PARTE PRIMERA
LÍNEAS EMERGENTES DE LA HISTORIA,
DEL MAGISTERIO,
DE LA TEOLOGÍA
Capítulo I
LITURGIA Y PIEDAD POPULAR A LA LUZ DE LA HISTORIA
Liturgia y piedad popular en el curso de los siglos
22. Las relaciones entre Liturgia y piedad popular son antiguas. Es necesario,
por lo tanto, proceder en primer lugar a un reconocimiento, aunque sea rápido,
del modo en que estas han sido vistas, en el curso de los siglos. Se verán, en
no pocos casos, inspiraciones y sugerencias para resolver las cuestiones que se
plantean en nuestro tiempo.
La Antigüedad cristiana
23. En la época apostólica y postapostólica se encuentra una profunda fusión
entre las expresiones cultuales que hoy llamamos, respectivamente, Liturgia y
piedad popular. Para las más antiguas comunidades cristianas, la única
realidad que contaba era Cristo (cf. Col 2, 16), sus palabras de vida (cf. Jn 6,
63), su mandamiento de amor mutuo (cf. Jn 13, 34), las acciones rituales que él
ha mandado realizar en memoria suya (cf. 1 Cor 11, 24-26). Todo el resto – días
y meses, estaciones y años, fiestas y novilunios, alimentos y bebidas ... (cf.
Gal 4, 10; Col 2, 16-19) – es secundario.
En la primitiva generación cristiana se pueden ya individuar los signos de una
piedad personal, proveniente en primer lugar de la tradición judaica, como el
seguir las recomendaciones y el ejemplo de Jesús y de San Pablo sobre la oración
incesante (cf. Lc 18, 1; Rm 12, 12; 1 Tes 5, 17), recibiendo o iniciando cada
cosa con una acción de gracias (cf. 1 Cor 10, 31; 1 Tes 2, 13; Col 3, 17). El
israelita piadoso comenzaba la jornada alabando y dando gracias a Dios, y
proseguía, con este espíritu, en todas las acciones del día; de tal manera,
cada momento alegre o triste, daba lugar a una expresión de alabanza, de súplica,
de arrepentimiento. Los Evangelios y los otros escritos del Nuevo Testamento
contienen invocaciones dirigidas a Jesús, repetidas por los fieles casi como
jaculatorias, fuera del contexto litúrgico y como signo de devoción
cristológica.
Hace pensar que fuese común entre los fieles la repetición de expresiones bíblicas
como: "Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí" (Lc 18, 38); "Señor,
si quieres puedes sanarme" (Mt 8, 1); "Jesús, acuérdate de mí
cuando entres en tu reino" (Lc 23, 42); "Señor mío y Dios mío"
(Jn 20, 28); "Señor Jesús, acoge mi espíritu" (Hch 7, 59). Sobre el
modelo de esta piedad se desarrollarán innumerables oraciones dirigidas a
Cristo, de los fieles de todos los tiempos.
Desde el siglo II, se observa que formas y expresiones de la piedad popular,
sean de origen judaico, sean de matriz greco-romana, o de otras culturas,
confluyen espontáneamente en la Liturgia. Se ha subrayado, por ejemplo, que en
el documento conocido como Traditio apostólica no son infrecuentes los
elementos de raíz popular.
Así también, en el culto de los mártires, de notable relevancia en las
Iglesias locales, se pueden encontrar restos de usos populares relativos al
recuerdo de los difuntos. Trazas de piedad popular se notan también en algunas
primitivas expresiones de veneración a la Bienaventurada Virgen, entre las que
se recuerda la oración Sub tuum praesidium y la iconografía mariana de las
catacumbas de Priscila, en Roma.
La Iglesia, por lo tanto, aunque rigurosa en cuanto se refiere a las condiciones
interiores y a los requisitos ambientales para una digna celebración de los
divinos misterios (cf. 1 Cor 11, 17-32), no duda en incorporar ella misma, en
los ritos litúrgicos, formas y expresiones de la piedad individual, doméstica
y comunitaria.
En esta época, Liturgia y piedad popular no se contraponen ni conceptualmente
ni pastoralmente: concurren armónicamente a la celebración del único misterio
de Cristo, unitariamente considerado, y al sostenimiento de la vida sobrenatural
y ética de los discípulos del Señor.
24. A partir del siglo IV, también por la nueva situación político-social en
que comienza a encontrarse la Iglesia, la cuestión de la relación entre
expresiones litúrgicas y expresiones de piedad popular se plantea en términos
no sólo de espontánea convergencia sino también de consciente adaptación y
enculturación.
Las diversas Iglesias locales, guiadas por claras intenciones evangelizadoras y
pastorales, no desdeñan asumir en la Liturgia, debidamente purificadas, formas
cultuales solemnes y festivas, provenientes del mundo pagano, capaces de
conmover los ánimos y de impresionar la imaginación, hacia las cuales el
pueblo se sentía atraído. Tales formas, puestas al servicio del misterio del
culto, no aparecían como contrarias ni a la verdad del Evangelio ni a la pureza
del genuino culto cristiano. E incluso se revelaba que sólo en el culto dado a
Cristo, verdadero Dios y verdadero Salvador, resultaban verdaderas muchas
expresiones cultuales que, derivadas del profundo sentido religioso del hombre,
eran tributadas a falsos dioses y falsos salvadores.
25. En los siglos IV-V se hace más notable el sentido de lo sagrado, referido
al tiempo y a los lugares. Para el primero, las Iglesias locales, además de señalar
los datos neotestamentarios relativos al "día del Señor", a las
festividades pascuales, a los tiempos de ayuno (cf. Mc 2, 18-22), establecen días
particulares para celebrar algunos misterios salvíficos de Cristo, como la
Epifanía, la Navidad, la Ascensión; para honrar la memoria de los mártires en
su dies natalis; para recordar el transito de sus Pastores, en el aniversario
del dies depositionis; para celebrar algunos sacramentos o asumir compromisos de
vida solemnes. Mediante la consagración de un lugar, en el que se convoca a la
comunidad para celebrar los divinos misterios y la alabanza al Señor, algunas
veces sustraídos al culto pagano o simplemente profano, viene dedicado
exclusivamente al culto divino y se convierte, por la misma disposición de los
espacios arquitectónicos, en un reflejo del misterio de Cristo y una imagen de
la Iglesia celebrante.
26. En esta época, madura el proceso de formación y la diferenciación
consiguiente de las diversas familias litúrgicas. Las Iglesias metropolitanas más
importantes, por motivos de lengua, tradición teológica, sensibilidad
espiritual y contexto social, celebran el único culto del Señor según las
propias modalidades culturales y populares. Esto conduce progresivamente a la
creación de sistemas litúrgicos dotados de un estilo celebrativo particular y
un conjunto propio de textos y ritos. No carece de interés el poner de
manifiesto que en la formación de los ritos litúrgicos, también en los
periodos reconocidos como de su máximo esplendor, los elementos populares no
son algo extraño.
Por otra parte, los Obispos y los Sínodos regionales intervienen en la
organización del culto estableciendo normas, velando sobre la corrección
doctrinal de los textos y sobre su belleza formal, valorando la estructura de
los ritos. Estas intervenciones dan lugar a la instauración de un régimen litúrgico
con formas fijas, en el cual se reduce la creatividad original, que sin embargo
no era arbitrariedad. En esto, algunos expertos encuentran una de las causas de
la futura proliferación de textos para la piedad privada y popular.
27. Se suele señalar el pontificado de San Gregorio Magno (590-604), pastor y
liturgista insigne, como punto de referencia ejemplar de una relación fecunda
entre Liturgia y piedad popular. Este Pontífice desarrolla una intensa
actividad litúrgica, para ofrecer al pueblo romano, mediante la organización
de procesiones, estaciones y rogativas, unas estructuras que respondan a la
sensibilidad popular, y que al mismo tiempo estén claramente en el ámbito de
la celebración de los misterios divinos; da sabias directrices para que la
conversión de los nuevos pueblos al Evangelio no se realice con perjuicio de
sus tradiciones culturales, de manera que la misma Liturgia se vea enriquecida
con nuevas y legítimas expresiones culturales; armoniza las nobles expresiones
del genio artístico con las expresiones más humildes de la sensibilidad
popular; asegura el sentido unitario del culto cristiano, al cimentarlo sólidamente
en la celebración de la Pascua, aunque los diversos eventos del único misterio
salvífico – como la Navidad, la Epifanía, la Ascensión...-se celebren de
manera particular y se desarrollen las memorias de los Santos.
La Edad Media
28. En el Oriente cristiano, especialmente en el área bizantina, la edad media
se presenta como el periodo de lucha contra la herejía iconoclasta, dividida en
dos fases (725-787 y 815-843), periodo clave para el desarrollo de la Liturgia,
de comentarios clásicos sobre la Liturgia Eucarística y de la iconografía
propia de los edificios de culto.
En el campo litúrgico se enriquece considerablemente el patrimonio himnográfico
y los ritos adquieren su forma definitiva. La Liturgia refleja la visión simbólica
del universo y la concepción jerárquica y sagrada del mundo. En ella convergen
las instancias de la sociedad cristiana, los ideales y las estructuras del
monacato, las aspiraciones populares, las intuiciones de los místicos y las
reglas de los ascetas.
Una vez superada la crisis iconoclasta con el decreto De sacris imaginibus del
Concilio ecuménico de Nicea II (787), victoria consolidada en el "Triunfo
de la Ortodoxia" (843), la iconografía se desarrolla, se organiza de
manera definitiva y recibe una legitimación doctrinal. El mismo icono, hierático,
con gran valor simbólico, es por sí mismo parte de la celebración litúrgica:
refleja el misterio celebrado, constituye una forma de presencia permanente de
dicho misterio, y lo propone al pueblo fiel.
29. En Occidente, el encuentro del cristianismo con los nuevos pueblos,
especialmente celtas, visigodos, anglosajones, francogermanos, realizado ya en
el siglo V, da lugar en la alta Edad Media a un proceso de formación de nuevas
culturas y de nuevas instituciones políticas y civiles.
En el amplio marco de tiempo que va desde el siglo VII hasta la mitad del siglo
XV se determina y acentúa progresivamente la diferencia entre Liturgia y piedad
popular, hasta el punto de crearse un dualismo celebrativo: paralelamente a la
liturgia, celebrada en lengua latina, se desarrolla una piedad popular
comunitaria, que se expresa en lengua vernácula.
30. Entre las causas que en este periodo han determinado dicho dualismo, se
pueden indicar:
- la idea de que la Liturgia es competencia de los clérigos, mientras que los
laicos son espectadores;
- la clara diferenciación de las funciones en la sociedad cristiana - clérigos,
monjes, laicos - da lugar a formas y estilos diferentes de oración;
- la consideración distinta y particularizada, en el ámbito litúrgico e
iconográfico, de los diversos aspectos del único misterio de Cristo; por una
parte es una expresión de atento cariño a la vida y la obra del Señor, pero
por otra parte no facilita la percepción explícita de la centralidad de la
Pascua, y favorece la multiplicación de momentos y formas celebrativas de carácter
popular;
- el conocimiento insuficiente de las Escrituras no sólo por los laicos, sino
también por parte de muchos clérigos y religiosos, hace difícil acceder a la
clave indispensable para comprender la estructura y el lenguaje simbólico de la
Liturgia;
- la difusión, por el contrario, de la literatura apócrifa, llena de
narraciones de milagros y de episodios anecdóticos, que ejerce un influjo
notable sobre la iconografía, y al despertar la imaginación de los fieles,
capta su atención;
- la escasez de predicación de tipo homilético, la práctica desaparición de
la mistagogia, y la formación catequética insuficiente, por lo cual la
celebración litúrgica se mantiene cerrada a la comprensión y a la participación
activa de los fieles, los cuales buscan formas y momentos cultuales
alternativos;
- la tendencia al alegorismo, que, al incidir excesivamente en la interpretación
de los textos y de los ritos, desvía a los fieles de la comprensión de la
verdadera naturaleza de la Liturgia;
- la recuperación de formas y estructuras expresivas populares, casi como
reacción inconsciente ante una Liturgia que se ha hecho, por muchas motivos,
incomprensible y distante para el pueblo.
31. En la Edad Media surgieron y se desarrollaron muchos movimientos
espirituales y asociaciones con diversa configuración jurídica y eclesial,
cuya vida y actividades tuvieron un influjo notable en el modo de plantear las
relaciones entre Liturgia y piedad popular.
Así, por ejemplo, las nuevas órdenes religiosas de vida evangélico-apostólica,
dedicadas a la predicación, adoptaron formas de celebración más sencillas, en
comparación con las monásticas, y más cercanas al pueblo y a sus formas de
expresión. Y, por otra parte, favorecieron la aparición de ejercicios de
piedad, mediante los cuales expresaban su carisma y lo transmitían a los
fieles.
Las hermandades religiosas, nacidas con fines cultuales y caritativos, y las
corporaciones laicas, constituidas con una finalidad profesional, dan origen a
una cierta actividad litúrgica de carácter popular: erigen capillas para sus
reuniones de culto, eligen un Patrono y celebran su fiesta, no raramente
componen, para uso propio, pequeños oficios y otros formularios de oración en
los que se manifiesta el influjo de la Liturgia y al mismo tiempo la presencia
de elementos que provienen de la piedad popular.
A su vez las escuelas de espiritualidad, convertidas en punto de referencia
importante para la vida eclesial, inspiran planteamientos existenciales y modos
de interpretar la vida en Cristo y en el Espíritu Santo, que influyen no poco
sobre algunas opciones celebrativas (por ejemplo, los episodios de la Pasión de
Cristo) y son el fundamento de muchos ejercicios de piedad.
Y además, la sociedad civil, que se configura de manera ideal como una societas
christiana, conforma algunas de sus estructuras según los usos eclesiales, y a
veces amolda los ritmos de la vida a los ritmos litúrgicos; por lo cual, por
ejemplo, el toque de las campanas por la tarde es al mismo tiempo, un aviso a
los ciudadanos para que regresen de las labores del campo a la ciudad y una
invitación para que saluden a la Virgen.
32. Así pues, a lo largo de toda la Edad Media, progresivamente nacen y se
desarrollan muchas expresiones de piedad popular, de las cuales no pocas han
llegado a nuestros días:
- se organizan representaciones sagradas que tienen por objeto los misterios
celebrados durante el año litúrgico, sobre todo los acontecimientos salvíficos
de la Navidad de Cristo y de su Pasión, Muerte y Resurrección;
- nace la poesía en lengua vernácula que, al emplearse ampliamente en el campo
de la piedad popular, favorece la participación de los fieles
- aparecen formas devocionales alternativas o paralelas a algunas expresiones
litúrgicas; así, por ejemplo, la infrecuencia de la comunión eucarística se
compensa con formas diversas de adoración al Santísimo Sacramento; en la baja
Edad Media la recitación del Rosario tiende a sustituir la del Salterio; los
ejercicios de piedad realizados el Viernes Santo en honor de la Pasión del Señor
sustituyen, para muchos fieles, la acción litúrgica propia de ese día;
- se incrementan las formas populares del culto a la Virgen Santísima y a los
Santos: peregrinaciones a los santos lugares de Palestina y a las tumbas de los
Apóstoles y de los mártires, veneración de las reliquias, súplicas
litánicas,
sufragios por los difuntos;
- se desarrollan considerablemente los ritos de bendición en los cuales, junto
con elementos de fe cristiana auténtica, aparecen otros que son reflejo de una
mentalidad naturalista y de creencias y prácticas populares precristianas;
- se constituyen núcleos de "tiempos sagrados" con un fondo popular
que se sitúan al margen del año litúrgico: días de fiesta sacro-profanos,
triduos, septenarios, octavarios, novenas, meses dedicados a particulares
devociones populares.
33. En la Edad Media, la relación entre Liturgia y piedad popular es constante
y compleja. En dicha época se puede notar un doble movimiento: la Liturgia
inspira y fecunda expresiones de la piedad popular; a la inversa, formas de la
piedad popular se reciben e integran en la Liturgia. Esto sucede, sobre todo, en
los ritos de consagración de personas, de colación de ministerios, de dedicación
de lugares, de institución de fiestas y en el variado campo de las bendiciones.
Sin embargo se mantiene el fenómeno de un cierto dualismo entre Liturgia y
piedad popular. Hacia el final de la Edad Media, ambas pasan por un periodo de
crisis: en la Liturgia por la ruptura de la unidad cultual, elementos
secundarios adquieren una importancia excesiva en detrimento de los elementos
centrales; en la piedad popular, por la falta de una catequesis profunda, las
desviaciones y exageraciones amenazan la correcta expresión del culto
cristiano.
La Época Moderna
34. En sus inicios, la época moderna no aparece muy favorable para alcanzar una
solución equilibrada en las relaciones entre Liturgia y piedad popular. Durante
la segunda mitad del siglo XV la devotio moderna, que contó con insignes
maestros de vida espiritual y que alcanzó una notable difusión entre clérigos
y laicos cultos, favorece la aparición de ejercicios de piedad con un fondo
meditativo y afectivo, cuyo punto de referencia principal es la humanidad de
Cristo – los misterios de su infancia, de la vida oculta, de la Pasión y
muerte -. Pero la primacía concedida a la contemplación y la valoración de la
subjetividad, unidas a un cierto pragmatismo ascético, que exalta el esfuerzo
humano, hacen que la Liturgia no aparezca, a los ojos de los hombres y mujeres
de gran ascendiente espiritual, como fuente primaria de la vida cristiana.
35. Se considera expresión característica de la devotio moderna, la célebre
obra De imitatione Christi que ha tenido un influjo extraordinario y beneficioso
en muchos discípulos del Señor, deseosos de alcanzar la perfección cristiana.
El De imitatione Christi orienta a los fieles hacia un tipo de piedad más bien
individual, en el cual se acentúa la separación del mundo y la invitación a
escuchar la voz del Maestro interior; los aspectos comunitarios y eclesiales de
la oración y los elementos de la espiritualidad litúrgica parecen, en cambio,
más limitados.
En los ambientes en los que se cultiva la devotio moderna, se suelen encontrar
con facilidad ejercicios de piedad bellamente compuestos, expresiones cultuales
de personas sinceramente devotas, pero no siempre se puede encontrar una
valoración plena de la celebración litúrgica.
36. Entre el final del siglo XV y el inicio del siglo XVI, por los
descubrimientos geográficos – en África, en América, y posteriormente en el
Extremo Oriente -, se plantea de una manera nueva la cuestión de las relaciones
entre Liturgia y piedad popular.
La labor de evangelización y de catequesis en países lejanos del centro
cultural y cultual del rito romano se realiza mediante el anuncio de la Palabra
y la celebración de los sacramentos (cfr. Mt 28,19), pero también mediante
ejercicios de piedad propagados por los misioneros.
Así pues, los ejercicios de piedad se convierten en un medio para transmitir el
mensaje evangélico, y, posteriormente, para conservar la fe cristiana. Debido a
las normas que tutelaban la Liturgia romana, parece que fue escaso el influjo
recíproco entre la Liturgia y la cultura autóctona (aunque se dio, en cierta
medida, en las Reducciones del Paraguay). El encuentro con dicha cultura se
producirá con facilidad, en cambio, en el ámbito de la piedad popular.
37. En los comienzos del siglo XVI, entre los hombres más preocupados por una
auténtica reforma de la Iglesia, hay que recordar a los monjes camaldulenses
Pablo Justiniani y Pedro Querini, autores de un Libellus ad Leonem X, que contenía
indicaciones importantes para revitalizar la Liturgia y para abrir sus tesoros a
todo el pueblo de Dios: formación, sobre todo bíblica, del clero y de los
religiosos; el uso de la lengua vernácula en la celebración de los misterios
sagrados; la reordenación de los libros litúrgicos; la eliminación de los
elementos espurios, tomados de una piedad popular incorrecta; la catequesis,
encaminada también a comunicar a los fieles el valor de la Liturgia.
38. Poco después de la clausura del Concilio Lateranense V (16 de Marzo de
1517), que emanó algunas disposiciones para educar a los jóvenes en la
Liturgia, comenzó la crisis por el nacimiento del protestantismo, cuyos
iniciadores pusieron no pocas objeciones a los puntos esenciales de la doctrina
católica sobre los sacramentos y sobre el culto de la Iglesia, incluida la
piedad popular.
El Concilio de Trento (1545-1563), convocado para hacer frente a la situación
producida en el pueblo de Dios con la propagación del movimiento protestante,
tuvo que ocuparse, en sus tres fases, de cuestiones referentes a la Liturgia y a
la piedad popular, tanto bajo el aspecto doctrinal como cultual. Sin embargo,
dado el contexto histórico y la índole dogmática de los temas que debía
tratar, afrontó las cuestiones de tipo litúrgico-sacramental desde un punto de
vista preferentemente doctrinal: lo hizo con un planteamiento de denuncia de los
errores y de condena de los abusos, de defensa de la fe y de la tradición litúrgica
de la Iglesia; mostrando interés también por los problemas referidos a la
formación litúrgica del pueblo, proponiendo mediante el decreto De
reformatione generali un programa pastoral y encomendando su aplicación a la
Sede Apostólica y a los Obispos.
39. Conforme a las disposiciones conciliares muchas provincias eclesiásticas
celebraron sínodos, en los cuales es clara la preocupación por conducir a los
fieles a una participación eficaz en las celebraciones de los misterios
sagrados. A su vez los Romanos Pontífices emprendieron una amplia reforma litúrgica:
en un tiempo relativamente breve, del 1568 al 1614, se revisaron el Calendario y
los libros del Rito romano y en el 1588 se creó la Sagrada Congregación de
Ritos para la custodia y la recta ordenación de las celebraciones litúrgicas
de la Iglesia romana. Como elemento de formación litúrgico pastoral hay que
notar la función del Catechismus ad parochos.
40. De la reforma realizada después del Concilio de Trento se siguieron múltiples
beneficios para la Liturgia: se recondujeron a la "antigua norma de los
Santos Padres", aunque con las limitaciones de los conocimientos científicos
de la época, no pocos ritos; se eliminaron elementos y añadidos extraños a la
Liturgia, demasiado ligados a la sensibilidad popular; se controló el contenido
doctrinal de los textos, de manera que reflejaran la pureza de la fe; se
consiguió una notable unidad ritual en el ámbito de la Liturgia romana, que
adquirió nuevamente dignidad y belleza.
Sin embargo se produjeron también, indirectamente, algunas consecuencias
negativas: la Liturgia adquirió, al menos en apariencia, una rigidez que
derivaba más de la ordenación de las rúbricas que de su misma naturaleza; y
en su sujeto agente parecía algo casi exclusivamente jerárquico; esto reforzó
el dualismo que ya existía entre Liturgia y piedad popular.
41. La Reforma católica, en su esfuerzo positivo de renovación doctrinal,
moral e institucional de la Iglesia y en su intento de contrarrestar el
desarrollo del protestantismo, favoreció en cierto modo la afirmación de la
compleja cultura barroca. Esta, a su vez, tuvo un influjo considerable en las
expresiones literarias, artísticas y musicales de la piedad católica.
En la época postridentina la relación entre Liturgia y piedad popular adquiere
nuevas connotaciones: la Liturgia entra en un periodo de uniformidad sustancial
y de un carácter estático persistente; frente a ella, la piedad popular
experimenta un desarrollo extraordinario.
Dentro de unos límites, determinados por la necesidad de evitar la aparición
de formas exageradas o fantasiosas, la Reforma católica favoreció la creación
y difusión de los ejercicios de piedad, que resultaron un medio importante para
la defensa de la fe católica y para alimentar la piedad de los fieles. Se puede
citar, por ejemplo, el desarrollo de las cofradías dedicadas a los misterios de
la Pasión del Señor, a la Virgen María y a los Santos, que tenían como
triple finalidad la penitencia, la formación de los laicos y las obras de
caridad. Esta piedad popular propició la creación de bellísimas imágenes,
llenas de sentimiento, cuya contemplación continúa nutriendo la fe y la
experiencia religiosa de los fieles.
Las "misiones populares", surgidas en esta época, contribuyen también
a la difusión de los ejercicios de piedad. En ellas, Liturgia y piedad popular
coexisten, aunque con cierto desequilibrio: las misiones, de hecho, tienen por
objeto conducir a los fieles al sacramento de la penitencia y a recibir la
comunión eucarística, pero recurren a los ejercicios de piedad como medio para
inducir a la conversión y como momento cultual en el que se asegura la
participación popular.
Los ejercicios de piedad se reunían y ordenaban en manuales de oración que, si
tenían la aprobación eclesiástica, constituían auténticos subsidios
cultuales: para los diversos momentos del día, del mes, del año y para
innumerables circunstancias de la vida.
En la época de la Reforma católica, la relación entre Liturgia y piedad
popular no se establece sólo en términos contrapuestos de carácter estático
y desarrollo, sino que se dan situaciones anómalas: los ejercicios piadosos se
realizan a veces durante la misma celebración litúrgica, sobreponiéndose a la
misma, y en la actividad pastoral, tienen un puesto preferente con relación a
la Liturgia. Se acentúa así el alejamiento de la Sagrada Escritura y no se
advierte suficientemente la centralidad del misterio pascual de Cristo,
fundamento, cauce y culminación de todo el culto cristiano, que tiene su
expresión principal en el domingo.
42. Durante la Ilustración se acentúa la separación entre la "religión
de los doctos", potencialmente cercana a la Liturgia, y la "religión
de los sencillos", cercana por naturaleza a la piedad popular. De hecho,
doctos y pueblo se reunen en las mismas prácticas religiosas. Sin embargo los
"doctos" apoyan una práctica religiosa iluminada por la inteligencia
y el saber, y desprecian la piedad popular que, a sus ojos, se alimenta de la
superstición y del fanatismo.
Les conduce a la Liturgia el sentido aristocrático que caracteriza muchas
expresiones de la vida cultural, el carácter enciclopédico que ha tomado el
saber, el espíritu crítico y de investigación, que lleva a la publicación de
antiguas fuentes litúrgicas, el carácter ascético de algunos movimientos que,
influidos también por el jansenismo, piden un retorno a la pureza de la
Liturgia de la antigüedad. Aunque se resiente del clima cultural, el interés
renovado por la Liturgia está animado por un interés pastoral por el clero y
los laicos, como sucede en Francia a partir del siglo XVII.
La Iglesia dirige su atención a la piedad popular en muchos sectores de su
actividad pastoral. De hecho, se intensifica la acción apostólica que procura,
en una cierta medida, la mutua integración de Liturgia y piedad popular. Así,
por ejemplo, la predicación se desarrolla especialmente en determinados tiempos
litúrgicos, como la Cuaresma y el domingo, en los que tiene lugar la catequesis
de adultos, y procura conseguir la conversión del espíritu y de las costumbres
de los fieles, acercarles al sacramento de la reconciliación, hacerles volver a
la Misa dominical, enseñarles el valor del sacramento de la Unción de enfermos
y del Viático.
La piedad popular, como en el pasado había sido eficaz para contener los
efectos negativos del movimiento protestante, resulta ahora útil para
contrarrestar la propaganda corrosiva del racionalismo y, dentro de la Iglesia,
las consecuencias nocivas del Jansenismo. Por este esfuerzo y por el ulterior
desarrollo de las misiones populares, se enriquece la piedad popular: se
subrayan de modo nuevo algunos aspectos del Misterio cristiano, como por
ejemplo, el Corazón de Cristo, y nuevos "días" polarizan la atención
de los fieles, como por ejemplo, los nueve "primeros viernes" de mes.
En el siglo XVIII también se debe recordar la actividad de Luis Antonio
Muratori, que supo conjugar los estudios eruditos con las nuevas necesidades
pastorales y en su célebre obra Della regolata devozione dei cristiani propuso
una religiosidad que tomara de la Liturgia y de la Escritura su sustancia y se
mantuviese lejana de la superstición y de la magia. También fue iluminadora la
obra del papa Benedicto XIV (Prospero Lambertini) a quien se debe la importante
iniciativa de permitir el uso de la Biblia en lenguas vernáculas.
43. La Reforma católica había reforzado las estructuras y la unidad del rito
de la Iglesia Romana. De este modo, durante la gran expansión misionera del
siglo XVIII, se difundió la propia Liturgia y la propia estructura organizativa
en los pueblos en los que se anuncia el mensaje evangélico.
En el siglo XVIII, en los territorios de misión, la relación entre Liturgia y
piedad popular se plantea en términos similares, pero más acentuados que en
los siglos XVI y XVII:
- la Liturgia mantiene intacta su fisonomía romana, porque, en parte por temor
de consecuencias negativas para la fe, no se plantea casi el problema de la
enculturación – hay que mencionar los meritorios esfuerzos de Mateo Ricci con
la cuestión de los Ritos chinos, y de Roberto De’ Nobili con los Ritos hindúes-,
y por esto, al menos en parte, se consideró esta Liturgia extraña a la cultura
autóctona;
- la piedad popular por una parte corre el riesgo de caer en el sincretismo
religioso, especialmente donde la evangelización no ha entrado en profundidad;
por otra parte, se hace cada vez más autónoma y madura: no se limita a
proponer los ejercicios de piedad traídos por los evangelizadores, sino que
crea otros, con la impronta de la cultura local
La Época contemporánea
44. En el siglo XIX, una vez superada la crisis de la revolución francesa, que
en su propósito de hacer desaparecer la fe católica se opuso claramente al
culto cristiano, se advierte un significativo renacimiento litúrgico.
Dicho renacimiento fue precedido y preparado por una afirmación vigorosa de la
eclesiología que presentaba a la Iglesia no sólo como una sociedad jerárquica,
sino también como pueblo de Dios y comunidad cultual. Junto con este despertar
eclesiológico hay que resaltar, como precursores del renacimiento litúrgico,
el florecimiento de los estudios bíblicos y patrísticos, la tensión eclesial
y ecuménica de hombres como Antonio Rosmini (+1855) y John Henry Newman
(+1890).
En el proceso de renacimiento del culto litúrgico se debe mencionar
especialmente la obra del abad Prosper Guéranger (+1875), restaurador del
monacato en Francia y fundador de la abadía de Solesmes: su visión de la
Liturgia está penetrada de amor a la Iglesia y a la tradición; sin embargo su
respeto a la Liturgia romana, considerada como factor indispensable de unidad,
le lleva a oponerse a expresiones litúrgicas autóctonas. El renacimiento litúrgico
promovido por él, tiene el mérito de no ser un movimiento académico, sino que
trata de hacer de la Liturgia la expresión cultual, sentida y participada, de
todo el pueblo de Dios.
45. Durante el siglo XIX no se produce sólo el despertar de la Liturgia, sino
también, y de manera autónoma, un incremento de la piedad popular. Así, el
florecer del canto litúrgico coincide con la creación de nuevos cantos
populares; la difusión de subsidios litúrgicos, como los misales bilingües
para uso de los fieles, viene acompañada de la proliferación de devocionarios.
La misma cultura del romanticismo, que valora de nuevo el sentimiento y los
aspectos religiosos del hombre, favorece la búsqueda, la comprensión y la
estima de lo popular, también en el campo del culto.
En este mismo siglo se asiste a un fenómeno gran alcance: expresiones de culto
locales, nacidas por iniciativa popular, y referidas a sucesos prodigiosos –
milagros, apariciones...- obtienen posteriormente un reconocimiento oficial, el
favor y la protección de las autoridades eclesiásticas y son asumidas por la
misma Liturgia. En este sentido es característico el caso de diversos
santuarios, meta de peregrinaciones, centros de Liturgia penitencial y eucarística
y lugares de piedad mariana.
Sin embargo, en el siglo XIX la relación entre la Liturgia, que se encuentra en
un periodo de renacimiento, y la piedad popular, en fase de expansión, está
afectada por un factor negativo: se acentúa el fenómeno, que ya se daba en la
Reforma católica, de superposición de ejercicios de piedad con las acciones
litúrgicas.
46. Al comienzo del siglo XX el Papa san Pío X (1903-1914) se propuso acercar a
los fieles a la Liturgia, hacerla "popular". Pensaba que los fieles
adquieren el "verdadero espíritu cristiano" bebiendo de "la
fuente primera e indispensable, que es la participación activa en los
sacrosantos misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia".
Con esto San Pío X contribuyó autorizadamente a afirmar la superioridad
objetiva de la Liturgia sobre toda otra forma de piedad; rechazó la confusión
entre la piedad popular y la Liturgia e, indirectamente, favoreció la clara
distinción entre los dos campos, y abrió el camino que conduciría a una justa
comprensión de su relación mutua.
De este modo surgió y se desarrolló, gracias a las aportaciones de hombres
eminentes por su ciencia, piedad y pasión eclesial, el movimiento litúrgico,
que tuvo un papel notable en la vida de la Iglesia del siglo XX, y en él los
Sumos Pontífices han reconocido el aliento del Espíritu. El objetivo último
de los que animaron el movimiento litúrgico era de índole pastoral: favorecer
en los fieles la comprensión, y consiguientemente el amor por la celebración
de los sagrados misterios, renovar en ellos la conciencia de pertenecer a un
pueblo sacerdotal (cfr. 1 Pe 2,5).
Se entiende que algunos de los exponentes más estrictos del movimiento litúrgico
vieran con desconfianza las manifestaciones de la piedad popular y encontraran
en ellas una causa de la decadencia de la Liturgia. Estaban ante sus ojos los
abusos provocados por sobreponer ejercicios de piedad a la Liturgia, o incluso
la sustitución de la misma con expresiones cultuales populares. Por otra parte,
con el objetivo de renovar la pureza del culto divino, miraban, como a un modelo
ideal, la Liturgia de los primeros siglos de la Iglesia, y, consiguientemente,
rechazaban, a veces de manera radical, las expresiones de la piedad popular, de
origen medieval o nacidas en la época postridentina.
Pero este rechazo no tenía en cuenta de manera suficiente el hecho de que las
expresiones de piedad popular, con frecuencia aprobadas y recomendadas por la
Iglesia, habían sostenido la vida espiritual de muchos fieles, habían
producido frutos innegables de santidad, y habían contribuido en gran medida, a
salvaguardar la fe y a difundir el mensaje cristiano. Por esto, Pío XII, en el
documento programático con el que asumía la guía del movimiento litúrgico,
la encíclica Mediator Dei del 21 de Noviembre de 1947, frente al citado rechazo
defendía los ejercicios de piedad, con los cuales, en cierta medida, se había
identificado la piedad católica de los últimos siglos.
Sería misión del Concilio ecuménico Vaticano II, mediante la Constitución
Sacrosanctum Concilium, definir en sus justos términos la relación entre la
Liturgia y la piedad popular, proclamando el primado indiscutible de la santa
Liturgia y la subordinación a la misma de los ejercicios de piedad, aunque
recordando la validez de estos últimos.
Liturgia y piedad popular: problemática actual
47. Del cuadro histórico que hemos trazado aparece claramente que la cuestión
de la relación entre Liturgia y piedad popular no se plantea sólo hoy: a lo
largo de los siglos, aunque con otros nombres y de manera diversa, se ha
presentado más veces y se le han dado diversas soluciones. Es necesario ahora,
desde lo que enseña la historia, sacar algunas indicaciones para responder a
los interrogantes pastorales que se presentan hoy con fuerza y urgencia.
Indicaciones de la historia: causas del desequilibrio
48. La historia muestra, ante todo, que la relación entre Liturgia y piedad
popular se deteriora cuando en los fieles se debilita la conciencia de algunos
valores esenciales de la misma Liturgia. Entre las causas de este debilitamiento
se pueden señalar:
- escasa conciencia o disminución del sentido de la Pascua y del lugar central
que ocupa en la historia de la salvación, de la cual la Liturgia cristiana es
actualización; donde esto sucede los fieles orientan su piedad, casi de manera
inevitable, sin tener cuenta de la "jerarquía de las verdades", hacia
otros episodios salvíficos de la vida de Cristo y hacia la Virgen Santísima,
los Ángeles y los Santos;
- pérdida del sentido del sacerdocio universal en virtud del cual los fieles
están habilitados para "ofrecer sacrificios agradables a Dios, por medio
de Jesucristo" (1 Pe 2,5; cfr. Rom 12,1) y a participar plenamente, según
su condición, en el culto de la Iglesia; este debilitamiento, acompañado con
frecuencia por el fenómeno de una Liturgia llevada por clérigos, incluso en
las partes que no son propias de los ministros sagrados, da lugar a que a veces
los fieles se orienten hacia la práctica de los ejercicios de piedad, en los
cuales se consideran participantes activos;
- el desconocimiento del lenguaje propio de la Liturgia - el lenguaje, los
signos, los símbolos, los gestos rituales...-, por los cuales los fieles
pierden en gran medida el sentido de la celebración. Esto puede producir en
ellos el sentirse extraños a la celebración litúrgica; de este modo tienden fácilmente
a preferir los ejercicios de piedad, cuyo lenguaje es más conforme a su formación
cultural, o las devociones particulares, que responden más a las exigencias y
situaciones concretas de la vida cotidiana.
49. Cada uno de estos factores, que no raramente se dan a la vez en un mismo
ambiente, produce un desequilibrio en la relación entre Liturgia y piedad
popular, en detrimento de la primera y para empobrecimiento de la segunda. Por
lo tanto se deberán corregir mediante una inteligente y perseverante acción
catequética y pastoral.
Por el contrario, los movimientos de renovación litúrgica y el crecimiento del
sentido litúrgico en los fieles dan lugar a una consideración equilibrada de
la piedad popular en relación con la Liturgia. Esto se debe estimar como un
hecho positivo, conforme a la orientación más profunda de la piedad cristiana.
A la luz de la Constitución sobre Liturgia
50. En nuestro tiempo la relación entre Liturgia y piedad popular se considera
sobre todo a la luz de las directrices contenidas en la Constitución
Sacrosanctum Concilium, las cuales buscan una relación armónica entre ambas
expresiones de piedad, aunque la segunda está objetivamente subordinada y
orientada a la primera.
Esto quiere decir, en primer lugar, que no se debe plantear la relación entre
Liturgia y piedad popular en términos de oposición, pero tampoco de equiparación
o de sustitución. De hecho, la conciencia de la importancia primordial de la
Liturgia y la búsqueda de sus expresiones más auténticas no debe llevar a
descuidar la realidad de la piedad popular y mucho menos a despreciarla o a
considerarla superflua o incluso nociva para la vida cultual de la Iglesia.
La falta de consideración o de estima por la piedad popular, pone en evidencia
una valoración inadecuada de algunos hechos eclesiales y parece provenir más
bien de prejuicios ideológicos que de la doctrina de la fe. Dicho planteamiento
provoca una actitud que:
- no tiene en cuenta que la piedad popular es también una realidad eclesial
promovida y sostenida por el Espíritu, sobre la cual el Magisterio ejerce su
función de autentificar y garantizar;
- no considera suficientemente los frutos de gracia y de santidad que ha
producido la piedad popular y que continúa produciendo en la Iglesia;
- no raras veces es expresión de una búsqueda ilusoria de una "Liturgia
pura", la cual, además de la subjetividad de los criterios con los que se
establece la "puritas", es - como enseña la experiencia secular - más
una aspiración ideal que una realidad histórica;
- se confunde un elemento noble del espíritu humano, esto es, el sentimiento,
que penetra legítimamente muchas expresiones de la piedad litúrgica y de la
piedad popular, con su degeneración, esto es, el sentimentalismo.
51. Sin embargo, en la relación entre Liturgia y piedad popular a veces se
presenta el fenómeno opuesto, es decir, tal valoración de la piedad popular
que en la práctica va en detrimento de la Liturgia de la Iglesia.
No se puede silenciar que donde suceda tal cosa, sea por una situación de
hecho, sea por una opción doctrinal deliberada, se produce una grave desviación
pastoral: la Liturgia no sería ya "la cumbre a la cual tiende la actividad
de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza",
sino una expresión cultual considerada como algo ajeno a la comprensión y a la
sensibilidad del pueblo y que, de hecho, resulta descuidada y relegada a un
segundo lugar, o reservada para grupos particulares.
52. La intención encomiable de acercar al hombre contemporáneo, sobre todo al
que no ha recibido suficiente formación catequética, al culto cristiano y la
dificultad que se constata en determinadas culturas, para asimilar algunos
elementos y estructuras de la Liturgia, no debe dar lugar a una desvalorización
teórica o práctica de la expresión primaria y fundamental del culto litúrgico.
De este modo, en lugar de afrontar con visión de futuro y perseverancia las
dificultades reales, se piensa que se pueden resolver de una manera simplista.
53. Donde los ejercicios de piedad se practican en perjuicio de las acciones litúrgicas,
se suelen escuchar afirmaciones como:
- la piedad popular es un ámbito adecuado para celebrar de manera libre y
espontánea la "Vida" en sus múltiples expresiones; la Liturgia, en
cambio, centrada en el "Misterio de Cristo" es anamnética por su
propia naturaleza, inhibe la espontaneidad y resulta repetitiva y formalista;
- la Liturgia no consigue que los fieles se vean implicados en la totalidad de
su ser, en su corporeidad y en su espíritu; la piedad popular, en cambio, al
hablar directamente al hombre, lo implica en su cuerpo, corazón y espíritu;
- la piedad popular es un espacio real y auténtico para la vida de oración: a
través de los ejercicios de piedad el fiel entra en verdadero diálogo con el
Señor, con palabras que comprende plenamente y que siente como propias; la
Liturgia, por el contrario, al poner en sus labios palabras que no son suyas, y
que resultan con frecuencia extrañas a su cultura, más que un medio resulta un
impedimento para la vida de oración;
- la ritualidad con la que se expresa la piedad popular es percibida y acogida
por el fiel, porque hay una correspondencia entre su mundo cultural y el
lenguaje ritual; la ritualidad propia de la Liturgia, en cambio, no se
comprende, porque sus modos de expresión provienen de un mundo cultural que el
fiel siente como algo distinto y lejano.
54. En estas afirmaciones se acentúa de modo exagerado y dialéctico la
diferencia que - no se puede negar - existe en algunas áreas culturales entre
las expresiones de la Liturgia y las de la piedad popular.
Es cierto, sin embargo, que donde se sostienen estas opiniones, el concepto auténtico
de Liturgia cristiana está gravemente comprometido, si no vaciado del todo de
sus elementos esenciales.
Contra tales opiniones hay que recordar la palabra grave y meditada del último
Concilio ecuménico: "toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo
sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia,
cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna
otra acción de la Iglesia"
55. La exaltación unilateral de la piedad popular, sin tener en cuenta la
Liturgia, no es coherente con el hecho de que los elementos constitutivos de
esta última se remontan a la voluntad de mismo Jesús de instituirlos, y no
subraya, como se debe, su insustituible valor soteriológico y doxológico.
Después de la Ascensión del Señor a la gloria del Padre y el don del Espíritu,
la perfecta glorificación de Dios y la salvación del hombre se realizan
principalmente a través de la celebración litúrgica, la cual exige la adhesión
de la fe e introduce al creyente en el evento salvífico fundamental: la Pasión,
Muerte y Resurrección de Cristo (cfr. Rom 6,2-6; 1 Cor 11,23-26).
La Iglesia, en la autocomprensión de su misterio y de su acción cultual y salvífica,
no duda en afirmar que "mediante la Liturgia se ejerce la obra de nuestra
Redención, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía"; esto no
excluye la importancia de otras formas de piedad.
56. La falta de estima, teórica o práctica, por la Liturgia conduce
inevitablemente a oscurecer la visión cristiana del misterio de Dios, que se
inclina misericordiosamente sobre el hombre caído para acercarlo a sí,
mediante la encarnación del Hijo y el don del Espíritu Sano; a no percibir el
significado de la historia de la salvación y la relación que existe entre la
Antigua y la Nueva Alianza; a subestimar la Palabra de Dios, única Palabra que
salva, de la cual se nutre y a la que se refiere continuamente la Liturgia; a
debilitar en el espíritu de los fieles la conciencia del valor de la obra de
Cristo, Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María, el solo Salvador y único
Mediador (1 Tim 2,5; Hech 4,12); a perder el sensus Ecclesiae.
57. El acento exclusivo en la piedad popular, que por otra parte - como ya se ha
dicho - se debe mover en el ámbito de la fe cristiana, puede favorecer un
alejamiento progresivo de los fieles respecto a la revelación cristiana y la
reasunción indebida o equivocada de elementos de la religiosidad cósmica o
natural; puede introducir en el culto cristiano elementos ambiguos, procedentes
de creencias pre-cristianas, o simplemente expresiones de la cultura y psicología
de un pueblo o etnia; puede crear la ilusión de alcanzar la trascendencia
mediante experiencias religiosas viciadas; puede comprometer el auténtico
sentido cristiano de la salvación como don gratuito de Dios, proponiendo una
salvación que sea conquista del hombre y fruto de su esfuerzo personal (no se
debe olvidar el peligro, con frecuencia real, de la desviación pelagiana);
puede, finalmente, hacer que la función de los mediadores secundarios, como la
Virgen María, los Ángeles y los Santos, e incluso los protagonistas de la
historia nacional, suplanten en la mentalidad de los fieles el papel del único
Mediador, el Señor Jesucristo.
58. Liturgia y piedad popular son dos expresiones legítimas del culto
cristiano, aunque no son homologables. No se deben oponer, ni equiparar, pero sí
armonizar, como se indica en la Constitución litúrgica: "Es preciso que
estos mismos ejercicios (de piedad popular) se organicen teniendo en cuenta los
tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada Liturgia, en
cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia,
por su naturaleza, está muy por encima de ellos".
Así pues, Liturgia y piedad popular son dos expresiones cultuales que se deben
poner en relación mutua y fecunda: en cualquier caso, la Liturgia deberá
constituir el punto de referencia para "encauzar con lucidez y prudencia
los anhelos de oración y de vida carismática" que aparecen en la piedad
popular; por su parte la piedad popular, con sus valores simbólicos y
expresivos, podrá aportar a la Liturgia algunas referencias para una verdadera
enculturación, y estímulos para un dinamismo creador eficaz.
La importancia de la formación
59. A la luz de todo lo que se ha recordado, el camino para que desaparezcan los
motivos de desequilibrio o de tensión entre Liturgia y piedad popular es la
formación, tanto del clero como de los laicos. Junto a la necesaria formación
litúrgica, tarea a largo plazo, que siempre se debe redescubrir y profundizar,
es necesario como complemento para conseguir una rica y armónica
espiritualidad, cultivar la formación en lo referente a la piedad popular.
Realmente, dado que "la vida espiritual no se agota con la sola participación
en la Liturgia", limitarse exclusivamente a la educación litúrgica no
llena todo el campo del acompañamiento y crecimiento espiritual. Por lo demás,
la acción litúrgica, en especial la participación en la Eucaristía, no puede
penetrar en una vida carente de oración personal y de valores comunicados por
las formas tradicionales de piedad del pueblo cristiano. La vuelta propia de
nuestros días a prácticas "religiosas" de procedencia oriental, con
diversas reelaboraciones, es una muestra de un deseo de espiritualidad del
existir, sufrir y compartir. Las generaciones posconciliares - según los
diversos países - no tienen experiencia de las formas de devoción que tenían
las generaciones anteriores: por esto la catequesis y las actividades educativas
no pueden descuidar, al proponer una espiritualidad viva, la referencia al
patrimonio que representa la piedad popular, especialmente los ejercicios de
piedad recomendados por el Magisterio.