COMISIÓN EPISCOPAL DE APOSTOLADO SEGLAR
Subcomisión de Familia y Defensa de la Vida

"TODA LA VIDA Y LA VIDA DE TODOS"

Jornada por la Vida
Domingo, 4 de febrero de 2001

Mensaje de los Obispos de la Subcomisión de Familia y Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española

            Con motivo de la próxima Jornada por la Vida, a celebrar el domingo 4 de febrero en todas las diócesis españolas, los Obispos de la Subcomisión episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española dirigimos este mensaje a todos los cristianos y a todas las personas que aman la vida y desean promoverla. Dos enseñanzas nos pueden ayudar a considerar de nuevo el sentido y valor de la vida humana. Por una parte la rica doctrina contenida en la Carta encíclica de Juan Pablo II sobre el Evangelio de la vida. “Se trata, -afirma el Papa- de ‘hacerse cargo’ de toda la vida y de la vida de todos”[1]. Por otro lado, una estupenda página evangélica –diálogo y parábola- de valor universal.

1.  Toda la vida

            “Maestro, ¿qué he de hacer para obtener la herencia de la vida eterna?”[2]. Narra el evangelista que en cierta ocasión un maestro de la ley dirigió a Jesús –para ponerle a prueba- esa pregunta. Es la pregunta por la cooperación del creyente a su propia salvación. Pero más radicalmente es la pregunta por la vida en plenitud –vida eterna y feliz- que todo ser humano anhela en lo más hondo de su corazón. Sólo Dios, que es la fuente de la Vida, puede responder acabadamente a esta búsqueda que orienta todo el deseo y el obrar humano.

            Todos los seres vivos participan de la Vida del Creador. Las perfecciones y belleza de las criaturas remiten al ingenio, destreza e inspiración del Artista que las ha formado. El maravilloso mundo vegetal y animal son lenguaje, cántico, sinfonía de alabanza a la majestad del Dios todopoderoso, el Autor de la vida [3]. Pero el ser humano, como criatura personal, participa de un modo peculiar y especialísimo en la intimidad personal de la Vida divina, que es Comunión de amor. Por eso todo hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, posee una dignidad sagrada, que sobrepasa de modo absoluto al resto de las criaturas no personales[4]. El reconocimiento y respeto de esa dignidad personal es el fundamento de las relaciones verdaderamente humanas.

            “Amarás... y vivirás”[5]. La respuesta que el hombre debe ofrecer al don de la vida se encuentra en el núcleo de la ley de Dios: amar a Dios por encima de todo y al prójimo como a uno mismo[6]. Este mandato revelado se halla, además, inscrito en el corazón de todo hombre[7]. Es un imperativo razonable.

2. La vida de todos

            Aquel hombre, queriendo justificarse, le hace una segunda pregunta a Jesucristo: “¿Y quién es mi prójimo?”[8]. La respuesta de Jesús -“Un hombre... despojado, golpeado, medio muerto” [9]- es una de sus enseñanzas más luminosas, como un compendio de todo el evangelio: la parábola del buen samaritano. También podríamos denominarla la parábola del hombre despojado. “Mi prójimo” es un hombre cualquiera que me encuentro tirado en el camino, herido, abandonado. Ese hombre concreto está apelando a la conciencia de quien lo encuentra: para que reconozca en el rostro desfigurado y en el cuerpo contrahecho, dolorido, la imagen del hermano, del “otro yo” que pide una ayuda efectiva, una mano cercana.

            Intentemos ahora comprender nuestra sociedad a la luz de este evangelio. Así, podríamos afirmar que esa persona concreta despojada es hoy uno de los miles de niños -la criatura más débil e inocente- que son eliminados en el seno materno. La cuna natural de la vida se convierte para él en el “corredor de la muerte”. Una sociedad que legitima un crimen tan abominable como el aborto está perdiendo el sentido mismo de la dignidad humana, base de los derechos fundamentales y de la verdadera democracia[10].

            Esa persona concreta despojada en nuestra sociedad puede ser una de las madres que, ante las dificultades para sacar adelante al hijo de sus entrañas, es dejada sola. En ese período en el que necesita más ayuda muchas veces no encuentra el apoyo efectivo al que tendría derecho[11].

            Esa persona concreta despojada puede ser también hoy, en nuestra sociedad, uno de los emigrantes pobres que acuden a nuestras tierras –quizá tras sobrevivir a una penosa travesía- buscando una oportunidad en la vida. En ocasiones encuentra que el bienestar no es repartido entre todos[12].

            Esa persona concreta despojada puede ser hoy, en nuestra sociedad, uno de esos muchos de ancianos abandonados. La sociedad los considera cada día más como una carga insoportable. Se llega a la aberración de la aceptación cultural y legal de la llamada eutanasia[13], forma gravísima de insolidaridad. La enumeración de formas de despojo podría seguir.

3. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida[14]

            Continúa la parábola. Casualmente pasó junto al hombre herido un sacerdote y después un levita. Ambos lo vieron, pero dieron un rodeo[15]. Esta mención debió ruborizar a su interlocutor y al resto de las autoridades religiosas que escuchaban en ese momento a Jesús. También nosotros, pastores de la Iglesia, y todos los discípulos de Cristo hemos de sentirnos directamente interpelados por esta indicación del Maestro. No podemos pasar de largo ante ese hombre que encontramos, hoy, despojado, en nuestro camino, en nuestras calles. La Palabra de Dios nos llama a un profundo examen de conciencia y revisión de vida. La coherencia y la credibilidad de nuestro anuncio cristiano requiere que amemos con obras[16].

            Pero sigue aún el relato de Jesús. Y es en este momento oscuro cuando brota la luz. La historia de una tragedia fratricida de crueldad e indiferencia se transforma en historia de amor fraterno, hermoso. Es precisamente un samaritano –considerado habitualmente por los contemporáneos de Jesús como un infiel despreciable- quien se mueve a compasión ante el hombre malherido y se desvive por él. El buen samaritano es la figura de la persona que vive para los demás, abierto a compartir los sufrimientos de los otros[17].

            Gracias a Dios en nuestra sociedad son muchos, miles –cristianos o no- los que reviven con infinidad de gestos ocultos la actitud generosa, hondamente humanitaria, del que se acercó al hombre maltrecho. Son muchos los que acogen con amor sacrificado al niño por nacer, a la madre en apuros, al emigrante desamparado, al anciano desvalido.[18] Ese amor hecho obras de misericordia es el que hoy edifica eficazmente la civilización del amor y la cultura de la vida.

          Acabada la narración Jesús le devuelve la pregunta a su docto interlocutor. Pero cambia los términos. La cuestión sobre la identidad del prójimo -¿quién es mi prójimo?- tiene una respuesta obvia: todo hombre. La cuestión decisiva es otra: ¿quién fue prójimo del hombre despojado?[19]. La respuesta debe darla cada ser humano con sus obras. Esa respuesta decide, juzga, el auténtico valor de su vida[20].

            En su contestación el interlocutor no se atreve a mencionar el nombre “samaritano”, pero acierta igualmente. Fue verdaderamente prójimo del hombre despojado “el que practicó misericordia con él”[21]. Hasta un niño habría sabido contestar a una pregunta tan fácil. El evangelio de la misericordia predicado por Jesús llega –sencillamente- al corazón del hombre, de todo hombre. La conclusión del diálogo y de la parábola no requiere más comentarios. Requiere, simplemente, que cada uno la convirtamos en norma de vida: “Vete y haz tú lo mismo”[22].

+ Mons. Braulio Rodríguez Plaza,
Obispo de Salamanca y
Presidente de la C.E. de Apostolado Seglar

+ Mons. Juan Antonio Reig Plá,
Obispo de Segorbe-Castellón y
Presidente de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida

+ Mons. Francisco Javier Ciuraneta Aymi,
Obispo de Lleida

+ Mons. Javier Martínez Fernández,
Obispo de Córdoba



[1] Evangelium vitae, n. 87.

[2] Lc 10,25.

[3] Cf. Sal 19 ,2-5; Dn 3,52-90.

[4] Cf. Gén 1,26-28; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 356-361.

[5] Cf. Lc 10,27-28.

[6] Cf. Dt 6,5; Lv 18,5. 19, 18; 1 Jn 3,14. 4,10-21.

[7] Cf. Rm 2,14-16.

[8] Lc 10,29.

[9] Cf. Lc 10,30.

[10] Cf. Evangelium vitae, nn. 58-59.101; Comisión permanente de la Conferencia Episcopal Española: Declaración El aborto con píldora es también un crimen, 17.VI.1998; Comité para la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española, Los católicos y la defensa de la vida humana. 100 cuestiones y respuestas, Madrid 1991.

[11] Cf. Evangelium vitae, n. 99; Concilio Vaticano II, Mensaje a las mujeres.

[12] Cf. Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, La caridad en la vida de la Iglesia. Propuestas para la acción pastoral, Madrid 1994.

[13] Cf. Evangelium vitae, nn. 64-67; Comisión permanente de la Conferencia Episcopal Española, Declaración La eutanasia es inmoral y antisocial, Madrid 19.II.1998; Comité para la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española, La Eutanasia. 100 Cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos, Madrid 1993.

[14] Evangelium vitae, n. 95.

[15] Cf. Lc 10,31-32.

[16] Cf. 1 Jn 3,16-19.

[17] Por otra parte, indagando a fondo el sentido teológico de la parábola, la tradición eclesial ha visto en Jesucristo la perfecta personificación del buen samaritano. Él es el Hijo eterno de Dios, bajado a nuestra tierra para mostrarnos la cercanía amorosa del Padre, su misericordia; el amigo verdadero que se ha compadecido de nuestra desgracia (cf. Lc 7,13; Jn 11,33.35.38); el Siervo de Dios que ha cargado en su pasión con nuestras enfermedades y dolencias (cf. Is 53,2-12; 1 Pe 2,21-25); el Salvador que ha curado nuestras heridas con el bálsamo del Espíritu; el Esposo que nos ha introducido en la posada de su Iglesia; el Redentor que ha pagado nuestras deudas; el Resucitado, Señor de la gloria, que ha prometido volver.

[18] Cf. Evangelium vitae, nn.  26-27.

[19] Cf. Lc 10,36.

[20] En la representación que hace sobre el juicio final Cristo, el Siervo sufriente, despojado, se identifica con cada uno de sus humildes hermanos atribulados: “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

[21] Lc 10,37.

[22] Ibid.