EL TERCER MILENIO COMO DESAFÍO PASTORAL
(Informe CELAM)

 

3.- UNA PASTORAL DE FUTURO

3.1. Una autoevaluación del trabajo pastoral
3.1.1. Hacia una Iglesia como pueblo de Dios
3.1.2. Hacia un discurso más evangélico
3.1.3. Hacia un servicio actualizado a la sociedad contemporánea
3.1.4. Hacia una pastoral renovada
3.1.5. Hacia una recuperación del gesto

3.2. Algunas actitudes para la acción pastoral
3.2.1. El Evangelio como pregunta
3.2.2. Una pastoral propositiva
3.2.3. Interpelar el corazón
3.2.4. Perfil de una Iglesia misionera

3.3. Nuestro compromiso con la sociedad latinoamericana
3.3.1. Nuestro mensaje: Jesús el Cristo es vida plena para todos
3.3.2. Nuestro ejemplo: una Iglesia reconciliada
3.3.3. Nuestro servicio: la defensa de los marginados
3.3.4. Nuestra petición: la reconsideración de la deuda externa
3.3.5. Nuestro signo: una comunidad solidaria

3.4. Perdón y Esperanza



Es del todo indispensable percatarse de los procesos presentes en nuestras sociedades porque, de otra manera, se corre el peligro de una acción pastoral que no responda a las actuales preocupaciones y las hondas aspiraciones de las personas de nuestros tiempos. Además, la acción eclesial no puede reducirse a un reaccionar frente a los hechos consumados, sino es de primera importancia saber prever y acompañar estos procesos de cambio e influir para que signifiquen una mayor y auténtica realización de la persona humana en sociedad.

Evidentemente, todo cambio puede ser desconcertante. Pero en nuestro escenario continental es especialmente inspiradora la palabra del Profeta Isaías pronunciada en medio de la experiencia del exilio, cuando Israel ni siquiera vislumbraba el tiempo de regreso. "El Señor, el Dios Santo de Israel, el que les dio la libertad, dice: Para salvarlos a ustedes mandaré gente a Babilonia y haré abrir todas las puertas, y la alegría de los caldeos se convertirá en dolor. Yo soy el Señor, el creador de Israel, el Dios Santo y rey de ustedes. El Señor abrió un camino a través del mar, un sendero por entre las aguas impetuosas (...). Ahora dice el Señor a su pueblo: Ya no recuerdes el ayer, no pienses más en cosas del pasado. Yo voy a hacer algo nuevo, y verás que ahora mismo va a aparecer. Voy a abrir un camino en el desierto y ríos en la tierra estéril (...) porque hago brotar agua en el desierto, ríos en la tierra estéril, para dar a beber a mi pueblo elegido, el pueblo que he formado para que proclame mi alabanza"(1).

Dios ha conducido la historia en el pasado al abrir caminos en el mar y firmemente creemos que hoy día la sigue conduciendo creativamente. ¡Basta ya de quejas y de que todo tiempo pasado fue mejor! ¿Es el pasado más sagrado que su dueño, el Señor de la historia, que aún sigue presente entre nosotros? El que fija su mirada en el pasado se hace estatua de sal(2); hay que mirar hacia adelante y dejar que los muertos entierren a los muertos(3). Hay que abrir los ojos y fijar la vista en lo que Dios está creando en nuestros días. Hay que descubrir los brotes nuevos que Dios hace germinar en el desierto. Esta es la actitud esperanzada que nace de la confianza en Dios y su promesa, y que no tiene nada que ver con un ingenuo optimismo que desconoce la realidad como tampoco con el recurrente pesimismo con el que a veces se analiza la realidad.

Pero el paso no es mágico. Es un tiempo de parto, y en los partos hay expectativa, hay temores, hay contradicciones. Y por más que se quieran suprimir los dolores, nadie llega al mundo sin gemir. Por consiguiente, con responsabilidad en la misión que se nos ha sido confiada como discípulos de Jesús el Cristo y como miembros de su Iglesia, deseamos proponer algunas líneas pastorales de cara al año dos mil.

3.1. Una autoevaluación del trabajo pastoral

Antes de proponer hay que autoevaluar. En medio de la crisis generalizada de las instituciones públicas, la Iglesia sigue siendo la institución que goza de credibilidad en nuestras sociedades. Ciertamente, esta comprobación es consoladora y refleja la enorme entrega de tantos laicos, religiosas y religiosos, sacerdotes y obispos. Esto no impide que reconozcamos nuestras limitaciones.

Nuestro profundo amor a la Iglesia y nuestra admiración agradecida por la abnegada labor de tantos agentes pastorales no nos exime de una seria autoevaluación, porque el paso al Tercer Milenio constituye un verdadero Jubileo en la medida que entramos en un proceso de autocrítica y de conversión, de reconocimiento de nuestras limitaciones y del poder de Dios.

Si invitamos a todos los miembros de nuestras sociedades a un diálogo, queremos dar ejemplo y estar dispuestos a reconocer nuestras fallas.(4). Deseamos tomar en serio las palabras del Papa Juan Pablo II cuando afirma que la Iglesia "no puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy"(5).

En el fondo, este proceso nos hace crecer en la fe y en el testimonio de Dios, porque estamos convencidos de que el gran Protagonista en la labor de evangelización es Dios(6) y de que Él actúa también en medio de nuestras limitaciones. "Llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros"(7).

3.1.1. Hacia una Iglesia como pueblo de Dios

Aunque crece la convicción de que todos somos Iglesia y entre todos compartimos su misión en el mundo(8), sin embargo en la vida cotidiana por la palabra Iglesia se sigue designando a los Obispos, Presbíteros y los miembros de la Vida Consagrada. Todos ellos, y sólo ellos, en su individualidad son considerados de hecho como los símbolos públicos de la Iglesia.

Por un lado, la mayor parte de los bautizados no toman aún plena conciencia de su responsabilidad en la misión de la Iglesia: no se sienten católicos comprometidos, miembros plenos de la Iglesia(9); pero, por otra parte, también persiste aún una mentalidad clericalista que impide una contribución propiamente laical en la tarea de la evangelización. Los esfuerzos para promover y formar a los laicos, con demasiada frecuencia, se dedican principalmente a lograr su participación y su compromiso al interior de la Iglesia y no a la transformación de la sociedad, que es su campo específico de realización cristiana(10).

Es preciso volver a la categoría conciliar de la Iglesia como pueblo de Dios(11), destacando la igual dignidad de todos sus miembros en la diversidad de los ministerios(12), de manera que entre todos asumamos nuestra condición de Iglesia, cada cual según su vocación particular. Al respecto, el término "laicado" tiene la desventaja de entenderse negativamente (como no-sacerdote) y relegar a la gran mayoría que constituye la comunidad(13) a un papel meramente pasivo. Es necesario recuperar la visión del Sínodo de los Laicos en el que se puso énfasis en la condición común del cristiano como sujeto activo de comunión y agente dinámico de la misión.(14)

3.1.2. Hacia un discurso más evangélico

El lenguaje oficial de la Iglesia no siempre es comprendido por los miembros de la comunidad como tampoco por la sociedad contemporánea. Se reitera que el texto del Evangelio es más claro, mientras el discurso eclesial es para teólogos y sacerdotes. Además, en una cultura de la imagen, el mensaje eclesial se limita casi exclusivamente a la palabra escrita.

En algunos fieles desanima la imagen de una Iglesia que se siente derrotada por las fuerzas del mundo y más bien expresa en sus declaraciones oficiales una nostalgia por un pasado más claro y más ordenado, cuando se está viviendo en un tiempo de cambios profundos e irreversibles. Algunas afirmaciones eclesiales se perciben como un dejar constancia de más que unas propuestas constructivas y esperanzadoras que acompañan la sociedad en el camino hacia el futuro.

Algunas voces dentro de la Iglesia jerárquica tienden a aparecer frente a la sociedad como temerosas de todo cambio y, a lo máximo, los soportan porque no tienen alternativa. ¿No será, se pregunta, que la Iglesia peca de un grado de pesimismo y considera todo lo nuevo como malo por el simple hecho de ser nuevo, que lo moderno es simple y llanamente un fracaso? ¿Está la Iglesia creando para sí y para la sociedad, debido a su peso social, un ambiente de derrota?

A primera vista, los actuales valores culturales parecen contradecir los valores tradicionales del cristianismo. Por consiguiente, puede haber una tendencia a denunciar y a condenar, sin haber sabido siempre redefinir estos conceptos modernos. Se siente la falta de un serio y profundo trabajo de una evangelización de los tiempos actuales desde ellos mismos. A pesar de que cada uno vive una fe inculturada, tenemos que analizar lo nuevo desde la originalidad de la fe y no desde nuestra cultura, a fin de desarrollar un discurso más evangélico.

Así, por ejemplo, ¿cómo recuperar lo valioso y lo positivo de la eficiencia? El Evangelio ofrece un auténtico concepto revolucionario de la eficiencia en términos de la salvación desde el reverso de la historia. ¿Por qué no pensar la eficiencia en términos de compartir con el otro en vez que de competir con él, y, de esta manera, otorgar más consistencia antropológica al concepto de eficiencia? ¿Por qué no entender la riqueza como un compartir con el otro en vez de un simple acumular de bienes materiales para uno mismo?

En una época de privatizaciones pareciera que el discurso eclesial también tiende a veces a marcar su acento sobre lo privado cuando privilegia algunas temáticas (la familia, las relaciones prematrimoniales, el uso del preservativo, etc.). Sin negar la evidente y vital importancia de lo privado, que sólo se opone a lo social cuando se entiende en términos de un individualismo cerrado en sí mismo, se echa de menos un discurso más incisivo sobre los problemas sociales (la creciente pobreza, el hambre, la discriminación, etc.) por parte de una Iglesia que tradicionalmente lo ha sostenido y mediante ello cuestionado profundamente a la sociedad de nuestros países.

3.1.3. Hacia un servicio actualizado a la sociedad contemporánea

Algunos sostienen que la Iglesia está presente pero llega tarde; así cura heridas pero no las evita. Otros sienten que la Iglesia les ha ayudado a cruzar el río, pero ella se ha quedado al otro lado.

En épocas anteriores se asistió al conflicto entre el Estado y la Iglesia; en nuestros días pareciera que el conflicto se estableció entre la Iglesia y la sociedad. La Iglesia levanta su voz crítica contra la sociedad: se considera como parte de su misión y se acepta. La Iglesia se siente incómoda frente y en medio de la democracia: se pregunta por qué. ¿Consideran las autoridades eclesiales que el pluralismo es un fenómeno primariamente negativo y peligroso en cuanto simple expresión del relativismo, o se acepta que el pluralismo es también un don y una fuente de crecimiento en el respeto por el otro? ¿Por qué se juzga el pluralismo sólo por sus riesgos sin asumir sus grandes beneficios?

Muchas veces se critica a la Iglesia que tiende a advertir contra, sin hacerse cargo de, los problemas de la sociedad. No se cuestiona tanto lo que el discurso denuncia sino se pregunta por la efectividad de ella cuando no se acompaña con una propuesta consecuente. Los temores planteados son considerados razonables pero se duda del estilo pedagógico, de su conformidad con los tiempos actuales. A veces la percepción resultante es de una institución no tan sólo conservadora sino, más grave aún, se cuestiona su relevancia para la sociedad contemporánea.

3.1.4. Hacia una pastoral renovada

En la actualidad existe un amplio consenso en torno a la necesaria flexibilización de las instituciones sociales porque estamos en una época de cambios con una ausencia de paradigmas apropiados para nuestros tiempos. Se insiste en afirmar que no existen absolutos sociales porque las instituciones tienen que responder a las necesidades de cada época y, por ello, que algunos ámbitos tradicionales ya no resisten hoy. Así se están efectuando cambios en los sectores de la salud, de la educación, de la estructura salarial, etc. Sin embargo, ¿está dispuesta la Iglesia a cuestionar sus propias estructuras institucionales en continuidad con sus fundamentos evangélicos? Así, por ejemplo, ¿cómo reconocer oficial y estructuralmente el rol ya existente de la mujer en la Iglesia? ¿cómo pensar los ministerios laicales en cuanto expresión del protagonismo laical dentro de la Iglesia? ¿cómo evitar la impresión de que algunas estructuras eclesiales se entienden más en términos de poder que de servicio?

La abrumadora mayoría de los habitantes de nuestro continente vive en la ciudad. La ciudad no es el campo. El entorno urbano es totalmente distinto al rural. Tanto es así que el cambio del campo a la ciudad resulta un proceso largo y muchas veces doloroso, de adaptación para el sujeto y la familia. Sin embargo, ¿se está aplicando una pastoral rural a una realidad totalmente urbana?

Mientras las sectas y los nuevos movimientos religiosos van en busca de las personas, la Iglesia tiende a esperar que la gente llegue a ella. ¿No habrá perdido la Iglesia, con el paso de los siglos, el impulso misionero?

3.1.5. Hacia una recuperación del gesto

En una cultura de la imagen se privilegia el gesto por encima de la palabra. La verbalización occidental ha ahogado por completo lo gestual, pero, por otra parte, la palabra ha sido devaluada y ha perdido socialmente su credibilidad. Sobran las palabras pero hacen falta los hechos concretos.

La sociedad actual exige el testimonio personal como condición de credibilidad social por encima de los meros discursos.(15) Al respecto, el Evangelio es testimonio concreto: "No todos los que me dicen: Señor, Señor, entrarán en el Reino de los Cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial"(16).

Es preciso recuperar los gestos evangelizadores de manera significativa para nuestros tiempos, de otra manera el gesto se torna ritualizante, con un vacío referencial, en la medida que no sea significativo (no dice nada) para la mentalidad de nuestros contemporáneos. La pura reiteración de los gestos del pasado, si no son comprendidos por - y en - la sociedad, dejan de ser portadores de la Buena Noticia. Por consiguiente, el impulso de una Nueva Evangelización tiene un componente gestual necesario.

3.2. Algunas actitudes para la acción pastoral

En la presente época de transición se hace necesario tener la vista puesta en el futuro, porque toda transición es un tiempo de posibilidades, pero sin garantía de rumbo ni una automática mejoría de la condición humana. Por consiguiente, hace falta una pastoral propositiva. En este contexto, la misión de la Iglesia es insustituible por la riqueza salvífica de su mensaje evangélico de que es portadora y debido a su significado social en nuestras sociedades.

Ciertamente, el contexto materialista y la motivación consumista fomentan una actitud de indiferentismo religioso. Pero vale la pena preguntarse si parte del indiferentismo no será también el resultado de una percepción de una religión legalista, individualista, ritualista y cultualista que se queda con lo exterior sin interpelar lo más profundo de la persona humana y de la sociedad ni relacionarse con las preocupaciones más reales y cotidianas.

3.2.1. El Evangelio como pregunta

En la acción evangelizadora se suele presentar a la Persona de Jesús como la respuesta frente a los desafíos que plantea la actual sociedad y los anhelos más profundos del hombre y de la mujer de nuestros días. Sin embargo, muchas veces somos testigos que esta respuesta cae en el vacío, mientras que otras veces resulta totalmente irrelevante. ¿Por qué?

Vale la pena preguntarse si en el contexto de nuestra sociedad la persona de Jesús constituye una respuesta o más bien una pregunta. Una respuesta es válida en cuanto se mueve en el mismo nivel y en el mismo contexto epistemológico de la pregunta. Pero cuando la pregunta trae una comprensión diferente del contexto en el cual se plantea la respuesta, entonces resulta evidente que para el oyente la respuesta del interlocutor resulta incomprensible y hasta irrelevante.

Así, a título de ejemplo, si la sociedad actual plantea como ideal de vida el éxito (como expresión máxima de autorealización individual) y nuestra respuesta evangelizadora es la Persona de Jesús, es totalmente comprensible que nuestra respuesta no satisface al oyente. La sociedad entiende por la palabra éxito una categoría en términos de posesión (tener dinero, tener fama, tener belleza, tener poder, …), es decir, es un éxito en términos del "tener" que implica una comprensión antropológica de la vida en el horizonte existencial del tener para ser.

Ahora bien, en este contexto, es totalmente evidente que la Persona de Jesús no constituye ninguna respuesta porque Jesús es la contradicción de esta manera de pensar. En el Evangelio el éxito se entiende en términos de servicio: soy más cristiano en cuanto crezco en el amor hacia el otro porque la ley del discípulo de Jesús es Aménse los unos a los otros como Yo les he amado(17). En otras palabras, mientras la sociedad entiende el éxito a partir de un referente egocéntrico (autorealización individual), el Evangelio lo comprende a partir de uno altruista (auto-realización en la auto-trascendencia). Entonces, en este contexto de dos mentalidades distintas (la sociedad y el Evangelio), la acción de la evangelización es más bien la de preguntar, poniendo en duda la respuesta de la sociedad sobre la auténtica realización de la persona humana. ¿Para el hombre y la mujer, de verdad consiste el éxito más profundo en tener más cosas (dinero, fama, belleza, poder, …)?

En este sentido el anuncio de la Persona de Jesús resulta ser una pregunta más que una respuesta a la sociedad actual, porque invierte su orden valórico. ¿No es esta la razón por la cual el Evangelio comienza con un desafío a convertirse? Se nos dice que Jesús proclama la Buena Nueva con las palabras El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Nueva(18).

La conversión consiste en entender y actuar de manera distinta (metanoía); sólo entonces es posible acercarse a la Persona de Jesús y comprender de alguna manera su mensaje. Nuestra misión es anunciar esta Buena Nueva mediante nuestro testimonio concreto y diario; un testimonio que cuestiona profundamente lo que la sociedad establece como lo normal. Esta es la revolución de la fe: hay otra manera de pensar y existe otro modo de proceder cuya fuente es el Evangelio. Este es nuestro mensaje para la sociedad de nuestros tiempos.

Evangelizar es cuestionar la pregunta de la sociedad y no imponer la propia respuesta que le resulta ajena. Evangelizar es cambiar la pregunta de la sociedad e invitar a entrar en el misterio de nuestra respuesta, porque - después de todo - nuestra respuesta es el misterio de la Persona de Jesús.

3.2.2. Una pastoral propositiva

Pero en la vida no es posible vivir sólo de preguntas porque la ausencia del camino que conduce a la respuesta produce una angustia existencial insoportable. También se necesitan, por lo tanto, respuestas que encaminan en la búsqueda constante del sentido de la vida y de la consecuente acción que la acompaña.

El Evangelio, de hecho, ya señala la pregunta correcta. Esto es esencial porque una respuesta es relevante en cuanto contesta a la pregunta. Así, el plantear de manera correcta la pregunta constituye un primer y fundamental paso en la búsqueda de la respuesta.

A la vez, el Evangelio, como encuentro con el Misterio, proporciona un horizonte donde encontrar las respuestas. Este marco doctrinal ha sido explicitado a lo largo de la historia por la presencia del Espíritu en la Tradición que nos ha sido transmitido por nuestros padres en la fe y confirmado por el Magisterio de la Iglesia.

Sin embargo, Dios no deja de hablar hoy. Es preciso descubrir su palabra en los capítulos de la historia que se están escribiendo en nuestros días. Los anhelos más profundos de nuestro pueblo ¿no conllevan también esta palabra viva de Dios?

Por consiguiente, la acción pastoral tiene que tomar en cuenta lo positivo que ya está presente en el pueblo de Dios y en la misma sociedad, construyendo sobre ello. Como Pastores tenemos que regar las semillas o, en otras palabras, ser capaces de hacer una lectura de los signos de los tiempos para hacernos cargo de la inculturación del Evangelio.

"La evangelización es, por consiguiente, este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y su ambiente concretos". Así, con la fuerza del Evangelio se alcanzan y se transforman "los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras, y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación"(19).

Por consiguiente, el desafío de la evangelización de nuestra sociedad requiere del: (a) Anuncio de la Persona de Jesús el Cristo (vuelta a la espiritualidad auténtica); (b) Presentación de la propuesta cristiana (orientaciones concretas para la acción a partir del Evangelio); (c) Dentro de este marco, y atendiendo a las necesidades reales de nuestro pueblo, destacar las semillas del Verbo y los valores ya presentes sobre los cuales construir el futuro para superar los problemas que agobian nuestra población; y (d) Privilegiar unas opciones pastorales para encaminar y consolidar el proceso histórico de la evangelización.

Seguramente serán opciones pastorales provisionales que habría que revisar periódicamente, pero opciones concretas, viables, entusiasmantes, testimoniales que identifican a la Iglesia como servidora creativa de la sociedad, sin miedo a denunciar a partir de una propuesta, pero en todo momento llenando de esperanza porque su fuerza viene de Dios.

3.2.3. Interpelar el corazón

La evangelización se dirige a la persona en su totalidad. Sin embargo, a veces resulta que nos dirigimos a la cabeza e interpelamos la voluntad pero no llegamos al corazón de la persona y de la sociedad.

El latinoamericano es esencialmente afectivo y no tiene vergüenza de expresar y celebrar esta dimensión de todo ser humano. Mira el mundo con el corazón. Por consiguiente, una evangelización que no llega a su corazón resulta, en palabras de Pablo VI, "decorativa, como un barniz superficial"(20), porque no penetra en lo más profundo.

No se trata de una evangelización afectiva que resulta superficial, sino una evangelización que penetre el corazón hasta que lo convierta radicalmente. Es decir, que la adhesión a la Persona de Jesús el Cristo inunde gradualmente el corazón y llegue a un verdadero enamoramiento; que el amor al prójimo no quede en palabras bonitas sino que se transforme en una verdadera pasión por el otro y su bienestar; que la fidelidad se traduzca en una entrega sin condiciones hasta que duela.

Una evangelización que llega al corazón, lo interpela profundamente, y lo transforma. Es un proceso único de recepción, conversión y expresión a partir de lo más auténtico. Jesús lloró por su amigo Lázaro(21), tuvo compasión ante la miseria humana(22), sintió miedo frente a la pasión(23), amó al joven rico y lo invitó a seguirlo(24), corrigió la falsa visión de los fariseos que sólo miraban lo exterior olvidándose que desde dentro del corazón nace el mal(25).

La evangelización asume la persona en su totalidad. El corazón enamorado de Dios fortalece y dirige la voluntad, guiando y alimentando el pensamiento. No se trata de un sentimentalismo superficial, barato ni confuso, sino de aceptar la dimensión afectiva de la persona humana, y de toda persona humana. El corazón intuye lo que posteriormente se pone por palabra; pero es el corazón que señala la profundidad de un impacto; un amor que no conoce las lágrimas ni las sonrisas, simplemente no es verdadero amor.

3.2.4. Perfil de una Iglesia misionera

Conscientes de nuestra responsabilidad frente a Dios y a la humanidad, y después de realizar una amplia consulta, vislumbramos un perfil de la Iglesia en la sociedad latinoamericana del siglo veintiuno.

Una Iglesia que asume el maravilloso misterio de la Encarnación de su Señor y por obra de Su Espíritu transmite un mensaje inculturado, comprensible y relevante para el ciudadano del Tercer Milenio. Por consiguiente, una Iglesia dispuesta a entrar en diálogo con la cultura, reconociendo las semillas de belleza y bondad que existen, descubriendo las claves de la cultura para desde ellas anunciar un mensaje alegre y entusiasmante. Así, se hace creíble cuando se hace necesario denunciar lo negativo porque su crítica no se confunde con una actitud reticente ante lo nuevo.

Una Iglesia fruto del Señor Resucitado que con ardor misionero(26) no se queda encerrada en los templos ni en los hogares sino que sale a buscar al otro con profunda alegría, lo acoge en la familia de los hijos y de las hijas de Dios y le hace un lugar, porque siente la necesidad de compartir la Buena Noticia, con una actitud de diálogo frente al otro y dispuesta a aprender de lo valioso que hay en el otro.

Una Iglesia que sigue recorriendo los caminos de Emaús(27), para ayudar a descubrir el sentido de la vida, con la sola fuerza de la Palabra, y pone la mesa para que al partir el pan se reconozca el rostro del Señor y se llene de gozo misionero el corazón.(28) Una Iglesia que vive la mística del encuentro con el Señor Resucitado y se deja conducir por su Espíritu.

Una Iglesia que se comprende como Pueblo de Dios, que se expresa en comunidades vivas, que valoriza a los carismas y ministerios, que procura crear comunión entre todos (pastores y fieles) y poner en práctica de modo especial la participación real de los laicos en su vida y misión. Esto significa pensar en tareas concretas y compartir decisiones para que esta sea una participación adulta y también exige una opción seria por la formación permanente que sabe recurrir al uso adecuado de los medios de comunicación social. Una Iglesia del Buen Pastor(29) que sabe dar la vida, acoger, acompañar, comprender, animar y entusiasmar; que se atreve a buscar las ovejas perdidas, cargarlas con ternura sobre sus hombros y encaminarlas de nuevo en la senda de la vida; una Iglesia sin miedo frente al futuro(30) porque se sabe conducido por Él(31).

Una Iglesia del Buen Samaritano(32) que proclama la centralidad de la Persona de Jesús el Cristo con obras concretas, haciendo creíble su mensaje mediante el testimonio(33) frente a los hombres y las mujeres de buena voluntad que andan buscando el sentido de la vida. Una comunidad llena de misericordia que está permanentemente preocupada por los necesitados y los marginados de nuestra sociedad para animar a que entre todos construyamos más y más gestos de solidaridad a nivel individual, grupal y estructural. Una Iglesia con rostro materno, reflejo del amor maternal de María que siempre conduce hacia Cristo, es decir, una Iglesia acogedora y misericordiosa para con todos, especialmente con aquellos hombres y mujeres que están lejos o que se sienten alejados.

En primer lugar, una cercanía a los más marginados en nuestras sociedades para hacer de puente eficaz entre los distintos mundos que las dividen y suscitar deseos de solidaridad. Pero también cercanía con los separados, los que se encuentran en situación irregular, los enfermos del SIDA, ….. La cercanía no significa justificar situaciones sino acompañar en el dolor. Quizás tendemos a estar más atentos a controlar la entrada al banquete, para averiguar si se trae la invitación, que a extender una sincera acogida a todos aquellos que desean entrar.(34)

3.3. Nuestro compromiso con la sociedad latinoamericana

Reunidos en Santo Domingo, entre el 12 y el 28 de octubre de 1992, ya nos comprometimos a trabajar en(35):

1. Una nueva Evangelización de nuestros pueblos

- A los que TODOS están llamados,

- con énfasis en la PASTORAL VOCACIONAL

con especial protagonismo de los LAICOS

y, entre ellos, de los JÓVENES.

- Mediante la educación continua de la fe y su celebración:

la CATEQUESIS y la LITURGIA.

- También más allá de nuestras propias fronteras:

LATINOAMÉRICA MISIONERA.

2. Una promoción integral del pueblo latinoamericano y caribeño

- Desde la evangélica y renovada OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS POBRES;

- Al servicio de la VIDA y la FAMILIA.

3. Una Evangelización inculturada

- Que penetre los ambientes marcados por la CULTURA URBANA;

- Que se encarne en las CULTURAS INDÍGENAS y AFROAMÉRICANAS;

- Con una eficaz ACCIÓN EDUCATIVA y una MODERNA COMUNICACIÓN.

Ahora, con ocasión del Tercer Milenio, deseamos renovar nuestro compromiso y ofrecer un mensaje, un ejemplo y un servicio.

3.3.1. Nuestro mensaje: Jesús el Cristo es vida plena para todos

Toda acción pastoral proclama a la Persona de Jesús el Cristo mediante la palabra, el gesto y el testimonio personal y comunitario. Este es nuestro gran mensaje, nuestro Evangelio: Jesús el Cristo es la respuesta a las preguntas más profundas de nuestra existencia; en su palabra y en su acción encontramos las respuestas a nuestros problemas.(36). Por consiguiente, en fidelidad del seguimiento, en comunión con los Pastores de la Iglesia y en la intimidad del encuentro personal y comunitario, se discierne en cada situación la acción correspondiente guiados y fortalecidos por el Espíritu para anticipar el Reinado del Padre en la historia.

Atendiendo a los grandes retos que enfrentan nuestros países, la Nueva Evangelización se compromete a promover de manera prioritaria la cultura de la vida, reconociendo a Dios como su único Autor y procurando que todos, sin excepción alguna, la tengan en abundancia. Con entusiasmo misionero deseamos cooperar con todos los hombres y las mujeres de buena voluntad para gestar una sociedad solidaria donde de verdad el derecho a la vida sea respetado y promovido para todos sin excepción.

Concretamente, una vida plena para todos significa el derecho de nacer (la paternidad y la maternidad responsable dentro de una sociedad que la facilita y la hace respetar), el derecho de vivir (la satisfacción de las necesidades básicas para llevar una vida digna que merezca el nombre de humana: alimentación, trabajo, educación, salud, vivienda y descanso), el derecho de convivir (en la verdad, la justicia, la libertad y la paz), y el derecho de creer y de tener esperanza (el respeto por la fe que otorga el sentido de la vida).

3.3.2. Nuestro ejemplo: Una comunidad reconciliada

La fe en Cristo Jesús se vive en plenitud en la comunidad. Así lo entienden los primeros discípulos.(37) La vida cristiana es para vivirla en comunidad. "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado"(38)

Hacemos un llamado para que en todos los lugares nuestras comunidades sean un ejemplo vivo de reconciliación entre sus miembros y con la sociedad. En lo esencial, unidad; en lo opinable, respeto por el otro; y en todo momento, caridad como actitud básica.(39)

La vida de relación entre hombres y mujeres no está exenta de malestares y de heridas a causa del pecado. El Jubileo nos invita a condonar deudas y a dar libertad. El perdón es el olvido de las ofensas, es permitir que el corazón esté libre de resentimientos y es abrirse a relaciones de tolerancia, de respeto y de amor con los demás en la vida de comunidad.

Es preciso superar todo ambiente de polémica que tan sólo conduce a radicalizar posturas; es importante aprender a dialogar con franqueza (decir las cosas) y con humildad (saber escuchar al otro y esforzarse para comprender su punto de vista) porque lo verdaderamente valedero es buscar entre todos la voluntad de Dios; es esencial saber perdonar para no quedar encarcelados en situaciones del pasado y abrirse a la novedad del futuro.

Proponemos, con sumo respeto, que en las comunidades donde corresponda se celebren liturgias de reconciliación para que se logre una auténtica y profunda sanación; así, todos juntos, podamos enfrentar con renovado entusiasmo los desafíos tan urgentes de la Nueva Evangelización. Lo que está en juego es mucho: nada menos que nuestra credibilidad frente a la sociedad. Aún más, recordando las palabras de Jesús en el Evangelio: "porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes; pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados"(40). Y en esto, nosotros los Pastores tenemos que ser los primeros en dar este ejemplo evangélico para reconstruir, donde sea necesario, la vida de nuestras comunidades.

3.3.3. Nuestro servicio: La defensa de los marginados

Justamente porque deseamos estar al servicio de toda la sociedad, nuestra primera preocupación será siempre el marginado de ella porque toda marginación refleja una sociedad mal construida donde no todos tienen cabida. Sólo la superación de las situaciones de marginación asegura una sociedad justa y fraterna.

Nuestro compromiso no responde a cálculos políticos, ni siquiera a conclusiones científicas, sino es simplemente, y nada menos, que una estricta coherencia con la fe que profesamos(41): Dios es Padre de todos sin excepción y creemos profundamente en la igual dignidad de todos los hombres y de todas las mujeres(42) que habitan nuestros países. Por ello, constituye una obligación de fe para nosotros defender siempre y en todo lugar al marginado y promover el respeto por sus inalienables derechos mediante su integración en la sociedad.

Esta opción por los marginados del continente(43), lejos de dividirnos, debería ser un factor privilegiado de comunión en la acción porque entre todos(44) nos corresponde preocuparnos por su situación y asegurarnos que no sean tratados como ciudadanos de segunda categoría.

3.3.4. Nuestra petición: la reconsideración de la deuda externa

En la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente (10 de noviembre de 1994) sobre la preparación para la celebración del Jubileo del año dos mil, Juan Pablo II hace un llamado claro y decidido: "¿Cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados? Se debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo. Así, en el espíritu del Libro del Levítico(45), los cristianos deberían hacerse voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno para pensar entre otras cosas en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones".(46)

Esta preocupación pontificia fue reiterada el 14 de septiembre de 1995 en la Exhortación Apostólica postsinodal sobre La Iglesia en África. "La cuestión de la deuda de las naciones pobres con las ricas es objeto de gran preocupación para la Iglesia, como resulta de numerosos documentos oficiales y de no pocas intervenciones de la Santa Sede en diversas ocasiones".(47)

También nosotros, con ocasión de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Santo Domingo entre el 12 y el 28 de octubre de 1992, hicimos un llamado urgente en el mismo sentido: "El problema de la deuda externa no es sólo, ni principalmente, económico, sino humano, porque lleva a un empobrecimiento cada vez mayor e impide el desarrollo y retarda la promoción de los más pobres. Nos preguntamos por su validez cuando por su pago peligra seriamente la sobrevivencia de los pueblos, cuando la misma población no ha sido consultada antes de contraer la deuda, y cuando ésta ha sido usada para fines no siempre lícitos. Por eso, como Pastores hacemos nuestra la preocupación de Juan Pablo II cuando afirma que es necesario encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso(48)"(49).

Aún esperamos una respuesta, pero los pobres de nuestros países no pueden seguir esperando. Pedimos a los gobernantes que la condonación de la deuda externa, si se da, signifique la rebaja de los impuestos que afectan a los más pobres y la mayor eficacia de los servicios sociales a los más empobrecidos para que haya un equilibrio en la sociedad y se disminuya la brecha entre ricos y pobres.

Hacemos un llamado a todo acreedor privado para que perdone o rebaje las deudas y perdone los agravios; a las instancias municipales que rebajen los impuestos fijos y los costos de los servicios públicos. También pedimos a la Santa Sede que conceda Indulgencia Plenaria(50) a cuantos condonen las deudas, como el Señor nos enseñó en la oración del Padre Nuestro; siempre que esto se realice de modo que se evite cualquier apariencia de "venta de indulgencias", por lo que debería darse una adecuada explicación. Invitamos a quienes poseen más bienes económicos a desprenderse espontáneamente de cantidades significativas para ayudar a pagar parte de la deuda externa del país. Asimismo, se podría analizar la conveniencia de hacer una colecta nacional para pagar la deuda externa, con el compromiso de los gobiernos de no endeudarse más en forma irresponsable y corrupta.

3.3.5. Nuestro signo: una comunidad solidaria

La primera comunidad cristiana vivía unida y tenía todo en común, hasta "vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno"(51). Ciertamente ha cambiado el contexto social, pero sigue la necesidad imperante de la solidaridad(52) como signo de un amor auténtico hacia el otro. En la fe creemos que Dios está presente de manera muy especial en aquel que sufre carencias.(53) Reiteramos nuestro profundo agradecimiento por la generosa solidaridad que ha bendecido nuestra Iglesia con la presencia de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos provenientes de otros continentes, especialmente de Estados Unidos y Europa. También la ayuda financiera proveniente de tantos miembros de la Iglesia presente en otros continentes nos ha permitido consolidar nuestra acción pastoral.

Es la hora de la Iglesia latinoamericana misionera. Crecen las iniciativas de envío de agentes pastorales para acompañar a las comunidades hispanas en Estados Unidos, como también para ayudar a la Iglesia de Africa.

La experiencia de las Iglesias hermanas, a nivel de países y dentro del mismo país, ha significado compartir agentes pastorales, especialmente sacerdotes diocesanos, para apoyar el trabajo pastoral donde existe una seria y grave carencia de personal apostólico. En nuestros países, dentro de una misma diócesis, han brotado experiencias de solidaridad. Así, se han creado Fondos Solidarios con los ingresos y los recursos de todas las parroquias para que el obispo distribuya equitativamente a todas las parroquias según las necesidades correspondientes; en otras diócesis, un porcentaje significativo de las colectas procedentes de las parroquias con más recursos se destinan a las parroquias más pobres; algunas parroquias bajo la responsabilidad pastoral de una congregación religiosa se han hermanado, de tal manera que los recursos provenientes de aquellas parroquias que se encuentran en sectores de altos recursos ayudan a las capillas de sectores marginados.

Ciertamente existen muchos gestos solidarios dentro de la Iglesia, pero jamás será suficiente. Es preciso seguir creciendo en la generosidad y en la creatividad para ser auténticos testigos de la caridad: amar a Dios en el otro y el otro en Dios. Además, una comunidad solidaria hace creíble su mensaje a la sociedad: el ser humano se realiza en la solidaridad o corre el peligro de sufrir las consecuencias de quedar solitario.

3.4. Perdón y Esperanza

Los jóvenes representan el hoy y el mañana de nuestros países. En su presencia deseamos pedirles perdón por las veces que como Iglesia no hemos sabido estar a la altura del Evangelio y no hemos sido radicalmente coherentes con lo que predicamos. La sociedad en la cual les dejamos para crecer tiene sus luces y sus sombras, sus avenidas y sus callejones, sus parques y sus periferias. Delante de ellos nos comprometemos a encender más luces y apagar más sombras. Pero, lo más importante, les dejamos el don de la fe para que con la ayuda de Dios hagan más y mejor, para que algún día América Latina sea un hogar digno para todos sus ciudadanos sin distinción de clase, raza o género.

Que nuestro Padre Dios les de mucho entusiasmo y mucha energía; a nosotros, mucha sabiduría para saber acompañarlos y entregarles a tiempo el timón de la vida. Nuestra Señora, la Virgen de la Esperanza, nos acompañe para que nos enseñe a hacer siempre lo que Jesús nos diga.(54)


1. Is 43, 14-21

2. Cf. Gén 19, 26.  

3. Cf. Mt 8, 22; Lc 9, 60.

4. "Es propio de la Iglesia entablar diálogo con la sociedad humana en la que vive. Por eso, es tarea, sobre todo, de los obispos acercarse a los hombres y buscar e impulsar el diálogo con ellos. En estos diálogos acerca de la salvación han de ir siempre unidas la verdad con la caridad, la inteligencia con el amor. Para ello es necesario que se caractericen por decir las cosas con humildad y delicadeza, y por la debida prudencia, unida, sin embargo, a la confianza. Esta, en efecto, por su naturaleza, une los espíritus, pues favorece la amistad" (Christus Dominus, No 13).

5. Tertio Millennio Adveniente, No 33.

6. "El Espíritu es también para nuestra época el agente principal de la nueva evangelización. Será por tanto importante descubrir al Espíritu como Aquel que construye el Reino de Dios en el curso de la historia y prepara su plena manifestación en Jesucristo, animando a los hombres en su corazón y haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la salvación definitiva que se dará al final de los tiempos" (Tertio Millennio Adveniente, No 45).

7. 2 Cor 4, 7. Ver también Rom 8, 26; 1 Cor 1, 26 - 31; 1 Cor 2, 1 - 5; 2 Cor 12, 9; Heb 4, 15.

8. Cf. Ad Gentes Divinitus, Nos 35 - 37.

9. Cf. Documento de Santo Domingo, No 96.

10. "El carácter secular es lo propio y peculiar de los laicos. (...) Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. Viven en el mundo, en todas y cada una de las profesiones y actividades del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, que forman el tejido de su existencia. Es ahí donde Dios los llama a realizar su función propia, dejándose guiar por el Evangelio para que, desde dentro, como el fermento, contribuyan a la santificación del mundo, y de esta manera, irradiando fe, esperanza y amor, sobre todo con el testimonio de su vida, muestren a Cristo a los demás" (Lumen Gentium, No 31).

11. Cf. Lumen Gentium, No 9; Apostolicam Actuositatem, No 18; Ad Gentes Divinitus, No 2; Gaudium et Spes, No 32.

12. Cf. Lumen Gentium, No 32; Apostolicam Actuositatem, No 2.

13. Cf. Documento de Santo Domingo, No 94.

14. Ver la exhortación apostólica postsinodal de Juan Pablo II, Christifideles Laici.

15. Ver Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 1975, Nos 21, 41, 76; Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 1993, Nos 90 - 94.

16. Mt 7, 21. Ver también Mt 5, 16; Rom 2, 13.

17. Jn 15, 12.

18. Mc 1, 15.

19. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 1975, Nos 18 y 19.

20. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 1975, No 20.

21. Ver Jn 11, 35.

22. Ver Mt 9, 36; 20, 34; Mc 6, 34.

23. Ver Mc 14, 33; Mt 26, 37; Lc 22, 44.

24. Ver Mc 10, 21.

25. Ver Mc 7, 14 - 23; Mt 15, 10 - 20; Lc 6, 43 - 45.

26. Las apariciones del Resucitado terminan con el envío: el vete y diles a María Magdalena (Jn 20, 17); el se levantaron, se volvieron y anunciaron de los discípulos de Emaús.

27. Ver Lc 24, 13 - 35.

28. En el Mensaje a los pueblos de América Latina y el Caribe del Documento de Santo Domingo (Nos 12 - 27), se recurre al episodio de los discípulos de Emaús para presentar un modelo de Nueva Evangelización: (a) Nueva Evangelización - Jesús sale al encuentro de la humanidad que camina; (b) Promoción Humana - Jesús comparte el camino de los seres humanos; (c) Cultura Cristiana - Jesús ilumina con las Escrituras el camino de los hombres; (d) con nuevo ardor - Jesús se da a conocer en la fracción del pan; y (e) la misión - Jesús es anunciado por los discípulos.

29. Ver Jn 10, 7 - 16.

30. "No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud del amor. Nosotros amemos, porque Él nos amó primero" (1 Jn 4, 18 - 19).

31. "Y he aquí que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).

32. Ver Lc 10, 29 - 37.

33. "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16). "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si la hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn 10, 37 - 38).

34. En el capítulo 15 del Evangelio según San Lucas encontramos las tres parábolas de la misericordia (La oveja perdida, la dracma perdida, y el hijo pródigo). Al comienzo del capítulo se nos dice que "Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo Este acoge a los pecadores y come con ellos. Entonces, les dijo esta parábola (…)".

35. Documento de Santo Domingo, No 302.

36. "La vida eterna consiste en que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste" (Jn 17, 3).

37. Ver Hechos 2, 44 - 45; 4, 32 - 35.

38. Jn 17, 21.

39. Cf. Unitatis Redintegratio, No 4; Gaudium et Spes, No 92.

40. Mt 6, 14 - 15. Cf. Mt 18, 21 -22.

41. "La solidaridad cristiana, por ello, es ciertamente servicio a los necesitados, pero sobre todo es fidelidad a Dios. Esto fundamenta lo íntimo de la relación entre evangelización y promoción humana" (Documento de Santo Domingo, No 159; cf. No 178).

42. Cf. Gén 1, 27.

43. "Hacemos nuestro el clamor de los pobres. Asumimos con renovado ardor la opción evangélica preferencial por los pobres, en continuidad con Medellín y Puebla. Esta opción, no exclusiva ni excluyente, iluminará, a imitación de Jesucristo, toda nuestra acción evangelizadora" (Documento de Santo Domingo, No 296).

44. "Invitemos a todos, sin distinción de clases, a aceptar y asumir la causa de los pobres, como si estuviesen aceptando y asumiendo su propia causa, la causa misma de Cristo. Todo lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos, por humildes que sean, a mí me lo hicisteis (Mt 25, 40)" (Documento de Puebla, Mensaje, No 3).

45. Cf. Lev 25, 8 - 245. 8.

46. Tertio Millennio Adveniente, No 51.

47. Ecclesia in Africa, No 120. Ver también Concilio Vaticano II,: Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, No 86; Pablo VI, Populorum Progressio, 26 de marzo de 1967, No 54; Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, 30 de diciembre de 1987, No 19; Juan Pablo II, Centesimus Annus, 1 de mayo de 1991, No 35; Juan Pablo II, Tertio Millennio Adveniente, 10 de noviembre de 1994, No 51; Pontificia Comisión Iustitia et Pax, Al servicio de la comunidad humana: una consideración ética de la deuda internacional, 27 de diciembre de 1986.

48. Centesimus Annus, No 35.

49. Documento de Santo Domingo, No 197.

50. "La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos" (Código de Derecho Canónico, canon 992). "Las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer obras de piedad, de penitencia y de caridad" (Catecismo de la Iglesia Católica, No 1478).

51. Hechos 2, 45. Ver también Hechos 4, 32 - 35: "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a los bienes, sino que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad".

52. La solidaridad, nos dice Juan Pablo II, "no es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. Esta determinación se funda en la firme convicción de que lo que frena el plena desarrollo es aquél afán de ganancia y aquella sed de poder de que ya se ha hablado. Tales actitudes y estructuras de pecado solamente se vencen - con la ayuda de la gracia divina - mediante una actitud diametralmente opuesta: la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a perderse, en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a servirle en lugar de oprimirlo para el propio provecho (cf. Mt 10, 39 - 42; Mc 10, 42 - 45; Lc 22, 25 - 27)" (Sollicitudo Rei Socialis, 30 de diciembre de 1987, No 38).

53. Cf. Mt 25, 31 - 46.

54. Cf. Jn 2, 5.


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