CONSTRUCTORES DE LA PAZ

INSTRUCCIÓN PASTORAL
DE LA COMISIÓN PERMANENTE DEL EPISCOPADO

 

CAPÍTULO II

VISIÓN CRISTIANA DE LA PAZ


1. A LA LUZ DE LA PALABRA DE DIOS

6. Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios sobre la salvación del hombre. Por ser el Hijo mediador y plenitud de toda revelación, ilumina y da sentido a todo lo válido del Antiguo Testamento, lle-vándolo a su plenitud insuperable y absoluta. Esa Palabra se ha-ce hoy presente entre nosotros gracias al Espíritu, “por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia y, por ella, en el mundo entero; va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo” 1 . Por ello centramos ahora nuestra atención en esa Palabra fijada para siempre en la Sagrada Escritura, transmitida, anunciada e inter-pretada por el Magisterio de la Iglesia.

2. CRISTO, NUESTRA PAZ

27. Con estas palabras de San Pablo (Ef 2,14) formulamos la confe-sión de nuestra fe y enunciamos la perspectiva propia de los cristianos en la construcción de la paz entre los hombres. Con su vida, su muerte y su resurrección, Jesucristo trajo a los hombres la paz de Dios, y fue constituido fuente de paz y reconciliación para todos los tiempos y para todos los pueblos. La predicación del Evangelio sigue renovando y estimulando a la Iglesia e invi-tando a todos los hombres a que se dejen penetrar por su Espí-ritu vivificante. Al propio tiempo, el mismo Espíritu sigue actuando más allá de las fronteras visibles de la Iglesia en el secreto de las conciencias de todos los hombres de buena voluntad 2 .

2.1. El ejemplo de la predicación de Jesús 28. En su forma de vivir y en su predicación, Jesús de Nazaret ex-presa una convicción fundamental: que Dios es Padre, amor gratuito y generoso que quiere que todos los hombres lleguen a ser sus hijos y vivan como hermanos, en paz y amor; que se ini-cia ya un "año de gracia" 3 , en el que llegará la paz y la liberación para todos los que acogiendo su palabra, alejen de su corazón el egoísmo y la violencia.

29. Jesús centró su predicación en anunciar el Reino de Dios inaugu-rado en Él mismo. Este Reino se realizará plenamente en el mun-do nuevo de la Resurrección mas allá de las fronteras de la muerte. La adhesión de los hombres por la fe y la conversión a este anuncio de Jesús, abre la posibilidad y la obligación de reali-zar ya en este mundo de manera anticipada los rasgos esencia-les de este Reino de reconciliación y de paz que son: misericor-dia, justicia, amor, verdad, liberación y libertad para los oprimidos hasta que el Señor vuelva. El Reino es como un banquete al que todos los hombres son invitados para sentarse juntos y participar en su misma mesa 4 . Con este espíritu, Jesús forma una pequeña comunidad cuya ley era el amor en el servicio; infundió confianza a los pobres, enfermos y pecadores; quiso librar a los poderosos y ricos de sus falsas seguridades; anunció un mundo reconcilia-do en el que todos los hombres vivan como hijos de Dios y her-manos entre sí.

2.2. Por la sangre de su cruz 30. Cuando Jesús tuvo que enfrentarse con la muerte a manos de los hombres, renunció a cualquier respuesta violenta, acepto la voluntad misteriosa de Dios en amor y obediencia, se entregó mansamente como cordero llevado al matadero y murió perdonando a quienes lo mataban y ofreciéndose a sí mismo como precio de la redención de todos los hombres. Quienes creemos en Él como Hijo de Dios y salvador de los hombres, no podemos olvidar que el Evangelio cuando nos propone expresamente el seguimiento de Jesús destaca estos rasgos: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" 5 .

31. Dios mismo estaba misteriosamente presente en la muerte de su Hijo ofreciendo su vida por nosotros para reconciliar a todos los hombres con Él 6 . Al reconciliarnos con Dios, Jesús trajo la paz al mundo por la sangre de su cruz 7 y derribó el muro de enemistad que separaba a los pueblos 8 .

32. Resucitado de entre los muertos por el poder de Dios, Jesucristo fue constituido Señor, primicia de un mundo nuevo al que todos somos llamados. Con la fuerza de esta vocación y de esta esperanza, creyendo en Él y aceptando en nosotros la acción de su gracia, podemos y debemos transformar este mundo a imagen y semejanza del mundo futuro estableciendo ya desde ahora, aunque sea parcialmente, el Reino de Dios, presidido por Jesucristo resucitado, Señor de la historia y animado por el Espíritu Santo, fuente de amor, de fraternidad, de paz entre los hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación 9 .

2.3. El Evangelio de la paz 33. Este anuncio resume el mensaje de Jesús en relación con la paz: Dios ha intervenido en el mundo para suscitar el amor y la fraternidad entre todos los hombres, concediéndonos el don de la paz y pidiéndonos nuestra colaboración mientras llega la plenitud de la salvación.

34. La paz es don de Dios. Quienes reciben en su corazón la buena noticia del Reino adquieren una nueva visión del mundo y de la vida; experimentan el perdón y el amor de Dios que les hace a su vez capaces de perdonar y amar a los hombres como ellos mismos son amados y perdonados. Jesús exhorta a sus discípulos a amar a sus enemigos, a ser buenos con todos más allá de los límites de las exigencias y los derechos: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; perdonad y seréis perdonados; porque con la medida con que midáis seréis medidos"10 . Por todo ello los pacíficos son llamados “hijos de Dios" y Jesús los proclama bienaventurados: "Bienaventurados los que buscan la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios" 11 .

35. La paz es fruto del amor. Esta tarea de pacificación, como el amor cristiano que la inspira, va siempre más allá de las leyes escritas y de las observancias legales: "Si alguno te obliga a andar una milla, vete dos con él"12 . Prohibe devolver mal por mal y manda, en cambio, hacer el bien incluso a los que hacen el mal y a los enemigos 13 ; no se toleran odios, desprecios, venganzas ni represalias contra nadie. Expresiones como "a quien te abofetee en una mejilla, ofrécele también la otra" o "al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto"14 , manifiestan, dentro de su estilo hiperbólico, una mentalidad nueva que crea en el hombre un corazón pacifico y pacificador.

36. La paz responsabilidad de los hombres. La paz, como todo don de Dios al hombre, debe contar con nuestra disponibilidad y colaboración. La conversión al Reino de Dios incluye necesa-riamente nuestro compromiso en favor de la paz. Este compromiso tiene unos contenidos y unas exigencias morales que podemos llamar "su verdad": justicia, amor, verdad, misericordia, especialmente con los pobres y los oprimidos. Los pacíficos del Evangelio son los que, además de haber comprendido el designio de Dios, tratan de plasmarlo en el tejido de la historia: "No todo aquel que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Pa-dre celestial" 15 .

Para construir la paz es necesario amar a Dios y a los hombres, inseparables entre sí: Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; “luego vuelve a presentar tu ofrenda"16 . De aquí que la "verdad de la paz" tenga sus exigencias y compromisos en favor del hombre. La calidad cristiana de este compromiso se manifiesta especialmente en la preferencia por los desvalidos y humillados, en quienes Jesús mismo se hace presente y nos juzga 17 .

3. JESUCRISTO, ESPERANZA DE LOS PUEBLOS

3.1. “Shalom”, paz 37. El hombre ha sido creado por Dios para vivir en comunión con Él, con los demás hombres y con todas las creaturas 18 . El Hijo de Dios vino a este mundo, enviado por el Padre, con la fuerza del Espíritu Santo para realizar estos designios formando un pueblo "de su propiedad" que fuera una verdadera comunidad universal, fundada en el reconocimiento de su paternidad y su soberanía con un estilo de vida basado en la justicia, el amor y la misericordia 19 .

El conjunto de estos bienes se expresa en el saludo bíblico "Shalom" con el que se desea la paz como síntesis de todos los bienes necesarios y posibles.

Esta paz significa bienestar, prosperidad material y espiritual, sosiego y felicidad, bendición de Dios y estima de los hombres de buena voluntad 20 .

3.2. La paz obra de la justicia 38. Aunque la paz sea un don que Dios concede a su pueblo 21 , la construcción de la paz es también tarea de los hombres; para ello es preciso vivir con sentimientos de reconciliación, con espíritu de justicia y con actitudes de solidaridad y misericordia hacia los más débiles y necesitados de la sociedad. Cuando no hay justicia, "se dice paz, paz, pero no hay paz" 22 cada uno crea sus propios ídolos para mantener sus falsas seguridades, oponiéndose así al verdadero Dios que quiere la justicia y la misericordia entre los hombres. Negando los derechos del hombre, se niegan también los derechos de Dios 23 . Por eso, el mismo Creador pide cuentas a Caín, el primer fratricida que rompió la paz: “¿Dónde está tu hermano?" 24 .

3.3. En la esperanza de la paz definitiva 39. A pesar de las desviaciones y pecados de los hombres, los profetas anuncian que Dios llegará a reinar sobre toda la tierra y establecerá la paz en los últimos tiempos. Convertirá a las naciones poderosas que forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas; no levantará la espada nación contra nación ni se ejercitarán más en la guerra 25 ."Yhavé proclamará la paz a las naciones” 26 ; llegará al fin el mundo paradisíaco de la reconciliación y la paz 27 .

El Nuevo Testamento mantiene y confirma esta esperanza. Al final de los tiempos habrá nuevos cielos y nueva tierra, una nueva ciudad bajada del cielo, esto es, promovida por el amor y la gracia de Dios, morada de Dios con los hombres, sin muerte ni llanto, sin gritos ni fatigas 28 .

3.4. La paz, objetivo posible 40. Los profetas anunciaron que esta reconciliación definitiva sería obra del Mesías, Príncipe de la paz 29 , y los cristianos confesamos a Jesucristo como el Mesías que ha traído la paz del Reino de Dios. Sin embargo seguimos todavía viviendo bajo el azote de la guerra aguardando la llegada de un mundo plenamente reconciliado.

Sabemos que la paz entre los hombres entra dentro de los bienes del Reino que son posibles en este mundo. La guerra, las divisiones, los conflictos no son inevitables. Tenemos dentro de nosotros, por la gracia de Dios, la capacidad de superar las divisiones y construir un mundo de paz 30 . No es la fuerza fatalista del destino sino nuestros propios pecados, pecados de egoísmo, ambición, intolerancia y venganza, lo que impide el establecimiento de la paz. Por eso la Iglesia reclama la responsabilidad moral de los dirigentes políticos y la conversión de los hombres a una vida justa y solidaria como raíz de los cambios y del esfuerzo necesarios para construir la paz.

Ni el optimismo irresponsable ni la resignación fatalista son actitudes cristianas. La paz no llegara sola ni es fácil conseguirla. Pero está en nuestras manos. Las promesas y los dones de Dios nos permiten creer en la paz, amarla y esperarla como algo posible a pesar de nuestra debilidad de nuestros pecados.

4. LA PALABRA DE LA IGLESIA

4.1. Misión de la Iglesia y de los cristianos 41. Entre la reconciliación ya realizada en Jesucristo y la plenitud de los tiempos se sitúa el tiempo de la Iglesia. La Iglesia es en Cristo "como sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”31 . Ella que es una y universal en la variedad de los pueblos y de las culturas, puede fomentar los vínculos entre las naciones.

Desde el primer momento, la Iglesia naciente comenzó llevando a los diversos pueblos la conciencia de su unidad y el espíritu de reconciliación. La búsqueda y la defensa de la paz ha operado siempre en la conciencia de la Iglesia como una de sus obligaciones más graves en el mundo. Ni siquiera en las épocas más oscuras de la historia dejó de manifestarse de algún modo esta conciencia. En los tiempos más cercanos la doctrina y las enseñanzas del Magisterio han denunciado repetidamente los males de la guerra y han urgido las exigencias de la paz.

4.2. Ejemplo de las primeras comunidades de la Iglesia 42. Convencidos de que la promesa de salvación es también "para los que están lejos" 32 , los primeros cristianos vencieron toda tentación de sectarismo y de discriminación entre hombres y pueblos. Pronto la comunidad de Jesús abrió sus puertas a los gentiles, pues "Dios no hace distinción de personas" 33 . Con el mismo espíritu de universalidad, las iglesias que fueron naciendo en el mundo helenístico derribaron los muros de raza, de sexo y de condición social que impedían la fraternidad entre todos los hombres 34 .

Lo mismo que el Maestro, también los primeros cristianos entraron en conf licto con "los dominadores de este mundo tenebroso"35, sufrieron la persecución y el martirio. Con su paciencia y mansedumbre, manif estaron el espíritu de reconciliación; vivieron y murieron perseverantes "en la caridad primera"36 anunciando el evangelio de la paz.

4.3. Una exigencia constante en la historia del cristianismo 43. No es fácil encarnar el evangelio del amor y de la paz en una sociedad marcada por la rivalidad y la violencia. Ello puede explicar hasta cierto punto las diferencias y desviaciones de muchos cristianos contra esta vocación de unidad y de paz. Porque, aunque los acontecimientos del pasado hayan de ser interpretados y juzgados dentro de su contexto histórico, es obligatorio reconocer que los miembros de la comunidad cristiana no hemos sido siempre instrumento ni signo de paz: guerras de religión entre cristianos y contra otras religiones, alianzas con los poderes de este mundo, silencio ante la violencia y los agresores; todo ello son deficiencias y pecados que desfiguran la vida de la Iglesia "necesitada de purificación constante" 37 .

44. A pesar de todo, el servicio a la paz ha estado siempre vigente en la conciencia de la Iglesia, obligándola a resistirse a aceptar la guerra como medio normal de comportamiento entre los hombres. Es significativo y digno de admiración la resistencia de los primeros cristianos de Roma a participar en las acciones violentas de su sociedad a pesar del reconocimiento de la autoridad civil como representante de Dios e instrumento del bien común y de la convivencia 38 .

Cuando la expansión del cristianismo hace que aumente el número de los cristianos que participan en la milicia, a los soldados cristianos se les recuerdan las exigencias del amor fraterno 39 .

45. Más tarde, cuando la sociedad entera pretende regirse por los criterios de la fe cristiana, son los mismos cristianos quienes tienen que buscar la difícil armonía entre las exigencias del amor al prójimo y el mantenimiento del orden o de la defensa contra los enemigos 40 .

4.4. La regulación moral de la guerra 46. Esta preocupación llevará a los doctores y pastores de la Iglesia y especialmente a San Agustín a formular los preceptos morales que deben observarse cuando las circunstancias imponen la aceptación de la guerra: la paz es el conjunto de todos los bienes y debe ser siempre deseada y protegida, mientras que la guerra es un mal devastador que debe evitarse y rechazarse. Cuando la autoridad no puede defender de otra manera la paz del pueblo, la réplica armada a los adversarios debe vulnerar lo menos posible las exigencias del amor y del perdón a los enemigos. La intención de esta doctrina no fue nunca la justificación de la guerra, sino la de defensa de las exigencias de la justicia y del amor a los enemigos aún en la circunstancia anómala de tener que usar la violencia.

47. Con la misma intención Sto. Tomás de Aquino y otros teólogos, entre los que descuellan los españoles del siglo XVI, condenaron los males de la guerra y perfeccionaron la doctrina moral de la Iglesia sobre la guerra misma tratando de evitarla en lo posible o por lo menos disminuir y mitigar sus males 41 . Para que el desarrollo de una guerra sea compatible con la moral cristiana debe existir una causa justa, han de estar agotados los procedimientos pacíficos de restablecer el orden, debe estar declarada y dirigida por una autoridad competente y soberana en la imposibilidad de recurrir a otra instancia superior. Los males infligidos al agresor deben ser proporcionales y restringidos, para no violar los principios de la justicia que se intentan cumplir ni destruir los bienes que se intentan proteger. Es preciso reconocer con tristeza que estas exigencias morales se han ido relajando y hoy existen concepciones de la "guerra justa" que tienen poco que ver con la visión cristiana de la paz y de la guerra.

5. EL MAGISTERIO ACTUAL DE LA IGLESIA

48. Ante las graves amenazas que se ciernen sobre el mundo contemporáneo, la Iglesia ha actuado y desarrollado con insis-tencia sus consideraciones morales sobre los problemas de la paz y de la guerra. El Concilio Vaticano II recoge y actualiza la doctrina tradicional de la Iglesia y las enseñanzas de los Sumos Pontífices: es preciso construir la paz y abandonar la guerra para siempre 42 .

5.1. La paz obra del amor y de la justicia 49. La paz, aspiración de todos los hombres y los pueblos, es un don de Dios, que por "la Cruz elevada sobre el mundo, lo abraza simbólicamente y tiene el poder de reconciliar Norte y Sur, Este y Oeste" 43 . Paz no quiere decir sólo "ausencia de guerra, no se reduce al solo equilibrio de fuerzas contrarias, ni nace de un dominio despótico, sino que con razón y propiedad se define como la obra de la justicia 44 .

No hay verdadera paz si no hay justicia: “la paz construida y mantenida sobre la injusticia social y el conflicto ideológico nunca podrá convertirse en una paz verdadera para el mundo” 45 .

50. La justicia se expresa principalmente en el respeto a la dignidad de las personas y los pueblos y en la ayuda eficaz a su desarrollo 46 . La paz, continuamente amenazada por el pecado, ha de fraguarse en el corazón del hombre: "ante todo, son los corazones y las actitudes de las personas los que tienen que cambiar, y esto exige una renovación, una conversión de los individuos" 47 .

51. Además, la paz tiene sus propios caminos que son inexorables: el respeto al “derecho natural de gentes” 48 , la edificación de un nuevo orden internacional, el respeto a los acuerdos adoptados, la renuncia al egoísmo nacionalista y a las ambiciones de dominio, el cambio de mentalidad de los pueblos hacia sus presuntos adversarios y el diálogo como camino de solución de los conflictos 49 .

52. En una situación como la que vivimos es muy difícil que se den las condiciones mínimas para poder hablar de una guerra justa. La capacidad de destrucción de las armas modernas, nucleares, científicas y aun convencionales, escapa a las posibilidades de control y proporción. Por ello hay que tender a la eliminación absoluta de la guerra y a la destrucción de armas tan mortíferas como las armas nucleares, biológicas y químicas. Esto no será posible sin un cambio de las conciencias que les lleve a rechazar la guerra y extirpar las injusticias que la alimentan; es preciso llegar al "desarme de las mismas conciencias" 50 .

6. UNA MENTALIDAD EVANGÉLICA

53. La situación amenazadora del mundo exige un cambio si se quiere sobrevivir. Esta es la opinión generalizada entre muchos de nuestros contemporáneos, y el mismo Concilio Vaticano II expresó su preocupación y dio su voz de alerta.

Los cristianos tenemos ya en el Evangelio las orientaciones fundamentales para superar esta situación, juzgando con un corazón nuevo la nueva coyuntura histórica. La paz que hemos de construir tiene su fuente en el amor sólo desde ahí podemos emprender "el camino de la solidaridad, del diálogo y de la fraternidad universal"51 . Este amor alcanza también a los enemigos; no caben represalias ni venganzas.

La construcción de la paz es responsabilidad de todos. Con esta mentalidad evangélica, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia y el testimonio de los mejores cristianos, queremos examinar ahora los problemas que se plantean hoy en relación con la paz y con la guerra, deseosos de ayudar a los cristianos y a los hombres de buena voluntad a aclarar sus conciencias sobre estas complejas cuestiones y promover el desarrollo de la paz en la medida de sus fuerzas.


1 Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, 8.

2 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II. Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, 16.

3 Lc. 4,19.

4 Cf. Mt 22, 1-4.

5 Mt 11,29.

6 Cf. Cor. 5, 18 y 19.

7 Cf. Constitución pastoral, 78.

8 Cf. Ef 2,14.

9 Cf. Ap. 5, 9-l0.

10 Cf. Lc. 6, 36-38.

11 Mt 5,9.

12 Mt 5,41.

13 Cf. Mt 5,44.

14 Mt 5,40.

15 Mt 7,21.

16 Mt 5,23.

17 Cf. Mt 25, 31-45.

18 Este es el significado teológico del relato bíblico del paraíso (Cf. Gen 2).

19 Cf. Ex 19, 5-6; Dt 15, 1-8; Lev 25, 1-55.

20 Cf. La paz es bienestar: Job 9,4; 1 Re 9,25; felicidad Sal 38,4; 2 Sam 18,32; confianza mutua: Num 25,12; Salud: Gen 26,29; 2 Sam 18,29; plenitud de bienes: Sal 37,11; Lev 26,1-13.

21 Cf. Aspecto destacado en los libros sapienciales: Sal 4,9; 34,15; 35,27; 85,9; Prov 3,2-7.

22 Cf. Jer 6,14. La paz exige práctica de la justicia, de la verdad y de la misericordia: Is 32,16-18; Ox 2,20- 29.

23 Cf. Is 11,1-10; Jer 22,16.

24 Gen 4,9.

25 Cf. Is 2,4; Miq 4,3.

26 Cf. Za 9,10.

27 Cf. Is 11 y 12.

28 Cf. Ap 21, 1-4.

29 Cf. Is 9,6-7.

30 Cf. 2 Cor 13,11.

31 Constitución Pastoral, 42.

32 Act 2,39.

33 Cf. Act 10,34.

34 Cf. Gal 3,28.

35 Ef 6,12.

36 Ap 2,4.

37 Cf. CONCILIO VATICANO II. Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, 8.

38 Rom 13, 1-7.

39 Sobre este punto es muy válida la información de la CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA en su exhortación, La justicia construye la paz, cap. 3.1.

40 Cf. Concilio de Arlés (314), en la exhortación citada, 3.1. en nota anterior.

41 Cf. SAN AGUSTÍN. De Civitate Dei. LXIX c. 7; SANTO TOMÁS, I-II 40; FRANCISCO DE VITORIA, De indis sive de iure belli hispanorum in barbaros: Rellectio posterior: Obras editadas por T. URBANO (Madrid, 1960), 811-858.

42 Cf. JUAN XXIII, Paz en la tierra, 109. Según JUAN PABLO II, debemos fomentar “una conciencia univer-sal de los peligros terribles de la guerra”: Cf. Mensaje a la sesión especial de la ONU, 1982, 7.

43 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 6.

44 Cf. Constitución pastoral, 78.

45 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 3.

46 Cf. Constitución pastoral, 78.

47 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 3.

48 Constitución pastoral, 79.

49 Cf. Constitución pastoral, 82 y 83.

50 Cf. JUAN XXIII, Paz en la tierra, 113.

51 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 4.