Prologo.


L
a Biblia, como su nombre indica, es el Libro por excelencia, o mejor, una "biblioteca o colección de libros," ya que la enumeración de las diversas composiciones literarias englobadas bajo la hermosa denominación de Sagradas Escrituras afecta a varias decenas de libros religiosos de la más diversa índole: históricos, legislativos, proféticos, sapienciales, líricos, épicos, parenéticos, epistolares y apocalípticos. Las fechas de composición se escalonan desde el siglo XIII antes de Cristo hasta el siglo I después de Cristo. Los autores humanos, pues, de estos libros son varios y de muy diversa época, si bien todos pertenecen a la raza semítica. Esto hace que en la Biblia encontremos una gran diversidad de situaciones ambientales según la época, el lugar y aun la cultura humana del autor. Y esto nos da una idea de la complejidad y de las dificultades que suscitan los diversos libros y aun fragmentos de la Biblia, ya que a las normales inherentes al estudio de textos antiguos de lenguas muertas se unen las propias de unos autores que discurren y piensan con categorías mentales muy diversas de las nuestras greco-romanas y modernas. Los libros de la Biblia son libros orientales, escritos por autores que buscan, al exponer una verdad, impresionar a los lectores con frases sugerentes para la imaginativa psicología oriental. Por eso muchas veces las más altas ideas teológicas están envueltas en una imaginería poética. De ahí que no podemos calibrar sus afirmaciones según el módulo frío y preciso que caracteriza al genio greco-romano. Nosotros, los occidentales, en las ideas buscamos ante todo claridad, orden y precisión. En cambio, el oriental reviste las ideas de un ropaje imaginativo encantador, pero que oscurece los contornos ideológicos.

El hagiógrafo busca ante todo enseñar, instruir y edificar religiosamente; pero también, dentro de esta finalidad principal, atraer la atención y despertar inquietudes espirituales en los rudos lectores. Por eso muchas veces las ideas son expresadas en términos extremosos y radicales, buscando los contrastes violentos, las paradojas, en las que no falta la hipérbole para recalcar más la idea central. Así, en aras de las ideas principales se sacrifica la matización del pensamiento, presentando como negro o blanco lo que nosotros calificaríamos como gris. Ante estas realidades literarias, el intérprete debe estudiar en cada caso el género literario o módulo de expresión empleado por el autor sagrado, para medir el alcance teológico e histórico de las afirmaciones, lo que supone una ardua tarea de confrontación de datos del contexto con el ambiente intelectual, religioso y moral de la época en que fue redactado el libro bíblico.

A esta dificultad de índole histórico-literaria, inherente a todo libro antiguo, y máxime si es oriental, se une otra de índole teológica. La Biblia es el único libro de la humanidad que tiene dos autores a la vez, uno divino y otro humano. Según la doctrina de la Iglesia el autor humano no es sino instrumento — vivo y libre — del Espíritu Santo, en tal forma que el hagiógrafo escribe y redacta bajo la inspiración del Espíritu Santo1. La intervención del Autor divino no es una mera asistencia negativa, sino formal y positiva, excitando y moviendo a poner por escrito lo que El quería, lo que a su vez supone influencia positiva en la inteligencia para que los hagiógrafos "concibieran exactamente y escribieran fielmente, expresándolo con verdad infalible." Sólo así el Espíritu Santo puede llamarse Autor de la Sagrada Escritura2.

Así, sus afirmaciones, valoraciones e insinuaciones tienen autoridad divina. Pero no debemos olvidar que la Biblia es ante todo un libro religioso, en cuanto que es el eco de las relaciones oficiales de Dios con la humanidad en orden a su rehabilitación y salvación Desde el primer capítulo del Génesis hasta el último del Apocalipsis existe una unidad doctrinal, una idea fundamental: la voluntad salvífica de Dios, que se manifiesta gradualmente en la historia.

Podemos dividir este plan salvífico de Dios sobre la humanidad — tal como se desprende de la lectura de la Biblia — en tres etapas que mutuamente se completan y explicitan: a) Prehistórica. Es la revelación del Antiguo Testamento; etapa de preparación, en la que se desarrolla gradualmente y por comunicaciones fragmentarias esporádicas la primera promesa salvadora del Protoevangelio, la cual va adquiriendo cuerpo y se va concretando y esclareciendo en los distintos estadios de la revelación hasta llegar al Mesías personal y doliente de la segunda parte del libro de Isaías, que podemos considerar como la culminación de la revelación de la idea mesiánica en el Antiguo Testamento, b) Histórica. Es la revelación plena, la inauguración oficial del mesianismo con la encarnación del Verbo divino, la manifestación viviente de Dios en la tierra para sellar la reconciliación de la humanidad caída con la divinidad y señalar los únicos caminos de salvación. Los Evangelios y escritos de los apóstoles son el eco de esta presencia física del Verbo encarnado y de sus palabras de vida eterna. Es la etapa de la iniciación del mesianismo en la historia, que adquiere cuerpo en la realidad de la Iglesia militante. Es etapa de revelación plena, pero esencialmente lanzada hacia otra gran realidad futura y trascendente, c) Metahistórica. Es la plena realización de la esperanza cristiana, la manifestación de la Iglesia triunfante, tal como nos la describe el autor del Apocalipsis.

A través de estas tres etapas o estadios de revelación late la idea de la voluntad salvífica de Dios, que quiere redimir a los hombres del pecado. Por eso, la historia bíblica es ante todo una historia de salvación, la plasmación de un designio salvador divino, manifestado ya esquemáticamente en los albores de la historia humana después de la primera caída. La elección de Israel no tiene otra finalidad que preparar la manifestación de los tiempos mesiánicos, que no son sino la rehabilitación de la humanidad alejada de Dios. Su continuación histórica es la Iglesia, el "Israel de Dios," el "reino de Dios," inaugurado por Cristo, el cual, como un fermento, trabaja en la sociedad humana hasta la consumación de los tiempos. Así, la Iglesia triunfante no es sino la continuación de la Iglesia militante, la plena eclosión de las realidades mesiánicas.

Vemos, pues, cómo en toda la trama bíblica hay un esquema unificador debido a la intervención del Autor principal, el Espíritu Santo. Nada en las afirmaciones bíblicas tiene carácter puramente ocioso o casual, sino que todo responde en los designios divinos a un propósito de salvación de la humanidad. Así, todas las afirmaciones de la Sagrada Escritura tienen una dimensión religiosa, aspecto del que no puede prescindirse cuando se trate de captar el juicio formal del hagiógrafo en sus afirmaciones o enunciaciones. Agustín de Hipona dice que en la Biblia no se enseña nada que no sea de utilidad para la salvación del hombre3. La Biblia es esencialmente la historia de la revelación, la historia de la salvación de la humanidad.

Es un hecho que en la Biblia hay formulaciones de índole científica e histórica que no concuerdan con los datos científicos e históricos de las ciencias e investigaciones modernas. Para dar solución a estas aparentes contradicciones debemos situarnos en el ángulo de visión del autor sagrado, el cual a sus afirmaciones les da siempre una dimensión religiosa, al menos en el esquema general del libro, que es esencialmente religioso. Por tanto, para juzgar del sentido de sus enseñanzas formales no debemos perder de vista su enfoque eminentemente religioso, ya que el autor sagrado no pretende enseñar verdades científicas ni históricas por lo que son en sí mismas, sino en función del alcance que tienen en lo religioso, es decir, que por ser la sagrada Biblia esencialmente una historia de la salvación, las enunciaciones de índole científica o histórica se graduarán, en cuanto a su contenido formal, según afecten o no al esquema teológico que preside la actividad del hagiógrafo.

Respecto de las enunciaciones de índole científica, está claro que el hagiógrafo las formula "según las apariencias o apreciaciones de su tiempo."4 El juicio formal — aspecto según el cual considera una cuestión el autor sagrado-afecta en este caso a lo religioso. Así, el esquema de la creación en seis días naturales refleja una preocupación teológico-litúrgica en el hagiógrafo, que quiere dejar bien sentado que todas las cosas vienen de Dios y que la institución sabática entra dentro de los planes divinos. Quiere poner las bases del monoteísmo estricto y explicar el origen religioso de la semana hebrea, con lo que implica de obligación de santificar el sábado, dedicado a Dios.

Cuanto a las enunciaciones de índole histórica, el problema es más complejo, ya que la Biblia es ante todo la historia de la revelación divina en orden a la salvación de la humanidad, es decir, es la manifestación de verdades sobrenaturales en determinados momentos históricos. Por consiguiente, debemos afirmar en bloque el carácter histórico de los relatos bíblicos. La revelación va ligada a hechos y a personajes históricos: Abrahán, Moisés, Isaías, Cristo, los apóstoles, etc. La Biblia es ante todo una historia de la revelación, es decir, que la trama histórica en la mente de los autores sagrados está sometida a un esquema teológico, que pretende destacar en ella los designios providenciales y salvadores de Dios en la historia de Israel en orden a la salvación de la humanidad.

Mas, junto a esto, hay en la Sagrada Escritura un conjunto de enseñanzas, bien doctrinales, bien históricas, que pertenecen per accidens a la fe, en cuanto que están contenidas en la Sagrada Escritura y garantizadas por la divina inspiración: sicut quod Abraham habuit duos filios; quod ad tactum ossium Elisei suscitatus est mortuus, et alia huiusmodi, quae narrantur in sacra Scriptura in ordine ad manifestationem divinae maiestatis vel Incarnationis Christi (ibid.). Y respecto de este inmenso contenido bíblico, el problema es exegético más bien que teológico. No es problema teológico, porque sabemos por la enseñanza de la Iglesia que la inspiración abarca a todas y cada una de las partes de la Sagrada Escritura, y que la autoridad del autor divino garantiza la verdad de cuanto en ella se enseña, de cualquier orden que sea. Mas es problema exegético determinar cuál sea esa enseñanza en cada caso. Para conseguirlo, la práctica tradicional, nos invita a echar mano de todos los resortes de la filología, de la historia, de los géneros literarios bíblicos y orientales, en que la exégesis moderna tanto ha progresado. Nada es de extrañar que en casos particulares de este inmenso campo no haya uniformidad de pareceres entre los intérpretes católicos, y que la utilización de instrumentos exegéticos cada vez más perfeccionados les guíe hacia nuevas interpretaciones en materias que sólo per accidens pudieran pertenecer a la fe.

La Biblia es una colección muy variada de libros de índole muy diversa: históricos, jurídicos, poéticos, sapienciales, proféticos, epistolares, parenéticos y apocalípticos. Cada uno de estos géneros literarios tiene su verdad propia. Por tanto, al tratar de averiguar el sentido de las enunciaciones de los distintos libros, hemos de tener en cuenta su índole literaria concreta. Por lo que afecta a la historia, no es lo mismo una expresión del libro de los Reyes, por ejemplo (que son esencialmente anales histórico-religiosos), que la de un libro profético o sapiencial. Ni es lo mismo una enunciación de los once primeros capítulos del Génesis (historia primitiva o prehistoria, en la que se narran ciertos hechos perdidos en un inmenso vacío temporal sin contornos ni cronología, de los que sólo quedan vagas tradiciones, que han llegado al hagiógrafo en ropaje popular) y la de los libros propiamente históricos, como los Evangelios, en los que se narra el hecho central de la revelación, la manifestación terrenal del Verbo encarnado con todas sus consecuencias para la redención de la humanidad. La presencia de Jesucristo en la historia y sus hechos y declaraciones, fundamento de toda la dogmática y moral cristianas, tiene tal importancia, que negar su historicidad sería negar el núcleo esencial de la Biblia.

Supuesta esta historicidad fundamental e intangible de los relatos bíblicos, incumbe al expositor objetivo estudiar los módulos de expresión — géneros literarios — para poder captar el sentido de las expresiones bíblicas. Es un hecho que el Espíritu Santo — autor principal — se acomodó a la psicología del instrumento humano en la transmisión del mensaje sobrenatural. Esta condescendencia o synkatábasis es de sumo interés para apreciar el sentido de las expresiones bíblicas. A veces los hagiógrafos, los profetas, los apóstoles, el mismo Jesucristo, tienen expresiones acomodadas a creencias ambientales. Se puede admitir, si bien con ciertas cortapisas, la posibilidad de citas implícitas en determinados relatos bíblicos5.

Así, pues, en las expresiones de Cristo, de los apóstoles, de los profetas o hagiógrafos hemos de buscar el enfoque concreto en cada caso para valorar su juicio formal, en el que no puede haber error de apreciación. En sus manifestaciones hay expresiones materiales y enseñanzas formales. Sólo estas últimas son infalibles, porque la verdad está en el juicio, no en la simple aprensión. Por consiguiente, la labor del exegeta será descubrir, a través de los diversos modos de expresión o géneros literarios, el grado de simple expresión material o de afirmación formal del hagiógrafo. Muchas veces es fácil descubrir el juicio formal del mismo, pero otras veces no lo es tanto, y de ahí la diversidad de interpretaciones; pues, mientras que para unos ciertas expresiones son meras concesiones a las creencias ambientales, para otros son afirmaciones formales. Para dilucidar el problema hay que estudiar minuciosamente el contenido bíblico y el género literario empleado en cada caso por el autor sagrado.

La Biblia es la historia de la revelación, y por eso es el libro cumbre de la literatura universal. Ningún otro libro ha tenido tantos comentarios como el libro sagrado por excelencia. En la actualidad, el interés por los estudios bíblicos crece de día en día entre los católicos de todo el orbe. Los comentarios se suceden sin interrupción en las diversas lenguas. Existen excelentes comentarios modernos en alemán, inglés, francés e italiano. Sin embargo, no existe ningún comentario exegético-doctrinal moderno y científico español. En los siglos XVI y XVII, los comentarios bíblicos españoles abundaban, y, dentro de la orientación exegética de la época, eran muy apreciados. Pero la época de decadencia política y cultural de los dos últimos siglos se refleja también en esta penuria de comentarios bíblicos adaptados a las necesidades de los nuevos tiempos. Gracias a Dios, los tiempos han cambiado, y existe un interés mayor por la cultura bíblica en nuestra Patria y en el mundo hispanoamericano. Los trabajos monográficos se multiplican y las Biblias en lengua vernácula se difunden arrolladoramente por los países de habla española.

Pensando en este público hemos concebido nosotros este comentario general a todos los libros de la Sagrada Escritura. Desde hace tiempo un grupo de profesores de la Universidad Pontificia, de la Facultad Teológica Dominicana de San Esteban y del Seminario diocesano de Salamanca estamos trabajando en la elaboración de un comentario de alta divulgación que sea a la vez científico y atractivo para el público culto. Supuesta esta finalidad, hemos preferido el sistema narrativo de exposición del texto sagrado, comentándolo por perícopas lógicas, de forma que pueda ser leído y comprendido sin distraer al lector de las ideas principales de cada sección. No se nos ocultan las ventajas que tiene el método tradicional del comentario en forma de amplias notas-sistema insustituible en los comentarios de investigación —, pero tiene el inconveniente de que desconecta la lectura del conjunto de la perícopa y corre el peligro de que el árbol no deje ver el bosque.

Otra finalidad perseguida en nuestro comentario es la de destacar el contenido teológico del texto sagrado, sin ahogarlo con exceso de erudición filológica, arqueológica e histórica. En esto queremos secundar la orientación: "Traten (los intérpretes) también con singular empeño de no exponer únicamente — cosa que con dolor vemos se hace en algunos comentarios — las cosas que atañen a la historia, arqueología, filología y otras disciplinas por el estilo; sino que, sin dejar de aportar oportunamente aquéllas, en cuanto puedan contribuir a la exégesis, muestren principalmente cuál es la doctrina teológica de cada uno de los libros o textos respecto de la fe y costumbres, de suerte que esta exposición de los mismos no solamente ayude a los doctores teólogos para proponer y confirmar los dogmas de la fe, sino que sea también útil a los sacerdotes para explicar ante el pueblo la doctrina cristiana, y, finalmente, sirva a los fieles para llevar una vida santa y digna de un hombre cristiano." Conforme a esta recomendación, quisiéramos que nuestro comentario fuera de especial utilidad a los doctores teólogos, a los sacerdotes y a los fieles. Es nuestro propósito rematar este comentario a toda la Biblia con un volumen dedicado exclusivamente a Teología bíblica, que sea como la síntesis doctrinal de nuestra labor analítico — exegética de ahora. No obstante, en cada sección lógica hemos procurado resaltar los valores teológicos del texto sagrado.

El comentario total constará de siete volúmenes (cuatro del Antiguo y tres del Nuevo Testamento), y aneja a esta obra esperamos también presentar una Introducción general a la Sagrada Escritura y una Teología bíblica. De este modo creemos que el ciclo quedará completo, y esperamos contribuir a la difusión e inteligencia de las Sagradas Escrituras, que, en expresión del Apóstol, "son útiles para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en santidad, de forma que el varón de Dios sea perfecto, bien preparado para toda obra buena."6

Por lo que hace a los conatos de estos valientes operarios de la viña del Señor, recuerden todos los demás hijos de la Iglesia que sólo han de ser juzgados con equidad y justicia, sino también con suma caridad. Porque tengan en primer término ante los ojos que en las normas y leyes dadas por la Iglesia se trata de la doctrina de fe y costumbres, y que entre las muchas cosas que en los sagrados libros, legales, históricos, sapienciales y proféticos se proponen, son solamente pocas aquellas cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia, ni son muchas aquellas de las que haya unánime consentimiento de los Padres. Quedan, pues, muchas, y ellas muy graves, en cuyo examen y exposición se puede y debe libremente ejercitar la agudeza y el ingenio de los intérpretes católicos... Esta verdadera libertad de los hijos de Dios, que retenga fielmente la doctrina de la Iglesia y como don de Dios reciba con gratitud y emplee todo cuanto aportare la ciencia profana, levantada y sustentada así, por el empeño de todos, es condición y fuente de todo fruto sincero y de todo sólido adelanto en el estudio de la Biblia...7.

Hemos adoptado para nuestro comentario el texto castellano de la Biblia Nácar-Colunga, que tanta aceptación ha recibido en el público hispanoamericano, y que lleva camino de convertirse en una verdadera "Vulgata española" moderna. Sin embargo, cada colaborador ha quedado en libertad para retocar y corregir esta versión conforme a las exigencias científicas del comentario. Como es sabido, en muchos lugares el texto original hebreo o griego es defectuoso, y es necesario acudir a reconstrucciones hipotéticas, que naturalmente se prestan al subjetivismo de cada autor. En los lugares más difíciles damos en nota las diversas traducciones de las principales versiones que gozan de particular aceptación científica.

Respecto de las transcripciones y grafías de los nombres hebreos, no hemos podido seguir un criterio uniforme, aunque hemos procurado mantener los nombres que han sido castellanizados por el uso tradicional. Una transcripción demasiado exigente desde el punto de vista científico creemos que no encajaría bien en nuestro comentario de alta divulgación. El empleo excesivo de puntos diacríticos y circunflejos fatiga la vista del lector y no le facilita la lectura del comentario. Por eso sólo raras veces transcribimos con exactitud científica, propia de los comentarios especializados.

 

1 "Omne quod hagiographus asserit, enuntiat, insinuat, retineri debet assertum, enuntiatum, insinuatum a Spiritu Sancto..." (EB 433).

2 "Nam supernaturali ipsa virtute ita eos ad scribendum excitavit et movit, ita scribentibus adstitit, ut ea omnia eaque sola, quae ipse iuberet, et recte mente conciperent, et fideliter conscribere vellent, et apte inffallibili veritate exprimerent: secus, non ipse esset auctor Sacrae Scripturae" (enc. Providentissimus Deus: EB 110)

3 "...Breviter dicendum est... Spiritum Dei, qui per Ipsos loquebatur, noluisse ista docere homines nulli saluti profutura" (De Genesi ad litteram II 9,20: PL 34,270).

4 Es Tomás de Aquino el que da la clave al decir que el hagiógrafo en estos casos "ea secutus est quae sensibiliter apparent" (S. Th. I q..68 a.3), recogida por León XIII en la Providentissimus Deus (EB 106; Dz 1947).

5 EB 153.

6 I Tim. 3:16.

7 EB 570.