PREFACIO
AL DOCUMENTO DE LA COMISIÓN BIBLICA
El
estudio de la Biblia es, de algún modo, el alma de la teología, dice el
Concilio Vaticano II (Dei Verbum, 24), en conexión con una frase de León XIII.
Tal estudio no está nunca completamente concluido: cada época tendrá que
buscar nuevamente, a su modo, la comprensión de los libros sagrados. En la
historia de la interpretación, el surgimiento del método histórico-crítico
significó el comienzo de una nueva época. Con él se abrían nuevas
posibilidades de comprender la palabra bíblica en su sentido original. Como
todas las cosas humanas, también este método implica riesgos, a pesar de sus
positivas posibilidades: la búsqueda del sentido original puede conducir a
trasponer completamente la palabra en el pasado, de modo que no se la perciba ya
en su dimensión presente. Puede conducir a que solamente la dimensión humana
de la palabra aparezca como real, mientras el verdadero autor, Dios, se escapa a
la percepción de un método que ha sido elaborado precisamente para la
comprensión de cosas humanas. La aplicación de un método "profano"
a la Biblia debía de suscitar confrontaciones.
Todo
lo que contribuye a reconocer mejor la verdad, y a disciplinar las propias
perspectivas, es una valiosa ayuda para la teología. En tal sentido era justo
que el método tuviera acceso al trabajo de aquella. Todos los límites de
nuestro horizonte, que nos impiden mirar y escuchar más allá de lo meramente
humano, deben ser superados. Así, el surgimiento del método histórico-crítico
ha puesto en movimiento un esfuerzo para determinar sus alcances y su
estructura, que de ningún modo está concluido aún.
En
este esfuerzo, el Magisterio de la Iglesia católica ha tomado posición más de
una vez con importantes documentos. Primeramente León XIII, con la encíclica
Providentissimus Deus del 18 de noviembre de 1893, ha señalado algunas marcas
en el mapa de la exégesis. En la época de la aparición de un liberalismo
extremadamente seguro de sí mismo y hasta dogmático, León XIII se expresaba
de manera prevalentemente crítica, sin excluir, sin embargo, lo positivo de las
nuevas posibilidades. Cincuenta años más tarde, Pío XII, en su encíclica
Divino afflante Spiritu del 30 de setiembre de 1943, y sobre el fundamento del
trabajo de grandes exegetas católicos, animaba positivamente a hacer
fructificar los métodos modernos para la comprensión de la Biblia. La
constitución del Concilio Vaticano II, Dei Verbum, del 18 de noviembre de 1965,
sobre la divina revelación, retomó todas estas enseñanzas, y nos ha dejado
una síntesis entre las perspectivas permanentes de la teología de los Padres y
los nuevos logros metodológicos de la era moderna, que continúa siendo
vigente.
Entre
tanto, el horizonte metodológico del trabajo exegético se ha ampliado de un
modo tal, como no era previsible hace treinta años. Nuevos métodos y nuevos
acercamientos se ofrecen, desde el estructuralismo hasta la exégesis
materialista, psicoanalítica y liberacionista. Por otra parte, hay también
nuevos intentos de recuperar los métodos de la exégesis de los Padres de la
Iglesa, y de explotar formas renovadas de una exposición espiritual de la
Escritura.
La
Pontificia Comisión Bíblica ha considerado un deber, cien años después de
Providentissimus Deus y cincuenta años después de Divino afflante Spiritu,
procurar definir una posición de exégesis católica en la situación presente.
La Pontificia Comisión Bíblica no es, conforme a su nueva estructura después
del Concilio Vaticano II, un órgano del Magisterio, sino una comisión de
especialistas que, como exegetas creyentes, y conscientes de su responsabilidad
científica y eclesial, toman posición frente a problemas esenciales de la
interpretación de la Escritura, apoyados por la confianza que en ellos deposita
el Magisterio.
De
este modo ha surgido el presente documento, que propone una visión de conjunto
bien fundada sobre el panorama de los métodos presentes, y ofrece así
orientación sobre las posibilidades y límites de estos caminos. Suponiendo
todo esto, el documento se pregunta luego cómo se puede reconocer el sentido de
la Escritura, ese sentido en el cual se compenetran la palabra humana y la
palabra divina, el carácter único del acontecimiento histórico y el carácter
permanente de la palabra eterna, contemporánea a todo momento. La palabra bíblica
viene desde un pasado real, pero no solamente desde el pasado, sino al mismo
tiempo desde la eternidad de Dios. Nos conduce hacia la eternidad de Dios, pero,
una vez más, por el camino del tiempo, al cual corresponden pasado, presente y
futuro.
Creo
que el documento es verdaderamente útil para resolver la gran cuestión del
camino justo para comprender la Sagrada Escritura, y ofrece elementos que nos
hacen avanzar en nuestra comprensión. El documento retoma las líneas de las
encíclicas de 1893 y 1943 y las prolonga fructuosamente.
A
los miembros de la Comisión Bíblica quisiera agradecer por la tarea, paciente
y con frecuencia fatigosa, en la cual el texto ha crecido poco a poco. Auguro
una amplia divulgación al documento, de modo que sea una colaboración
eficiente en la búsqueda de una apropiación más profunda de la palabra de
Dios en la Sagrada Escritura.
Roma,
en la fiesta del evangelista san Mateo, 1993.
CARD. JOSEPH RATZINGER