P U E B L A

SEGUNDA PARTE

Capítulo II
¿Qué es evangelizar?

Nuestro Pueblo clama por la salvación y comunión que el Padre le ha preparado y, en medio de su lucha por vivir y encontrar el sentido profundo de la vida, espera de nosotros el anuncio de la Buena Noticia.

(Puebla, Conclusiones 340)

¿Qué es, pues, evangelizar? ¿Quién espera nuestro anuncio? ¿Cuál es la transformación de personas y culturas que la semilla del Evangelio ha de hacer germinar? ¿Qué nos enseña la Iglesia sobre la auténtica liberación cristiana? ¿Cómo evangelizar la cultura y la religiosidad de nuestro pueblo? ¿Qué dice el Evangelio al hombre que anhela su promoción y quiere vivir su compromiso político -social?

Proponemos nuestra reflexión acerca de estos interrogantes.

CONTENIDO:
1. Evangelización: dimensión universal y criterios.
2. Evangelización y cultura.
3. Evangelización y religiosidad popular.
4. Evangelización, liberación y promoción humana.
5. Evangelización, ideologías y política.

(Puebla, Conclusiones 341)

1. Evangelización: dimensión universal y criterios

1.1. Situación

Desde hace cinco siglos estamos evangelizando en América Latina. Hoy vivimos un momento grande y difícil de Evangelización. Es verdad que la fe de nuestros pueblos se expresa con evidencia, pero comprobamos que no siempre ha llegado a su madurez y que está amenazada por la presión secularista, por las sacudidas que traen consigo los cambios culturales, por las ambigüedades teológicas que existen en nuestro medio y por el influjo de sectas proselitistas y sincretismos foráneos.

Nuestra Evangelización está marcada por algunas preocupaciones particulares y acentos más fuertes:

(Puebla, Conclusiones 342)

- la redención integral de las culturas, antiguas y nuevas de nuestro continente, teniendo en cuenta la religiosidad de nuestros pueblos;

(Puebla, Conclusiones 343)

- la promoción de la dignidad del hombre y la liberación de todas las servidumbres e idolatrías;

(Puebla, Conclusiones 344)

- la necesidad de hacer penetrar el vigor del Evangelio hasta los centros de decisión, «las fuentes inspiradoras y los modelos de la vida social y política» (EN 19).

(Puebla, Conclusiones 345)

Nuestros evangelizadores padecen en algunos casos cierta confusión y desorientación acerca de su identidad, del significado mismo de la Evangelización, de su contenido y de sus motivaciones profundas.

(Puebla, Conclusiones 346)

Para responder a esta situación y dar un nuevo impulso a la Evangelización, queremos decir una palabra clara y esperanzadora que aliente a evangelizar con gozo y audacia a nuestros pueblos, en quienes percibimos un anhelo profundo por recibir el Evangelio. Con este fin, recordamos el sentido de la Evangelización, su dimensión y destino universal, como también los criterios y signos que manifiestan su autenticidad.

(Puebla, Conclusiones 347)

1.2. El misterio de la evangelización

La misión evangelizadora es de todo el Pueblo de Dios. Es su vocación primordial, «su identidad más profunda» (EN 14). Es su gozo. El Pueblo de Dios con todos sus miembros, instituciones y planes, existe para evangelizar. El dinamismo del Espíritu de Pentecostés lo anima y lo envía a todas las gentes. Nuestras Iglesias particulares han de escuchar con renovado entusiasmo el mandato del Señor: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 19).

(Puebla, Conclusiones 348)

La Iglesia se convierte cada día a la Palabra de verdad; sigue a Cristo encarnado, muerto y resucitado, por los caminos de la historia y se hace servidora del Evangelio para transmitirlo a los hombres con plena fidelidad.

(Puebla, Conclusiones 349)

A partir de la persona llamada a la comunión con Dios y con los hombres, el Evangelio debe penetrar en su corazón, en sus experiencias y modelos de vida, en su cultura y ambientes, para hacer una nueva humanidad con hombres nuevos y encaminar a todos hacia una nueva manera de ser, de juzgar, de vivir y convivir. Todo esto es un servicio que nos urge.

(Puebla, Conclusiones 350)

Afirmamos que la Evangelización «debe contener siempre una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios» (EN 27). He aquí lo que es base, centro y a la vez culmen de su dinamismo, el contenido esencial de la Evangelización.

(Puebla, Conclusiones 351)

La Evangelización da a conocer a Jesús como el Señor, que nos revela al Padre y nos comunica su Espíritu. Nos llama a la conversión que es reconciliación y vida nueva, nos lleva a la comunión con el Padre que nos hace hijos y hermanos. Hace brotar, por la caridad derramada en nuestros corazones, frutos de justicia, de perdón, de respeto, de dignidad, de paz en el mundo.

(Puebla, Conclusiones 352)

La salvación que nos ofrece Cristo da sentido a todas las aspiraciones y realizaciones humanas, pero las cuestiona y las desborda infinitamente. Aunque «comienza ciertamente en esta vida, tiene su cumplimiento en la eternidad» (EN 27). Se origina en Cristo, en su encarnación, en toda su vida, «se logra de manera definitiva en su muerte y resurrección». Se continúa en la historia de los hombres por el misterio de la Iglesia bajo la influencia permanente del Espíritu que la precede, la acompaña, le da fecundidad apostólica.

(Puebla, Conclusiones 353)

Esta misma salvación, centro de la Buena Nueva, «es liberación de lo que oprime al hombre, pero, sobre todo, liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por él, de verlo y de entregarse a él» (EN 9).

(Puebla, Conclusiones 354)

Sin embargo, tiene «lazos muy fuertes» con la promoción humana en sus aspectos de desarrollo y liberación, parte integrante de la evangelización. Estos aspectos brotan de la riqueza misma de la salvación, de la activación de la caridad de Dios en nosotros a la que quedan subordinados. La Iglesia «no necesita, pues, recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender, colaborar en la liberación del hombre: en el centro del mensaje del cual es depositaria y pregonera, ella encuentra inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz; contra las dominaciones, esclavitudes, discriminaciones, violencias, atentados a la libertad religiosa, agresiones contra el hombre y cuanto atenta contra la vida» (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 2).

La Iglesia, mediante su dinamismo evangelizador, genera este proceso:

(Puebla, Conclusiones 355)

- Da testimonio de Dios, revelado en Cristo por el Espíritu que clama en nosotros Abba «Padre». Así comunica la experiencia de su fe en él.

(Puebla, Conclusiones 356)

- Anuncia la Buena Nueva de Jesucristo mediante la palabra de vida: anuncio que suscita la fe, la predicación y la catequesis progresiva que la alimenta y la educa.

(Puebla, Conclusiones 357)

- Engendra la fe que es conversión del corazón, de la vida; entrega a Jesucristo; participación en su muerte para que su vida se manifieste en cada hombre. Esta fe que también denuncia lo que se opone a la construcción del Reino, implica rupturas necesarias y a veces dolorosas.

(Puebla, Conclusiones 358)

- Conduce al ingreso en la comunidad de los fieles que perseveran en la oración, en la convivencia fraterna y celebran la fe y los sacramentos de la fe, cuya cumbre es la Eucaristía.

(Puebla, Conclusiones 359)

- Envía como misioneros a los que recibieron el Evangelio, con el ansia de que todos los hombres sean ofrecidos a Dios y que todos los pueblos le alaben.

(Puebla, Conclusiones 360)

Así la Iglesia, en cada uno de sus miembros es consagrada en Cristo por el Espíritu, enviada a predicar la Buena Nueva a los pobres y a «buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10).

(Puebla, Conclusiones 361)

1.3. Dimensión y destino universal de la Evangelización

La Evangelización ha de calar hondo en el corazón del hombre y de los pueblos; por eso, su dinámica busca la conversión personal y la transformación social. La Evangelización ha de extenderse a todas las gentes; por eso, su dinámica busca la universalidad del género humano. Ambos aspectos son de actualidad para evangelizar hoy y mañana en América Latina.

(Puebla, Conclusiones 362)

El fundamento de esta universalidad es, ante todo, el mandato del Señor: «Id, pues, y haced discípulos de todas las gentes» (Mt 28, 19) y la unidad de la familia humana, creada por el mismo Dios que la salva y la marca con su gracia. Cristo, muerto por todos, los atrae a todos por su glorificación en el Espíritu. Cuanto más convertidos a Cristo, tanto más somos arrastrados por su anhelo universal de salvación. Asimismo, cuanto más vital sea la Iglesia particular, tanto más hará presente y visible a la Iglesia universal y más fuerte será su movimiento misionero hacia los otros pueblos.

(Puebla, Conclusiones 363)

Nuestro primer servicio, para formar una comunidad eclesial más viva, consiste en hacer a nuestros cristianos más fieles, maduros en su fe, alimentándolos con una catequesis adecuada y una liturgia renovada. Ellos serán fermento en el mundo y darán a la Evangelización vigor y extensión.

Otra tarea consiste en atender a situaciones más necesitadas de evangelización:

(Puebla, Conclusiones 364)

- Situaciones permanentes: nuestros indígenas habitualmente marginados de los bienes de la sociedad y en algunos casos o no evangelizados o evangelizados en forma insuficiente; los afroamericanos, tantas veces olvidados.

(Puebla, Conclusiones 365)

- Situaciones nuevas (AG 6) que nacen de cambios socio -culturales y requieren una nueva Evangelización: emigrantes a otros países; grandes aglomeraciones urbanas en el propio país; masas de todo estrato social en precaria situación de fe; grupos expuestos al influjo de las sectas y de las ideologías que no respetan su identidad, confunden y provocan divisiones.

(Puebla, Conclusiones 366)

- Situaciones particularmente difíciles: grupos cuya evangelización es urgente, pero queda muchas veces postergada: universitarios, militares, obreros, jóvenes, mundo de la comunicación social, etc.

(Puebla, Conclusiones 367)

Finalmente, ha llegado para América Latina la hora de intensificar los servicios mutuos entre Iglesias particulares y de proyectarse más allá de sus propias fronteras «ad gentes». Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza. Por otra parte, nuestras Iglesias pueden ofrecer algo original e importante; su sentido de la salvación y de la liberación, la riqueza de su religiosidad popular, la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base, la floración de sus ministerios, su esperanza y la alegría de su fe. Hemos realizado ya esfuerzos misioneros que pueden profundizarse y deben extenderse.

(Puebla, Conclusiones 368)

No podemos dejar de agradecer la generosa ayuda de la Iglesia universal y en ella de las Iglesias hermanas, pidiendo que nos sigan acompañando, especialmente en la formación de agentes autóctonos. Así nos veremos siempre fortalecidos para asumir este compromiso universal y tendremos mayor capacidad de responder al servicio propio de nuestra Iglesia particular.

(Puebla, Conclusiones 369)

1.4. Criterios y signos de Evangelización

El evangelizador participa de la fe y de la misión de la Iglesia que le envía. Necesita criterios y signos que permitan discernir lo que efectivamente corresponde a la fe y misión de la Iglesia, es decir, a la voluntad de su Señor. «Mire cada cual cómo construye, pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo» (1Cor 3, 10 -11). «Vivid, pues, en Cristo, tal como le habéis recibido; enraizados y edificados en él, apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en acción de gracias» (Col 2, 6 -7).

(Puebla, Conclusiones 370)

Estos criterios y signos son inspiradores de una evangelización auténtica y viva. Las distorsiones y perplejidades frenan o paralizan su dinamismo.

Presentamos los siguientes criterios fundamentales:

(Puebla, Conclusiones 371)

- La Palabra de Dios contenida en la Biblia y en la Tradición viva de la Iglesia, particularmente expresada en los Símbolos o Profesiones de la fe y dogmas de la Iglesia. La Escritura debe ser el alma de la evangelización. Pero no adquiere por sí sola su plena claridad. Debe ser leída e interpretada dentro de la fe viva de la Iglesia. Nuestros Símbolos o Profesiones de fe resumen la Escritura y explicitan la sustancia del Mensaje, poniendo de relieve la «jerarquía de verdades».

(Puebla, Conclusiones 372)

- La fe del Pueblo de Dios. Es la fe de la Iglesia universal que se vive y expresa concretamente en sus comunidades particulares. Una comunidad particular concretiza en sí misma la fe de la Iglesia universal y deja así de ser comunidad privada y aislada; supera su propia particularidad en la fe de la Iglesia total.

(Puebla, Conclusiones 373)

- El Magisterio de la Iglesia. El sentido de la Escritura, de los Símbolos y de las formulaciones dogmáticas del pasado no brota sólo del texto mismo, sino de la fe de la Iglesia. En el seno de la comunidad encontramos la instancia de decisión y de interpretación auténtica y fiel de la doctrina de la fe y de la ley moral; es el servicio del sucesor de Pedro que confirma a sus hermanos en la fe y de los Obispos «sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad» (DV 8).

(Puebla, Conclusiones 374)

- Los teólogos ofrecen un servicio importante a la Iglesia: sistematizan la doctrina y las orientaciones del Magisterio en una síntesis de más amplio contexto, vertiéndola en un lenguaje adaptado al tiempo; someten a una nueva investigación los hechos y las palabras reveladas por Dios, para referirlas a nuevas situaciones socio -culturales o nuevos hallazgos y problemas suscitados por las ciencias, la historia o la filosofía. En su servicio, cuidarán de no ocasionar detrimento a la fe de los creyentes, ya sea con explicaciones difíciles, ya sea lanzando al público cuestiones discutidas y discutibles.

(Puebla, Conclusiones 375)

La labor teológica implica cierta pluralidad resultante del uso de «métodos y modos diferentes para conocer y expresar los divinos misterios». Hay, pues, un pluralismo bueno y necesario que busca expresar las legítimas diversidades, sin afectar la cohesión y la concordia. También existen pluralismos que fomentan la división.

(Puebla, Conclusiones 376)

- Todos participamos de la misión profética de la Iglesia. Sabemos que el Espíritu nos distribuye sus dones y carismas para bien de todo el Cuerpo. Debemos recibirlos con gratitud. Pero su discernimiento, es decir, el juicio de su autenticidad y la regulación de su ejercicio, corresponde a la autoridad en la Iglesia, a la cual compete, ante todo, no sofocar al Espíritu, sino probarlo todo y retener lo bueno.

- Algunas actitudes nos revelan la autenticidad de la Evangelización:

(Puebla, Conclusiones 377)

- Una vida de profunda comunión eclesial.

(Puebla, Conclusiones 378)

- La fidelidad a los signos de la presencia y de la acción del Espíritu en los pueblos y en las culturas que sean expresión de las legítimas aspiraciones de los hombres. Esto supone respeto, diálogo misionero, discernimiento, actitud caritativa y operante.

(Puebla, Conclusiones 379)

- La preocupación por que la Palabra de verdad llegue al corazón de los hombres y se vuelva vida.

(Puebla, Conclusiones 380)

- El aporte positivo a la edificación de la comunidad.

(Puebla, Conclusiones 381)

- El amor preferencial y la solicitud por los pobres y necesitados.

(Puebla, Conclusiones 382)

- La santidad del evangelizador (EN 76), cuyas notas características son el sentido de la misericordia, la firmeza y la paciencia en las tribulaciones y persecuciones, la alegría de saberse ministro del Evangelio (EN 80).

(Puebla, Conclusiones 383)

En conclusión, lo que se pide al servidor del Evangelio es que sea encontrado fiel. Su fidelidad crea comunión: «de ella emana una gran fuerza apostólica» (PC 15) que enriquecerá con abundantes frutos del Espíritu a la Iglesia.

(Puebla, Conclusiones 384)

2. Evangelización de la cultura

2.1. Cultura y culturas

Nuevo y valioso aporte pastoral de la Exhortación Evangelii nuntiandi es el llamado de Pablo VI a enfrentar la tarea de la evangelización de la cultura y de las culturas (EN 20).

(Puebla, Conclusiones 385)

Con la palabra «cultura» se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios (GS 53b) de modo que puedan llegar a «un nivel verdadera y plenamente humano» (GS 53a). Es «el estilo de vida común» (GS 53c) que caracteriza a los diversos pueblos; por ello se habla de «pluralidad de culturas» (GS 53c).

(Puebla, Conclusiones 386)

La cultura así entendida, abarca la totalidad de la vida de un pueblo: el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que al ser participados en común por sus miembros, los reúne en base a una misma «conciencia colectiva» (EN 18). La cultura comprende, asimismo, las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social, cuando no son impedidas o reprimidas por la intervención de otras culturas dominantes.

(Puebla, Conclusiones 387)

En el cuadro de esta totalidad, la evangelización busca alcanzar la raíz de la cultura, la zona de sus valores fundamentales, suscitando una conversión que pueda ser base y garantía de la transformación de las estructuras y del ambiente social.

(Puebla, Conclusiones 388)

Lo esencial de la cultura está constituido por la actitud con que un pueblo afirma o niega una vinculación religiosa con Dios, por los valores o desvalores religiosos. éstos tienen que ver con el sentido último de la existencia y radican en aquella zona más profunda, donde el hombre encuentra respuestas a las preguntas básicas y definitivas que lo acosan, sea que se las proporcionen con una orientación positivamente religiosa o, por el contrario, atea. De aquí que la religión o la irreligión sean inspiradoras de todos los restantes órdenes de la cultura- familiar, económico, político, artístico, etc.- en cuanto los libera hacia lo trascendente o los encierra en su propio sentido inmanente.

(Puebla, Conclusiones 389)

La evangelización, que tiene en cuenta a todo el hombre, busca alcanzarlo en su totalidad, a partir de su dimensión religiosa.

(Puebla, Conclusiones 390)

La cultura es una actividad creadora del hombre, con la que responde a la vocación de Dios, que le pide perfeccionar toda la creación (Gén) y en ella sus propias capacidades y cualidades espirituales y corporales.

(Puebla, Conclusiones 391)

La cultura se va formando y se transforma en base a la continua experiencia histórica y vital de los pueblos; se transmite a través del proceso de tradición generacional. El hombre, pues, nace y se desarrolla en el seno de una determinada sociedad, condicionado y enriquecido por una cultura particular; la recibe, la modifica creativamente y la sigue transmitiendo. La cultura es una realidad histórica y social.

(Puebla, Conclusiones 392)

Siempre sometidas a nuevos desarrollos, al recíproco encuentro e interpretación, las culturas pasan, en su proceso histórico, por períodos en que se ven desafiadas por nuevos valores o desvalores, por la necesidad de realización de nuevas síntesis vitales. La Iglesia se siente llamada a estar presente con el Evangelio, particularmente en los períodos en que decaen y mueren viejas formas según las cuales el hombre ha organizado sus valores y su convivencia, para dar lugar a nuevas síntesis. Es mejor evangelizar las nuevas formas culturales en su mismo nacimiento y no cuando ya están crecidas y estabilizadas. éste es el actual desafío global que enfrenta la Iglesia, ya que «se puede hablar con razón de una nueva época de la historia humana» (GS 54). Por esto, la Iglesia latinoamericana busca dar un nuevo impulso a la evangelización de nuestro Continente.

(Puebla, Conclusiones 393)

2.2. Opción pastoral de la lglesia latinoamericana: la evangelización de la propia cultura, en el presente y hacia el futuro

Finalidad de la evangelización

Cristo envió a su Iglesia a anunciar el Evangelio a todos los hombres, a todos los pueblos. Puesto que cada hombre nace en el seno de una cultura, la Iglesia busca alcanzar, con su acción evangelizadora, no solamente al individuo, sino a la cultura del pueblo. Trata de «alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación. Podríamos expresar todo esto diciendo: lo que importa es evangelizar, no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital en profundidad y hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre» (EN 19 -20).

(Puebla, Conclusiones 394)

Opción pastoral

La acción evangelizadora de nuestra Iglesia latinoamericana ha de tener como meta general la constante renovación y transformación evangélica de nuestra cultura. Es decir, la penetración por el Evangelio de los valores y criterios que la inspiran, la conversión de los hombres que viven según esos valores y el cambio que, para ser más plenamente humanas, requieren las estructuras en que aquéllos viven y se expresan.

(Puebla, Conclusiones 395)

Para ello, es de primera importancia atender a la religión de nuestros pueblos, no sólo asumiéndola como objeto de evangelización, sino también, por estar ya evangelizada, como fuerza activamente evangelizadora.

(Puebla, Conclusiones 396)

2.3. Iglesia, fe y cultura

Amor a los pueblos y conocimiento de su cultura

Para desarrollar su acción evangelizadora con realismo, la Iglesia ha de conocer la cultura de América Latina. Pero parte, ante todo, de una profunda actitud de amor a los pueblos. De esta suerte, no sólo por vía científica, sino también por la connatural capacidad de comprensión afectiva que da el amor, podrá conocer y discernir las modalidades propias de nuestra cultura, sus crisis y desafíos históricos y solidarizarse, en consecuencia, con ella en el seno de su historia.

(Puebla, Conclusiones 397)

Un criterio importante que ha de guiar a la Iglesia en su esfuerzo de conocimiento es el siguiente: hay que atender hacia dónde se dirige el movimiento general de la cultura más que a sus enclaves detenidos en el pasado; a las expresiones actualmente vigentes más que a las meramente folklóricas.

(Puebla, Conclusiones 398)

La tarea de la evangelización de la cultura en nuestro continente debe ser enfocada sobre el telón de fondo de una arraigada tradición cultural, desafiada por el proceso de cambio cultural que América Latina y el mundo entero vienen viviendo en los tiempos modernos y que actualmente llega a su punto de crisis.

(Puebla, Conclusiones 399)

Encuentro de la fe con las culturas

La Iglesia, Pueblo de Dios, cuando anuncia el Evangelio y los pueblos acogen la fe, se encarna en ellos y asume sus culturas. Instaura así, no una identificación, sino una estrecha vinculación con ella. Por una parte, en efecto, la fe transmitida por la Iglesia es vivida a partir de una cultura presupuesta, esto es, por creyentes «vinculados profundamente a una cultura y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de las culturas humanas». Por otra parte permanece válido, en el orden pastoral, el principio de encarnación formulado por San Ireneo: «Lo que no es asumido no es redimido».

El principio general de encarnación se concreta en diversos criterios particulares:

(Puebla, Conclusiones 400)

Las culturas no son terreno vacío, carente de auténticos valores. La evangelización de la Iglesia no es un proceso de destrucción, sino de consolidación y fortalecimiento de dichos valores; una contribución al crecimiento de los «gérmenes del Verbo» presentes en las culturas.

(Puebla, Conclusiones 401)

Con mayor interés asume la Iglesia los valores específicamente cristianos que encuentra en los pueblos ya evangelizados y que son vividos por éstos según su propia modalidad cultural.

(Puebla, Conclusiones 402)

La Iglesia parte en su evangelización de aquellas semillas esparcidas por Cristo y de estos valores, frutos de su propia evangelización.

(Puebla, Conclusiones 403)

Todo esto implica que la Iglesia- obviamente la Iglesia particular- se esmere en adaptarse, realizando el esfuerzo de un trasvasamiento del mensaje evangélico al lenguaje antropológico y a los símbolos de la cultura en la que se inserta.

(Puebla, Conclusiones 404)

La Iglesia, al proponer la Buena Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica y exorciza los desvalores. Establece, por consiguiente, una crítica de las culturas. Ya que el reverso del anuncio del Reino de Dios es la crítica de las idolatrías, esto es, de los valores erigidos en ídolos o de aquellos valores que, sin serlo, una cultura asume como absolutos. La Iglesia tiene la misión de dar testimonio del «verdadero Dios y del único Señor».

(Puebla, Conclusiones 405)

Por lo cual, no puede verse como un atropello la evangelización que invita a abandonar falsas concepciones de Dios, conductas antinaturales y aberrantes manipulaciones del hombre por el hombre.

(Puebla, Conclusiones 406)

La tarea específica de la evangelización consiste en «anunciar a Cristo» e invitar a las culturas no a quedar bajo un marco eclesiástico, sino a acoger por la fe el señorío espiritual de Cristo, fuera de cuya verdad y gracia no podrán encontrar su plenitud. De este modo, por la evangelización, la Iglesia busca que las culturas sean renovadas, elevadas y perfeccionadas por la presencia activa del Resucitado, centro de la historia, y de su Espíritu (EN 18, 20, 23; GS 58d, 61a).

(Puebla, Conclusiones 407)

2.4. Evangelización de la cultura en América Latina

Hemos indicado los criterios fundamentales que orientan la acción evangelizadora de las culturas. (Puebla, Conclusiones 408)

Nuestra Iglesia, por su parte, realiza dicha acción en esta particular área humana de América Latina. Su proceso histórico cultural ha sido ya descrito.

Retomamos ahora brevemente los principales datos establecidos en la primera parte de este Documento, para poder discernir los desafíos y problemas que el momento presente plantea a la evangelización.

(Puebla, Conclusiones 408)

Tipos de cultura y etapas del proceso cultural

América Latina tiene su origen en el encuentro de la raza hispanolusitana con las culturas precolombinas y las africanas. El mestizaje racial y cultural ha marcado fundamentalmente este proceso y su dinámica indica que lo seguirá marcando en el futuro.

(Puebla, Conclusiones 409)

Este hecho no puede hacernos desconocer la persistencia de diversas culturas indígenas o afroamericanas en estado puro y la existencia de grupos con diversos grados de integración nacional.

(Puebla, Conclusiones 410)

Posteriormente, durante los últimos siglos, afluyen nuevas corrientes inmigratorias, sobre todo en el Cono Sur, las cuales aportan modalidades propias, integrándose básicamente al sedimento cultural preyacente.

(Puebla, Conclusiones 411)

En la primera época del siglo XVI al XVIII, se echan las bases de la cultura latinoamericana y de su real sustrato católico. Su evangelización fue suficientemente profunda para que la fe pasara a ser constitutiva de su ser y de su identidad, otorgándole la unidad espiritual que subsiste pese a la ulterior división en diversas naciones, y a verse afectada por desgarramientos en el nivel económico, político y social.

(Puebla, Conclusiones 412)

Esta cultura, impregnada de fe y con frecuencia sin una conveniente catequesis, se manifiesta en las actitudes propias de la religión de nuestro pueblo, penetradas de un hondo sentido de la trascendencia y, a la vez, de la cercanía de Dios. Se traduce en una sabiduría popular con rasgos contemplativos, que orienta el modo peculiar como nuestros hombres viven su relación con la naturaleza y con los demás hombres; en un sentido del trabajo y de la fiesta, de la solidaridad, de la amistad y el parentesco. También en el sentimiento de su propia dignidad, que no ven disminuida por su vida pobre y sencilla.

(Puebla, Conclusiones 413)

Es una cultura que, conservada en un modo más vivo y articulador de toda la existencia en los sectores pobres, está sellada particularmente por el corazón y su intuición. Se expresa no tanto en las categorías y organización mental características de las ciencias, cuanto en la plasmación artística, en la piedad hecha vida y en los espacios de convivencia solidaria.

(Puebla, Conclusiones 414)

Esta cultura, la mestiza primero y luego, paulatinamente, la de los diversos enclaves indígenas y afroamericanos, comienza desde el siglo XVIII a sufrir el impacto del advenimiento de la civilización urbano -industrial, dominada por lo físico -matemático y por la mentalidad de eficiencia.

(Puebla, Conclusiones 415)

Esta civilización está acompañada por fuertes tendencias a la personalización y a la socialización. Produce una acentuada aceleración de la historia que exige a todos los pueblos gran esfuerzo de asimilación y creatividad, si no quieren que sus culturas queden postergadas o aun eliminadas.

(Puebla, Conclusiones 416)

La cultura urbano -industrial, con su consecuencia de intensa proletarización de sectores sociales y hasta de diversos pueblos, es controlada por las grandes potencias poseedoras de la ciencia y de la técnica. Dicho proceso histórico tiende a agudizar cada vez más el problema de la dependencia y de la pobreza.

(Puebla, Conclusiones 417)

El advenimiento de la civilización urbano -industrial acarrea también problemas en el plano ideológico y llega a amenazar las mismas raíces de nuestra cultura, ya que dicha civilización nos llega, de hecho, en su real proceso histórico, impregnada de racionalismo e inspirada en dos ideologías dominantes: el liberalismo y el colectivismo marxista. En ambas anida la tendencia no sólo a una legítima y deseable secularización, sino también al «secularismo».

(Puebla, Conclusiones 418)

En el cuadro de este proceso histórico surgen en nuestro continente fenómenos y problemas particulares e importantes: la intensificación de las migraciones y de los desplazamientos de población del agro hacia la ciudad; la presencia de fenómenos religiosos como el de la invasión de sectas, que no por aparecer marginales, el evangelizador puede desconocer; el enorme influjo de los Medios de Comunicación Social como vehículos de nuevas pautas y modelos culturales; el anhelo de la mujer por su promoción, de acuerdo con su dignidad y peculiaridad en el conjunto de la sociedad; la emergencia de un mundo obrero que será decisivo en la nueva configuración de nuestra cultura.

(Puebla, Conclusiones 419)

La acción evangelizadora: desafios y problemas

Los hechos recién indicados marcan los desafíos que ha de enfrentar la Iglesia. En ellos se manifiestan los signos de los tiempos, los indicadores del futuro hacia donde va el movimiento de la cultura. La Iglesia debe discernirlos, para poder consolidar los valores y derrocar los ídolos que alientan este proceso histórico.

(Puebla, Conclusiones 420)

La adveniente cultura universal

La cultura urbano -industrial, inspirada por la mentalidad científico -técnica, impulsada por las grandes potencias y marcada por las ideologías mencionadas, pretende ser universal. Los pueblos, las culturas particulares, los diversos grupos humanos, son invitados, más aún, constreñidos a integrarse en ella.

(Puebla, Conclusiones 421)

En América Latina esta tendencia reactualiza el problema de la integración de las etnias indígenas en el cuadro político y cultural de las naciones, precisamente por verse éstas compelidas a avanzar hacia un mayor desarrollo, a ganar nuevas tierras y brazos para una producción más eficaz; para poder integrarse con mayor dinamismo en el curso acelerado de la civilización universal. (Puebla, Conclusiones 422)

Los niveles que presenta esta nueva universalidad son distintos: el de los elementos científicos y técnicos como instrumentos de desarrollo; el de ciertos valores que se ven acentuados, como los del trabajo y de una mayor posesión de bienes de consumo; el de un «estilo de vida» total que lleva consigo una determinada jerarquía de valores y preferencias.

(Puebla, Conclusiones 423)

En esta encrucijada histórica, algunos grupos étnicos y sociales se repliegan, defendiendo su propia cultura, en un aislacionismo infructuoso; otros, en cambio, se dejan absorber fácilmente por los estilos de vida que instaura el nuevo tipo de cultura universal.

(Puebla, Conclusiones 424)

La Iglesia, en su tarea evangelizadora, procede con fino y laborioso discernimiento. Por sus propios principios evangélicos, mira con satisfacción los impulsos de la humanidad hacia la integración y la comunión universal. En virtud de su misión específica, se siente enviada, no para destruir, sino para ayudar a las culturas a consolidarse en su propio ser e identidad, convocando a los hombres de todas las razas y pueblos a reunirse, por la fe, bajo Cristo, en el mismo y único Pueblo de Dios.

(Puebla, Conclusiones 425)

La Iglesia promueve y fomenta incluso lo que va más allá de esta unión católica en la misma fe y que se concreta en formas de comunión entre las culturas y de integración justa en los niveles económico, social y político.

(Puebla, Conclusiones 426)

Pero ella pone en cuestión, como es obvio, aquella «universalidad», sinónimo de nivelación y uniformidad, que no respeta las diferentes culturas, debilitándolas, absorbiéndolas o eliminándolas. Con mayor razón la Iglesia no acepta aquella instrumentalización de la universalidad que equivale a la unificación de la humanidad por vía de una injusta e hiriente supremacía y dominación de unos pueblos o sectores sociales sobre otros pueblos y sectores.

(Puebla, Conclusiones 427)

La Iglesia de América Latina se propone reanudar con renovado vigor la evangelización de la cultura de nuestros pueblos y de los diversos grupos étnicos para que germine o sea reavivada la fe evangélica y para que ésta, como base de comunión, se proyecte hacia formas de integración justa en los cuadros respectivos de una nacionalidad, de una gran patria latinoamericana y de una integración universal que permita a nuestros pueblos el desarrollo de su propia cultura, capaz de asimilar de modo propio los hallazgos científicos y técnicos.

(Puebla, Conclusiones 428)

La ciudad

En el tránsito de la cultura agraria a la urbano -industrial, la ciudad se convierte en motor de la nueva civilización universal. Este hecho requiere un nuevo discernimiento por parte de la Iglesia. Globalmente, debe inspirarse en la visión de la Biblia, la cual a la vez que comprueba positivamente la tendencia de los hombres a la creación de ciudades donde convivir de un modo más asociado y humano, es crítica de la dimensión inhumana y del pecado que se origina en ellas.

(Puebla, Conclusiones 429)

Por lo mismo, en las actuales circunstancias, la Iglesia no alienta el ideal de la creación de megápolis que se tornan irremediablemente inhumanas, como tampoco de una industrialización excesivamente acelerada que las actuales generaciones tengan que pagar a costo de su misma felicidad, con sacrificios desproporcionados.

(Puebla, Conclusiones 430)

Por otra parte, reconoce que la vida urbana y el cambio industrial ponen al descubierto problemas hasta ahora no conocidos. En su seno se trastornan los modos de vida y las estructuras habituales de la existencia: la familia, la vecindad, la organización del trabajo. Se trastornan, por lo mismo, las condiciones de vida del hombre religioso, de los fieles y de la comunidad cristiana.

Las anteriores características constituyen rasgos del llamado «proceso de secularización», ligado evidentemente a la emergencia de la ciencia y de la técnica y a la urbanización creciente.

(Puebla, Conclusiones 431)

No hay por qué pensar que las formas esenciales de la conciencia religiosa estén exclusivamente ligadas con la cultura agraria. Es falso que el paso a la civilización urbano -industrial acarrea necesariamente la abolición de la religión. Sin embargo, constituye un evidente desafío, al condicionar con nuevas formas y estructuras de vida, la conciencia religiosa y la vida cristiana.

(Puebla, Conclusiones 432)

La Iglesia se encuentra así ante el desafío de renovar su evangelización, de modo que pueda ayudar a los fieles a vivir su vida cristiana en el cuadro de los nuevos condicionamientos que la sociedad urbano -industrial crea para la vida de santidad; para la oración y la contemplación; para las relaciones entre los hombres, que se tornan anónimas y arraigadas en lo meramente funcional; para una nueva vivencia del trabajo, de la producción y del consumo.

(Puebla, Conclusiones 433)

El secularismo

La Iglesia asume el proceso de la secularización en el sentido de una legítima autonomía de lo secular como justo y deseable según lo entienden la Gaudium et Spes y la Evangelii Nuntiandi. Sin embargo, el paso a la civilización urbano -industrial, considerado no en abstracto, sino en su real proceso histórico occidental, viene inspirado por la ideología que llamamos «secularismo».

(Puebla, Conclusiones 434)

En su esencia, el secularismo separa y opone al hombre con respecto a Dios; concibe la construcción de la historia como responsabilidad exclusiva del hombre, considerado en su mera inmanencia. Se trata de «una concepción del mundo según la cual éste último se explica por sí mismo, sin que sea necesario recurrir a Dios: Dios resultaría, pues, superfluo y hasta un obstáculo. Dicho secularismo, para reconocer el poder del hombre, acaba por sobrepasar a Dios e incluso por renegar de él. Nuevas formas de ateísmo- un ateísmo antropocéntrico, no ya abstracto y metafísico, sino práctico y militante- parece desprenderse de él. En unión con este secularismo ateo se nos propone todos los días, bajo las formas más distintas, una civilización de consumo, el hedonismo erigido en valor supremo, una voluntad de poder y de dominio, de discriminaciones de todo género: constituyen otras tantas inclinaciones inhumanas de este «humanismo» (EN 55).

(Puebla, Conclusiones 435)

La Iglesia, pues, en su tarea de evangelizar y suscitar la fe en Dios, Padre providente y en Jesucristo, activamente presente en la historia humana, experimenta un enfrentamiento radical con este movimiento secularista. Ve en él una amenaza a la fe y a la misma cultura de nuestros pueblos latinoamericanos. Por eso, uno de los fundamentales cometidos del nuevo impulso evangelizador ha de ser actualizar y reorganizar el anuncio del contenido de la evangelización partiendo de la misma fe de nuestros pueblos, de modo que éstos puedan asumir los valores de la nueva civilización urbano -industrial, en una síntesis vital cuyo fundamento siga siendo la fe en Dios y no el ateísmo, consecuencia lógica de la tendencia secularista.

(Puebla, Conclusiones 436)

Conversión y estructuras

Se ha señalado la incoherencia entre la cultura de nuestros pueblos, cuyos valores están impregnados de fe cristiana, y la condición de pobreza en que a menudo permanecen retenidos injustamente.

(Puebla, Conclusiones 437)

Sin duda, las situaciones de injusticia y de pobreza aguda son un índice acusador de que la fe no ha tenido la fuerza necesaria para penetrar los criterios y las decisiones de los sectores responsables del liderazgo ideológico y de la organización de la convivencia social y económica de nuestros pueblos. En pueblos de arraigada fe cristiana se han impuesto estructuras generadoras de injusticia. éstas que están en conexión con el proceso de expansión del capitalismo liberal y que en algunas partes se transforman en otras inspiradas por el colectivismo marxista, nacen de las ideologías de culturas dominantes y son incoherentes con la fe propia de nuestra cultura popular.

(Puebla, Conclusiones 437)

La Iglesia llama, pues, a una renovada conversión en el plano de los valores culturales, para que desde allí se impregnen las estructuras de convivencia con espíritu evangélico. Al llamar a una revitalización de los valores evangélicos, urge a una rápida y profunda transformación de las estructuras, ya que éstas están llamadas, por su misma naturaleza, a contener el mal que nace del corazón del hombre, y que se manifiesta también en forma social y a servir como condiciones pedagógicas para una conversión interior, en el plano de los valores.

(Puebla, Conclusiones 438)

Otros problemas

En el marco de esta situación general y de sus desafíos globales, se inscriben algunos problemas particulares de importancia que la Iglesia ha de atender en su nuevo impulso evangelizador. éstos son: la organización de una adecuada catequesis partiendo de un debido conocimiento de las condiciones culturales de nuestros pueblos y de una compenetración con su estilo de vida, con suficientes agentes pastorales autóctonos y diversificados, que satisfagan el derecho de nuestros pueblos y de nuestros pobres a no quedar sumidos en la ignorancia o en niveles de formación rudimentarios de su fe.

(Puebla, Conclusiones 439)

Un planteamiento crítico y constructivo del sistema educativo en América Latina.

(Puebla, Conclusiones 440)

La necesidad de trazar criterios y caminos, basados en la experiencia y la imaginación, para una pastoral de la ciudad, donde se gestan los nuevos modos de cultura, a la vez que el aumento del esfuerzo evangelizador y promotor de los grupos indígenas y afroamericanos.

(Puebla, Conclusiones 441)

La instauración de una nueva presencia evangelizadora de la Iglesia en el mundo obrero, en las élites intelectuales y entre las artísticas.

(Puebla, Conclusiones 442)

El aporte humanista y evangelizador de la Iglesia para la promoción de la mujer, conforme a su propia identidad específica.

(Puebla, Conclusiones 443)

3. Evangelización y religiosidad popular

3.1. Noción y afirmaciones fundamentales

Por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular, entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan. Se trata de la forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado. La religión del pueblo latinoamericano, en su forma cultural más característica, es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular.

(Puebla, Conclusiones 444)

Con deficiencias y a pesar del pecado siempre presente, la fe de la Iglesia ha sellado el alma de América Latina, marcando su identidad histórica esencial y constituyéndose en la matriz cultural del continente, de la cual nacieron los nuevos pueblos.

(Puebla, Conclusiones 445)

El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización.

(Puebla, Conclusiones 446)

Esta religión del pueblo es vivida preferentemente por los «pobres y sencillos» (EN 48), pero abarca todos los sectores sociales y es, a veces, uno de los pocos vínculos que reúne a los hombres en nuestras naciones políticamente tan divididas. Eso sí, debe sostenerse que esa unidad contiene diversidades múltiples según los grupos sociales, étnicos e, incluso, las generaciones.

(Puebla, Conclusiones 447)

La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria, inteligencia y afecto. Esa sabiduría es un humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 6: AAS 71 p. 213).

(Puebla, Conclusiones 448)

Porque esta realidad cultural abarca muy amplios sectores sociales, la religión del pueblo tiene la capacidad de congregar multitudes. Por eso, en el ámbito de la piedad popular la Iglesia cumple con su imperativo de universalidad. En efecto, «sabiendo que el mensaje no está reservado a un pequeño grupo de iniciados, de privilegiados, o elegidos, sino que está destinado a todos» (EN 57), la Iglesia logra esa amplitud de convocación de las muchedumbres en los santuarios y en las fiestas religiosas. Allí el mensaje evangélico tiene oportunidad, no siempre aprovechada pastoralmente, de llegar «al corazón de las masas» (ibid.).

(Puebla, Conclusiones 449)

La religiosidad popular no solamente es objeto de evangelización, sino que, en cuanto contiene encarnada la Palabra de Dios, es una forma activa con la cual el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo.

(Puebla, Conclusiones 450)

Esta piedad popular católica, en América Latina, no ha llegado a impregnar adecuadamente o aún no ha logrado la evangelización en algunos grupos culturales autóctonos o de origen africano, que por su parte poseen riquísimos valores y guardan «semillas del Verbo» en espera de la Palabra viva.

(Puebla, Conclusiones 451)

La religiosidad popular si bien sella la cultura de América Latina, no se ha expresado suficientemente en la organización de nuestras sociedades y estados. Por ello deja un espacio para lo que S. S. Juan Pablo II ha vuelto a denominar «estructuras de pecado» (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 3: AAS 71 p. 230). Así la brecha entre ricos y pobres, la situación de amenaza que viven los más débiles, las injusticias, las postergaciones y sometimientos indignos que sufren, contradicen radicalmente los valores de dignidad personal y hermandad solidaria. Valores estos que el pueblo latinoamericano lleva en su corazón como imperativos recibidos del Evangelio. De ahí que la religiosidad del pueblo latinoamericano se convierta muchas veces en un clamor por una verdadera liberación. ésta es una exigencia aún no satisfecha. Por su parte, el pueblo, movido por esta religiosidad, crea o utiliza dentro de sí, en su convivencia más estrecha, algunos espacios para ejercer la fraternidad, por ejemplo: el barrio, la aldea, el sindicato, el deporte. Y entre tanto, no desespera, aguarda confiadamente y con astucia los momentos oportunos para avanzar en su liberación tan ansiada.

(Puebla, Conclusiones 452)

Por falta de atención de los agentes de pastoral y por otros complejos factores, la religión del pueblo muestra en ciertos casos signos de desgaste y deformación: aparecen sustitutos aberrantes y sincretismos regresivos. Además, se ciernen en algunas partes sobre ella serias y extrañas amenazas que se presentan exacerbando la fantasía con tonos apocalípticos.

(Puebla, Conclusiones 453)