,
se deben convertir, sin que cambie su naturaleza, en medio catequético para la
difusión y conocimiento de los mismos.
Triduos, septenarios y novenas, servirán para preparar verdaderamente la
celebración de la fiesta, si los fieles se sienten movidos a acercarse a los
sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía y a renovar su compromiso
cristiano a ejemplo de María, la primera y más perfecta discípula de Cristo.
En algunas regiones, el día 13 de cada mes, en recuerdo de las apariciones de
la virgen de Fátima, los fieles se reúnen para tener un tiempo de oración
mariana.
Los "meses de María"
190. Con respecto a la práctica de un "mes de María", extendida en
varias Iglesias tanto de Oriente como de Occidente, se pueden recordar algunas
orientaciones fundamentales.
En Occidente, los meses dedicados a la Virgen, nacidos en una época en la que
no se hacía mucha referencia a la Liturgia como forma normativa del culto
cristiano, se han desarrollado de manera paralela al culto litúrgico. Esto ha
originado, y también hoy origina, algunos problemas de índole litúrgico-pastoral
que se deben estudiar cuidadosamente.
191. En el caso de la costumbre occidental de celebrar un "mes de María"
en Mayo (en algunos países del hemisferio sur en Noviembre), será oportuno
tener en cuenta las exigencias de la Liturgia, las expectativas de los fieles,
su maduración en la fe, y estudiar el problema que suponen los "meses de
María" en el ámbito de la pastoral de conjunto de la Iglesia local,
evitando situaciones de conflicto pastoral que desorienten a los fieles, como
sucedería, por ejemplo, si se tendiera a eliminar el "mes de Mayo".
Con frecuencia, la solución más oportuna será armonizar los contenidos del
"mes de María" con el tiempo del Año litúrgico. Así, por ejemplo,
durante el mes de Mayo, que en gran parte coincide con los cincuenta días de la
Pascua, los ejercicios de piedad deberán subrayar la participación de la
Virgen en el misterio pascual (cfr. Jn 19,25-27) y en el acontecimiento de
Pentecostés (cfr. Hech 1,14), que inaugura el camino de la Iglesia: un camino
que ella, como partícipe de la novedad del Resucitado, recorre bajo la guía
del Espíritu. Y puesto que los "cincuenta días" son el tiempo
propicio para la celebración y la mistagogia de los sacramentos de la iniciación
cristiana, los ejercicios de piedad del mes de Mayo podrán poner de relieve la
función que la Virgen, glorificada en el cielo, desempeña en la tierra,
"aquí y ahora", en la celebración de los sacramentos del Bautismo,
de la Confirmación y de la Eucaristía.
En definitiva, se deberá seguir con diligencia la directriz de la Constitución
Sacrosanctum Concilium sobre la necesidad de que "el espíritu de los
fieles se dirija sobre todo, a las fiestas del Señor, en las cuales se celebran
los misterios de salvación durante el curso del año", misterios a los
cuales está ciertamente asociada santa María Virgen.
Una oportuna catequesis convencerá a los fieles de que el domingo, memoria
semanal de la Pascua, es "el día de fiesta primordial". Finalmente,
teniendo presente que en la Liturgia Romana las cuatro semanas de Adviento
constituyen un tiempo mariano armónicamente inscrito en el Año litúrgico, se
deberá ayudar a los fieles a valorar convenientemente las numerosas referencias
a la Madre del Señor, presentes en todo este periodo.
Algunos ejercicios de piedad recomendados por el Magisterio
192. No es cuestión de hacer aquí un elenco de todos los ejercicios de piedad
recomendados por el Magisterio. Sin embargo, se recuerdan algunos que merecen
especial atención, para ofrecer algunas indicaciones sobre su desarrollo y
sugerir, si fuera preciso, alguna corrección.
Escucha orante de la Palabra de Dios
193. La indicación conciliar de promover la "sagrada celebración de la
palabra de Dios" en algunos momentos significativos del Año litúrgico
puede encontrar, también, una aplicación válida en las manifestaciones de
culto en honor de la Madre del Verbo encarnado. Esto se corresponde
perfectamente con la tendencia general de la piedad cristiana, y refleja la
convicción de que actuar como ella ante la Palabra de Dios es ya un obsequio
excelente a la Virgen (cfr. Lc 2,19.51). Del mismo modo que en las celebraciones
litúrgicas, también en los ejercicios de piedad los fieles deben escuchar con
fe la Palabra, debe acogerla con amor y conservarla en el corazón; meditarla en
su espíritu y proclamarla con sus labios; ponerla en práctica fielmente y
conformar con ella toda su vida.
194. "Las celebraciones de la Palabra, por las posibilidades temáticas y
estructurales que permiten, ofrecen múltiples elementos para encuentros de
culto que sean a la vez expresiones de auténtica piedad y momento adecuado para
desarrollar una catequesis sistemática sobre la Virgen. Sin embargo, la
experiencia nos enseña que las celebraciones de la Palabra no pueden tener un
carácter predominantemente intelectual o exclusivamente didáctico; por el
contrario, deben dar lugar – en los cantos, en los textos de oración, en el
modo de participar de los fieles – a formas de expresión sencillas y
familiares, de la piedad popular, que hablan de modo inmediato al corazón del
hombre".
El "Ángelus Domini"
195. El Ángelus Domini es la oración tradicional con que los fieles, tres
veces al día, esto es, al alba, a mediodía y a la puesta del sol, conmemoran
el anuncio del ángel Gabriel a María. El Ángelus es, pues, un recuerdo del
acontecimiento salvífico por el que, según el designio del Padre, el Verbo,
por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre en las entrañas de la Virgen María.
La recitación del Ángelus está profundamente arraigada en la piedad del
pueblo cristiano y es alentada por el ejemplo de los Romanos Pontífices. En
algunos ambientes, las nuevas condiciones de nuestros días no favorecen la
recitación del Ángelus, pero en otros muchos las dificultades son menores, por
lo cual se debe procurar por todos los medios que se mantenga viva y se difunda
esta devota costumbre, sugiriendo al menos la recitación de tres avemarías. La
oración del Ángelus, por "su sencilla estructura, su carácter bíblico,...
su ritmo casi litúrgico, que santifica diversos momentos de la jornada, su
apertura al misterio pascual,... a través de los siglos conserva intacto su
valor y su frescura".
"Incluso es deseable que, en algunas ocasiones, sobre todo en las
comunidades religiosas, en los santuarios dedicados a la Virgen, durante la
celebración de algunos encuentros, el Ángelus Domini... sea solemnizado, por
ejemplo, mediante el canto del Avemaría, la proclamación del Evangelio de la
Anunciación" y el toque de campanas.
El "Regina caeli"
196. Durante el tiempo pascual, por disposición del Papa Benedicto XIV (20 de
Abril de 1742), en lugar del Ángelus Domini se recita la célebre antífona
Regina caeli. Esta antífona, que se remonta probablemente al siglo X-XI, asocia
de una manera feliz el misterio de la encarnación del Verbo (el Señor, a quien
has merecido llevar) con el acontecimiento pascual (resucitó, según su
palabra), mientras que la "invitación a la alegría" (Alégrate) que
la comunidad eclesial dirige a la Madre por la resurrección del Hijo, remite y
depende de la "invitación a la alegría" ("Alégrate, llena de
gracia": Lc 1,28) que Gabriel dirigió a la humilde Sierva del Señor,
llamada a ser la madre del Mesías salvador.
Como se ha sugerido para el Ángelus, será conveniente a veces solemnizar el
Regina caeli, además de con el canto de la antífona, mediante la proclamación
del evangelio de la Resurrección.
El Rosario
197. El Rosario o Salterio de la Virgen es una de las oraciones más excelsas a
la Madre del Señor. Por eso, "los Sumos Pontífices han exhortado
repetidamente a los fieles a la recitación frecuente del santo Rosario, oración
de impronta bíblica, centrada en la contemplación de los acontecimientos salvíficos
de la vida de Cristo, a quien estuvo asociada estrechamente la Virgen Madre. Son
numerosos los testimonios de los Pastores y de hombres de vida santa sobre el
valor y eficacia de esta oración".
El Rosario es una oración esencialmente contemplativa, cuya recitación
"exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezcan, en quien
ora, la meditación de los misterios de la vida del Señor". Está
expresamente recomendado en la formación y en la vida espiritual de los clérigos
y de los religiosos.
198. La Iglesia muestra su estima por la oración del santo Rosario al proponer
un rito para la Bendición de los rosarios. Este rito subraya el carácter
comunitario de la oración del rosario; la bendición de los rosarios se acompaña
de la bendición a los que meditan los misterios de la vida, muerte y resurrección
del Señor, para que "puedan establecer una armonía perfecta entre la
oración y la vida".
Por otra parte, sería recomendable realizar la bendición de los rosarios, tal
como sugiere el Bendicional, "con la participación del pueblo",
durante las peregrinaciones a santuarios marianos, en las fiestas de la Virgen
María, en especial la del Rosario, o al final del mes de Octubre.
199. A continuación se presentan algunas sugerencias que, conservando la
naturaleza propia del Rosario, pueden hacer que su recitación sea más
provechosa.
En algunas ocasiones la recitación de Rosario podría adquirir un tono
celebrativo: "mediante la proclamación de lecturas bíblicas referidas a
cada misterio, con el canto de algunas partes, mediante una distribución
prudente de las diferentes funciones, con la solemnización de los momentos de
inicio y conclusión de la oración".
200. Para los que recitan una tercera parte del Rosario, la costumbre distribuye
los misterios según los días de la semana: gozosos (lunes y jueves), dolorosos
(martes y viernes), gloriosos (miércoles, sábado y domingo).
Esta distribución, si se mantiene con demasiada rigidez, puede dar lugar a una
oposición entre el contenido de los misterios y el contenido litúrgico del día:
se pueden pensar, por ejemplo, en la recitación de los misterios dolorosos en
el día de Navidad, cuando sea viernes. En estos casos se puede mantener que
"la característica litúrgica de un determinado día debe prevalecer sobre
su situación en la semana; pues no resulta ajeno a la naturaleza del Rosario
realizar, según los días del Año litúrgico, oportunas sustituciones de los
misterios, que permitan armonizar ulteriormente el ejercicio de piedad con el
tiempo litúrgico". Así, por ejemplo, actúan correctamente los fieles que
el 6 de Enero, solemnidad de la Epifanía, recitan los misterios gozosos y como
"quinto misterio" contemplan la adoración de los Magos, en lugar del
episodio de Jesús perdido y hallado en el templo de Jerusalén. Obviamente,
este tipo de sustituciones se debe realizar con ponderación, fidelidad a la
Escritura y corrección litúrgica
201. Para favorecer la contemplación y para que la mente concuerde con la voz,
los Pastores y los estudiosos han sugerido en muchas ocasiones restaurar el uso
de la cláusula, una antigua estructura del Rosario que sin embargo nunca
desapareció del todo.
La cláusula, que se adapta bien a la naturaleza repetitiva y meditativa del
Rosario, consiste en una oración de relativo que sigue al nombre de Jesús y
que recuerda el misterio enunciado. Una cláusula correcta, fija para cada
decena, breve en su enunciado, fiel a la Escritura y a la Liturgia, puede
resultar una valiosa ayuda para la recitación meditativa del santo Rosario.
202. "Al ilustrar a los fieles sobre el valor y belleza del Rosario se
deben evitar expresiones que rebajen otras formas de piedad también excelentes
o no tengan en cuenta la existencia de otras coronas marianas, también
aprobadas por la Iglesia", o que puedan crear un sentimiento de culpa en
quien no lo recita habitualmente: "el Rosario es una oración excelente,
pero el fiel debe sentirse libre, atraído a rezarlo, en serena tranquilidad,
por la intrínseca belleza del mismo".
Las Letanías de la Virgen
203. Entre las formas de oración a la Virgen, recomendadas por el Magisterio,
están las Letanías. Consisten en una prolongada serie de invocaciones
dirigidas a la Virgen, que, al sucederse una a otra de manera uniforme, crean un
flujo de oración caracterizado por una insistente alabanza-súplica. Las
invocaciones, generalmente muy breves, constan de dos partes: la primera de
alabanza ("Virgo Clemens"), la segunda de súplica ("ora pro
nobis").
En los libros litúrgicos del Rito Romano hay dos formularios de letanías: Las
Letanías lauretanas, por las que los Romanos Pontífices han mostrado siempre
su estima; las Letanías para el rito de coronación de una imagen de la Virgen
María, que en algunas ocasiones pueden constituir una alternativa válida al
formulario lauretano.
No sería útil, desde el punto de vista pastoral, una proliferación de
formularios de letanías; por otra parte, una limitación excesiva no tendría
suficientemente en cuenta las riquezas de algunas Iglesias locales o familias
religiosas. Por ello, la Congregación para el Culto Divino ha exhortado a
"tomar en consideración otros formularios antiguos o nuevos en uso en las
Iglesias locales o Institutos religiosos, que resulten notables por su solidez
estructural y la belleza de sus invocaciones". Esta exhortación se
refiere, evidentemente, a ámbitos locales o comunitarios bien precisos.
Como consecuencia de la prescripción del Papa León XIII de concluir, durante
el mes de Octubre, la recitación del Rosario con el canto de las Letanías
lauretanas, se creó en muchos fieles la convicción errónea de que las Letanías
eran como una especie de apéndice del Rosario. En realidad, las Letanías son
un acto de culto por sí mismas: pueden ser el elemento fundamental de un
homenaje a la Virgen, pueden ser un canto procesional, formar parte de una
celebración de la Palabra de Dios o de otras estructuras cultuales.
La consagración-entrega a María
204. A lo largo de la historia de la piedad aparecen diversas experiencias,
personales y colectivas, de "consagración-entrega-dedicación a la
Virgen" (oblatio, servitus, commendatio, dedicatio). Estas fórmulas
aparecen en los devocionarios y en los estatutos de asociaciones marianas, en
los cuales encontramos fórmulas de "consagración" y oraciones para
la misma o en recuerdo de ella.
Respecto a la práctica piadosa de la "consagración a María" no son
infrecuentes las expresiones de aprecio de los Romanos Pontífices y son
conocidas las fórmulas que ellos han recitado públicamente.
Un conocido maestro de la espiritualidad que presenta dicha práctica es san
Luis María Grignion de Montfort, "el cual proponía a los cristianos la
consagración a Cristo por manos de María, como medio eficaz para vivir
fielmente el compromiso del bautismo".
A la luz del testamento de Cristo (cfr. Jn 19,25-27), el acto de
"consagración" es el reconocimiento consciente del puesto singular
que ocupa María de Nazaret en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, del valor
ejemplar y universal de su testimonio evangélico, de la confianza en su
intercesión y la eficacia de su patrocinio, de la multiforme función materna
que desempeña, como verdadera madre en el orden de la gracia, a favor de todos
y de cada uno de sus hijos.
Hay que notar, sin embargo, que el término "consagración" se usa con
cierta amplitud e impropiedad: "se dice, por ejemplo "consagrar los niños
a la Virgen", cuando en realidad sólo se pretende poner a los pequeños
bajo la protección de la Virgen y pedir para ellos su bendición
maternal". Se entiende así la sugerencia de bastantes, de sustituir el término
"consagración" por otros, como "entrega", "donación".
De hecho, en nuestros días, los avances de la teología litúrgica y la
exigencia consiguiente de un uso riguroso de los términos, sugieren que se
reserve el término consagración a la ofrenda de uno mismo que tiene como término
a Dios, como características la totalidad y la perpetuidad, como garantía la
intervención de la Iglesia, como fundamento los sacramentos del Bautismo y de
la Confirmación.
En cualquier caso, con respecto a esta práctica es necesario instruir a los
fieles sobre su naturaleza. Aunque tenga las características de una ofrenda
total y perenne: es sólo analógica respecto a la "consagración a
Dios"; debe ser fruto no de una emoción pasajera, sino una decisión
personal, libre, madurada en el ámbito de una visión precisa del dinamismo de
la gracia; se debe expresar de modo correcto, en una línea, por así decir, litúrgica:
al Padre por Cristo en el Espíritu Santo, implorando la intercesión gloriosa
de María, a la cual se confía totalmente, para guardar con fidelidad los
compromisos bautismales y vivir en una actitud filial con respecto a ella; se
debe realizar fuera del Sacrificio eucarístico, pues se trata de un acto de
devoción que no se puede asimilar a la Liturgia: la entrega a María se
distingue sustancialmente de otras formas de consagración litúrgica.
El escapulario del Carmen y otros escapularios
205. En la historia de la piedad mariana aparece la "devoción" a
diversos escapularios, entre los que destaca el de la Virgen del Carmen. Su
difusión es verdaderamente universal y sin duda se le aplican las palabras
conciliares sobre las prácticas y ejercicios de piedad "recomendados a lo
largo de los siglos por el Magisterio".
El escapulario del Carmen es una forma reducida del hábito religioso de la
Orden de Hermanos de la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo: se ha
convertido en una devoción muy extendida e incluso más allá de la vinculación
a la vida y espiritualidad de la familia carmelitana, el escapulario conserva
una especie de sintonía con la misma.
El escapulario es un signo exterior de la relación especial, filial y confiada,
que se establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que
se confían a ella con total entrega y recurren con toda confianza a su
intercesión maternal; recuerda la primacía de la vida espiritual y la
necesidad de la oración.
El escapulario se impone con un rito particular de la Iglesia, en el que se
declara que "recuerda el propósito bautismal de revestirse de Cristo, con
la ayuda de la Virgen Madre, solícita de nuestra conformación con el Verbo
hecho hombre, para alabanza de la Trinidad, para que llevando el vestido
nupcial, lleguemos a la patria del cielo".
La imposición del escapulario del Carmen, como la de otros escapularios,
"se debe reconducir a la seriedad de sus orígenes: no debe ser un acto más
o menos improvisado, sino el momento final de una cuidadosa preparación, en la
que el fiel se hace consciente de la naturaleza y de los objetivos de la
asociación a la que se adhiere y de los compromisos de vida que asume".
Las medallas marianas
206. A los fieles les gusta llevar colgadas del cuello, casi siempre, medallas
con la imagen de la Virgen María. Son testimonio de fe, signo de veneración a
la Santa Madre del Señor, expresiones de confianza en su protección maternal.
La Iglesia bendice estos objetos de piedad mariana, recordando que "sirven
para rememorar el amor de Dios y para aumentar la confianza en la Virgen María",
pero les advierte que no deben olvidar que la devoción a la Madre de Jesús
exige sobre todo "un testimonio coherente de vida".
Entre las medallas marianas destaca, por su extraordinaria difusión, la
denominada "medalla milagrosa". Tuvo su origen en las apariciones de
la Virgen María, en 1830, a una humilde novicia de las Hijas de la Caridad, la
futura santa Catalina Labouré. La medalla, acuñada conforme a las indicaciones
de la Virgen a la Santa, ha sido llamada "microcosmos mariano" a causa
de su rico simbolismo: recuerda el misterio de la Redención, el amor del Corazón
de Cristo y del Corazón doloroso de Maria, la función mediadora de la Virgen,
el misterio de la Iglesia, la relación entre la tierra y el cielo, entre la
vida temporal y la vida eterna.
Un nuevo impulso para la difusión de la "medalla milagrosa" vino de
san Maximiliano María Kolbe (+1941) y de los movimientos que inició o que se
inspiraron en él. En 1917 adoptó la "medalla milagrosa" como
distintivo de la Pía Unión de la Milicia de la Inmaculada, fundada por él en
Roma, cuando era un joven religioso de los Hermanos Menores Conventuales.
La "medalla milagrosa", como el resto de las medallas de la Virgen y
otros objetos de culto, no es un talismán ni debe conducir a una vana
credulidad. La promesa de la Virgen, según la cual "los que la lleven
recibirán grandes gracias", exige de los fieles una adhesión humilde y
tenaz al mensaje cristiano, una oración perseverante y confiada, una conducta
coherente.
El himno "Akathistos"
207. El venerable himno a la Madre de Dios, denominado Akathistos – esto es,
cantado de pie –, representa una de las más altas y célebres expresiones de
piedad mariana en la tradición bizantina. Obra de arte de la literatura y de la
teología, contiene en forma orante todo cuanto la Iglesia de los primeros
siglos ha creído sobre María, con el consenso universal. Las fuentes que
inspiran este himno son la sagrada Escritura, la doctrina definida en los
Concilios ecuménicos de Nicea (325), de Éfeso (431) y de Calcedonia (451), y
la reflexión de los Padres orientales de los siglos IV y V. Se celebra
solemnemente en el Año litúrgico oriental, el quinto sábado de Cuaresma; el
himno Akathistos se canta también en otras muchas ocasiones, y se recomienda a
la piedad del clero, de los monjes y de los fieles.
En los últimos años este himno se ha difundido mucho, también en las
comunidades de fieles de rito latino. Especialmente han contribuido a su
conocimiento algunas solemnes celebraciones marianas que tuvieron lugar en Roma,
con la asistencia del Santo Padre y con amplia resonancia eclesial. Este himno
antiquísimo, que constituye el fruto maduro de la más antigua tradición de la
Iglesia indivisa en honor de María, es una llamada e invocación a la unidad de
los cristianos bajo la guía de la Madre del Señor: "Tanta riqueza de
alabanzas, acumulada por las diversas manifestaciones de la gran tradición de
la Iglesia, podría ayudarnos a que ésta vuelva a respirar plenamente con sus
"dos pulmones", Oriente y Occidente".