Apocalipsis.

 

Introducción.

Título. Género apocalíptico. El Apocalipsis de San Juan y el Antiguo Testamento. Procedimientos de composición en el Apocalipsis de San Juan. Autenticidad y canonicidad del Apocalipsis. Tiempo y lugar de composición. Destinatarios. Ocasión y finalidad del Apocalipsis. Argumento del Apocalipsis. Doctrina del Apocalipsis. División del Apocalipsis. Diversas Interpretaciones del Apocalipsis.

Caρitulo 1.

Prólogo: título del libro y afirmación de su origen divino, 1:1-3.

Primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de Las Siete Iglesias de Asia, 1:4-3:22.

Saludo de Juan a las siete iglesias de Asia, 1:4-8. Visión Introductoria a Todo el Libro, 1:9-20.

Las Siete Cartas a las Iglesias, c. 2-3.

Capitulo 2.

Carta a la iglesia de Efeso, 2:1-7. Carta a la iglesia de Esmirna, 2:8-11. Carta a la iglesia de Per gamo, 2:12-17. Carta a la iglesia de Tiatira, 2:18-29.

Capítulo 3.

Carta a la iglesia de Sardes, 3:1-6. Carta a la iglesia de Filadelfia, 3:7-13. Carta a la iglesia de Laodicea, 3:14-22.

Segunda parte: Las visiones proféticas sobre el futuro, 4:1-22:5.

Visiones Introductorias a la Parte Profética, c. 4-5.

Capítulo 4.

El Dios omnipotente y su corte, 4:1-11.

Capitulo 5.

El Cordero redentor recibe el libro de los siete sellos, 5:1-14. Ejecución de los decretos del libro de los siete sellos, 6:1-11:19. La Apertura de los Siete Sellos, 6:1-8:1.

Capitulo 6.

Aparecen cuatro jinetes, 6:1-8. Apertura del quinto sello: los mártires, 6:9-11. Apertura del sexto sello: grandes cataclismos, 6:12-17.

Capitulo 7.

Preservación de los justos de los azotes, 7:1-8. Triunfo de los elegidos en el cielo, 7:9-17.

Capitulo 8.

Apertura del séptimo sello: silencio de media hora, 8:1. Vlsión de las Siete Trompetas, 8:2-11:19. Las oraciones de los santos aceleran la llegada del gran día, 8:2-6. Suenan las cuatro primeras trompetas, 8:7-12. Un águila anuncia tres calamidades, 8:13.

Capitulo 9.

Quinta trompeta: Primera calamidad: insectos infernales, 9:1-12. Sexta trompeta: Segunda calamidad: ejército diabólico, 9:13-21.

Capitulo 10.

Inminencia del castigo: La llegada del reino de Dios, 10:1-7. San Juan come un librito, 10:8-11.

Capitulo 11.

Mlsión de los dos testigos, 11:1-13. La séptima trompeta: establecimiento del reino de Dios, 11:14-19. Ejecución de los decretos del librito abierto, 12:1-22:5.

Capitulo 12.

Visión de la mujer y del dragón, 12:1-18. La Mujer da a luz a un Niño, 12:1-6. Miguel combate contra el Dragón y lo arroja del cielo, 12:7-12. La Mujer en el desierto, 12:13-18.

Capitulo 13.

El dragón transmite su poder a la bestia, 13:1-18. La Bestia del Occidente, 13:1-10. La Bestia del Oriente, 13:11-18.

Capitulo 14.

El Cordero y sus fieles servidores, 14:1-5. Tres Ángeles Anuncian la Hora del Juicio, 14:6-13. Siega y vendimia simbólicas de los gentiles, 14:14-20.

Capítulo 15.

Visión de las Siete Copas de la Cólera Divina, 15-16.

El cántico de Moisés y del Cordero, 15:1-4. Los azotes de las siete copas, 15:5-16:21.

Capitulo 16.

Capítulo 17.

El Castigo de Babilonia, 17:1-19:10.

La gran Ramera, 17:1-7. Simbolismo de la Bestia y de la Ramera, 17:8-18.

Capitulo 18.

Un ángel anuncia solemnemente la caída de Babilonia, 18:1-3. El pueblo de Dios ha de huir de Babilonia, 18:4-8 Descripción de los lamentos de los mercaderes, 18:9-19. Regocijo de los santos en el cielo, 18:20-24.

Capitulo 19.

Cántico triunfal en el cielo, 19:1-10. Exterminio de las bestias, 19:11-20:15. El Rey de reyes aparece con su ejército, 19:11-16. Un ángel proclama el exterminio de los enemigos de Cristo, 19:17-18. La Bestia y sus partidarios son arrojados al estanque de fuego, 19:19-21.

Capitulo 20.

El reino de mil años, 20:1-6. Ultima batalla escatológica de Satanás contra la, Iglesia, 20:7-10 Juicio final, 20:11-15.

Capitulo 21.

La nueva Jerusalén, 21:1-22:5.

La Jerusalén celeste, 21:1-8. Descripción de la Jerusalén futura, 21:9-23. En la nueva Jerusalén todos encontraran la bienaventuranza eterna, 21:24-22:5.

Capitulo 22.

Epílogo, 22:6-21.

Las palabras de esta profecía son atestiguadas, 22:6-9. Palabras de Cristo a toda la humanidad, 22:10-16. El Espirita y la Iglesia le responden con un llamamiento insistente, 22:17. Juan prohibe alterar su libro, 22:18-19. Jesús promete su próxima venida, 22:20. Conclusión epistolar, 22:21.
 

 

Introducción.

 

Título.

El término apocalipsis es la transcripción de la primera palabra griega, αποκάλυψη, con la que empieza nuestro libro: Apocalipsis de Jesucristo. El substantivo apocalipsis = revelación proviene del verbo griego αποκαλύπτω, que significa “revelar, descorrer el velo, descubrir.” En el Nuevo Testamento, un apocalipsis es, pues, esencialmente, una revelación, hecha por Dios a los hombres, de cosas ocultas conocidas sólo por El 2. Aquí la revelación va dirigida a San Juan, el cual recibe la misión de comunicarla a las siete iglesias de la provincia proconsular de Asia: Efeso, Esmirna, Pergamo, Tia-tira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Estas siete iglesias representan a todas las comunidades cristianas del Asia a las cuales dirige San Juan su mensaje. Es probable que nuestro autor tome apocalipsis en el sentido de "manifestación de Jesucristo como Señor y como Juez," pues es el sentido que mejor responde al contenido de su mensaje.

En la época en que escribía San Juan, el término apocalipsis servía para designar — tanto entre los judíos como entre los cristianos — libros que contenían revelaciones divinas acerca de diferentes objetos, especialmente sobre el futuro 3. Y estas revelaciones divinas podían ser hechas directamente por Dios, o por medio de ángeles. Pero, sin revelación divina, no se podía dar apocalipsis, porque el hombre es incapaz de conocer por sí mismo los secretos celestes.

 

Género apocalíptico.

Para la verdadera inteligencia del Apocalipsis importa más que nada conocer el género literario en que fue escrito. El género apocalíptico, propio de nuestro libro, tuvo gran éxito en ciertos ambientes judíos en la época en que escribía San Juan. A partir del siglo II a.C. comienza una gran floración de apocalipsis, la mayor parte de ellos apócrifos, que se irá extendiendo más y más hasta el siglo ni d. Hasta nosotros ha llegado un cierto número de estas obras apócrifas, como los libros de Henoc, el libro de los Jubileos, los Testamentos de los doce Patriarcas, los Secretos de Henoc, la Asunción de Moisés, el Cuarto libro de Esdras, el Apocalipsis de Abrahan, de Isaías, de Baruc, de Sofonías, de Ezequiel, la Vida de Adán y Eva, Salmos de Salomón, Oráculos sibilinos, etc. Todos tienen de común el pretender descubrir a los hombres lo que Dios sólo, o los seres celestiales, conocen, es decir, sucesos futuros referentes al pueblo de Dios y a la vetsaida de los tiempos escatológicos. Y lo hacen con el fin de consolar a los espíritus abatidos y de infundirles nuevos ánimos, en medio de las persecuciones y desgracias por las que tuvo que pasar Israel. Ante la terrible persecución de Antíoco Epífanes (168-165 a.C.), ante la toma de Jerusalén por Pompeyo (63 a.C.), y ante la destrucción del templo y del pueblo judío (70 y 135 d.C.), no tiene nada de extraño que muchos fieles yahvistas pensasen en el próximo fin de la religión y de la raza elegida. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer escritos apocalípticos que cantaban la gloria del futuro Israel. Estos apocalipsis eran mensajes de esperanza para los judíos fieles, pues les recordaban la fidelidad de Dios a sus promesas. Pero, al mismo tiempo, eran una amenaza para los gentiles y los judíos apóstatas, e incluso a veces una invitación a la conversión.

Los grandes sucesos por medio de los cuales Dios obrará la liberación de Israel son presentados por la literatura apocalíptica como inminentes. Pero, al no encontrar una solución inmediata para los males nacionales del momento presente, se refugian en un futuro glorioso íntimamente ligado con los últimos días. Los autores apocalípticos recurren de ordinario a visiones divinas, a intervenciones de ángeles, que se presentan como guías o intérpretes de los hechos misteriosos que han contemplado. Esas visiones o revelaciones suelen tener lugar en las esferas celestes. Los hechos históricos contemporáneos del autor apocalíptico son presentados bajo una forma oscura y misteriosa. Y lo que esos autores no conocen por la historia lo presentan como envuelto en los velos de la profecía. Pretenden desligarse del presente para trasladarse a los tiempos futuros.

Por el hecho de que los libros apocalípticos suelen hablar del triunfo de Israel y de la religión yahvista sobre los imperios y pueblos paganos, de ordinario emplean la seudonimia. De este modo trataban de evitar la persecución de la autoridad, cuya inminente caída profetizaban como segura. Y, por otra parte, el autor quería autorizar y acreditar su mensaje ante sus contemporáneos, presentándose bajo el nombre de algún personaje célebre del Antiguo Testamento, como Abrahán, Moisés, Isaías, Henoc.

Otra nota característica de la literatura apocalíptica es su esoterismo. El mensaje suele ir dirigido a un grupo de iniciados. Para explicar la aparición repentina de una obra hasta entonces desconocida, simulan que acababa de encontrarse o que se hallaba en poder de un grupo restringido de personas. En sus descripciones no buscan la claridad, sino que complican las escenas para hacerlas más misteriosas. Muchas de las imágenes empleadas son plásticamente irrealizables. A veces se emplea también un lenguaje criptográfico y hasta cifrado, que sólo un cierto número de personas podía comprender 4.

El apocalipsis es, por lo tanto, una "revelación" hecha a ciertos hombres, directamente por Dios o por ministerio de los ángeles, ¿e cosas ocultas, especialmente de secretos divinos 5.

El hecho de que la revelación apocalíptica se refiera casi siempre a cosas ocultas del futuro hace que el apocalipsis sea al mismo tiempo una especie de profecía. Y tanto es así que a veces resulta difícil delimitar las fronteras exactas entre el apocalipsis y la profecía. Las visiones de Ezequiel, de Zacarías y de Daniel están, desde el punto de vista literario, a medio camino entre las sobrias profecías de Amos e Isaías y las complicadas revelaciones de muchos apocalipsis apócrifos. El Apocalipsis de San Juan también guarda este medio, y se asemeja bastante a los escritos de Ezequiel y Daniel 6, de los que toma muchas de sus imágenes y símbolos. El género apocalíptico se muestra más bien como un desarrollo del género profetice 7. Por otra parte, sin embargo, el género apocalíptico difiere bastante del género profético, pues es esencialmente alegórico, voluntariamente misterioso y siempre necesita interpretación.

La misión esencial del profeta es el recordar constantemente al pueblo sus obligaciones y las exigencias de la alianza. Para mejor llevar a cabo su misión puede recibir revelaciones especiales acerca de un suceso futuro, que él anuncia como signo cuyo cumplimiento justificará sus palabras y su misión 8. Otras veces, el profeta conoce y anuncia con antelación los castigos que han de abatirse sobre el pueblo de Dios. Y una vez que el castigo ha llegado, anuncia perspectivas de restauración y de renovación religiosa. El profeta es un vidente, un hombre que recibe de Dios revelación de hechos futuros que sus contemporáneos no conocen. Pero esta previsión del futuro es secundaria en la profecía; y se da al profeta sólo para favorecer su misión primordial, que es recordar al pueblo sus obligaciones morales.

Por el contrario, en la apocalíptica el elemento principal es la previsión y anuncio de cosas futuras, mientras que las preocupaciones morales inmediatas se esfuman y pasan a segundo término 9. El autor de un apocalipsis es, ante todo, un vidente. La revelación de las cosas misteriosas del futuro la recibe bajo la forma de visiones que consigna por escrito 10. Pero estas visiones no constituyen el objeto de la revelación, sino que son símbolos que sirven para expresarla. Los autores apocalípticos difieren de los profetas clásicos — según el P. Lagrange — en que, en lugar de tomar sus visiones del ambiente circundante, "se elevan más alto; no piden a Dios que descienda, sino que prefieren subir hasta El para ver de cerca sus maravillas." 11

El simbolismo es una de las principales características del género apocalíptico. Todas las imágenes que el autor apocalíptico emplea son símbolos: una espada significa destrucción y exterminio; una corona representa la realeza del que la lleva; una palma, el triunfo; las alas, la agilidad para moverse. Un candelabro representa a una Iglesia determinada 12; una estrella, a un ángel; las siete cabezas de la Bestia pueden representar siete colinas (¿las de Roma?) o siete reyes 13. Los números son también casi siempre simbólicos, y no se deben tomar por lo que valen, sino por lo que simbolizan. El siete simboliza la plenitud, la perfección; el seis (=7 menos 1), por el contrario, representa la imperfección; el ocho, la sobreabundancia; el cuatro simboliza el mundo creado (= los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales); el doce representa al Israel antiguo y al nuevo (la Iglesia cristiana); mil designa una gran ciudad, y lo mismo el cuadrado de doce (=144 multiplicado por 1000). Incluso los mismos colores tienen valor simbólico: el blanco es signo de la victoria, de la pureza, de la alegría 14; el rojo es símbolo de la violencia; ej negro, de la muerte 15; el escarlata, de lujo y magnificencia 16.

Por eso, cuando un autor apocalíptico quiere describir una visión, se sirve de estos símbolos para expresar las ideas que Dios le sugiere. Como la finalidad que se propone no es la de describir una visión imaginable y coherente, sino la de traducir en lenguaje apocalíptico las ideas recibidas de Dios, de ahí que proceda por acumulación de símbolos, de cifras y de colores, sin preocuparse de su incoherencia. Teniendo esto en cuenta, sería un error querer imaginarse plásticamente, por ejemplo, la Bestia de siete cabezas y de diez cuernos del Apocalipsis de San Juan 17. ¿Cómo habría que repartir los diez cuernos sobre siete cabezas?

De donde se sigue que, en la interpretación del Apocalipsis de San Juan, es esencial el prescindir de lo plástico e imaginable, para contentarse con traducir intelectualmente los símbolos sin detenerse en los detalles más o menos sorprendentes. La Bestia representa al Imperio romano con sus emperadores (las cabezas) y sus reyes vasallos (los cuernos) 18. De los símbolos hay que extraer la idea, teniendo en cuenta su elasticidad y, a veces, hasta su incoherencia. El Apocalipsis de San Juan es una obra de un escritor oriental, de exuberante fantasía; de un vidente que vislumbra los destinos de la humanidad en un horizonte de eternidad. Sus visiones tienen mucho de flotante e inconsistente 19.

En la descripción de una visión apocalíptica, los detalles concretos poseen con frecuencia un valor simbólico y constituyen por sí mismos una enseñanza. A veces el mismo autor del Apocalipsis nos indica la interpretación de ciertos símbolos. Pero esto no es lo ordinario. Frecuentemente San Juan parece presuponer que sus lectores estaban al corriente del valor simbólico que él daba a sus imágenes. De ahí que hoy día no alcancemos a comprender el significado de ciertos símbolos, que debieron de ser claros para los contemporáneos del vidente de Patmos.

A hacer más oscura la interpretación de un escrito apocalíptico también contribuye el hecho de que el autor apocalíptico se esfuerza siempre por abstraer, al menos aparentemente, de su verdadera época. "Se transporta siempre — como dice el P. Alio — a un punto convencional del pasado, al tiempo de un gran personaje como Henoc o Esdras, cualificado para recibir revelaciones divinas. Y es a este personaje al que hace hablar. Una de las características esenciales de los (apocalipsis) apócrifos es, por lo tanto, la seudonimia. Todos reposan sobre ficciones literarias. El autor pretendido podrá, pues, describir a modo de profecía los principales sucesos históricos que hayan tenido lugar desde su época hasta la del verdadero autor; y éste continuará esa serie de predicciones post eventum — sin que nada, en el tono ni en la forma literaria, denote el cambio — por sus propias especulaciones sobre el futuro. Construye de este modo un bloque que abarca hasta el fin del mundo, y descubre todos los designios de Dios en toda la historia de la humanidad. Es una verdadera filosofía de la historia" 20. A veces el autor apocalíptico, no disponiendo de hechos históricos conocidos que le puedan servir de trama, tendrá que recurrir a las tradiciones alegóricas, a los lugares comunes de estrellas, metales, pedrerías, monstruos fantásticos, que muchas veces procederán de mitos y leyendas profanas. De aquí resulta con frecuencia la falta de unidad y la dificultad de armonizar los diversos puntos de vista escatológicos 21.

El Apocalipsis de San Juan ofrece numerosas semejanzas con los escritos apócrifos del género apocalíptico. Como éstos, se compone de visiones, con partes descriptivas y partes proféticas. El estilo empleado es figurado y misterioso. Se sirve de las mismas imágenes y expresiones que encontramos en la apocalíptica judía. Sin embargo, las diferencias son muy grandes. En primer lugar, el Apocalipsis del Nuevo Testamento no es un escrito seudónimo, sino que es presentado como obra de Juan, el vidente de Patmos 22.

Va dirigido a las iglesias donde él mismo había trabajado. Y trata de cosas que eran de primerísima actualidad. Por lo cual, cualquier fraude sería fácil de descubrir. Su unidad de enseñanza es perfecta. Juan nunca se ocupa de cosas inútiles (de los secretos cósmicos, etc.), como hacen frecuentemente los escritos apocalípticos. A imitación de los profetas antiguos, escribe con el fin primario de exhortar, de animar a sus hermanos sacudidos por la persecución y los peligros. La idea teológica central es el triunfo definitivo de Jesucristo sobre el mal en sus distintas manifestaciones históricas. La Iglesia y los fieles cristianos están ahora sometidos a sufrimientos y persecuciones; pero todo esto es algo pasajero. Cristo destruirá pronto todo lo que se opone a la implantación de su Iglesia en el mundo; y los cristianos que hayan permanecido fieles cantarán un cántico de alegría por toda la eternidad en el cielo. A veces San Juan no sólo exhorta y anima, sino que también reprende.

 

El Apocalipsis de San Juan y el Antiguo Testamento.

Si bien el Apocalipsis de Juan bebe abundantemente en la tradición apocalíptica judía, no es ésta la única ni la más impotante fuente del simbolismo joánico. Es más bien en los últimos profetas del Antiguo Testamento: Ezequiel, Zacarías, Daniel, en donde se puede encontrar el origen inmediato de los símbolos más importantes del Apocalipsis 23. El libro comido por Juan en Ap 10:9-10, es una adaptación de Ezequiel 24. Otro tanto sucede con la guerra de Gog y Magog 25, de la que nos habla San Juan en Ap 20:8. La descripción del cielo y del trono de Dios, con los cuatro animales que lo sostienen 26, depende indudablemente de la visión del carro divino de Ezequiel 27. El templo mesiánico de Ezequiel 28 tal vez haya influido en la concepción de la Jerusalén celestial, morada de los santos 29. También los lamentos sobre la ruina de Roma 30 parecen inspirarse en la elegía sobre la ruina de Tiro 31. La visión del ángel que mide el templo 32 y la ciudad 33 depende de Zacarías 34 y de Ezequiel 35. Los dos testimonios o testigos de Ap 11 constituyen una referencia a Zacarías36. De igual modo la visión de los caballos angélicos 37 depende de la visión de Zacarías 38 sobre los cuatro carros. La descripción del Hijo del hombre 39 está compuesta de rasgos que se inspiran en diversos pasajes del Antiguo Testamento 40. La primera Bestia de Ap 13 es una combinación de los cuatro monstruos que en Daniel41 representan la sucesión de cuatro imperios paganos. La imagen de la Mujer, en los dolores de parto, perseguida por el Dragón42, nos transporta a los orígenes de la humanidad, cuando Eva se dejó seducir por la serpiente. El arca de la alianza en el templo43 y la nube que llena el templo44 aluden a 2 Mac 2:5-8. para describir las persecuciones contra la Iglesia, San Juan se sirve largamente de las visiones del profeta Daniel, en las que describe la persecución de Antíoco Epífanes45. La visión de los que han triunfado de la Bestia 46, al lado de un mar de cristal y entonando el cántico de Moisés, alude al Ex 14-15. El tema del Éxodo y de la liberación de los israelitas de Egipto es ampliamente explotado para escribir todas las grandes liberaciones del pueblo de Dios 47.

La fuente principal, por consiguiente, del simbolismo de Juan es el Antiguo Testamento. Sin embargo, San Juan no se ha limitado únicamente a copiar a sus antecesores, sino que transforma las imágenes que él toma del Antiguo Testamento, imprimiéndoles el sello de su originalidad. Su inspiración profética es la que dirige el desarrollo de su obra. Como todo judío, con un conocimiento profundo de las Sagradas Escrituras, cuando quiere expresar una idea, le vienen espontáneamente a la pluma las expresiones del profetismo tradicional.

 

Procedimientos de composición en el Apocalipsis de San Juan.

Son muchos los autores modernos que defienden la unidad literaria del Apocalipsis, apoyándose en la lengua, tan característica de nuestro libro, con sus solecismos y semitismos, y en sus procedimientos de composición literaria. Si el Apocalipsis parece contener repeticiones, expresiones que chocan, etc., esto proviene del método de composición empleado por Juan.

Uno de los artificios literarios empleados por el Apocalipsis, el más claro, es el de las series septenarias: las siete cartas a las siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas. Algunos autores, apoyándose en este procedimiento literario tan característico, piensan que el Apocalipsis estaría enteramente construido mirando al número siete. Según el P. Loenertz 48 y, en parte, el P. Levie 49, cada serie septenaria va precedida por una sección preparatoria: i septenario: Cartas a las siete iglesias, Ap 1:9-3:22 (sec. preparatoria = 1:9-20); 2 septenario: Los siete sellos, Ap 4:1-7:17 (sec. preparatoria = 4:1-5:14); 3 septenario: Las siete trompetas, Ap 8:1-11:14 (sec. preparatoria = 8:1-6); 4 septenario: Señales en el cielo Ap 11:15-14:20 (sec. preparatoria = 11:15-19); 5 septenario: Las siete copas, Ap 15:1-16:16 (sec. preparatoria = 15:1-16:1); 6 septenario: Las voces celestes, Ap 16:17-19:5 (sec. preparatoria = 16, 17-21); 7 septenario: Las visiones del fin, Ap 19:6-22:5 (sec. preparatoria = 19:6-10).

Otro de los artificios de composición del Apocalipsis lo constituyen las anticipaciones y anuncios hechos en términos propios de alguna escena que sólo se describirá más tarde. Estas anticipaciones aparecen siempre en lugares análogos. Por donde se ve claramente que se trata de algo hecho conscientemente por el autor sagrado. Así, Ap 2:7 es una anticipación de 22:2; Ap 2:11 es una anticipación de 20:14; la nueva Jerusalén de Ap 3:12 es una anticipación de 21:2; el pasaje Ap 11:1-13 es una anticipación del capítulo 13; Ap 14:8 es una anticipación de los capítulos 17-19; Ap 14:10 es una anticipación del capítulo 16; Ap 16:12-14 es una anticipación de 19, 17-21; Ap 19:7-9 es una anticipación de los capítulos 21:22.

Estas y otras muchas anticipaciones dan la impresión de que todas las partes del libro guardan entre sí una sólida coherencia y que la exposición del autor sagrado progresa de una manera más bien cíclica que rectilínea. De aquí la ley de las ondulaciones, como la llama el P. Alio 50. Esta presupone la hipótesis de la recapitulación, expuesta por primera vez por Victorino de Pettau, según la cual el Apocalipsis no expone una serie continua y cronológica de sucesos futuros, sino que describe los mismos sucesos bajo diversas formas. Es una repetición cíclica de la misma historia, con frecuentes anticipaciones — como indicamos arriba — y retrocesos. Por consiguiente, las repeticiones del Apocalipsis no serían simples yuxtaposiciones de fuentes análogas, sino que se explicarían en el sentido de que, en el interior de una misma serie, una visión esquemática se explica después en forma más amplia, aportando a la primera una precisión y una nueva claridad. Por muy variadas que sean las imágenes, se encuentran enlazadas entre sí por tales analogías, que uno se siente inmediatamente inclinado a creer en la cuasi identidad de muchas cosas que ellas representan51.

Otros autores hablan del desdoblamiento de las representaciones joánicas en dos fases sucesivas: una acústica y otra óptica. San Juan en la narración de un mismo hecho, primero lo oye y luego lo ve. Esto puede desorientar al lector, haciéndole considerar como sucesos objetivamente diversos lo que en realidad no es otra cosa que una doble representación de un mismo hecho 52.

También encontramos en el Apocalipsis la ley de la perpetua antítesis 53. En casi todos los cuadros, o en cada una de las series, se encuentran frases y figuras antitéticas. Dentro de las mismas series hay lugares fijos, determinados, destinados exclusivamente a hacer resaltar la antítesis general. Es lo que el P. Alio llama la ley de periodicidad en la posición de la antítesis54. Las antítesis se encuentran ordinariamente al final de las visiones preparatorias que preceden a los septenarios, es decir, en cada sexto momento de los septenarios, si exceptuamos el de las cartas. San Juan tiene continuamente ante la vista la oposición de dos sociedades, de dos ciudades: la de los amigos de Dios, es decir, la verdadera Jerusalén, y la de los enemigos de Dios, es a saber: Babilonia, gobernada por el Dragón. La segunda parte del Apocalipsis (12-22) está toda ella dominada por las grandes antítesis de Cordero-Dragón, Mujer-Dragón, nueva Jerusalén-Babi-lonia. Además de estas antítesis claramente determinadas existen otras visiones o dichos sobre el poder del mundo y del diablo, que continuamente se alternan con otras sobre el poder de Dios y la victoria de los fieles. Igualmente las visiones que se refieren al mal alternan con otras que tratan del bien, y las que hablan de castigos, con otras que se refieren a la gloria55.

 

Autenticidad y canonicidad del Apocalipsis.

El mismo autor del Apocalipsis nos ha dejado su nombre: Juan 56. La tradición cristiana antigua identifica unánimemente este Juan con el apóstol San Juan, hijo del Zebedeo. Unos cincuenta años después de la muerte de San Juan en Efeso escribía allí mismo San Justino (f 153) su Dialogo con Trifón, en el que dice expresamente: "Además hubo entre nosotros un varón, por nombre Juan, uno de los apóstoles de Cristo, el cual profetizó en la Revelación (Apocalipsis) que le fue hecha, que los que hubieren creído en Cristo pasarían mil años en Jerusalén"57. San Policarpo (f 155), que fue discípulo inmediato del apóstol San Juan, considera el Apocalipsis como divinamente inspirado, y cita expresiones idénticas a las del Apocalipsis58. De Papías (αίβο) nos dice Andrιs de Cesárea que afirmaba la autenticidad del Apocalipsis59. También San Ireneo (hacia 190), heredero de las tradiciones efesinas por haber vivido en Efeso cierto tiempo, identifica al autor del Apocalipsis con el apóstol San Juan 60. Tiene igualmente mucha importancia el claro testimonio del Fragmento de Muratori (de hacia 170): "Apocalypsis etiam lohannis. Recipimus."61

En el resto del siglo II, y en la primera mitad del siglo siguiente, fueron muchos los escritores eclesiásticos que consideraron el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan. Es usado por Clemente de Alejandría (hacia 21 5)62, por Orígenes (hacia 233)63 y por Tertuliano (hacia 207)64. Algunos autores de esta época, o incluso del siglo anterior, llegaron hasta escribir comentarios sobre el Apocalipsis. De estos últimos fue Melitón, obispo de Sardes (hacia 170), una de las ciudades a las que va dirigido el Apocalipsis 65.

Es evidente el peso que tiene el argumento de unanimidad de la tradición en los dos primeros siglos, acerca de la autenticidad y canonicidad del Apocalipsis.

La unanimidad se vio, sin embargo, rota en el siglo πι, cuando los herejes alogos (negadores del Logos), entre los que se contaba un cierto Cayo, presbνtero romano de principios del siglo ni, atribuyeron el Apocalipsis a Cerinto. Cayo, por reacción contra el abuso que hacían de él los montañistas, le negó todo valor canónico66. Con mayor moderación, San Dionisio, obispo de Alejandría (248-264), puso también en duda el origen apostólico del Apocalipsis, sin rechazar la canonicidad. Los argumentos en que se funda son literarios y teológicos, no de tradición. La causa de esto fue el hecho de que San Dionisio creía que en el Apocalipsis se enseñaba la doctrina milenarista. Y para quitar a los herejes milenaristas el fundamento bíblico del Apocalipsis, en el que se apoyaban, negó su autenticidad 67. Eusebio de Cesárea, que nos refiere las noticias precedentes, parece inclinarse en favor de la opinión de San Dionisio de Alejandría 68. Tampoco consideran el Apocalipsis como auténtico y canónico San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio Nacianceno. Teodoreto y San Juan Crisóstomo nunca citan el Apocalipsis, lo cual parece indicar que no lo consideraban como libro sagrado. Falta también en la versión siríaca Peshitta.

Estos testimonios discordantes representan, sin embargo, una pequeña parte de la tradición patrística. Su actitud fue motivada no por razones de tradición, sino por motivos de polémica. Frente a esta actitud discordante se alza toda la Iglesia occidental, y con ella también muchos Padres orientales, como San Basilio, San Atanasio, San Gregorio Niseno, San Cirilo de Alejandría y San Epifanio 69. La Iglesia latina ha reconocido siempre la autenticidad apostólica y la canonicidad del Apocalipsis, y ha salido siempre en defensa de la tradición primitiva. Por eso es lícito afirmar que existe una tradición casi unánime de la Iglesia que considera el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan.

Los documentos oficiales o cuasi oficiales que poseemos de la Iglesia universal confirman la tradición casi unánime de los Padres. El documento más antiguo que ha llegado hasta nosotros es el catálogo de los Libros Sagrados del concilio provincial de Hipona (año 393)· En él se encuentra el Apocalipsis como libro canónico 70. Lo mismo sucede en los catálogos de los concilios provinciales Cartaginense III y Cartaginense IV (años 397 y 419)71· Una carta del papa San Inocencio I a Exuperio, obispo de Tolosa (año 405), considera el Apocalipsis de San Juan como libro canónico 72. Igualmente, el catálogo de los Libros Sagrados, atribuido al papa San Gelasio (hacia 495), acepta el Apocalipsis de San Juan apóstol en el canon de las Sagradas Escrituras73. El concilio Toledano IV (a.633) castiga con la excomunión al que rechace el Apocalipsis de San Juan como no auténtico ni canónico 74. El concilio Florentino, en el decreto Pro lacobitis (4 de febrero de 1441), recibe y considera como inspirado el Apocalipsis de San Juan75. Y finalmente, el concilio Tridentino, el día 8 de abril de 1546, definió solemnemente el canon de las Sagradas Escrituras. En su decreto De canonicis Scripturis declara: "Si alguien no recibiera por sagrados y canónicos estos libros — entre ellos es nombrado el Apocalipsis del apóstol Juan — íntegros con todas sus partes, según acostumbraron ser leídos en la Iglesia católica y se contienen en la antigua edición latina Vulgata, y despreciare a ciencia y conciencia las predichas tradiciones, sea anatema" 76. Por consiguiente, el concilio Tridentino ha definido la canonicidad del Apocalipsis. Sin embargo, respecto de su autenticidad la Iglesia no ha definido nada. De ahí que los autores católicos puedan discutir acerca de ella.

En los tiempos modernos ha habido críticos, y los hay todavía hoy, que dudan de la autenticidad joánica del Apocalipsis o la niegan claramente. Y sinceramente hablando hay que reconocer que la atribución del Apocalipsis al apóstol San Juan, autor del cuarto evangelio, presenta serias dificultades, como lo reconocen al presente diversos autores católicos77.

Desde el punto de vista literario se encuentran indudables semejanzas en lo referente al estilo, vocabulario, fraseología, gramática. Sin embargo, las diferencias entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio son también muy notables. Estas diferencias son tales que, según el parecer de importantes críticos, no se podrían explicar todas, ni por la diferencia de los temas tratados, ni por las diferentes, condiciones en las que fueron escritos el cuarto evangelio y el apocalipsis, ni por la distancia del tiempo. Otro tanto sucede con las ideas teológicas. No se encuentran en el Apocalipsis la mayor parte de los términos característicos del cuarto evangelio y de las epístolas de San Juan: amor, verdad, luz, tinieblas, mundo, en sentido peyorativo. La doctrina del Espíritu Santo, que tanta importancia tiene en el cuarto evangelio, apenas es esbozada en el Apocalipsis. Cristo es llamado, en ambos escritos, Cordero (de Dios), pero con dos palabras griegas distintas (άμνόβ, άρνίον). La concepción escatológica es muy distinta. En el Apocalipsis se vive en espera de la venida de Cristo. El Hijo del hombre es Cristo glorioso que vendrá al final de los tiempos para juzgar a los impíos. El anticristo es una potencia política que se opone al establecimiento del reino de Dios. En el evangelio y en las epístolas, en cambio, Cristo ya ha venido, en cierto modo, y habita en el corazón de los fieles. El Hijo del hombre es Cristo exaltado por la resurrección, el cual ya ha llevado a cabo el juicio sobre los hombres, separando los fieles de los que no aceptan a Jesucristo. Los anticristos ejercen una influencia nefasta, esparciendo falsas doctrinas cristológicas. El Espíritu Santo, que habita en las almas de los fieles, realiza ya el reino de Dios entre nosotros 78.

Hay otras razones que aducen los críticos en contra de la autenticidad joánica del Apocalipsis. Las más importantes son las siguientes: el cuarto evangelio tiene como nota característica la originalidad y la personalidad, que le sitúan en un nivel distinto de los sinópticos. En cambio, el Apocalipsis no muestra esa nota de originalidad y personalidad. Frecuentemente el autor sagrado se limita a un reempleo literal de profecías del Antiguo Testamento, principalmente de Ezequiel. También resulta extraño que el autor del Apocalipsis no se dé nunca el título de apóstol en una época en que los ministerios eclesiásticos estaban claramente diferenciados 79. Además, no encontramos en el Apocalipsis ni una sola alusión a hechos concretos de la vida terrestre de Cristo. Esto resulta algo extraño en uno que habría vivido durante años en compañía de Jesucristo.

Todos estos hechos hay que tenerlos en cuenta cuando se trata de solucionar el problema de la autenticidad joánica. Hay autores católicos modernos que, apoyados en los hechos antedichos, consideran como probable autor del Apocalipsis a un discípulo de San Juan apóstol. Esto correspondería bien con los datos históricos transmitidos por Eusebio de Cesárea y las Constitutiones apostoli-cae 80, que hablan de un hombre llamado Juan. Este habría sido constituido por el apóstol San Juan obispo de Efeso a fines del siglo I.

Es importante tener presente que la cuestión del autor del Apocalipsis no es una cuestión de fe. Si el Apocalipsis hubiera sido escrito por un discípulo de Juan, tendríamos el mismo problema que en la epístola a los Hebreos, escrita por un discípulo de San Pablo 81. Esto no impide que el Apocalipsis sea inspirado, del mismo modo que los demás libros del Nuevo Testamento 82.

Sin embargo, el argumento de tradición y las semejanzas existentes entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio conservan todavía toda su fuerza. Solamente se encuentra en el Apocalipsis y en el cuarto evangelio el término Logos, aplicado a Cristo, que es característico de San Juan Apóstol. También se emplean en el Apocalipsis las expresiones agua viva o agua de vida 83, que son propias del lenguaje joánico. Se emplean con frecuencia los términos testimonio (μαρτυρία) y verdadero (άληβινός), que son expresiones muy empleadas por el cuarto evangelio 84.

Las diferencias de lenguaje entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio tal vez provengan, al menos en parte, del género literario apocalíptico empleado por el autor sagrado. El Apocalipsis depende frecuentemente del Antiguo Testamento, especialmente del Génesis, Ezequiel, Zacarías y Daniel85. Y es muy probable que conociera los escritos apocalípticos judíos. Por otra parte, las incorrecciones gramaticales pueden provenir de las circunstancias en que fue compuesto el Apocalipsis. San Juan estaba desterrado en la isla de Patmos, condenado probablemente a trabajos forzados. Y no tenía la tranquilidad de ánimo suficiente para redactar un libro en estilo elegante y bien pulido. Además, es muy probable que no tuviera a su lado ningún discípulo helenista que le pudiera corregir su obra. En cambio, para la composición del cuarto evangelio dispuso de amanuenses y de correctores 86.

 

Tiempo y lugar de composición.

El mismo Apocalipsis nos dice que San Juan recibió la gran revelación (= apocalipsis) cuando se encontraba deportado en la isla de Patmos, a causa de la palabra de Dios 87. Ahora bien, según la tradición más antigua y más digna de fe, que nos ha sido transmitida por San Ireneo 88 y más tarde por Victorino de Pettau (f 303) 89, la deportación de San Juan a Patmos tuvo lugar hacia el final del reinado de Domiciano (81-96 d.C.). San Jerónimo, fundándose seguramente en Eusebio 90, precisa todavía más, afirmando que San Juan recibió las visiones del Apocalipsis en el año 140 15 de Domiciano, es decir, el año 95 d.C. 91. Existen, sin embargo, otros testimonios antiguos, como el de las Acta lohannis y el del Canon de Muratori, ambos del siglo n, que se inclinan por el tiempo de Nerón. San Epifanio (s.IV) coloca la deportación de San Juan bajo el emperador Claudio (Nerón?) 92. La Synopsis de vita et morte prophetarum y Teofilacto la atribuyen al tiempo de Trajano.

Las condiciones históricas que el libro supone se adaptan perfectamente al reinado de Domiciano, pues fue un emperador cruel y perseguidor 93. Exigió de sus súbditos el culto divino para sí mismo 94; y a los que se oponían los asesinaba o los deportaba 95. Las cartas a las siete iglesias corresponden bastante bien a las condiciones religiosas del Asia Menor hacia el final del siglo I. Algunas de las iglesias habían decaído de su fervor primitivo. Por eso, San Juan echa en cara a alguna de esas iglesias su pereza y decaimiento en el fervor religioso 96. Y, al mismo tiempo, las previene contra la infiltración de doctrinas perniciosas difundidas por falsos profetas y por los herejes nicolaítas 97. La persecución ha comenzado ya en Esmirna y en Pérgamo 98. Este cambio en el seno de las comunidades cristianas no es posible que haya tenido lugar poco tiempo después de San Pablo, sino que más bien tuvieron que pasar bastantes años para que decreciese el fervor religioso.

En efecto, San Pablo, cuando escribe a los Efesios y a los Colosenses desde su prisión romana, no considera estas iglesias ya invadidas por el error. Es verdad que los errores amenazaban la comunidad cristiana, principalmente la de Colosas; pero los errores todavía no habían inficionado las iglesias, como supone el Apocalipsis. Además, en tiempo de San Pablo, y, por lo tanto, bajo Nerón, la organización jerárquica de las iglesias era aún embrionaria. El Apocalipsis, por el contrario, parece suponer un gobierno monárquico en cada iglesia, pues se dirige al ángel — al obispo — de cada una de ellas. Alguna de estas iglesias han decaído mucho de su primer fervor cristiano, y hasta parece que se hallan invadidas por errores. Todo esto parece pedir un intervalo considerable entre la época de San Pablo y la del Apocalipsis.

Algunos autores, como, por ejemplo, el Ρ. Μ. E. Boismard,” que admiten dos o mαs redacciones del Apocalipsis, colocan una de ellas en tiempos de Nerón, y la otra al final del reinado de Domiciano. La interpretación del capítulo 17 del Ap, en el que se dice que el emperador perseguidor es el sexto de la lista de los emperadores 10°, parece favorecer a primera vista este modo de ver. Porque para llegar a Domiciano habría que comenzar a contar desde Nerón, lo que no parece probable. En cambio, para llegar a Nerón basta con comenzar con César, que fue el verdadero fundador del Imperio romano. En cuyo caso se explica bien lo que se dice en Ap 13:3: la Bestia, herida de muerte, ha vuelto a resurgir. El Imperio romano, que pudo considerarse como deshecho con la muerte de César, volvió a tomar vida y mayores energías en la persona de Augusto. Al ver esta especie de resurrección de la Bestia, los pueblos se postran para adorarla 101. Fue, en efecto, el emperador Augusto el primero que recibió los honores divinos.

Otros escrituristas, como Gelin 102, Feuillet 103, distinguen dos fechas de composición: la perspectiva de las visiones miraría a la época de Vespasiano, y la publicación del Apocalipsis habría tenido lugar al final del reinado de Domiciano. En este caso, el Apocalipsis estaría artificialmente antidatado, cosa bastante frecuente en el género apocalíptico. Esto mismo explicaría, en parte, las repeticiones aparentes del libro, conservando su unidad literaria.

En lo que coinciden casi todos los autores es que fue escrito en época tardía dentro del siglo i. Esto es lo que también exigen ciertas características internas del libro, ya indicadas: decaimiento del fervor en las comunidades cristianas, fundadas en tiempo de San Pablo; herejías mucho más desarrolladas que las que suponen las epístolas de Santiago y la primera de San Pedro. Se puede, pues, aceptar la fecha sugerida por la tradición: habría sido compuesto el Apocalipsis hacia el año 95.

En cuanto al lugar de composición, la tradición se inclina por la isla de Patmos, en donde San Juan habría recibido la revelación = apocalipsis.

 

Destinatarios.

El Apocalipsis va dirigido inmediatamente a las siete iglesias del Asia Menor proconsular, es decir, a las iglesias de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Filadelfia, Sardes, Laodicea y Tiatira. Sin embargo, estas iglesias vienen como a representar a la Iglesia universal, a la que en definitiva va dirigido el Apocalipsis.

 

Ocasión y finalidad del Apocalipsis.

La ocasión próxima de la composición del Apocalipsis — al menos según lo que da a entender el mismo libro 104 — fue la revelación que Juan recibió en la isla de Patmos. Dios le ordena expresamente poner por escrito las visiones habidas y consignarlas a los fieles. La razón de por qué tuvo esta revelación fueron las condiciones infaustas por las que estaban pasando los cristianos del Asia.

El culto imperial amenazaba con sumergir entre sus aguas ponzoñosas a todas las cristiandades del Asia Menor. Este culto idolátrico, que había comenzado a desarrollarse en tiempos de Augusto, adquirió proporciones gigantescas en el reinado de Domiciano, el cual se hacía llamar en las actas oficiales: "dominus et deus noster." 105

Como los cristianos se oponían a este culto imperial, el cruel emperador desencadenó una cruenta persecución contra ellos. San Juan quiere con su libro consolar a los cristianos perseguidos e infundirles nuevo valor para que sigan luchando valientemente por Cristo. El Apocalipsis es, pues, un libro de consolación dirigido a los fieles perseguidos a muerte por el poder civil.

Pero no solamente el poder civil se ensañaba en los cristianos, sino también el sincretismo religioso oriental. Lo constituían los diversos cultos asiáticos, especialmente el de Cibeles, sostenidos por un poderoso sacerdocio. Este se aliaba con el poder civil para extinguir o adulterar las florecientes cristiandades del Asia Menor 106. También contribuían a sembrar el desconcierto en el rebaño de Cristo las persecuciones de los judíos y de los herejes cerintianos y nicolaítas.

San Juan se levanta en el Apocalipsis contra los graves peligros que amenazan a los fieles, y les exhorta a permanecer firmes en la doctrina de Cristo. Y pone ante sus ojos la perspectiva gloriosa del triunfo definitivo. Ese triunfo llegará pronto 107, y los cristianos verán tiempos mejores, en los que Jesucristo y su Iglesia reinarán sobre todos sus enemigos, tanto internos como externos. Por eso San Juan les exhorta reiteradamente a sufrir con paciencia las tribulaciones y persecuciones y a oponerse valientemente a la recepción de la marca o señal de la Bestia — el poder imperial —, reconociendo su carácter divino 108. Los himnos que cantan los cristianos que ya han triunfado, en la liturgia celeste, son como una respuesta a las aclamaciones del culto pagano tributado a los emperadores.

San Juan también se propone con su libro excitar las iglesias a vigilar con celo por la pureza de la fe, amenazada entonces por diversos errores doctrinales.

 

Argumento del Apocalipsis.

El Apocalipsis se presenta como un libro profético 109 que, mediante diversos vaticinios e imágenes, describe los hechos presentes y futuros de la Iglesia. Esta, siempre perseguida, pero siempre triunfante, alcanzará finalmente la perfecta victoria sobre sus enemigos. El autor sagrado presenta el poder pagano de su tiempo luchando encarnizadamente contra Cristo y su Iglesia. Los anticristos de que nos habla el Apocalipsis son personificaciones de fuerzas colectivas del mundo, que, a través de los siglos, tratan de destruir el poder de Jesucristo. Si bien el Apocalipsis se refiere inmediatamente a la lucha que sostenía la Iglesia con los poderes paganos, a finales del siglo i tiene, sin embargo, un valor y un significado permanente, ya que la Iglesia en la tierra es esencialmente militante. Tiene que hacer frente continuamente a todos los errores y persecuciones que surgen a través de los siglos 110.

El vidente de Patmos presenta la historia de la salvación como una gran liturgia del mundo, en la cual, por virtud del sacrificio del Cordero, se logra vencer el mal y las almas son incorporadas al reino de Dios. Por este motivo, en todas la visiones, excepto en la última se alude al Pontífice celeste y a su sacrificio 111. También se anuncia la venida gloriosa de Cristo y las últimas calamidades que precederán a su venida.

 

Doctrina del Apocalipsis.

El Apocalipsis es rico en enseñanzas doctrinales. Su doctrina teológica está bastante desarrollada y viene como a completar la de los evangelios y epístolas. Refleja bastante bien las creencias cristianas de finales del siglo I.

1) Dios. — El autor sagrado subraya de una manera especial la trascendencia divina. Esto se explica fácilmente si tenemos presente que en aquellos tiempos los emperadores exigían honores divinos. Dios es presentado como el Dios de la majestad, del poder y de la gloria 112. Es el Dios tres veces santo; El solo existe, pues a El solo conviene el Yo;113. Es el Señor de todas las cosas, pues les da el ser y las conserva 114. Por eso, es el Principio y el Fin de todas las cosas, el Alfa y la Omega 115. Dios es lo suficientemente poderoso para intervenir en la historia de los hombres en el momento por El determinado desde la eternidad.

2) Cristoíogía. — Se habla relativamente poco en el Apocalipsis del Cristo terrestre. En cambio, se da gran realce al Cristo glorioso en el cielo, que es descrito bajo diversas formas. Ante todo aparece como el juez enviado por Dios para vengarse de los enemigos de su Iglesia 116. Es el Hijo del hombre, que Daniel había visto venir sobre las nubes del cielo para el juicio escatológico 117. Es también el Rey-Mesías, que será entronizado en Sión y conseguirá derrotar a los reyes de la tierra rebelados contra Dios 118. Cristo es la estrella de la mañana que se da ella misma como recompensa a los cristianos 119 para que puedan vivir en su intimidad 12°. El da a los hombres la gracia y la paz 121. Recibe, como Dios, la adoración de todo el mundo creado 122. Pero, al mismo tiempo, Cristo es hombre capaz de sufrir y morir por los demás hombres. Es el Cordero muerto y resucitado 123, que ha vencido el mal con su muerte 124 y ha librado a los hombres de la esclavitud del demonio 125. Por este motivo, Cristo ha obtenido un derecho sobre la humanidad y sobre su destino. El domina las naciones 126 y dirige la historia humana 127.

3) El Espíritu Santo tiene menos importancia en el Apocalipsis que en el cuarto evangelio. Su teología es bastante embrionaria. En el prólogo 128 es presentado como dispensador de la gracia y de la paz, juntamente con el Padre y con Jesucristo. Por tres veces 129 se habla de los siete espíritus que están delante del trono de Dios: expresión que puede referirse al Espíritu Santo septiforme o a siete ángeles. El Espíritu Santo exhorta a las iglesias 13°; y, al mismo tiempo, une su voz a la de la Iglesia para implorar el retorno de Cristo 131. En general, el Espíritu aparece — en conformidad con la tradición del Antiguo Testamento — como el Espíritu de profecía 132.

4) Soteriología. — La salvación se atribuye a Dios únicamente, por oposición a los falsos salvadores imperiales 133. Jesucristo es el agente de esa salvación 134. El hombre, para obtenerla, ha de cooperar con sus buenas obras 135.

5) Angelología. — Está bastante desarrollada en el Apocalipsis. El autor sagrado nos presenta una pléyade de ángeles en torno de Dios y del Cordero. Son los anunciadores de los juicios divinos 136. Los ángeles que pertenecen a las jerarquías superiores tienen por función principal alabar a Dios 137. Todos toman parte activa en el gobierno de los hombres y de las cosas 138.

La demonología del Apocalipsis es de extraordinario interés para la teología. Satanás y los demás espíritus malignos tienen gran importancia en el libro. Satanás aparece como el gran enemigo de Dios. Arrojado del cielo 139, se vengará combatiendo sobre la tierra a los cristianos y a la Iglesia 140. Con este fin suscita dos Bestias l41: una que simboliza al Imperio romano y otra al sacerdocio pagano. Satanás y sus ayudantes se servirán de todos los medios, hasta de la persecución sangrienta, para seducir a los fieles. Sin embargo, Satanás no podrá hacer nada contra la voluntad de Dios. Será reducido a la impotencia en el día que Dios determine 142. Dios es, pues, más fuerte que el mal. Y, en consecuencia, podrá ayudar a los fieles contra los perseguidores.

6) Eclesiología. — La Iglesia constituye el punto central en torno al cual gira todo el Apocalipsis. Contra ella se desencadena la lucha de Satanás 143. Pero Cristo interviene en favor de ella. La Iglesia es el reino de Dios y de Cristo que se ha de establecer definítivamente después del exterminio de las potencias malignas 144. Pero ya se puede considerar como iniciado sobre la tierra 145. Es un reino de sacerdotes, en cuanto que todos los fieles están encargados de ofrecer a Dios el cántico de toda la creación como sacrificio de alabanza 146. Las relaciones íntimas de la Iglesia con Cristo son descritas bajo la imagen del matrimonio 147: la Iglesia es la esposa del Cordero, es decir, de Cristo, pues todos los fieles están unidos a Cristo por los lazos del amor 148. Su misión principal es alabar a Dios y servirle 149. La Iglesia del cielo está íntimamente unida a la de la tierra. Incluso ora con las mismas fórmulas de esta última, y constituye como su prolongación. Al final de los tiempos sólo habrá una Iglesia, la Jerusalén celeste 150.

7) Escatología. — La lucha de Satanás y de los poderes del mal contra Dios y su Iglesia durará cuanto dure el mundo. Después de la caída de la Roma perseguidora, la Iglesia conocerá una era de prosperidad y de paz. Esto sucederá cuando se detengan las persecuciones generalizadas contra la Iglesia. No obstante, la Iglesia siempre tendrá que pasar por períodos difíciles. Pero los fieles han de tener plena confianza, porque, por muy fuertes que sean las persecuciones, Dios siempre saldrá vencedor 151. En el último día, cuando Dios venza definitivamente a Satanás y lo arroje por siempre al infierno, entonces tendrá lugar el reino celestial en un universo totalmente renovado, del cual será excluido el mal152.

¿Cuándo tendrá lugar este paso de la Jerusalén terrestre a la Jerusalén celeste? El autor sagrado no lo dice. Sin embargo, nos advierte que el paso del mundo presente al mundo futuro será precedido por un asalto general de los poderes del mal contra la Iglesia153. Mas el retorno de Cristo triunfante la salvará 154 y señalará el comienzo del último juicio 155 y la llegada del mundo nuevo 156.

Los signos cósmicos de que nos habla el Apocalipsis 157 no han de ser tomados a la letra. Se trata de expresiones e imágenes estereotipadas y tradicionales en el profetismo del Antiguo Testamento, empleadas para designar una intervención divina en la historia humana.

8) El milenarismo. — Según el Apocalipsis 158, Satanás es arrojado al abismo, en donde permanecerá encadenado durante mil años. En el decurso de ese tiempo todos los mártires vuelven a la vida y reinan con Cristo 159. Después Satanás — suelto de nuevo — entabla una última batalla contra la Iglesia antes de ser arrojado definitivamente al estanque de fuego y azufre 160. Una vez ejecutado esto tiene lugar el último juicio precedido por la resurrección general de los muertos 161.

En los primeros siglos de la era cristiana hubo cierto número de Padres 162 que interpretaron estas visiones del Apocalipsis en sentido estrictamente literal. Cristo ha de volver un día sobre la tierra. Entonces resucitarán los mártires e incluso todos los justos, y reinarán mil años sobre la tierra. Después tendrá lugar la resurrección general, el último juicio y el comienzo del reino celestial. Estos Padres, sin embargo, admitían un milenarismo espiritual, es decir, un reino lleno de goces del espíritu y de bienes temporales. Existió también ya desde antiguo otro milenarismo carnal, según el cual los goces del milenio serían prevalentemente de tipo material, un tanto grosero y hasta pueril. Esto dio origen a extravagancias totalmente inadmisibles en la Iglesia cristiana. Los defensores más conocidos de este milenarismo en la antigüedad fueron Cerinto, Nepote, obispo de Arsínoe, Coragio y Apolinar de Laodicea 163.

En nuestro tiempo, la interpretación milenarista ha sido resucitada de nuevo por ciertas sectas protestantes, como los anabaptistas, los labadistas, los darbistas, los testigos de Jehová, y por varios autores acatólicos, los cuales insisten en la resurrección de los buenos y de los condenados, que creen encontrar afirmada en 1 Cor 15:23-24. Durante la última guerra mundial (1939-1944) la tesis milenarista volvió a hacer su aparición incluso entre los católicos. Por eso, un decreto del Santo Oficio (21 de julio de 1944) declaró formalmente que el sistema del milenarismo mitigado no podía ser enseñado sin peligro (tuto doceri non posse) 164.

Y, en efecto, el milenarismo, en cuanto enseña que Jesucristo ha de volver a vivir visiblemente entre los hombres por un período de mil años, bien sea rodeado de muchos justos resucitados, o bien sin presuponer la resurrección de estos justos, no puede ser admitido. La Iglesia Ortodoxa considera el milenarismo como una doctrina errónea y temeraria 165, pues no se apoya ni en la enseñanza de Cristo ni en la de los apóstoles. La doctrina de la fe enseña solamente dos venidas de Cristo: la primera tuvo lugar en su encarnación y nacimiento; la segunda se realizará cuando venga glorioso en la parusía, a la que seguirán inmediatamente el juicio final y la retribución 166. Por consiguiente, no hay lugar para el reino milenarista.

Teniendo en cuenta el simbolismo de San Juan y del Apocalipsis, nada hay que obligue a interpretar Ap 20:4-5 en sentido estrictamente literal. La influencia de Ezequiel sobre el autor del Apocalipsis ha sido muy grande. Ahora bien, en Ezequiel 37:1-14 la resurrección de los huesos secos simboliza la restauración de Israel, después de las pruebas del destierro babilónico. Por otra parte, esta visión precede inmediatamente a la que presenta a Gog, rey de Magog, invadiendo la Tierra Santa 167. Otro tanto sucede en el Apocalipsis, en donde la visión de la primera resurrección precede inmediatamente a la de la invasión de la Tierra Santa por Gog y Magog 168. En consecuencia, la primera resurrección de Ap 20:4-5 ha de simbolizar normalmente la renovación de la Iglesia, después del período de las grandes persecuciones. Y el reino de mil años correspondería, en este caso, a la fase terrestre de la Iglesia, desde el final de las persecuciones hasta el fin de los tiempos.

La mayoría de los autores, siguiendo a San Agustín 169, prefieren dar a este pasaje del Apocalipsis una interpretación espiritual. El Obispo de Hipona, apoyándose en Jn 5:24-29, en donde se habla de una resurrección espiritual de los muertos por el pecado, vivificados por la palabra de Jesús, distingue una doble resurrección: una espiritual, cuando el hombre escucha y acepta la palabra de Dios; otra corporal, que tendrá lugar al final de los tiempos, cuando resuciten los muertos. Según esto, la primera resurrección de Ap 20:4-5 ha de ser entendida en sentido espiritual: se trata de la resurrección espiritual de todos aquellos que encuentran la vida permaneciendo unidos a la doctrina de Cristo. El reino de mil años correspondería en dicho caso a toda la fase terrestre de la vida de la Iglesia, desde Pentecostés hasta el fin de los tiempos. Para entender mejor esto hay que tener en cuenta que el Apocalipsis no pretende describir una serie de visiones, que se sucederían en un orden estrictamente histórico. Por eso, no es necesario establecer unión cronológica entre las visiones de los capítulos 19 y 20 del Apocalipsis 170.

 

División del Apocalipsis.

Los autores dividen el Apocalipsis de diversas maneras. El P. Alio 171, por ejemplo, siguiendo a Bengel, lo divide en tres partes: 1) Introducción y cartas a las iglesias (Ap 1-3); 2) revelación profé-tica del futuro (Ap 4-22:5); 3) conclusión (Ap 22:6-21). Nosotros, fundándonos en las palabras del mismo Apocalipsis: Escribe lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto 172, lo dividimos en dos partes principales: Revelación a las siete iglesias del Asia sobre su estado espiritual (Ap 1:4-3:22) y visiones proféticas sobre el futuro (Ap 4:1-22:5), a las que hay que añadir un prólogo (Ap 1:1-3) Y un epílogo (Ap 22:6-21).

I. prólogo: Título del libro y afirmación de su origen divino (Ap 1:1-3).

II. primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de las siete iglesias del Asia Menor (1:4-3:22).

1. Saludo de Juan a las siete iglesias de Asia (1:4-8).

2. Visión introductoria a todo el libro (1:9-20).

3. Las siete cartas a las iglesias (c.2-3):

a) Carta a la iglesia de Efeso (2:1-7).

b) Carta a la iglesia de Esmirna (2:8-11).

c) Carta a la iglesia de Pérgamo (2:12-17).

d) Carta a la iglesia de Tiatira (2:18-29).

e) Carta a la iglesia de Sardes (3:1-6).

f) Carta a la iglesia de Filadelfia (3:7-13).

g) Carta a la iglesia de Laodicea (3:14-22).

III. segunda parte: Las visiones proféticas sobre el futuro (4:1-22:5):

1. Visiones introductorias a la parte profética (c.4-5):

a) El Dios omnipotente y su corte (4:1-11).

b) El Cordero redentor recibe el libro de los siete sellos (5:1-14).

2. Ejecución de los decretos del libro de los siete sellos (6:1-11:19):

a) La apertura de los siete sellos manifiesta los símbolos de la justicia divina (6:1-8:1):

b) Con la apertura de los cuatro primeros sellos aparecen cuatro jinetes, que simbolizan el dominio extranjero, la guerra, el hambre y la peste (6:1-8).

2) Apertura del quinto sello. Los mártires en sus oraciones piden justicia (6:9-11).

3) Al abrir el sexto sello grandes cataclismos presagian la ira del Cordero (6:12-17).

4) Preservación de los justos en medio de los azotes (7:1-8).

5) Triunfo de los elegidos en el cielo (7:9-17).

6) Apertura del séptimo sello: silencio de media hora (8:1).

7) Visión de las siete trompetas (8:2-11:19).

1) Las oraciones de los santos aceleran la llegada del gran día (8:2-6).

2) Suenan las cuatro primeras trompetas produciendo diversas calamidades (8:7-12).

3) Un águila anuncia tres calamidades que se abatirán sobre la humanidad (8:13).

4) Quinta trompeta: Primera calamidad = Invasión de insectos infernales que atormentan a los hombres (9:1-12).

5) Sexta trompeta: Segunda calamidad = Ejército diabólico que extermina a la tercera parte de los hombres (9:13-21).

6) Inminencia del castigo: Un ángel anuncia la llegada del reino de Dios (10:1-7).

7) Juan come un librito para profetizar de nuevo (10:8-11).

8) Misión de los dos testigos y victoria de la Iglesia (11:1-13).

9) La séptima trompeta aporta el establecimiento completo del reino de Dios (11:14-19).

8. Ejecución de los decretos del librito abierto, que Juan recibió del ángel (12:1-22:5):

a) Visión de la Mujer y del Dragón (12:1-18):

1) La mujer da a luz un Niño (12,i-6).

2) Miguel lucha contra el Dragón y lo arroja del cielo (12, 7-12).

3) La Mujer huye al desierto (12:13-18).

b) Tercera calamidad: El Dragón transmite su poder a la Bestia (0.13):

1) La Bestia del Occidente: el Imperio romano (13:1-10).

2) La Bestia del Oriente: el sacerdocio pagano, que se esfuerza por embaucar a los hombres (13:11-18).

c) El Cordero y sus fieles servidores (14:1-5).

d) Tres ángeles anuncian la hora del juicio (14:6-13).

e) Siega y vendimia simbólicas de los gentiles (14:14-20).

f) Visión de las siete copas derramadas (c. 15-16):

1) Los vencedores de la Bestia entonan el cántico de Moisés y del Cordero (15:1-4).

2) Los siete azotes de las siete cpoas (15:5-16:21).

g) El castigo de Babilonia-Roma (17:1-19:10):

1) La gran Ramera (17:1-7).

2) Simbolismo de la Bestia y de la Ramera (17:8-18).

3) Un ángel anuncia solemnemente la caída de Babilonia (18:1-3),

4) El pueblo de Dios ha de huir de Babilonia (18:4-8).

5) Descripción de la ruina de Babilonia mediante los lamentos de los que vivían de ella (18:9-19).

6) Regocijo de los santos (18:20-24).

7) Cántico triunfal en el cielo (19:1-10).

h) Exterminio de las Bestias (= las naciones paganas) (19:11-20:15):

1) El Rey de reyes aparece con su ejército (19:11-16).

2) Un ángel proclama el exterminio de los enemigos de Cristo (19:17-18).

3) La Bestia y sus partidarios son vencidos y arrojados al estanque de fuego (19:19-21).

4) El Milenio, o sea el reino de mil años (20:1-6).

5) Ultima batalla escatológica de Satán contra la Iglesia (20:7-10).

6) Juicio final delante del trono de Dios (20:11-15).

i) La nueva Jerusalén (21:1-22:5):

1) La Jerusalén celestial (21:1-8).

2) Descripción de la Jerusalén futura, Esposa del Cordero (21:9-23)·

3) En ella todos encontrarán abundantes bendiciones y la bienaventuranza eterna (21:24-22:5).

IV. epílogo (22:6-21):

1. Las palabras de esta profecía son confirmadas por el ángel, por Cristo y por Juan (22:6-9).

2. Palabras de Cristo, a la Iglesia y a toda la humanidad (22:10-16).

3. El Espíritu y la Iglesia terrestre le responden con un llamamiento amoroso e insistente (22:17).

4. Juan prohibe alterar su libro (22:18-19).

5. Jesús promete su próxima venida, la cual implora el profeta (22:20).

6. Conclusión epistolar en forma de bendición (22:21).

 

Diversas Interpretaciones del Apocalipsis.

El carácter misterioso del Apocalipsis ha dado lugar a interpretaciones casi innumerables 173. Pero todas ellas se pueden reducir a cuatro sistemas principales.

1) Muchos autores, principalmente acatólicos 174, afirman que el Apocalipsis alude a los sucesos políticos contemporáneos del autor. Describiría la historia de aquel tiempo, es decir, la del período que corre entre la persecución de Nerón y la destrucción de Jerusalén (a.66-70). De esto se seguiría que el Apocalipsis no contiene vaticinios propiamente dichos, sino meras conjeturas acerca del futuro. Todo lo explican apoyándose en la historia contemporánea del Apocalipsis: los cinco reyes, que ya cayeron 175, serían Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón; el sexto sería Vespasiano, y el séptimo, que todavía no vino y permanecerá poco tiempo, lo identifican con Tito; el octavo, que era y ahora ya no es 176, lo entienden de Nerón redivivo.

2) Para otros muchos autores, sobre todo católicos, el Apocalipsis predeciría de una manera profética toda la historia de la Iglesia desde los orígenes hasta el fin del mundo. Y esto lo haría siguiendo las diversas épocas de la Iglesia, designadas por los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas, etc. Así lo han creído muchos autores de la Edad Media, como Joaquín de Fiore (f 1201) 177, Nicolás de Lira (f 1340) 178, etc. Entre los escritores más recientes sostienen esta interpretación P. Drach, F. Kaulen, J. Belser, F. Gutjahr, L. Poirier. Otros autores, como A. Salmerón, L. de Alcázar 179, J. B. Bossuet, A. Calmet, F. Allioli, L. Billot, creen que las imágenes apocalípticas empleadas en el Apocalipsis se refieren tan sólo a la primera edad de la Iglesia, es decir, hasta el siglo iv ó v. Según éstos, el Apocalipsis describiría las luchas de la Iglesia con el Imperio romano y con las herejías de los primeros siglos del cristianismo 180.

3) Muchos otros escritores antiguos 181, seguidos por bastantes autores posteriores 182, interpretan el Apocalipsis en sentido escatológico. Para éstos, nuestro libro narraría los últimos hechos de la Iglesia anteriores al juicio universal y a la consumación final. Las calamidades que describe serían las señales precursoras del fin del mundo. F. Ribera, por ejemplo, nos dice 183 que los once primeros capítulos del Apocalipsis narran las calamidades anteriores al anticristo. Y los restantes capítulos describirían el reino del anticristo y las persecuciones desencadenadas por él contra la Iglesia. En general, los defensores de la tesis escatológica suelen coincidir en no restringir demasiado el tiempo escatológico, pues éste empezaría propiamente con la encarnación de Cristo. En cuyo caso vendría como a abarcar toda la historia de la Iglesia 184.

4) La exégesis científica contemporánea relaciona más estrechamente el Apocalipsis con la historia del siglo I. Sin embargo, tanto H. B. Swete 185 como E. B. Alio 186, J. Bonsirven, etc., estiman que del Apocalipsis hay que retener, sobre todo, su espíritu y un cierto número de datos que se repiten y se completan, valederos para todos los tiempos, porque expresan el drama, que durará tanto como el mundo, de la lucha de Satanás contra Dios y contra la Iglesia 187. "Es, ante todo — como dice el P. Alio —, una filosofía de la historia religiosa (valedera) para todos los tiempos."188

La segunda parte del Apocalipsis (c.4-22) no trata propiamente de exhortaciones, con el fin de despertar el fervor religioso de los cristianos, recordándoles las recompensas y castigos divinos, como sucede en la primera parte (c.1-3). En la segunda parte encontrada en nueve períodos: 1) Los siete sellos. Abarcan desde Cristo hasta Juliano el Apóstata 2) Las siete trompetas. Desde Juliano hasta Gosroes y Mahoma. 3) Las siete copas. Desde Garlomagno hasta Enrique IV de Alemania. 4) Medición del templo (Ap 11:1), simboliza el papa Félix, que instituye la fiesta de la Dedicación de las iglesias. 5) Apertura del templo celeste (Ap 11:19), se refiere a la institución de la fiesta de la Purificación. 6) Los dos testigos: el patriarca de Constantinopla, Menas, y el papa Silverio. 7) La Mujer (Ap 12): Jerusalén destruida por Gosroes (605). 8) El Hijo varón: el emperador Heraclio. 9) Satanás encerrado: fundación de la Orden de Predicadores. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento III (BAC, Madrid 1962) p.580.

Digamos más bien una serie de visiones de tipo apocalíptico. Ahora bien, los escritos apocalípticos son propios de un período de grave crisis o de persecución religiosa. El Apocalipsis de San Juan parece suponer esta grave situación religiosa, pues en Ap 6:9-11 se habla de mártires degollados por la palabra de Dios. En Ap 7:14 se alude a una gran muchedumbre con palmas en la mano que acaba de triunfar de la gran tribulación, es decir, de una persecución sangrienta. En el capítulo 13 nos son presentadas dos Bestias, que se sirven de todos los medios para imponer a los cristianos un culto idolátrico. Los que se resisten serán exterminados 189.

Ahora bien, esa persecución sangrienta, a la que alude el Apocalipsis, es — en opinión de la mayoría de los autores modernos — la persecución desencadenada por Roma contra los primeros cristianos. Es Roma la que se esconde bajo el nombre de Babilonia 190, la ciudad de las siete colinas 191, que ha derramado la sangre de muchos mártires y ha querido imponer al mundo el culto de sus emperadores divinizados. Por cuya razón hay que considerar como cierto que el Apocalipsis, lo mismo que la casi totalidad de los escritos apocalípticos, fue escrito ante todo haciendo referencia a una situación histórica bien precisa. Se propone levantar el ánimo de los cristianos del siglo i, cuando Roma desencadenó las primeras persecuciones contra la Iglesia.

Los fieles se preguntaban por qué Dios permitía tales violencias contra los cristianos. Cristo, al resucitar, ¿no había triunfado de la muerte, del demonio, del mundo y de todos los poderes malignos? 192 San Juan compuso el Apocalipsis para responder a esta coyuntura histórica y a esta crisis de conciencia bien determinada. Por eso, toda interpretación del Apocalipsis ha de partir de este hecho.

El autor sagrado responde al interrogante de los fieles siguiendo los principios de la tradición apocalíptica. Los fieles han de tener confianza, porque la persecución durará sólo algún tiempo. Cristo vendrá pronto 193 y exterminará a las Bestias y a los perseguidores de su Iglesia. San Juan es encargado de anunciar, ante todo, este misterio. Babilonia-Roma será destruida 194, Satanás y sus ejércitos serán arrojados al estanque de fuego 195. Y entonces el reino de Dios será definitivamente instaurado, bajo la autoridad del Cordero 196. El mensaje apocalíptico de Juan es, pues, un mensaje de esperanza en el poder de Dios, en medio de las mayores pruebas 197.

 

1 Αρ 1:1. — 2 Cf. Mt 11:25.27; 16:17; Rom 1:17; 1 Cor 2:10. Además, apocalipsis en el Ν. Τ. puede designar bien la manifestación de verdades sobrenaturales (Le 2:32; Rom 16:25; Ef 1:17), bien una revelación particular hecha por Dios o por Jesucristo (Gal 1:12; 2 Cor 12:1; Ef 3:3; Ap 1:1), bien la aparición de Cristo al fin de los tiempos (2 Tes 1:7; 1 Cor 1:7; Rom 2:5; 1 Pe f"7)· o bien la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Rom 8:19). Cf. J. B. Frey, Apoca-lyptique: DBS I 327. — 3 J. B. Frey, ibid., 328. — 4 M. García Cordero, Eí libro de los siete sellos: Colección Agnus (Salamanca 1962) p.22s; . Rigaux, Género literario apocalíptico: EstBib 13 (1954) 225-227; J. B. frey, Apocalyptique: BS I 326-354; J. bloch, On the Apocalyptic injudaism (Fiiadelfia 1953) p.154l G. E. Ladd, The Revelation andjewish Apocalyptique: Évangelische Quartalschrift 29 (1957) 94-100. — 5 J. B. frey, a.c.: DBS I 327. — 6 El libro de Daniel podemos considerarlo, según el P. Lagrange, como "el primero y más Perfecto de los apocalípticos" (Les prophéties messianiques de Daniel: RB 13 [1904] 494ss). Gf. M. García Cordero, Biblia comentada: III. Libros proféticos (BAC, Madrid 1961) p.986-988. — 7 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem (París 1950) p.7. — 8 Cf. 1 Sam 10:155; Is 7:14; Jer 28:1555; 44:29-30. — 9 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introduction a la Bible de A. Robert-A. feuillet II (Desclée, Tournai 1959) p.712s. — 10 Ap 1:11. — 11 M. J. Lagrange, Le Messianisme chez lesjuifs (París 1909) p.41. — 12 Ap 1:20. — 13 Ap 17:9-10. — 14 Ap 19:8. — 15 Ap 6:1-8. — 16 Ap 17:4. Sobre el simbolismo del Apocalipsis véanse G. B. Escande, L'Apocalypse, document de la Rédemption. Essai sur la langue symbolique (Ginebra 1926); C. Glemen, Visionen und Bilder in der Offenbarungjohannis: ThStKr 107 (1936) 236-265; K. L. Schmidt, Die Bilder-sprache in der Johannes-Apocalypse: ThZ 3 (1947) 161-177; H. Langenberg, Dieprophetische Bildsprache der Apocalypse (Metzingen 1952) p.31i. — 17 Ap 13:1. — 18 M. E. Boismard, L' Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.8s. — 19 Cf. J. Bover-f. cantera, Sagrada Biblia 4.a ed. (BAC, Madrid 1957) ρ.ι624· — 20 E. B. Allo, L'Apocalypse: Études Bibliques 3.a ed. (París 1933) p.XXXIs. — 21 Así sucede en el Henoc etiópico, en el Apocalipsis de Baruc y en el 4 Esdras. — 22 Ap 1:1.4.9. — 23 E. B. Allo, o.c. p.LXIV. — 24 Ez 3:1-2. — 25 Ez 38. — 26 Ap 4. — 27 Ez 1; 9-10. — 28 Ez 40 y capítulos siguientes. — 29 Ap 21-22. — 30 Ap 18. — 31 EZ27. — 32 Ap 11. — 33 AP21. — 34 Zac 2:1ss. — 35 Ez 40:3. — 36 Zac 3. — 37 Ap 6. — 38 Zac 6. — 39 Ap 1:75.13-20. — 40 Zac3:4; Dan7:8ss; 10,5ss; cf. Is 11:4149:2, etc. — 41 Dan 7:1-8.23-27. — 42 Ap 12:1-17. — 43 Ap 1:10. — 44 Ap 15:8. — 45 Comparar Dan 7 con Ap 13:1-8; 12:14; 17:12; 20:4; Dan3:5ss.15 con Ap 13:15; Dan 8:10 con Ap 12:4. — 46 Ap 15:2-3. — 47 Compara Ex 3:14 con Ap 1:4.8; 4:8; 11:17; 16:5; Ex 7-10 con Ap 9 y 16; Ex 25 con Ap 11:19. Cf. E. B. Allo, o.c. p.LXV; M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. alaBible de A. Robert-A. Feuillet, II p.717s; L. De Alcázar, In eas Veteris Testamentipartesquas respexit Apocalypsis libri quinqué (Lyon 1631) p.312; J. Cambier, Les images de l'Ancien Testa-ment dans l'Apocalypse de S. Jean: NRTh 77 (1955) 113-122; V. Soria, Apocalypsis y Génesis: CultBib 12 (1955) 364-369. El P. D. Dubarle cree que la imagen de la Mujer coronada de estrellas (Ap 12) depende del Cant (cf. La Femme couronné d'étoiles (Ap 12): Mélanges Bibli-ques rédigés en l'honneur de A. Robert [París 1957] P· 512-518). — 48 The Apocalypse of St. John (Londres 1947)· — 49 L'Apocalypse de Saint Jean devant la critique moderne: NRTh (1924) 513-525·596-6ι8. — 50 O.c. p.LXXXVs. — 51 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVI. — 52 J. M. Bover-F. Cantera, Sagrada Biblia (BAC, Madrid 1957) p.162s. — 53 Cf. Ap 9:13-21 y 11:1-13; 14:14-20 y 15:2-3; 16:14 Y 16:15. — 54 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVII. — 55 Cf. Dom Gurú M. camps, Apocalipsi, en La Biblia de Montserrat XXII (1958) p.228s. — 56 Ap 1:1.4.9; 22:8. — 57 San Justino M., Diálogo con Trifón 81:4: PG 6:669. — 58 San Policarpo, Ad Phü. 6:8: PG 5:1005-1016. — 59 Andrés De Cesárea, Comm. in Apocalypsin pról.: PG 106.220. — 60 San Ireneo, Adv. haer. 4:20:11; 5:26:1; 5:30:3: PG 7:1040.1192.1207. — 61 EB.6: Fragmentum Muratorianum lín.7i. — 62 Strom. 4:25:157; 5:6:35: PG 8:1365; 9:61. — 63 In loannem, 1:14: PG 14:48.61; In Matth. 16:6: PG 13:1385. — 64 Adv. Marcionem 3:14:24: PL 2:46.340.368; De resurrectione carnis 25: PL 2:877. — 65 Eusebio (Hist. Eccl 4:26: PG 20:392) nos dice que Melitón compuso unos tratados que tenían por título: "Acerca del diablo y del Apocalipsis de Juan." — 66 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 3:28:2. — 67 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 7:25:1-27: PG 20:69788. Los milenaristas se apoyaban en Ap 20:4-7 para admitir un reino terreno y carnal de mil años. Los cristianos muertos resucitarían para reinar con Cristo sobre la tierra. — 68 Eusebio, Hist. Eccl. 3:25:2: PG 20:268. — 69 San Basilio, Contr. Eunomium 2:14: PG 29:600; San Atanasio, Epist. fest. 39: PG 26:1437; Contr. Árlanos or. 2:23.45: PG 26:196.244; San Gregorio Niseno, Contr. Apollina-rem 37: PG 45:1208; San Cirilo De Alejandría, De adoratione in spiritu et veritate 6: PG 68, 433; San Epifanio, Haer. 51:3: PG 41:892. — 70 EB 17. Cf. Mansi, 3:924; San Agustín, Retractationes I 16: PL 32:612. — 71 EB 19. Gf. Mansi, 3:891. — 72 EB 21. Cf. PL 20:501. Se puede ver la edición crítica de esta carta hecha por H. Wurm en Apollinaris 12 (1939) 74-78. — 73 EB 27. Gf. PL 19:79:80s; Mansi, 8:145ss. — 74 EB 34 Cf. Mansi, 10:624. — 75 EB 47. Cf. Mansi, 3161736.1738. — 76 EB 59-60. Cf. Mansi, 33:22. — 77 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Jérusalem (París 1950) p.17s. — 78 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible, de A. Robert-A. Feuillet II p. 740-741. — 79 Cf. 1 Cor 12:285; Ef 4:11. — 80 Eusebio, Hist. Eccl 3:39:7; Constitutiones apostolicae 7:46:7. — 81 Cf. Responsum XIII Pont. Commissionis Biblicae (24 junio 1914) acerca del autor y del modo de composición de la epíst. a los Hebreos: EB 417. — 82 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20. — 83 Ap 21:6; 22:17; cf. Jn 4:10.1353; 7:38. — 84 Ap3,14; 6:10; 16:7; 19:2.9.11; 21,5s; cf. Jn 1:9-4:23; 7:28; 15:1; 17:3; 6:32; 1 Jn 2:8. — 85 Cf. A. schlater, Das A. T. ¿n der johanneischen Apocalypse: Beitrage zur Fórderung christlicher Theologie 16:6 (1912); K. L. Schmidt, Die Bildersprache in der Αρ.: ThZ 3 (1947) 161-177. — 86 Gf. E. B. Allo, o.c. p.CCXXIX-CCXXXI; M. García Cordero, o.c. p.ió. — 87 Ap 1:9. — 88 Adv. haer. 5:30:3: PG 7:1207. — 89 In Apocalypsim ιο,ιι; 17:10: PL 5:333.338. — 90 Hist. Eccl. 3:18:4: PG 20:252. — 91 De viris illustribus 9: PL 23:625. — 92 San Epifanio, Haer. 51:12.33: PG 41:909.949- — 93 Plinio el Joven le llama "Immanissima bellua" (Panegyr. Traiani 48). — 94 Cf. Suetonio, Domitíanus 13. — 95 Cf. Plinio, Hi'sí. Nat. 4:12.23. — 96 Ap 2:4.14.2055; 3:2ss.16ss. — 97 Ap 2:6.15.2053. — 98 Ap 2:10.13. — 99 L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20-22. — 100 Ap 17:10. — 101 Ap 13:3-4 — 102 A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1951) P-586. — 103 A. Feuillet, Essai d'interpretaron du ch.n de l'Apocalypse: NTSt 4 (1957s) 183-200. — 104 Ap 1:1-11. — 105 Suetonio, Domitianus 13. Cf. A. J. Festugiére Et Fabre, Le monde gréco-romain au temps de N.-S. II 7-34. — 106 Cf. P. Touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cybéle (París 1935) p,805s; M. García Cordero, o.c. p.igs. — 107 cf. Ap 1:3; 3:11; 11:14; 22:7.12.20. ios Cf. Ap 13:16. — 109 Cf. Ap 1:3.19, etc. — 110 M. García Cordero, o.c. p.20. — 111 Cf. Ap 1:12-16; 4-5; 8:3-5; n,19; 14:1-5; 15:2-4; 19:11-16. Véanse J. Peschek, Ge-heime Offenbarung und Tempeldienst (Paderborn 1929); A. cabaniss, Λ Note on the Liturgy of Apocalypse: Interpretaron 7 (1952) 78-86; J. comblin, La Liturgie de la Nouvelle Jérusalem (Ap 21:1-22:5): EThl 29 (1953) 5-40; T. F. Torrance, Liturgie et Apocalypse: Verbum Caro 11 (1957) 28-40; G. Delling, Zum gottesdienstlichen Stil der Johannesapokalypse: NT 3 (1959) 107-137; M. H. Shepherd, Jr.,The Pashcal Liturgy and the Apocarse (Richmond 1960) P-99; B. brinkmann, De visione litúrgica in Apocalypsi S. loannis: VD n (1931) 335-342. — 112 Ap 4:2; 6:10; 11:4.15; 15:3. — 113 Ap 4:8; cf. Ex 3:14. — 114 Ap 4:8.11. — 115 Ap 1:8; 21:6. — 116 Ap 1:7.13; 19:1ss. — 117 Dan 7:13; Ap 1:7.13; 14:1 — 118 Ap 12:5; 19:15. — 119 Ap 2:28; 22:16. — 120 AP 2:1; 3:20. — 121 AΡ1-5· — 122 Ap 5:12-14. — 123 Ap 5:6. — 124 Ap 5:5. — 125 AP 5:9s. — 126 Ap 1:5 — 127 Ap 5:5; 6:1ss. Cf. D. M. Beck, The Christology ofthe Apocalypse (Nueva York 1942); E. Schmitt, Die christologische Interpretation ais das Grundlegende der Apokalypse: Theologi-sche Quartalschrift 140 (1960) 257-290. — 128 Ap 1:4. — 129 Ap 1:4; 3:1; 4:5. — 130 AP 2-3. — 131 Ap 22:17. — 132 Ap 2:7 y passim. — 133 Ap 7:10; 12:10; 19:1. — 134 Ap 1:5; 5:9; 7:14; 12:11. — 135 Ap 7:14; 12:11; 20, 12; 14:13. Cf. H. Crouzel, LedogmedelaRédemptiondansl'Ap.: BullLE 58 (1957) 6Sss. — 136 Ap 4:2-8; 5:115; 7:1; 8:7-10:11. — 137 Ap 4-5. Cf. J. Michl, Die Engelvorstellungen in der Apokalypse des hl Johannes: I Die Engel und Gott (Munich 1937). — 138 Ap 7,iss; 8:2ss; 14:16; 16:5. 141 Ap 13. — 139 Ap 12:7-9- 142 Ap 20:1-2. — 140 Ap 12:12.17- 143 Ap 12. — 144 Ap 1:6; 5:10; 11:18; 19:6; 20:6. — 145 Ap 5:10; 20:6. — 146 Ap 5:9-10; cf. Ex 19:6. Véase A. Skrinjar, Dignitates et officia Ecclesiae Apocalypti-cae: VD 23 (1943) 22-29.47-54-77-88. — 147 Ap 21:2.10; 19:7. — 148 Ap 3:20; 14:4-5; cf. Jer 2:2-3; 19:9; 21.2:9. — 149 Ap 14:1-3; 22:3-4; cf. 7.12. — 150 Ap 6:9; 7:1-17; 8:2; 14:1-5; 15:2-4. — 151 Ap 19:21; 20:10. — 152 Ap 20:11; 21,iss. — 153 Ap 19:19; 20:8-9. — 154 Ap 19:11-21; 20:9ss. — 155 Ap 20:11. — 156 M. E. boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Jérusalem p.22-26. — 157 Cf. Ap 6:12-17. — 158 Ap 20:1-6. — 159 AP20:4. — 160 Ap 20:753. — 161 Ap 20:11-15. — 162 Entre esos Padres se cuentan Papías (cf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:39: PG 20:374), San Justino (cf. Dial, con Trifón 81:4: PG 6:668s), San Ireneo (Adv. haer. 5:30:4; 5:36:3: PG 7" 1207-1224), San Hipólito (cf. San Jerónimo, De viris ill 61: PL 23:671-674), Tertuliano (Adv. Marcionem 3:24: PL 2:384-386), la Epíst. de Bernabé (15:4-9) y otros. — 163 Gf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:28: PG 20:2743; Orígenes, De principiis 2:11: PG 11:241· — 164 El tenor del decreto es como sigue: "Postremis hisce temporibus non semel ab hac Suprema S. Congregatione S. Officii quaesitum est, quid sentiendum de systemate millenarismi mitigati, docentis scilicet Ghristum Dominum ante finalem iudicium, sive praevia sive non praevia plurium iustorum resurrectione, visibiliter in hanc terram regnandi causa esse ven-turum. Re igitur examini subiecta in conventu plenario feriae IV, diei 19 iulii 1944, Emi. ac Revmi. Domini Cardinales, rebus fidei et morum tutandis praepositi, praehabito RR. Consultorum voto respondendum decreverunt, sistema millenarismi tuto doceri non posse." Cf. AAS 36 (1944) 212; G. Gilleman, Condamwtion du millénarisme mitigé: NRTh 67 (1945) 239-241; I. F. sa-güés, Millenarismus omnis reiciendus est, en Sacrae Theologiae Summa IV (BAC, Madrid 1962) p.1022-1207. — 165 Tomás, 4 Sent. dist.43 q.i a.3. — 166 Cf. D 423. — 167 Ez 38-39. — 168 Ap 20:7-10. — 169 De civitate Dei 20:7:1-2: PL 41:666-668. — 170 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Jntrod. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-731-733; L. gry, Le millénarisme dans ses origines et son developpement (París 1904); C, Mo-Rrondo, Estudios milenarios (Jaén 1922); G. bardy, Millénarisme: DTC X 1760-1763; J. M. bover, El miíenarismo.yeZ magisterio eclesiástico: EstBib 2 (1951) 3-22; A. Wikenhauser, Das Problem des tausendj ahrigen Reiches in der Johannes-Apokalypse: Rómische Quartalschrift 40 (1932) 13-25; F. AlcAÑiz, Ecclesia patrística et millenarismus (Granada 1933); A. skrinjar, Apokalipsis. De regno Christi: VD 14 (1934) 289-295; H. Bietenhard, Das tausendjahrige Reich. Eme biblischtheologische Studie2 (Zürich 1955) 174ss; A. Colunga, El milenio: Sal 3 (1956) 220-227; J. F. walvoord, The Prophetic Contex ofthe Millenium: Bibliotheca Sacra ϊ 14 ά957) i-9:97-10iss; A. gelin, Millénarisme: DBS V 1289-1294; G. E. Ladd, Revelation 20 and the Millenium: Review and Expositor 57 (1960) 167-175. — 171 o.c. p.XCVII-CXI. — 172 Ap 1:19. — 173 Cf. E. B. allo, L'Apocalypse p.CCXXXV-GGLXXIV; E. lohmeyer, Die Offenbar-ung des Johannes: Theologische Rundschau N. F. 6 (1934) 264-314; A. Vitti, Ultimi studi sull'Apocalisse: Bi 21 (1940) 64-78; A. Feuillet, Les diverses méthodes d'interprétation de l'Apocalypse et les commentaires receñís: AmiCler 71 (1961) 257-70. — 174 Son éstos: E. Renán, D. Vólter, O. Pfleiderer, E. Vischer, F. Spitta, H. J. Holtzmann, Bousset, Swete, Charles, A. Loisy, etc. — 175 Ap 17:10. — 176 Ap 17:11. — 177 Para Joaquín de Fiore, el Apocalipsis describe siete períodos sucesivos de la Iglesia: i) lucha de los apóstoles contra los judíos (Ap 2-3); 2) lucha de los mártires contra los romanos (Ap 4-7); 3) lucha de los doctores contra los arríanos (Ap 8-n); 4) lucha de los vírgenes (las Ordenes religiosas) contra musulmanes (Ap 12-14); 5) lucha de la Iglesia contra Babilonia = Sacro Imperio Romano; 6) época del anticristo; 7) milenio y consumación. — 178 Este escritor nos da una explicación del Apocalipsis estrictamente cronológica, dividi- — 179 Vestigatio arcani sensus in Apocalypsi (Amberes 1614) p.io25. — 180 Cf. H. Rongy, L'Application de l'Apocalypse a l'histoire universelle de l'Église primi-tive: RevEcclLiége 23 (1931-32) 92-96.220-24. — 181 San Ireneo, San Hipólito, San Victorino de Pettau, San Gregorio Magno, San Agustín, San Beda. — 182 F. Ribera, B, Pereyra, C. a Lapide, A. Bisping, L. C. Fillion, R. Cornely, Crampón, J· Ch. K. Hofmann. — 183 F. Ribera, In sacram beati lohannis Apost. et Ev. Apocalypsim Comm. (Salamanca Ι59θ· — 184 Cf. San Agustín, De civ. Dei 20:8:1: PL 41:670. 5 The Apocalypse of the St. John (Londres 1909). — 186 S. Jean, l'Apocalypse (París 1933). — 187 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-727. — 188 E. B. Allo, o.c. p.CCLXXIII. — 189 Gf. Ap 16:6; 17:6; 18:24; 19:2; 20:4; 21:8. iw Ap17,S. — 191 Ap 17:9. — 192 Gf. Jn 16:33. — 193 Ap 1:3-7; 22:10.12.20. — 194 Ap 14:8; 17-18. — 195 Ap 19:11-21; 20:7-10. — 196 Ap 5:10; 11:17; 19:6.16. — 197 Gf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet, II p.728s; A. Colunga, Los sentidos del Apocalipsis: CT 38 (1928) 300-331; J. M. Bover, El buen sentido en la interpretación del Apocalipsis: Razón y Fe 45 (1916) 48-54; L. Turrado, Sobre algunas cosas que llaman más la atención al leer el Apocalipsis: Gultbib 8 (1951) 180-185; J. G. Cepeda, Para entender el Apocalipsis: GultBib 12 (1955) 353-356.

 

 

Caριτulo 1.

 

Prólogo: título del libro y afirmación de su origen divino, 1:1-3.

San Juan comienza su libro por una especie de introducción, en la que nos presenta su escrito, nos habla de su contenido y de su origen divino. Y termina este pequeño prólogo con un macarismo, en el que declara bienaventurado al que escucha y pone en práctica las cosas que están escritas en dicho libro.

 

1 Apocalipsis de Jesucristo, que, para instruir a sus siervos sobre las cosas que han de suceder pronto, ha dado Dios a conocer por su ángel a su siervo Juan, 2 el cual da testimonio de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo, de todo lo que él ha visto. 3 Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía, y los que observan las cosas en ella escritas, pues el tiempo está próximo.

 

La palabra griega apocalipsis vale tanto como revelación, como manifestación de algo oculto. Y puede referirse a la manifestación de secretos de orden natural o sobrenatural. En el Nuevo Testamento, sin embargo, designa la manifestación de verdades sobrenaturales! San Pablo es el que más emplea el término apocalipsis 2; algunas veces utiliza dicha expresión para significar la manifestación gloriosa de Cristo y de los fieles 3, pero el sentido más frecuente en San Pablo es el de revelación de los secretos divinos4. Más tarde se aplicará dicha palabra para designar el libro en que está contenida la revelación de las cosas ocultas, de los secretos divinos, comunicados a los hombres por Dios. Unas veces esas revelaciones serán puras invenciones, y entonces tendremos los apocalipsis apócrifos; otras veces las revelaciones serán auténticas, verdaderas, y en ese caso tendremos el Apocalipsis de San Juan, o partes de otros libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Por consiguiente, el término apocalipsis es muy apropiado para designar el último libro de la Biblia, que contiene la revelación divina comunicada a su siervo Juan, por medio de un ángel, sobre las cosas que están para suceder.

Jesucristo mismo es el que comunica a Juan los secretos de esta revelación divina, como se ve por el contexto inmediato, así como por la visión de Ap 1:9 y por las cartas a las siete iglesias5, en donde el mismo Cristo en persona aparece como revelador. El ángel intermediario es solamente una exigencia del género literario apocalíptico 6.

El origen primordial de la revelación es Dios. En todo el Nuevo Testamento, Dios Padre es la fuente de cuanto existe, porque El creó el mundo y El lo conserva. El predestinó a los santos y El, llevado de su amor hacia los hombres, les da a su Unigénito. El conduce las almas a Jesús. Mientras que el Hijo tiene como misión cumplir la voluntad de su Padre y darla a conocer a los hombres. Jesucristo es, pues, el que nos descubre los misterios del Padre, los misterios de su naturaleza y de su providencia. El es el verdadero revelador de su Padre. Esta es una idea muy propia de San Juan7.

A pesar de que Apocalipsis de Jesucristo pueda tomarse en el sentido de una revelación comunicada por Cristo a San Juan, de hecho se trata de una revelación que tiene por objeto al mismo Cristo. Jesucristo es el centro de todo el Apocalipsis. Toda la revelación comunicada a Juan gira en torno a la manifestación de Cristo en la historia de la Iglesia y del mundo. Y el contenido de esta revelación es lo que ha de suceder pronto (v.1), es decir, los juicios de Dios sobre el mundo. San Juan, a imitación de los profetas del Antiguo Testamento, considera la ejecución de los juicios de Dios ya cercana. La razón de esto hemos de buscarla en la manera que tienen los profetas de contemplar el futuro mesiánico: sus visiones y profecías son cuadros sin perspectiva, en los que el futuro lejano se entremezcla con el presente, sin delimitación de planos y de épocas. Por eso, para ellos, lo lejano en el tiempo se presenta ya como en el horizonte, próximo a realizarse e íntimamente unido a los sucesos que anuncian. También la literatura apocalíptica suele insistir en que los hechos que predice sucederán pronto o inmediatamente. De donde hemos de deducir que la proximidad de ejecución de los hechos, anunciados por los escritos proféticos y apocalípticos, es relativa, y no hemos de interpretarla según nuestras maneras de pensar actuales.

La presentación sobria y sin títulos que se hace de Juan es un indicio de veracidad 8. Al final del Apocalipsis 9 será reiterada de nuevo la garantía dada a sus visiones. Esta insistencia encaja bien en el tono de la literatura joánica 10.

Los beneficiarios de la revelación recibida por Juan serán los sierros de Jesucristo, es decir, los fieles cristianos del Asia Menor, 9 Y por medio de ellos, todos los cristianos de la Iglesia universal. 10 Apocalipsis es un libro de consolación dirigido a los fieles de fines del siglo I, que se sentían desalentados y como acobardados ante la hostilidad de los poderes públicos, y decepcionados por la tardanza de la par usía del Señor. El vidente de Patmos les dice que la manifestación gloriosa de Cristo está próxima, y que mientras tanto han de mantenerse firmes en la prueba para que cuando venga Jesucristo, puedan presentarse a El purificados. Y entonces los que hayan permanecido fieles reinarán gloriosos con Cristo triunfador.

San Juan se siente después como obligado a dar testimonio y a atestiguar ante la Iglesia y ante el mundo la verdad de la palabra de Dios (v.2), es decir, todo lo que ha visto y nos irá declarando en el curso del libro. Esta palabra de Dios es, según Juan, una profecía (v.3), o sea una exhortación que consuela, instruye y estimula 11. Esta profecía despertará en los corazones cristianos la certeza de la victoria sobre las fuerzas enemigas de Dios. San Juan la coloca de golpe al mismo rango que las profecías del Antiguo Testamento, porque proclama bienaventurados a los que la lean y la escuchen con obediencia. El que cumpla el mensaje del Apocalipsis vencerá y obtendrá de Cristo una grande recompensa. En el Apocalipsis existen siete bienaventuranzas o macarismos 12. El macarismo, que se encuentra en la literatura griega y latina, es una forma literaria muy propia de la literatura bíblica, mediante la cual se proclama feliz a alguien a causa de una buena acción, de una virtud, por la cual será recompensado. El macarismo consta de cuatro elementos: a) ha de empezar con la expresión bienaventurado, que en hebreo es 'asrey, en griego μακάριος, y en latνn beatus (Vulgata); b) después viene la persona a la cual se dirige el macarismo; c) se alude a la causa que ha motivado la alabanza: una buena acción, una virtud.; d) y, finalmente, se expresa la recompensa de la buena acción, que suele ser descrita con imágenes exuberantes. Puede suceder, sin embargo, que alguno de estos cuatro elementos no esté expresado, en cuyo caso será suficiente atender al contexto para suplirlo 13.

Juan apremia a los cristianos, a los que se dirige, para que reciban el mensaje y conformen su conducta a las instrucciones morales de la profecía. Esto es tanto más necesario y útil cuanto que el tiempo esta próximo 14. En la perspectiva teológica de San Juan, los hechos se suceden con celeridad tal que el cristiano dispone de poco tiempo para prepararse a la venida gloriosa de Cristo 15.

La manifestación gloriosa de Jesucristo constituirá el tiempo de la plena salud, el tiempo en que cada uno ha de recibir su recompensa, que con tanta instancia promete Juan a los fieles, a través de todo el libro, para animarlos a la lucha.

 

 

Primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de Las Siete Iglesias de Asia, 1:4-3:22.

Después del prólogo 16, que ofrece ciertas semejanzas con el encabezamiento de los libros proféticos del Antiguo Testamento 17, San Juan comienza su libro con una fórmula epistolar. En esto tal vez trate de imitar el modo de empezar de las epístolas paulinas y de los demás apóstoles.

 

Saludo de Juan a las siete iglesias de Asia, 1:4-8.

4 Juan, a las siete Iglesias que hay en Asia: Con vosotros sean la gracia y la paz, de parte del que es, del que era y del que viene, y de los siete espíritus que están delante de su trono, 5 y de Jesucristo, el testigo veraz, el primogénito de los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre, 6 y nos ha hecho un reino y sacerdotes de Dios, su Padre, a El la gloria y el imperio por los siglos de los siglos, amén. 7 Ved que viene en las nubes del cielo, y todo ojo le verá, y cuantos le traspasaron; y se lamentarán todas las tribus de la tierra. Sí, amén. 8 Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios; el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso.

 

San Juan se dirige a las siete Iglesias de la provincia proconsular de Asia, que comprendía la parte sudoccidental de la actual Turquía, y cuya capital era Efeso. Las siete iglesias locales o distritos religiosos, a modo de diócesis, eran: Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. De cada una de ellas hablará con más detalle en Ap 2-3. W. M. Ramsay 1S ha mostrado que las iglesias son escogidas siguiendo una vía imperial circular, al oeste de la provincia proconsular. Sin duda que en Asia Menor había más de siete iglesias; sin embargo, el número siete, número simbólico que indicaba plenitud, totalidad, es evidentemente elegido para simbolizar el conjunto de las cristiandades de la provincia proconsular de Asia. La tradición nos dice que San Juan residió la última época de su vida en Efeso. Y en dicha ciudad y en las regiones circunvecinas, donde estaban situadas las siete iglesias, ejerció su apostolado. Las cartas dirigidas a estas iglesias pueden ser consideradas como dirigidas de un modo mediato a todas las iglesias cristianas. Según esto, dice muy bien el Fragmento de Muratori: "lohannes enim in Apocalypsi, licet septem ecclesiis scribat, tamen ómnibus dicit."19

A esas iglesias San Juan desea la gracia y la paz (v.4), comenzando con esta expresión el saludo epistolar. A semejanza de San "ablo, el autor del Apocalipsis junta el saludo griego gracia, Χάρις, con el saludo hebreo paz, salom, para significar todo el conjunto de bendiciones que deseaba a los fieles a quienes escribía. El término Χάριβ, gracia, sólo aparece aquí y en la fórmula final del Apocalipsis 20. También es digno de tenerse en cuenta que en el cuarto evangelio se lee Χάρις sσlo tres veces en el prólogo, y, en las epístolas joánicas, una sola vez en el saludo de la 2 Jn. Este fenómeno se explica si tenemos presente que San Juan suele expresar la idea de gracia con otras expresiones, como la luz, la vida, el amor. Junto con la gracia, que es la benevolencia divina 21, les desea la paz, aquella paz que Jesucristo dejó a los discípulos al despedirse de ellos, y "que el mundo no puede dar" 22. Esta gracia y esta paz proceden de Dios Padre, al cual designa con la extraña expresión de el que es, el que era y el que viene. Parece ser que esta frase es una explicación targúmica del nombre de Yahvé, para significar la eternidad de Dios, que domina todos los tiempos. El Targum de Jonatán (s.III-IV d.C.) sobre Dt 32:39 tiene: "Yo soy aquel que es, y que fue y que será." De igual modo, los escritores paganos atribuyen a Júpiter esta misma expresión: "Júpiter es, fue y será." El futuro sera, que emplea el Targum de Jonatán y Pausanias, parece más apropiado para abarcar toda la duración de los tiempos. Sin embargo, nuestro profeta sustituyó el que sera por el que viene, que concuerda mejor con el tema del libro, que es el de la venida de Dios a juzgar al mundo. Ερχόμενος implica una intervenciσn de Dios en la historia humana para llevar a cabo su plan salvífico. Después de mencionar al Padre Eterno como el que es, el que era y el que viene, el autor sagrado pasa a hablarnos de los siete espíritus que están delante de su trono. A propósito de esta expresión son posibles dos interpretaciones. La primera es la que cree que aquí San Juan se refiere a los siete ángeles de la tradición judía, que sirven ante el trono de Yahvé 23. Y el hecho de que se hable de ellos antes de Jesucristo sería únicamente para indicar su posición junto al trono de Dios, sin que se quiera expresar jerarquía 24. La segunda interpretación, que nos parece la más probable, es la que ve en esta frase una alusión al Espíritu Santo septiforme 25. Esta manera de ver está avalada por varias razones: en la fórmula trinitaria inicial, los siete espíritus son mencionados antes de Jesucristo, y están colocados en el mismo rango que el Padre y el Hijo. Además, la gracia y la paz que Juan desea a sus lectores, son un don divino, que, en el Nuevo Testamento, es concedido por Dios y nunca por los ángeles. De ahí que la tradición latina admita unánimemente que este pasaje se refiere al Espíritu Santo. En cambio, la tradición griega está dividida: unos admiten la referencia al Espíritu Santo y otros a los siete ángeles 26. Por consiguiente, creemos que la fórmula de Ap 1:4-5 es trinitaria y que supone la igualdad de las personas divinas, fuente indivisible de vida y de felicidad27. El hecho de que San Juan ernplee la imagen de los siete espíritus para designar al Espíritu Santo, tal vez haya sido motivada por el simbolismo del número siete, que tanta importancia tiene en el Apocalipsis. Por otra parte, también el texto de Isaías de los siete dones del Mesías 28, y el de Zacarías sobre los siete ojos divinos 29, pudieron sugerir la imagen al vidente de Patmos. Del mismo modo que los siete cuernos y los siete ojos del Cordero simbolizan el poder absoluto y el conocimiento perfecto de Jesucristo, así también los siete espíritus simbolizan la plenitud de los dones divinos del Espíritu Santo, con los cuales consolará y fortificará a los fieles en la lucha que tienen entablada con las Bestias.

A Jesucristo se le designa, en nuestro pasaje (v.5), con varios apelativos, muy propios del Apocalipsis. Se le llama primeramente testigo veraz, como en Ap 3:14. Designación muy propia de San Juan, pues él mismo nos dice en el cuarto evangelio que Cristo vino al mundo a "dar testimonio de la verdad." 30 El segundo título de Jesucristo es el ser primogénito de los muertos. Esto significa que El es el primero que resucitó a una vida gloriosa e inmortal, y que, por lo tanto, es el fundamento y el garante de nuestra propia resurrección, como afirma también San Pablo 31. La expresión "primogénito de los muertos" supone una concepción curiosa del Seol-Hades: el Seol, o región de los difuntos, es concebido como una mujer encinta que retiene en su seno a los muertos, y la resurrección, como un nacimiento 32. El tercer apelativo dado a Cristo es el de príncipe de los reyes de la tierra, pues le ha sido dado todo poder en la tierra y en el cielo 33. γ San Pablo enseña que, por las humillaciones de su pasión, Jesucristo recibió del Padre el título de Señor, con pleno poder en el cielo, en la tierra y hasta en los infiernos 34. El título de Cristo-Rey es como el tema principal del Apocalipsis, e insinúa una oposición a los emperadores romanos 35. San Juan desea destacar la soberanía de Jesucristo sobre todos los poderes, principalmente sobre el poder imperial que se oponía violentamente a la difusión de la Iglesia en la tierra. Esto era necesario para consolar e infundir nuevo valor a los cristianos, mostrándoles la superioridad de Cristo sobre todos los poderes terrenos.

Jesucristo, además de ser Rey y Señor de toda la creación, es también el Redentor, que nos ama, y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre (ν.5) 36. Jesucristo nos amó y nos dio la mayor prueba posible de su amor muriendo por nosotros 37 y librándonos de los pecados en virtud de su sangre derramada. San Pablo dice lo mismo en su epístola a los Efesios: "Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios" 38 El rescate por la sangre es una doctrina común del cristianismo primitivo 39. Cristo es el Pontífice de la nueva alianza, que, en virtud de su sangre, se ha convertido en Mediador supremo entre Dios y nosotros y nos ha hecho participantes de su soberanía real y sacerdotal.

Jesucristo, después de absolvernos de nuestros pecados, nos ha constituido reyes-sacerdotes de Dios Padre (v.6). Formamos, pues, ahora un reino sacerdotal, una clase sacerdotal especial, como la que formaban los levitas en el Antiguo Testamento. Juan se refiere en este pasaje al Ex 19:5-6, en donde se dice que Yahvé eligió a Israel e hizo de él "un reino sacerdotal, una nación santa." Para los antiguos, el rey era el sumo sacerdote del dios nacional, lo mismo que el jefe de familia era el sacerdote familiar. Israel, la nación santa, la más próxima a Dios, estaba consagrada de un modo especial al culto de Yahvé, y en cuanto tal había de ejercer el sacerdocio en nombre de todos los pueblos de la tierra. San Pedro40 aplica las palabras del Éxodo a los cristianos: "sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable." Es en la Iglesia en donde se cumplen las promesas hechas al pueblo judío 41, pues los cristianos constituyen la continuación del Israel de Dios. Jesucristo se ha dignado comprar con su sangre para Dios hombres de todas las razas para hacer de ellos un reino y sacerdotes42. Es decir, Cristo, en cuanto Sumo Sacerdote del Padre 43, ha conferido a sus fieles una parte de ese sacerdocio para que "cada uno ofrezca su cuerpo como hostia viva, santa, grata a Dios"44. Esta oblación, unida a la de Jesucristo, siempre resulta grata al Padre celestial, al cual es debida la gloria y la majestad de un imperio eterno45. El cristiano, incorporado a Cristo por el bautismo, se encuentra en una situación totalmente particular de proximidad y de unión íntima con El. Por cuya razón goza de un poder especial de intercesión delante de Dios, como gozaba el sacerdote levítico en la Antigua Alianza. Este sacerdocio de los fieles no presupone la transmisión de un poder especial, propio del sacramento del orden. El sacerdocio de los cristianos tiene más bien como finalidad el recordarles su dignidad de hijos de Dios, el valor de su bautismo y las obligaciones que en él han contraído, y el servicio religioso al que han sido llamados. Lo mismo que el antiguo pueblo israelita ocupaba una posición privilegiada entre todos los pueblos respecto de Dios, porque podía acercarse a El, gozar de sus intimidades y hacer de intermediario entre Yahvé y todos los demás pueblos, así también los cristianos, por la gracia de adopción como hijos de Dios y por su íntima unión con Cristo, ocupan una posición absolutamente única que les permite interceder por las almas46.

La doxología del v.6 parece evocar en la mente del autor sagrado la última venida triunfal de Cristo sobre las nubes del cielo, ante la mirada atónita de todos los pueblos (v.y). El profeta está tan seguro de la próxima venida de Jesucristo, que lo presenta ya como avanzando en medio de las nubes. La imagen de la parusía de Cristo rodeado de nubes proviene del profeta Daniel, que en visión nocturna ve "venir en las nubes del cielo a uno como hijo de hombre"47. Nuestro Señor también se sirvió de ella delante del sumo sacerdote para confesar su mesianidad y su triunfo futuro48. La relación que tiene esta confesión de Jesús ante Caifas con su pasión redentora, recuerda a Juan un texto del profeta Zacarías: "Y a aquel a quien traspasaron, le llorarán como se llora al hijo único, y se lamentarán por él como se lamenta por el primogénito." 49 El profeta alude a un llanto general a causa de la muerte de un justo traspasado, que parece haber sido víctima inocente del pueblo elegido. Yahvé llevará a cabo una efusión de gracias divinas sobre los moradores de Jerusalén, por cuyo medio Dios producirá en ellos un cambio interior, que les hará convertirse de nuevo a El y llorar, con un duelo nacional, la muerte del misterioso justo. San Juan aplica el texto de Zacarías a Jesucristo crucificado por el mismo pueblo judío: Cristo es el Justo traspasado de la profecía. Pero también llegará un tiempo en que los judíos reconocerán su pecado y se lamentarán en señal de dolor y de arrepentimiento. En nuestro texto son todas las tribus de la tierra las que condividen los remordimientos de Israel.

La alusión a la crucifixión y a la lanzada de Cristo es bastante clara, tanto más cuanto que es Juan quien nos transmite la noticia de esta última50. La crucifixión parece asociada, en el v.7, a la gloria parusíaca, como en Mt 24:30.

La doble afirmación con que se termina el v.7: Sí, amén, indica la solemnidad y la convicción de lo que acaba de decir. Recuérdese el amén, amén del cuarto evangelio.

Del mismo modo que sucede al final de los oráculos proféticos, una declaración divina garantiza la verdad de lo que acaba de decir.

Las últimas palabras de esta sección están puestas en boca del Señor Dios (= Yahvé-Elohim). El que habla es el Padre, el cual hace una declaración de su eternidad: Yo soy el alfa y la omega (v.8), o sea el principio y el fin de las cosas. Esta designación simbólica de la divinidad — que en otros lugares será aplicada al mismo Cristo — por la primera y la última de las letras del alfabeto griego, tal vez sea la imitación de un procedimiento tomado de los rabinos. Estos también solían designar a Yahvé con la primera y la última de las letras del alfabeto hebreo: a/e/ y tau. En la literatura rabínica también se dice que el sello de Dios es el 'emet, es decir, la "fidelidad y la firmeza"; y esa expresión está escrita con la primera, la mediana y la última letra del alefato hebreo51. La expresión de San Juan también pudiera tener estrecha relación con la mística helenística de las letras, que era frecuente entonces. Así la serie αεηιουω en los papiros mαgicos, significa la universalidad del mundo, y sirve, al mismo tiempo, para designar a la divinidad 52.

Finalmente, el autor sagrado insiste de nuevo sobre la eternidad de Dios y sobre el poder absoluto que tiene sobre toda la creación: (Yo soy). el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso (v.8). Con esto quiere tranquilizar a sus lectores, pues el Dios justo y triunfador del pasado continuará siendo el mismo en todos los tiempos, ya que su soberanía sobre todos los seres es absoluta.

 

Visión Introductoria a Todo el Libro, 1:9-20.

San Juan recibe de Jesucristo, que se le aparece en la isla de Patmos, el encargo de escribir a las siete Iglesias de Asia. La visión viene a ser como la introducción a todo el libro. En este sentido se puede comparar con las visiones de la vocación de Isaías 53, de Jeremías 54 y de Ezequiel 55.

 

9 Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la paciencia en Jesús, hallándome en la isla llamada Patmos, por la palabra de Dios y por el testimonio de Jesús, 10 fui arrebatado en espíritu el día del Señor y oí tras de mí una voz fuerte, como de trompeta, que decía: n Lo que vieres escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias, a Efeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea. 12 Me volví para ver al que hablaba conmigo; 13 y vuelto vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno, semejante a un hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro. 14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; sus ojos, como llamas de fuego; 15 sus pies, semejantes al azófar, como azófar incandescente en el horno, y su voz, como la voz de muchas aguas. 16 Tenía en su diestra siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos, y su aspecto era como el sol cuando resplandece en toda su fuerza. 17 Así que le vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso su diestra sobre mí, diciendo: 18 No temas, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno. 19 Escribe, pues, lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto. 20 Cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra y los siete candeleros de oro, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros las siete iglesias.

 

El autor sagrado hace su presentación personal a semejanza de los profetas de la Antigua Alianza 56. Juan — su nombre ya nos era conocido desde Ap 1:1 — tiene una visión hallándose en la pequeña isla de Patmos. Hoy día esta isla se llama Patino, y forma parte de las islas Esperadas. Está situada enfrente de Milito y de Efeso, en el mar Egeo. Tiene unos doce kilómetros de largo por cinco de ancho en su parte más amplia. Según Plinio57, los romanos utilizaban el islote de Patmos como lugar de deportación para algunos condenados especiales. San Juan también fue deportado a esta isla, castigado a causa del Evangelio, como nos dice él expresamente (v.9). Victorino, obispo de Pettau, en Styria, martirizado bajo Diocleciano, nos dice que San Juan fue condenado por Domiciano a trabajos forzados en las canteras situadas al norte de la isla de Patmos: "in metallum damnatus."58 Esto mismo es confirmado por San Jerónimo 59.

El apóstol se nos presenta como hermano en la fe y como compañero en la tribulación, sufrida por la fe; como copartícipe en el reino sacerdotal60 y en la paciencia con que soporta la tribulación. San Juan ha tenido que pasar por grandes pruebas exteriores y persecuciones a causa del Evangelio. Su destierro en el islote de Patmos era una señal evidente de los sufrimientos que había tenido que soportar. Pero todo lo sufrió con paciencia (υπομονή), es decir, con fe, esperanza y firmeza. Juan es el prototipo del verdadero cristiano que sabe aguantar y perseverar en la fe, a pesar de las muchas dificultades que se le opongan. Y esta perseverancia en el servicio de Cristo será la que consiga el triunfo del reino de Jesucristo en medio de todas las persecuciones desencadenadas contra él.

Después de la presentación, San Juan comienza inmediatamente con la narración de la primera visión. Esta tuvo lugar en el día del Señor, es decir, en domingo, día venerado por los cristianos a causa de la resurrección del Señor, que tuvo lugar en tal día61. Este texto del Apocalipsis (v.10) constituye la primera mención expresa del domingo cristiano. La expresión, que se hizo técnica, pudo nacer en los ambientes asiáticos como reacción contra la designación de día de Augusto, que indicaba un día mensual establecido en honor del emperador 62. Juan fue arrebatado en éxtasis, para que, desligado de la vida de los sentidos, percibiese mejor las cosas divinas. En este estado oye una voz fuerte, como de trompeta, que le intimaba la orden de escribir lo que viese para transmitirlo a las siete iglesias de Asia (v.11). Se trata del Apocalipsis entero. Las siete ciudades nombradas, unidas por magníficas vías, formaban un círculo fácil de recorrer para un mensajero llegado de Patmos a Efeso. Pero, ¿cuál es la razón de nombrar sólo siete iglesias, cuando en la misma región había muchas otras de mayor importancia? Ramsay cree que la razón hay que buscarla en el hecho de que la provincia romana de Asia estaba dividida en siete distritos postales, cada uno de los cuales tenía por centro una de esas siete ciudades, las cuales formaban un círculo alrededor de la provincia. De cada uno de estos centros era fácil enviar la carta a otras ciudades 63.

Juan, al volverse para ver al que le hablaba, lo primero que contempla son siete candelabros de oro. En medio de ellos había uno semejante a un hijo de hombre (v.12-13). Es Jesucristo que se le aparece en sus funciones de juez escatológico, como en Daniel 7:13. Jesús empleó con mucha frecuencia esta expresión daniélica, aplicándosela a sí mismo 64. Era un título mesiánico que ponía de realce las cualidades humanas de Cristo. La Iglesia cristiana primitiva lo empleó muy raramente, prefiriendo llamarle Señor, con el fin de poner de manifiesto su carácter divino. El autor del Apocalipsis describe las prerrogativas de Cristo simbólicamente; su túnica talar lo caracteriza como sacerdote 65, y su cinturón de oro designa la dignidad regia del Mesías66. El sumo sacerdote de la Antigua Ley llevaba también una larga túnica talar, ceñida con una faja de cuatro dedos de ancho 67. Los cabellos blancos, como la nieve 68, significan la eternidad del personaje que ve Juan. Los ojos llameantes indican la mirada que todo lo penetra y de la que nadie puede huir. Es su ciencia divina 69. Una majestad aterradora parece como desprenderse de toda su persona: sus pies son como azófar (una aleación de cobre y cinc) incandescente; su voz, potente como el ruido de muchas aguas; su aspecto, resplandeciente como el sol. Esta descripción se apoya indudablemente en las narraciones de Ezequiel y Daniel, que contemplan a su personaje resplandeciente cual bronce bruñido70. Ezequiel contempla a "una figura semejante a un hombre que se erguía sobre el trono; y lo que de él aparecía, de cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía"71. Y Daniel todavía nos describe con mayor detalle "a un varón vestido de lino y con un cinturón de oro puro. Su cuerpo era como de crisólito, su rostro resplandecía como el relámpago, sus ojos eran como brasas de fuego, sus brazos y sus pies parecían de bronce bruñido, y el sonido de su voz era como rumor de muchedumbre" 72.

El fuego, a causa de su resplandor y de su acción purificadora, es un símbolo bíblico muy frecuente para representar la santidad divina. Dios es la santidad misma, totalmente separado de la más mínima impureza humana. Por eso, los profetas y autores apocalípticos suelen representar a la divinidad rodeada de fuego.

El vidente de Patmos percibe en la visión que Jesucristo tenía en su mano derecha, es decir, en su poder, siete estrellas, que representaban las siete iglesias a las cuales se dirige Juan73. Como se nos dirá en el v.ao de este capítulo, las estrellas simbolizan los ángeles protectores de las siete iglesias, que debían velar por cada una de ellas. De la boca de Cristo sale una espada de dos filos, que es el símbolo de su autoridad de juez supremo, a cuyos fallos nadie puede resistir (v.14-16)74.

Todos los elementos de esta descripción contribuyen a darnos una imagen impresionante del misterioso personaje que se le aparece a Juan, el cual, como ya dejamos indicado, no es otro que Jesucristo glorioso.

A la vista de esta aparición, San Juan sufre un desmayo, del que le hace volver Cristo, que le conforta, inspirándole confianza. Escenas semejantes las encontramos en los profetas Ezequiel y Daniel75. Las palabras que le dirige Cristo son tranquilizadoras, y se proponen infundirle ánimo. Con este mismo fin, Jesucristo enumera sus títulos y poderes: yo soy el primero y el último (v.18). Esta designación, tomada probablemente de Isaías 44:6, en donde se aplica a Yahvé, es sinónima de la expresión alfa y omega 76. Dios siempre es el mismo; y por eso Juan no ha de temer, pues Jesucristo es tan misericordioso como cuando él le conoció en este mundo.

A continuación Cristo se presenta como resucitado. Y reivindica una triple prerrogativa: en primer lugar afirma su poder sobre la vida (tengo las llaves), la muerte y el infierno (= Seol-Hades). Seguramente el autor sagrado alude aquí al descenso de Cristo a los infiernos para librar a los allí detenidos 77. Jesucristo es señor del infierno porque tiene las llaves, es decir, el poder para penetrar en aquel lugar misterioso en donde estaban reunidos los muertos78. Y es dueño de la muerte, porque sobre ella ejerce su soberanía.

Cuando quiere la puede soltar para que actúe en el mundo y la puede volver a encerrar bajo llave cuando lo estime conveniente. Este poder extraordinario de Cristo ha de servir para tranquilizar a San Juan, y para justificar ante sus ojos y ante los de las siete iglesias el mensaje que va a comunicarle.

Una segunda prerrogativa de Cristo es la de tener derecho de gobierno sobre las iglesias. Y, finalmente, es dueño de los destinos de esas mismas iglesias y del mundo entero. Estas dos últimas prerrogativas están expresadas en el v.1q, cuando Cristo ordena a Juan escribir para las siete iglesias tanto lo presente como lo que ha de suceder después. Las cosas presentes se refieren al estado de las siete iglesias, y las cosas futuras parecen aludir a lo que dirá en el resto del Apocalipsis. Por consiguiente, la profecía tendrá por objeto no sólo el futuro, sino también el presente. San Pablo concebía el carisma de la profecía como un don que Dios da para exhortar, consolar y edificar79.

Las iglesias están representadas por siete candeleros (v.20), porque participan de la luz de Cristo. El hijo del hombre, Cristo, vive en medio de ellos (cf. v.13). Las siete estrellas en la mano diestra de Cristo representan los ángeles de las siete iglesias. Según las concepciones judías, entonces vigentes, no sólo el mundo material estaba regido por ángeles 80, sino también las personas y las comunidades. De ahí que San Juan considere cada iglesia regida por un ángel, que era el responsable de su buena conducta81. Estos ángeles tutelares eran los obispos de las diversas iglesias, que, a su vez, representaban a Cristo ante las comunidades.

 

1 Gf. Lc 2:32; Ef 1:17. — 2 De diecisiete veces que se emplea el término apocalipsis en el Ν. Τ., catorce veces pertenecen a las epνstolas de San Pablo. — 3 Cf. 2 Tes 1:7; Rom 2:5; 8:19; 1 Cor 1:7; ver 1 Pe 1:7.13; 4:13. — 4 Rom 16:25; 2 Cor 12:1; Gal 1:12; 2:2; Ef 3:3. — 5 Ap 2-3- — 6 Cristo reveló a su Padre al mundo, pero aquí lo hace por medio de un ángel (cf. Ap 22, 6.16) para acomodarse al estilo apocalíptico. A partir de Ezequiel, Zacarías y Daniel, los ángeles eran los guías de los videntes y los intérpretes de sus visiones. El ángel, enviado por Jesu-isto y como ministro suyo, viene a comunicar la revelación a Juan. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es frecuente el ministerio de los ángeles entre Dios y los hombres (£,240:1-44:3; Zac 1:9; 2:3; Dan7,16; 8:15-26; 9:20-27; 10:4-21; 12:5-12; Ap 22:6-9). — 7 Cf. Jn 1:18; 5:20ss; 7:16; 14:10; 17:8. — 8 Cf. Ap 1:9, en donde vuelve a presentarse como Juan, recordando al mismo tiempo a Js lectores que, como ellos, ha tenido que sufrir la tribulación en la isla de Patmo^. Véase también Ap 22:8. — 9 Ap 22:8-9. — 10 Jn 19:35; 21:21; 1 Jn 1:1-3. — 11 Gf. 1 Cor 14. — 12 Cf. Ap 1:3; 14:13; 16:15; 19.9; 20:6; 22:7.14. El nombre de macarismo proviene del adjetivo griego μακάριος: feliz, dichoso, bienaventurado. Por eso los griegos llaman μακαρισ-μοί las bienaventuranzas del sermσn de la Montaña. — 13 Cf. S. Bartina, Los macarismos del Nuevo Testamento. Estudio de la forma: EstEcl 34 (1960) 57-88. Véase también el Excursus I: Los siete macarismos del Apocalipsis, del mismo autor, en La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III (BAC, Madrid 1962) p.618-621. — 14 Cf. Ap 22:10. — 15 Cf. M. García Cordero, El libro de los siete sellos (Salamanca 1962) ρ.34· — 16 Cf, Jer 1:1-3. — 18 The Letters to the Seven Churches of Asia (Londres 1904). — 19 Cf. EB 4 Jn.57-59. — 20 Ap 22:21 — 21 Cf. Lc 1:30. — 22 Jn 14:127. — 23 Cf. Tob 12:15. Ver también el Targum de Jonatán sobre Gen 11:7: "Dijo Dios a los siete ángeles que están en su presencia." — 24 Cf. P. Jouon, Apocalypse 1:4: RSR 21 (1931) 486-487. — 25 Cf. Is 11:2-3(LXX). — 26 Cf. J. M. Bover, Los siete espíritus del Apocalipsis: Razón y Fe 52 (1918) 289-99; J. Lebreton, Histoire du dogrne de la Trinité7 (París 1927) p.628-631; E. B. Allo, Apocalypse (París 1933) p.8-9; A. Skrinjar, Les sept Esprits: Bi 16 (1936) 1-24.113-140; J. Michl, Die En-elvorstellungen in der Apokalypse des heiligen Johannes: I. Die Engel um Gott (München 1937) 112-210; E. Schweizer, Die sieben Geister in der Apokalypse: Evangelische Theologie n (1951-1952) 502-512; L. F. Rivera, Los siete espíritus del Apocalipsis: Revista Bíblica 64 (Buenos Aires 1952) 35-39- — 27 Así lo cree también el P. E. B. Allo. Véase su obra U Apocalypse p.6. — 28 Is 11:2-3. — 29 Zac 3:9; 4:10. — 30 Jn 18:37. — 31 Cf. 1 Cor 15:20; Col 1:18. — 32 Cf. Act 2:24. Véase también IV Esdrás 4:33-42. J. Chaine, Deséente du Christ aux en-fers: DBS II 414-415. — 33 Mt 28:18. — 34 Fil 2:6-9. — 35 Cf. A. Gelin, Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1938) P-596s. — 36 Los v. 5-6 constituyen una especie de doxología, la primera de las muchas contenidas en el Apocalipsis. Deben de ser sin duda ecos de las asambleas cristianas, que nos son conocidas por la 1 Cor y la Didajé. Estas doxologías, introducidas a veces con Allelu-Yah (Ap iq,iss), parecen ser una herencia del judaismo. Son de gran importancia teológica, sobre todo para la cristología. — 37 Jn 15:13. — 38 Ef 5:2. — 39 Cf. Mc 10:45; Rom 3:24; Heb 0:11-22. — 40 1 Pe 2:9. Cf. M. García Cordero, El sacerdocio real en 1 Pe 2:9: CultBib 16 (1959) 321-323; véase en Recueil L. Cerfaux (Gembloux 1954) II p.283-315, el artículo Regale Sacer-dotium; R. B. Y. Scott, A Kingdom of Priests, en Oudtestamentische Studien VIII (Leiden 1950) p.213-219; J- Lécuyer, Le sacerdoce dans le mystére du Christ (París 1957) p.iyiss. — 41 Ex 19:6; cf. Ap 5:10; 20:6. — 42 Ap 5:9-10. — 43 Heb 7:20. — 44 Rom 12:1. — 45 Cf. W. H. Brownlee, The Priestly Character ofthe Church in the Apocalypse: NTStS (1959) 224-225. — 46 Cf. A. Gharue, Les Építres Catholiques, en La Sainte Bible, de Pirot-Clamer, XII P-453S. Véase también M. García Cordero, a.c.: CultBib 16 (1959) 322S. — 47 Dan 7:13. — 48 Mt 26:64; Me 14:62. Jesús también empleó la imagen de Daniel en el discurso escato-logico (Mt 24:30; Mc 13:26; Le 21:27). — 49 Zac 12:10. — 50 Jn 19:34- — 51 Cf. G. Kittel, Theologisches Worterbuch zum N. T. I 2 ; S. bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III p.óoó. — 52 E. B. Allo, o.c. p.8. — 53 Jn 6.155. — 54 Jer i,4ss. — 55 Ez 1-2. — 56 Dan 7:28; 8:1. — 57 Hist. Nat. 4:12:23. Cf. G. camps, Patmos: DBS VII 73-81. — 58 Comm. in Apocalypsin: PL 5:317. — 59 De viris illustr. 9: PL 23:625. Véase también A. berjon, San Juan en Patmos: CultBib 10 (1953) 51-52. — 60 Cf. Api,6. — 61 Cf. Act 20:7-8; 1 Cor 16:1-2. La Didajé (14:1) afirma claramente que los cristianos se reunían el domingo para la fracción del pan. Y San Ignacio de Antioquía dice expresamente: "Vivid, no ya sabatizando, sino según el día dominical" (Ad Magn. 9:1: F. X. Funk, I 235-239). — 62 Cf. A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer (París 195i)p.598. — 63 W. M. Ramsay, The Letters to the Seven Churches of Asia (Londres 1906) p.iqiss. — 64 Mt 16:13-27; 17:9: Me 9:8s. — 65 Cf. Lev 8:13. — 66 Dan 10:5. — 67 Ex 28:4.31-32; 29:5· Cf. josefo flavio, Ant. 3:7:4. — 68 Cf. Dan 7:9- — 69 Cf. Dan 10:6. — 70 Ez 1:7; Dan 10:6. — 71 Ez 1:26-27. — 72 Dan 10:6. — 73 Cf, S. Bartina, En su mano derecha siete ásteres: EstEcl 26 (1952) 71-78. — 74 Cf. S. Bartina, Una espada salía de la boca de su vestido: EstBib 20 (1961) 207-217. — 75 Ez 1:28; 2:1-2; Dan8,18; 10:15-19. — 76 Ap 1:8; 22:13. La expresión "Yo soy el primero y el último" se encuentra otras dos veces en el Apocalipsis (2:8; 22:13) y siempre es aplicada a Jesucristo. — 77 Cf. Jn 5:26-28; 1 Pe 3:19; 1 Sam 2:6. — 78 Is 38:10. — 79 1 Cor 14:3. — 80 Cf. Ap 7:1; 14:18; 16:5. — 81 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.so; A. Skrinjar, Antiquitas christiana de angelis septem ecclesiarum (Ap 1-3): VD 22 (1942) 18-24.51-56; W. H. Brownlee, The Priestly Character of the Church in the Apocalypse: NTSt 5 (19583) 224-225.

 

 

Las Siete Cartas a las Iglesias, c. 2-3.

Estos dos capítulos se diferencian claramente del resto del libro. Y, sin embargo, son inseparables de todo el conjunto del Apocalipsis. Porque, de una parte, la mención de los atributos de Jesucristo, al comienzo de cada una de las cartas, está tomada de la visión inaugural l; de otra parte, las promesas con que termina cada epístola resultan incomprensibles si no se tiene presente el final del Apocalipsis 2, que da la explicación de símbolos como el "árbol de la vida" y la "nueva Jerusalén." 3 El mismo Cristo, que en in había ordenado al profeta escribir cuanto viere, es el mismo que ahora dicta a San Juan estas epístolas dirigidas a las siete iglesias.

El plan de las cartas es uniforme, y la simetría es casi perfecta. Todas comienzan por esto dice, y el que habla es Jesucristo, designado por uno de sus siete atributos: por aquel que dice mayor relación con la condición especial de cada Iglesia. Todas terminan por una promesa dirigida al vencedor, o sea a todo cristiano fiel, la cual responde más o menos directamente al atributo proclamado. En el cuerpo de cada carta también se observa el mismo orden. Las palabras de Cristo comienzan en todas las cartas por conozco, que tiene por complemento la situación de la iglesia, con las amonestaciones oportunas. En todas las cartas se encuentra la expresión el que tenga oídos, y a continuación se declara que es el Espíritu el que habla a las Iglesias, es decir, el Espíritu Santo que posee Jesús4. Este Espíritu aparece aquí como una persona.

La doctrina de las cartas presenta muchas semejanzas con el resto del Nuevo Testamento, especialmente con los sinópticos, con las epístolas a los Tesalonicenses, Colosenses, con la epístola de Santiago y la i Pe. La cristología se presenta ya muy avanzada, sobre todo en la afirmación clara de la divinidad de Jesús. El objeto principal de las promesas — a semejanza del cuarto evangelio — es la vida de la gracia, la vida eterna del Evangelio, comenzada ya en este mundo y que se completará en la gloria.

Los motivos que indujeron a San Juan a escribir estas cartas debieron de ser los peligros y errores que comenzaban a introducirse en las comunidades cristianas. Los peligros de las iglesias son más bien interiores que exteriores. La persecución parece que es todavía considerada como algo futuro. Juan conoce perfectamente la historia y la geografía de estas ciudades asiáticas, lo que supone que ya había vivido en ellas 5.

Las cartas están dirigidas al ángel de cada iglesia, que debe representar al jefe o al obispo de cada una de ellas. Esto supone que ya existía en todas partes un episcopado monárquico. Aunque el apóstol fuese el obispo de Efeso, esto no impide que San Juan se dirija al pastor de esta iglesia, ya que podía tener un pastor local distinto del apóstol; o, al menos, alguien había tenido que sustituirle durante su destierro 6

 

 

Capitulo 2.

 

Carta a la iglesia de Efeso, 2:1-7.

1 Al ángel de la Iglesia de Efeso escribe: Esto dice el que tiene en su diestra las siete estrellas, el que se pasea en medio de los siete candeleros de oro. 2 Conozco tus obras, tus trabajos, tu paciencia, y que no puedes tolerar a los malos, y que has probado a los que se dicen apóstoles, pero no lo son, y los hallaste mentirosos, 3 y tienes paciencia y sufriste por mi nombre, sin desfallecer. 4 Pero tengo contra ti que dejaste tu primera caridad. 5 Considera, pues, de dónde has caído, y arrepiéntete, y practica las obras primeras; si no, vendré a ti y removeré tu candelero de su lugar si no te arrepientes. 6 Mas tienes esto a tu favor, que aborreces las obras de los nicolaítas como las aborrezco yo. 7 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de mi Dios.

 

Efeso es nombrada en primer lugar a causa de su importancia y por ser la metrópoli de la provincia proconsular de Asia. La ciudad era muy antigua y la más rica del Asia Menor en aquel tiempo. Dotada de un gran puerto, con un territorio muy fértil, y una industria muy floreciente, era un gran centro comercial entre el Oriente y el Occidente. En ella confluían las grandes vías romanas que venían de Galacia, de Mesopotamia y de Antioquía. Su grandioso templo de Artemis o Diana, considerado como la séptima maravilla del mundo, era famoso en toda la antigüedad y hacía de la ciudad un centro religioso de los más notables del mundo antiguo. En la época de Domiciano vino a ser también el centro del culto imperial de la provincia proconsular de Asia. Era también la residencia del procónsul romano. Y en ella residía una numerosa colonia judía 7.

La iglesia de Efeso había sido fundada por San Pablo en su tercer viaje apostólico 8. El Apóstol de las Gentes llegó a Efeso por los años 53-56, y predicó allí con grande éxito durante casi tres años. Tuvo que abandonar la ciudad a causa de la sublevación de los orfebres, que veían amenazada su industria de fabricación de estatuitas de Diana con la propagación de la fe cristiana. Más tarde, probablemente después de la ruina de Jerusalén, el año 70, San Juan vino a establecerse en Efeso, y allí se mostraba su sepulcro y hasta la casa en que había vivido en compañía de la Virgen María. Después de la caída de Jerusalén, Efeso vino, pues, a convertirse en el primer centro del cristianismo oriental. En la actualidad, Efeso no es más que un campo de ruinas grandiosas, que, por sí solas hablan de la importancia que tuvo esta ciudad en la época en que San Juan escribía el Apocalipsis.

Jesucristo es presentado hablando y dictando al vidente de Patmos (v.1)· La orden que le da es que escriba las cosas que le va a decir para comunicárselas al ángel de la iglesia de Efeso. En todas las cartas se repite el mismo mandato con las mismísimas palabras. Sólo cambia el nombre de la ciudad a la cual va dirigida la carta. El ángel, en estos pasajes, muy probablemente simboliza al obispo de cada una de las Iglesias. Así lo han entendido generalmente los Padres latinos. Y esto explicaría los reproches que Jesucristo les dirige tocante a su conducta, lo cual resultaría de difícil explicación si admitimos que se trata de los ángeles tutelares de cada iglesia.

El autor sagrado describe a Cristo con rasgos tomados de Ap 1:13. Se añade, además, el detalle de que se pasea en medio de los siete candeleros de oro, como para significar con esta actitud su dominio sobre todas las Iglesias, pues Efeso era como la metrópoli de todas las demás que ha de nombrar. Jesucristo tiene en su mano y domina a todos los jefes de las iglesias, y es señor absoluto de ellas. El hecho de pasear por en medio de ellas significa que Cristo vigila constantemente sobre esas comunidades cristianas.

Jesucristo conoce la vida de la iglesia de Efeso, de la cual hace un gran elogio. En los trabajos sufridos y en las persecuciones padecidas por el nombre de Jesús ha mostrado paciencia; y no ha tolerado la presencia de malvados y falsos apóstoles en su comunidad (v.2-3). Se hace particular referencia a los seudoapóstoles, de los cuales habla ya San Pablo en la 2 Cor 9, poniendo en guardia a los fieles contra esos falsos maestros. Se servían de mil maneras para sembrar entre los cristianos doctrinas corruptoras, que producían confusión y mucho daño en las almas. La Didajé 10 manda que para descubrir el verdadero espíritu de los que se presentaban como apóstoles, profetas, maestros, se confrontase su vida y doctrina con la vida y la doctrina de Cristo. La iglesia de Efeso los ha probado y los ha hallado mentirosos. Se debe de tratar de los nicolaítas (cf. v.6) o de otros propagandistas de la semilla gnóstica, o también de judíos o judaizantes, que se esforzaban por introducirse y perturbar las comunidades cristianas. El Señor alaba la conducta de la iglesia de Efeso con estos falsos doctores. San Ignacio de Antioquía alaba igualmente a la iglesia de Efeso por haber cerrado sus oídos a los falsos doctores 11.

El hermoso elogio que hace Jesucristo de esta iglesia, tanto en lo referente a su fidelidad doctrinal como en la paciencia manifestada en las persecuciones, supone que la vida cristiana en lo que tiene de más esencial era floreciente en ella. Pero entonces, ¿cómo se entiende el reproche que le dirige: Tengo contra ti que dejaste tu primera caridad? (v.4). Ahora bien, la caridad es la virtud esencial de la vida cristiana 12. ¿Cómo explicar, pues, esta especie de paradoja? Para entender esto hemos de tener presente que el verbo ι, empleado aquν por San Juan, puede significar "renunciar, abandonar," pero también "aflojar, descuidar." Y el reproche que le dirige Cristo parece ser a causa de su negligencia. El aflojamiento de los efesios en la caridad, sin constituir un abandono propiamente dicho de la caridad, es una desobediencia progresiva o una vía de escape de una obligación rigurosa que tienen todos los cristianos de practicar la caridad 13. Por consiguiente, la iglesia de Efeso se ha resfriado en el fervor de su caridad primera. San Juan opone la caridad actual de la iglesia a la que tuvo en un principio, es decir, después de la conversión de los efesios. La caridad en aquella época era muy fervorosa. Pero con el tiempo, en lugar de desarrollarla mediante el continuo ejercicio para que diese sus frutos, la han dejado decaer.

La caridad de que nos habla aquí Juan no parece referirse únicamente al fervor interior. En Ap 2:5 y 19 es asociada expresamente con las obras. De donde se deduce que se trata de la manifestación concreta del amor. Y esa manifestación se lleva a cabo por medio de las obras de caridad para con el prójimo, especialmente para con los pobres. Por lo tanto, esta caridad debe de ser la caridad fraterna manifestada en las obras de misericordia 14. El reproche del v.4 está, por consiguiente, en una línea auténticamente joánica, pues el mismo San Juan es el que dice: "Quien ama a su hermano está en la luz, y en él no hay escándalo"15. La caridad es como el lazo que da consistencia y vigor a todas las virtudes. Los efesios, con su cansancio en la práctica de esta virtud, ponen en peligro toda su vida moral. Su pereza en el ejercicio de las obras de caridad les conduce a una especie de tibieza espiritual. Conservan, es verdad, su capacidad de amar divinamente, porque no han perdido la gracia, pero se muestran perezosos en la práctica de la caridad 16.

Después Jesucristo exhorta a la iglesia de Efeso a la reflexión, al arrepentimiento y a la práctica de sus obras primeras de caridad. De lo contrario, el Señor vendrá y removerá el candelera de su lugar (v.5). La amenaza simbólica podría ser una alusión a los desplazamientos sucesivos de la ciudad 17 y su definitiva destrucción. Para otros significaría más bien que la comunidad de Efeso decaería de su rango, perdiendo la primacía religiosa que entonces tenía en el Asia Menor.

Sin embargo, la iglesia de Efeso tiene a su favor el hecho de haber aborrecido las obras de los nicolaítas (v.6). No sabemos con seguridad quiénes eran estos nicolaítas. En la antigüedad ha habido muchos escritores que ligaban equivocadamente esta secta con el diácono Nicolás 18. No obstante, no se conoce con certeza ni su autor ni sus enseñanzas erróneas, que debieron de ser de orden moral. Según Clemente Alejandrino 19, los nicolaítas permitían comer las carnes sacrificadas a los ídolos, después de echar sobre ellas los exorcismos, y afirmaban que la fornicación no era pecado. En cuyo caso, los nicolaítas constituirían una especie de herejía pregnóstica, que sería la continuadora, en las iglesias del Asia, del error del cual nos hablan las epístolas paulinas de la cautividad y las pastorales. Ha habido también autores modernos que han visto en nicolaítas un juego de palabras: los nicolaítas habría que identificarlos con los baalamitas de la Iglesia de Pérgamo 20 y con la Jezabel de Tiatira 21, pues reflejarían los mismos vicios. En este caso, las palabras griegas νίκα λαόν = “ιl domina al pueblo" de Dios, equivaldrían a la expresión hebrea baaíam = "dueño del pueblo" de Dios. Se trataría, pues, de un nombre simbólico, no de un nombre histórico. A continuación San Juan trata de atraer la atención de sus lectores para que mediten seriamente en el sentido del mensaje que les acaba de exponer: el que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias (v.7). En los evangelios, Jesucristo emplea también frecuentemente esta misma expresión 22. El Espíritu que habla es el Espíritu Santo, inspirador de los profetas. Pero aquí es presentado como Espíritu de Cristo, porque es el mismo Cristo el que habla 23. Ese Espíritu conoce perfectamente el corazón de los hombres y sabe valorar sus acciones. Por eso puede reprender y corregir con conocimiento de causa. Y al mismo tiempo, como Dios, puede amenazar con castigos o bien ofrecer premios. Al cristiano que haya sido fiel y que, por lo tanto, haya resultado vencedor 24 el Señor le dará en premio a comer del árbol de la vida (v.7) 25. La vida cristiana es una especie de milicia, pues presupone una continua lucha contra todo lo que le puede apartar de Dios. Pero al que venciere, el Señor le dará el don de la inmortalidad. La imagen del árbol de la vida procede del Génesis 26, que lo coloca en medio del paraíso, guardado por querubines para que el hombre caído no logre arrebatar su fruto y recobrar la inmortalidad 27. En la literatura rabínica y apocalíptica se alude con frecuencia al árbol de la vida que se da a comer a los vencedores 28. Y según las ideas judías de entonces, atestiguadas por diversos apocalipsis apócrifos 29, el paraíso y el árbol de la vida debían volver a aparecer al fin de los tiempos para gozo de los elegidos. Sin embargo, el árbol es una pura imagen. El premio prometido es la inmortalidad bienaventurada. El árbol de la vida, que estaba en el paraíso terrenal, confería al que lo comía el don de la inmortalidad 30. Pero, por el pecado, el hombre quedó privado del don de la inmortalidad. Ahora Cristo promete a todo cristiano que venciere al pecado el don de la inmortalidad gloriosa en el cielo. Esto es lo que significa comer del árbol de la vida que está en el paraíso de mi Dios. La literatura apocalíptica, siguiendo en esto el ejemplo de los profetas, idealiza frecuentemente el futuro mesiánico comparando su felicidad con la del paraíso terrestre 31.

En virtud de la identidad joánica entre gracia y gloria, también se podría ver aquí la presencia de Cristo en el alma fiel. Desde esta vida Cristo y el Espíritu Santo nutrirán a los cristianos fieles con el alimento que da la vida 32.

 

Carta a la iglesia de Esmirna, 2:8-11.

8 Al ángel de la Iglesia de Esmirna escribe: Esto dice el primero y último, que estuvo muerto y ha vuelto a la vida: 9 Conozco tu tribulación y pobreza, aunque estás rico, y la blasfemia de los que dicen ser judíos y no lo son, antes son la sinagoga de Satán. 10 Nada temas por lo que tienes que padecer. Mira que el diablo os va a arrojar a algunos en la cárcel para que seáis probados, y tendréis una tribulación de diez días. Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida. 11 El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte.

 

Esmirna era otra de las grandes ciudades del Asia Menor, situada a 50 kilómetros al norte de Efeso. Edificada sobre una grande bahía, disfrutaba de un magnífico puerto. Se distinguió siempre por su fidelidad a Roma en sus luchas contra los Seléucidas, Cartago y Mitrídates. Por eso se le concedió el título de fiel. Este fervor por Roma lo manifestó también levantando, la primera de todas las ciudades, en el año 195 a. C., un templo a la diosa Roma. En el año 26 d.C. obtuvo, antes que Efeso y Sardes, el privilegio de erigir un templo a Tiberio, a Livia y al Senado 33. Ignoramos cuándo recibió Esmirna la fe de Cristo. Es muy probable que la haya recibido de Efeso, por medio de algunos convertidos por San Pablo en esta ciudad 34. Esmirna era una ciudad rica y de mucho comercio. Por eso contaba con una comunidad numerosa de judíos. Es probable que por la fecha en que se escribía el Apocalipsis fuese ya obispo de Esmirna San Policarpo: discípulo de San Juan, que, al morir mártir por no querer decir, "César es Señor" (f 156), llevaba ochenta y seis años sirviendo a Cristo. Los judíos fueron los que impulsaron al pueblo a pedir su muerte. De todas las ciudades antiguas de la provincia, es Esmirna la única que ha renacido de sus cenizas, gracias a su magnífico puerto. Actualmente existe en Esmirna un buen grupo de católicos con su obispo. Se supone que Esmirna fue la patria de Hornero 35.

La carta dirigida a la Iglesia de Esmirna es la más breve de todas. Y sólo contiene elogios, lo cual parece indicar que era una comunidad ejemplar. Comienza con el mandato de escribir dirigido al obispo de Esmirna. Jesucristo se describe a sí mismo con los dos epítetos de /φ ι,18: es el primero y el último, el que estuvo muerto y ha vuelto a la vida (v.8). Cristo se mantuvo siempre fiel a la voluntad de su Padre, incluso en el momento terrible de su pasión y muerte. Por este motivo obtuvo la vida. La Iglesia de Esmirna ha de hacer otro tanto, aun cuando se vea sumergida en la tribulación.

Jesucristo hace un buen elogio de la iglesia de Esmirna, que ha sufrido mucho, pero que todavía tendrá que sufrir más. En la causa de estos padecimientos tendrán parte los judíos, los cuales no merecen este honroso nombre, sino el de sinagoga de Satán (v.q). Los judíos, muy numerosos e intrigantes en Esmirna, como en Efeso, han sido siempre particularmente duros para el cristianismo, como se ve por el Martirio de San Policarpo 36, en el que aparecen ellos como los principales instigadores contra el santo obispo. Aquí, como en tantas otras partes, se cumple el dicho de Tertuliano: "Synagogas iudaeorum fontes persecutionum." La blasfemia de los que dicen ser judíos y no lo son debió de consistir probablemente en renegar de Jesucristo y de su Iglesia 37. Por eso mismo, no son verdaderos judíos; pues, en realidad, solamente los que creen en Jesucristo son los verdaderos judíos, los auténticos herederos de los privilegios del pueblo elegido. Los cristianos son, como dice San Pablo, el verdadero Israel de Dios 38. San Juan también reconoce el singular privilegio de los judíos, como se ve por su evangelio 39 y por este pasaje, pero a condición de que se mantengan en el plan establecido por Dios. En una ciudad rica, los fieles son pobres en bienes materiales, pero ricos en virtudes y merecimientos ante Dios. La antítesis riqueza espiritual y pobreza material 40 es empleada de nuevo, aunque en sentido inverso, en la carta a la iglesia de Laodicea41. La comunidad cristiana de Esmirna se encuentra en estado de tribulación y de pobreza, causado probablemente por la persecución de los judíos, auxiliados a su vez por los poderes públicos. Unos y otros se han aprovechado de la ocasión para despojar a los cristianos de sus bienes. Por otra parte, sabemos que los cristianos primitivos procedían en su mayoría de la clase más pobre y humilde.

El Señor anuncia a los esmirnenses — exhortándolos al mismo tiempo a no temer (v.10) — la persecución que el diablo va a desencadenar contra algunos de la comunidad. El diablo, sirviéndose de la sinagoga de Satán, arrojará en la cárcel a estos esforzados campeones de Cristo. Pero la tribulación, o la prueba permitida por Dios, durará solamente diez días. Esta expresión designa una corta duración, y es un símbolo de la impotencia de Satanás 42. Ante la prueba ya próxima, Jesucristo exhorta a los cristianos a mantenerse fieles a la fe hasta la muerte. La prueba suprema del amor del cristiano es el martirio 43. La exhortación a mantenerse fiel se comprende bien teniendo en cuenta que la fidelidad a Roma era la nota que había caracterizado siempre a la ciudad de Esmirna. Al que se haya mantenido firme en medio de la tribulación el Señor promete darle la corona de la vida, es decir, la corona de la vida eterna, que será el premio que Dios dará a los que hayan perdido la vida terrena por amor de El. La imagen de la corona de la vida está tomada de los juegos griegos, en los que el atleta vencedor era coronado. Ya San Pablo había comparado la vida cristiana a una carrera en el estadio, en la cual sólo los vencedores obtendrán la corona de la vida eterna44. También la imagen aludida de la corona pudiera estar inspirada en la belleza, de la ciudadela, que era llamada por los antiguos la "corona de Esmirna." Sabido es que San Juan, en las cartas a las diversas iglesias, suele aludir a las cosas verdaderamente específicas de cada una de ellas.

El Señor termina la carta prometiendo al vencedor que no sufrirá daño de la segunda muerte (v.11)45. La segunda muerte46 significa la muerte eterna, la pérdida del alma y la privación eterna de Dios en el estanque de fuego. De todo esto se verá libre el cristiano que permanezca fiel a Dios hasta la muerte. El autor sagrado parece contraponer la segunda muerte a la primera, es decir, a la muerte corporal, que algunos de los esmirnenses iban a sufrir pronto como mártires. Por eso Jesucristo se ha presentado a esta iglesia como el principio y el fin de toda vida, como el que pasó por la muerte para vivir eternamente47.

 

Carta a la iglesia de Pergamo, 2:12-17.

12 Al ángel de la Iglesia de Pérgamo escribe: Esto dice el que tiene la espada, la espada de dos filos, la aguda: 13 Conozco dónde moras, donde está el trono de Satán, y que mantienes mi nombre, y no negaste mi fe, aun en los días de Antipas, mi testigo, mi fiel, que fue muerto entre vosotros, donde Satán habita. 14 Pero tengo algo contra ti: que toleras ahí a quienes siguen la doctrina de Balam, el que enseñaba a Balac a poner tropiezos delante de los hijos de Israel, a comer de los sacrificios de los ídolos y fornicar. 15 Así también toleras tú a quienes siguen de igual modo la doctrina de los nicolaítas. 16 Arrepiéntete, pues; si no, vendré a ti pronto y pelearé contra ellos con la espada en mi boca. 17 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Al que venciere le daré del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en ella escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe.

 

Pérgamo, otra de las grandes ciudades de Asia Menor, estaba a unos 70 kilómetros al norte de Esmirna y a unos 30 del mar. Su grandeza y prosperidad databan del año 282 a. C., en que fue constituido el reino de los Atálidas, que duró hasta el año 133 a. C. En este año, el rey Átalo III se sometió al dominio de Roma. Estaba situada sobre una solitaria colina de unos 300 metros de altura, desde la que dominaba el amplio valle del Caico. Los reyes de Pérgamo habían fundado en ella una gran biblioteca, que competía con la de Alejandría. Esto dio origen al desarrollo de una industria, la del pergamino, que sustituía al papiro para la composición y escritura de los libros. Fue famosa por sus monumentos religiosos, entre los cuales descollaba el santurario de Zeus Soter, en el que los reyes de Pérgamo habían levantado un altar colosal, en uno de cuyos lados estaba representada la Gigantomaquia, o sea la lucha de los gigantes con los dioses. También era notable el culto de Esculapio, a cuya sombra nació el cultivo de la medicina. De sus escuelas salió el insigne Galeno. Pérgamo fue la sede de un Augusteum, o templo dedicado al emperador Augusto, y otro dedicado a la diosa Roma48. Sobre los orígenes del cristianismo en Pérgamo nada sabemos.

Después de la invitación a escribir, común a todas las cartas, Jesucristo se presenta empuñando la espada de dos filos (v.12) 49. El contexto de la carta indica claramente que se trata del poder irresistible de la palabra divina 50. La palabra de Cristo es penetrante como una aguda espada de dos filos. Los que no sean fieles a la doctrina cristiana serán combatidos por el mismo Jesucristo con la espada de su boca (cf. v.16).

Cristo alaba la fe y la fortaleza de la Iglesia de Pérgamo, porque, aun morando donde está el trono de Satán, ha mantenido firme la fe recibida. Pérgamo podía ser llamada con mucha propiedad trono de Satán (v.13), a causa de sus templos, de los cultos paganos y de su colegio sacerdotal. El templo de Zeus Soter dominaba, desde la acrópolis, los valles que rodeaban la ciudad. Además, era el centro del culto imperial oficial, por lo cual venía como a dominar sobre todos los demás templos de Asia Menor.

El Señor hace el elogio de su constancia por su fidelidad en una ocasión determinada, probablemente en una explosión del furor pagano, en que sufrió la muerte el mártir Antipas.Nada sabemos de él fuera de lo que nos dice este pasaje del Apocalipsis, Los Bolandistas lo colocan en el 11 de abril, y afirman que padeció martirio bajo Domiciano, quemado dentro de un buey de bronce. Antipas tal vez haya sido martirizado por rehusar el culto al emperador de Roma, es decir, por no querer reconocer el título de Kyrios, Señor, al emperador, reservándolo únicamente para Cristo. Los cristianos se opusieron tenazmente ya desde un principio a dar al César el título de Kyrios (Καίσαρ Κύριος: “Cιsar es el Señor"), porque lo consideraban como un título divino, que no era lícito dar a ninguna persona humana. En el Martirio de San Policarpo se lee que los jueces incitaban a este ilustre santo a pronunciar el César Kyrios como una formalidad cualquiera, con lo cual se libraría de la muerte. Pero el santo rehusó, pues teniendo en cuenta el significado que se le atribuía, constituía una grave blasfemia.

A pesar de la fidelidad demostrada por la Iglesia de Pérgamo, el Señor tiene sus quejas contra ella: tolera en su seno a los que siguen las doctrinas de Balam y de los nicolaítas (v.14-15). El v.15 parece identificar — según opinión de la mayoría de los intérpretes — los nicolaítas con los secuaces de Balam. Este famoso adivino fue llamado por Balac, rey de Moab, para que maldijera a los israelitas, que amenazaban su reino. Balac esperaba que la maldición tuviese como efecto la destrucción de Israel. Pero Balam en lugar de maldecir, es obligado por Yahvé a proferir sobre Israel magníficas bendiciones 51. Sin embargo, por Núm 31:16 sabemos que las mujeres moabitas y madianitas indujeron a los israelitas, por consejo de Balam, a tomar parte en los cultos idolátricos de Baal Fogor. Así lo afirma también un comentario haggádico judío, añadiendo que fue Balam el que dio este perverso consejo al rey de Moab, A esta interpretación parece aludir nuestro pasaje. Balam quedó en la literatura judaica como el prototipo del inductor al mal.

A semejanza de Balam, hay en la Iglesia de Pérgamo falsos doctores que con sus doctrinas erróneas inducen a los fieles al mal. Es probable que San Juan mire aquí a algún falso doctor que no tenía reparo en enseñar ser lícito tomar parte en los banquetes de los ídolos, en los sacrificios paganos o también dejarse llevar del desenfreno moral. El problema de los idolotitos preocupó ya desde un principio a los apóstoles. San Pablo había tenido que intervenir en este asunto para dar normas concretas a las cuales debían atenerse los fieles52. Según esto, la fornicación de que nos habla el v.14 hay que entenderla de la connivencia con la idolatría. Es muy frecuente en los profetas del Antiguo Testamento el considerar la idolatría como una fornicación 53. La razón de esto está sin duda en el hecho de que Israel era considerado por esos mismos profetas como la esposa de Yahvé. Al darse a la idolatría venía como a prostituirse a un extraño, faltando así a la fidelidad debida a su esposo Yahvé. Sin embargo, es también posible que haya que tomar la expresión fornicar de nuestro texto en sentido propio, pues las fiestas religiosas de Pérgamo, en las cuales tal vez participaban algunos cristianos, solían llevar consigo desórdenes morales.

Cristo exhorta a la Iglesia al arrepentimiento y a la corrección. De lo contrario vendrá pronto a ella y peleará contra los corruptores con la espada de su boca (v.16). Esta espada no designa otra cosa que el fallo de su justicia pronunciado por su boca. Cristo, en cuanto juez, condenará con terrible castigo a los falsos doctores que se esfuerzan por seducir a los fieles de Pérgamo.

Al vencedor en los combates de la fe le promete, en cambio, dos cosas: el mana escondido y una piedrecita blanca (v.11). En el maná hay una clara alusión al Éxodo, durante el cual Dios alimentó a su pueblo con este alimento caído del cielo 54. Por el libro del Éxodo 55 también sabemos que una muestra del maná se conservó escondida en el arca de la alianza. La tradición rabínica también consideraba como algo característico de la era mesiánica la reaparición del maná, escondido en el tercer cielo 56. La mención del maná en este pasaje tal vez haya sido sugerida por la alusión a Balam y a los recuerdos del Éxodo, o bien por contraposición a los idolotitos de los que ha hablado en el v.14. El maná, junto con el árbol de la vida 57 y el agua de la vida58, vendrán como a formar el alimento de inmortalidad para los elegidos. En el cuarto evangelio, el maná es símbolo de la Eucaristía 59. También aquí San Juan parece referirse al alimento espiritual que es la Eucaristía, como reconocen casi todos los intérpretes. La Eucaristía es el alimento que da la verdadera vida, y se opone a los idolotitos que dan la muerte 60. Hay algunos autores, sin embargo, que piensan que la Eucaristía no es el premio aludido, porque los fieles de Pérgamo ya la poseían. El premio prometido al vencedor sería más bien de tipo escatológico. Se referiría a la visión beatífica, que sacia totalmente las ansias y deseos del bienaventurado. En este sentido hablaría el arcángel Rafael cuando decía a Tobías: los ángeles "se sustentan de un manjar invisible y de una bebida que los hombres no pueden ver."61

La piedrecita blanca — el blanco es color de victoria y de alegría — es una imagen tomada probablemente de los billetes de entrada — tessera — a los teatros, a los banquetes, o bien de los talismanes protectores, que solían llevar un nombre mágico grabado. Esta piedrecita blanca dada a los cristianos fieles simboliza el billete para entrar y tomar parte en el banquete celestial, en el reino de los cielos. La literatura rabínica también refiere que con el maná cayeron del cielo piedras preciosas 62. No es del todo improbable que el autor del Apocalipsis haga referencia a esta opinión rabínica. Otra hipótesis muy sugestiva es la que identifica la piedrecita blanca del Apocalipsis con el símbolo (σύνθημα) que Arνstides de Esmirna recibió de Esculapio de Pérgamo como consolador auxilio moral63. El nombre nuevo, que va escrito sobre la piedrecilla, alude probablemente a un nombre de Cristo 64. Solamente el que posee ese nombre conoce su sentido, y únicamente será gustado por los fieles que han triunfado.

Con esto se quiere poner más de realce, posiblemente, un lazo mucho más íntimo entre Cristo y el alma del cristiano. Sería la experiencia íntima y personal que el cristiano tenga de Jesucristo. Sólo aquel que la sienta podrá darse cuenta de ella: es un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe (v.17). También podría interpretarse el nombre nuevo como equivalente a santo y seña, con el que se facilitaría al agraciado la entrada al banquete celeste65.

 

Carta a la iglesia de Tiatira, 2:18-29.

18 Al ángel de la Iglesia de Tiatira escribe: Esto dice el Hijo de Dios, cuyos ojos son como llamas de fuego, y cuyos pies son semejantes a azófar: 19 Conozco tus obras, tu caridad, tu fe, tu ministerio, tu paciencia y tus obras últimas, mayores que las primeras. 20 Pero tengo contra ti que permites a Jezabel, esa que a sí misma se dice profetisa, enseñar y extraviar a mis siervos hasta hacerlos fornicar y comer de los sacrificios de los ídolos. 21 Yo le he dado tiempo para que se arrepintiese; pero no quiere arrepentirse de su fornicación, 22 y voy a arrojarla en cama, y a los que con ella adulteran, en tribulación grande, por si se arrepienten de sus obras. 23 Y a sus hijos los haré morir con muerte arrebatada, y conocerán todas las iglesias que yo soy el que escudriña las entrañas y los corazones, y que os daré a cada uno según vuestras obras. 24 Y a vosotros, los demás de Tiatira, los que no seguís semejante doctrina y no conocéis las que dicen profundidades de Satán, no arrojaré sobre vosotros otra carga. 25 Solamente la que tenéis, tenedla fuertemente hasta que yo vaya. 26 Y al que venciere y al que conservare hasta el fin mis obras, yo le daré poder sobre las naciones, 27 y las apacentará con vara de hierro, y serán quebrantados como vasos de barro, 28 como yo lo recibí de mi Padre, y le daré la estrella de la mañana. 29 El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

 

Tiatira, la menos importante de las siete ciudades nombradas por San Juan, estaba situada a 65 kilómetros al sudeste de Pérgamo. Antes de que fuera incorporada al imperio romano era una pequeña ciudad de guarnición entre la Misia y la Lidia, levantada por Seleuco I (312-280 a. C.), y estaba situada entre los ríos Caico y Hermo. Hacia el año 190 a. C. fue conquistada por Roma. Desde entonces comenzó a crecer la ciudad, llegando a alcanzar un desarrollo industrial muy floreciente. Era célebre en la antigüedad por sus industrias de tejidos, de tintorería y de fundición. Esto contribuyó al desarrollo de sus numerosas asociaciones obreras y patronales de carácter profesional y religioso, como nos lo atestigua la epigrafía de la ciudad66. Eran frecuentes los banquetes idolátricos que se celebraban con motivo de las fiestas patronales de cada gremio laboral. Por lo cual los cristianos se veían con frecuencia en compromiso, al sentirse por una parte obligados a cumplir con sus deberes gremiales y, por otra, a llevar a efecto sus exigencias cristianas. Era famoso el templo dedicado a la sibila oriental Sambata, que, por eso, era llamado Sambatheion. Ignoramos de qué manera penetró en esta ciudad el cristianismo. Sólo sabemos que entre los convertidos por San Pablo en Filipos se contaba una mujer, por nombre Lidia, originaria de Tiatira y dedicada al comercio de la púrpura67.

La carta a la iglesia de Tiatira es la más larga de todas. En ésta, y en las otras tres que faltan, se invierten las dos constantes finales.

El título de Hijo de Dios (v.18) sólo se encuentra bajo esta forma en este pasaje. Sin embargo, la idea se expresa implícita o equivalentemente en muchos otros lugares del Apocalipsis, con fórmulas diversas68. La divinidad de Cristo y su filiación natural era una verdad fundamental del cristianismo. Jesucristo había muerto precisamente por afirmar inequívocamente esta verdad69.

Los ojos de Cristo son como llamas de fuego. Existe en esta expresión una alusión manifiesta a la visión inaugural70. Los antiguos creían, al parecer, que los ojos emitían una luz con la cual la visión resultaba mucho más perfecta. Jesucristo tiene un foco de luz potentísimo en sus ojos, con los cuales puede penetrar hasta los más profundos escondrijos de las almas y de los corazones. De este modo puede contemplar la vida de la Iglesia de Tiatira y las maldades que cometen algunos de sus miembros incitados por Satán. Los pies de Cristo son semejantes a azófar o a auricalco incandescente, como ya se dijo en Ap 1:15. Para muchos autores el auricalco incandescente designaría un metal muy duro, que serviría para simbolizar la acción de Cristo pisoteando y deshaciendo a sus enemigos y toda clase de maldad que se pueda cometer en este mundo 71. Sin embargo, la luminosidad de los pies de Cristo nos parece una imagen muy apropiada y en perfecto paralelismo con el fulgor de los ojos, para significar la naturaleza espiritual de Jesucristo, que penetra hasta lo más recóndito del corazón humano 72.

Como en las otras cartas, San Juan hace primero el elogio de la Iglesia de Tiatira, para pasar después a los reproches. En la 1 Tes también San Pablo procede de la misma forma: los reproches sólo los comienza en el capítulo 4. El elogio de la Iglesia de Tiatira es el más rico y espléndido de todas las cartas. Discuten los autores si los términos aquí empleados para describir las virtudes de dicha iglesia han de ser tomados en sentido propio, o si, por el contrario, San Juan cita únicamente un catálogo tradicional de virtudes73. En las epístolas pastorales de San Pablo encontramos muchas enumeraciones análogas de virtudes74. Y en todas es mencionada la caridad, que casi siempre es asociada a la fe y a la paciencia 751 Esto nos fuerza a considerar la caridad de nuestro texto más bien como una virtud moral que se manifiesta en las obras de misericordia. De modo semejante, la fe designa no la fe teologal propiamente dicha, sino la lealtad y la fidelidad. No obstante, estas manifestaciones concretas de la caridad y de la fe proceden de la íntima unión del alma con Cristo. Por eso, el cristiano caritativo y fiel en la vida ordinaria es el que cree en Cristo y le ama personalmente 76.

San Juan alaba las obras (epyoc) de la Iglesia de Tiatira, la primera de las cuales es la caridad. El ministerio (διακονία) es probable que se refiera al servicio de los pobres y de los afligidos 77, es decir, sería una manifestación de la caridad eficiente para con los hombres, y en especial para con los cristianos. La paciencia (υπομονή) es probable que se refiera a la fuerza que da la caridad para sufrir con resignaciσn. Esta es, precisamente, la característica de la caridad, según el sermón de la Montaña y las epístolas de San Pablo: "la caridad todo lo tolera."78

Además, la Iglesia de Tiatira no se ha estancado en la vida cristiana, sino que ha progresado: sus obras últimas son mayores que las primeras (v.18), no sólo en número, sino también en calidad79. A la Iglesia de Tiatira le sucede lo contrario de lo que sucedía a la de Efeso, que había aflojado en su primera caridad 80. En cambio, las obras de caridad de la Iglesia de Tiatira son ahora más excelentes que al principio. Para San Juan, lo que caracteriza el verdadero amor, la auténtica caridad cristiana, es la manifestación externa de ese amor en obras de misericordia.

Pero no todo es bueno en Tiatira. El apóstol le reprocha varias cosas que pueden ser motivo de perversión para los fieles. Su mal es muy parecido al de Pérgamo, pero da la sensación de estar más extendido. Y como al hablar a la iglesia de Pérgamo se sirvió el autor sagrado del nombre de Balam81, así ahora toma el nombre de Jezabel para designar probablemente a alguna dama influyente de aquella Iglesia 82. El nombre de Jezabel es indudablemente simbólico, y está tomado de la tristemente famosa mujer de Ajab, que introdujo los cultos fenicios en el reino de Israel y persiguió a muerte a los verdaderos profetas 83. El Señor la castigó con muerte terrible, lo mismo que a toda su descendencia84. La Jezabel de que nos habla San Juan — perteneciente posiblemente a la secta de los nicolaítas — enseñaba y fomentaba con su ejemplo la idolatría, participando en los sacrificios de los ídolos 85. En Tiatira abundaban las asociaciones de artesanos, las cuales celebraban con frecuencia sus fiestas y banquetes religiosos, que darían ocasión a los actos idolátricos aquí condenados. A esta dama, o a esta porción de fieles representados por la dama Jezabel, les había dado el Señor tiempo para que se arrepintiesen (v.21), tal vez por medio de una corrección pública; pero no había querido cambiar de conducta. La falsa profetisa se ha empeñado en seguir con sus fornicaciones y adulterios. Los términos fornicación y adulterio pueden aludir a la convivencia con la idolatría, pues en el Antiguo Testamento fornicación es sinónimo de idolatría. Pero también pueden designar una doctrina moral laxista, y referirse a los desórdenes que acompañarían la participación de los nicolaítas en los banquetes paganos (v.20-21).

De la carta dirigida a los de Tiatira se desprende con bastante claridad que los cristianos de esta ciudad tomaban parte, con rek-tiva facilidad, en los banquetes en que se comía carne sacrificada a los ídolos. Lo cual no ha de extrañar si esos banquetes eran los celebrados por los gremios laborales de la industriosa ciudad. Esta costumbre de asistir a los banquetes de los ídolos parece inveterada, pues no quieren arrepentirse de su fornicación.

Por cuyo motivo, Jesucristo amenaza con arrojarla en cama (v.22), en el lecho de la enfermedad86. Es un contraste sarcástico con el lecho del adulterio o con el triclinium de los banquetes sagrados 87. El Señor va a castigarla, juntamente con sus hijos (v.23), es decir, los que siguen su ejemplo, con una muerte desastrosa, como la que sufrió la fenicia Jezabel 88. Este castigo lo permite el Señor con el fin de que se arrepienta de sus obras, pues Dios quiere que todos los hombres se salven y les concede el tiempo y las gracias suficientes para ello. Además, el castigo servirá de ejemplo no sólo a la Iglesia de Tiatira, sino también a otros, a los que pudiera llegar el escándalo. Con esto conocerán todos cuan verdaderas son las palabras del profeta: "Yo soy Yahvé, el que escudriña las entrañas y los corazones, y el que os dará a cada uno según vuestras obras" 89.

A continuación (v.24-25) el Señor contrapone a los que acaba de condenar los demás que se han mantenido fieles a la verdadera doctrina y han conservado pura la tradición apostólica. Estos no han aceptado las profundidades de Satán. La expresión profundidades de Satán parece designar el sistema doctrinal nicolaíta, que nosotros no conocemos. Los adherentes a este sistema enseñaban errores doctrinales, unidos a un cierto libertinaje moral, que les llevaba a separarse de la doctrina recibida de los apóstoles 90. Porque consideraban esta doctrina apostólica como un peso insoportable. Pero San Juan les dice que la única carga que Cristo impone a los fieles es la de conservar la fe en El (v.25), absteniéndose de toda participación en las ceremonias idolátricas, especialmente en los banquetes sagrados. El concilio de Jerusalén también había prohibido comer carne sacrificada a los ídolos, principalmente por lo que esto implicaba de participación en los cultos paganos 91. Los cristianos fieles de Tiatira han de guardar firmemente la doctrina apostólica hasta que venga Cristo. Se refiere el autor sagrado a la manifestación escatológica de Jesucristo como juez del mundo. Entonces, cuando Cristo venga, al que venciere 92 y perseverare hasta el fin en las obras de fe y caridad, a las que ha aludido arriba 93, le dará un premio singular: el dominio sobre las naciones (v.26). La expresión está tomada del salmo 2:9, en el que se dice del Mesías que regirá las naciones con cetro de hierro y las quebrará como vaso de barro. Es la promesa que Dios hace al Mesías futuro de constituirlo soberano de todos los pueblos. De este poder que el Mesías recibe de Yahvé (v.28) participarán en su día los fieles de Cristo, que ahora sufren la opresión de las naciones rebeldes a la fe 94. Cuando los elegidos reinen con Cristo en el cielo participarán de algún modo en su soberanía, porque juntamente con El han logrado vencer al mundo 95. San Juan insiste frecuentemente en el Apocalipsis sobre el dominio absoluto de Cristo victorioso sobre todas las criaturas, y en unión con El gozarán de ese dominio los elegidos 96. Era una manera de consolar a los afligidos cristianos que estaban sometidos a la tiranía imperial, que se esforzaba por arrebatarles su fe 97.

Un segundo premio que se promete a los vencedores es la estrella de la mañana (v.28), es decir, el mismo Cristo, el cual se aplica este título en Ap 22:16. Se trata, pues, de la posesión del mismo Cristo, prometida en otros textos bajo la forma de árbol de vida, de maná, etc. Por eso, las iglesias, en cuanto participan de esta luz, que es Cristo, son representadas por candeleros 98, y sus ángeles son estrellas ." Jesucristo es llamado también estrella de la mañana en 2 Pe 1:19, que la Vulgata traduce por Lucifer.

Este nombre, en los primeros siglos cristianos, era aplicado a Cristo. Sólo a partir de la Edad Media se comenzó a dar a Satanás el título de Lucifer, a causa de la aplicación que se le hizo del texto de Is 14, 12, en donde el rey de Babilonia, símbolo de Satanás, es llamado lucifer o estrella de la mañana 100. Una confirmación de esto la tenemos en el cántico litúrgico Exultet de la vigilia pascual, en el cual Cristo es llamado lucifer matutinus.

Es posible que San Juan nos hable de Cristo como estrella de la mañana, como astro resplandeciente, para oponerlo al culto del sol, que era adorado en Tiatira como un dios.

 

1 Ap 1:13-18. — 2 Ap 21-22. — 3 A. Gelin, o.c — 4 Ap 5:6. — 5 E. B. Allo, o.c. p.29-30. — 6 A propósito de las cartas a las siete iglesias, se pueden consultar las obras siguientes: Hort, The Apocalypse ofSt. John I-III (Londres 1908); W. Ramsay, The Letters to the Seven Churches of Asia, and their Place in the Plan ofthe Apocalypse (Londres 1909); C. H. Parez, The Seven Letters and the Rest ofthe Apocalypse: JTS 12 (1910-1911) 284-286; j. Breuer, Geheim-nis der sieben Sterne. Von Ephesus bis Laodicea: Das Heilige Land in Vergangenheit und Ge-genwart 84 (1952) 57-62; I. Schuster, La Chiesa e le sette chiese apocalittiche: ScuolCat 81 (1953) 217-223; A. George, Un appel a lafidelité. Les lettres aux sept églises d'Asie (Ap 2-3)' Bivichr 15 (1956) 80-86; F. Hoyos, La carta común a las siete iglesias. Iniciación a la parte parenética del Apocalipsis: RevBi 18 (Buenos Aires 1956) 82-90.135-141-198-203; 19 (1957) 18-22; H. Martin, The Seven Letters, Christ's Message to His Church (Londres 1956); J. A. Seiss, Letters to the Seven Churches (Grand Rapids 1956); W. Barclay, Letters to the Seven Churches (Londres 1957); A. S. Macnair, To the Churches with Love. Biblical Studies ofthe Seven Churches (Filadelfia 1960); M. Hubert, L'architecture des lettres aux Sept Églises: RB 67 (1960) 349-353; L. Poirier, Les sept Églises ou le premier septénaire prophétique de Γ Apocalypse (Montréal 1943). — 7 Cf. Act 19:1-20. — 8 Gf. Act 19:10; 20:31. — 9 2 Cor 3:1; 11:3-5. — 10 Didajé 11:8:4. — 11 San Ignacio De Antioquía, Ad Ephes. 7:1 : 19:1· — 12 Cf. 1 Cor 13:1-13. — 13 Cf. G. Spicq, Ágape III (París 1959) p.114-116. — 14 Cf. Ap 2:19; Mt 24:12. Véanse A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII p.óoo; J. Moffat, The Love in the Ν. T. (Londres 1929) p.236. — 15 1 Jn 2:10; 3,14s; cf. Jn 13:35; 2 Jn 5-6. — 16 Cf. C. Spicq, o.c. p. 117-118. — 17 Cf. W. Ramsay, o.c. p.245. — 18 Cf. Act 6:5; San Ireneo, Adv. haer, i,26:3: PG 7:687. — 19 Stromata 2:20:118; 3:4:25: PG 8:10628.11305; cf. San Hipólito, Filosofumena 8:36. — 20 Ap 2:14-15. — 21 Ap 2:20. — 22 Cf. Mt 11:15; 13:9-43; Mc 4:9.23. — 23 Ap2:1. — 24 El término νικών = "vencedor" es eminentemente joánico. Se emplea mucho en el Ap y seis veces en la 1 Jn. — 25 Cf. A P 22:2. — 26 Gen 2:9. — 27 Gén 3:22ss. — 28 Cf. J. Bonsirven, Judaísme palestinien I (París 1934) p.329.333-35.511.518; Strack-Billerbeck, III p.?92; IV 885.933.1121-1125.1130-1165. — 29 Apocalipsis de Moisés 28, etc. — 30 Cf. Gen 3:22.24. — 31 Cf. Henoc etiópico 24:4-6; 25:1-7; Apocalipsis de Moisés 28; Apocalipsis de Pedro v. 15-16. — 32 Gf. Jn 6:4855: "Yo soy el pan de vida." Véase E. B. Allo, o.c. p.33; A. Gelin, o.c. p.6oi. — 33 Tácito, Ármales 4:15. — 34 Act 19:10. — 35 Cf. E. Deschamps, Smyrne, la ville d'Homére: Bulletin de la Société Géographique de Marseille 36 (1912) 151-178; G. Cadoux, Ancient Smyrna (Oxford 193^). — 36 Martirio de San Policarpo 12:2. — 37 Act 13:45; Ap 13:6. Cf. San Ignacio De Antioquía, Ad Smyrn. 1:2. — 38 Gal 6:15; Rom 2:28; 1 Cor 10:18. — 39 Jn i,n; 4:22. — 40 Cf. Le 12:21; 2 Cor 6:10; Sant 2:5; 1 Tim 6:175' — 41 Ap3:17. — 42 Cf. Dan 1:12.14. — 43 Fil 2:8; Heb 12:4. — 44 Gf. 1 Cor 9:24-27; 1 Pe 5:4. — 45 Cf. P. Hoyos, La fidelidad en el combate y el premio (Ap 2:8-11): RevBib 20 (Buenos Aires 1958) 73-77.127-133.190-193- — 45 Gf. Ap 20:6. — 47 E. B. Allo, o.c. p.36. — 48 Cf. K. Humann, Altertümer von Pergamon (Berlín 1885-1923); H. Kahler, Pergamon (Berlín 1949); R. north, Thronus Satanae Pergamenus: VD 28 (1950) 65-76. — 49 Cf. Ap 1:16. — 50 E. B. Allo, o.c. p.s8. — 51 Núm 22:2-24:25. — 52 1 Cor 8-10; Rom 14:2.15; 2 Cor 6:16; cf. Act 15:20.29. — 53 Cf. Os 4:10-14; 5:4; Jer 3:9; Ez 16:20-34. — 54 Ex 16:4. — 55 Ex 16:32-34- — 56 Cf. Strack-Billerbeck, Kommentar zum N. T. aus Talmud una Midrasch III p.?93 ; Apocalipsis siríaco de Baruc 29:8; Orne, sibil. 7:148. — 57 Ap 22:2. — 58 Ap 22:1. — 59 Jn 6:31-32; A. Gelin, o.c. p.6o3. — 60 A. Jankowski, Manna absconditum (Ap 2:17) quonam sensu ad Eucharistiam referatur: Collectanea Theologica 29 (Varsovia 1958) 3-10. — 61 Tob 12:19. Cf. S. bartina, o.c. p.635. — 62 Cf. Talmud in Josué 8. — 63 W. M. Ramsay, The White Stone and the Gladiatorial Tessera: The Expositor 16 (Londres^ 1904-1905) 558-561. — 64 Cf. Ap 3:12; 19:12. En Ap 19:16 se dice que Cristo lleva escrito sobre su manto su nombre, que suena: Rey de reyes, Señor de señores. — 65 Gf. S. Bartina, o.c. — 66 Cf. Act 16:14. — 67 Act 16:14. — 68 Cf. Ap 1:6; 2:273; 3:5-21; 14:1. — 69 Mt 26:63; Jn 19:7. — 70 Ap 1:14. — 71 Cf. Sal 2:9. — 72 S. Bartina, o.c. p.637. — 73 Cf. C. Spicq, Ágape III P.I 18-119. — 74 Cf. 1 Tim 1:14; 2:15; 4:12; 6:11; 2 Tim 1:7.13; 2:22; 3:10; Tit 2:2. — 75 Cf. 1 Tim 6:11; 2 Tim 3:10; Tit 2:2. — 76 Cf. Heb 6:10. Véase C. spicq, o.c. p.ng. — 77 Cf. Act 11:29; Rom 15:25.31; 1 Cor 16:15; 2 Cor 8:4; 9:1; 1 Pe 4:10. — 78 1 Cor 13:7. — 79 El término πλείονα no sσlo significa multiplicidad (Mt 11:20), sino también valor, excelencia (Mt 6:25; 12:41; Me 12:43; Le 12:23; 21:3; Heb 3:3; 11:4). — 80 Ap 2:4. Cf. C. Spicq, o.c. p.ng. — 81 Ap 2:14. — 82 Hay, sin embargo, algunos manuscritos (A,O,46), la versión sir., etc., que añaden el pronombre posesivo σου = tu. Segϊn esto, habría que traducir: "permites a tu mujer Jezabel.." En cuyo caso se referiría a la mujer del obispo de Tiatira, o a la mujer de un falso doctor, o bien designaría la comunidad en sentido figurado. Con todo nos parece que tiene mucha más probabilidad de autenticidad el texto sin el pronombre posesivo, como se puede ver por las ediciones críticas. — 83 1 Re 16:31-33; 19:1-7; 2 Re 9:30-32. — 84 1 Re 21:17-26; 2 Re 9:22.33-3? — 85 Cf. Shurrer Die profetin Isabel in Thiathira.39-57. — 86 LA expresión hebrea "caer en un lecho" ( Ex21:18, Jue 8:3.) — 87 E. B. Allo, o.c. p.43. — 88 Cf. 2 Re 9:33-37- — 89 Jer 17:10; cf. 1 Tes 2:5; Rom 8:27. — 90 La doctrina gnóstica es llamada por algunos escritores antiguos τα βάβη: “las profundidades” (cf. San Ireneo, Adv. haer. 2:22:1.3; San Hipólito, Filosofumena 5:6; Tertuliano, Adv. Valentinum i). — 91 Act 15:28-29. — 92 En las cuatro últimas cartas, como ya dejamos indicado, el profeta invierte el orden de los dos puntos postreros, poniendo primero el premio de los vencedores y luego la amonestación para que escuchen la voz del Espíritu. — 93 Ap 2:19. — 94 Cf. Sab 3:8. — 95 5 Jn 16:33; 1 Jn 5:4-5. — 96 Ap 12:5; 19:15-16. — 97 Cf. M. García Cordero, El libro de los siete sellos ρ.ζζ. — 98 Ap 1:13. — 99 Ap 1:20. — 100 Cf. A. Gelin, o.c. p.604.

 

 

Capítulo 3.

 

Carta a la iglesia de Sardes, 3:1-6.

1 Al ángel de la Iglesia de Sardes escribe: Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas: Conozco tus obras y que tienes nombre de vivo, pero estás muerto. 2 Estáte alerta y consolida lo demás, que está para morir, pues no he hallado perfectas tus obras en la presencia de mi Dios. 3 Por tanto, acuérdate de lo que has recibido y has escuchado, y guárdalo y arrepiéntete. Porque si no velas, vendré como ladrón, y no sabrás la hora en que vendré a ti. 4 Pero tienes en Sardes algunas personas que no han manchado sus vestidos y caminarán conmigo vestidos de blanco, porque son dignos. 5 El que venciere, ése se vestirá de vestiduras blancas, jamás borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles. 6 El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.

 

Sardes, la capital del antiguo reino lidio, estaba situada a unos 50 kilómetros al sudeste de Tiatira. El núcleo principal de la ciudad surgía sobre una alta y escarpada montaña, que hacía de ella una fortaleza inexpugnable. Cuando Ciro el Grande conquistó el imperio de Creso (546 a. C.), rey de Lidia, Sardes no se rindió y sólo por sorpresa pudo ser tomada. De igual estratagema se hubo de servir Antíoco III. El apogeo de la grandeza de Sardes tuvo lugar bajo el reinado de Creso (s.VI a. C.). Sin embargo, la fundación de Pérgamo le quitó grande importancia, aunque todavía en la época romana era residencia de un conventus iuridicus. El año 17 de la era cristiana fue destruida por un temblor de tierra. Pero con la ayuda del emperador Tiberio logró rehacerse. En agradecimiento levantó un templo en honor del emperador y de su madre Livia V Sin embargo, el culto principal de la ciudad era el tributado a la Magna Mater, una divinidad indígena parecida a la Artemis de Efeso, y que se cubría con el manto griego de Demeter, la Ceres de los romanos. La industria principal de la ciudad era la de la lana y la tintorería. Sus habitantes tenían fama de licenciosos e inmorales 2.

La carta a la Iglesia de Sardes es la más severa e imprecatoria de las siete. La iglesia de Sardes había decaído mucho de su fervor primitivo y se encontraba en un estado lamentable. Estaba como muerta. Y el pequeño núcleo de cristianos fieles se hallaba amenazado de indiferencia en la vida espiritual. Por eso, San Juan trata con su severa misiva de excitar a la iglesia a volverse al buen camino.

Jesucristo se presenta aquí como el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas (v.1). El autor sagrado quiere significar con estas expresiones el poder absoluto que Cristo tiene sobre las iglesias y sobre todos los cristianos. En Ap 1:16 ya había empleado la expresión de "las siete estrellas en su diestra." Estas estrellas representan las iglesias a las cuales se dirige San Juan. Y el tenerlas en su mano indica el poder que Jesucristo ejerce sobre los jefes de las iglesias y sobre las iglesias mismas 3. Otro tanto podemos decir de los siete espíritus, que Cristo tiene en su mano como algo de que puede disponer. Estos siete espíritus pueden designar al Espíritu septiforme de que nos habla Is 11:2, o sea al mismo Espíritu Santo4. Aquí los siete espíritus de Dios pertenecen al Hijo, como en Ap 5:6 pertenecen al Cordero, porque Jesús distribuye los diversos dones de este Espíritu, del que depende la vida de todas las iglesias5. Este Espíritu, que en Jn 15:26 se dice proceder del Padre, es también el Espíritu del Hijo, lo que no puede ser sino procediendo de El6. Jesús dice también que irá al Padre y le rogará que envíe a sus discípulos el Espíritu Paráclito. Pero, al mismo tiempo, dice en otra parte que El mismo lo enviará 7. Para algunos autores, los siete espíritus de Dios representarían los siete ángeles que están ante el trono de Dios 8. En cuyo caso, la expresión querría significar que Cristo domina también sobre los espíritus angélicos.

El juicio que el Señor emite sobre la vida religiosa de la Iglesia de Sardes es de lo más triste. Sus obras no son buenas, pues, si bien tiene nombre de vivo 9, en realidad está muerto (v.1). Con lo cual quiere significar que la vida religiosa de la iglesia de Sardes es tan lánguida y tan falta de la caridad de Cristo, que está como muerta. El pecado ha matado en ella la gracia de Jesucristo. Sin embargo, el juicio que el Señor profiere acerca de la vida de esta iglesia no es absolutamente negativo, es decir, no comprende a todos los miembros de la iglesia de Sardes. Muchos de los cristianos de Sardes carecen de la vida divina de la gracia; pero otros — tal vez los menos — todavía la conservan. Por eso exhorta a velar para que no llegue a faltar también la vida en aquellos en los que aún subsiste (v.2). Para estimularla a velar le recuerda el valor de los dones recibidos, que son dones de vida eterna. La exhortación a la vigilancia, sirviéndose de la imagen del ladrón (v.3), es frecuente en los sinópticos 10. El consejo de velar convenía de modo particular a Sardes, a causa de las desastrosas consecuencias que tuvieron para la ciudad dos hechos de su historia. Ciro el Grande logró apoderarse de la ciudad en 546 a. C. mediante un ataque ejecutado por sorpresa, y lo mismo hizo más tarde Antíoco III el Grande (218 a. C.) 11. El recuerdo de estos dos hechos históricos podía servir a los cristianos para meditar en su vida religiosa deficiente, para arrepentirse y volver de nuevo a la vida fervorosa del principio. De lo contrario, el castigo no se haría esperar. El Señor se presentará de improviso, a la manera del ladrón, para castigar a los culpables.

En el v.4 San Juan afirma que en la Iglesia de Sardes, al lado de las almas muertas y de las que gozaban de vida lánguida, había todavía otras de vida perfecta. Estas personas no han manchado sus vestidos, y por eso caminaran con el Señor vestidas de blanco. Los vestidos blancos, que tantas veces aparecen en el Apocalipsis, son símbolo, no sólo de pureza, sino también de victoria, de alegría, de fiesta. En el cielo, los elegidos, los ángeles y hasta el mismo Dios 12 aparecen vestidos de blanco. Esas almas selectas de Sardes, a las que alude el autor sagrado, formarán parte del séquito de Cristo en el cielo. Por otra parte, la mención de vestidos convenía a la perfección a esta ciudad, ya que Sardes era muy renombrada en la antigüedad por sus telas y tejidos.

A los cristianos fieles de Sardes que resulten vencedores en la lucha moral y espiritual contra los enemigos de Dios, Cristo les promete el premio escatológico de la vida eterna (v.5). Este premio es designado bajo una triple forma 13. En primer lugar, los vencedores se vestirán de vestiduras blancas, que representan la victoria final y la gloria de que serán revestidos los elegidos en el cielo 14. Después se les promete que jamás será borrado su nombre del libro de la vida. En el Antiguo Testamento se menciona el libro de la vida, en el cual Dios tenía escritos los nombres de los hijos de Israel15. El estar escrito en dicho libro daba derecho a participar en las bendiciones mesiánicas 16; en cambio, si se era borrado de él, significaba la exclusión del pueblo de Dios y de los tiempos me-siánicos. Posteriormente el concepto de libro de la vida evolucionó en la teología judía, pasando a significar el derecho a participar en las alegrías de la vida futura del cielo 17. En el Nuevo Testamento el libro de la vida designa el libro en donde están registrados los nombres de los elegidos 18. En tercer lugar, el Señor promete al vencedor confesar su nombre delante de su Padre y delante de sus angeles, es decir, le reconocerá como cosa suya en el último juicio 19. Este premio, presentado bajo una triple forma, designa una misma cosa: la vida eterna, que se promete a los vencedores en las luchas contra el mundo, el demonio y la carne.

Y San Juan termina la carta a la Iglesia de Sardes con las palabras el que tenga oídos, que oiga lo que dice el Espíritu (v.6), como para incitar a los fieles a escuchar las amonestaciones de Cristo y llevarlas a la práctica.

 

Carta a la iglesia de Filadelfia, 3:7-13.

7 Al ángel de la Iglesia de Filadelfia escribe: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre. 8 Conozco tus obras; mira que he puesto ante ti una puerta abierta, que nadie puede cerrar, porque teniendo poco poder, guardaste, sin embargo, mi palabra y no negaste mi nombre. 9 He aquí que yo te entregaré algunos de la sinagoga de Satán, de esos que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; yo los obligaré a venir y postrarse a tus pies y a reconocer que te amo. 10 Porque has conservado mi paciencia, yo también te guardaré en la hora de la tentación que está para venir sobre la tierra para probar a los moradores de ella. Vengo pronto. 11 Guarda bien lo que tienes, no sea que otro se lleve tu corona. 12 Al vencedor yo le haré columna en el templo de mi Dios, y no saldrá ya jamás fuera de él, y sobre él escribiré el nombre de Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, de la nueva Jerusalén, la que desciende del cielo de mi Dios, y mi nombre nuevo. 13 El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

 

Filadelfia, ciudad de la Lidia, a 45 kilómetros al sudeste de Sardes, había sido fundada por el rey de Pérgamo Átalo II Filadelfo (159-138 a.C.), que le dio su nombre. La ciudad estaba situada en una región volcánica, como un centro de civilización abierto sobre la Frigia salvaje. El año 17 de nuestra era fue destruida por un temblor de tierra. Con la ayuda liberal del emperador Tiberio pudo ser reconstruida. En señal de agradecimiento cambió su nombre de Filadelfia por el de Neocesarea. Y no contenta con esto, levantó altares en honor del hijo adoptivo del emperador, Germánico, considerado como presunto heredero de Tiberio, que entonces se encontraba en Asia. Como en tantas otras ocasiones, el cambio oficial del nombre no perduró. En la carta a esta Iglesia, San Juan hará alusión a muchos de estos sucesos. En la ciudad vivían bastantes judíos, probablemente por estar situada en una región muy fértil. De los orígenes del cristianismo en esta ciudad nada sabemos, aunque podemos suponer fundadamente que debió de nacer de la predicación de San Pablo en Efeso. La Iglesia de Filadelfia, juntamente con la de Esmirna, es muy alabada por el autor del Apocalipsis. En tiempo de San Ignacio de Antioquía gozaba todavía de gran reputación 20.

La presente carta no contiene ninguna amonestación. Los cristianos, que debían de ser pocos y de baja condición social, se han mantenido fieles a la doctrina cristiana. El autor sagrado se complace en acumular en la carta sobreabundancia de promesas y recompensas.

Los apelativos que se dan en ella a Cristo son dignos de tenerse en cuenta. El primero lo designa como el Santo (v.7), que es aplicado frecuentemente a Yahvé en el Antiguo Testamento, pero que únicamente se encuentra aquí en el Apocalipsis, aplicado a Jesucristo. Sin embargo, en los evangelios se da ya a Jesucristo el apelativo de Santo 21. El segundo epíteto, el Verídico, el Verdadero, que va junto con el apelativo de fiel en Ap 3:14; 19:11, designa la fidelidad de Cristo en el cumplimiento de sus promesas. Antes faltará el cielo y la tierra que Jesucristo falte a sus promesas 22. Cristo es veraz en todo lo que dice y hace; en cambio, los que combaten su doctrina y obra son falsarios. El término verdadero (άλη·8ινόβ) es muy frecuente en la literatura joαnica 23. El Santo, el Verídico, tiene la llave de David, que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre (v.7). Es una metáfora bíblica y rabínica que significa los plenos poderes que Jesucristo tiene en la nueva ciudad de David, en la Jerusalén celeste, es decir, en la Iglesia. Jesucristo puede abrir y cerrar, o sea, tiene plena autoridad para admitir o excluir de la Iglesia. La imagen y las expresiones empleadas por el autor del Apocalipsis están tomadas de Isaías 22:21, en donde el profeta presenta a Eliaquín recibiendo en sus manos el poder y sobre sus espaldas la llave del palacio real.

El Señor conoce las obras de la Iglesia de Filadelfia, y ha puesto ante ella una puerta abierta, que nadie puede cerrar (v.8). La puerta abierta para San Pablo significaba las posibilidades que se abrían al esfuerzo misionero del Apóstol de los Gentiles y de sus colaboradores 25. Aquí se trata de las facilidades que se le han presentado a Filadelfia para el apostolado y la propaganda cristiana a través de toda la Frigia. A pesar de ser una ciudad pequeña y contar con escasos medios, Cristo le garantizó el éxito de sus esfuerzos. Y esa puerta sigue abierta, porque la comunidad cristiana de Filadelfia continúa vigorosa en su fe, y el mismo Cristo la sostiene en sus ímpetus misioneros. Por eso, nadie podra cerrar dicha puerta mientras Jesucristo la mantenga abierta.

San Ignacio de Antioquía 26 atestigua que esta Iglesia era muy floreciente, no obstante los muchos judíos y judaizantes que vivían en dicha ciudad. Entre las conquistas apostólicas de los filadelfios había que contar la conversión de cierto número de judíos, que, abrazando la fe en Cristo, vendrían a postrarse a los pies de la iglesia. Entonces los judíos convertidos reconocerán el amor, la predilección del Señor por la comunidad que los ha acogido en su seno (v.9). Aquí también el amor se manifiesta en los signos externos que la humilde y ejemplar comunidad religiosa de Filadelfia da a los neoconvertidos. El autor sagrado aplica a la Iglesia de Filadelfia las palabras que el mismo Yahvé había dirigido a su pueblo, para justificar su manera de proceder con las demás naciones: "Porque eres a mis ojos de muy gran estima, de gran precio, y te amo, y entrego por ti reinos y pueblos a cambio de tu vida." 27 La conversión de que nos habla el Apocalipsis en este pasaje no alude a la conversión en masa de Israel, predicha por San Pablo 28, sino a la de algunos judíos de Filadelfia.

A continuación (v.10) prosigue el Señor ponderando cómo la iglesia había sabido imitar en medio de las dificultades los ejemplos de paciencia y perseverancia que Jesús nos había dejado y que han de ser para los cristianos verdaderas enseñanzas. Por el hecho de haber sido fiel en la guarda de la palabra de paciencia dada por Cristo, también el Señor la sostendrá en el día de la prueba que vendrá sobre la tierra. Y esto será pronto. Semejante prueba no será sólo de la iglesia, sino de la tierra entera. El profeta debe de referirse a la serie de azotes descritos en los capítulos 8-9 y 16; o bien a algún terremoto, como los que habían asolado la región en tiempos pasados. Termina la exhortación estimulando a la Iglesia de Filadelfia a guardar los bienes que posee, es decir, a perseverar en la conducta hasta ahora observada, a fin de no perder la corona que tiene merecida (v.11). Esta será su victoria y su gloria. Cada iglesia ha de aferrarse tenazmente a la doctrina recibida de los apóstoles, así nadie les arrebatará su herencia espiritual. Con esto no quiere decir el profeta que otra comunidad podrá arrebatar la corona de Filadelfia, sino que se refiere simplemente a la posibilidad de perder lo que se tiene. .

El premio prometido al vencedor de la prueba es hacerlo columna en el templo de Dios (v.1a). La imagen de la columna simboliza el puesto honorífico que tendrá el vencedor en la Iglesia, y al mismo tiempo significa su estabilidad 29. En Gálatas 2:9, San Pablo se vale de la misma expresión para significar el lugar importante que ocupaban en la Iglesia los apóstoles Santiago, Cefas y Juan.

En otras epístolas también emplea la imagen de los cristianos, que son edificados para formar el templo de Dios 30. La promesa de estabilidad era muy oportuna para la Iglesia de Filadelfia, cuya ciudad fue destruida por un terremoto en el año 17 d.C. El cristiano que permanezca fiel hasta el fin se convertirá en una columna firme e inconmovible en el templo celeste. Por eso dice que no saldrá ya jamás fuera de él. Sobre la columna se escribirá el nombre de Dios y el de la nueva Jerusalén y el nombre nuevo de Cristo. La acción de escribir estos nombres sobre el fiel vencedor significa que éste pertenece a Dios y a Jesucristo y que es ciudadano de la Jerusalén celeste. Filadelfia había cambiado de nombre en tiempo de Tiberio, dándosele el nombre nuevo de Neocesarea en honor del emperador. Esto tal vez haya sugerido a San Juan la expresión de nombre nuevo de Cristo. También en el templo de Jerusalén había dos columnas, cada una de las cuales tenía escrito un nombre: Yakín. "Yahvé da estabilidad," y Boaz, "Yahvé da fuerza." 31 En otros lugares del Apocalipsis 32 se habla de una señal puesta sobre la frente de los elegidos para indicar que pertenecen a Dios. Lo que se promete a los vencedores es en realidad, tanto aquí como en las cartas precedentes, la vida eterna.

 

Carta a la iglesia de Laodicea, 3:14-22.

14 Al ángel de la Iglesia de Laodicea escribe: Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios. 15 Conozco tus obras y que no eres ni frío ni caliente" 16 Ojalá fueras frío o caliente, mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca. 17 Porque dices: Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad, y no sabes que eres un desdichado, un miserable, un indigente, un ciego y un desnudo; 18 te aconsejo que compres de mi oro acrisolado por el fuego, para que te enriquezcas, y vestiduras blancas para que te vistas, y no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos a fin de que veas. 19 Yo reprendo y corrijo a cuantos amo: ten, pues, celo y arrepiéntete. 20 Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo. 21 Al que venciere le haré sentarse conmigo en mi trono, así como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. 22 El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

 

Laodicea de Frigia estaba situada a unos 65 kilómetros al sudeste de Filadelfia, en el valle del río Lico. Fue fundada en el siglo ni a.C. por Antíoco II (261-246), con el fin de que fuese una ciudadela del helenismo en los confines de la Frigia. Y le impuso el nombre de su mujer Laodicea. En sus cercanías brotaban abundantes aguas termales. Era un centro industrial y comercial muy activo. Su industria se distinguía sobre todo por la fabricación de un tejido especial de lana negra. También era importante su escuela de oculistas, en la que sobresalieron Zeuxis y Alejandro Filetes. En ella se preparaba un colirio, hecho de una piedra frigia pulverizada, el cual se exportaba a todo el Imperio romano. Por eso, la ciudad estaba llena de bancas y de casas de comercio. Esto mismo atraía a muchos judíos a la ciudad, como atestigua Josefo Flavio 33. Laodicea sufría también de los terremotos, que la destruyeron en gran parte el año 61 d.C. Sin embargo, orgullosa y confiada en sus recursos, no quiso aceptar la ayuda que le ofreció Roma. Y por sus propios medios logró levantarse pronto de sus ruinas 34. Es la autosuficiencia de Laodicea aflora también en la carta que vamos a examinar, pues, como la precedente, está llena de alusiones a los hechos que acabamos de narrar 35. Jesucristo se muestra severo con los tibios que se enorgullecen de su autosuficiencia. El oro de sus bancos es delante de Dios como moneda falsa. En lugar de sus lanas negras, haría mejor en adquirir los vestidos blancos de la pureza y del triunfo. Su famoso colirio no podrá curar sus ojos ciegos por las riquezas 36. Estas alusiones tan claras a las circunstancias locales hacen de esta carta la más pintoresca de las siete. Es también una de las más amplias, y tal vez la más hermosa por el vigor y la ternura. No conocemos los orígenes de la iglesia de Laodicea, que debió de ser fundada por los discípulos de San Pablo, como nos lo indican las relaciones que el Apóstol de las Gentes mantenía con esta iglesia 37.

Son varios los títulos que se dan a Cristo al comienzo de la carta: el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios (v.14). La extraña designación de Cristo como el amén 38, es decir, el fiel, el inmutable, contrasta con la triste condición de Laodicea. Convenía afirmar, al principio de la carta, la veracidad absoluta e inmutable de Jesucristo, fiel en sus promesas y en sus obras, antes de hablar de Laodicea, la ciudad de los compromisos. El texto parece inspirarse en Is 65:16, en donde ya aparece Amén como nombre divino. Otro de los apelativos dados a Cristo es el ser el principio de la creación de Dios (v.14). Este título de Cristo significa que Jesús sea considerado como la primera de las criaturas de Dios, como lo interpretaban los arríanos, sino que designa el principio causal de la creación. La idea responde a lo que dice el mismo San Juan en el prólogo de su evangelio: "Todas las cosas fueron hechas por El" 39. Y es semejante a la expresada ya por el Apocalipsis: "Yo soy el primero y el último."40 Jesucristo es el principio, junto con el Padre y el Espíritu Santo, de toda la creación. "El es — como dice San Pablo a los Colosenses — la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en El fueron creadas todas las cosas.; todo fue creado por El y para EL.; El es el principio" el primogénito de los muertos, para que tenga la primacía sobre todas las cosas."41 La doctrina de San Pablo sobre Cristo primogénito de toda la creación debe de tener especial relación con la del Apocalipsis. Lo cual se explica bien si tenemos presente que Colosas estaba cerca de Laodicea, y debía de encontrarse en circunstancias bastante parecidas. Además, San Pablo manda expresamente que su carta a los Colosenses sea también leída a los de Laodicea42.

A la Iglesia de Laodicea, Cristo reprocha el haber decaído de su fervor, dejándose llevar de la pereza y del tedio por las cosas religiosas. Cosa bien explicable en una ciudad dominada, por el afán del negocio y del lucro temporal. Las preocupaciones por las cosas terrenas han sumido a los cristianos en un estado de indiferencia espiritual. Se han vuelto tibios43, como las aguas termales que corrían por sus términos. Este estado espiritual es el peor, porque en él no se sienten los remordimientos de conciencia. Hubiera sido mucho mejor que fuera fría o caliente, porque así el Señor no sentiría vómitos de ella y no la vomitaría de su boca (v.16). Las aguas termales, al perder su alta temperatura y volverse tibias, no se pueden beber por los vómitos que producen. La tibieza de la Iglesia de Laodicea era causada por su orgullo y por la conciencia de su autosuficiencia, que le hacía creerse rica y que de nada tenía necesidad. El bienestar material de los laodicenses no les sirve sino para hacerse ilusión sobre su pobreza espiritual. Jesucristo les quiere hacer ver la realidad por medio de una serie de epítetos de gran vigor. La ciudad que se creía rica y autosuficiente, es llamada desdichada, miserable, indigente; la metrópoli del colirio es tachada de ciega, y la que traficaba con ricas lanas y tejidos se encuentra desnuda (v.17). Todos estos epítetos debían de sonar extrañamente en la ciudad del negocio y de la opulencia. Ella corría infatuada tras el dinero y las riquezas, sin darse cuenta de la extrema indigencia espiritual en que se encontraba. Para el cristiano, la tibieza espiritual, la falta de ánimo y de arranque para progresar en la vida espiritual, constituyen un grave mal, que los autores espirituales han denunciado con frecuencia apoyándose en este pasaje.

Cristo mismo índica los remedios que se han de aplicar a la Iglesia de Laodicea para que pueda salir del mal estado en que se encuentra (v,18). Puesto que se encuentran en la indigencia y, por otra parte, son buenos comerciantes, les aconseja que compren de su oro acrisolado por el fuego, para que se enriquezcan. Es decir, han de acudir al que es rico y fuente de toda riqueza, a Jesucristo, el cual les dará un don espiritual que los enriquecerá sobre toda ponderación. Este don debe de ser la fe y la gracia santificante. En 1 Pe 1:7 la imagen del crisol es aplicada a la fe, lo cual es probable que suceda también en nuestro pasaje. Los laodicenses han de comprar también vestiduras blancas, en lugar de negociar con sus lanas negras, para cubrir su desnudez espiritual. Las vestiduras blancas son símbolo de la gracia y de las virtudes del verdadero cristiano, que vienen como a cubrir la miseria de nuestra naturaleza corrompida. Y, finalmente, han de conseguir un colirio espiritual, que les curará de su ceguera, confiriéndoles, al mismo tiempo, el don de la penetración en su vida espiritual íntima. Es un don muy grande de Dios el darse cuenta del mal estado en que se está, para así poder entrar dentro de sí y volverse al Señor44.

Jesucristo reprende a la Iglesia de Laodicea guiado por el amor que siente por ella (v.1q). De modo semejante decía el autor de los Proverbios: "Al que Yahvé ama le corrige, y aflige al hijo que le es más caro"45. Dios siempre se ha servido en la historia de las pruebas y castigos para purificar a los que amaba. La pedagogía del sufrimiento tiene mucha importancia en el Antiguo Testamento, especialmente en los libros sapienciales46. Las pruebas son también venidas de Cristo al alma fiel. Jesucristo, que reina como Dios omnipotente sobre toda la creación, se presenta como humilde peregrino a las puertas de los cristianos, pidiendo hospitalidad y solicitando suplicante le abran47 para celebrar con ellos la cena de la amistad (v.20) 48. La cena con Cristo es símbolo de los dones mesiánicos que el Señor está dispuesto a dar, ya desde este mundo, a los que realmente le aman. La imagen de la cena o del banquete 49 representa frecuentemente en la Sagrada Escritura la bienaventuranza de la vida futura, la gloria. Sin embargo, aquí, en nuestro pasaje, no se trata del banquete de la gloria, sino de la entrada secreta en el corazón del fiel, seguida de las alegrías de la gracia y de la recepción de la Eucaristía 50.

Los ν. 19-20 se pueden contar entre los mαs conmovedores y tiernos del Nuevo Testamento. San Juan no olvida nunca, incluso en los momentos en que tiene que corregir más severamente, que Dios es amor 51.

El premio prometido a los vencedores es el reino de los cielos. La promesa, por tanto, se hace aquí escatológica 52. Cristo, sentado a la diestra de Dios Padre, participa plenamente de su soberanía. Los fieles, que hayan vencido, también reinarán con Cristo y participarán del poder real que posee Jesucristo. El Señor prometió a los apóstoles que se sentarían sobre doce tronos para juzgar a Israel 53. Pero esta gracia no es exclusiva de los apóstoles, sino de todos los que imiten su ejemplo 54. Lo mismo se puede decir del sentarse con Cristo en el trono de la gloria, o sea del reinar con él en el cielo. Son todas imágenes diversas para expresar una realidad inefable, la vida eterna.

San Juan nos presenta, en esta primera parte del Apocalipsis, a Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, resucitado y glorioso, juez de vivos y muertos y cabeza de las iglesias. Cuanto dice de cada una de estas iglesias puede ser aplicable a otras que se hallen en las mismas circunstancias. Porque la palabra del Señor está por encima de los lugares y de los tiempos. Dignas de especial atención son las promesas de vida eterna con que trata de alentar a las iglesias y a los fieles en los momentos de prueba. Tal es el pensamiento dominante del Apocalipsis y el más conveniente en aquellas circunstancias. Todo cuanto aquí se dice de las iglesias conviene mejor a los fieles. La vida de la gracia está dirigida, y la organización de las iglesias se ordena precisamente a fomentar y a conservar la vida divina de los fieles, para que puedan conseguir la vida eterna en el cielo.

 

 

Segunda parte: Las visiones proféticas sobre el futuro, 4:1-22:5.

Esta segunda parte del Apocalipsis anuncia las cosas que han de suceder después de esto l, y abarca casi todo el cuerpo del libro. La idea central de esta segunda parte es el misterio del reino de Dios, que se manifestará al toque de la séptima trompeta 2. Cuando comienza a realizarse este misterio, el diablo prepara una gran persecución, que terminará con el juicio de los perseguidores (c.18-19) y la venida del reinado de mil años (20:1-6). Acabado el período de mil años, el diablo vuelve de nuevo a hacer la guerra a los santos. Pero es vencido por Cristo, y entonces tiene lugar el juicio final y las bodas del Cordero (20:7-22:5). Los capítulos 4-11 pueden considerarse como una especie de introducción a la gran profecía de toda la segunda parte, que comienza propiamente en el capítulo 12. El profeta nos presenta primeramente, en los capítulos 4-5, el escenario, o sea la corte del cielo, desde donde Dios Padre y el Cordero redentor dominan todos los sucesos de la historia que va a narrar. Después viene la apertura de los siete sellos por el Cordero (c.6-7), que prepara las escenas de las siete trompetas (c.8-11), las cuales dan principio a la realización del misterio de Dios.

 

 

Visiones Introductorias a la Parte Profética, c. 4-5.

San Juan, antes de comenzar a hablar de las cosas futuras, tiene una visión, en la cual ve el cielo. Y en el cielo ve un trono sobre el cual estaba sentado el Señor omnipotente rodeado de toda su corte celeste (4:1-11). Después ve también en el mismo cielo al Cordero redentor, que toma en su mano la guía de la historia, que va a ser revelada a Juan (5:1-14). Las descripciones de San Juan están inspiradas en otras descripciones, bastante parecidas, que se encuentran en muchos apócrifos. Sin embargo, San Juan ha transformado lo que él copiaba: ha simplificado y ha dado mayor firmeza a las descripciones apocalípticas, dándoles una majestad y un sentido religioso que no poseían 3.

 

1 Tácito, Arma/es 2:47; 4:55. — 2 Herodoto, 1:55; Esquilo, Los persas 45. Cf. H. Butler, Sardis (Princeton 1922-1930); G. Hanfmann, Sardis: Illustrated London News 234 Ü959) 924; Basor 154 (1959) 5-35- — 3 Ap 1:20. — 4 Cf. Ap 1:4. — 5 Act 2:33; Jn 16:14; E- B. Allo, o.c. p.47. — 6 Jn 16:7.143. — 7 Jn 14:16.26. — 8 Tob 12:15. — 9 Algunos autores creen que se da aquí un juego de palabras: tiene nombre de vivo (ότι ζρ5), que pudiera hacer referencia al nombre del obispo, llamado tal vez Zósimo, "el que vive." Cf. S. Bartina, o.c. p.643. — 10 Mt 24:42-51; 25:13; Mc 13:35; Le 12:39ss; cf. 1 Tes 5:2; 2 Pe 3:10. — 11 Cf. E. B. Allo, o.c. p.47. — 12 Ap 19:14; 15:6; 1:12-17. — 13 Cf. 1 Jn 2:133; 5:4s. — 14 Ap 7:9.135. — 15 Ex 32:32-33; Sal 69:29. — 16 Cf. Is 4:3. — 17 Dan 12:1. Cf. J. Bonsirven, Le Judaísme palestinien I p.iSgss. — 18 Cf. Mt 10:32; Lc 10:20; Fil 4:3; Ap 20:11-15; 21:27. — 19 Cf. Lc 9:26. — 20 San Ignacio De Ant., Ad Phil. 3:5:10. Véanse W. Ramsay, Histórica! Geography of Asia Minor (Londres 1890) p.121; V. Tshrerikower, Die hellenistischen Stddtengründungen von Alexander der Gross bis auf die Romerzeit (Lipsias 1927) p.17955; Dictionnairede la Bible de Vigouroux, art. Philadelphia 5:261. — 21 Gf. Mc 1:24; Lc 1:35; 4:34; Jn 6:69; Act3:14 — 22 Mt 24:35. — 23 Cf. Jn 1:9; 4:23; 7:28; 15:1; 17:3; 1 Jn 2:8; 5:20; Ap 3:14; 6:10; 16:7; 19:2.9.11; 21,5s. — 24 Mt 16:19. — 24 Mt 16:19. — 25 1 Cor 16:9; 2 Cor 2:12; Col 4:3. — 26 AdPhilad.3,i. — 27 Is 43:4. Cf. C. spicq, Ágape III p.iao. — 28 Rom 11:25-27. — 29 Cf. Ap 21:22. — 30 Gf. Ef2:21. — 31 Gf. i Re 7:15-21; 2 Crón 3:15-17. — 32 7:3; 14:1; 22:4. — 33 Ant. lud. 14:10:20. — 34 Cf. Tácito, Ármales 14:29. — 35 Cf. W. M. Ramsay, The Cities and Bishoprics ofPhrygia (Oxford 1895) I 1-83.34235; II 512ss.542ss.785ss; E. Beurlier, Laodicée, en Dict. de la Bible 4:86. — 36 E. B. Allo, o.c. p.57. — 37 Col 2:1; 4:13-16; cf. Act 19:10. — 38 El 'Amen hebreo vale tanto como firme, fiel, que inspira confianza. — 39 Jn 1:3 — 40 Ap 1:18. — 41 Col 1:15.16.18. — 42 Col 4:16. — 43 A propósito de la tibieza de los laodicenses se pueden consultar J. Alonso, El sentido de tibieza en la recriminación de la iglesia de Laodicea: Miscelánea Comillas 19 (1953) 121-130; El estado de tibieza espiritual en relación con el mensaje del Señor a Laodicea (Comillas 1955) 94; J. B. Bauer, Salvator nihil médium amat (Ap 3:15; Mt 25:29; Heb 4:12): VD 34 (1956) 352-355- — 44 Cf. Col 1:27; 2:3. De los polvos frigios empleados como colino nos hablan varios autores antiguos: Horacio, Satir. 1:5.30; Juvenal, 6.579; Celso, 6.7; 7:74. — 45 Prov 3:12. — 46 Cf. Prov 13:24; Job 5:17; véase 1 Cor 11:32; Heb 12:6ss. — 47 Cf. Cant 5:2. — 48 Cf. Le 24:13-35. — 49 Cf. Le 14:15; Is 25:6. — 50 E. B. Allo, o.c. p.s6. — 51 1 Jn 41:16. — 52 Ap 20:4. — 53 Jn 5:27 — 54 Mt 19:28.

 

 

Capítulo 4.

 

El Dios omnipotente y su corte, 4:1-11.

1 Después de estas cosas tuve una visión, y vi una puerta abierta en el cielo, y la voz, aquella primera que había oído como de trompeta, me hablaba y decía: Sube acá y te mostraré las cosas que han de acaecer después de éstas* 2 Al instante fui arrebatado en espíritu y vi un trono colocado en medio del cielo, y sobre el trono, uno sentado. 3 El que estaba sentado parecía semejante a la piedra de jaspe y a la sardónica, y el arco iris que rodeaba el trono parecía semejante a una esmeralda.4 Alrededor del trono vi otros veinticuatro tronos, y sobre los tronos estaban sentados veinticuatro ancianos, vestidos de vestiduras blancas y con coronas de oro sobre sus cabezas. 5 Salían del trono relámpagos, y voces, y truenos, y siete lámparas de fuego ardían delante del trono, que eran los siete espíritus de Dios. 6 Delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal, y en medio del trono y en rededor de él, cuatro vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás. 7 El primer viviente era semejante a un león, el segundo viviente, semejante a un toro, el tercero tenía semblante como de hombre y el cuarto era semejante a un águila voladora. 8 Los cuatro vivientes tenían cada uno de ellos seis alas, y todos en torno y dentro estaban llenos de ojos, y no se daban reposo día y noche, diciendo: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el que es y el que viene. 9 Siempre que los vivientes daban gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos, 10 los veinticuatro ancianos caían delante del que está sentado en el trono, y se postraban ante el que vive por los siglos de los siglos, y arrojaban sus coronas delante del trono, diciendo: 11 Digno eres, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existen y fueron creadas.

 

San Juan es transportado en espíritu al cielo4, en donde permanecerá hasta el capítulo 10. Allí contemplará las cosas celestiales y el anuncio de los sucesos futuros que tendrían lugar sobre la tierra. El cielo es considerado — siguiendo la concepción de los antiguos babilonios — como una bóveda sólida, en la cual se abren puertas de acceso 5. Por una de ellas entra San Juan en el cielo, en donde Dios habita con su corte celestial. Pero antes de entrar oye una voz, que era la misma que había oído antes 6. Era la voz de Cristo revelador que aquí va a hacer de guía de Juan. Hasta ahora Jesucristo le ha mostrado cosas que son 7; mas en adelante le va a mostrar las cosas que han de acaecer en el futuro (v.1). Estas serán de grande importancia para la Iglesia y para el mundo. Por eso, el vidente de Patmos ha de poner la mayor atención posible a lo que viere y oyere. Esta es una especie de introducción muy propia de los escritos apocalípticos judíos.

Al entrar en el cielo, lo primero que ve Juan es un trono, y a uno que esta sentado en ese trono (v.2), rodeado de sus asistentes. La descripción que nos ofrece San Juan de la corte de Dios está inspirada en las visiones de los profetas Isaías, Ezequiel y Daniel, y tiene también puntos de contacto con las descripciones de la apocalíptica judía. Pero es más original que ésta. Es, además, relativamente sobria y llena de grandeza y de significación. Dios aparece como el Señor del universo y de los siglos. En el cielo, desde donde son dirigidos todos los sucesos del universo, Juan verá cómo el Señor Dios omnipotente confiere al Cordero el poder de su reino 8. Sin embargo, San Juan evita el nombrar y el describir en forma humana a aquel que está sentado sobre el trono, el cual habita en una luz inaccesible, y al que nadie ha visto ni puede ver 9. El autor sagrado tiene conciencia de ver solamente figuras de realidades invisibles. Por eso evita, más todavía que Ezequiel — en el que se inspira especialmente nuestro autor —, toda descripción antropomórfica de la divinidad. De ahí que no diga como Ezequiel: sobre el trono había "una figura semejante a un hombre que se erguía sobre él; y lo que de él aparecía, de cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía"10. San Juan, para indicar misteriosamente la divina presencia, recurre al resplandor de piedras preciosas y del arco iris (v.3). También el profeta Ezequiel representa el trono de Dios rodeado de un resplandor como el del arco iris n. Probablemente el jaspe sería translúcido, como un cristal; la sardónica debía de ser de color rojizo muy intenso y, finalmente, el arco iris aparecía con color esmeralda en sus diversos matices. Los autores bíblicos imaginaban la Divinidad rodeada por un halo de luz verde que la cubría como si fuera un manto 12. San Juan muestra un gusto especial por los colores vivos 13; manifestándose, al mismo tiempo, como un maravilloso colorista.

Los reyes de la tierra solían tener un consejo de ancianos 14 que les asistían en el gobierno del reino. Pues bien, al rey del cielo y de la tierra no le podía faltar este elemento de ornato — aunque en realidad como Dios sapientísimo no necesite de su consejo — para dar realce a la majestad de su corte. Los veinticuatro ancianos del v.4 forman como un senado de honor que rodea el trono de Dios. Se discute entre los autores quiénes sean estos ancianos. Para unos serían hombres glorificados o santos del Antiguo Testamento 15. Para otros habría que identificarlos con los doce patriarcas y los doce apóstoles, que simbolizarían al Antiguo y Nuevo Testamento. Otros ven en el número veinticuatro un número simbólico, que estaría inspirado en las veinticuatro clases sacerdotales que servían en el templo. Sin embargo, teniendo en cuenta que en esta primera parte de la visión Dios se presenta simplemente como Creador (cf. v.6-8.n), creemos más conforme con el contexto ver en los veinticuatro ancianos angeles a quienes Dios ha confiado el gobierno de los tiempos. "Son — dice el P. Alio — como ángeles custodios universales."16 Están sentados en sus tronos, vestidos de blanco y con una corona de oro sobre sus cabezas. Todo esto simboliza su poder y su gran dignidad. Las vestiduras blancas significan el triunfo y la pureza. Las coronas simbolizan su autoridad y la parte que toman en el gobierno del mundo. Y son ancianos por su gobierno secular. Pero no sólo reinan, sino que también ejercen oficios sacerdotales en la liturgia celeste 17. "Están — como dice el P. Alio — a la cabeza de la iglesia celeste, y por eso representan idealmente a la humanidad rescatada, cuyas oraciones ellos ofrecen a Dios 18. Se los verá asociarse sin cesar a los sucesos de la tierra y al progreso del reino de Dios" 19. También pudiera suceder que San Juan los llamara ancianos, πρεσβύτεροι, por este motivo. El nϊmero de veinticuatro corresponde a las doce horas del día, sumadas a las doce de la noche. En las ruinas de algunas sinagogas antiguas se han encontrado representaciones del tiempo, bajo el símbolo de los doce signos del Zodíaco, de los doce meses y de las cuatro estaciones del año. Por donde se ve que la idea de que el tiempo toma también parte en la glorificación del Rey de los siglos no era extraña al pensamiento judío 20. Hay también algunos autores que ven en este número una alusión a las veinticuatro divinidades estelares de la astronomía babilónica.

No sólo los veinticuatro ancianos dan realce a la majestad de Dios, sino que también la naturaleza contribuía a esto con truenos y relámpagos (v.5), como en la teofanía del Sinaí 21. Los truenos y relámpagos son la imagen tradicional de la voz y de la acción ad extra de Dios, sobre todo en las teofanías. Simbolizan, al mismo tiempo, el poder terrible que Dios tiene, y que manifestará castigando a los transgresores de su ley y a sus enemigos. Las siete lámparas de fuego., que eran los siete espíritus de Dios (v.5), creemos que son expresiones para designar al Espíritu Santo. De este modo, San Juan contemplaría a la Trinidad beatísima: junto al Padre, sentado sobre el trono, estarían Jesucristo, el Cordero y el Espíritu Santo. Este, que es único, se presenta como múltiple por la abundancia de sus dones. Las siete lámparas y los siete espíritus simbolizan los siete dones del Espíritu Santo, que comunica a los hombres y por medio de ellos se da a conocer 22. La imagen empleada por San Juan procede del candelabro de siete brazos 23, que ardía noche y día en el templo de Jerusalén, y que el profeta Zacarías recuerda en una de sus visiones 24. También puede tener relación con el oráculo de Isaías referente al Espíritu septiforme que había de reposar sobre el Mesías 25.

Delante del trono ve el profeta como un mar de vidrio semejante al cristal (v.6). Es evidentemente el firmamento tal como se lo imaginaban los hebreos 26, y particularmente la literatura apocalíptica. Según las ideas cosmológicas de los antiguos, sobre el firmamento sólido estaban las aguas superiores o el océano celeste del Testamento de Leví 27. Pues bien, este mar sobre el firmamento forma como el alfombrado del templo celeste sobre el cual reposa el trono de Dios. Y este asombroso alfombrado del cielo era como de vidrio, material muy estimado en la antigüedad. También el profeta Ezequiel concibe el piso del cielo como si fuera de cristal, y sobre él está colocado el trono de Dios 28. San Juan ve, además, en medio del trono y en rededor de él cuatro vivientes. La posición de estos seres vivientes no resulta fácil de explicar. Sin embargo, creemos que la mejor explicación — en analogía con la visión de Ezequiel 29, de la que evidentemente depende — es la que coloca cada uno de los cuatro vivientes al pie de cada una de las cuatro caras del trono, mirando hacia los cuatro puntos cardinales. Para el profeta que mira el trono desde la parte delantera, uno de los vivientes está en medio y los otros en rededor. La descripción de los cuatro vivientes es parecida a la de Ezequiel 30, aunque más sencilla y con algunos puntos de contacto con Isaías 31. En lugar de los cuatro aspectos (panim) de los Kerub de Ezequiel, aquí cada animal sólo tiene uno. Estos cuatro vivientes del Apocalipsis están tomados sin duda de Ezequiel 1:10, y representan los cuatro reyes del reino animal: el león, rey de las fieras; el toro, rey de los ganados; el águila, rey de las aves, y el hombre, rey de la creación. La figura bajo la cual se presentan sugiere que representan lo que hay de más noble, de más fuerte, de más sabio y de más rápido en el conjunto de la creación.

La tradición cristiana se ha servido de estos cuatro vivientes, que sostienen y transportan el trono de Dios para simbolizar a los cuatro evangelistas, que forman la cuadriga de Jesucristo. San Mateo es designado por el hombre, por empezar su evangelio con la genealogía humana de Cristo. San Marcos es representado por el león, ya que empieza su evangelio con aquella frase: "Voz de quien grita en el desierto" 32; y en el desierto es el león el que ruge. San Lucas es simbolizado por el toro, porque su evangelio empieza con la historia del sacerdote Zacarías 33. Y el sacerdote del Antiguo Testamento era el que sacrificaba los toros para los sacrificios del templo de Jerusalén. Y, finalmente, San Juan es significado por el águila. La razón de esto está en que desde el prólogo de su evangelio se remonta con vuelo de águila hasta las alturas de la misma Divinidad 34.

Los cuatro vivientes estaban llenos de ojos por delante y por detrás. Ezequiel, en cambio, pone los ojos sobre las ruedas del carro de Dios 35. Los ojos son para ver, luego estos vivientes deben de tener algún oficio en el gobierno del mundo. Por otra parte, el número cuatro responde a las cuatro partes del mundo, como sucede frecuentemente en el Apocalipsis 36. Además, todo el contexto nos inclina a creer que los cuatro vivientes son seres de los cuales Dios se sirve para el gobierno de la creación y que le dan gloria en nombre de ella. Según el libro apócrifo de las Parábolas de Henoc 37, está encomendado a tres clases de ángeles el guardar el trono de la gloria del Señor, sin dormir jamás: los Serafim, los Kerubim y los Ofanim 38. Los Ofanim 39 tenían innumerables ojos para indicar que eran los ministros de Dios en el gobierno del mundo y que debían atender a todo lo que sucedía en las diversas partes del orbe40. Al mismo tiempo, los Serafim, los Kerubim y los Ofanim eran los encargados de cantar el Trisagion: "Santo, santo, santo es el Señor de los Espíritus. El llena la tierra con espíritus"41. Los vivientes de San Juan reúnen las características de estas tres clases de ángeles: tienen las seis alas de los Serafim42, los numerosos ojos de los Ofanim43, y están debajo del trono de Dios como los Kerubim de Ezequiel.

Según una interpretación propuesta ya por San Ireneo y Andrés de Cesárea, estos vivientes serían los cuatro ángeles que están al frente del gobierno del mundo material. Su número corresponde al número simbólico del cosmos, pues "existen cuatro regiones del mundo en que estamos," como se expresa San Ireneo44. Sus ojos simbolizan la ciencia universal y la providencia divina. Y dan gloria a Dios sin cesar por su obra creadora45. También San Ireneo ve simbolizados en estos cuatro animales a los cuatro evangelistas, como ya dejamos explicado.

Los cuatro vivientes tenían seis alas (v.8), como los serafines de Isaías 46. No sabemos por qué tienen seis alas y no cuatro — los cuatro vientos —, que eran las que tenían los querubines de Ezequiel47. Y al abrir las alas aparecían sus cuerpos llenos de ojos todo en derredor. De igual modo que los serafines de Isaías, no cesan ni de día ni de noche de ensalzar la santidad del Señor Dios todopoderoso. La triple aclamación — el trisagio48 — a la santidad divina quiere poner de relieve la trascendencia divina, separada de todo lo contaminado y de toda maldad. La triple repetición de Santo es una manera de expresar el superlativo, muy propia de la lengua hebrea. Santo, santo, santo equivale, por lo tanto, a santísimo o supersantísimo. Los misteriosos vivientes aclaman, pues, la santidad de Dios y, al mismo tiempo, su omnipotencia y eternidad. Por eso no cesaban de repetir: Sanio, santo, santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el que es y el que viene (v.8). Tenemos aquí una magnífica alabanza a la divinidad, a la omnipotencia y a la eternidad de Dios 49. Esta hermosa doxología se inspira en Isaías 6:3, y corresponde al Sanctus que nosotros cantamos en la misa. La liturgia de la Iglesia es, en efecto, una participación terrestre de la liturgia celeste.

Siempre que los cuatro vivientes daban gloria, honor y acción de gracias. al que vive por los siglos de los siglos (v.9), los veinticuatro ancianos se asociaban a esta liturgia celestial postrándose de rodillas e inclinándose hasta tocar la tierra, según la costumbre oriental 50. Tomando luego sus coronas, que simbolizan el poder de gobernar el mundo, las arrojaban delante del trono de Dios (v.10). El deponer sus coronas es un signo de sumisión y vasallaje, que estaba de uso en la antigüedad. Del rey de Armenia Tiritadas se narra que arrojó también su corona delante de la estatua de Nerón 51. A estos signos de respeto y adoración añaden los ancianos su propio himno litúrgico: Digno eres, Señor., de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existen y fueron creadas (v.11). Esta doxología desarrolla el tema de la gloria de Dios en las obras de la creación. En el protocolo áulico de aquella época y en el culto imperial también se deseaba al emperador la gloria, el honor y el poder 52. Sin embargo, San Juan probablemente se inspira en la piedad y en la literatura judía, que solían emplear estos términos principalmente en las oraciones litúrgicas de las sinagogas. Dios es digno de que le alabemos, porque posee todas las perfecciones posibles y su bondad se extiende al universo entero. Ha creado todas las cosas y por su voluntad existen, de ahí que sea justo que le den gloria y honor y reconozcan su dominio soberano sobre toda la creación.

En resumen, los ángeles del cielo, en quienes debe estar representada la creación entera, aclaman al Dios creador y conservador de todas las cosas 53.

 

1 Ap 1:19. — 2 Ap 11:15; cf. 10:7. — 3 Cf. L. Mowry, Revelation IV-V and Early Christian Liturgical Usage: LBTh 71 (1952) 75-84; A. Ruó, Gottesbild una Gottesverehrung in Ap 4 und 5:6-14: BiLi 24 (1956) 326-331; J. Giblet, De visione Templi caelestis in Ap 4: Collectanea Mechlinensia 43 (1958) 593-597 — 4 Cf. 2 Cor 12:2SS. — 5 Cf. Job 37:18. Véase Libro de Henoc 33:1; 34:2s; 35; 36:1-3. — 6 Ap 1:10-11. — 7 Ap 1:19. — 8 dom Guiu M. Camps, Apocalipsi, en La Biblia de Montserrat XXII p.266. — 9 Jn 1:18; 1Til — 10 Ez 1:26-27. — 11 Ez 1:28. — 12 Cf. Sal 104:2. — 13 Cf. Ap 21:18-21. — 14 Cf. 1 Re 12:6; 2 Re 6:32. — 15 J. Michl, Die 24 Atiesten in der Apok. des hl Johannes (München 1938) p.ioSss.!6 E. B. allo, o.c. p.yo. — 17 Ap 4:10-11; 5:9; 11:16. — 18 Ap 5:8. — 19 E. B. Allo, ibíd., p.vo. — 20 Cf. dom Guiu M. Camps, o.c. p.aóy; A. Feuillet, Les vingt-quatre vieillards de l'Apo-calypse: RB 65 (1958) 5-32; A. Skrinjar, Vingintújuatuor séniores: VD 16 (1936) 333-338. 361-368; N. B. Stonehouse, The Elders and the Living Beings in the Apocalypse. Arcana reveíala (Kampen 1951) 135-148. — 21 Ex 19,16ss; cf. Sal 18:8-16. — 22 cf. 1 Cor 12:4. — 23 Ex 25:37- — 24 Zac 4:2. — 25 Is n.i-2. — 26 Ex 24:10; Ez 1:22. — 27 Test, de Leví 2:7; cf. Gen 1:7; Sal 104:3. — 28 EZ 1:22.26. — 29 Ez I.4SS. — 30 Ez 1:4-25. — 31 Is 6:1-3. — 32 Mc 1:3. — 33 Lc 1:5. — 34 Cf. S. Bartina, Apocalipsis de San Juan. La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III p.655 nt. 4; San Ireneo, Adv. haer. 3:11:8; San Agustín, De consensu evangelistarum 1:6. — 35 Ez 1:18. — 36 Ap 5:13; 7:1; 8:7-12; 16:2-9; 21:13. — 37 En el Libro de Henoc suelen designarse con el título Las Parábolas de Henoc los capítulos 37-71. — 38 Libro de Henoc etiópico 71:7. — 39 El profeta Ezequiel afirma que los innumerables ojos estaban en derredor de las llantas de las ruedas del carro de Dios. Ahora bien, el término que emplea para designar las ruedas es el de Ofanim, que es el vocablo empleado por el Libro de Henoc para designar a una clase de ángeles. — 40 M. garcía cordero, El libro de los siete sellos ρ.βζ. — 41 Libro de Henoc 39:12. — 42 Is 6:2. — 43 Ez 1:18. — 44 Adv. haer. 3:11:8. — 45 Ap 4:9. Cf. M. E. Boismard, Apocalypse, en La Bible de Jérusalem p.39 — 46 Is 6:2. — 47 Ezi,6. — 48 Cf. N. Walker, TheOriginofthe Thrice-Holy, Ap4:8: NTSt 5 (19585) 1325; B. M. Leiser, The Trisagion of Isaiah's Vision: NTSt 6 (1960) 261-263. — 49 A propósito de la expresión el que era, el que es y el que viene, se puede consultar la explicación que dimos de dicha frase en Ap 1:4. — 50 Cf. Eclo 50:17.21. — 51 Tácito, Annales 15:29. Cicerón (Pro P. Sestio 27) también refiere que Pompeyo devolvió, en un gesto de magnanimidad, la corona real a un reyezuelo que se la había dado en signo de sumisión. — 52 Cf. P. Touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cybéle (París 1935) P-102. — 53 Cf. Sal 8:2.

 

 

Capitulo 5.

 

El Cordero redentor recibe el libro de los siete sellos, 5:1-14.

1 Vi a la derecha del que estaba sentado en el trono un libro, escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. 2 Vi un ángel poderoso que pregonaba a grandes voces: ¿Quién será digno de abrir el libro y soltar sus sellos? 3 Y nadie podía, ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra, abrir el libro ni verlo. 4 Yo lloraba mucho, porque ninguno era hallado digno de abrirlo y verlo. 5 Pero uno de los ancianos me dijo: No llores, mira que ha vencido el león de la tribu de Judá, la raíz de David, para abrir el libro y sus siete sellos. 6 Vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero, que estaba en pie como degollado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios, enviados a toda la tierra. 7 Vino y tomó el libro de la diestra del que estaba sentado en el trono. 8 Y cuando lo hubo tomado, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos cayeron delante del Cordero, teniendo cada uno su cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. 9 Cantaron un cántico nuevo, que decía: Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación, 10 y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra. 11 Vi y oí la voz de muchos ángeles en rededor del trono, y de los vivientes, y de los ancianos; y era su número de miríadas de miríadas, y de millares de millares, 12 que decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición.13 Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y en todo cuanto hay en ellos, oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. 14 Y los cuatro vivientes respondieron: Amén. Y los ancianos cayeron de hinojos y adoraron.

 

El presente capítulo tiene como tema central a Jesucristo redentor, al Cordero inmolado por los pecados del mundo. Ya no se trata de la adoración a Dios creador, que era el argumento del capítulo 4, sino de Cristo glorioso, vencedor por su pasión y muerte redentora. En sus manos pone el Padre Eterno los destinos futuros de la humanidad. El llevará a efecto los planes divinos, luchando contra las fuerzas adversas de su Iglesia, y logrando el triunfo definitivo sobre el mal. Al recibir el Cordero la suprema investidura de manos del Padre, todas las criaturas — representadas por los cuatro vivientes, los veinticuatro ancianos y las miríadas de ángeles — prorrumpen en himnos de alabanza y de adoración 1.

Como introducción a la presentación del Cordero redentor en el cielo, San Juan nos describe con gran dramatismo la escena de un libro sellado que nadie es capaz de abrir. En la mano derecha de Dios ve el profeta un libro (v.1), es decir, un rollo de papiro conteniendo los decretos divinos contra el Imperio romano, tipo de todos los imperios paganos perseguidores de los fieles. Estaba escrito por las dos caras de la hoja de papiro. Generalmente se escribía sólo sobre una cara; pero la extensión del texto y la carestía del papel obligaban a veces a escribir por ambas caras. La imagen del libro en donde están escritas las leyes de la Providencia divina o los oráculos de Yahvé es frecuente en la Biblia 2. También en la literatura apocalíptica judía se habla de las tabletas celestes y del libro del Señor, en donde estaban consignados los planes de Dios sobre el mundo 3.

El libro o rollo que vio San Juan estaba sellado con siete sellos (v.1). Con lo cual se quiere indicar que el contenido del libro era secretísimo 4. Los siete sellos sujetaban la hoja enrollada, de suerte que para abrir el rollo era preciso soltar todos los sellos. La apertura de cada uno de los sellos no implica, pues, la publicación o la lectura de una parte del documento, sino que es más bien un preludio de su ejecución. El segundo preludio de la ejecución de los decretos divinos comenzará solamente con el toque de las siete trompetas.

Algunos autores piensan que el hecho de estar sellado el libro con siete sellos no simboliza el carácter hasta entonces secreto de los decretos divinos, sino que aludiría a la costumbre de cerrar los testamentos con sellos de diversos testigos 5. En cuyo caso, el documento que Dios entrega al Cordero significaría el testamento de Dios. Sin embargo, los decretos de Dios sobre el mundo no se puede decir que constituyan un testamento. Y, además, no requerían la presencia jurídica de los testigos para su validez, como se exigía en la legislación jurídica de aquel tiempo para abrir un testamento. Por otra parte, no resultaría fácil explicar cómo Jesucristo solo podía hacer jurídicamente lo que debían hacer siete personas 6. Por todo lo cual consideramos la opinión de estos autores como menos probable.

Un ángel poderoso grita a grandes voces, con el fin de que su voz se oiga en todo el universo 7, preguntando si hay alguno que sea digno, o capaz, de abrir el libro, soltando los siete sellos (v.a). Pero nadie responde en toda la creación. Nadie es digno, ni en el cielo, ni en la tierra, ni en los abismos, de abrir el libro (ν.β). Nadie posee la dignidad suficiente para atreverse a escudriρar los destinos futuros de la humanidad. No hay ningún ángel en el cielo, ningún hombre en la tierra, ningún difunto en el hades que pueda arrogarse tal dignidad. Sólo Cristo, redentor y mediador de los hombres, posee los títulos suficientes para llevar a cabo semejante empresa. El hecho de no encontrar a nadie en el universo capaz de desligar los sellos sirve para demostrar la alta dignidad del único digno de realizar esta hazaña.

El profeta, ante aquel silencio de toda la creación, prorrumpe en llanto (v.4), porque comprende cuál es el contenido del rollo. Y piensa que no será posible conocer la revelación de aquel libro misterioso, y, en consecuencia, tampoco tendrá la alegría de contemplar el triunfo final del reino de Dios y de su Iglesia sobre los poderes del mal, personificados en las autoridades del Imperio romano. Pero he aquí que uno de los ancianos amablemente le tranquiliza, y le dice: No llores, mira que ha vencido el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, para abrir el libro (ν.ζ). El anciano afirma claramente que sólo Cristo es capaz de soltar los sellos. Pero lo hace con lenguaje figurado, inspirado en diversos pasajes del Antiguo Testamento. El epíteto León de Judá está tomado de la bendición de Jacob a sus doce hijos, en la cual Judá es comparado a un cachorro de león 8. Sabido es que esta bendición de Judá es mesiánica. El otro título, Raíz de David, es lo mismo que la expresión mesiánica Retoño de Jesé 9, que se encuentra en la profecía de Isaías 11:10. Pues bien, es el León de Judá y el Vastago de la raza de David el que ha vencido las fuerzas siniestras del mal, simbolizadas por el Dragón infernal10. El ha sido el que ha triunfado, mediante su pasión y resurrección n, del pecado y de la muerte. Por eso El será el único digno y capaz de abrir el libro de los siete sellos.

Por un ingenioso y paradójico contraste, el León anunciado aparece de repente bajo la forma de Cordero (v.6) 12. San Juan ve un Cordero, que estaba en pie como degollado. Es Cristo, el cordero pascual inmolado por la salvación del pueblo elegido 13. Esta imagen tiene su origen en el Antiguo Testamento, en donde el Siervo de Yahvé es llevado "como cordero al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores."14 También San Juan, en el cuarto evangelio, nos presenta a Cristo "como el Cordero que quita los pecados del mundo."15 Con esto se quiere aludir a su mansedumbre, humildad, inocencia y santidad 16. El Cordero se presenta de pie, pero conservando todavía en su cuello las señales de su inmolación. Está de pie porque, aunque ha sido sacrificado, ha logrado vencer la muerte con su resurrección. Cristo ha sido, en efecto, león para vencer, pero se ha convertido en cordero para sufrir (Victorino de Pettau). Su inmolación y muerte sobre la cruz ha sido la causa de su victoria sobre el demonio. Por eso las llagas de Jesucristo son las señales más gloriosas de su triunfo. Y no nos hemos de extrañar que Cristo conserve en el cielo — según San Juan 20:27 — las gloriosas llagas de su cruento sacrificio, como señales de su lucha victoriosa contra el mal. Aquí, esas llagas de los clavos y la herida del costado de Cristo están significadas por las señales en el cuello, indicio de haber sido degollado.

El Cordero tiene, además, siete cuernos, que simbolizan la plenitud — siete — del poder y de la fuerza del mismo 17. El cuerno, en el Antiguo Testamento y en las literaturas y artes plásticas del Oriente, significa poder y fuerza. Se conocen muchas representaciones de guerreros que aparecen con cascos provistos de cuernos para simbolizar su mayor o menor potencia militar. Otro tanto podemos decir de las divinidades antiguas, especialmente mesopotámicas, que suelen estar representadas con una tiara de siete cuernos. La imagen, pues, del Cordero con siete cuernos significa el poder omnímodo de que goza Jesucristo. Pero sería un error querer imaginarse a Jesucristo como una realidad con siete cuernos y siete ojos. Estas imágenes son únicamente símbolos, y como tales han de tomarse, sin tratar de forzar el pensamiento del autor sagrado. Pues San Juan, cuando esto escribía, sin duda que no imaginaba a Cristo con siete cuernos. Se sirvió sólo de esta imagen para simbolizar una realidad muy superior: la omnipotencia divina de Cristo, que es el único, en toda la creación, capaz de conocer y dirigir los sucesos futuros del universo.

El Cordero aparecía también con siete ojos, que designan su omnisciencia y providencia universal. El profeta Zacarías ve sobre una piedra siete ojos 18, que "son los ojos de Yahvé, los cuales observan la tierra en toda su redondez"19. Lo que Zacarías decía de Yahvé, lo dice San Juan en el Apocalipsis del Cordero. Los siete ojos, como las siete lámparas de Ap 4:5, son los siete espíritus de Dios, enviados a toda la tierra (v.6). Estos representan al mismo Espíritu Santo prometido por Jesucristo, y enviado por el Padre y por Jesús sobre los discípulos para que diesen testimonio de Jesús y de su Evangelio hasta el cabo del mundo 20. El espíritu Santo, que es único, aparece aquí como múltiple para significar la abundancia de sus dones. El Apocalipsis, que se complace en el número siete, ha querido simbolizar esta abundancia de dones mediante los siete ojos. Los siete espíritus que, de una parte, se hallan al lado del que está sentado en el trono 21, el Dios omnipotente, y, de otra, junto al Cordero, indican con esto que es el Espíritu de ambos. Vienen a expresar, en forma simbólica, lo que confesamos al decir: "Creo en el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo."

El Cordero se acerca al trono y recibe el libro de manos del que está sentado en él (v.7). No hay que preguntar cómo pudo el Cordero tomar el rollo, no teniendo manos. Nos hallamos en el cielo ante el Dios omnipotente, en donde todo es posible. La significación transcendental del acto realizado por el Cordero, al tomar el libro para abrir sus sellos y revelar su contenido, se manifiesta en la escena que sigue. Los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postran, en señal de adoración, delante del Cordero glorioso (v.8). Estos tienen en sus manos cítaras, para acompañar el cántico nuevo, que en seguida entonarán, y copas de oro llenas de perfume. Estos perfumes simbolizan las oraciones de todos los fieles de la Iglesia de Cristo que aún viven en la tierra. Los ancianos se muestran aquí claramente como ángeles intercesores 22. Y se distinguen evidentemente de los cristianos de la Iglesia terrestre cuyas oraciones ofrecen al Cordero. La función de los ancianos-ángeles es manifiestamente litúrgica: el cielo es un templo con su altar y sus cantores, parecido al templo de Jerusalén. Parece que el templo celeste que nos presenta San Juan está más o menos calcado en el templo hierosolimitano. El vidente de Patmos nos habla de un altar de los holocaustos 23, de un altar de los perfumes 24, de una especie de santo de los santos, que al abrirse deja ver el arca de la alianza 25. San Juan se sirve de elementos tradicionales bíblicos o extrabíblicos para componer sus escenas celestes, pero dándoles un significado mucho más elevado del que tenían 26.

Los ancianos y los vivientes, al postrarse delante del Cordero, le rinden acatamiento y adoración, al mismo tiempo que reconocen su superioridad como vencedor en la lucha contra los poderes del Dragón. Además, expresan esos mismos sentimientos de reverencia y adoración, entonando un cántico nuevo (v.9), que va dirigido no solamente a Dios creador, como sucedía en los cuatro primeros capítulos del Apocalipsis, sino principalmente a Cristo redentor. Ese cántico nuevo corresponde al orden nuevo instaurado por Jesucristo, a la suprema intervención divina en los destinos de la humanidad, por medio de la muerte redentora del Cordero. El tema, pues, de este cántico es la redención llevada a cabo por Jesucristo. El ha rescatado con su sangre a toda la humanidad, confiriendo a todos los rescatados la dignidad de reyes y sacerdotes (v.10). Todos los cristianos han comenzado ya a reinar espiritualmente desde que Cristo ha sido glorificado, y son poderosos delante de Dios por su intercesión. Son un sacerdocio real 27, porque mucho más que los sacerdotes de la Antigua Alianza se pueden acercar a Dios para interceder por los hombres 28.

El universalismo de la obra redentora de Cristo se halla aquí bien claramente afirmado 29. La idea del rescate por medio de la sangre redentora de Jesús es manifiestamente paulina 30. El cántico nuevo, entonado por los habitantes del cielo, es todo él una clara confesión de la divinidad y omnipotencia del Cordero, que es el Verbo de Dios 31.

San Juan, después de haber contemplado el grupo de los seres que están más cercanos al trono y tienen una parte más importante en el gobierno del mundo y de la Iglesia, ve un segundo grupo formado por miríadas de ángeles que rodeaban el trono (v.11). Estos son incontables, miríadas de miríadas y millones de millones 32. Las cifras que nos da aquí el profeta significan un número incontable, y parece tomarlas del profeta Daniel 33. Al cántico nuevo de los vivientes y de los ancianos hacen coro innumerables ángeles, que aclaman y confiesan al Cordero, inmolado por la salud de la humanidad, proclamándolo digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición (v.12). Estos siete términos honoríficos 34 indican la plenitud de la dignidad y de la obra redentora de Cristo. A la perfección de la obra divina, alcanzada por la redención, corresponde la perfecta glorificación de aquel que la ha realizado.

La escena que nos describe San Juan es de una grandeza admirable. Cristo, el Cordero que ha sido degollado, recibe juntamente con el libro, el homenaje y el dominio de toda la creación. Es muy significativo que la alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios y al Cordero, indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales con los ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos (ν.13). En esta doxologνa de cuatro términos, que toda la creación dirige a Dios y al Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro partes del universo: cielo, tierra, mar, abismos, o a las cuatro regiones del mundo: norte, sur, este, oeste 35. Todas las criaturas alaban a Cristo, en paridad con Dios, como Emperador supremo de todo el universo regenerado. A la aclamación de toda la creación se unen los cuatro vivientes, diciendo: Amén (v.14). Estos, que habían dado la señal para entonar los cánticos de alabanza, dan ahora su solemne amén de aprobación a la aclamación cósmica universal. Se acomodan a la manera de proceder de la liturgia tanto judía como cristiana 36. Los ancianos también se postran en profunda adoración. Y de este modo forman como un todo único los seres de la creación, para tributar homenaje de obediencia y alabanza a Dios y a su Hijo Jesucristo. San Pablo, habiéndonos del anonadamiento de Cristo y de su obediencia hasta la muerte de cruz 37, nos dice que Jesucristo recibió, por este motivo, del Padre la dignidad más grande: fue constituido Señor, de suerte que ante El han de doblar la rodilla los cielos, la tierra y los infiernos. Y todo ello para gloria de Dios Padre.

 

 

Ejecución de los decretos del libro de los siete sellos, 6:1-11:19.

En estos capítulos, y sobre todo en los capítulos 6-9 y 11:14-18, encontramos una serie de visiones simbólicas que parecen anunciar y preparar el exterminio del Imperio romano, tipo de todos los imperios paganos que han de perseguir a la Iglesia de Cristo. San Juan verá idealmente, y de una manera todavía general y confusa, cómo se van preparando en el cielo los juicios divinos (c.6-7), antes de tener la visión más detallada de su realización sobre la tierra (c.8-11) l.

 

 

La Apertura de los Siete Sellos, 6:1-8:1.

Toda esta escena se realiza en los cielos. A medida que el Cordero va abriendo los sellos, van apareciendo uno a uno los elementos que entran en los juicios de Dios sobre el Imperio romano y sobre todo el mundo. A la apertura de cada sello corresponde algo así como un capítulo de cuanto está escrito en el libro. El septenario de sellos se divide en dos series secundarias de cuatro y de tres miembros. Con la apertura de los cuatro primeros sellos aparecen los símbolos de diversas calamidades. Los cuatro primeros flagelos, representados por los cuatro jinetes, simbolizan las calamidades más frecuentes en la antigüedad: invasión de los bárbaros, guerra, hambre, epidemias (6:1-8). Al abrir el quinto sello se eleva al cielo la plegaria de los que han sido muertos por la causa de la palabra de Dios, pidiendo a Dios que manifieste su justicia (6:9-11). Cuando el Cordero abre el sexto sello, el profeta percibe un gran terremoto acompañado con señales del cielo, que presagian la ira del Cordero contra los impíos (6:12-17). Después aparece un ángel que marca a los justos con una señal en la frente para preservarlos de los castigos que han de venir (7:1-8). A estos elegidos se une una gran multitud de vencedores, que, uniendo sus voces a las de los ángeles, entonan himnos de alabanza a Dios y al Cordero (7:9-17). Finalmente, al ser abierto el último sello (8:1), se hace un gran silencio en el cielo. Este silencio impresionante indica la solemnidad del momento en el que el juicio se va a ejecutar.

 

1 S. Bartina, Apocalipsis de San Juan. La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III p.657-658. — 2 Ez 2:9s; Dan 10:21. — 3 Libro de Henoc 81:1-2. Cf. J. bonsirven, Le Judaísme palestinien I p.190. — 4 Cf. W. S. Taylor, The Seven Seáis in the Revelation of John: JTS 31 (1930) 266-271; O. Roller, Das Buch mit sieben siegeln: Zntw 36 (1937) 98-113; B. deri, Die Vision über das Buch mit den sieben Siegeln (Ap 5:1-5) (Viena 1950-1951). — 5 Cf. Suetonio, Augustus 101; Daremberg-Saglio, Dictionnaire d'Antiquités Gréco-Ro-mainesfig.64443 y 67145; Dom Guiu M. Camps, o.c. p.27O. — 6 Cf. S. Bartina, o.c. p.659 nt. 3. — 7 Cf. Ap 14:633; 18,is. — 8 Gen 49,1055. — 9 Jesé era el padre de David. Por donde se ve que Raíz de David es equivalente a Raíz de Jesé, o al sinónimo Retoño de Jesé. — 10 Ap 12:3-9. — 11 Gf. Ap 3:21; Jn 12:313; 16:33. — 12 La imagen del cordero, aplicada a Cristo, es propia de la literatura joánica. Aquí el autor sagrado emplea el término άρνίον, que aparece veintinueve veces en Ap, y siempre designa al Mesías crucificado. En cambio, en Jn 1:29 se emplea la palabra άμνόβ· — 13 Ex 12; cf. Is 53:7; Jn 1:29.36; 1 Pe 1:19. — 14 1853:7. — 15 Jn 1:29. — 16 Cf. M. J. Lagrange, Évangile selon S. Jean1 (París 1947) p.39-41; P. A. Harle, L'Agneau de l'Apocalypse et le Nouveau Testament: Les Études Théologiques et Religieuses 31 (1956) 26-35. — 17 Cf. Zac 1.18ss;Dan7:7;8:3s. — 18 Zac 3:9. — 19 Zac 4:10. — 20 Cf. Jn 15:26; 16:14. — 21 Ap4:5. — 22 Cf. Ap 8:3. — 23 Ap 6:9. — 24 Ap 8:3. — 25 Ap 11:19. — 26 Cf. M. García Cordero, o.c. p.68. — 27 Ex 19:6. — 28 Ya hemos explicado en el comentario a Ap 1:6 el significado de la expresión reyes-sacerdotes. — 29 Cf. 1 Pe i,18ss; 2:9; 2 Pe 2,r. — 30 Gal 3:13; 4:5; 1 Cor 6:20; 7:23. — 31 Cf. Jn i.is. — 32 Tomás afirma que "los ángeles, en cuanto sustancias espirituales, forman una multitud inmensa, superior a la de los seres materiales" (S. Th. i q.30,a.3). — 33 Dan 7:10. — 34 A la doxología que los veinticuatro ancianos habían dedicado a Dios creador en Ap 4:11, añaden ahora los ángeles otros cuatro epítetos: riqueza, sabiduría, fuerza y bendición para completar el número siete. — 35 Cf. F. Cabrol, La doxologie dans la priére chrétienne: RSR (1928) 14. — 36 Cf. 1 Crón 16:36. — 37 FÜ2.IO.

 

 

Capitulo 6.

 

Aparecen cuatro jinetes, 6:1-8.

1 Así que el Cordero abrió el primero de los siete sellos, vi y oí a uno de los cuatro vivientes que decía con voz como de trueno: 2 Ven. Miré y vi un caballo blanco, y el que montaba sobre él tenía un arco, y le fue dada una corona, y salió vencedor, y para vencer aún. 3 Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía: Ven. 4 Salió otro caballo, bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido desterrar la paz de la tierra, y que se degollasen unos a otros, y le fue dada una gran espada. 5 Cuando abrió el sello tercero oí al tercer viviente que decía: Ven. Miré y vi un caballo negro, y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. 6 Y oí como una voz en medio de los cuatro vivientes que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario, pero el aceite y el vino ni tocarlos. 7 Cuando abrió el sello cuarto oí la voz del cuarto viviente que decía: Ven. 8 Miré y vi un caballo bayo, y el que cabalgaba sobre él tenía por nombre Mortandad, y el infierno le acompañaba. Fueles dado poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar por la espada, y con el hambre, y con la peste, y con las fieras de la tierra.

 

Los cuatro jinetes de esta primera visión, que depende de Zacarías 6:1-3, representan el imperio de los partos, que fueron el terror del Imperio romano, y los azotes que sus invasiones provocarían: dominio extranjero, guerra, hambre, epidemias 2. Pero, al mismo tiempo, son también tipo de los azotes con que es amenazado el mundo pagano.

Los cuatro vivientes que sostienen el trono de Dios son los que dan aviso al profeta — uno tras otro — para que se acerque y vea lo que va a suceder (v.1). A la apertura del primer sello aparece un caballo blanco, y el que lo monta lleva un arco y recibe una corona, señal de una primera victoria, que irá seguida de otras más (v.2). El jinete blanco parece representar los partos — prototipo de los pueblos belicosos —, como se ve por el arco, que era el arma característica de sus guerreros 3. El color blanco del caballo y la corona son signos de victoria y de dominación. Los partos instalados sobre el Eufrates constituían una amenaza continua contra el Imperio romano. En el año 62 d.C., el rey parto Vologesis había logrado vencer a las legiones romanas junto al río Tigris. Esta victoria presagiaba otras. Por eso se dice que el jinete salió vencedor, y para vencer aún (v.2).

Desde los tiempos de San Ireneo, casi todos los comentaristas antiguos y muchos modernos han visto en el jinete blanco a Jesucristo o la personificación del Evangelio, que había obtenido victorias a través del mundo y las seguiría obteniendo. Esta interpretación se apoya sobre todo en la semejanza con el caballero victorioso de Ap 19:11, que representa evidentemente a Jesucristo. Pero contra esta interpretación militan las razones siguientes: La visión de los cuatro jinetes se inspira en Zacarías 6:1-3, en donde simbolizan azotes. Luego lo normal es que también aquí tengan ese sentido. Por otra parte, el primer jinete del Apocalipsis forma un todo con los otros tres, que ciertamente representan calamidades. Además, parece poco probable que en los tres septenarios del Apocalipsis un solo elemento sea heterogéneo. Y, finalmente, si se tratase de la predicación evangélica, no se explica por qué no lleva ningún signo distintivo, mientras que los demás jinetes llevan todos un símbolo que los caracteriza. El arco que lleva el primer jinete no parece ser un signo distintivo apropiado para designar la predicación evangélica 4.

Por consiguiente, creemos que el primer jinete representa el azote de las invasiones de los bárbaros, tan frecuentes en la antigüedad. Los bárbaros, a los cuales hace referencia San Juan en este pasaje, parecen ser los partos, que en aquella época eran los más temibles adversarios del Imperio romano y de la cultura griega. Sus amenazas y sus victorias tuvieron atemorizados a los habitantes del imperio durante mucho tiempo.

Después de abrir el segundo sello apareció un jinete de color rojo, es decir, de color sangre, al cual fue entregada una grande espada. Y se le dio el poder de desterrar la paz de la tierra y hacer que los hombres se degollasen unos a otros (v.3-4). La espada, arma de las legiones romanas, simboliza las guerras intestinas del Imperio romano, que tuvieron lugar el año 69 d.C. En dicho año, las legiones del Rhin, de las Galias, de la Grecia y del Asia, capitaneadas por Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano, se enfrentaron entre sí 5. Estas luchas eran conocidas, sin duda, por San Juan, y pudieron sugerirle la imagen del caballo rojo de la guerra.

Al abrir el tercer sello se ve un caballo negro, y el jinete que lo montaba llevaba en su mano una balanza (v.5). La voz del tercer viviente declara el significado de esa balanza, que no es otro sino el de la carestía y del hambre (v.6). Era ésta una consecuencia normal de las guerras, como lo es todavía hoy. Los ejércitos arrasan con frecuencia los campos, y la gente, ante el temor de perder sus cosechas, no siembra. La balanza de la cual se habla aquí sirve para pesar el pan 6. Con el fin de apreciar mejor los datos del texto recuérdese que, según la parábola evangélica 7, el denario era el jornal de un obrero. Pues bien, para comprar dos quénices (Χοΐνιξ) de trigo o seis quénices de cebada, que era, naturalmente, más barata y constituía el alimento de los pobres, había que pagar un denario. Para darnos cuenta de lo elevado del precio, hay que tener en cuenta que el quénice equivalía a 1,079 litros 8. Además, se sabe que en tiempos normales por un denario se podían comprar 12 quénices de trigo o 24 de cebada 9. El aumento tan exorbitante del precio del pan sirve para dar una idea del hambre que habría de venir. En cambio, el vino y el aceite abundarían sobremanera 10. Esta especie de paradoja se explica bien si tenemos presente que el Estado romano, con el fin de que costase menos el pan, hacía compras masivas de trigo en Egipto y en África. Con esto, el precio del trigo bajaba y su cultivo se hacía poco remunerador; en consecuencia, los agricultores romanos creyeron que les resultaría más rentable el convertir sus tierras en viñas. Este fue el motivo de que hubiese una gran sobreabundancia de vino en Italia principalmente. Por eso, Domiciano se vio obligado a dar un decreto en el año 92 con el fin de restringir el cultivo de las viñas. En él ordenaba que "no se plantasen más viñas en Italia y que en las provincias se destruyesen la mitad o más." 11 Esta situación económica debía de durar desde hacía años, para que el emperador tratara de remediarla con medidas tan radicales. San Juan bien pudiera aludir a esta situación. La abundancia del vino y del aceite podía agravar más el malestar porque, sin satisfacer las necesidades alimenticias, obligaba a los agricultores a vender estos productos a precios muy bajos. De este modo se encontraban sin dinero suficiente para comprar los alimentos, sumamente caros.

Después de la invasión, de la guerra y del hambre, viene la peste (v.7-8). El color claro verdoso del jinete es el color del cadáver en putrefacción. Por eso, el jinete es llamado Mortandad, o mejor, Muerte, ó θάνατος. Pero aquν muerte hay que entenderla de la peste, que los LXX traducen frecuentemente por θάνατος 12. Como el hambre, era la peste compaρera inseparable de las guerras en los tiempos antiguos, a causa del poco o ningún cuidado de enterrar los cadáveres y de la suciedad en los campos y en las ciudades. El hades-seol aparece aquí personificado 13 como un individuo siniestro que seguía a la peste y a los otros tres azotes para tragar las víctimas que éstos dejaban. El v.8 precisa que las calamidades de los cuatro primeros azotes fueron limitadas a la cuarta parte de la tierra. Esta restricción es claro indicio de la misericordia divina, que no permitirá que tales calamidades se abatan sobre toda la humanidad. La enumeración de las cuatro calamidades está tomada del profeta Ezequiel, el cual, dirigiéndose a los israelitas infieles, les dice: "¡Cuánto más cuando desencadene yo contra Jerusalén esos cuatro azotes juntamente: la espada, el hambre, las bestias feroces y la peste, para exterminar en ella hombres y animales!"14

Semejantes calamidades las habían experimentado las provincias de Oriente más de una vez durante el siglo I. San Juan, sorprendido por todos los azotes que tuvieron lugar en su tiempo: malas cosechas, desde el año 44 d.C., encareciendo la vida bajo Nerón, la gran epidemia del año 65 15, guerras civiles, temor de los partos, temblores de tierra en Anatolia, las catástrofes de Herculanp y de Pompeya, se sirvió de ellos como de símbolos para anunciar las grandes calamidades que habían de venir sobre el mundo 16. Son como el símbolo de los diversos azotes con que Dios castiga periódicamente a la humanidad.

 

Apertura del quinto sello: los mártires, 6:9-11.

9 Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido degollados por la palabra de Dios y por el testimonio que guardaban.10 Clamaban a grandes voces, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, Santo, Verdadero, no juzgarás y vengarás nuestra sangre en los que moran sobre la tierra? Y a cada uno le fue dada una túnica blanca, y les fue dicho que estuvieran callados un poco de tiempo aún, hasta que se completaran sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos.

 

San Juan concibe el cielo como un templo semejante al templo de Jerusalén, con su altar de los holocaustos, al pie del cual se derramaba la sangre de los sacrificios. Según la mentalidad hebraica, en la sangre estaba la vida, el alma 17. Por eso nos dice el autor del Apocalipsis que debajo del altar estaban las almas de los mártires sacrificados por la palabra de Dios y por el testimonio de Jesucristo (v.9). Los mártires, degollados como el Cordero, son considerados como holocaustos ofrecidos a Dios 18. Porque el martirio es un verdadero sacrificio soportado por amor de Cristo 19. Los mártires son, por este motivo, los verdaderos seguidores de Jesús, el mejor cortejo que Jesucristo glorioso puede tener en el cielo. Los que ve San Juan eran los que habían muerto bajo la persecución de Nerón 20

Una tradición judía, atestiguada por el Talmud 21, coloca las almas de los justos bajo el trono de Dios. Otra tradición judía los representaba en el acto de ser ofrecidos a Yahvé por Miguel sobre el altar celeste. Y la literatura rabínica colocaba a los justos, en especial a los muertos por causa de la Ley, muy cerca del trono de Dios 22· Es muy probable que estas tradiciones hayan influido sobre la concepción de San Juan. Por otra parte, es posible que el Apocalipsis coloque las almas de los mártires bajo el altar porque sobre el altar son ofrecidas las oraciones de los santos 23, o bien porque quiere significar que la inmolación de los que son sacrificados en la tierra es ofrecida a Dios simbólicamente sobre el altar del cielo. Según la tradición apocalíptica judía, las almas de los mártires y justos estaban en unas cuevas o receptáculos especiales en donde esperaban la resurrección 24. Es también muy posible que San Juan coloque a los mártires debajo del altar para significar una especial intimidad de éstos con Dios.

Estos mártires claman, como clamaba la sangre de Abel 25, y piden al Dios santo y fiel que vengue su sangre en los habitantes de la tierra (v.10), es decir, en los enemigos de Dios 26. Esta petición de los mártires que parece un tanto dura y poco conforme con el espíritu cristiano, hay que entenderla en conformidad con todo el libro y con el espíritu general del Nuevo Testamento. "Non haec odio inimicorum, pro quibus in hoc saeculo rogaverunt, orant, sed amore aequitatis" (San Beda). Los mártires desean ardientemente el triunfo de la palabra divina; de ahí la petición que dirigen a Dios para que se cumpla la justicia 27. Sin embargo, la súplica que aquí elevan los mártires no está inspirada en la del Señor ni en la de San Esteban Protomártir pidiendo perdón para sus verdugos. Es más bien el eco de las que leemos tantas veces en los salmos, en Jeremías y en otros lugares del Antiguo Testamento. La venganza más digna de Dios misericordioso es obligar a sus enemigos a postrarse ante El pidiendo perdón. La respuesta que se da a la petición de los mártires se parece bastante a la que se encuentra en el 4 Esdras 4:35-37. Los justos, desde sus receptáculos, preguntan: "¿Cuánto tiempo tendremos todavía que permanecer aquí?" A lo que responde el arcángel Jeremiel: "Hasta que el número de vuestros semejantes sea completo." De igual modo, los mártires del Apocalipsis han de callarse, esperando un poco de tiempo aún (v.11), a que se complete el número de sus hermanos que han de ser muertos como ellos. El tiempo de espera será corto, porque en el cielo los años cuentan poco. A los mártires se les da una túnica blanca, propia de los que ya han triunfado, como en Ap 3:5; 7:9. Los mártires participan desde ahora del triunfo y de la gloria celeste, que son prenda del pleno cumplimiento de las promesas divinas.

Para comprender bien el pensamiento de San Juan en el Apocalipsis hemos de tener presente que suele ver en un solo hecho simbólico lo que es una ley continua de la justicia divina: la glorificación celeste de los mártires, antes incluso de que hayan resucitado sus cuerpos 28. San Juan, lo mismo que los profetas antiguos, concibe el mundo en lucha continua. De una parte está la causa de Dios representada por los fieles; de otra está la causa del mundo, que combate contra Dios y los suyos.

La satisfacción prometida a los mártires va a ser simbolizada, bajo su doble aspecto, por la visión del sexto sello. Tal vez las oraciones de los santos hayan acelerado la acción divina.

 

Apertura del sexto sello: grandes cataclismos, 6:12-17.

12 Cuando abrió el sexto sello, oí y hubo un gran terremoto, y el sol se volvió negro como un saco de pelo de cabra, y la luna se tornó toda como de sangre, 13 y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra como la higuera deja caer sus higos sacudida por un viento fuerte, 14 y el cielo se enrolló como un libro que se enrolla, y todos los montes e islas se movieron en sus lugares. 15 Los reyes de la tierra, y los magnates, y los tribunos, y los ricos, y los poderosos, y todo siervo, y todo libre se ocultaron en las cuevas y en las peñas de los montes. 16 Decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y ocultadnos de la cara del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero,17 porque ha llegado el día grande de su ira, y ¿quién podrá tenerse en pie?

 

Los cataclismos cósmicos que siguen a la apertura del sexto sello parecen presentarse como una respuesta al clamor de los mártires. Son las señales que precederán al castigo de Dios contra los poderes del mal, y que por sí solos indican lo terrible y espantoso que será ese día. Todas las señales cósmicas descritas aquí por San Juan: terremotos, oscurecimiento del sol y de la luna, caída de las estrellas, arrollamiento del cielo, estremecimiento de los montes y de las islas (v.12-14), son clásicas y tradicionales en la literatura profética y apocalíptica tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Son figuras empleadas para anunciar el desencadenamiento de la cólera de Dios contra los impíos. De temblores de tierra se habla en Amos 8:8; en Joel 2:10; 3:4. De eclipses de sol y de la luna ensangrentada en Amos 8:9; Joel 2:10; 3:4; Isaías 13:10; 50:3; en San Mateo 24:21.29-30; en el mismo Apocalipsis 8:5; 11:13; 16:18. De la caída de las estrellas y de la desaparición del cielo, nos dice hermosamente Isaías: "La milicia de los cielos se disuelve, se enrollan los cielos como se enrolla un libro; y todo su ejército caerá como caen las hojas de la higuera." 29 Como se ve claramente, esta imagen de Isaías está tomada casi al pie de la letra por el autor del Apocalipsis. La única imagen que no encontramos en la Biblia es la de la translación de las montañas y de las islas 30, que puede considerarse como una consecuencia del gran terremoto anunciado en el v.12. Todas estas imágenes no hay que tomarlas al pie de la letra. No se trata de hechos reales, que han de suceder como preludio del fin del mundo, sino que son puros símbolos convencionales de desgracias que se han de abatir sobre los malvados. No es el juicio final lo que aquí se anuncia. Es más bien una de tantas intervenciones justicieras de Dios sobre la humanidad en el curso de su historia.

San Juan nos presenta a hombres de todas clases y condición el número siete indica totalidad —, desde los reyes, magnates, tribunos, ricos y poderosos hasta los siervos y libres, huyendo de los cataclismos para esconderse en las cavernas de los montes (v.15). Esto era frecuente en Palestina en tiempo de invasiones enemigas y de guerras 31. Y lo mismo dice Jesucristo en el Evangelio cuando habla de la caída de Jerusalén y de la gran tribulación 32. El apostrofe que dirigen los impíos a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y ocultadnos de la cara. del Cordero (v.16), nos recuerda las palabras que Cristo dirigió a las piadosas mujeres de Jerusalén, que se lamentaban de su suerte, cuando iba camino del Calvario: "Entonces dirán a los montes: Caed sobre nosotros, y a los collados: Ocultadnos." 33 Los malvados tienen conciencia de su culpabilidad, y, antes de comparecer ante la faz irritada del Cordero, prefieren desaparecer para siempre. Porque ha llegado el día terrible de su ira, y nadie podrá mantenerse en pie en su presencia (v.17). El manso Cordero se ha convertido en fiero León para los enemigos de Dios. La vista del Redentor inmolado será lo que más terror ha de causar a la humanidad ingrata. Los enemigos de Dios se sentirán llenos de espanto, y tendrán que reconocer la soberanía y la omnipotencia divinas, manifestadas en esas convulsiones cósmicas. El día grande de la ira del Señor es el paralelo del gran día de Yahvé, del cual nos hablan frecuentemente los profetas 34. Ese día será un día terrible, un día de tinieblas y oscuridad, en el que se oscurecerá el sol y la luna, y las estrellas caerán del cielo, y el universo entero se conmoverá 35. Todas estas imágenes sirven para dar realce a la intervención divina en favor de su Iglesia y en contra de los enemigos de ella.

El significado esencial de la escena descrita por San Juan es que los enemigos de Dios serán obligados a reconocer, en las diversas épocas de la historia, los signos precursores del gran día de Dios, del gran juicio del Señor 36. Y tendrán que constatar que no siempre podrán escapar a la justicia divina 37.

 

1 Cf. E. B. Allo, o.c. p.8-4; M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejórusalem p.42. — 2 Gf. G. Baldensperger, Les Cavaliers de l'Apocalypse (Ap 6:1-8): Rhpr 4 (1924) 1-31" — 3 Cf. W. M. Ramsay, o.c. p.s8. — 4 Cf. A. Gelin, o.c. p.612; dom Guiu M. Camps, o.c. p.2?5. — 5 Gf. P. Touilleux, o.c. p.52. — 6 Cf.Ez 4.16. — 7 Mt 20.255. — 8 El quénice, Χοΐνιξ, era una medida griega de capacidad para áridos. El denario era el sueldo medio de un trabajador por jornada. Equivalía más o menos a una peseta oro. — 9 Cf. Cicerón, In Verrem 3,Si. — 10 Según nuestra manera de ver, la traducción de Nácar-Colunga: el aceite y el vino ni tocarlos, es un tanto confusa, y se presta a diversas interpretaciones. Sería mejor traducir el griego το ελαιον και τον οινον μη άδικήσης: al aceite y al vino no les hagas daño, o bien, no les causes ningún perjuicio. De esta manera se ve claramente que el autor sagrado no habla de la escasez del aceite y del vino, como piensan algunos autores, sino, por el contrario, de sobreabundancia. — 11 Suetonio, Domitianus 7:2.15. — 12 El término griego θάνατος = muerte, es empleado con frecuencia por los LXX para traducir el hebreo deber = peste. — 13 Cf. Ap20:14. — 14 Ez 14:21. — 15 Tácito, Ármales 16:13; Suetonio, Nerón 39:45· — 16 Cf. E. B. Allo, o.c. p.Q4. — 17 Cf. Lev 17:11-14- — 18 Cf. Fil 2:17; 2Tim4:6. — 19 Cf. 2 Tim 4:6. — 20 tácito, Anuales 15:44· — 21 Sabbaih 125b. — 22 Cf. J. Bonsirven, Juda'isme Palest. I p.327-340; Strack-Billerbeck, o.c. I p.224; ΠΙ p.803. — 23 Ap 8:3. — 24 Esdras 4:3553. — 25 Gen 4:10. — 26 Ap 9:; 11:10. Libro de Henoc 22:5-7; — 27 Cf. E. B. Allo, o.c. p.104. — 28 E. B. Allo, o.c. ρ.104 — 29 Is 34:4. — 30 Cf. Ap 16:20. La traducciσn de Nácar-Colunga: todos ios montes e islas se movieron en sus lugares, no es del todo exacta. Sería mejor traducir, siguiendo el griego: "se movieron de sus lugares” (εκ των τόπων ocϊrcov εκινή3ησαν). En varios salmos (cf. Sal 18:8; 46:3-4; 114:4) se nos dice que los montes se conmovieron, que saltaron, que incluso se precipitaron en el mar. Tenemos, por consiguiente, una imagen bastante parecida a la del Apocalipsis. — 31 Gf. i Mac 2:28-30; Mt 24:16.26. — 32 Mc 13:14; Lc 21:21. — 33 Le 23:30. — 34 Cf. Am 5:18.20; Sof 1:14-16; Jl 2:1-2.11. — 35 Mt 24:29. — 36 Cf. Jl 2:11; Sof 1:14-18. — 37 E. B. Allo, o.c. p.ioó.

 

 

Capitulo 7.

 

Preservación de los justos de los azotes, 7:1-8.

1 Después de esto vi cuatro ángeles, que estaban en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, y retenían los cuatro vientos de ella para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. 2 Vi otro ángel que subía del naciente del sol, y tenía el sello de Dios vivo, y gritó con voz fuerte a los cuatro ángeles, a quienes había sido encomendado dañar a la tierra y al mar, diciendo: 3 No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes. 4 Oí que el número de los sellados era de ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel: 5 De la tribu de Judá, doce mil sellados; de la tribu de Rubén, doce mil; de la tribu de Gad, doce mil; 6 de la tribu de Aser, doce mil; de la tribu de Neftalí, doce mil; de la tribu de Manases, doce mil; 7 de la tribu de Simeón, doce mil; de la tribu de Le vi, doce mil; de la tribu de Isacar, doce mil; 8 de la tribu de Zabulón, doce mil; de la tribu de José, doce mil; de la tribu de Benjamín, doce mil.

 

Todo el capítulo séptimo está íntimamente ligado al sexto sello. Es como una respuesta al grito desesperado de los enemigos del Cordero: ¿Quién podrá mantenerse en pie? El autor sagrado quiere infundir aliento y esperanza a los fieles ante la gran catástrofe anunciada en el capítulo anterior. Hasta aquí los azotes divinos no hacían distinción entre los siervos de Dios y los impíos habitantes de la tierra. En adelante, los fieles serán preservados. Por eso, antes de abrir el séptimo sello, un ángel de Dios marca a los escogidos con una señal en la frente, que los distinguirá de los paganos.

El profeta ve cuatro angeles de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra (v.1). La tierra antiguamente era concebida como plana y cuadrada 2. Los cuatro ángulos de la tierra equivalían a los cuatro puntos cardinales: norte, sur, este y oeste. Los cuatro ángeles tenían como misión el retener los cuatro vientos de la tierra. En la tradición judía, todos los elementos materiales del mundo estaban regidos por ángeles que vigilaban su funcionamiento. Aquí, los cuatro vientos corresponden a los cuatro azotes del capítulo precedente. Los cuatro ángeles rectores de ellos les impiden soplar sobre la tierra y arrojar sobre ella los castigos decretados por la justicia divina. Con esto, San Juan afirma con bastante claridad que todos los elementos que componen el cosmos y las condiciones meteorológicas de él dependen totalmente de la voluntad de Dios.

Además de estos cuatro ángeles, San Juan ve un quinto ángel, que viene del oriente (v.2). El oriente es el lado de donde viene la luz, lo que corresponde bien a este ángel portador y anunciador de la salvación 3. El ángel que ve Juan lleva el sello (σφραγίβ) de Dios vivo, con el cual marcará a los siervos de Dios. Se trata, según parece, de un sello negativo que, al ser aplicado, deja marcada una imagen. En la antigüedad era frecuente llevar piedras entalladas con las cuales se marcaban los objetos, las cartas, etc. Y esta marca servía de firma. El objeto o la persona sellados, es decir, marcados con el sello, indicaban con esto que pertenecían al dueño del sello. Los esclavos y las personas pertenecientes al culto de los templos eran sellados frecuentemente a fuego, para significar de una manera indeleble su procedencia y propietario. El ángel portador del sello grita a los otros cuatro ángeles que no hagan daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles hasta que marque en la frente, con el sello de Dios, a los siervos del Señor (ν.β). Una vez hecho esto, ya podrαn cumplir su oficio justiciero. El signo sobre la frente indica la protección divina y la pertenencia a Dios y al Cordero 4. La imagen del signo o del sello religioso era también conocida en Israel. En el Éxodo 5 se narra que la noche en que se había de ejecutar la décima plaga, mandó Dios un ángel para que con la sangre del cordero pascual señalase las casas de los hebreos. De este modo fueron librados los israelitas de la décima plaga. En el mismo libro del Éxodo 6 se manda que en el turbante del sumo sacerdote había de haber una placa con la inscripción: le - Yahweh — "propiedad de Yahvé." El profeta Isaías 7 habla de los paganos convertidos a la religión de Yahvé, que tendrían sobre la mano la inscripción: le - Yahweh = "De Yahvé," "propiedad de Yahvé." Pero es sobre todo Ezequiel el que sirvió de modelo al autor del Apocalipsis. El profeta Ezequiel 8 ve un ángel, con pluma y tintero, que va señalando con una tau en la frente a los que no se habían contaminado con las abominaciones idolátricas que se cometían en Jerusalén. De esta manera, los sellados con la tau son preservados de la matanza de los otros seis ángeles. La visión del Apocalipsis corresponde perfectamente a esta de Ezequiel. A los marcados con el sello de Dios no les alcanzarán los azotes que van a descargar sobre el mundo los cuatro vientos. Probablemente, la señal con que eran sellados los siervos de Dios debía de ser el nombre de Dios y del Cordero, pues éste es el signo que distingue a los predestinados en Ap 14:1.

Lo cierto es que los marcados con el sello pasaban a estar bajo una protección especial de Dios. Ya hemos indicado más arriba que en la antigüedad pagana era corriente marcar a los esclavos con una señal, que indicaba ser propiedad de un determinado señor. Herodoto habla del templo egipcio de Hierápolis, en donde existía la costumbre de señalar con el sello sagrado a todos los esclavos que se refugiaban en el templo, con el fin de consagrarlos al servicio del dios. Después de lo cual, a nadie estaba permitido poner la mano sobre ellos 9. En Ap 13:16 también se dice que los seguidores de la Bestia llevarán su sello sobre la frente. El bautismo cristiano, que era administrado en nombre de Cristo y por el cual el fiel pasaba a ser como propiedad de Cristo, fue llamado σφραγίβ: sello 10. Aquí, sin embargo, no parece que se trate ni se aluda al bautismo. La señal es algo metafórico, como lo será la señal de la Bestia 11.

El número de los marcados en la frente es de 144.000 (v.4). Es éste un número simbólico, resultado de la suma de doce mil escogidos de cada una de las doce tribus de Israel (=12 X 12 X 1000), que designa una inmensa multitud. ¿A quiénes representan estos 144.000 sellados? Creemos que la opinión que tiene mayor probabilidad es la que ve en esta multitud de marcados a toda la Iglesia cristiana. Se identificaría con la ingente muchedumbre de que nos va a hablar San Juan en Ap 7:9-17. Pero San Juan presenta a esta inmensa multitud ya en el plano glorioso del cielo. Según Ap 3:9-10, las doce tribus de Israel designan a la Iglesia militante, en cuanto que los cristianos son considerados como formando el verdadero pueblo de Israel, que sucede al antiguo 12. Y los 144.000 vírgenes de Ap 14:1-5 que siguen al Cordero, pudieran también identificarse con la inmensa multitud de nuestro texto. Sin embargo, es más probable que revistan matices un tanto distintos esos dos grupos de 144.000: el grupo inmenso de sellados de Ap 7:4 representaría a la totalidad de los cristianos; mientras que los 144.000 vírgenes de Ap 14:4 designaría a la totalidad de los elegidos 13. Orígenes, Primasio, San Beda, Beato de Liébana, y autores modernos, como Renán, Swete y otros, ven en esta cifra simbolizada la multitud de los fieles de Cristo, que serán librados de los azotes en el día de la cólera de Dios contra los impíos. Otros escritores, siguiendo a Victorino Pettau y a Andrés de Cesárea, creen más bien que el número 144.000 representa a los cristianos convertidos del judaismo, desde los días apostólicos hasta la entrada en masa de Israel en la Iglesia 14. Y, finalmente, ciertos autores, como, por ejemplo, el P. S. Bartína 15, identifican esa muchedumbre inmensa de 144.000 con un grupo escogido que había de quedar excluido de las calamidades que se abatirían sobre la tierra, y que sería el que prolongase la Iglesia en la historia.

El vidente de Patmos coloca la tribu de Judá en primer lugar, por ser la tribu de la cual había salido el Mesías, Jesucristo 16. La tribu de Dan no es nombrada, tal vez porque una tradición judía la consideraba como maldita, por suponer que de ella había de salir el anticristo 17. Pero con el fin de que subsista el número 12 — número sagrado de las tribus de Israel — el hagiógrafo nombra a la tribu de Leví, y desdobla la tribu de José en las de Efraím (en lugar de Efraím es nombrado José) y de Manases.

 

Triunfo de los elegidos en el cielo, 7:9-17.

9 Después de esto miré y vi una muchedumbre grande, que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua, que estaban delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos. 10 Clamaban con grande voz, diciendo: Salud a nuestro Dios, al que está sentado en el trono, y al Cordero. 11 Υ todos los αngeles estaban en pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes, y cayeron sobre sus rostros delante del trono y adoraron a Dios, diciendo: Amén. 12 Bendición, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos, amén. 13 Tomó la palabra uno de los ancianos y me dijo: Estos vestidos de túnicas blancas, ¿quiénes son y de dónde vinieron? 14 Le respondí: Señor mío, eso tú lo sabes. Y me replicó: Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero. 15 Por eso están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo, y el que está sentado en el trono extiende sobre ellos su tabernáculo. 16 Ya no tendrán hambre, ni tendrán ya sed, ni caerá sobre ellos el sol, ni ardor alguno, 17 porque el Cordero, que está en medio del trono, los apacentará y los guiará a las fuentes de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.

 

San Juan, después de contemplar los 144.000 sellados, ve en el cielo una gran muchedumbre de elegidos de todas las naciones, incontables en número, que estaban de pie delante del trono y del Cordero (v.8). Esta multitud innumerable simboliza a toda la Iglesia, compuesta de gentes de toda raza y nación. El Señor había prometido a los patriarcas que en ellos serían bendecidos todos los pueblos de la tierra 18. Los profetas también habían predicho de muy diversas maneras la incorporación de las naciones al pueblo de Dios en los tiempos mesiánicos. Por eso Jesucristo había mandado a los apóstoles a predicar el Evangelio a toda criatura 19. Y San Pablo nos dirá todavía más claramente que en Cristo no hay judío ni gentil, hombre o mujer, siervo o libre, porque todos somos uno en Cristo 20. La gran muchedumbre que ve San Juan parece designar — según el v.14 —, un gran número de mártires cristianos, que vienen de la gran tribulación y ya poseen la bienaventuranza eterna. Los vestidos blancos y las palmas en las manos significan su triunfo y su felicidad celeste. Sin embargo, conviene tener presente que las túnicas blancas y las palmas pueden ser también el símbolo de todo cristiano que ha triunfado del mundo. El cristiano que ha permanecido fiel a su fe en medio de las dificultades de este mundo, consigue una dificilísima victoria, que en mucho se parece a la victoria de los mártires. Además, para San Juan, la vida en el cielo es la prolongación, la expansión de la vida de la gracia recibida en el bautismo. El contempla a los elegidos en una especie de peregrinación, de procesión hacia el cielo, en donde tendrá lugar el último acto de su largo peregrinar. Este último acto consistirá en sumarse al coro celeste de todos los elegidos para alabar a Dios por toda la eternidad21. Por eso, en la perspectiva joánica, la Iglesia militante y la triunfante vienen como a identificarse, a sobreponerse frecuentemente. Esta es la razón que nos ha movido a identificar la muchedumbre innumerable de Ap 7:9 con los 144.000 siervos de Dios sellados en la frente de los versículos precedentes 22.

La inmensa turba toma parte, juntamente con los espíritus celestiales, en la gran liturgia del cielo, en el sacrificio de alabanza, el más grato al Señor (v. 10-12). En su acción de gracias entonan un cántico en el que reconocen que la salvación de que gozan la han recibido del que está sentado en el trono y del Cordero. Porque éstos son los únicos que la pueden dar. El cántico de alabanza va dirigido a ambos, con lo cual confiesan su unidad y — hablando en lenguaje teológico — la consubstancialidad del Padre y del Hijo. La expresión salud (σωτηρία) α nuestro Dios parece ser una traducción del hosanna de los judíos, que era empleado especialmente en las manifestaciones religiosas de la fiesta de los Tabernáculos 23.

Las miríadas de ángeles que estaban en torno al trono de Dios, los veinticuatro ancianos y los cuatro vivientes, se unen a la aclamación de los mártires postrándose en tierra y respondiendo con un solemne amén (v.11). Luego entonan una doxología de alabanza a Dios, que consta de siete términos (v.12). Con este septenario de plenitud y totalidad se celebran la sabiduría y el poder divinos, por haber hecho triunfar a tan inmensa multitud. En primer lugar es la bendición que le ofrecen todas las criaturas. De este colosal cántico de bendición de toda la creación tenemos como un eco lejano en el canto: "Bendecid todas las obras del Señor al Señor" 24. Después es la gloria, es decir, la manifestación de la grandeza de Dios, que invita a la alabanza, de la cual está llena toda la tierra 25. La sabiduría, que el mismo Dios pregona en el libro de Job, describiéndonos las maravillas de la creación, en que resplandece la sabiduría del Creador 26. La acción de gracias, la cual es debida a Dios por los innumerables beneficios que derrama en todas las criaturas, especialmente en los seres racionales, a quienes hace participantes de su propia bienaventuranza. Honor es el reconocimiento de la excelencia de una persona, y ¿quién más excelente que Dios, y a quién es más debido el reconocimiento de esa excelencia? El poder soberano para regir a nadie puede competir mejor que al que por derecho propio reina sobre la creación entera. Finalmente, la fortaleza, o mejor, la fuerza con que subyuga a cuantos se le oponen, sometiéndolos a su ley, conviene de modo especial a aquel que es llamado el todopoderoso. Todos estos atributos los posee Dios, no por algún tiempo determinado, sino por los siglos de los siglos. Así, los cielos y la tierra, los ángeles y los hombres se juntan, en esta solemnísima liturgia celeste, para aclamar a una al Dios soberano, que está sentado en el trono, y al Cordero.

A continuación (v.13-17) San Juan va a determinar mejor quiénes son los que forman esa muchedumbre incontable. Y en un diálogo entre uno de los veinticuatro ancianos y el vidente de Patmos, muy propio del estilo apocalíptico, aquél le responde: Estos son ios que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero (v.14). La gran tribulación de que se habla aquí no es precisamente la de los últimos tiempos, es decir, la del juicio final, sino que probablemente se refiere a la persecución de Nerón, tipo de todas las persecuciones antirreligiosas de todos los tiempos. La muchedumbre vestida de túnicas blancas, lavadas en la sangre del Cordero, no comprende únicamente a los mártires de la persecución neroniana, sino también a todos los fieles purificados de sus pecados por el bautismo. El sacramento del bautismo recibe de la sangre de Cristo la virtud de lavar y purificar las almas 27. El cristiano, que recibe por el bautismo la gracia de Dios, posee ya en sí mismo la vida. Vive la vida de la gracia, que es comienzo de la vida eterna, aun en medio de las tribulaciones de la vida presente. Después vendrá la plena expansión de esa vida en el cielo. Así entendido este pasaje, se explica bien la expresión un tanto extraña: lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero. Es la sangre de Cristo, que lava y purifica las almas de los pecados contraídos. Esta metáfora de la sangre de Cristo que blanquea, quitando los pecados, se encuentra en otros lugares del Nuevo Testamento 28. La imagen del Apocalipsis debe de provenir de Ex 19:10.14 y Gen 49:11.

La felicidad celestial de los bienaventurados es concebida como una liturgia continua, en donde las almas ejercen día y noche su sacerdocio delante del trono de Dios dentro del templo celeste (v.15). Es la plena expansión de la idea que ve en los cristianos un reino de sacerdotes 29. El Dios omnipotente, que esta sentado en el trono, extenderá sobre ellos su tienda para protegerlos de las inclemencias del tiempo. Yahvé es presentado como un jeque beduino que acoge con suma hospitalidad a los viandantes fatigados por el largo caminar a través del desierto de este mundo. Con la venida de Cristo a este mundo, Dios montó su tienda entre nosotros 30. De la misma manera que Dios protegió a Israel en el desierto con su sombra protectora, o la She-kina, así también ahora Dios protege a sus elegidos habitando en rnedio de ellos 31. Pero la habitación indefectible y eterna de Dios entre los suyos sólo tendrá plena realización en el cielo. Allí los elegidos gozarán de una salud plena y perfecta, pues Dios los librará de todas las miserias de la presente vida. No tendrán hambre ni sed, ni sufrirán los ardores del sol, ni el dolor y la tristeza (v.16) 32. El mismo Cristo ios apacentará como pastor y los conducirá a las fuentes de la vida eterna (v.17), pues Jesucristo es el camino verdadero y único para ir al Padre 33, es la "fuente de la vida" 34. El profeta Isaías se había expresado ya en términos casi idénticos: "No padecerán hambre ni sed, calor ni viento solano que los aflija. Porque los guiará el que de ellos se ha compadecido, y los llevará a aguas manantiales" 35. En el Antiguo Testamento es frecuente comparar a Yahvé con un pastor que apacienta sus ovejas y las conduce a la majada 36. Jesucristo se llama a sí mismo el buen Pastor, que conoce a sus ovejas y las defiende de los lobos rapaces 37. Es también la. fuente de la vida sobrenatural para todos los que creen en El 38. Dios y el Cordero habitarán entre sus ovejas, entre sus elegidos, y serán su templo, su sol y su protección 39. El mismo Dios enjugará las lágrimas de sus ojos (v.17), es decir, los consolará y ya no permitirá que sufran más. Isaías, al hablarnos del festín mesiánico que Yahvé dará en Sión a todos los pueblos, también da realce a la idea de felicidad que experimentarán todos en aquellos tiempos, diciendo: "Y destruirá la muerte para siempre, y enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y alejará el oprobio de su pueblo, lejos de toda la tierra" 4°. Estas figuras tan dulces y emocionantes reaparecerán en los dos últimos capítulos del Apocalipsis.

 

1 Ap 6:17. Cf. M. García Cordero, O.c. p.8s. — 2 Cf. Is 11:12; Ez 7:2; 37:9- — 3 Cf. Ez 43:2. — 4 Ap 9:4; 14:1; 22:4. — 5 Ex 12:13. — 6 Ex 39:30. — 7 Is 44:5- — 8 Ez 9:4-6. — 9 fií'st. 2:113. — 10 Cf. Pastor de Hermas, SimíL 9:16:2-4. — 11 Cf. Ap is.ióss; 14:9; 16:2; 19:20; 20:4. — 12 Cf. Gal 6:16; Sant 1:1; 1 Pe 1:1. — 13 Cf. T. Martín, Discusión sobre el Apocalipsis. ¿Cuáles son los señalados?: Ilustración del Clero 16 (1922) 308-309.310-312.339-341; J. M. Bover, 144.000 signati: EstEcl n (1932) 535-547; R. E· Murphy, The Epistle for All Saints (Ap 7:2-22): American Ecclesiastical Review 121 (1949) 203-209. — 14 Rom H.25SS. Cf. M. García Cordero, o.c. p.57 — 15 Cf. S. Bartína, o.c., p.6y3. — 16 Cf. Testamento de Dan 5; Strack-Billerbeck o.c. III p.804. — 17 San Ireneo, Adv. haer. 5:30:2; San Hipólito, De antichristo 14: PG 10:737. — 18 Gen 12:3; 28:14. — 19 Mt 28:19. — 20 Gal 3:28. — 21 Cf. M. García Cordero, o.c. p.5g. — 22 Cf. Ap 7:4-8. — 23 La expresión σωτηρία era un tιrmino muy usado en las religiones paganas en la épcca en que escribía San Juan. — 24 Dan 3:52ss. — 25 Is6:3. — 26 Job 38ss. — 27 Cf. Ap 1:5. — 28 Cf. Heb9:7ss; 1 Jn 1:7. — 29 Cf. Ap 1:6; 5:101 20:6. — 30 Jn 1:14; cf. Ez 37:27; Zac 2:14. — 31 Ex 33:14-18; 34:9; i Re 8:11-13.27;cf. J. Bonsirven./udai'smepaíest. I p. 130.20655.216. — 32 Gf. Ap21,4- — 33 Jn 6:47; 10:28. — 34 Jn 4:10-14; 7:38; cf. Ap 22:1. — 35 Is 49:10. — 36 Gf. Is 40:11; Ez 34:23; Sal 23:1; 80:2; Miq 7:14; Zac 10:2. — 37 Jn 10:14; Heb 13:20; 1 Pe 2:25; 5:4. — 38 Jn4,14; 7:37- — 39 Ap 21,3ss; 22:3-5- — 40 Is 25:8.

 

 

Capitulo 8.

 

Apertura del séptimo sello: silencio de media hora, 8:1.

1 Cuando abrió el séptimo sello, hubo un silencio en el cielo por espacio corno de media hora.

 

La apertura del séptimo sello da comienzo a una nueva serie de catástrofes. Por consiguiente, el séptimo sello no constituye el final del drama, que trae consigo el gran día del castigo, sino que es sólo el final de un acto. Su apertura dará lugar a un nuevo septenario de catástrofes, que se producen al toque de siete trompetas. Al abrir el último sello se origina una gran expectación entre los que rodeaban el trono de Dios y el Cordero. La solemnidad del momento se pone de manifiesto al presentarnos a los habitantes celestes como atónitos, guardando silencio por espacio de media hora (v.1). Este impresionante silencio señala la espera ansiosa de las criaturas mientras se desenrolla el libro. Lo que ahora se va a descubrir es tan sorprendente y aterrador que todos quedan como sobrecogidos por el terror. Este silencio solemne, que precede la venida del gran día de la cólera, es una especie de entreacto, después del cual la escena pasa del cielo a la tierra. El toque de las siete trompetas anunciará una nueva serie de azotes, que constituirán el preludio a la llegada del reino de Dios.

 

Visión de las Siete Trompetas, 8:2-11:19.

El vidente de Patmos va a contemplar de una manera profética la ejecución de los decretos del libro sellado. Las calamidades de este septenario se abatirán sobre los que no están marcados con el sello de Dios. Las siete trompetas hacen venir los castigos de Dios sobre todos los idólatras. El nuevo septenario presenta los mismos caracteres de composición que el precedente, pero es más monótono y artificial. El autor sagrado cambia únicamente de símbolos — como hace con frecuencia — para expresar la misma idea. Las calamidades de este septenario alcanzan uniformemente a un tercio de las cosas, lo que parece suponer una progresión sobre el septenario precedente, que alcanzaba sólo a una cuarta parte.

En la visión de las trompetas se advierten rasgos suficientes para establecer la identidad fundamental de los azotes descritos en ella con los que el profeta había visto prepararse en el cielo. La destrucción de los vegetales (8:7) hace pensar en el hambre de la que se ha hablado en Ap 6:5-6. Las aguas convertidas en ajenjo, que hacen morir a los hombres (8:10-11), tienen cierta relación con el cuarto jinete que trae consigo la epidemia (Ap 6:7-8). Los trastornos cósmicos (8:12) recuerdan evidentemente los trastornos acaecidos en el momento de la apertura del sexto sello (Ap 6:12-14). Por otra parte, las cuatro primeras trompetas corresponden también bastante bien a las cuatro primeras copas de Ap 16:2-9.

Las imágenes de estas visiones están inspiradas principalmente en la historia de las plagas de Egipto y en la tradición apocalíptica judía. Los detalles, muy probablemente, no pretenden tener una significación determinada, sino que son artificios literarios para dar más plasticidad a la idea de los grandes castigos de Dios. Por eso no pretendemos buscar la significación de cada detalle en particular, sino procuramos descubrir el sentido del conjunto l.

 

Las oraciones de los santos aceleran la llegada del gran día, 8:2-6.

2 Vi siete ángeles, que estaban en pie delante de Dios, a los cuales fueron dadas siete trompetas. 3 Llegó otro ángel, y púsose en pie junto al altar, con un incensario de oro, y fuéronle dados muchos perfumes para unirlos a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro, que está delante del trono. 4 El humo de los perfumes subió, con las oraciones de los santos, de la mano del ángel a la presencia de Dios. 5 Tomó el ángel el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó sobre la tierra; y hubo truenos, voces, relámpagos y temblores. 6 Los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas.

 

Tal vez haya que suponer que el Cordero, después de soltar el séptimo sello, desenrolló el libro y lo leyó. Una vez conocido el contenido del libro, da las órdenes pertinentes a los ángeles, que son sus agentes. San Juan ve los siete ángeles que están delante de Dios, a los que fueron entregadas siete trompetas (v.2). Estos ángeles deben de ser figuras ya conocidas, como lo indica el artículo τους. Probablemente sean los αngeles que la tradición judía conocía como los ángeles de la faz o angeles de la presencia, es decir, los siete arcángeles de que nos hablan Tobías 3, Daniel 4, San Lucas5 y Henoc6: Uriel, Rafael, Raguel, Miguel, Saraquiel, Gabriel, Remeiel. Están delante de Dios para significar que es El quien los envía a poner por obra sus juicios sobre la tierra. Ellos han de dar las señales para que los ministros de la justicia divina cumplan los mandatos que ya habían recibido. Las trompetas que les fueron entregadas' constituían una imagen escatológica tradicional. Por medio de ellas se da la señal de los juicios divinos, sobre todo la del último juicio7. Ellas anuncian la destrucción del mundo pagano, pero son, al mismo tiempo, anuncio de alegría y liberación para los elegidos.

Pero antes de que los siete ángeles comiencen a hacer su oficio, llega otro ángel con un incensario, o, más propiamente, con una paleta que servía para transportar las brasas del altar de los holocaustos sobre el altar de los perfumes. El ángel se acerca al altar de los holocaustos, bajo el cual estaban los mártires8, y recibe muchos perfumes, que simbolizan las oraciones de los santos, los cuales ha de ofrecer sobre el altar de oro (v.3). El autor sagrado concibe el templo celeste exactamente como el templo de Jerusalén. En él hay un altar de los holocaustos, un altar de los perfumes y un santo de los santos 9. Las oraciones de los fieles llegan hasta Dios por mediación de los ángeles 10. Se afirma aquí claramente la doctrina de la intercesión de los ángeles en favor de los hombres H. San Juan en el Apocalipsis insiste en presentar al ángel como intercesor de los santos al lado del Señor. En esto se conforma a la tradición bíblica y judía, que presenta frecuentemente a los ángeles como intercesores de los hombres, especialmente en los últimos libros del Antiguo Testamento 12. El ángel que había visto San Juan coloca los perfumes o el incienso sobre las brasas del altar. Y entonces se vio una columna de humo que subía, juntamente con las oraciones de los santos, de la mano del ángel a la presencia de Dios (v.4). Las oraciones, simbolizadas por los perfumes 13, piden justicia contra los perseguidores. Y, en efecto, Dios escucha las oraciones de los santos, pues pronto vamos a contemplar su realización. Dios va a intervenir en favor de su Iglesia.

El ángel, cumplida su ofrenda, vuelve al altar de los holocaustos y llena la paleta de brasas, que arroja sobre la tierra (ν,ζ). Este acto viene a ser como un presagio de los castigos que Dios va a enviar sobre el Imperio romano y sobre todas las naciones paganas. Una escena parecida la encontramos en Ezequiel 10:2: un ángel coge fuego del carro de los querubines y lo arroja sobre la ciudad de Jerusalén, para significar la destrucción de la ciudad por parte de los babilonios. En la visión del Apocalipsis, el fuego santo, al caer sobre la tierra contaminada con las iniquidades de los hombres, viene a revelar el estado de maldad que reina en ella. La caída de las brasas produce un efecto parecido al de la explosión de una bomba: se produce un trastorno cósmico, con truenos, voces, relámpagos y temblores de tierra. Estos son los signos de la venganza inminente de Dios. La justicia simbolizada por este fuego va a abatirse sobre el mundo culpable. Ha llegado la hora de la manifestación de la justicia divina. Por eso ios ángeles se disponen a tocarlas (v.6) para que el castigo divino descargue sobre el mundo. Las oraciones de los santos son las que atraen sobre la tierra la cólera divina, que vendrá templada con la misericordia.

 

Suenan las cuatro primeras trompetas, 8:7-12.

7 Tocó el primero la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclado con sangre, que fue arrojado sobre la tierra; y quedó abrasada la tercera parte de las tierra, y quedó abrasada la tercera parte de los árboles, y toda hierba verde quedó abrasada. 8 El segundo ángel tocó la trompeta, y fue arrojada en el mar como una gran montaña ardiendo en llamas, y convirtióse en sangre la tercera parte del mar, 9 y murió la tercera parte de las criaturas que hay en el mar de las que tienen vida, y la tercera parte de las naves fue destruida.10 Tocó las trompeta el tercer ángel, y cayó del cielo un astro grande, ardiendo como una tea, y cayó en la tercera parte de los ríos y en las fuentes de las aguas. 11 El nombre de ese astro es Ajenjo. Convirtióse en ajenjo la tercera parte de las aguas, y muchos de los hombres murieron por las aguas, que se habían vuelto amargas. 12 Tocó el cuarto ángel la trompeta, y fue herida la tercera parte del sol, y la tercera parte de la luna, y la tercera parte de las estrellas, de suerte que se oscureció la tercera parte de las mismas, y el día perdió una tercera parte de su brillo, y asimismo la noche.

 

Del mismo modo que la apertura de los cuatro primeros sellos constituía una especie de grupo, así también aquí las cuatro trompetas forman un primer grupo. La razón de esto está en que se reparten, como los siete sellos, las siete cartas, las siete copas, en dos series de cuatro y de tres miembros respectivamente. Las calamidades que desencadena el toque de las diversas trompetas se abaten sobre un tercio de la naturaleza inanimada: la tierra, el mar, las aguas dulces y los cielos. Los hombres no son atacados directamente; pero indirectamente tendrán que sufrir los efectos consiguientes a la acción de los azotes divinos. Las calamidades desencadenadas por los cuatro jinetes herían a un cuarto de la humanidad. Aquí el castigo es mayor, pues abarca a un tercio. La cólera divina alcanzará su mayor extensión en el septenario de las copas 14.

La descripción de los azotes que se producen al toque de las diversas trompetas está tomada en buena parte de las plagas de Egipto, que en la tradición judía representaban los castigos típicos de Dios contra los idólatras 15. Las siete calamidades del Apocalipsis provocadas por las trompetas siguen muy de cerca, incluso en la parte literaria, la narración de las plagas del tiempo de Moisés 16. Es evidente que no han de tomarse al pie de la letra, ni aun en sentido alegórico, tratando de dar un sentido determinado a cada detalle. Se deben interpretar más bien en sentido parabólico, viendo en cada calamidad — tomada en conjunto — la acción de la justicia divina, que castiga a los hombres obrando sobre la naturaleza, que Dios había creado para su provecho 17.

El toque de trompetas se emplea con relativa frecuencia en la Biblia para anunciar acontecimientos de importancia decisiva. En el profeta Joel, las trompetas anuncian el día de Yahvé 18. Jesucristo, en el discurso escatológico 19, afirma que los ángeles llamarán a juicio a los hombres al toque de las trompetas. Y San Pablo dice que "al son de la trompeta resucitarán los muertos" y el Señor descenderá del cielo 20. También la literatura rabínica de tendencia apocalíptica se sirve de la imagen de los ángeles tocando las trompetas para convocar a juicio 21.

Según el libro cuarto de Esdras 22, la destrucción del mundo habría de durar siete días, tantos como había durado su creación. No tendría nada de extraño que el septenario de las trompetas se inspirase en esta concepción. Sin embargo, interpretando este septenario dentro del cuadro general del Apocalipsis de San Juan, es más probable que aquí el número siete tenga sentido de plenitud, como ya hemos visto que tenía en otros septenarios 23.

El toque de la primera trompeta parece desencadenar grandes tempestades, que provocan enormes pérdidas y calamidades agrícolas (v.7), parecidas a aquellas que nos refiere Tácito 24, acaecidas en los años 63, 68 y 69 d.C. Granizo y fuego mezclado con sangre destruyeron la tercera parte de la tierra y toda la vegetación que en ella había. En Ap 7:3, el ángel que tenía el sello de Dios vivo pide a los otros cuatro ángeles que no hagan daño a la tierra ni a los árboles hasta haber sellado a todos los siervos de Dios en sus frentes. Ahora parece que la señalización de los elegidos ya ha terminado, y ha llegado el momento de castigar al hombre, destruyendo la vegetación. La séptima plaga de Egipto, en la que se dice que "Yavé llovió granizo sobre la tierra de Egipto y, mezclado con el granizo, cayó fuego" 25, y los prodigios escatológicos anunciados por Joel 26, han suministrado los elementos literarios de este primer azote.

La segunda trompeta trae consigo un azote sobre el mar del todo singular. Una montaña ardiendo es arrojada al mar, y convierte en sangre la tercera parte de él, y destruye cuantos animales hay en sus aguas y hasta las naves que por ellas navegan (v.8-9). El hecho de convertirse el agua en sangre recuerda la primera plaga de Egipto, en la cual el Nilo se convirtió en sangre y murieron todos los peces que en ellas había 27. En la gran montaña arrojada al mar ardiendo en llamas, algunos autores ven una alusión a alguna erupción volcánica. Pudiera ser una referencia a la gran erupción del Vesubio (año 79 d.C.), en la que fueron sepultadas por la lava las ciudades de Pompeya y Herculano 28. El recuerdo de esta catástrofe verdaderamente apocalíptica debía de perdurar todavía a fines del siglo i, cuando San Juan redactaba su libro. Y este recuerdo pudo sugerirle elementos para la descripción del segundo azote.

Al sonar la tercera trompeta cayó del cielo un astro grande, ardiendo como una tea, sobre la tercera parte de los ríos y de las fuentes de agua (v.10). Este astro, llamado Ajenjo, inficionó las aguas, causando la muerte de muchos hombres con su amargura (v.11). Sin duda que este azote se refiere a alguna epidemia causada por las aguas emponzoñadas. En Ap 8:8-9 se hablaba de la contaminación de las aguas saladas del mar; ahora toca la vez a las aguas dulces de los ríos y de las fuentes. El astro envuelto en llamas que cae del cielo pudiera ser un ángel, por analogía con Ap 9:1. Pero también podría ser un bólido, que en los ambientes populares habría sido considerado como el causante de la epidemia. Uno de los Oráculos sibilinos (5:158-161) también anuncia la caída de un astro que secará el mar profundo y consumirá a Babilonia (Roma) y a Italia 29. En el libro cuarto de Esdras (5:9) se habla de las aguas dulces convertidas en amargas, que es considerado como un signo precursor de la proximidad del fin del mundo. El ajenjo (Artemisia absinthium) era una planta muy conocida en la antigüedad por su sabor, el más amargo de todos. En el Antiguo Testamento, el ajenjo es símbolo de la injusticia, de la idolatría y de los castigos divinos 30. Las aguas emponzoñadas con el ajenjo del Apocalipsis mataron a muchos hombres. No se especifica que fuera una tercera parte, como en las trompetas anteriores, sino que se habla de una manera general e indeterminada. Se pueden percibir en esta tercera, trompeta reminiscencias de la primera plaga de Egipto 31.

La cuarta trompeta trae consigo el oscurecimiento de la tercera parte del sol, de la luna y de las estrellas (v.12). También Dios creó los astros para servicio del hombre, a fin de que le sirvieran con su luz. Por eso su oscurecimiento es una señal de mal augurio para los hombres. Se debe de tratar de eclipses parciales, que eran de mal presagio para los antiguos. En las descripciones apocalípticas de la Sagrada Escritura y de la literatura judía posterior nunca faltan estos fenómenos celestes 32. Con ellos se quiere indicar que los astros, criaturas de Dios, también tomarán parte en los castigos divinos contra la humanidad. El azote desencadenado por esta cuarta trompeta depende evidentemente de la novena plaga de Egipto, en la que las tinieblas cubrieron durante tres días la tierra 33. En el libro de la Sabiduría, el autor sagrado se complace en ponderar la grandeza de esta plaga 34.

De esta manera, la tierra, el mar, las aguas dulces y los astros han sido heridos sucesivamente en un tercio. Esto muestra que la descripción del vidente de Patmos es una cosa convencional y artificial, para significar los castigos que habían de venir sobre el mundo. Del mundo material sólo quedan el aire, que será herido al sonar la séptima trompeta, y el Abismo, o sea el hades, del cual se hablará al tratar de la quinta trompeta.

 

Un águila anuncia tres calamidades, 8:13.

13 Vi y oí un águila, que volaba por medio del cielo, diciendo con poderosa voz: ¡Ay, ay, ay de los moradores de la tierra por los restantes toques de trompeta de los tres ángeles que todavía han de tocar!

 

Los castigos desencadenados por las cuatro primeras trompetas han alcanzado directamente sólo a la tierra y a los astros. Los nombres han sido alcanzados hasta aquí sólo indirectamente. Las otras tres trompetas que quedan traerán consigo una creciente intensidad de los azotes, que alcanzarán a los hombres directamente, y sus efectos serán mucho más graves. Esto nos lo muestra el profeta con la breve introducción de Ap 8:13. Un águila aparece en lo alto del cielo para que se oiga bien de todas partes lo que va a decir. Con poderosa voz amenaza a los moradores de la tierra con las tres trompetas que todavía no han sonado. El águila profiere tres ayes contra los habitantes de la tierra 35, es decir, contra los paganos. Los tres ayes corresponden a las tres calamidades que provocarán las tres últimas trompetas. El ay (vae) amenazador, empleado con tanta frecuencia en la literatura bíblica 36 y extrabíblica 37, es exactamente lo opuesto de bienaventurados (beati), y presupone el anuncio o el deseo de que venga algún castigo.

El P.E.B. Alio nota, a propósito del segundo αν, que tambiιn los cristianos serían alcanzados por la calamidad. Pero San Juan hablaría como si no hiriera a los cristianos, porque supone que ellos se aprovecharían de esta ocasión para purificarse 38. En este sentido, los azotes serían presentados como pruebas providenciales, que prácticamente sólo harían daño a los paganos. Para los cristianos serían un medio de perfeccionamiento.

La imagen del águila no es nueva en la Sagrada Escritura, pues la emplea Jeremías para significar la rapidez con que vendrá el castigo sobre Moab y Edom 39. Pero los pasajes de Jeremías no tienen la solemne belleza del águila de San Juan, amenazando desde lo alto del cielo a la tierra con los azotes que traerán las trompetas que faltan. Las escenas de las tres trompetas restantes están separadas de las precedentes, siguiendo la ley de la ruptura de los septenarios después del cuarto (=4 + 3). De las tres calamidades que aún quedan, la quinta se termina en Ap 9:12; la sexta en Ap 11:13, y la séptima abarcará todo el fin del Apocalipsis, a cuyo final parece servir como de introducción (Ap 11:15-19). De aquí podemos deducir que este septenario es de estructura semejante a la del precedente, es decir, al de los siete sellos.

 

1 Dom Guiu M. — 2 Camps, o.c. p.283. — 3 Tob 12:15. — 4 Dan 10:13; 12:1. — 5 Lc 1:19. — 6 Libro de Henoc 20:2-8; cf. 4 Esdr 4:36. — 7 Cf. Is 27:13; Jl 2:1; Mt 24:31; 1 Cor 15:52. — 8 Ap 6:9. — 9 Cf. Ap 11:19; 14:17; 15:5-8; 16:17- — 10 Cf. Tob 12:12-15. — 11 Cf. Aps,8. — 12 Zac 1:12; Tob 12:12-15; cf. Libro de Henoc 9:3-n; 15:2-16:2; Test, de Levi 3:5-8; Test, de Judá 24:2; Baruc griego 12:3-13:5- — 13 Cf. Ap 5:8. En el salmo 141:2 se compara ya la oración al humo del incienso: "Séate mi oración como incienso ante ti." — 14 Cf.Ap 15-16. — 15 Cf. Ez 38:22; Sab ii,16;16:16-19; 17:1-20. — 16 Esto ya fue advertido por San Ireneo (Adv. haer. 4:30:4). — 17 Cf. Gen 1:28ss. — 18 Jl 2:1-3.15- — 19 Mt 24:31. — 20 1 Tes 4:16; 1 Cor 15:52. — 21 Libro 4 Esdras 6:23 ; Salmos de Salomón n,i; Oráculos sibil. 8:239. — 22 4 Esdr 7:30. — 23 Cf. M. García Cordero, o.c. p.97. — 24 Anuales 15:47. — 25 Ex 9:24 — 26 J13.3. — 27 Ex 7:20-21; cf. Sof 1:3. — 28 Cf. T. W. Crafer, The Revelation of St. John the Divine, en A New Commentary on Holy Scripture (Londres 1929) p.Ó92; P. Touilleux, o.c. p-54; A. Gelin, o.c. p.619. — 29 Cf. Strack-Billerbeck, o.c. III p.8o8; A. Gelin, o.c. p.óao. — 30 Cf. Am5:7;Jer9,iS;Dt29,17. — 31 Cf. Ex 7:19-25- — 32 Cf. Am 8:9; Jl 3:15; Mt 24:29; Me 13:24; 4 Esdr 5:4, — 33 Ex 10:21-29. — 34 Sab 17,iss. — 35 Cf. Ap 9:4.20; 11:10. — 36 Cf. Núm 21:29; 1 Re 13:30; Am 5:16; Mt 11:21; 23:1353; 24:19; 26:24; Mc 13:17; Lc 17:1. — 37 Cf. A. Díez Macho, Estudio de la "hazará" en la "Poética hebraica" de Mosén Ibn Ezra y en el texto masorético: Sefarad 7 (1947) 21. — 38 E. B. Allo, o.c. p.136. — 39 Jer 48:40; 49:16.

 

 

Capitulo 9.

Este capítulo narra lo que sucedió después de tocar la quinta trompeta y lo que tuvo lugar después de la sexta. Los castigos que estas dos trompetas desencadenan son más fuertes y severos que los que hemos visto anteriormente. Pero todavía los superará el azote que traerá consigo la trompeta séptima. La descripción de estas calamidades contiene más abundancia de pormenores que las hasta ahora vistas. El fin que se propone Dios al enviar estas plagas es el de convertir a los paganos e impíos para que no continúen persiguiendo a su Iglesia 1.

 

Quinta trompeta: Primera calamidad: insectos infernales, 9:1-12.

1 El quinto ángel sonó la trompeta, y vi una estrella que caía del cielo sobre la tierra y le fue dada la llave del pozo del abismo; 2 y abrió el pozo del abismo, y subió del pozo humo, como el humo de un gran horno, y se oscureció el sol y el aire a causa del humo del pozo. 3 Del humo salieron langostas sobre la tierra y les fue dado poder, como el poder que tienen los escorpiones de la tierra. 4 Les fue dicho que no dañasen la hierba de la tierra, ni ninguna verdura, ni ningún árbol, sino sólo a los hombres que no tienen el sello de Dios sobre sus frentes. 5 Se dio orden de que no los matasen, sino que fuesen atormentados durante cinco meses; y su tormento era como el tormento del escorpión cuando hiere al hombre. 6 Los hombres buscarán en aquellos días la muerte y no la hallarán, y desearán morir y la muerte huirá de ellos. 7 Las langostas eran semejantes a caballos preparados para la guerra, y tenían sobre sus cabezas como coronas semejantes al oro, y sus rostros eran como rostros de hombre; 8 y tenían cabellos como cabellos de mujer y sus dientes eran como de león; 9 y tenían corazas como corazas de hierro, y el ruido de sus alas era como el ruido de muchos caballos que corren a la guerra. 10 Tenían colas semejantes a los escorpiones, y aguijones, y en sus colas residía su poder de dañar a los hombres por cinco meses, 11 Por rey tienen sobre sí al ángel del abismo, cuyo nombre es en hebreo Abaddon, y en griego tiene por nombre Apolyon. 12 El primer ¡ay! pasó; he aquí que vienen aún otros dos ¡ayes! después de esto.

 

San Juan nos ofrece en esta quinta trompeta la descripción de una terrible invasión de demonios, salidos del abismo, bajo la forma de langostas infernales. Estas atormentan a los hombres que no están marcados con el sello divino; pero sin matarlos. En Palestina es conocida la plaga de langostas, que procede de la orilla oriental del mar Muerto y a veces invade las tierras de la parte occidental, dejándolas desoladas 2. Estos insectos son tan voraces que no dejan nada verde. A veces son tan numerosos que forman nubes de varios kilómetros, que llegan a oscurecer el sol. Cuando vuelan en grandes bandadas producen con sus alas un ruido intenso.

En el Éxodo 10:12-19 se habla también de una plaga de langostas que Dios mandó sobre Egipto. Pero es especialmente el profeta Joel quien nos dejó una descripción maravillosa de la invasión de la langosta 3. La descripción del Apocalipsis se inspira indudablemente en la octava plaga de Egipto 4, pero sobre todo en la narración de Joel. Las langostas de que nos habla el vidente de Patmos deben de responder a alguna representación híbrida, bastante frecuentes en el Oriente antiguo (cf. v.7-10). Baste recordar los querubes de Ezequiel, en cuya representación entran cabeza y tronco de hombre, cuerpo de toro con patas de león y alas de águila5. Tal vez la imagen de los centauros griegos no está ausente de la mente de Juan.

El ejército de langostas sube del abismo, del océano primitivo, que aquí es considerado como la morada de los demonios. La tierra está comunicada con este abismo por medio de un pozo muy profundo, que de ordinario está cerrado, y cuya llave la tiene el mismo Dios, con el fin de limitar la acción diabólica sobre el mundo. San Juan ve una estrella caer del cielo sobre la tierra, a la cual fue dada la llave del pozo del abismo (v.1). Esta estrella representa un ángel6, pues, según la literatura apocalíptica, los ángeles eran los que dirigían las estrellas y se consideraban como una personificación de las mismas 7. Esta estrella caída no representa un ángel caído 8, sino un ángel mandado por Dios para desencadenar otro castigo contra los malvados. Probablemente el autor sagrado se refiera al ángel que guardaba el abismo. Y no sería nada de extraño que aludiese a U riel, que, según el Libro de Henoc 20:2, tenía autoridad sobre el mundo y el Tártaro. El abismo (hebreo: tehom), que en el Antiguo Testamento era el océano sobre el cual estaba fundamentada la tierra, se convierte en la literatura apocalíptica en una prisión subterránea 9. En ella había un fuego que atormentaba a los ángeles caídos y a los demonios 10, y que había de ser el lugar de tormento de todos los pecadores n. Para el autor del Apocalipsis, el lugar de castigo escatológico es el estanque de fuego 12. El abismo es considerado como el lugar en donde Satanás y los ángeles caídos son temporalmente encadenados y castigados 13. Este abismo es también una región tenebrosa de la que procedían las pestes y los monstruos 14.

A la estrella que caía del cielo le fue dada la llave del pozo del abismo. Cristo mismo fue quien le dio la llave, pues, según Ap 1:18, Jesucristo es el que tiene las "llaves de la muerte y del infierno."

El poder y la providencia de Dios se extienden a toda la creación, y también controlan los abismos y los poderes del mal. San Juan tiene especial cuidado en el Apocalipsis de dar realce a la absoluta omnipotencia de Dios y de Jesucristo sobre todas las cosas. La estrella, o sea el ángel que recibió la llave, abrió el pozo del abismo (v.2) para soltar la quinta calamidad. En el momento mismo de abrir la puerta del pozo que comunica con el abismo, sale una densa humareda, semejante al humo de un gran horno. La inmensa humareda oscureció el sol y el aire. Y de en medio del humo comenzaron a salir langostas que se posaban sobre la tierra (ν.β). En realidad, estos seres, mαs bien que langostas, son monstruos apocalípticos compuestos de varios elementos. Pues en los v.7-8 nos dirá el autor sagrado que las langostas eran semejantes a caballos preparados para la guerra, que tenían rostros de hombre, cabellos de mujer, dientes de león y cola de escorpión. Esta descripción de la terrible langosta se inspira indudablemente en pasajes bíblicos, y posiblemente también en tradiciones y en representaciones extrabíblicas. San Juan, apoyándose en la plaga de langostas de Egipto 15, en la maravillosa descripción que hace Joel de una invasión de langostas 16, en los elementos que le suministraba Ezequiel acerca de animales mitológicos 17, y en lo que él mismo podía conocer por la literatura y el arte griego-orientales, ha logrado combinar con gran habilidad estos diversos antecedentes literarios, dándonos la imagen de un animal verdaderamente dañino. Los diversos elementos constitutivos de estas langostas infernales sirven para simbolizar el gran poder que tenían para hacer daño. Poseían la rapidez del caballo, la sagacidad del hombre, el atractivo de la mujer, la fuerza del león, la voracidad de la langosta y el veneno del escorpión. Difícilmente el autor sagrado podría imaginar otro ser más dañino y aterrador que el que aquí nos presenta 18.

A estos animales tan maléficos se les prohibe dañar los cultivos del hombre, como la hierba de la tierra, la verdura, los arboles. Tan sólo se les permite atormentar a los hombres que no están marcados con el sello de Dios sobre sus frentes (v.4). Para no incurrir en dificultades y contradicciones hemos de tener presente que estas distintas calamidades no se suceden cronológicamente, ni tampoco dependen unas de otras. Son cuadros convencionales en los que se prescinde de los demás, compuestos para expresar una idea teológica y religiosa. Por eso no nos hemos de extrañar que en el azote provocado por la primera trompeta 19 se diga que "toda hierba verde quedó abrasada," mientras que aquí se supone que esa hierba verde todavía existía. Lo que pretende el autor sagrado con esto es poner de relieve que so lo los hombres no sellados serán los que sufrirán el castigo divino.

Se ordena a las langostas infernales no matar a los hombres, sino atormentarlos durante cinco meses (ν.5). Υ el tormento que se les infligνa era como el de la picadura de un escorpión, que, si bien es dolorosísima, raramente es mortal 20. La picadura de los escorpiones es temible a causa del dolor intolerable que produce. El tiempo en que se les permite atormentar a los hombres no marcados con el sello de Dios es de cinco meses. Es precisamente la duración de la vida de una langosta, o sea un verano entero. Aquí cinco meses es un período de tiempo inferior a medio año, con el cual se quiere indicar un espacio de tiempo relativamente corto. El tormento causado por las picaduras de estas langostas-escorpiones es tan doloroso que las víctimas desearán y buscarán la muerte, pero no la hallarán porque la muerte huirá de ellos (v.6). El autor sagrado nos presenta la muerte personificada, que huye de los hombres heridos por los escorpiones para hacerlos sufrir más, y así obligarlos a entrar dentro de sí, a reconocer sus pecados y a convertirse.

La visión de las langostas es muy posible que aluda a algún hecho histórico, como, por ejemplo, a una invasión de los partos. Sin embargo, una interpretación casi tradicional, aceptada por muchos comentaristas ya desde los tiempos de Andrés de Cesárea, prefiere ver en las langostas un símbolo de los tormentos espirituales provocados por los demonios en las conciencias de los hombres. Los malos espíritus atacarían a éstos con turbaciones de espíritu y remordimientos de conciencia tan fuertes que les harían desear la muerte y llamarla a gritos, aunque en vano. Como en las cuatro primeras trompetas, tampoco aquí se puede alegorizar, sino aplicar la ley de la parábola, que mira al conjunto de la descripción para ver expresada en ella una idea.

El ejército de langostas infernales avanzaba de una manera arrolladora e implacable, pues eran semejantes a caballos pertrechados para la guerra. Con sus dientes de león deshacían todo cuanto encontraban a su paso, y con el veneno de sus colas paralizaban a todos los vivientes. Las monstruosas langostas, por su parte, estaban eficazmente defendidas con corazas de acero, que las hacían invulnerables. Sin embargo, este ejército aguerrido recibe la orden de no dañar a los vegetales, como hemos visto ya en el v.4. Sólo podrán causar daño a los hombres por cinco meses (v.y-10). Los vegetales librados del azote de la langosta tal vez simbolicen a los fieles cristianos que han de ser preservados de las calamidades. El rey de esas langostas infernales es el ángel del abismo, llamado en hebreo Abaddon, y en griego Apolyon (v.11). El término hebreo 'abaddon significa destrucción, perdición, y suele ser empleado en la Biblia como paralelo de seol, lo cual quiere decir que es sinónimo de seol o de región de los muertos2! Es, por lo tanto, una personificación de los poderes de la muerte, como el hades en Ap 1:18. El autor sagrado traduce Abaddon en griego por Apolyon, que también significa destructor 22, que tal vez tenga cierta relación con Apolo, que con su arco y sus flechas causaba estragos, como las langostas con el aguijón venenoso semejante al de los escorpiones.

El hagiógrafo se detiene de repente y anuncia que éste es el fin del primero de los ¡ayes! con el que amenazaba el águila en Ap 8:13. Pero al mismo tiempo afirma que van a seguir otros dos ¡ayes! (v.12), no menos perniciosos que el primero.

 

Sexta trompeta: Segunda calamidad: ejército diabólico, 9:13-21.

13 El sexto ángel sonó la trompeta, y oí una voz que salía de los cuatro ángulos del altar de oro, que está en la presencia de Dios, 14 que decía al sexto ángel que tenía la trompeta: Suelta los cuatro ángeles que están ligados sobre el gran río Eufrates.15 Fueron sueltos los cuatro ángeles, que estaban preparados para la hora, y para el día, y para el mes, y para el año, a fin de que diesen muerte a la tercera parte de los hombres. 16 El número de los del ejército de la caballería era de dos miríadas de miríadas; yo oí su número. 17 Asimismo vi en la visión los caballos y los que cabalgaban sobre ellos, que tenían corazas color de fuego, y de jacinto, y de azufre; y las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones, y de su boca salía fuego, y humo, y azufre. 18 Con las tres plagas perecieron la tercera parte de los hombres, es a saber: por el fuego, y por el humo, y por el azufre que salía de su boca.19 El poder de los caballos estaba en su boca y en sus colas, pues las colas eran semejantes a serpientes, tenían cabezas y con ellas dañaban. 20 El resto de los hombres que no murió de estas plagas no se arrepintieron de las obras de sus manos, dejando de adorar a los demonios, a los ídolos de oro y de plata, de bronce y de piedra y de madera, los cuales ni pueden ver, ni oír, ni andar; 21 ni se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus maleficios, ni de su fornicación, ni de sus robos.

 

Llega el segundo de los ¡ayes! El sexto ángel hace sonar la trompeta, y de los cuatro cuernos del altar de oro sale una voz (v.13). Esta voz, que proviene del altar de los perfumes, debe de ser una personificación de las oraciones de los santos allí ofrecidas 23. Estos piden que continúen los azotes contra el mundo pagano; es decir, que se cumpla la justicia divina contra los impíos 24.

La voz salida de los cuatro cuernos del altar 25 ordena al sexto ángel, de parte de Dios, que suelte los cuatro angeles que están ligados sobre el río Eufrates (v,14). En la literatura bíblica el Eufrates suele ser frecuentemente el punto de partida de las hordas invasoras, que tantas veces habían de devastar la Palestina. Durante siglos fueron los asir ios, después los babilonios, más tarde los persas y escitas y en tiempo de San Juan eran los partos. Los cuatro ángeles encadenados a orillas del Eufrates no hay que confundirlos con los de Ap 7:1-3·

Parecen ser más bien la personificación de las fuerzas invasoras, que van a sembrar por doquier la devastación y la ruina. Probablemente son los ángeles del castigo mencionados en Henoc 53:3, que con sus instrumentos de suplicio van a atormentar a los reyes y poderosos de la tierra. El artículo τούβ que emplea el texto griego del Apocalipsis hace suponer que estos cuatro αngeles eran conocidos en la tradición judío-cristiana 26. Según el Libro de Henoc 56:5-8, estos ángeles se pondrán un día al frente de los partos y de los medos, cuya caballería invadirá Palestina para el combate escatológico. San Juan probablemente se sirve de esta tradición transformándola un poco 27: contempla a esos ángeles poniéndose al frente de la caballería diabólica, lo mismo que Abaddón guiaba a las langostas infernales, y lanzándose contra los impíos. Y, en efecto, los partos, terror del Imperio romano de aquella época, acechaban la oportunidad a orillas del Eufrates para lanzarse sobre el mundo civilizado. Las luchas entre los partos y el Imperio romano eran frecuentes, y la victoria no siempre había sonreído a los romanos. Más de una vez las provincias del Imperio se vieron invadidas por la impetuosa caballería de los partos, terrible por su destreza en el manejo del arco. Solamente bajo Trajano, después que éste conquistó Mesopotamia y estableció la frontera a orillas del Tigris, cesó por un tiempo el temor de los partos. Sin embargo, hay que tener presente que las invasiones de los partos son el símbolo de las catástrofes que amenazan a los grandes imperios paganos perseguidores de la Iglesia de Dios.

Los cuatro ángeles que estaban preparados por Dios para el momento preciso — para la hora, para el día, para el mes y para el año — señalado por su justicia, fueron sueltos (v.15). Se sueltan cuatro ángeles, porque sus efectos han de alcanzar a las cuatro partes del mundo. En este azote ya no se trata de atormentar sin matar, sino que este ejército invasor, capitaneado por los cuatro ángeles, hará perecer a la tercera parte de los hombres. Sigue el mismo esquema que las cuatro primeras calamidades, desencadenadas por el toque de las trompetas. Pero los castigos son cada vez más terribles. El dar muerte a una tercera parte de los hombres quiere significar el gran estrago y carnicería que llevará a cabo el ejército invasor.

Nada más soltar a los cuatro ángeles aparece la caballería infernal compuesta de 200 millones de caballos y otros tantos de jinetes: el número de los del ejército. era de dos miríadas de miríadas (v.16). La masa del ejército es realmente imponente, y designa una potencia irresistible. La cifra que oyó, y que nos transmite el profeta, es semejante a la de los ángeles de la corte celestial, cuyo número era también de miríadas de miríadas 28. San Juan quiere como dar a entender que existen dos ejércitos formidables, el de Dios y el del diablo, que se espían, dispuestos a lanzarse el uno contra el otro. Este paralelismo o contraste que parece aflorar entre los dos ejércitos, indica que el autor sagrado se refiere aquí posiblemente al ejército de ángeles del abismo infernal, o, al menos, considera a los partos como los ministros del infierno.

La descripción que nos da el hagiógrafo de este ejército es tan fantástica y aterrorizadora como la de las langostas-centauros de la quinta trompeta. Los jinetes tenían corazas color de fuego; las cabezas de los caballos eran poderosas como las de los leones. Sus bocas exhalan un aliento verdaderamente infernal: fuego, humo y azufre (v.17). El azufre ardiendo y humeando es un elemento típico de las descripciones demoníacas y del infierno. La imagen de monstruos arrojando por sus bocas fuego y humo era entonces bastante corriente. Incluso se la encuentra entre los clásicos, como Ovidio y Virgilio. Las colas de los caballos del ejército infernal eran como serpientes, tenían cabezas y con ellas dañaban (v.19). En la mitología oriental era frecuente la representación de seres humanos con cabeza de león o con colas de serpiente 29. Y en la Gigan-tomaquia de Pérgamo — que San Juan había podido contemplar —, los enemigos de los dioses tienen los miembros inferiores serpentiformes.

La caballería infernal, descrita con caracteres verdaderamente espeluznantes, con sus terroríficas armas: fuego, humo y azufre, muy propias del abismo, causó la muerte de una tercera parte de los hombres (v.18). Algo parecido sucedió en las cuatro primeras trompetas, en las que pereció también la tercera parte de los seres que sufrieron su acción. La intención de Dios al permitir que muriesen tantos hombres era producir en los restantes el arrepentimiento. Sin embargo, los resultados de este castigo fueron nulos. Los supervivientes de la catástrofe no se aprovecharon de la lección para convertirse a Dios, antes bien, continuaron ofendiéndole con su culto a los ídolos y con otros muchos crímenes (v.20-21). Las malas obras de estos impíos forman, pues, dos grupos: unas van contra Dios y otras contra el prójimo. Contra Dios, el autor sagrado recuerda principalmente la idolatría, que consiste en adorar a figuras inertes de materias más o menos preciosas que no tienen alma ni vida. De la idolatría proceden todos los demás pecados, incluso los más vergonzosos 30. También pertenecen al capítulo de la idolatría los maleficios, de los cuales nos habla en el v.21. Comprenden las artes mágicas, las brujerías, las encantaciones, etc. En otros lugares del Nuevo Testamento suelen acompañar a la idolatría 31. Las obras malas cometidas contra el prójimo se resumen en tres apartados: homicidios, fornicaciones, robos.

Dios, que ante todo desea la salud de los hombres 32, ordena todos estos azotes al bien de los hombres. Dios bondadoso dirige tanto las obras de su justicia como de su misericordia a la conversión de los pecadores. Pero, en el caso presente, los planes mise- ricordiosos de Dios quedan frustrados por la protervia humana. Lo que decidirá a los pecadores a volverse a Dios será la exaltación de los dos Testigos simbólicos, que serán presentados en el capítulo 11.

De los cristianos no se dice nada. Pero, por analogía con el conjunto de este septenario, se puede concluir que debieron de salir purificados de la prueba. La gran tribulación pasada constituyó para ellos una ocasión de purificación espiritual, de la que salieron más fortalecidos en su fe y en su esperanza 33.

 

1 Gf. S. Bartina, o.c. p.680. — 2 Existen tres clases de langosta: Pachytylus migratorius, Schistocerca peregrina y Staurono-tus maroccanus. Suelen darse principalmente en Egipto, Arabia, Palestina y en África, desde donde a veces se desplazan a las islas Canarias, al sur de España, Sicilia, etc. — 3 Jl 1-2. — 4 Ex 10:1-20; cf. Sab 16:9. — 5 Ez 1:5-11. — 6 Cf. Ap 20:1-3. — 7 Libro de Henoc 86:1-4. Cf. J. Bonsirven, Judaisme palest. I p.231-232.242. — 8 En la literatura bíblica, sin embargo, se representa al demonio como cayendo del cielo. El mismo Jesucristo nos dice en Le 10:18: "Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo." Y el texto de Is 14:12 también ha sido aplicado a Satanás. — 9 Cf. Is 24:21-22. — 10 Libro de Henoc 21:7-10. — 11 Libro de Henoc 54:1-6. — 12 Ap 19:20; 20:9.145; 21:8. — 13 Ap 20:3. — 14 Libro de Henoc 19:15; 21,7ss; 90:24-27. — 15 Ex 10:12-19. — 16 Jl 1:6-12. — 17 Ez 1:5-11. Es muy posible que haya influencia también de Sab 16:9. — 18 Cf. M. García-Cordero, o.c. p.104-105. Es muy posible que las largas cabelleras, al estilo de los bárbaros, simbolicen su crueldad. Cf. Suetonio, Vespasianas 24:4; J. Michl, Zu Apocalypse 9:8: Bi 23 (1942) 192-193. — 19 Ap 8:7. — 20 Cf. Dt 8:15; Eclo 26:10; Sab 16:9. — 21 Cf. Job 26:6; Prov 15:11; 27:20; 30:153. — 22 Apolyon proviene del verbo griego άπόλλυμι, “destruir,” cechar a perder.” — 23 Cf. Ap 8:3-5- — 24 Cf. Ap6:9-n; 8:3-4. — 25 Cf. Ex 37:26; 1 Re 1:50; 2:28. — 26 En el texto sirνaco del 4 Esdras se dice: "Que sean sueltos estos cuatro reyes que están condenados sobre el gran río Eufrates, que aniquilarán una tercera parte de los hombres." Citado por M. García Cordero, o.c. p.ioy. — 27 Cf. A. Gelin, o.c. p.622. — 28 Ap 5:11. — 29 H. Vincent-P. Dhorme, Les chérubins: RB (1926) 356. — 30 Cf. Rom 1:24-26. San Juan considera también los crímenes y vicios de los paganos como una consecuencia de la idolatría. — 31 Ap 21:8; 22:15; cf. Gal 5:20; 1 Pe 4:15. — 32 1 Tim 2:4. — 33 M. García Cordero, o.c. p.106.

 

 

Capitulo 10.

Entre la sexta y la séptima trompeta, San Juan intercala los capítulos i o y n. En el 10 se habla de la aparición de un ángel con un mensaje de consuelo, el cual manda a Juan comer un librito para que profetice. Este hecho tiene cierto paralelismo con Ap 5:2, en donde un ángel invitaba a abrir el libro de los siete sellos. El capítulo II nos refiere la medición de templo y la preparación, llevada a cabo por los dos Testigos, del triunfo del reino de Dios. Estos dos capítulos constituyen, por consiguiente, una interrupción en el septenario de las trompetas. Interrupciones semejantes ya las hemos encontrado entre el sexto y el séptimo sello, con el episodio de los 144.000 sellados y de la muchedumbre celeste. Como suele hacer el autor sagrado, después de la terrible catástrofe desencadenada por el ejército infernal, quiere presentar a los cristianos fieles el anuncio de la salud, de la venida del reino de Dios *. En realidad, todos los azotes que la Providencia divina permite que se abatan sobre la humanidad, son como el preludio de la consumación final y del triunfo definitivo de Cristo y de su Iglesia.

 

Inminencia del castigo: La llegada del reino de Dios, 10:1-7.

1 Vi otro ángel poderoso, que descendía del cielo envuelto en una nube; tenía sobre su cabeza el arco iris, y su rostro era corno el sol, y sus pies, como columnas de fuego, 2 y en su mano tenía un librito abierto. Y poniendo su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra, 3 gritó con poderosa voz, como león que ruge. Cuando gritó, hablaron los siete truenos con sus propias voces. 4 Cuando hubieron hablado los siete truenos, iba yo a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que han hablado los siete truenos y no las escribas. 5 El ángel que yo había visto estar sobre el mar y sobre la tierra levantó al cielo su mano derecha 6 y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y cuanto hay en él, la tierra y cuanto en ella hay, el mar y cuanto existe en él, que no habrá más tiempo, 7 sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él suene la trompeta, se cumplirá el misterio de Dios, como El lo anunció a sus siervos los profetas.

 

San Juan está ahora sobre la tierra, desde donde ve a un ángel que baja del cielo. El aspecto del ángel era imponente, poderoso, y toda su figura majestuosa. Para encubrir un tanto su majestad y gloria viene envuelto en una nube, que es el vehículo tradicional empleado por los seres celestes para sus viajes entre el cielo y la tierra 2. Llevaba sobre su cabeza el arco iris (v.1), que, a manera de aureola o de halo glorioso irisado, rodeaba su cabeza. El arco iris indica su gloria espiritual y su procedencia celestial; pero, al mismo tiempo, es signo de que el ángel trae un mensaje de paz y de misericordia 3 para los fieles cristianos perseguidos. El juicio general que va a anunciar y los juicios particulares que mandará profetizar al vidente de Patmos demuestran esto mismo. Los fieles recibirán satisfacción y sus deseos serán cumplidos. El rostro del ángel resplandecía como el sol y sus pies eran como columnas de fuego. Este aspecto resplandeciente y lleno de gloria es una nota característica de las apariciones sobrenaturales de seres en forma humana 4. Esta imagen del ángel nos recuerda un tanto la visión del ángel de Ap 5:2. Como éste había en cierta manera anunciado y provocado el comienzo de las calamidades sobre el mundo pagano, así el ángel de Ap 10:1 viene a anunciar la consumación próxima de los juicios divinos. La intervención de este ángel poderoso significa la importancia de la misión que trae: la consumación está próxima 5.

El hecho de que el ángel resplandece a semejanza del Hijo del hombre en la aparición inicial de los mensajes a las siete iglesias 6, ha llevado a algunos autores a identificarlo con Jesucristo. Sin embargo, el resplandor es común a los seres sobrenaturales y gloriosos. Además, aquí el ángel actúa como los otros y Dios le da órdenes, lo cual nunca sucede con Jesucristo. ¿Qué ángel es? Pudiera ser Gabriel, "fuerza de Dios," al cual convendría a perfección el epíteto de poderoso (ισχυρός). Trae tambiιn un mensaje consolador de tipo mesiánico, como es la llegada del reino de Dios, que será el coronamiento en la historia del Evangelio.

El ángel de aspecto imponente tiene en su mano un librito abierto (v.2). Este librito está como en contraste con el libro sellado del capítulo 5, a causa de su pequenez 7 y por estar abierto. Sus pequeñas proporciones parecen significar que contiene pocos oráculos. Y está abierto porque dichos oráculos son relativamente claros o bien porque ya han sido revelados bajo alguna forma en la visión de las siete trompetas. El librito debía de contener los destinos del Imperio romano, considerado en sus relaciones con la Iglesia y como prototipo de las potencias que han de ser vencidas por Cristo.

Las proporciones colosales del ángel, que tenía su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra, designan su misión universal, la cual abarcará al mundo en su totalidad. Su poderosa voz está en consonancia con su superhercúlea estatura. Dio un grito 8 inarticulado, parecido al rugido de un león, que se convirtió en un eco inmenso semejante al de siete truenos (v.3). El ángel emitió probablemente con su poderosa voz siete mensajes, cuyo eco iba retumbando por todos los ángulos de la tierra 9. El trueno en la Sagrada Escritura es la voz de Dios 10. Los siete truenos, eco del poderoso grito del ángel, parecen simbolizar "todo el conjunto de la revelación profética comunicada por Dios a Juan" n. Pero si no simbolizan todo el conjunto de la revelación profética, al menos debe de tratarse de cierto número de revelaciones o mensajes dirigidos a los cristianos, porque San Juan, al oír la voz, entiende algo que al punto se dispone a escribir para darlo a conocer a las Iglesias. Pero una voz del cielo se lo impide, ordenándole que no lo escriba, que lo guarde en su corazón hasta que llegue la hora de revelarlo (v.4). Sellar las cosas que han dicho los siete truenos es igual que mantenerlas en secreto. Lo cual significa que San Juan había oído muchos secretos acerca de los designios de Dios sobre la humanidad, que no serían puestos por escrito, es decir, no serían revelados. Son estos artificios literarios muy en consonancia con el carácter apocalíptico de nuestro libro. Ya el profeta Daniel se expresaba casi en los mismos términos: "Tú, Daniel, ten en secreto estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin" 12. La razón que se da en Daniel para mantener el secreto es el tiempo lejano en que ha de tener lugar lo anunciado 13.

Ha habido muchos autores que han intentado penetrar en el contenido de los siete truenos. Pero es difícil determinar con certeza cuáles eran los mensajes de los siete truenos. Lo que nos parece más probable y más en conformidad con todo el tenor del Apocalipsis es que lo dicho por los truenos debe de ser el anuncio de nuevas calamidades relacionadas con el mensaje del ángel. Tal vez se prohiba a San Juan revelarlas para no desalentar a los cristianos, ya tan probados.

El mensajero divino, después de haber dado un grito atronador, se dispone a pronunciar un juramento para certificar la absoluta verdad de lo que va a decir. El juramento estaba permitido por la ley judía y tenía gran fuerza obligatoria. También entre los cristianos es lícito, siempre que sea verdadero aquello por lo que se jura y haya motivo suficiente para jurar. El ángel, en actitud de prestar solemne juramento 14, jura levantando al cielo su mano derecha y teniendo sus pies asentados sobre la tierra y el mar (v.5-6). Con esta actitud, el ángel quiere significar que toca las tres partes del universo porque va a jurar por aquel que creó el cielo, la tierra y el mar 15. La acción de elevar la mano al cielo, como queriendo poner por testigo a Dios, por quien se jura, es común en la Sagrada Escritura 16. En esta actitud, el ángel pronuncia la fórmula del juramento. Y para que no haya duda alguna de que es el Dios verdadero al que pone por garante de lo que va a decir, añade que es el que creó el cielo, la tierra, el mar y cuanto en ellos existe n. ¿Qué es lo que jura? Que no habrá más tiempo (v.6). La palabra tiempo aquí significa dilación, espera. Por consiguiente, significa que ya no pasará más tiempo, ya no habrá más dilación para el cumplimiento de los juicios divinos que se realizarán al sonido de la séptima trompeta. La apertura de los siete sellos y los toques de las trompetas habían hecho retrasar la venida de la consumación de todas las cosas. Sin embargo, una vez que suene la séptima trompeta, se cumplirá el misterio de Dios (v.7). Este misterio de Dios es el establecimiento definitivo del reino de Dios y de su Cristo, que tendrá lugar con la destrucción de las naciones paganas. San Pablo también nos habla del misterio de Dios en varias de sus epístolas 1S. Para el Apóstol de los Gentiles, el misterio de Dios era "Jesucristo, en quien se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia."19 Toda la esperanza de que se cumpliera el misterio de Dios, es decir, que llegara el reino de Dios, se fundaba en las promesas divinas anunciadas por Dios por medio de sus profetas, como nos advierte el autor del Apocalipsis. La tardanza hay que entenderla, con muchísima probabilidad, de la espera de los cristianos en el cumplimiento de las promesas divinas 20. Después que Cristo había subido al cielo esperaban impacientes su plena realización. Incluso sabemos por la 2 Pe 3:3-4 que ciertos cristianos desconfiaban, hacia fines de la edad apostólica, de la realización de las promesas de nuestro Señor. Por eso era necesaria una confirmación solemne de esas promesas. Y de ahí que el ángel jure solemnemente en nombre de Dios que la realización del misterio de Dios se llevará a efecto. Parece que se trata de una realización inmediata. En cuyo caso se trataría de los designios providenciales de Dios sobre su Iglesia, es decir, del triunfo de la Iglesia sobre los poderes paganos. Se trata en definitiva del triunfo del mesianismo, del Evangelio, anunciado por los profetas 21. Este triunfo, sin embargo, no será definitivo hasta que se realice la plena consumación del reinado de justicia y paz entrevisto por los profetas del Antiguo Testamento y esperado impacientemente por los fieles del Nuevo Testamento. La unión de todos los elegidos entre sí y con Cristo será perfecta cuando suene la trompeta que anunciará el último juicio y la retribución definitiva. La Iglesia militante, después de las luchas y persecuciones sufridas en este mundo, obtendrá de este modo el triunfo último e inalienable. Sólo entonces los cristianos fieles saciarán plenamente sus ansias de salvación y de triunfo. San Juan trata indudablemente de consolar e infundir ánimo a los cristianos decaídos. La certeza de que las promesas divinas se cumplirán pronto con un gran triunfo de la Iglesia sobre sus enemigos era un pensamiento muy apropiado para consolar y excitar el entusiasmo en los miembros de la Iglesia perseguida.

 

San Juan come un librito, 10:8-11.

8 La voz que yo había oído del cielo, de nuevo me habló y me dijo: Ve, toma el librito abierto de mano del ángel que está sobre el mar y sobre la tierra. 9 Fuime hacia el ángel, diciendo que me diese el librito. El me respondió: Toma y cómelo, y amargará tu vientre, mas en tu boca será dulce como la miel. 10 Tomé el librito de mano del ángel, y me puse a comerlo, y era en mi boca como miel dulce; pero cuando lo hube comido sentí amargadas mis entrañas. n Me dijeron: Es preciso que de nuevo profetices a los pueblos, a las naciones, a las lenguas y a los reyes numerosos.

 

Otra vez la voz del cielo, la misma que había prohibido escribir la revelación de los siete truenos, habla al vidente de Patmos. Le manda tomar el librito abierto de mano del ángel que está sobre el mar y sobre la tierra (v.8). El ángel se lo da y le ordena que lo coma. El librito estaba abierto, con lo cual quiere significar que su contenido no era secreto y podía ser comunicado a los cristianos. No era necesario abrirlo ni leerlo públicamente, porque el Cordero ya había abierto el gran libro sellado que contenía todo lo del librito y otras muchas cosas futuras. Conviene que San Juan lo coma, es decir, que se penetre bien de su contenido para anunciarlo y profetizarlo a todos los pueblos y naciones 22. Dicho contenido es muy probablemente el capítulo 12 y todo lo que sigue del Apocalipsis. La escena de Juan comiendo el librito está tomada indudablemente del profeta Ezequiel, el cual ve en la visión inaugural un rollo escrito por delante y por detrás, que contenía lamentaciones, elegías y ayes 23. Y a continuación oye una voz del cielo que ordena: "Hijo de hombre, come eso que tienes delante; come ese rollo y habla luego a la casa de Israel. Yo abrí la boca e hízome él comer el rollo, diciendo: Hijo de hombre, llena tu vientre e hinche tus entrañas de este rollo que te presento. Yo lo comí, y me supo a mieles" 24. La acción de comerse el libro significa apropiarse intelectualmente el contenido de él. A Ezequiel le resultó el rollo dulce como la miel; a San Juan le resultará dulce en la boca, pero amargo en el vientre (v.q-10). El librito le resulta dulce a Juan porque anuncia el triunfo de la Iglesia y la liberación de los cristianos de la opresión de los poderes paganos. Pero al mismo tiempo lo siente amargo porque también anuncia los sufrimientos temporales de los cristianos y la suerte trágica de los paganos. Su corazón compasivo de padre se siente angustiado al contemplar la ruina de tantos infieles. La misión profética, por otra parte, es una cosa extraordinariamente elevada y dulce; pero a la vez es difícil de cumplir, como vemos por el ejemplo de Jeremías.

Finalmente, se dice a Juan que tendrá que profetizar de nuevo a los pueblos, a las naciones, a las lenguas y a los reyes numerosos (v.11). Esto significa que el vidente de Patmos, antes de terminar el Apocalipsis, tendrá que publicar las visiones contenidas en el librito. Estas visiones deben abarcar todo el contenido de los capítulos 12-20, que se refiere al Imperio romano. Los reyes de los que nos habla aquí el autor sagrado no pueden ser otros que los del capítulo 17:10-12. Esto indica que la materia del librito corresponde, más o menos, al contenido de la séptima trompeta. El profeta se siente impulsado por una necesidad interior, después que ha comido el libro, a predicar una vez más. Esta expresión hay que entenderla por relación a todas las profecías que ya ha pronunciado. Los oráculos que va a pronunciar a continuación serán, en parte, los mismos que ya ha anunciado, pero revestirán otra forma, con alusiones más particulares, y serán contemplados desde un punto de vista diverso. Tenemos aquí un ejemplo claro del procedimiento de composición llamado recapitulación, en virtud del cual San Juan en el Apocalipsis no expone una serie continua y cronológica de sucesos futuros, sino que describe los mismos sucesos bajo formas literarias distintas 25.

 

1 Cf. A. Feuillet, Le chapítre X de l'Apocalypse. Son apport dans la solution du problérre eschatologique: Sacra Pagina, Miscellanea Bíblica, Congressus Internationalis Catholicus de Re Bíblica, vol.2 (Bruxelas-Lovaina 1959) p.414-429. — 2 Gf. Ex 24,15s; Sal 104:3; Dan 7:13; Mc 9:7; Act 1:9; 1 Tes 4:17; Ap 1:7; 11:12; 14:14· — 3 Cf. Gen 9:12-17. — 4 Ap 1:15. — 5 Gf. Ap 10:6-7. — 6 Gf. Ap i,13ss. — 7 El término griego βιβλαρίδιον es el su vez lo es de otro, βιβλίον de βίβλος. diminutivo de otro diminutivo, βιβλάριον, que a — 8 San Juan emplea μυκάομοπ, “mugir,” que no puede aplicarse al leσn. De todas maneras, el autor sagrado probablemente quiso significar con esto la potencia y majestad del grito del ángel. — 9 S. Bartina, o.c. p.689- — 10 El salmo 29:3ss llama al trueno la "voz de Yahvé." Cf. Jn 12:283. Este símbolo tal vez provenga de la mitología babilónica, en la que Adad, dios de la tempestad, cuando daba su voz, retumbaba en las siete esferas planetarias. — 11 E. B. Allo, o.c. p.139- — 12 Dan 12:4. — 13 Dan 8:26. — 14 Cf. Gen 14:22; Dan 12:7. — 15 Ex 20:11; Sal 146:6. — 16 Gen 14:22; Dt 32:40. — 17 Ex 20:11. — 18 Gf. 1 Cor 2,iss; Ef I.9-H.21-22 — 19 Col 2:2. — 20 Cf. Le 19:11; 24:21; Act 1:6. 21 Cf. Ama,?; Le 1:70. — 22 Cf. Ap 10:11. — 23 Ez 2:8-9. — 24 Ez 3:1-3- — 25 Cf. E. B. Allo, o.c. p.143.

 

 

Capitulo 11.

 

Misión de los dos testigos, 11:1-13.

El episodio de los dos Testigos es uno de los más misteriosos del Apocalipsis. Sin embargo, si examinamos atentamente nuestro texto, veremos que San Juan ha querido contraponer el resultado de la actividad de los dos Testigos a las calamidades del azote precedente. Se trata simplemente de la antítesis periódica que el autor sagrado suele colocar después del sexto momento de los septenarios. El procedimiento es semejante al del sexto sello, en donde el vidente de Patmos oponía la postración de los impíos heridos por grandes calamidades 1 a la seguridad y triunfo de los 144.000 y de la gran multitud que afluía continuamente al cielo2. La plaga desencadenada al toque de la sexta trompeta había llevado al colmo de la desesperación a los infieles, porque había hecho desaparecer un tercio de la humanidad. No obstante, esta justicia vengativa no había logrado convertir a los paganos 3. Aquí, en cambio, San Juan contempla la solicitud providencial de Dios sobre su Iglesia, simbolizada por los dos Testigos. El la protege continuamente y la conduce al triunfo a través de luchas y dolores. Este asombroso espectáculo de la Providencia divina produce sobre los enemigos de la Iglesia un efecto que no habían logrado conseguir las calamidades precedentes: les hace abrir los ojos y dar gloria a Dios 4. El alcance del oráculo del capítulo n no ha de ser restringido hasta ver en él únicamente una predicción de la suerte de Jerusalén y de los judíos. Así lo piensan algunos autores, que creen encontrar aquí un documento judío adaptado por San Juan a su finalidad teológica. Las razones en que se apoyan son diversas. El templo de Dios es el de la ciudad de Jerusalén histórica, y no el templo celeste como en el resto del Apocalipsis. Jerusalén es llamada la gran ciudad, expresión que en otros lugares del Apocalipsis designa a Roma5. También es llamada Jerusalén la ciudad santa, que en otras partes se refiere a la Jerusalén celestial6. Los habitantes de la tierra son los que habitan en Palestina, y no los moradores de todo el mundo, como de ordinario se dice en el Apocalipsis. Es posible que la toma de Jerusalén por los romanos en el año 70 haya proporcionado a San Juan los elementos para componer la escena. Pero ha de ser interpretada en un sentido espiritual y como aludiendo a un hecho universal7. El templo de Jerusalén es el símbolo de la Iglesia, que será perseguida por los gentiles, es decir, por el Imperio romano y por todos los demás pueblos paganos. Mas la Iglesia será preservada de todos los males futuros, que, si en algo la pueden tocar, será únicamente en su aspecto exterior.

 

1 Fueme dada una caña] semejante a una vara, diciendo: Levántate y mide el templo de Dios y el altar y a los que adoran en él. 2 El atrio exterior del templo déjalo fuera y no lo midas, porque ha sido entregado a las naciones, que hollarán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses. 3 Mandaré a mis dos testigos para que profeticen, durante mil doscientos sesenta días, vestidos de saco. 4 Estos son los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra. 5 Si alguno quisiere hacerles daño, saldrá fuego de su boca, que devorará a sus enemigos. Todo el que quisiera dañarlos morirá. 6 Ellos tienen poder de cerrar el cielo para que la lluvia no caiga los días de su ministerio profético y tienen poder sobre las aguas para tornarlas en sangre, y para herir la tierra con todo género de plagas cuantas veces quisieren. 7 Cuando hubieren acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, y los vencerá y les quitará la vida. 8 Su cuerpo yacerá en la plaza de la gran ciudad, que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde su Señor fue crucificado. 9 Los pueblos, las tribus, las lenguas y las naciones verán sus cuerpos durante tres días y medio y no permitirán que sus cuerpos sean puestos en el sepulcro. 10 Los moradores de la tierra se alegrarán a causa de ellos, y se regocijarán, y mutuamente se mandarán regalos, porque estos dos profetas eran el tormento de los moradores de la tierra. 11 Después de tres días y medio, un espíritu de vida que procede de Dios entró en ellos, y los hizo levantarse sobre sus pies, y un temor grande se apoderó de quienes los contemplaban. 12 Oí una gran voz del cielo que les decía: Subid acá. Subieron al cielo en una nube, y viéronlos subir sus enemigos. 13 En aquella hora se produjo un gran terremoto, y vino al suelo la décima parte de la ciudad, y perecieron en el terremoto hasta siete mil seres humanos, y los restantes quedaron llenos de espanto, y dieron gloria al Dios del cielo.

 

San Juan tiene una visión en la cual se le entrega una caña para medir. Y una voz, probablemente la de Cristo, le ordena medir el templo de Dios, el altar y a los que adoran en él (v.1). La acción simbólica prescrita al vidente es la misma que encontramos en el profeta Ezequiel 8. El profeta, que se encontraba en Babilonia, es trasladado en rapto a Jerusalén y ve a un ángel que medía el templo y la ciudad de Jerusalén en orden a su restauración. Isaías también anuncia que Edom será medido para reducirlo a la nada 9. Por donde se ve que medir puede significar la preservación o la destrucción. En nuestro texto del Apocalipsis se hace la medición en vista de una preservación de la destrucción 10. Es una acción de significado semejante a la de marcar a los siervos de Dios en sus frentes H. Aquí ya no se trata del templo celeste, ni del altar del cielo 12, sino del templo terrestre de Jerusalén, que representa a la Iglesia. San Juan mide simbólicamente a la Iglesia para su preservación. La acción de medir es equivalente al sellado preservativo de los 144.000. La parte del templo que es medida será preservada de la profanación. Las partes que mide Juan son el santuario, el altar de los holocaustos y el atrio en donde éste se hallaba, o sea toda la parte limitada por una barrera de piedra en donde se leía una inscripción, colocada en diversas partes de la barrera: "Que ningún extraño (a la religión judía) entre en el interior de la barrera del cercado que rodea el santuario. El que sea sorprendido incurrirá por su propia culpa en la pena de muerte" 13. El templo de Jerusalén, edificado por Heredes, tenía cuatro atrios con pórticos: el de los sacerdotes, el de los israelitas, el de las mujeres y el más exterior, que era el de los gentiles. San Juan recibe la orden de dejar sin medir el atrio exterior y la ciudad santa, es decir, Jerusalén, porque no serán preservados, sino entregados a los gentiles durante cuarenta y dos meses, o sea durante tres años y medio (v.2).

¿Qué significa este número de cuarenta y dos meses? La respuesta la daremos en seguida. Pero antes hemos de observar que esta cifra es barajada constantemente por el autor del Apocalipsis. La ciudad santa será profanada durante cuarenta y dos meses 14. Los dos Testigos profetizarán por un espacio de tiempo de mil doscientos sesenta días (ν.β), ο sea durante cuarenta y dos meses. La Mujer del capνtulo 12 se refugia en el desierto durante tres años y medio 15, es decir, un tiempo equivalente a cuarenta y dos meses. Esa misma Mujer, que representa a la Iglesia, será protegida por Dios en el desierto por un tiempo, dos tiempos y medio tiempo 16, o sea por tres años y medio o cuarenta y dos meses. La Bestia blasfemará contra Dios y los santos cuarenta y dos meses 17. El libro de Daniel es el que nos da la clave para entender el significado del número cuarenta y dos meses o de tres años y medio, o también de un tiempo, dos tiempos y medio tiempo. El profeta nos habla de la persecución de Antíoco IV Epífanes, el cual desencadenó una terrible persecución contra la religión judía, y profanó el templo de Jerusalén durante un tiempo, dos tiempos y medio tiempo 18, es decir, por un período de tres años y medio (desde junio del año 168 hasta diciembre del 165 a. C.). Desde entonces la cifra de tres años y medio se ha convertido en la duración tipo de toda persecución, de toda época de crisis. Por eso, San Lucas 19 y Santiago 20 se han servido de esta expresión tradicional para designar la duración de una sequía que, en realidad, sólo duró tres años 21. Esto significa que el número de tres años y medio sirve para simbolizar todo período de persecución contra la verdadera religión, durare lo que durare. Tres años y medio es un número imperfecto, pues constituye la mitad de una semana de años, o sea de siete años, que es el número de la perfección en el Apocalipsis. Indica, por consiguiente, que la persecución contra la Iglesia no llegará a destruirla, no alcanzará el objetivo que se proponían sus perseguidores 22.

Es muy posible que San Juan aluda a la profanación del templo de Jerusalén por las tropas romanas de Tito. Los zelotes habían convertido el templo en una fortaleza, en el cual resistieron desde el año 68 hasta el 70. Las legiones romanas lograron desalojarlos primeramente del atrio exterior, pero la resistencia de los zelotes fue terriblemente tenaz y encarnizada en los atrios interiores y en el santuario. Mucho antes, los romanos ya se habían apoderado de la ciudad santa de Jerusalén. Pero hemos de tener en cuenta que San Juan se sirve de estas imágenes de la Jerusalén terrestre para simbolizar la Iglesia y la persecución del Imperio romano contra ella. El templo y los adoradores preservados de la profanación significan la Iglesia, que, como institución eterna 23, será preservada de los asaltos de los perseguidores. Estos solamente podrán perseguirla y herirla en su estructura y en su aspecto exterior. Esto es lo que parecen significar los atrios hollados por las naciones. Que a su vez parece ser un eco de la profecía de Jesús sobre la destrucción de la ciudad santa de Jerusalén: Esta "será hollada por los gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones." 24

Durante mil doscientos sesenta días, o sea por un lapso de tiempo de tres años y medio, el Señor enviará dos Testigos vestidos de saco, encargados de profetizar (ν.3) y predicar la penitencia. Su actividad apostσlica dura tres años y medio, es decir, cuarenta y dos meses, que es el tiempo que dura la profanación del atrio exterior hollado por las naciones. Van vestidos de saco, como los profetas del Antiguo Testamento, en señal de austeridad ante un mundo corrompido por el pecado. Su misión será, pues, una protesta continua contra la victoria aparente del mal 25. Y profetizan, es decir, predican, como ya lo habían hecho los profetas antiguos, la penitencia, con el fin de excitar a los pecadores al arrepentimiento.

Se ha discutido mucho, ya desde antiguo, sobre la personalidad de estos dos Testigos. Los autores antiguos y medievales han identificado en su mayoría estos dos Testigos con Elías y Henoc. Otra interpretación, propuesta por Tyconius 26 y seguida por Alcázar, Bossuet, Swete, Alio, etc., ve en esos dos Testigos fuerzas colectivas de la Iglesia. Los dos Testigos representan, por consiguiente, a la Iglesia en su misión de dar testimonio. Este testimonio está simbolizado por dos testigos, en parte tal vez por referencia a la ley del Dt 19:15 27, en parte también por correspondencia con la imagen de Zacarías 4:2-14. El testimonio de la Iglesia, dado por sus mártires y confesores, por la palabra y la vida de todos aquellos en los cuales vive y habla Cristo, constituye una profecía continua, que dura a través de los 1.260 días del triunfo del paganismo28. Los dos Testigos apocalípticos representarían, por lo tanto, a todos aquellos que, en las persecuciones desencadenadas en tiempo de San Juan, darían testimonio de Jesucristo y de su Evangelio. Designarían la actividad apostólica y profética de la Iglesia durante la persecución. Para otros autores, en cambio, los dos Testigos de Dios representan a Moisés y Elías. Moisés, el profeta legislador, y Elías, el profeta debelador de la idolatría. Pero estos personajes estarían aquí como símbolos, el uno de la Ley y el otro de los Profetas. Serían los mismos que aparecieron en la transfiguración hablando con el Señor 29. La historia nos da bien a conocer cuál fue la vida de estos testigos, y cuan dura la lucha que tuvieron que sostener por la causa de Dios 30. Sin duda que el autor sagrado presenta los dos Testigos con los rasgos de Moisés y Elías, como se ve por los v.5-6. Pero esto es tan sólo un artificio literario, que no impide que esos dos Testigos descritos con los rasgos de Moisés y Elías designen a la Iglesia en su misión de dar testimonio. Esta nos parece ser la hipótesis que tiene mayor probabilidad, por estar en perfecta armonía con la temática del Apocalipsis. Mariana y algunos otros autores ven en esos dos Testigos a San Pedro y a San Pablo 31.

Los dos Testigos, que encarnan la acción de la Iglesia en medio del mundo pagano, son descritos bajo la imagen de dos olivos y dos candeleros, que están delante del Señor (v./j.). Esta imagen ha sido tomada de Zacarías 4:11-14, en donde el profeta ve dos olivos que están al lado de un candelero y le suministran aceite. El candelero simboliza el templo de Jerusalén en construcción. Y los dos olivos son el sumo sacerdote Josué y el gobernador civil Zorobabel, que trabajaban unidos en la reconstrucción del templo y del pueblo de Dios. San Juan se sirve de esta visión de Zacarías para expresar realidades cristianas. Los dos olivos y los dos candeleros del Apocalipsis representan los intereses espirituales de la Iglesia. El Señor los ha armado de su poder para que puedan defenderse de sus enemigos y neutralizar los portentos del anticristo. Si alguien quisiera dañarlos, saldrá fuego de su boca, que consumirá a sus enemigos (v.s), como hizo Elías con los enviados del rey Ocozías 32. También Moisés hizo que se abriera la tierra para que se tragara a Coré, Datan y Abirón, y consiguió que bajara fuego del cielo para abrasar a los doscientos cincuenta hombres que habían ofrecido el incienso 33. En la literatura apocalíptica judía se presenta asimismo al Mesías lanzando fuego de su boca contra sus enemigos 34. Fuego hay que tomarlo aquí en sentido simbólico, como lo exige el contexto: significa el efecto producido por la predicación de la Iglesia. En el Antiguo Testamento se compara a veces la predicación ardiente de ciertos profetas con el fuego. "Porque habéis dicho todo esto — exclama Jeremías — mis palabras serán en vuestra boca fuego, y este pueblo cual montón de leña. Y los abrasará" 35. Y el libro del Eclesiástico, refiriéndose precisamente al profeta Elías, escribe: "Como un fuego se levantó Elías; su palabra era ardiente como antorcha" 36. La comparación se asemeja bastante a la de los dos Testigos, considerados por el autor del Apocalipsis como dos candeleros que con su palabra de fuego han de encender e iluminar al mundo 37.

El autor sagrado sigue aplicando a los dos Testigos datos tomados de Moisés y Elías. Como éste, tendrán poder para suspender la lluvia (v.6) y para hacerla caer 38. Aún más, tienen poder para convertir el agua en sangre, como Moisés en Egipto, cuando hizo desencadenarse la primera plaga 39, y para hacer venir sobre la tierra todas las plagas con que Moisés castigó al faraón hasta obtener la libertad de Israel. La acción bienhechora de los dos Testigos, lo mismo que la de Moisés y Elías, está ordenada al provecho del pueblo de Dios, del verdadero Israel. Ellos buscan con su predicación la manera más apropiada para defender a la Iglesia contra sus enemigos, que querían destruirla.

Los dos Testigos serán defendidos y protegidos por Dios hasta que logren llevar a feliz término su ministerio. Al fin, Dios permitirá que surja una Bestia del abismo, es decir, una potencia extranjera antirreligiosa, que los perseguirá, los vencerá y les quitará la vida (v.7). Sin embargo, su victoria será momentánea40, porque Dios les hará revivir y reinarán con El para siempre 41. La Bestia que aparece por anticipación, sin haber sido presentada, simboliza el Imperio romano, y, más en particular, tal vez al emperador Nerón42, figura del anticristo y de todos los perseguidores de la Iglesia. San Juan describirá más en concreto, en los capítulos que siguen, las intervenciones de esta Bestia en contra de la Iglesia de Cristo. La Bestia debía de ser conocida de los lectores del Apocalipsis, ya que el autor sagrado nos la presenta precedida del artículo. La ve subir del abismo, porque es el infierno el que la suscita, o también del mar, porque representa al Imperio romano, y para el vidente de Patmos el poder de Roma procedía del lado del mar, es decir, de occidente. La imagen de esta Bestia está tomada del profeta Daniel, el cual nos presenta los imperios de Oriente bajo la figura de diversas bestias 43. Sobre todo nos pinta con muy vivos colores aquella "cuarta bestia, terrible, espantosa, sobremanera fuerte, con grandes dientes de hierro, que devoraba y trituraba, y las sobras las machacaba con los pies."44 Esta bestia es el imperio seléucida, del cual salió un cuerno que hacía la guerra a los santos y los vencía45. Este no es otro que Antíoco IV Epífanes, el gran perseguidor del pueblo judío, que profanó el templo dedicándolo a Júpiter Olímpico.

La Bestia del Apocalipsis, como el cuerno de la cuarta bestia de Daniel, hará la guerra a los dos Testigos, íos vencerá y les quitará la vida. Con esto parece querer indicar San Juan que las persecuciones desencadenadas por el Imperio romano contra los cristianos vencerán aparentemente durante algún tiempo a la Iglesia. Los dos Testigos muertos son el símbolo de los cristianos martirizados durante las violentas persecuciones de Nerón y Domiciano 46. La Bestia, después de matar a los dos Testigos, deja abandonados sus cadáveres — para mayor escarnio — en medio de la ciudad, para que sean pasto de los perros y de las aves. Esta ciudad es designada con los epítetos de gran ciudad, que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde su Señor fue crucificado (v.8). Es muy probable que dicha ciudad sea Jerusalén47; la Jerusalén que mata a los profetas y que apedrea a los enviados del Señor48. Así parece indicarlo San Juan al afirmar que es la ciudad en la que su Señor fue crucificado. Se la designa despectivamente con los nombres de Sodoma, a causa de sus abominaciones y corrupción de costumbres, y de Egipto, por ser la ciudad perseguidora y opresora de la Iglesia. Estos dos nombres son tipo de una ciudad malvada49, que pueden ser aplicados a cualquier urbe. Jerusalén, que había sido la ciudad elegida por Dios para poner en ella su morada, se había convertido en la ciudad deicida. Era el símbolo de la oposición al cristianismo. Por los Hechos de los Apóstoles y otros escritos del Nuevo Testamento sabemos cómo de Jerusalén salían órdenes, delegaciones de judíos y predicadores de la sinagoga, con el propósito decidido de combatir y destruir a la Iglesia naciente.

Sin embargo, a nuestro parecer, Jerusalén es aquí una figura simbólica — como lo son también el templo y los dos Testigos — que representa la Roma imperial, la gran Sodoma corrompida por innumerables crímenes, tipo del mundo en donde triunfan las fuerzas del mal. Esto se ve claramente en las secciones siguientes, en donde Roma es el centro de la persecución contra la Iglesia50. ¿Por qué entonces el autor sagrado, si alude a Roma, no emplea el nombre cifrado de Babilonia para designarla? Porque las visiones de medición habían tenido por escenario Jerusalén. Porque para San Juan, Jerusalén era la gran apóstata; y porque la destrucción de la ciudad el año 70 d.C. se mantenía viva en su memoria.

Los cadáveres de los dos Testigos permanecen insepultos tres días y medio (v.6) en la plaza de la gran ciudad. Este lapso de tiempo simboliza la corta duración del triunfo aparente y efímero de la Bestia y de los pueblos paganos. La victoria durará justamente tantos días cuantos años duró la actividad victoriosa de los dos Testigos, es decir, que el triunfo será trescientas sesenta veces más breve que la duración de la misión de los dos Testigos. Con esto, San Juan quiere significar que el tiempo de ilusión de los que se figuran haber matado a la Iglesia es siempre muy corto.

Los dos Testigos muertos habían predicado no sólo al pueblo de Israel, sino también a las naciones todas, a las que anunciaban los juicios de Dios51. Por esto, los pueblos, las tribus, las lenguas y las naciones, es decir, el mundo infiel, se asocia a la obra de la Bestia, no permitiendo que los cadáveres de los dos Testigos sean sepultados. Todos estos moradores de la tierra — expresión empleada por el Apocalipsis para designar a los enemigos de Dios y de su Iglesia — se alegrarán de ver muertos a los que los molestaban con su palabra. Y, en señal de alegría, se dan mutuamente el parabién (v.10). Los dos Testigos los atormentaban reprendiendo sus vicios y amenazándoles con los terribles juicios de Dios. Sus palabras eran como dardos encendidos que herían su vida disoluta. Ahora, la muerte de los dos Testigos será causa de gran regocijo, y se mandarán presentes entre sí como señal de victoria y alegría. En la muerte de los dos Testigos ven una prueba de que las divinidades no aprobaban su obra. Algo parecido hicieron los sacerdotes y escribas judíos a los pies de la cruz en el Gólgota 52. La duración de esta ilusión es, sin embargo, muy corta: tres días y medio. Al cabo de estos tres días y medio, un espíritu de vida que procede de Dios entra en ellos y les devuelve la vida (v.11). Es decir, resucitaron por la virtud de Dios, y sus enemigos pudieron contemplar el milagro. Entonces, ante semejante prodigio, los que los veían sintieron un gran temor. Y creció todavía más este temor cuando oyeron una voz que de lo alto los llamaba, diciendo: Subid al cielo. Obedecieron y subieron al cielo en una nube ante la mirada atónita de sus enemigos (v.12). Era el triunfo total de los dos Testigos. El mundo les había hecho la guerra, pero el Señor, cuya causa representaban en la tierra, había salido en su defensa y les había dado la victoria. La resurrección de los dos Testigos está descrita con palabras tomadas del profeta Ezequiel53. Este ve un campo cubierto de huesos secos, que en virtud de la palabra de Dios, predicada por el profeta, reviven y resucitan. La resurrección de estos huesos es una imagen de la resurrección del pueblo judío, es decir, de su restauración después del destierro babilónico. Por otra parte, el relato de la resurrección y ascensión de los dos Testigos parece inspirarse en la ascensión de nuestro Señor 54, en la historia de Elías 55 y en la leyenda judía de Moisés. Según Josefo Flavio 56, Moisés habría sido llevado al cielo en una nube desde las cercanías de Jericó 57. Los dos Testigos, que representan la Iglesia cristiana perseguida, vuelven como a encarnar a esos dos grandes personajes del Antiguo Testamento, que también habían tenido que sufrir por la causa de Dios. El triunfo de los dos Testigos coincide con la resurrección de los mártires, después de los tres años y medio de persecución 58. Simboliza la victoria de la Iglesia después de la persecución sufrida; e incluso podemos afirmar que simboliza el triunfo de la Iglesia después de cualquier persecución, porque, como decía Tertuliano, "sanguis martyrum semen christianorum." Toda resurrección de la Iglesia, toda nueva manifestación suya exterior, ha debido de sorprender y atemorizar al mundo pagano59.

Los v.11 y 12 forman como un paralelo implícito con el milenio y ayudan a comprenderlo mejor.

El v.13 es digno de ser notado. El triunfo de los dos Testigos va acompañado de un grave terremoto en la ciudad, que destruye la décima parte de ella y mata hasta siete mil seres humanos. Estas cifras son simbólicas, para significar que un gran número de personas de todas las clases sociales perecieron, en castigo por no haberse aprovechado del mensaje de los dos Testigos. El castigo, relativamente moderado si lo comparamos con los precedentes, manifiesta la bondad y la misericordia del Señor, que da tiempo a los restantes para convertirse. Los evangelistas también nos hablan de un temblor de tierra que tuvo lugar a la muerte de Jesús 60. Y en los profetas, las conmociones cósmicas suelen acompañar a los juicios divinos sobre Israel o sobre las demás naciones61. El castigo divino del que nos habla el autor del Apocalipsis produjo en las personas que no perecieron en la catástrofe gran espanto. Y este terror fue el que les condujo al arrepentimiento y a la conversión. En efecto, los que se libran del castigo dan gloria al Dios del cielo, es decir, que se convierten al monoteísmo, a la religión del verdadero Dios. La actitud de estos convertidos nos recuerda al pueblo que bajaba del Calvario hiriéndose el pecho y reconociendo su pecado después de haber contemplado el temblor de tierra y la muerte de Cristo 62.

 

La séptima trompeta: establecimiento del reino de Dios, 11:14-19.

14 El segundo ¡ay! ha pasado; he aquí que llega el tercer ¡ay! 15 El séptimo ángel tocó la trompeta, y oyéronse en el cielo grandes voces, que decían: Ya llegó el reino de nuestro Dios y de su Cristo sobre el mundo y remará por los siglos de los siglos.16 Los veinticuatro ancianos, que estaban sentados delante del trono de Dios, cayeron sobre sus rostros y adoraron a Dios, diciendo: 17 Dárnoste gracias, Señor, Dios todopoderoso, el que es, el que era, porque has cobrado tu gran poder y entrado en posesión de tu reino. 18 Las naciones se habían enfurecido, pero llegó tu ira, y el tiempo de que sean juzgados los muertos, y de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y destruir a los que destruían la tierra. 19 Se abrió el templo de Dios, que está en el cielo, y dejóse ver el arca del testamento en su templo, y hubo relámpagos, y voces, y rayos, y un temblor y granizo fuerte.

 

El segundo ¡ay! termina con la conversión de aquellos que habían sido librados del castigo, aunque propiamente sería mejor decir que el segundo ¡ay! es aquel que ha sido descrito en Ap 9:13-19. San Juan anuncia a continuación que el tercer ¡ay! está a punto de llegar (v.14). Este corresponde a la séptima trompeta. Y tendrá su realización en la caída de Babilonia (Roma), narrada en el capítulo 17. Como la apertura del séptimo sello había sido la señal de la ejecución de los decretos divinos, así también el toque de la séptima trompeta traerá consigo la consumación. Esta se llevará a cabo durante el toque de la séptima trompeta; y comprenderá todo el período final, que será bastante largo. Durante este período se realizará el misterio de Dios y se manifestará su soberanía efectiva.

San Juan, al percibir el sonido de la séptima trompeta, oyó decir en el cielo que todo había terminado. El vidente de Patmos, cuando habla de hechos cuya realización no ha tenido lugar en su tiempo, sino que se realizarán en el futuro, no los suele contemplar con sus ojos. Los conoce únicamente por haberlos oído. Los V.14-IQ son considerados por la mayoría de los autores como un intermedio y una anticipación a la descripción de la consumación anunciada por la séptima trompeta.

Al llegar la vez al séptimo ángel, éste toca la trompeta y se oyen en el cielo grandes voces (v.15). Estas grandes voces contrastan con el silencio impresionante que había seguido a la apertura del séptimo sello63. Estas voces tal vez sean las de los cuatro vivientes, que sostenían el trono de Dios ^4, ya que se hace mención de los veinticuatro ancianos, que suelen aparecer en unión con ellos. Esto se comprende todavía mejor si tenemos en cuenta que, a pesar del carácter flotante de las visiones, el fondo de la escena es siempre el mismo desde el capítulo 4 65. Las grandes voces que se oyeron en el cielo decían: Ya llegó el reino de nuestro Dios y de su Cristo sobre el mundo y reinará por los siglos de los siglos (v.15). Esta expresión no significa que el reino de Dios y de Jesucristo vaya a empezar, sino que ya consiguió su fin: ha logrado establecerse ya para siempre. El futuro reinara (βασιλεύσει) no puede significar aquν otra cosa que la continuación eterna de un reino, ya inaugurado, en toda su perfección y esplendor. Cristo había inaugurado este reino con su venida al mundo. Y ahora, aunque incipiente, se consolidará firmemente con el triunfo sobre los poderes de este mundo, representados por la Roma pagana y perseguidora. En adelante nadie podrá detener su expansión arrolladora. Y Dios reinará en su Iglesia por siempre jamás.

El anuncio del reino del Señor y de su Cristo, que aquí llevan a cabo las voces de los cuatro vivientes, nos introduce en el corazón de la segunda parte del Apocalipsis. Al llegar este momento del anuncio tan deseado en los cielos y en la tierra, los veinticuatro ancianos se postran, como en la entronización del Cordero, y adoran al Señor todopoderoso (v.16), dándole gracias por haber recobrado su poder y entrado en posesión de su reino (v.17). Por derecho natural, todo el universo y cuantos lo habitan, sin excluir los hombres, están bajo el poder soberano de Dios. Por algún tiempo Dios había permitido la rebeldía de los hombres, los cuales, en vez de reconocer a Dios como a su Señor y Hacedor, rendían culto a las obras mismas de Dios, trasladando a ellas los atributos divinos. Los ancianos dan por terminado todo esto. Dios ha recobrado su gran poder y ha entrado en posesión del reino que le tenían usurpado. Esta es la causa de que los veinticuatro ancianos entonen un himno de alabanza en el que cantan la intervención de Dios en el mundo con el fin de hacer triunfar definitivamente a su Iglesia. Dan gracias a Dios por esta suprema manifestación de su amor, de su gloria, y también de su justicia. En la fórmula el que es, el que era, se omite la frase complementaria ν el que vendrá 66, porque el reino de Dios ya está presente, o porque para el autor sagrado es tan cierto su establecimiento que lo da ya por realizado. Es lo que anunciaba el ángel del capítulo 10:7 acerca de la consumación del misterio de Dios. Se considera como realizado todo el contenido del libro de los siete sellos67.

El himno de los veinticuatro ancianos no sólo canta el poder y la gloria de Dios, sino también su justicia, manifestada en contra de las naciones paganas. En el salmo 2, el mundo rebelde se levanta contra Yahvé y contra su Cristo. Pero Yahvé se ríe de estas bravatas de los pobres mortales, y, usando de su autoridad soberana, entroniza a su Hijo en Sión, dándole por heredad los confines todos de la tierra. El Apocalipsis también nos recuerda que las naciones se habían enfurecido contra la soberanía del Señor (v.18). Pero inmediatamente añade que llegó el tiempo de la ira justiciera de Dios contra ellas y el momento de devolverles lo merecido por las persecuciones desencadenadas contra la Iglesia y sus miembros. Por otra parte, es ya también hora de que sean juzgados los muertos, de que se dé la recompensa merecida a los profetas o predicadores del Evangelio, que tanto han trabajado por la causa de Dios, de que se premie a los santos que han muerto por Cristo, y a los que temen al Señor, sean pequeños o grandes. Los que temen al Señor son los que reverencian su nombre y observan sus mandamientos. De esta manera Dios cumplirá la justicia que le pedían las almas de los mártires 68. Y deshará a los que destruían la tierra santa, es decir, su Iglesia.

El autor sagrado parece aludir aquí a una lucha entablada entre la Iglesia y los enemigos de ella. Y, en efecto, en los capítulos 17-18, San Juan describirá el castigo de la Gran Prostituta (Roma), que corrompía la tierra. Después hablará del exterminio de los gentiles 69 y de su juicio70. Todos estos sucesos son preanunciados en el v.18 del capítulo 11. Los vencedores en esta lucha están divididos en tres categorías: los profetas, que tuvieron gran importancia en la Iglesia primitiva; los santos, es decir, aquellos que sufrieron por el nombre de Jesús 71, y todos los que temen el nombre del Señor.

San Juan no alude en este pasaje al juicio final. Es muy posible que, siguiendo el ejemplo de los profetas, anuncie el establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, con un juicio previo contra aquellos que antes le hacían la guerra72. En este juicio recibirán su premio todos aquellos que, en los tiempos pasados, fueron fieles a Dios y defendieron su causa, aun a costa de su sangre. La muerte de Cristo les abrió las puertas de la gloria. Con la implantación del reino de Dios en la tierra y con la perspectiva del triunfo de la Iglesia se termina esta sección profética del Apocalipsis. Los cristianos perseguidos han de regocijarse porque la victoria ya está al alcance de la mano.

La esperanza de triunfo de los fieles es corroborada por la apertura del templo de Dios, que está en el cielo, dejándose así ver el arca de la alianza (v.19). En adelante, Dios no estará separado de su pueblo, como sucedía en el Antiguo Testamento. Todos serán admitidos al "santo de los santos" del santuario celeste. De este modo se inaugura la vida de plena intimidad de los elegidos con Dios en el cielo. Esta es la nueva fase de triunfo inaugurada con la apertura del templo de Dios. El vidente de Patmos contempla en el cielo un templo semejante al que él había visto en Jerusalén, con su respectiva arca de la alianza. El arca de la alianza había sido el símbolo por excelencia de la presencia de Dios en medio de su pueblo y de la alianza entre Yahvé e Israel. También en el Apocalipsis el arca será el símbolo de la nueva alianza entre Dios y el nuevo Israel. Porque el arca es la imagen del Verbo de Dios, que "se hizo carne y habitó entre nosotros."73 Según la tradición judía 74, el arca de la alianza volvería a aparecer cuando se restableciese el reino de Dios. El arca de la nueva alianza será prenda de una más estrecha vinculación de los fieles con Dios y de protección divina sobre su Iglesia.

Los relámpagos, rayos, temblores, granizo y voces son como las salvas con que la naturaleza saluda a su Señor al aparecer sobre la tierra para castigar a los enemigos de su Iglesia. Los signos que acompañan su aparición son semejantes a los que acompañaron la alianza del Sinaí. Las perturbaciones atmosféricas suelen acompañar a los momentos solemnes de alguna intervención de Dios en la historia, como si la tierra se hiciese eco de ella. El septenario de las trompetas termina como el septenario de los sellos 75, y, como sucederá con el septenario de las copas 76, con un terrible fragor de relámpagos, rayos, voces, granizo y temblores.

El v.19 forma como una transición entre la primera sección profética del Apocalipsis y la segunda. Y trata de explicar de qué manera se cumplió lo que se anuncia como la consumación del misterio de Dios y la llegada de su reino.

 

Ejecución de los decretos del librito abierto, 12:1-22:5.

En esta segunda sección profética se desarrollan las predicciones contenidas en el librito recibido por Juan en el capítulo 10:8-11. Todo es concebido desde el punto de vista de la Iglesia y de las luchas que ha tenido que sostener contra el Imperio romano, tipo del anticristo y de todos los poderes enemigos de Dios. El Dragón, es decir, el diablo, declara la guerra a la Iglesia sirviéndose de dos Bestias, que encarnan el poder de Roma y el sacerdocio pagano. Es la gran persecución de tres años y medio, que se terminará con el juicio de los perseguidores l y con la inauguración del reino milenario de Cristo 2. El ejército celestial, teniendo por capitán al Cordero, infligirá al anticristo una derrota completa. La visión del capítulo 20 viene como a resumir todo esto, mostrando que Cristo no ha dejado de reinar nunca desde su encarnación, incluso en medio de las terribles contingencias de su pasión y muerte.

 

1 Ap 6:12-17. — 2 Ap 7:1-17- — 3 Ap 9:20-21. — 4 Ap 11:13. — 5 Ap 16:19; 17:18; 18:10. — 6 Ap 21:2.10; 22:19. — 7 Así la interpretan Victorino de Pettau y Andrés de Cesárea. — 8 Ez 40:3-42:18; cf. Zac 2:5-9. — 9 Is 34.li. — 10 Cf.2 Sam8:2. — 11 Ap 7:1-8. — 12 Ap6:9. — 13 Cf. A. Gelin, o.c. p.625; F. Vigouroux, Le Nouveau Testament et les découvertes at-chéologiques modernes (París 1907) 286. — 14 Ap 11:2. — 15 Ap 12:6. — 16 Ap 12:14. — 18 Dan 7:25; 12:7. — 19 Lc 4:25- — 20 Sant 5:17. — 21 Cf. 1 Re 18:1. — 22 Cf. S. Bartina, o.c. p.694· — 23 Cf. Mt 16:18. A propósito de la interpretación del c.n, cf. A. Feuillet, Essai d'inter-prétation du chapitren de l'Apocalypse: NTSt 3 (1957-1958) 183-200. — 24 Le 21:24. — 25 E. B. Allo, o.c. p.149. — 26 Tyconius dice que los dos Testigos es "ecclesia duobus testamentis praedicans et pro-phetans." — 27 Cf. Jn 8:17. — 28 H. B. Swete, The Apocalypse ofthe Sí. John (Londres 1909), en h.l.; E. B. Allo, o.c. p.157-161. — 29 Mt 17 3ss. — 30 Cf. 2 Grón 36:1355; Mt 23:2955. — 31 Cf. S. bartina, o.c. p.Ó99; J. Munck, Pefrus und Paulus in der Offenbarung Johannis. Ein Beitrag zur Auslegung der Apokalypse (Copenhague 1950) 126; D. Haugg, Die zwei Zeugen (Ap 11:2) (Münster 1936); O. J. R. A. Schwarz, Die zwei Zeugen: Kirche und Israel (Ap 11:3): Una Sancta, Hefte 15 (1960) 145-153. — 32 2 Re 1:10-12. — 33 Núm 16:25-35. — 34 Cf. Libro 4 Esdras 13:10-11; Ascensión de Isaías 4:18. — 35 Jer 5:14. — 36 Eclo 48:1. — 37 Mt 5:14-16. — 38 1 Re 17:1-2; 18:41-46; Eclo 48:3; Lc 4:25; Sant 5:17. — 39 Ex 7:19-25- — 40 Cf. Ap 13:7- — 41 Ap 11:11-12; 20:4. — 42 Cf. Ap 13:1.18; 17:8. — 43 Dan 7:1-21. — 44 Dan 7:7. — 45 Dan 7.8.19SS. — 46 Cf. M. García Cordero, o.c. p.122. — 47 El P. M. E. Boismard y otros autores suprimen, como una glosa inspirada tal vez en Mt 23:37, la frase donde su Señor fue crucificado, e identifican la gran ciudad con Roma. Gf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.54. — 48 Mt 23:37- — 49 Sab 19:14-15. — 50 Cf. Ap 16:19; 17:18; 18:10.16-19. — 51 Cf. Am 1-4; Is 13-23; Jer 46-51; Ez 25-32; Nah 1-3. — 52 Me 15:31-32. — 53 Ez 37:7-10. — 54 Ap 12:5; Act 1:9. — 55 2 Re 2:11. — 56 Ant. lud. 4:8:48. — 57 Jos. Flavio, Contra Apionem 1:22; Cf. Clemente Alejandrino, Stromata 6:15: PG 9.355SS. — 58 Ap 20:4. — 59 e. β. Allo, o.c. p.154. — 60 Mt 27:52; cf. Mc 15:33- — 61 Jl 2:2-32. — 62 Le 23:48. — 63 Ap 8:1. — 64 Ap 4:6-8. — 65 E. B. Allo, o.c. p.168. — 66 Gf. Ap 1:8; 4:8. — 67 Ap 5. — 68 Ap 6:9-10. — 69 Ap 20:7-10. — 70 Ap 20:13-15. — 71 Cf. Ap 14:5; 16:6; 18:20.24. — 72 Cf. Is 24:1ss; Zac 14:1ss. — 73 Jn 1:14. — 74 2 Mac 2:5-8. — 75 Ap 8:5 — 76 Ap 16:18.

 

 

Capitulo 12.

 

Visión de la mujer y del dragón, 12:1-18.

El capítulo 12 abre la última sección del libro a manera de grandioso prefacio. San Juan nos mostrará en él que es el odio de Satanás la causa principal de las persecuciones que el Imperio romano había desencadenado contra la Iglesia y sus fieles. Tocamos aquí el punto culminante del Apocalipsis, pues el capítulo 12 es central en este libro sagrado. Contiene una de las escenas más grandiosas del Apocalipsis, y prepara con algunas pinceladas las figuras principales que han de jugar un papel de primer orden en la última sección del libro. Este capítulo constituye el desarrollo del tercer ay! Se puede dividir — el capítulo 12 — en tres partes: la Mujer da a luz un Niño, 12:1-6; Miguel combate contra el Dragón y lo arroja del cielo, 12, 7-12; la Mujer en el desierto, 12:13-18.

 

La Mujer da a luz a un Niño, 12:1-6.

1 Apareció en el cielo una señal grande, una Mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas, 2 y, estando encinta, gritaba con los dolores de parto y las ansias de parir. 3 Apareció en el cielo otra señal, y vi un gran Dragón, de color de fuego, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y sobre la cabeza siete coronas. 4 Con su cola arrastró la tercera parte de los astros del cielo, y los arrojó a la tierra. Se paró el Dragón delante de la Mujer, que estaba a punto de parir, para tragarse a su Hijo en cuanto le pariese. 5 Parió un varón, que ha de apacentar a todas las naciones con vara de hierro, pero el Hijo fue arrebatado a Dios y a su trono. 6 La Mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar preparado por Dios para que allí la alimentasen durante mil doscientos sesenta días.

 

El vidente de Patmos contempla en el cielo una señal grande. El cielo no es propiamente el escenario de la visión, cuyas fases se desarrollan sobre la tierra, sino que el cielo es más bien la pantalla sobre la cual se proyecta la señal. Esta señal es una mujer vestida de la luz del sol, con la luna por escabel de sus pies y una corona de doce estrellas (v.1). Esta descripción de la mujer con esos atributos radiantes indica su carácter supramundano, santo, puro 3. El resplandor de la Mujer, envuelta en el sol, da relieve a su grandeza y gloria extraordinarias. Este simbolismo era conocido de los judíos, los cuales se sirven de la imagen de la luz para expresar la gloria de Dios 4, e incluso emplean a veces ornamentos astrales para la representación glorificada de grandes personajes o de sublimes realidades. El Cantar de los Cantares también nos describe la esposa rodeada de luz: "¿Quién es esta que se alza como aurora, hermosa cual la luna, espléndida como el sol?" 5 Y el Testamento de Neftalí describe a judá con una imagen bastante parecida a la del Apocalipsis: "Judá se puso resplandeciente como la luna, y bajo sus pies había doce rayos"6. Las doce estrellas designan muy probablemente las doce tribus de Israel. En esto coinciden hoy día casi todos los autores7. Pero también pudieran designar los doce apóstoles 8. Esta imagen nos recuerda el pasaje del Génesis, en el cual se dice que José había visto en sueños que el sol, la luna y once estrellas le adoraban 9.

Los adornos siderales eran atribuidos también a varias divinidades paganas, como a Cibeles, a Isis y a Attis 10. Además, el culto de la diosa madre era muy floreciente en la provincia proconsular de Asia en tiempos de Juan. Por eso, la visión de "la Mujer-Iglesia pudiera muy bien ser — como dice A. Gelin — una réplica plástica de la diosa cuyo culto era necesario combatir." 11

No obstante la gloria celeste que circunda a esta Mujer extraordinaria, San Juan nos la presenta gritando por los dolores de parto y las ansias de parir (v.2). Estos detalles que nos da el autor sagrado son de capital importancia para individualizar a la misteriosa Mujer. ¿Quién es esa Mujer refulgente de gloria y de esplendor? La respuesta más sencilla para nosotros sería la de afirmar que esa Mujer es María, la Madre de Jesús, ya que en el v.5 se dice con bastante claridad que dio a luz al Mesías. Pero hay varias razones que parecen oponerse poderosamente a esta solución. En primer lugar se dice en nuestro pasaje que la Mujer gritaba en los dolores de parto. Ahora bien, la tradición enseña unánimemente que la Santísima Virgen dio a luz a Jesús de una manera virginal y sin dolor. En segundo lugar, el autor sagrado habla en el v.17 de los descendientes de la Mujer, o sea de otros hijos que habría tenido. Nosotros sabemos por los Evangelios, por la fe y la tradición que María fue siempre Virgen y tuvo un solo Hijo, Jesucristo. Estas razones tan evidentes obligaron a los intérpretes, ya desde antiguo, a buscar otras soluciones. Unos ven en la Mujer el símbolo de Israel; para otros sería la figura de la Iglesia. Y no faltan quienes vean en ella simbolizada de alguna manera a la Santísima Virgen.

Los que ven en la Mujer la representación de Israel se fundan en razones que, a nuestra manera de ver, son de mucho peso. Son muchos los lugares de los profetas del Antiguo Testamento en que Israel es representado bajo la figura de una mujer. Dejando aparte la esposa del Cantar de los Cantares, podemos descubrir esta personificación de Israel en Oseas 12, en Jeremías 13 y en Ezequiel14. Este último nos presenta a las dos hermanas Oola y Ooliba, que representan a los dos reinos de Samaría y Judá 15. Los libros apócrifos siguen también la misma norma, como se puede ver en 4 Esdras 16. Y en el Nuevo Testamento encontramos estas mismas personificaciones 17. Por otra parte, la imagen de Sión en dolores de parto no era desconocida en el Antiguo Testamento. El profeta Miqueas exclama: "Te dueles y gimes, hija de Sión, como mujer en parto porque vas a salir ahora de la ciudad y morarás en los campos y llegarás hasta Babilonia"18. Isaías nos presenta a los israelitas oprimidos que claman a Yahvé: "Como la mujer encinta cuando llega el parto se retuerce y grita en sus dolores, así estábamos nosotros lejos de ti, oh Yahvé!"19 Y en otro lugar, el mismo profeta nos habla de la multiplicación de la nueva Jerusalén en estos términos: "Antes de ponerse de parto ha parido; antes de sentir los dolores dio a luz un hijo. ¿Quién oyó cosa semejante? ¿Quién vio nunca tal? ¿Nace un pueblo en un día? Una nación, ¿nace toda de una vez? Pues Sión ha parido a sus hijos antes de sentir los dolores." 20

Además, el autor del Apocalipsis nos dice expresamente en el v.6 que la Mujer huyó al desierto, en donde fue alimentada por Dios hasta que desapareció el peligro de parte de sus enemigos. Por el libro del Éxodo sabemos que Israel huyó de Egipto al desierto del Sinaí, en donde fue alimentado por Dios con el maná caído del cielo hasta que se convirtió en un pueblo bien constituido, capaz de enfrentarse y resistir a los pueblos enemigos. De este paralelo evidente parece seguirse que la Mujer del Apocalipsis representa al pueblo de Dios personificado. Pero ¿qué pueblo es éste? ¿Es acaso el Israel de la Antigua Alianza o más bien el nuevo Israel, es decir, la Iglesia de Cristo? Creemos que la mujer de nuestro texto simboliza en primer lugar al Israel del Antiguo Testamento, del cual nació Jesucristo según la carne. Y en segundo lugar representa al nuevo Israel, o sea a la Iglesia, que será el blanco de todos los ataques del Dragón.

Por el ν. 17 se ve claramente que San Juan mira principalmente a la Iglesia cristiana, ya que presenta a la Mujer como Madre de todos los creyentes en Jesús. Sin embargo, es importante notar la continuidad existente entre el antiguo Israel de las promesas y el nuevo Israel, en el cual se realizaron esas promesas. Son, en efecto, dos fases distintas de una misma realidad, de una misma comunidad: forman una sola y única Iglesia a través de todas las edades. Es la Iglesia histórica que ha dado a luz al Mesías. Este alumbramiento ha sido preparado dolorosamente a través de toda la historia de Israel. Son los dolores de parto y las ansias de parir de que nos habla el Apocalipsis. Estos dolores no pueden referirse evidentemente al nacimiento feliz y virginal del Mesías en Belén. Victorino de Pettau (hacia el año 303) los interpreta de los sufrimientos de los justos del Antiguo Testamento: "Ella es la antigua Iglesia de los patriarcas y profetas, de los santos y de los apóstoles. Tuvo que soportar los gemidos y tormentos de sus anhelos hasta que Cristo, el fruto prometido de su pueblo según la carne, tomó cuerpo de esta misma raza" 21. Los dolores de que nos habla el autor del Apocalipsis tienen una significación simbólica. Según la tradición judía, recogida también en San Mateo 22 y presente en diversos lugares del Apocalipsis, grandes dolores y sufrimientos de Israel, que son comparados con los dolores de parto, habían de preceder la venida del Mesías 23. Los mismos profetas solían anunciar la venida del Mesías en los momentos de las grandes tribulaciones sufridas por el pueblo de Dios. Yahvé sometía el pueblo a dura penitencia en castigo de sus prevaricaciones. Pero cuando mayor era la tribulación y más lejanas las esperanzas humanas de remedio, más fundada se presentaba la esperanza de la salud mesiánica. El nacimiento del Mesías prometido a Israel tendría lugar en los mayores aprietos de la nación. Vendría acompañado de graves dolores de parto. San Pablo nos habla también de estos dolores al fin de los tiempos, antes de la salud definitiva 24. En los libros apócrifos y en la literatura rabínica se ponderan sobremanera los "dolores del alumbramiento del Mesías" 25. Estos dolores serían tan graves, que algunos preferirían renunciar incluso a los bienes me-siánicos por no experimentar calamidades tan terribles 26.

Tal es, sin duda, el sentido de nuestro texto, expresado en estilo muy conforme con el de los antiguos profetas y muy ajustado al lenguaje apocalíptico. El Mesías había de nacer de la nación santa en los momentos de mayor angustia. Por consiguiente, la Mujer del Apocalipsis es la personificación de la Iglesia en sus diversas fases. Primero, en su estadio imperfecto del Antiguo Testamento, y después, en su estadio perfecto del Nuevo Testamento. Uno constituye el perfeccionamiento y la coronación del otro. Porque no hay más que una Iglesia, que ha venido desarrollándose a través dé los siglos.

Por el hecho de ser esta Mujer, tan maravillosamente adornada, la Madre del Mesías (ν.5) ha habido muchos autores antiguos y modernos que la identifican con la Virgen María, de quien, en efecto, nació el Salvador. Esta interpretación se puede justificar si tenemos en cuenta que el sentido histórico no agota la riqueza de la Sagrada Escritura tal como nos enseñan a leerla los Santos Padres y la Iglesia. En un sentido literal acomodaticio se puede aplicar este texto a la Santísima Virgen María, Madre del Mesías y de todos los cristianos, siguiendo a San Agustín 27 y a San Bernardo 28. San Pablo, escribiendo a los romanos, contrapone Cristo a Adán en estos términos: "La muerte reinó desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no habían pecado, como pecó Adán, que es tipo del que había de venir. Mas no fue el don como la transgresión. Pues si por la transgresión de uno solo mueren muchos, mucho más la gracia de Dios y el don gratuito, consistente en la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se difundirá copiosamente sobre muchos. Y no fue el don lo que fue la obra de un solo pecador, pues por el pecado de uno solo vino el juicio para condenación; mas el don, después de muchas transgresiones, acabó en justificación." 29 Esta misma contraposición es desarrollada por el Apóstol en 1 Cor 15:45-49. Pues esta contraposición entre Adán y Cristo llevó a los Santos Padres a otra, la de Eva y María, que suelen desarrollarla haciendo ver la parte que tomó María en la obra de la redención. Es la aplicación del principio de analogía, que tanto valor tiene en la ciencia teológica.

Pues bien, entre la Mujer del Apocalipsis, el pueblo elegido, la descendencia de Abraham según la fe, de la que salió el Mesías y María, originaria del pueblo electo que le dio a luz, hay una analogía evidente. Si el Apóstol de los Gentiles pudo contar entre las glorias de Israel el que de él procediese Cristo 30, mucho más se puede esto decir de la Madre que le dio a luz, y que por esto mereció el título de Madre de Dios. De igual modo, si el Apóstol dice de Israel, de la descendencia de Abraham según la fe, que es nuestra madre 31, mucho mejor se puede dar este nombre a la que engendró a Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, primogénito entre muchos hermanos32, por quien nosotros hemos recibido la dignidad dé hijos de Dios 33.

Todo esto y mucho más lo conocía San Juan. Por eso es muy posible que el vidente de Patmos aluda de algún modo, en esta visión del Ap 12, a la Santísima Virgen María. El, que conocía a María, la Madre de Jesús; que la había recibido como madre suya en el Calvario, que había cumplido con ella los deberes de un buen hijo, no podía menos de pensar en ella cuando nos habla del nacimiento del Mesías. La liturgia de la Iglesia también entiende esta visión de la Virgen María. A esta aplicación no se opone el que en nuestro texto se hable de los do I ores de parto de la Mujer, ya que esto se podría entender de la compasión de María 34. En estos últimos tiempos se ha escrito mucho sobre el sentido mariano de esta visión del Apocalipsis 35. Los defensores del sentido mariológico ven en la descendencia de la Mujer del v.17, significada la maternidad espiritual de María, que también engendra a los que creen en Jesús 36.

Como contraposición a la imagen radiante de luz de la Mujer, que simboliza a la Iglesia, San Juan contempla un nuevo prodigio: ve en el cielo un gran Dragón de color de fuego, con siete cabezas, diez cuernos y siete coronas (ν.3). Este Dragón representa los poderes del mal, que se levantan contra la Iglesia de Cristo con el propósito de destruirla. Según el v.8, el Dragón es Satanás, la antigua serpiente Π', por medio de la cual el diablo tentó a Eva. Aquí no persigue a Eva, sino a la Mujer ideal, al Israel de Dios. En el Antiguo Testamento se habla frecuentemente de un monstruo marino 38, que es designado con los nombres de Leviatán, Behemot y Rahab, el cual simboliza las fuerzas enemigas de Dios. El Dragón que aparece en nuestro texto del Apocalipsis es semejante a la Bestia de Ap 13:1 y 17:3. Sin embargo, aquí las cabezas y los cuernos del Dragón no parecen tener el significado preciso que tienen los de la Bestia. Los diez cuernos y las siete coronas del Dragón son símbolos de su poder. Estos elementos están tomados del libro de Daniel 39, en donde los diez cuernos designan a diez reyes de la dinastía de los seléucidas. Las siete cabezas, como las de la hidra de la fábula y las del basilisco de siete cabezas, significan su resistencia a la muerte. Las coronas que adornan las siete cabezas significan su gran poder, ejercido por medio de otros tantos reyes. El Dragón tiene coronas porque es el Principe de este mundo 40, y como tal se presenta a Jesús en el desierto para tentarle41. Las tentaciones de Jesús constituyen un indicio de la lucha sorda y continua que el demonio mantiene contra Dios a través de los siglos. La historia de la humanidad está sembrada de hechos y sucesos que manifiestan bien claramente la lucha entablada desde el principio entre el bien y el mal. El Apocalipsis dramatiza sobremanera esta lucha entre las fuerzas del bien y las del mal, entre Jesucristo y Satanás, que terminará con el triunfo total y definitivo de Cristo.

San Juan nos indica la fuerza maléfica y formidable del Dragón al afirmar que con su cola arrastró la tercera parte de los astros y los arrojó a la tierra (v.4). También en el libro de Daniel se nos habla de un "pequeño cuerno" que creció mucho hacia los cuatro puntos cardinales, "engrandeciéndose hasta llegar al ejército de los cielos, y echó a tierra estrellas y las holló."42 El profeta Daniel se refiere a Antíoco IV Epífanes, que con su persecución religiosa contra el judaísmo logró la defección de relevantes personajes de la nación hebrea y profanó el templo y todo lo más sagrado de la religión de Yahvé 43. Por eso no sería de extrañar que el autor del Apocalipsis aludiese a la apostasía de altos representantes de la Iglesia de Cristo durante las persecuciones entonces desencadenadas. Sin embargo, según un simbolismo conocido en la literatura apocalíptica 44, las estrellas que caen del cielo representan a los ángeles prevaricadores. Con su poder de persuasión, el Dragón arrastra en pos de sí una buena porción de los ángeles del cielo, y con el mismo poder arrastrará también a muchísimos hombres, como arrastró a nuestros primeros padres en el paraíso.

El Dragón, que había aparecido en el cielo arrastrando a la tercera parte de las estrellas, se para delante de la Mujer, que estaba a punto de dar a luz, para tragarse a su Hijo. La actitud del Dragón nos indica claramente que lo que intenta es acabar con el reino de Dios dando muerte a su fundador. Se da cuenta que el que va a nacer es el Mesías, el cual viene a implantar el reino de Dios en este mundo con el fin de acabar con el imperio del mal. La historia evangélica nos muestra con toda claridad que el demonio atentó desde el principio contra la vida de Jesús y se esforzó por deshacer su obra. A inspiración diabólica obedecían los conatos de Heredes para dar muerte a Jesús recién nacido y, especialmente las tentaciones del desierto con el propósito de anular la misión mesiánica de Jesucristo. Pero, sobre todo, la escena que nos describe el Apocalipsis alude a los esfuerzos de los judíos, estimulados por el demonio 45, para dar muerte a nuestro Señor y acabar con su obra. También podemos ver aquí implícitamente indicados los lazos que el diablo tenderá a todos los cristianos para hacerlos caer, porque la idea del Cristo místico está presente en este relato al lado de la del Cristo personal46.

El Hijo que nace de la Mujer es caracterizado empleando unas palabras del salmo 2:9: Parió un varón, que ha de apacentar a todas las naciones con vara de hierro (v.5). Esta cita de un salmo mesiánico indica claramente que San Juan identifica este Niño varón con el Mesías, es decir, con Jesucristo, considerado tanto en su realidad histórica como mística en los cristianos. El Mesías, según el Antiguo

Testamento, había de apacentar, como soberano y dominador, a Israel y a todas las naciones. Sería como el lugarteniente de Yahvé, que trataría con cetro autoritario y poderoso, o sea con dureza, a los que se sublevasen contra él. La Mujer que le da a luz representa al pueblo elegido, que, en medio de grandes dificultades y crisis de todo género, ha logrado alumbrar al Mesías.

El Dragón no pudo devorar al Niño recién nacido porque fue arrebatado a Dios y a su trono. El autor sagrado alude, sin duda, a la ascensión de Cristo y a su triunfo, que provocará la caída del Dragón. Jesucristo, por su gloriosa ascensión, subió al cielo y ahora reina al lado de Dios Padre por los siglos de los siglos. San Juan pasa de repente del nacimiento de Cristo a su ascensión prescindiendo de todos los hechos de la vida terrestre de Jesús, de su pasión y resurrección. Esto no significa que desconozca esos hechos, a los cuales alude en el ν. 11 y en todo el Apocalipsis 47, sino que pretende mostrar la impotencia de Satanás ante el poder omnipotente de Dios y de su Hijo. San Juan, incluso en su evangelio, pasó por alto la infancia y la juventud de Jesús. Lo que aquí interesa al autor sagrado es la continuación de la lucha entre el Dragón y el Niño, representado en sus seguidores. Cristo es el primogénito de muchos hermanos48 que habían de seguir su misma suerte, dolorosa primero, gloriosa después. Jesucristo es el capitán que dirige los escuadrones de sus seguidores contra las fuerzas de Satanás. La lucha continuará mientras dure el mundo. Pero el Dragón se verá impotente para resistir al ímpetu del ejército celestial. Desfogará su rabia, como la desfoga en nuestro pasaje, ante su impotencia frente a Jesucristo y a la Mujer que lo ha engendrado. El establecimiento de la Iglesia en este mundo exaspera a Satanás, que se da a perseguirla por todos los medios a su alcance.

La Mujer tuvo que huir al desierto (v.6) para librarse de los ataques del Dragón. Es una anticipación de la huida, de la cual se volverá a hablar en los v.13-iy. ¿Qué significa la huida de esta Mujer al desierto para escapar a las acometidas del Dragón? Ante todo hemos de tener presente que el desierto es el refugio tradicional de los perseguidos en el Antiguo Testamento49. Además, San Juan sabía perfectamente que en el desierto halló Israel un refugio contra la persecución de los egipcios y en el desierto fue alimentado por Dios con el maná. En Oseas se dice que Dios llevará a su pueblo al desierto y que allí le hablará al corazón. Este desierto50 no es otro que el retiro del mundo — en el cual reina el Dragón, Satanás — para vivir la vida escondida con Cristo en Dios. En este desierto, la Iglesia de Jesucristo será preservada de la contaminación pagana y podrá llevar una vida espiritual más profunda, de mayor concentración e intimidad con Dios. Y allí, en aquel retiro íntimo con Dios, los cristianos serán alimentados con el agua milagrosa de la palabra divina y con el pan bajado del cielo que es la Eucaristía, figurada por el maná51. Así interpretan este pasaje Primasio, Andrés de Cesárea y San Beda.

Narra Eusebio que, al estallar la guerra judía de los años 66-70 d.C. y antes que Tito sitiase Jerusalén, los fieles cristianos de esta ciudad, en virtud de una revelación divina, se retiraron el año 67 a Pella, en TransJordania, escapando así a los estragos de la guerra 52. No hay inconveniente en admitir que este hecho haya podido sugerir a San Juan esta imagen de la huida al desierto, aunque TransJordania estaba muy lejos de ser un desierto en aquella época.

La permanencia de la Mujer en el desierto durará mil doscientos sesenta días, es decir, tres años y medio, o, en términos apocalípticos, media semana de años. Este período de tiempo representa todo el tiempo que ha de durar la persecución, sea el que fuere. Es una cifra que nos es conocida por Daniel, en donde es equivalente al tiempo que ha de durar la abominación de la desolación del templo de Jerusalén 53 llevada a cabo por Antíoco IV Epífanes. El tiempo que durarán las persecuciones del Dragón contra la Mujer y sus hijos los cristianos será de media semana de años, cifra simbólica, cuyo valor real sólo Dios conoce54. Después de estas persecuciones llegará la victoria definitiva de Cristo55 y el reino de la paz.

La Mujer, huida al desierto, es sustentada por Dios durante todo el tiempo que dure la persecución, o sea, por espacio de tres años y medio. Hay evidentemente aquí una clara alusión a Israel, alimentado en el desierto por el maná que Dios le envió 56. Y posiblemente también se refiera al sustento milagroso con el que Dios fortaleció al profeta Elías para que pudiese caminar y llegar al monte Horeb57. El autor del Apocalipsis suele servirse de hechos y pasajes del Antiguo Testamento para expresar e ilustrar realidades mucho más elevadas del Nuevo Testamento. En esto sigue la misma concepción de San Pablo, para el cual las realidades del Antiguo Testamento eran figuras de otras realidades superiores del Nuevo Testamento.

 

Miguel combate contra el Dragón y lo arroja del cielo, 12:7-12.

7 Hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles peleaban con el Dragón, 8 y peleó el Dragón y sus ángeles, y no pudieron triunfar ni fue hallado su lugar en el cielo. 9 Fue arrojado el Dragón grande, la antigua serpiente, llamada diablo y Satanás, que extravía a toda la redondez de la tierra, y fue precipitado en la tierra, y sus ángeles fueron con él precipitados. 10 Oí una gran voz en el cielo que decía: Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios de día y de noche. 11 Pero ellos le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio, y menospreciaron su vida hasta morir. 12 Por eso, regocijaos, cielos y todos los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y de la mar! porque descendió el diablo a vosotras animado de gran furor por cuanto sabe que le queda poco tiempo.

 

Como preámbulo a las luchas que el Dragón entablará contra los fieles de Cristo, San Juan nos describe una batalla que tiene lugar en el cielo. Los ángeles buenos se enfrentan con los espíritus reprobos, logrando la victoria sobre éstos. Al frente del ejército de los ángeles buenos está Miguel58. La victoria conseguida por Miguel y los suyos es la victoria de Jesucristo, de la que nos hablan los Evangelios. Jesús, aludiendo a la derrota que infligiría al demonio muriendo sobre la cruz, se expresa en estos términos: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera"59. Y en otra circunstancia decía el mismo Cristo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo"60. La expulsión de los malos espíritus de los endemoniados era una victoria sobre el príncipe de las tinieblas y un retroceso de su imperio ante el avance del reino de Dios61. Los cristianos vencerán al demonio por la virtud de Jesucristo, pues Jesús forma un todo con sus fieles. Las persecuciones que El sufrió de parte del mundo y de su príncipe Satanás continuarán contra los suyos, porque el discípulo no puede ser de mejor condición que el maestro 62. Pero la victoria alcanzada por Jesús beneficiará a los suyos, los cuales, con la fuerza del Maestro, serán también vencedores.

El cielo atmosférico es la morada de las potestades aéreas según la concepción antigua63. En él es donde tiene lugar la batalla entre las legiones del Padre celestial64 y las de Satanás (v.4). Miguel, el protector del pueblo de Israel en Daniel65, se convierte en el Apocalipsis en el protector del Israel de Dios, es decir, de la Iglesia de Jesucristo. Es ésta la única vez en todo el Apocalipsis que se da el nombre de un ángel. Miguel es el caudillo de los ejércitos celestiales que pelean contra las fuerzas del Dragón. La batalla que se entabla entre ambos bandos parece como si fuera ocasionada por la ascensión de Cristo al cielo. Jesucristo, sentado en el trono de Dios, recibe de éste la soberanía sobre toda la creación. Satanás y los suyos no quieren aceptarla. Y entonces Cristo, obrando como rey, lanza contra el Dragón el ejército angélico, poniéndole en fuga. Esta desbandada simboliza la derrota de las fuerzas diabólicas por la cruz de Cristo. Las fuerzas del Dragón con su jefe son arrojadas a la tierra, teniendo que abandonar su propia morada del cielo (v.8). Pero en la tierra no dejarán de seguir la lucha, que habían comenzado con tan felices resultados en el paraíso terrenal. San Juan, al hablar de la derrota del Dragón y de su precipitación sobre la tierra, tal vez se inspire en Henoc eslavo, el cual, hablando de los ángeles caídos, dice: "Uno que era extraño a los coros de ángeles. concibió un plan imposible: quiso colocar su trono más alto que las nubes por encima de la tierra con el fin de poder llegar a ser igual en rango a mi poder. Y entonces yo lo arrojé de las alturas junto con sus ángeles, y permaneció volando continuamente en el aire sobre el insondable."66 Esta concepción parece haber sido la que aceptó en general la teología judía contemporánea 67. También en el Nuevo Testamento la 2 Pe 2:4 y Jds 6 hablan claramente de la caída de Satanás y de sus ángeles al infierno, considerándolo como un hecho pasado ya muy lejano. Para el autor del Apocalipsis, el descalabro sufrido por el demonio y su caída del cielo tuvo lugar principalmente cuando Jesús triunfó de la muerte en la cruz. Desde entonces, el poder del demonio quedó destruido y su actividad fue grandemente limitada y reducida.

El Dragón es identificado claramente en el v.8. Es la antigua serpiente del Génesis 3:1-5, o sea el demonio bajo la forma animal, enemigo de Dios y de la humanidad. La identificación de la serpiente con Satán es también claramente afirmada en el libro de la Sabiduría: "Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo"68. El Dragón es llamado también Diablo y Satanás. El nombre hebreo Satán, que los LXX traducen por Diablo, significa propiamente el acusador, el adversario 69. Es el seductor del capítulo 3 del Génesis, que extravia a toda la redondez de la tierra. Antes de que Cristo triunfase del demonio por la cruz, Satanás gozaba de cierto derecho de acusador de los hombres delante de Dios por haberse hecho sus esclavos mediante el pecado 70. Pero después del triunfo de Cristo sobre el Calvario, el demonio ha quedado derrotado y ha sido arrojado fuera. En adelante ya no tendrá ningún derecho sobre los redimidos por la sangre de Jesucristo.

La derrota decisiva del Dragón provoca una gran alegría en el cielo. Los ángeles o bien las almas de los primeros mártires 71 entonan un cántico de alabanza a Dios y a Cristo (v.10). Porque la victoria de Miguel es en realidad la victoria de Jesucristo. La doxología está inspirada en las aclamaciones imperiales, tan en boga en la época en que escribía San Juan. Los que la cantan son los ángeles o tal vez los mártires. Si fueran estos últimos, se explicaría bien que llamaran hermanos a los fieles que aún vivían en la tierra, cuyo triunfo futuro se considera tan seguro, que se presenta como ya realizado72. Con la derrota del Dragón llega la salvación para todos los que quieran seguir las huellas de Cristo. Y se manifiesta el poder irresistible de Dios, que nadie puede detener, y el reino que ejerce sobre toda la creación sin trabas de ninguna clase. Al mismo tiempo, la autoridad de Cristo sobre el mundo y sobre la Iglesia será reconocida por la humanidad entera.

Los santos cantan el himno de alabanza porque fue precipitado del cielo el acusador que los acusaba delante de Dios constantemente. Esta victoria la han conseguido por la virtud de la sangre del Cordero, que fue derramada por todos, y también por sus propios sufrimientos, al dar testimonio de Cristo con su vida (v.11). Lo que en realidad venció al Dragón fue la cruz de Cristo, y los seguidores de Cristo le vencerán siendo fieles a su Maestro hasta la muerte si fuere preciso. El triunfo del pecado y la salvación eterna por la sangre de Cristo sólo se obtienen por la fidelidad al mensaje de Jesús llevada hasta sus últimas consecuencias.

La victoria de los ejércitos celestiales debe ser motivo de regocijo tanto en el cielo como en la tierra, porque en ambos repercutirá el triunfo favorablemente. Estos cantos de victoria se repiten con frecuencia en todo el resto del libro, porque el autor sagrado quiere fortalecer con ellos el ánimo de los fieles con la esperanza del triunfo. Aquí termina — como sucede con todos los cánticos celestes del Apocalipsis — un pasaje que sirve como de primer acto al segundo bosquejo del drama indicado en el v.6. Es una especie de introducción a lo que sigue, lo mismo que la visión de los sellos, la proclamación del águila en Ap 8:13 y el cántico de los ángeles antes de las copas, Ap 15. El autor sagrado se mueve siempre en el mismo cuadro 73.

El furor del Diablo crece con la derrota tanto más cuanto que sabe le queda poco tiempo para perseguir y hacer daño a la Iglesia de Cristo (v.1a). San Juan, a imitación de los profetas, consideraba como muy próxima la victoria definitiva de Cristo, el fin de las persecuciones y la implantación de su reino de paz sobre la tierra. La lucha durará solamente tres años y medio según la cronología del vidente de Patmos. El tiempo de que dispone el Dragón para hacer daño a los seguidores de Cristo es, pues, muy corto en comparación con la eternidad del triunfo de Jesucristo y de todos los bienaventurados74. Pero la tierra y el mar tendrán que sufrir todavía de los perseguidores de Cristo y de su Iglesia, que, como instrumentos del Dragón, se opondrán con todas sus fuerzas a su implantación en este mundo. El furor de Satanás alcanzará a todos los moradores de la tierra, pero de modo muy diverso. Los idólatras quedarán esclavizados por el diablo y sometidos a los efectos de la justicia divina. Los fieles, en cambio, aunque en apariencia vencidos, conseguirán la victoria bien por medio del martirio o bien por el mérito de las tribulaciones sufridas. El Dragón perseguirá a la Iglesia e inducirá a los hombres a la apostasía. En esta tarea será ayudado por dos Bestias, que provendrán una del mar y la otra de la tierra. Son los últimos asaltos del demonio, que anuncian el tercer ¡ay! el cual abarca todo el resto del Apocalipsis hasta la completa victoria sobre Satán en el capítulo 19.

 

La Mujer en el desierto, 12:13-18.

13 Cuando el dragón se vio precipitado en la tierra, se dio a perseguir a la mujer que había parido al Hijo varón. 14 Pero friéronle dadas a la mujer dos alas de águila grande, para que volase al desierto, a su lugar, donde es alimentada por un tiempo y dos tiempos y medio tiempo, lejos de la vista de la serpiente. 15 La serpiente arrojó de su boca, detrás de la mujer, como un río de agua para hacer que el río la arrastrase. 16 Pero la tierra vino en ayuda de la mujer, y abrió la tierra su boca, y se tragó el río que el dragón había arrojado de su boca. 17 Se enfureció el dragón contra la mujer, y fuese a hacer la guerra contra el resto de su descendencia, contra los que guardan los preceptos de Dios y tienen el testimonio de Jesús. 18 Se apostó sobre la playa del mar.

 

Los v.13-14 desarrollan el pensamiento del v.6. El Dragón, al sentirse derrotado y humillado por el ejército de Jesucristo, se revuelve con mayor rabia contra la Mujer. Pero Dios acude en ayuda de la Mujer, y para que pueda huir de las acometidas del Dragón se le dan dos grandes alas. Las alas — figura o metáfora muy conocida en la apocalíptica judía — simbolizan la rapidez y el poderoso auxilio divino dado a la Mujer para que pueda huir al desierto 75. En el Pentateuco se dice que Dios transportó sobre sus alas a Israel desde Egipto al desierto76. Y el profeta Ezequiel compara a Nabu-codonosor, que lleva cautivo al rey de Judá a Babilonia, a un águila poderosa 77. El lugar donde ha de refugiarse la Mujer es el desierto, que, como ya hemos visto, era el refugio tradicional de todos los perseguidos. A él huyó el profeta Elias 78, a él huyeron los Hasidim79 y a él se retiraron también los miembros de la comunidad de Qum-rán 80. La duración de este retiro de la Mujer en el desierto es siempre la misma, aunque expresada en forma nueva: un tiempo y dos tiempos y medio tiempo (v.14). Es decir, tres años y medio, que es la duración simbólica de toda persecución81. En el desierto no hay elementos de vida, pero Dios se encargará de alimentar a la Mujer como alimentó a Israel con el maná y con el agua milagrosa.

No pudiendo el Dragón dar alcance a la Mujer, que se retira al desierto con la velocidad del águila, recurre a un subterfugio: arroja de su boca como un río de agua para que arrastre a la Mujer (v.15). Es muy posible que San Juan piense aquí en algún monstruo acuático, como el Leviatán, o en el cocodrilo o la ballena, que lanzan borbotones de agua al aire 82. El río de agua que el Dragón arroja contra la Mujer simboliza las calamidades y persecuciones que Satanás desencadenará contra la Iglesia para destruirla. En los Salmos y en los Profetas, las persecuciones y tribulaciones que sufren los justos se hallan expresadas a veces por las muchas aguas, que amenazan anegarlos 83. Tal parece ser el origen de esta imagen.

Algunos autores consideran como probable que San Juan utilice aquí elementos de un mito griego, como el de Latona, que, a punto de dar a luz a Apolo, es perseguida por la serpiente Pitón. Latona huye entonces a la isla Ortigia, en donde da a luz a Apolo sin que se dé cuenta Pitón. Después Apolo matará a la serpiente Pitón 84. Desde el punto de vista de la inspiración e inenarrancia de la Sagrada Escritura, no existe inconveniente alguno en admitir que el autor del Apocalipsis se haya servido de la leyenda griega para su composición escenográfica.

No obstante las artimañas del Dragón para impedir la huida de la Mujer, Dios vela sobre ella, pues el que le había preparado un retiro en el desierto no había de abandonarla en este lance (v.16). Con este fin hace que la tierra se convierta en auxiliar de la Mujer perseguida: la tierra sedienta, a semejanza de los torrentes o wadis resecos de Palestina, se traga totalmente la impetuosa torrentera. El autor sagrado quiere simbolizar con esta imagen las persecuciones del mal contra la Iglesia, semejantes a aguas desbordadas 85. Pero Dios siempre vendrá en ayuda de los suyos, concediéndoles al fin la victoria sobre todos sus enemigos. Los lectores del Apocalipsis debían ver aquí una prueba de la protección divina sobre ellos en las persecuciones que sufrían.

El Dragón, sin embargo, no se da por vencido. Ante el fracaso sufrido en el intento de abatir a Cristo y a la Mujer que lo había engendrado, desfoga su rabia dándose a perseguir a la descendencia de la Mujer (v.17). Las acometidas del Dragón no se dirigen contra los paganos, que son suyos, sino contra los fieles de Jesucristo, contra aquellos que guardan los preceptos de Dios y se mantienen firmes en la fe dando testimonio de Jesús con su vida o con su sangre. Esto último era propio de los confesores de la fe, a quienes la Iglesia dio el nombre de mártires, de testigos de Jesucristo. El martirio es la más alta manifestación de fidelidad a Cristo y a su mensaje de salvación 86. El Dragón hace la guerra a todos los hermanos de Jesús, a toda la Iglesia considerada bajo dos aspectos diferentes: en cuanto conjunto y en sus miembros. Mientras que la Iglesia, la sociedad cristiana, en su esencia es indefectible, sus miembros individuales permanecen expuestos a las persecuciones del demonio. Contra éstos dirige Satanás principalmente sus asaltos.

Las diferencias entre judíos y gentiles que habían preocupado a los apóstoles en el concilio de Jerusalén ya no existían en los días en que San Juan escribía el Apocalipsis. Al menos no aparece reflejada dicha oposición en nuestro libro.

El Dragón, burlado e impotente para herir a la Mujer y a su descendencia, excogita una alianza que le será de gran ayuda para continuar la guerra contra los cristianos. Con este propósito se apostó en la playa del mar (v.18) 87 mirando hacia occidente, hacia Roma, de donde le vendría la ayuda deseada para proseguir la lucha. Y, en efecto, del mar surgirá la Bestia, en la que se encarnará el Dragón para continuar su guerra a muerte contra la Iglesia.

El fin que se propone el Apocalipsis es transmitir a los cristianos atribulados un mensaje de esperanza, alentándolos para que soportasen con fortaleza y constancia las persecuciones que los amenazaban. Esta es la razón de que el autor sagrado inculque constantemente a sus lectores la seguridad del triunfo definitivo de Cristo sobre los poderes del mal. Es la misma finalidad que se percibe en todas las escenas del capítulo 12.

 

1 Ap 14:6-20:2. — 2 Ap 20:3-6. — 3 Cf. Ap 1:9-16; 10:1-4. — 4 Sal 104:2; Ez 1:265. — 5 Cant 6:10. — 6 Testamento de Neftalí 5:5. — 7 Ap 7:4-8; 21:12. — 8 Cf. Ap 21:14. — 9 Gen 37:9-10. — 10 Cf. Daremberg-Saglio, Dict. des antiquités, art. Cibeles, Isis, Attis; F. Cumont, Les religions orientales dans le paganisme romain (París 1929) plancha IV. — 11 A. Gelin, o.c. p.629; P. Touilleux, o.c. p.123-131. — 12 Os 2:19-20. — 13 Jer 3:6-10. — 14 Ez 16:22. — 17 Gal 4:265; Heb 11:10; 12:22; 13:14; Ap 19:8; 21:11. — 18 Miq 4:10. — 19 Is 26:17. — 15 16:2-58. — 16 Libro 4 Esrfr. 9:38-10:59. — 20 Is 66:7-8. — 21 Victorino De Pettau, Scholia in Ap. Beati loannis, h.l.: PL 5:336. — 22 Mt24:8. — 23 Dom M Guiu Camps, o.c. p.soo. — 24 1 Tes 5:3- — 25 Libro 4 Esdr, 16:39-40. — 26 Cf. M. J. Lagrange, Le Messianisme chez les juifs (150 av. J.C. a 200 ap. J.C.) (París 1909) p.iSóss. — 27 San Agustín, De symbolo ad catechumenos 4:1: PL 40:655-656. — 28 San Bernardo, Sermones de B. Virgine: PL 184:1020. — 29 Rom 5:14-16. — 30 Rom 3,iss. — 31 Gal 4:26. — 32 Rom 8:29. — 33 1 Jn 2:29. — 34 Cf. Lc 2:35- — 35 Cf. J. M. Bover, El capítulo 12 del Apocalipsis y el 0.3 del Génesis: EstEcl i (1922) 319-336; T. Gallus, Scholion ad mulierem Apokalypseos 12:1: VD 30 (1952) 332-340; B. J. Le Frois, The Woman Clothed with the Sun (Ap 12). Individual or Collective? An Exegetical Study (Roma 1954); P. Bellet, La visión simbólica de la Mujer en el Apocalipsis: CultBib n (19S4) 346-351; Carlos De Villapadierna, La mujer del Apocalipsis 12, ¿es la Virgen María?: CultBib n (1954) 336-345; A. Colunga, La mujer del Apocalipsis (11:19-12:18): Sal 1 (1954) 675-687; J. Giblet, Mulier amicta solé iuxta Ap 12: CollectaneaMechlinensia 24 (1954) 724-726; F. M. Braun, La Femme et le Dragón: BiViChr 7 (1954) 63-72; La Femme vétue de soleil (Ap 12). Etat du probléme: RT 55 (1955) 639-669; L. Cerfaux, La visión de la Femme et du Dragón de l'Apocalypse en rélation avec le Protévangile: Ethl 3 r (1955) 7-33; P. Gaech) Ter, Zur Vision vom sonnenbekleideten Weibe (Ap 12): Natalitium C. Jax i (Innsbruk 1955: 85-88; A. Romeo, La Donna ravvolta dal solé, Madre di Cristo e dei cristiani nel Cielo (Ap 12) Acta Congr. Mariologici-Mariani III (Roma 1955) 216-58; A. M. Dubarle, La Femme couron-née d'étoiles (Ap 12): Mélanges Bibliques redigés en l'honneur de A. Robert (París 1957) 512-518; M. Peinador, Estudio sintético-comparativo de textos que fundamentan las revelaciones entre María y la Iglesia: EstMar 18 (1957) 127-155; A. Trabucco, La Donna ravvolta di solé: Mar 19 (1957) 1-58.289-334; A. Feuillet, Le Messie et sa Mere, d'aprés le chap. 12 de VAp: RB 66 (1959) 55-86; S. Lyonnet, María Santissima nell'Apocalisse: Tabor 27 (1959) 213-222; J. Michl, Die Deutung der apokalyptischen Frau in der Gegenwart: BZ 3 (1959) 301 -310; P. Prigent, Apocalypse 12. Histoire de l'exégése (Tubinga 1959); M. Peinador, Eí problema de María y la Iglesia.: EstMar 10 (1960) 161-194; CultBib (1960) 17755; S. Bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura. Nuevo Testam. III p.710-713. — 35 Cf. Jn 19:25-27. — 37 Gen 3:1-19. — 38 Is 27:1; 51:95 Jer 51:34; Ez 29:3-6; Job 3:8; 7:12; 40:20-41; 25; Sal 74:14; 104:26. — 39 Dan 7:7; 8:9-10. La Pistis Sofía 66, habla de un basilisco de siete cabezas. — 40 Cf. Jn 12:31;14:30; 16:11; Ef 2:2. — 41 Mt 4:8-9; Lc 4:5-7. — 42 Dan 8:9-10. — 43 Cf. 1 Mac 2:7-13. — 44 Cf. Libro de Henoc 86:1-3. — 45 Lc 23:2.23 — 46 Cf. E. B. Allo, o.c. p.150. — 47 Gf. Ap 1:5.18; 2:8; 5:6-12. — 48 Rom 8:29; Col 1:15. — 49 Gf. i Re 17:2ss; ig,3ss; i Mac 2:29-30. El desierto es el lugar tradicional de la vida religiosa profunda y en donde Dios se comunica más íntimamente al alma. Los profetas sentían nostalgia de la vida del desierto al contemplar la corrupción de costumbres de las ciudades (Os 2:16-17; Jer 2:2-3; 31:2-3). Esto explica que las almas sedientas de una mayor perfección huyesen de la vida paganizada de las ciudades y fuesen al desierto. Así hacían los recabitas (Jer 35:6-το); asν hicieron los "monjes" de Qumrán, que se retiraron a las orillas del mar Muerto para estar alejados del sacerdocio corrompido de Jerusalén (cf. 1 95 8,12ss; 9:20). Véase A. G. Lamadrid, Los descubrimientos de Qumrán (Madrid 1956) p. 130-144. También San Juan Bautista inicia su predicación y su misión precursora en el desierto (Mt 3:1-12; Me 1:2-8; Le 3:3-18). Gf. J. Steinmann, El Bautista y la espiritualidad del desierto (Madrid 1959). — 50 Gf. P. Bonnard, La signification du désert dans le N. T.: Homniage a K. Barth (1946) 9s. — 51 Jn 6:31ss. — 52 Eusebio, fííst. Eccl 3:5:3- — 53 Dan 9:27; 12,ii. — 54 Mc 13:32ss. — 55 Ap 20. — 56 Ex 16:4-35; Sal 78:24-25; 105:40; Sab 16:20-29. — 57 1 Re 19:6-8. — 58 Miguel o Mika'el es un término hebreo compuesto que significa Quien como Dios. — 59 Jn 12:31. — 60 Lc 10:18. — 61 Lc 11:17-20. — 62 Jn 15:18-22. — 63 Cf. Ef 2:2. — 64 Mt 26:53. — 65 Dan 10:21; 12:1. — 66 Henoc eslavo 29:4-5. — 67 Cf. Testam. Benjamín 3:4; Ascensión de Isaías 4:2; 7:9. — 68 Sab 2:24. Cf. J. M. Bcver, El capítulo 12 del Apocalipsis y el capítulo 3 del Génesis: EstEcl i (1922) 319-336. — 69 Cf. Zac 3:1-2; Job 1:6-12; 2:2-6. El carácter de adversario de Dios se irá acentuando en el A. T., hasta terminar por ser el enemigo por excelencia de Dios y el instigador al mal (i Crón 21:1). Cf. J. Bonsirven, Lejudaisme palest. I p.245; Strack-Billerbeck, o.c. I p.138-139.141; III p.814. — 70 Cf. Job 1:6-12; 2:2-7. — 71 Gf. Ap6:11. — 72 A. Gelin, o.c. — 73 E. B. Allo, o.c. — 74 Cf. M. García Cordero, o.c. p.13." — 75 Gf. Dt 28:49; Jer 4:13; 48:40; Job 9:26. — 76 Ex 19:4; Dt 32:11. — 77 Ez 17:3-7- — 78 1 Re 19:4-8. — 79 1 Mac 2:29.42. — 80 Gf. i QS8,13. — 81 Cf. Ap 11:3; Dan 7:25; 12:7. — 82 Cf. Job 41:9-12. — 83 Cf. Os 5:10; Is 8:6-8; Sal 18:5·17; 32:6; 42:8; 124.4- — 84 Cf. Dom M. Guiu Camps, o.c. p.302; A. Gelin, o.c. p.632; E. B. Allo, o.c. p.iSgs; Daremberg-Saglio, Dící. d'Antiq. Gréco-Romaines fig.4358 y 4361. — 85 Cf. Is 28:15; Nah 1:8; Dan 9:26; 11:22. — 86 Cf. 1 Jn 3:23; 4:7.21; 5:1-15. — 87 Algunos buenos códices tienen έστάβην = “me apostι," "me coloqué," en primera persona singular, referido a San Juan. En cuyo caso no sería la Bestia la que se apostó, sino el vidente de Patmos. Y, en efecto, el capítulo 13 comienza diciendo: Vi cómo salía del mar una bestia. (v.1), que parece indicar que San Juan estaba en la playa. Sin embargo, el contexto favorece más la lección en tercera persona, referida a la Bestia.

 

 

Capitulo 13.

 

El dragón transmite su poder a la bestia, 13:1-18.

El demonio, arrojado del cielo sobre la tierra, lleno de furia se dispone a aprovechar el poco tiempo que le queda para deshacer, si le fuera posible, la obra de Dios en este mundo. El capítulo 13 nos describe cómo el Dragón organiza sus fuerzas para la lucha que se propone seguir contra la descendencia de la Mujer, es decir, contra la Iglesia de Cristo. Su reino es organizado imitando el modelo de su adversario, o sea el del Cordero. Al mismo Cordero opone Satanás la Bestia, el anticristo. Prepara incluso para su Bestia una especie de resurrección, de entronización — imitación de la entronización del Cordero —, de parusía diabólica. Estas escenas tienen lugar sobre la tierra en presencia del Dragón y van acompañadas con cánticos, imitando lo más posible lo que se había dicho del Cordero en los capítulos 4-5. Sin embargo, una Bestia sola no podía rivalizar con la potencia del Cordero. Esta es la razón de que Satanás consiga la ayuda de una segunda Bestia, la Bestia de la tierra 1. Las dos Bestias, imitando a los dos Testigos de Cristo 2, se enfrentan con el Cordero. Logran seducir a muchos hombres 3 sirviéndose de milagros aparentes; y los marcan con su señal. De este modo se enfrentan sobre la tierra dos ejércitos, el del Dragón, capitaneado por las dos Bestias, y el del Cordero. El desarrollo de la lucha seguirá un curso cuyo paralelismo con los capítulos 6-11 es evidente4.

El capítulo 13 nos presenta y describe esas dos Bestias, de las cuales se servirá el Dragón para hacer la guerra a la Iglesia de Cristo 5. La primera Bestia es el imperialismo romano con sus medios potentísimos de conquista, dominio y seducción. La otra Bestia representa el poder del sacerdocio pagano, especialmente el de Asia Menor, servilmente sometido al capricho de los emperadores.

El capítulo 13 se puede dividir en dos partes: la Bestia del Occidente (v.1-10), la Bestia del Oriente (v.11-18).

 

La Bestia del Occidente, 13:1-10.

1 Vi cómo salía del mar una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas, y sobre los cuernos diez diademas, y sobre las cabezas nombres de blasfemia. 2 Era la bestia que yo vi semejante a una pantera, y sus pies eran como de oso, y su boca como la boca de un león. Diole el dragón su poder, su trono y una autoridad muy grande. 3 Vi a la primera de las cabezas como herida de muerte, pero su llaga mortal fue curada. Toda la tierra seguía admirada a la bestia. 4 Adoraron al dragón, porque había dado el poder a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia? ¿Quién podrá guerrear con ella? 5 Dieselo asimismo una boca, que profiere palabras llenas de arrogancia y de blasfemia, y fuese concedida autoridad para hacerlo durante cuarenta y dos meses. 6 Abrió su boca en blasfemias contra Dios, blasfemando de su nombre y de su tabernáculo, de los que moran en el cielo. 7 Fuele otorgado hacer la guerra a los santos y vencerlos. Y le fue concedida autoridad sobre toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación. 8 La adoraron todos los moradores de la ¡tierra cuyo nombre no está escrito, desde el principio del mundo, en el libro de la vida del Cordero degollado. 9 Si alguno tiene oídos, que oiga. 10 Si alguno está destinado a la cautividad, a la cautividad irá; si alguno mata por la espada, por la espada morirá. En esto está la paciencia y la fe de los santos.

 

La primera Bestia simboliza, según Ap 17:10-14, el Imperio romano, tipo de todas las fuerzas que se levantarán contra la Iglesia en el decurso de los siglos. En efecto, el vidente de Patmos ve esa primera Bestia venir del Mediterráneo con siete cabezas y diez cuernos (v.1). Hay que tener en cuenta que la potencia del imperio romano era en gran parte marítima, sobre todo vista desde Asia Menor. En los diez cuernos, la Bestia llevaba otras tantas diademas, y en las siete cabezas, nombres de blasfemia. Las siete cabezas de la Bestia simbolizan una serie de siete emperadores que se sucedieron en el trono de Roma. Y probablemente también aluden a las siete colinas sobre las cuales se asentaba la capital del Imperio romano. Los diez cuernos representan diez reyes vasallos de Roma que actuaban en íntima conexión con ella en su política persecutoria contra la Iglesia. La identificación de esos reyes y emperadores resulta difícil e hipotética, como veremos después. La fábula representaba la hidra con muchas cabezas para significar su resistencia a la muerte, porque, destruida una cabeza, quedaban las otras. Los cuernos son en la Sagrada Escritura símbolos de la fuerza, incluso de la fuerza militar. Las coronas que llevaba la Bestia significan el poder regio de los distintos soberanos. En cada una de las siete cabezas hay un nombre de blasfemia, es decir, un nombre blasfemo. Tales debían de ser a los ojos de San Juan y de los cristianos de entonces los títulos que los emperadores romanos se daban a sí mismos, como vemos por las monedas y las inscripciones. Algunos de ellos eran indudablemente blasfemos: Augustus, Divus, Deus, Filius dei, Dominus, Salvator, Benefactor. Estos títulos herían profundamente a los judíos, monoteístas, y a los cristianos, porque con ellos una pura criatura trataba de arrogarse atributos divinos exclusivos de Dios. Domiciano fue el primero que empezó a usar estos títulos en la misma Roma, en donde ninguno de sus predecesores se había atrevido a aceptarlos 6, si exceptuamos el título de Augustus. El emperador Tiberio se excusa en una ocasión de haber permitido que los españoles le dedicasen un templo, siguiendo en esto el ejemplo de Augusto, que había permitido erigir en Per gamo un templo en su honor. Pero, si lo toleraba excepcionalmente, sabía muy bien — como dice Tácito 7 — que era un hombre mortal. También Nerón impidió que le dedicasen un templo en Roma. Solamente los admitió para después de su muerte, porque los honores divinos no se debían dar — según él — a un emperador mientras viviese entre los mortales 8.

En el v.2 nos describe el autor sagrado el aspecto exterior de la primera Bestia. Era semejante a una pantera, como la tercera bestia de la visión del profeta Daniel 9. Con esto, tal vez San Juan quiera significar la astuta agilidad y la crueldad felina propias de esta fiera. Las patas eran parecidas a las de un oso, con lo que quiere indicar la potencia irresistible de sus acometidas. Esta nota distintiva corresponde a la segunda bestia de Daniel10. La boca era como la de un león, el cual, arrojándose impetuosamente sobre su víctima, la deshace y la tritura con sus poderosas mandíbulas. También la primera de las cuatro bestias de la visión de Daniel era semejante a un león n. Por consiguiente, la descripción que nos da San Juan de la Bestia del Apocalipsis está compuesta de elementos tomados de las cuatro bestias de Daniel12 y se inspira evidentemente en ella. El profeta Daniel ve, en visión nocturna, salir del mar Grande, es decir, del Mediterráneo, cuatro grandes bestias, diferentes una de otra. La primera era como león con alas de águila; la segunda era semejante a un oso; la tercera era como un leopardo con cuatro cabezas; la cuarta, diferente de todas las otras, era terrible, espantosa, sobremanera fuerte, armada con dientes de hierro y tenía diez cuernos. Estas bestias representan otros tantos reinos 13 que se levantarán en la tierra antes que llegue el reino de los santos. De la cuarta bestia, la más temible de todas, armada con diez cuernos, vio Daniel que salía un cuerno pequeño, que derribó tres de los otros diez. Y tenía una boca que hablaba con arrogancia. La cuarta bestia simboliza el reino seléucida, del que salió el pequeño cuerno, Antíoco IV Epífanes, tan arrogante, que se levantará contra el Altísimo, pretenderá abrogar su Ley y perseguirá a los santos durante un tiempo, dos tiempos y medio tiempo, o sea durante tres años y medio.

El autor del Apocalipsis reúne los diversos elementos de estas cuatro bestias para componer la figura de su terrible Bestia. Las siete cabezas de ésta son la suma de las cuatro cabezas de la tercera bestia de Daniel más las cabezas de las tres restantes fieras del profeta. La Bestia del Apocalipsis forma, pues, la síntesis de las cuatro bestias de Daniel. Con lo cual el vidente de Patmos parece querer indicarnos que esta espantosa Bestia reúne en sí lo peor que los siglos han podido contemplar de fuerzas organizadas opuestas a los planes de Dios.

La cuarta bestia de Daniel, la más parecida a la primera del Apocalipsis, que designaba al imperio seléucida, fue posteriormente empleada para designar al Imperio romano. Esto se ve claramente por el Evangelio de San Lucas 14, en donde la expresión abominación de la desolación, que significaba para Daniel la obra de la cuarta bestia, encarnada en Antíoco IV Epífanes, se aplica al asedio de Jerusalén por las fuerzas de Roma. De igual modo, en el libro 4 de Esdras (11-12), las visiones de Daniel son transformadas para representar al imperio romano.

Por eso no tiene nada de extraño que San Juan, siguiendo la tradición apocalíptica de su tiempo, quiera simbolizar con su primera Bestia al Imperio romano. A esta Bestia entrega el Dragón, como príncipe de este mundo 15, su poder, su trono y una autoridad muy grande (v.2). Lo cual constituye una ridícula parodia de la entronización del Cordero en el cielo 16. El autor sagrado considera la Bestia como un poder satánico, agente terrestre del diablo. Esto se comprenderá mejor si tenemos presente que San Juan considera al Imperio romano como adorador de los ídolos y perseguidor de la fe. Es, en una palabra, la encarnación del poder de Satanás, opuesto al reino de Dios y a su Iglesia. A esto no obsta el que San Pedro 17 y San Pablo 18, considerando al Imperio romano como una fuerza conservadora del orden y de la paz social, lo presenten a los fieles como ordenado por Dios. Y por este motivo mandan a los cristianos pagar los tributos y rogar por el emperador y los gobernantes a fin de que puedan gozar de paz y servir en ella a Dios.

Después de la parodia de entronización de la Bestia, en el v.2 sucede algo inesperado. San Juan ve a la primera de las siete cabezas de la Bestia como herida de muerte, pero su llaga mortal fue curada (v.3). Probablemente se alude aquí a la restauración del Imperio romano, momentáneamente sacudido por la guerra civil que siguió a la muerte de Nerón. También el autor sagrado pudiera referirse al asesinato de Julio César, que pareció por un momento ser el fin del poder de Roma. Pero ésta se levantará más potente y gloriosa bajo Augusto, designado por el mismo Julio César como su sucesor. Para otros autores, la expresión su llaga mortal fue curada aludiría a los rumores populares acerca de Nerón redivivus, que los cristianos tal vez creyeron ver realizados en Domiciano, segundo Nerón por su persecución contra la Iglesia. Por aquella época corrían escritos judíos de tipo apocalíptico que afirmaban que Nerón no se había suicidado en el año 67, sino que se había refugiado entre los partos. De allí volvería a Roma con un ejército para destruirla e inaugurar los tiempos mesiánicos 19. Esta leyenda se fue transformando poco a poco, hasta presentar a Nerón resucitado y encarnando al demonio 20. Bien pudiera ser que San Juan se haya hecho eco de esta leyenda 21.

La Bestia herida 22 y curada es como un remedo del Cordero degollado y resucitado 23. Es otro caso de paralelismo polémico, bastante frecuente en esta última parte del Apocalipsis. Para combatir el reino de Cristo resucitado, el Dragón le opone el poder de un falso resucitado. El prodigio aparente de la curación de la Bestia despierta la admiración de toda la tierra, es decir, de las naciones conquistadas por Roma, que se rinden ante el poder de la Bestia y en ella adoran al Dragón (v.4). El autor sagrado alude indudablemente al culto imperial, muy extendido en Asia Menor, en el cual se tributaban honores divinos al Divus Imperator y a la dea Roma. El culto de los ídolos, que va implicado en la sujeción al imperio idolátrico de Roma, es en la Sagrada Escritura el culto a los demonios 24. Adorar al emperador o a Roma y adorar al demonio es todo uno en el pensamiento de San Juan. Los emperadores romanos, aceptando los títulos divinos y permitiendo la erección de templos en su honor, obligaban a sus súbditos a dar culto al poder romano y, en último término, al demonio. El culto de Roma y de sus emperadores se había difundido particularmente por la provincia pro-consular de Asia. En una inscripción de Halicarnaso se saluda a Augusto con las expresiones de "Zeus paternal y salvador de todo el género humano." 25

El mundo se inclina ante la fuerza brutal del Imperio romano, y se somete de cuerpo y alma al principio que lo inspira. Este, para el autor del Apocalipsis, no es otro que el Dragón 26. Todos los moradores del Imperio romano, es decir, aquellos que no están escritos en el libro de la vida eterna, sino que adoran a los ídolos, se rindieron a la Bestia, exclamando: ¿Quién como la Bestia? ¿Quién podrá guerrear con ella? Son éstas expresiones que en el Antiguo Testamento se dirigen exclusivamente a Dios 27. De donde se deduce que los adoradores de la Bestia la consideraban como el dios más poderoso, contra el cual nadie podía levantarse.

Todo el universo está sometido al poder de Dios, pero es El quien, por sus altos juicios, permite la acción del Dragón, el cual inspira a la Bestia las palabras blasfemas que van implicadas en los nombres divinos que los cesares se arrogaron. La actuación de la Bestia se asemeja a la del "pequeño cuerno" de la visión de Daniel 28: hablaba con gran arrogancia, pronunciando palabras llenas de blasfemia (v.5). Los autores antiguos narran hechos blasfemos de divinización de los emperadores o de familiares de éstos 29. A la Bestia se le permite desarrollar su acción durante un período de cuarenta y dos meses, es decir, durante tres años y medio, que es el tiempo simbólico de toda persecución religiosa. El tiempo que es dejado al Dragón para que actúe sus planes está, pues, estrictamente delimitado. Durará tanto como la profanación del templo de Jerusalén por el "pequeño cuerno," Antíoco IV Epífanes 30, como la predicación de los dos Testigos 31 y como el retiro de la Mujer en el desierto 32. Todos estos hechos son evidentemente simultáneos y constituyen aspectos diversos de un mismo suceso.

Las pretensiones de los emperadores romanos a ser divinizados constituían una suplantación de los derechos de Dios y un gravísimo insulto contra los santos que le aclaman en el cielo como tal (v.6). San Juan, profundamente irritado ante semejante pretensión, la considera como una blasfemia contra Dios, contra su santo nombre y contra su tabernáculo. El tabernáculo se identifica aquí con el cielo, concebido por el autor del Apocalipsis a semejanza del templo de Jerusalén. Esta actitud blasfema de la Bestia corresponde perfectamente con la realidad histórica, que nos es conocida por los autores antiguos. Suetonio nos habla de la arrogancia del emperador Domiciano, el cual dictó en cierta circunstancia una circular que comenzaba así: Dominus et deus noster sic fieri iubet. Y después se estableció que se le llamase y se le designase con estos títulos tanto por escrito como en la conversación 33. La madre de Domiciano era llamada madre de dios y reina del cielo. Y el hijo mayor de Domiciano, muerto a los dos años, era representado sentado en lo alto del cielo sobre un trono en actitud de juzgar junto con siete estrellas. La religión imperial constituirá en adelante el armazón del régimen y el criterio de la romanidad. El culto imperial llegó a ser con el tiempo la muestra de lealtad al imperio. Los cristianos, los santos, por rehusar practicar la religión idolátrica del imperio, eran considerados como enemigos del Estado, como anarquistas que atentaban contra la seguridad de la nación. Por eso se les perseguía y se les condenaba a muerte: Fuele otorgado a. la Bestia hacer la guerra a los santos y vencerlos (v.7). Los santos son los miembros de la Iglesia, la cual en aquel tiempo ya estaba extendida por toda tribu, pueblo, lengua y nación. Dios permite que la Iglesia sea perseguida y muchos de sus miembros muertos porque la tribulación sirve para purificarla y para mostrar su grandeza. "La virtud — como decía San Pablo — se perfecciona en la flaqueza" 34. Pero, si bien las persecuciones hacían que muchos cristianos fuesen abatidos, nunca pudieron abatir a la Iglesia en cuanto tal. Todo lo contrario, los vencidos en las persecuciones serán después los vencedores de sus mismos verdugos 35. "La sangre de los mártires — corno diría Tertuliano — es semilla de cristianos." Dios en su providencia divina lo ha dispuesto todo de tal manera, que pueda servir al triunfo definitivo de su causa. Por eso, los cristianos no han de desalentarse al verse perseguidos a muerte, sino que han de confiar en Dios, que al fin les dará la plena victoria sobre sus enemigos.

La fuerza y el esplendor del imperio romano arrastró a muchos a darle culto. Los cristianos que se resistían eran inmolados como enemigos del Estado y de la religión. Pocos años después de la composición del Apocalipsis, Plinio el Joven narra en una carta al emperador Trajano la conducta que había seguido con los cristianos de Bitinia. A los acusados de cristianismo los hacía llevar ante la imagen del emperador y de los otros dioses para que les ofreciesen incienso e hicieran una libación de vino. Los que ejecutaban este rito eran puestos en libertad; en cambio, los que se negaban eran ejecutados como rebeldes 36. Años más tarde, el procónsul de Asia exigía a San Policarpo jurar por el nombre del César y llamarle Señor, Κύριος Καίσαρ 37f a lo que el Santo se negó creyendo que esto era una confesión idolátrica. En tiempo de San Juan todavía no se había llegado a este extremo; pero el profeta, que veía el culto del emperador y de Roma extendido y solemnizado en la provincia proconsular de Asia, podía muy bien entrever adonde llegaría tal superstición.

Por eso dice muy bien que adoraron a la Bestia tocios los moradores de la tierra (v.8). Solamente los cristianos, cuyo nombre está escrito en el libro de la vida desde el principio del mundo, se negaron a ofrecer incienso a las imágenes de los emperadores. Los moradores de la tierra son los enemigos de Dios según la manera de hablar del Apocalipsis. Estos no están escritos en el libro de la vida del Cordero degollado. Aquí, como en Ap 21:27, el libro de la vida se atribuye al Cordero inmolado, porque ha sido El que con su inmolación sobre la cruz ha dado vida al mundo 38. Cristo tiene, pues, el libro de la vida en su poder 39, y de él puede borrar a los que sean indignos. Este libro está escrito desde la fundación del mundo, como se dice también en Ap 17:8. El plan divino de la redención por medio de la sangre del Cordero inmolado estaba ya determinado desde la eternidad. Cristo estaba predestinado desde la eternidad al sacrificio redentor de su vida, como lo afirma la i Pe: "Habéis sido rescatados de vuestro vano vivir. con la sangre preciosa de Cristo, como de Cordero sin defecto ni mancha, ya conocido antes de la creación del mundo y manifestado al fin de los tiempos por amor vuestro."40

Pero para poder ser inscrito en el libro de la vida es necesario participar de los sufrimientos de Cristo. Porque sólo la vía de la cruz es la que conduce al cielo. Esta es la razón de que San Juan anuncie a los fieles sufrimientos y hasta la muerte con frases un tanto enigmáticas: Si alguno esta destinado a la cautividad, a la cautividad ira; si alguno mata por espada, por espada morirá (v.10). No se trata aquí de la ley del talión, porque rompería evidentemente la marcha del pensamiento. Se trata de una grave advertencia del vidente de Patmos hecha a sus lectores acerca de lo que va a ocurrir. De ahí la expresión: Si alguno tiene oídos, que oiga (v.9), con la que quiere llamar la atención de los cristianos de Asia sobre el peligro que les amenaza41. El autor sagrado tiene ante los ojos la lucha que se acerca, que ha de ser afrontada por los fieles no con la fuerza de las armas, sino con el sufrimiento, abrazándose con la cruz que a cada uno tenga el Señor preparada. Esta puede ser el destierro, que él mismo estaba sufriendo en Patmos, o la muerte, que muchos ya habían sufrido. Los cristianos han de aceptar con fe y paciencia las persecuciones, que en los planes divinos están destinadas a perfeccionarlos y a manifestar su virtud.

La advertencia de los v.9-10 está tomada de Jeremías42, que le da otro sentido. El profeta amenaza al pueblo israelita prevaricador con la cólera de Dios. Unos morirán de peste, otros al filo de la espada, otros perecerán de hambre y otros serán llevados cautivos. Pero esto será efecto de la justicia divina, que por estos medios castiga las iniquidades de su pueblo, mientras que en el Apocalipsis es la misericordia de Dios, que se propone por los mismos medios coronar a sus fieles con la corona de la gloria. La persecución promovida por los agentes del culto imperial pondrá a prueba la paciencia y la fe de los santos. Si saben soportarla por amor a Jesucristo, les alcanzará la vida eterna43. El Salvador había anunciado en diversas ocasiones a sus discípulos que tendrían que sufrir persecuciones y pruebas de todo género por su nombre. Pero las persecuciones serían ocasión para dar testimonio de Jesucristo y para manifestar la verdadera calidad del cristiano. "Por su paciencia en la prueba salvarían sus almas."44

 

La Bestia del Oriente, 13:11-18.

11 Vi otra bestia que subía de la tierra y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba corno un dragón. 12 Ejerció toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella e hizo que la tierra y todos los moradores de ella adorasen a la primera bestia, cuya llaga mortal había sido curada. 13 Hizo grandes señales, hasta hacer bajar fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. 14 Extravió a los moradores de la tierra con señales que le fue dado ejecutar delante de la bestia, diciendo a los moradores de la tierra que hiciesen una imagen en honor de la bestia, que tiene una herida de espada y que ha revivido. 15 Fuele dado infundir espíritu en la imagen de la bestia, para que hablase la imagen e hiciese morir a cuantos no se postrasen ante la imagen de la bestia, 16 e hizo que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se les imprimiese una marca en la mano derecha y en la frente, 17 y que nadie pudiese comprar o vender sino el que tuviera la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre.18 Aquí está la sabiduría. El que tenga inteligencia calcule el número de la bestia, porque es número de hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis.

 

Después de la visión de la primera Bestia, San Juan ve otra Bestia, que se diferencia de la primera. La primera sale del mar, es decir, viene del occidente; la segunda, en cambio, viene de la tierra, o sea, para Juan, que estaba en Patmos, la tierra era el Asia Menor. La primera tenía diez cuernos, expresión de su gran poder; la segunda sólo tiene dos, que se asemejan a los de un cordero. El profeta Daniel también nos habla de un carnero con dos cuernos 45, que para él representaba el imperio persa. No obstante el aspecto manso de cordero que tenía la segunda Bestia del Apocalipsis y que parecía hacerla poco temible, su lenguaje es venenoso y maléfico como el del Dragón (v.11). Con lo cual el autor sagrado quiere significar su actuación en extremo peligrosa y ponzoñosa. Ejerce una actividad muy amplia y maléfica en favor de la primera Bestia.

Es, por lo tanto, una aliada de ella. Le presta su ayuda no con solas palabras, más o menos persuasivas, sino con grandes prodigios, hasta hacer bajar fuego del cielo. Y con estos portentos, obrados delante de la primera Bestia y en honor de ella, logra arrastrar a los hombres en pos de la Bestia, que, habiendo recibido una herida mortal, había revivido. Todavía hace más: infunde espíritu de vida en las imágenes de la Bestia para que hablen. Con esto inducía a todos a que adorasen a la Bestia y hacía morir a los que se resistían a este homenaje. Además, hacía marcar a todos en la frente y en la mano con la señal de la Bestia.

Todos estos detalles nos pintan al vivo el carácter de esta segunda Bestia, que no representa una potencia político-militar como la primera, sino una potencia espiritual al servicio de ella. No dispone de la fuerza, sino de la persuasión y del arte de prestidigitación para engañar a los hombres. Es una fuerza filosófico-religiosa, una especie de personificación de los falsos profetas disfrazados con piel de cordero de que nos habla Jesús en el Evangelio 46. De ahí que, si la primera Bestia era el tipo del anticristo político, la segunda es el tipo del anticristo religioso. Tiene que ser un poder espiritual que obra poderosamente sobre las almas, induciéndolas a rendir culto a la primera Bestia. Se trata de un poder religioso (ν.13), que ejerce al mismo tiempo un poder polνtico de parte del imperio (v.12), y promueve el culto imperial y la persecución contra los cristianos (v.12 y 15)47.

Todas estas características corresponden bien al sacerdocio pagano, que tomaba parte en el gobierno municipal de las ciudades y de las provincias. Algunos autores ven en esto una alusión a los colegios sacerdotales del culto de Cibeles, el cual estaba muy extendido por la provincia proconsular del Asia Menor y tenía relación con el culto imperial48. Pero más probablemente se debe de referir a todo el sacerdocio del Asia Menor, que se esforzaba por promover el culto imperial. Tal vez la ciudad de Per gamo fuera el centro de irradiación de este movimiento en favor del culto imperial49. Por aquel entonces existían también religiones sincretistas, especialmente de tendencia gnóstica, que con sus ideas filosófico-religiosas y sus imitaciones del cristianismo amenazaban destruir la verdadera esencia del mensaje cristiano. Todo esto debía de estar presente en la mente de San Juan.

La actividad de la segunda Bestia es de carácter indudablemente religioso. Su ministerio va encaminado a la propagación del culto de la primera Bestia, o sea del culto imperial (v.1a). Para conseguir esto mejor recibe del Dragón el poder de obrar milagros. La primera Bestia había logrado, mediante el prodigio de su aparente resurrección, que toda la tierra la adorase50. La segunda también obra aparatosos portentos, con el fin de inducir a los hombres a adorar la estatua de la primera. Los prodigios obrados por la segunda Bestia en favor del César, se asemejan a los que hacía Elias en favor del culto de Yahvé51. Esta especie de milagros los hacía delante de la primera Bestia, es decir, delante de las estatuas de los emperadores y de sus representantes. Grande fue la importancia que tuvo la estatua del emperador en el juicio de los cristianos delante de los procónsules52. En este sentido, el culto imperial vino como a resumir todo el sistema religioso del paganismo romano, y sus exigencias servían de piedra de toque para saber si un acusado cumplía o desobedecía las leyes del imperio, si era blasfemo de la religión oficial y, como tal, reo de muerte 53.

Los portentos de la segunda Bestia consiguen extraviar a los moradores de la tierra (v.14), admirados ante el fuego caído del cielo, y los arrastra al culto de la primera Bestia. Jesucristo ya había anunciado que surgirían falsos profetas y seudotaumaturgos que harían portentos para seducir a los hombres 54. Y San Pablo también afirma que la venida del anticristo "irá acompañada del poder de Satanás, de todo género de milagros, señales y prodigios engañosos, y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición."55

La segunda Bestia se esfuerza, además, en hacer levantar estatuas a la primera Bestia, o sea a Roma y a sus emperadores. Estas estatuas eran muchas veces imágenes que aparentemente hablaban o se movían (v.15). Los paganos, tanto griegos como romanos, tenían gran fe en las estatuas parlantes. Era fácil introducir un hombre en una estatua hueca para que hablase 56. En las ruinas de santuarios paganos antiguos se han encontrado tubos o huecos ingeniosamente dispuestos, contiguos a las estatuas de los dioses, por donde los sacerdotes idólatras podían hablar, produciendo la sensación de que eran las estatuas las que hablaban. Son todas supercherías, bastante frecuentes en el paganismo antiguo, de las cuales debió de servirse el sacerdocio pagano de Asia Menor para acreditar ante el pueblo el culto imperial. También en el mundo pagano se atribuían milagros y grandes prodigios a personajes determinados. El ejemplo más típico lo tenemos en la vida legendaria y taumatúrgica de Apolonio de Tiana — contemporáneo de San Juan — escrita por Filóstrato. También en los escritos de Jámblico y de Porfirio se narran hechos portentosos, que pueden ser considerados como obra de magia y prestidigitación.

La Bestia, al mismo tiempo que se servía de estos artificios para promover el culto imperial, se constituía en denunciadora de los que no adoraban a la Bestia. En la carta de Plinio el Joven al emperador Trajano refiere el legado cómo le eran llevados los cristianos para que los juzgase, y cómo se le presentaban listas de gentes denunciadas por ser cristianas sin la firma de los denunciantes. A lo cual contesta el emperador diciendo: "No se han de llevar a cabo pesquisas a propósito de los cristianos; pero, si son acusados y convencidos, hay que castigarlos. Por lo demás, en ningún género de crímenes se han de aceptar denuncias que no estén firmadas por alguien, ya que esto serviría de pésimo ejemplo"57. De aquí se puede deducir que no eran las autoridades romanas, sino otras, las que llevaban la iniciativa de la persecución. La situación descrita por Plinio hace suponer que gran número de gentes de todas clases y condiciones, tanto del campo como de la ciudad, se hacían cristianas. Con esto, los templos y las fiestas paganas eran poco frecuentados, y la carne de las víctimas sacrificadas en los templos no se podía vender. Ante esta situación, el sacerdocio pagano debió de reaccionar violentamente en contra de los cristianos, convirtiendo la cuestión religiosa en una cuestión de lealtad al poder imperial.

La Bestia, o sea, el sacerdocio pagano todavía va más lejos en su odio perseguidor. Acude a toda suerte de sanciones económicas y sociales para vencer la resistencia de los cristianos que no quieren adorar la estatua del emperador (v. 16-17). Obliga a toaos los hombres, pequeños y grandes, ricos y pobre, libres y siervos, a imprimir una marca en la mano y en la frente, sin la cual ninguno de ellos podía comprar o vender. La marca o señal (Χάραγμα) que los adoradores de la Bestia llevaban sobre la mano derecha y sobre la frente, es una imitación de la señal que llevaban los seguidores del Cordero 58. La marca que llevaban era el nombre de la Bestia o la cifra de su nombre. La imagen de este mareaje está tomada de los tatuajes sagrados que existían en ciertos cultos paganos. En algunos santuarios antiguos se imprimía una marca a fuego a los que estaban dedicados al culto de dicho templo. También los esclavos y los soldados llevaban una marca hecha a fuego. Y Ptolomeo Filopator, rey de Egipto, hizo imprimir a fuego sobre la carne de los judíos el signo de Dionisos-Baco, que consistía en una, hoja de hiedra 59. El autor del Apocalipsis se sirve de todos estos datos ambientales para expresar la pertenencia a la Bestia, sin que sea necesario admitir un tatuaje real. No hay razón para ver en esta señal una especie de certificado oficial de lealtad al emperador parecido a los libelli de Decio 60, porque, a fines del siglo I, los cristianos todavía no eran numerosos. Además, en aquella época nadie rehusaba el culto imperial, excepto los judíos que estaban dispensados. Y los cristianos, o bien pasaban por judíos, o bien se distinguían fácilmente de los demás por su aislacionismo. La interpretación que ve en esta señal el uso de las monedas, que llevaban grabada la efigie del emperador con sus títulos divinos, no parece tener mucha probabilidad, pues no podría ser designada por una señal hecha sobre la frente. Por otra parte, los cristianos nunca fueron tan fanáticos que rehusaran servirse de las monedas corrientes. En esto seguían el ejemplo y la doctrina de Jesús, propuesta cuando fue interrogado por los fariseos acerca de las relaciones de la religión con el poder romano 61.

En la historia de las persecuciones se descubren innumerables medios y motivos excogitados por los perseguidores para excluir a los cristianos de la vida social, impidiéndoles el acceso a los puestos y cargos del Estado y de la ciudad 62.

El autor del Apocalipsis termina indicando el nombre de la Bestia (v.18), causa de tantos males y persecuciones para los seguidores de Cristo. Pero, por razones de prudencia, y porque sería peligroso comprometer a las comunidades cristianas con una acusación de lesa majestad, no dice expresamente: esa Bestia de que os hablo es el Imperio romano o el emperador fulano de tal. Da el nombre de la Bestia, pero cifrado, y encubriéndolo en forma de adivinanza. Por eso, para llegar a descifrar la adivinanza se necesita inteligencia y buen cálculo. Los antiguos se valían de la guematria para estos casos. La guematría era el arte de indicar los nombres valiéndose del valor numérico de sus letras. Sabido es que los antiguos se servían de las letras del alfabeto para designar las cifras matemáticas. Los números que nosotros usamos hoy día han sido tomados de los árabes en época posterior. La guematría era bastante corriente entre los judíos y los grecorromanos. En Pompeya se han encontrado excelentes ejemplos de guematría, como éste: "Yo amo a aquella cuya cifra es 545."63

Los lectores del Apocalipsis debían de conocer la clave o el secreto para interpretar el número propuesto por San Juan. Para nosotros, en cambio, resulta muy difícil el saber con certeza a qué nombre se refiere, porque una sola cifra puede corresponder a muchos nombres. Conociendo un nombre, resulta muy fácil sacar su cifra; pero teniendo solamente la cifra, es dificilísimo llegar al conocimiento cierto del nombre si no hay otras circunstancias que puedan contribuir a esclarecer el enigma. Es lo que sucede en nuestro caso, en el que sólo conocemos la cifra y las circunstancias no son tan determinantes que nos puedan indicar con seguridad a qué nombre se refiere. La cifra que nos da San Juan designa indudablemente el nombre de la Bestia, ya se trate de un hombre determinado o de una categoría de hombres. Pero ¿cuál es el número exacto que nos da San Juan? El texto original no es seguro, pues algunos códices dan el número 616, y los otros el 666. La mayoría de los códices y los mejores leen el número 666. Un pequeño grupo, en cambio, compuesto por el códice griego C, por el latino Laudianus, el armeno 4 y por San Ireneo 64, tienen el número 616. ¿Será el 616 una variante intencionada para encontrar en el número un nombre determinado? ¿Será el 666 más conforme con el sentido peyorativo que tiene el número 6 en el Apocalipsis? Se han propuesto variadísimas y numerosas interpretaciones a propósito de ambas cifras.

Aceptando el número 666, que, según la crítica textual, es el que se ha de preferir, se han propuesto las siguientes interpretaciones: Si el cálculo guemátrico se hace con letras hebreas, lo que no sería imposible tratándose del Apocalipsis, el criptograma podría ser QSR: (= ico + 6o + 200) NRON (= 50 + 200 + 6 + 50. Total, 666) = César Nerón 65; o también QYSR (=100+10 + 60 + 200) RWMYM (= 200 + 6 + 40 + ίο + 40. Total, 666) = César de los Romanos. Si el cálculo se hace con letras griegas, se pueden suponer varias posibilidades: λατεΐνοβ: latino = 666; o también ή λατίνη βασιλεία: el imperio latino = 666.

A propósito del número 616 son también varias las interpretaciones. Como el Apocalipsis se dirige a los cristianos de lengua griega, muchos autores han pensado en el título de Καίσαρ -βεόβ (= KAISAR: 20 + 1 + 10 + 200 + 1 + 100; ZEOS: 9 + 5 + 70 + 200. Total, 616) = César es dios. Otros autores proponen leer ή Ιταλη βασιλεία: el imperio de Italia = 616. Si la guematría se hiciese con letras hebreas, sería: QYSR ROM = César de Roma: 616; o también QSR NRO = César Nerón: 616. R. Schütz 65 sugiere que la cifra 616, tal como nos la ofrece el códice Laudianus: DCXVI, haría referencia a un sello imperial grabado sobre las monedas, y que contendría las iniciales de Domiciano (= D) César (= C) y la fecha del año 16 (= XVI) de su tribunitia potestas. El inconveniente que tiene esta hipótesis es que el cálculo se haga sobre números romanos, quizá poco conocidos entre los griegos y judíos.

Por otra parte, el nombre de Nerón también se puede aplicar a Domiciano, el nuevo Nerón. Así lo hacen varios autores antiguos, como Juvenal67. Plinio dice de Domiciano: "Neroni simillimus"68. Y Tertuliano lo llama "portio Neronis de crudelitate" 69. Como es sabido, fue Nerón el que inició la persecución contra los cristianos. Pero a Nerón hay que considerarlo no tanto como persona particular, que ya había muerto, cuanto como símbolo de los futuros emperadores que habían de perseguir a la Iglesia. Spitta, Holtzmann y otros encuentran la cifra 616 en el nombre de Calígula, Γάιοβ Καίσαρ. Y la muerte-resurrecciσn de la Bestia aludiría a la grave enfermedad de la que sanó Calígula al comienzo de su reinado 70.

En resumen, por lo dicho se podrá entrever la dificultad de determinar con absoluta certeza el nombre de la Bestia. Hemos de tener en cuenta también el simbolismo de San Juan, tan importante en el Apocalipsis. La cifra 666 es muy posible que tenga un valor simbólico de imperfección y deficiencia (=7 — 1): es un querer acercarse a 7, número de la perfección y plenitud, pero nunca podrá llegar a él. En este sentido se contrapone a la cifra del nombre de Jesús, que en griego da el valor numérico de 888 ( = 7 + 1). El 888 es un número perfecto, que significa plenitud, porque está compuesto del número 7 más i. Sabido es cómo en el Apocalipsis el número 7 es símbolo de plenitud. Por consiguiente, Jesús tiene — por contraposición con la Bestia — una superplenitud de ser y de poder porque supera a 777 71. Sin duda que San Juan explicaría de palabra el sentido de este nombre. Pero él ha querido transmitirlo a la posteridad bajo esta forma velada para evitar que los representantes del emperador de Roma pudieran tomar represalias contra los cristianos. Por esta misma razón, como es muy probable, designa a Roma en el capítulo 16 bajo el nombre de Babilonia.

 

1 Ap 13:11-12. — 2 Ap 11. — 3 Ap 13:13-15. — 4 E. B. Allo, o.c. p.202-203. — 5 Cf. H. Schlier, Vom Antichrist. Zum 13 Kapitelder Offenbarung Johannes: Theologische Aufsátze K. Barth zum 50 Geburtstag (München 1936); P. Bellet, Consideraciones sobre el capítulo 13 del Apocalipsis: XIII SemBiblEsp (Madrid 1953) 359-3?6; W. Barclay, Great Themes of the New Testament: V. Revelation 13: ExpTim 70 (1958-1959) 260-264.292-296- — 6 Suetonio, Domitianus 13:2. — 7 Annales 4:37-38. — 8 Tácito, Annales 15:74. — 9 Dan 7:6. — 10 Dan 7:5- — 11 Dan 7:4; cf. Os 13:7-8. — 12 Dan 7:2-8. — 13 Dan 7:17-26. — 14 Lc 21:20. — 15 Mt 4:8; Lc 4:5-6; Jn 12:31. — 16 Ap 5:12. Cf. E. B. Allo, o.c. p.205- — 17 1 Pe 2:13-14. — 18 Rom 13:1-6. — 19 Cf. Tácito, Aúnales, 2:8-9; Suetonio, Nerón 57. — 20 Cf. Ascensión de Isaías 4:2. — 21 Cf. M. García Cordero, o.c. p.146. — 22 P. S. Minear, The Wounded Beast (Ap 13:3): JBL 72 (1953) 93-10i. — 23 Ap 5:6.9.12. — 24 Dt 32:17; 1 Cor 10:20; Ap 9:20. — 25 Citada por A. J. Festugiére-Fabré, Le monde gréco-romain au temps de N. S. II p.8. — 26 E. B. Allo, o.c. p.aoy. — 27 Cf. Ex 15:11; Sal 35:10; Zac 3:2; Dan 10:13.203; 12:1; Jds o. — 28 Dan 7:8. — 29 Cf. Suetonio, lulius Caesar 88; Augustus 100:4. — 31 Ap 11:3. — 30 Dan 7:8.20. 32 Ap 12:6.14. — 33 Suetonio, Domitianus 13. — 34 2 Cor 12:9. — 35 Ap 20:4-6. — 36 plinio el joven, Epíst. 96. — 37 Martirio de San Policarpo 8. — 38 Cf. Jn 3:15-16; 6:33-51. — 39 AP3:5. — 40 1 Pe 1:18-20. Cf. Boulgakof, Du Verbe incarné (París 1943) P-34- — 41 San Juan ya había empleado la misma frase en Ap 2:7ss. Jesús también la usa en varias ocasiones (Mt 11:15; 13:9.43). Los oídos para oír no designan los oídos corporales, sino la voluntad de escuchar la palabra de Dios que se les propone. — 42 Jer 15:2. — 43 Ap 14:12. — 44 Mt 5:11-12; 10:22-23; Lc 21:12-19. — 45 Dan 8:3. — 46 Mt 7:15; cf. Ap 16:13; 19:20; 20:11. — 47 Ap 19:20. — 48 Cf. P. Touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domíífen et Cybéles p.80-97. — 49 Cf. Ap 2,12s. Dom Guiu M. Camps, o.c. p-306. — 50 Ap 13:3-4. — 51 i Re 18:38. — 52 Cf. Plinio El Joven, Epíst. 96. — 53 E. B. Allo, o.c. p.229. — 54 Mt 7:15; 24:11.24; Mc 13:22. — 55 2 Tes 2:9-10. — 56 Cf. Recognitiones Clementinae 3:47; Atenágoras, Legatio 18; 26; Luciano, De dea syria io. — 57 Plinio El Joven, Epíst. 96 y 97. — 58 Cf.Ap 7:3-4. — 59 Gf. 3 Mac 3:29. — 60 W. M. Ramsay (The Letters to the Seven Churches of Asia [Londres 1904] p.iio-in) y el P. E. B. Alio (o.c. p.212) creen que se trata de una especie de libelli, como los que se dieron a los apóstatas en tiempo de Decio. — 61 Mt 22:21. — 62 Cf. Eusebio, Hist. Eccl 5:1:5; Sozomeno, Hísf. 5:18: PG 67:1269. — 63 Citado por A. Deissmann, Licht vom Osten (Tubinga 1909) p.207. — 64 San Ireneo, Adv. haer. 5:30:1. — 65 Cf. C. Bruston, Le chiffre 666 et l'hypothése du retour de Nerón (París 1880); V. Burch, Reasons why Ñero should not be found in Revelation 13: The Expositor, 19 (1920) 18-28; W. E. Beet, The Number ofthe Beast: ibid. 21 (1921) 18-31; E. B. Allo, o.c. exc.34 P-232-236; F. Cramer, Die symbolische Zahl 666 in der Ap 13:18: TG 44 (1954) 63; C. Cecchelli, 666 (Ap 13:18); Studi in honore di G. Funaioli (1955) p.23-31; S. Bartina, o.c., exc.4: La cifra de la bestia p.723-726. — 66 Die Offenbarung des Johannes und Kaiser Domitian (Góttingen 1933) P-65- — 67 Satir. 4:37-38. — 68 Paneg. 53. — 69 Tertuliano, Apol 5. — 70 Suetonio, Calígula 14. — 71 Gf. S. Bartina, o.c. p.726.

 

 

Capitulo 14.

El autor sagrado, después de terminar la descripción de los tres años y medio de persecución, pasa a describirnos el desenlace final. Se trata de un juicio, con el cual se inaugura el reino milenario de Cristo. Las visiones que describen este juicio y el castigo de los perseguidores abarcan hasta Ap 20:6.

El capítulo 14 tiene dos partes bastante distintas. En la primera parte (v.1-5), o sea, en la primera visión, que corresponde a la visión del capítulo 7, San Juan nos ofrece un cuadro radiante de felicidad bienaventurada que va como a coronar esta sección del Apocalipsis (v.5-14). A los seguidores de la Bestia opone San Juan los fieles seguidores del Cordero, reunidos simbólicamente sobre el monte Sión, Jerusalén, en torno del Cordero, porque los 144.000 elegidos representan al Israel nuevo, al Israel de Dios. Allí ofrecen a Dios y al Cordero las primicias de sus alabanzas y, al mismo tiempo, celebran el triunfo de Cristo que se dibuja en el horizonte. La segunda parte (v.6-20) del capítulo 14 es como una introducción a las siete plagas que serán descritas en la sección siguiente (v.15-16).

 

El Cordero y sus fieles servidores, 14:1-5.

1 Vi, y he aquí el Cordero, que estaba sobre el monte Sión, y con El ciento cuarenta y cuatro mil, que llevan su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes, 2 y oí una voz del cielo, como voz de grandes aguas, como voz de gran trueno; y la voz que oí era de citaristas, que tocaban sus cítaras 3 y cantaban un cántico nuevo, delante del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico, sino los ciento cuarenta y cuatro mil, los que fueron rescatados de la tierra. 4 Estos son los que no se mancharon con mujeres y son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero adondequiera que va. Estos fueron rescatados de entre los hombres, como primicias para Dios y para el Cordero, 5 y en su boca no se halló mentira, son inmaculados.

 

La multitud de 144.000 vírgenes rescatados de la tierra hace como de contrapeso a la apostasía de los moradores de la tierra del capítulo 13. Los 144.000 representan la totalidad de los elegidos, del mismo modo que en Ap 7:4-8 simbolizaban la totalidad de los cristianos. Estos fieles de Cristo, que no han querido adorar a la Bestia, son llamados vírgenes (v.4). Esta expresión es probable que haya que tomarla en sentido metafórico. Los 144.000 son vírgenes en el sentido de que no se han manchado con el culto de los ídolos paganos, principalmente con el culto de la Bestia o culto imperial. Roma era la Gran Prostituta *; en cambio, el Cordero de Dios era inmaculado 2. Roma se prostituía mediante su propio culto idolátrico y con la corrupción moral que acompañaba a los cultos paganos. Ante tanta corrupción se levanta una gran multitud, que no sólo ha llevado una vida santa y pura, sino que incluso entre ellos hay muchos que han conservado la virginidad. Todos forman la corona de gloria del Cordero inmaculado.

Tanto el Cordero como los 144.000 vírgenes estaban sobre el monte Sión. Los profetas suelen contemplar el monte Sión como una montaña elevada que sobresale por encima de todos los demás montes, como faro luminoso que atraerá a sí a todos los pueblos: "Al fin de los tiempos — dice el profeta Miqueas — el monte de la casa de Yahvé se alzará a la cabeza de los montes, se elevará sobre los collados, y los pueblos correrán a él. Y vendrán numerosos pueblos, diciendo: Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob, que nos enseñe sus caminos para que marchemos por sus sendas, pues de Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra de Yahvé" 3. La literatura apocalíptica también nos presenta al Mesías reuniendo a sus seguidores y a sus huestes conquistadoras sobre el monte Sión 4. En el Antiguo Testamento, el monte Sión era el símbolo de la fuerza y de la seguridad para Israel, porque Dios habitaba en él y lo protegía contra todo enemigo 5. De igual modo, Sión significa en nuestro pasaje del Apocalipsis un sitio seguro de refugio en el que el Cordero reúne a sus pacíficos ejércitos. Mientras que el Dragón y la Bestia estaban apostados sobre la arena movediza de la playa y las olas del mar, el Cordero está sobre el monte Sión, símbolo de seguridad y estabilidad. Los 144.000 (= 12 x 12.000) vírgenes llevaban el nombre del Cordero y el nombre de su Padre escrito en sus frentes (v.1). El nombre sobre la frente simboliza la consagración de la vida al servicio de Dios. Los siervos llevaban la marca de sus señores; los soldados, la del emperador, a quien habían jurado lealtad. Del mismo modo que en Ap 7:455 el Cordero se aparece a Juan junto al Padre Eterno, rodeado de su corte y de la gran multitud de escogidos. Y mientras el vidente de Patmos contempla esta visión, oye la música de armoniosos cánticos con los cuales los bienaventurados celebran en el cielo la gloria del Cordero (v.2). La felicidad celeste en el Apocalipsis es litúrgica. El cántico que entonaban, acompañándolo con el son de las cítaras 6, era algo secreto y misterioso, pues sólo podía ser cantado por aquellos 144.000. Es, por lo tanto, un cántico nuevo, como todo lo que sucederá en los capítulos 21-22:5. El rumor de este canto, entonado por un coro tan colosal de 144.000 voces, lo compara San Juan al fragor de una inmensa masa de agua al caer o al estrépito aterrador e impresionante de una terrible tempestad de truenos. Este inmenso himno de alabanza a Dios y al Cordero se contrapone al acto de adoración y reconocimiento de la Bestia por sus seguidores7.

Los 144.000 elegidos que entonaban el cántico son los que fueron rescatados de la tierra (v.3), es decir, de entre los hombres. La tierra aquí tiene el mismo sentido que mundo en el cuarto evangelio, tomado en sentido peyorativo. Fueron rescatados por la sangre del Cordero, y ahora reinan con Cristo en el cielo. Nos parece más en conformidad con el resto del Apocalipsis ver en este coro colosal no un grupo selecto de entre los elegidos 8, sino el símbolo de todos los bienaventurados que alaban a Dios en el cielo. Sólo esos 144.000 podían aprender el cántico, porque, como dice Bossuet, es necesario experimentar la felicidad de los santos para comprenderla. Forman, pues, la porción escogida de la Iglesia desde sus orígenes hasta el fin. Por eso están más unidos al Cordero y lo siguen adondequiera que va (v.4); es decir, que imitan en todo su vida totalmente consagrada a cumplir la voluntad de su Padre. Son vírgenes, porque no se mancharon con mujeres. Esta virginidad es entendida por muchos autores en sentido físico de integridad corporal. Estos 144.000 vírgenes constituirían un grupo selecto en el cielo de los que habían logrado mantenerse libres de todo pecado de índole sexual 9. Sabido es cuan apreciada fue la virginidad desde los comienzos de la Iglesia. San Pablo considera el estado de virginidad como superior a la vida matrimonial 10. Sin embargo, esta interpretación choca con ciertas dificultades: si se toma el texto demasiado literalmente, habría que excluir a la mujeres de ese grupo de almas vírgenes. Además, en el siglo i — del que habla principalmente San Juan — no sería posible encontrar 144.000 vírgenes, o sea cristianos que hubieran guardado el estado de virginidad por motivos estrictamente religiosos. A nosotros nos parece más probable ver, en esos 144.000 vírgenes, representados a todos aquellos que se mantuvieron alejados del culto pagano, que en la Sagrada Escritura es considerado como una prostitución y un adulterio contra Dios. Son los que se abstuvieron totalmente del culto idolátrico y de la contaminación pagana. Sus obras y su doctrina se habrían conservado en una perfecta pureza, sin dejarse arrastrar por las insinuaciones de los falsos profetas y doctores, auxiliares del Dragón y de la Bestia n. Por esta razón se dice que no se mancharon en cuanto que lograron una perfección espiritual y religiosa sin tacha alguna 12.

El Cordero, a quien siguen los elegidos, es al mismo tiempo su pastor. Jesús les precede, llevando su cruz hasta el Calvario, y ellos caminan en pos de El, llevando también cada uno su cruz. Rescatados de entre los hombres cautivos del pecado por el precio de la sangre del Cordero, constituyen las primicias de la masa de los redimidos ofrendadas a Dios y al Cordero. La Ley de Moisés prescribía la ofrenda de las primicias de los frutos de la tierra 13. Estas primicias, por ser los primeros frutos, eran, naturalmente, considerados como lo más excelente, y por eso eran ofrecidos a Dios 14. Pues tales son los que forman esa multitud de almas escogidas de entre la masa de los seres humanos. De ellos se dice que en su boca no se halló mentira (v.5), porque su vida se ajusta plenamente a la verdad revelada tanto en la doctrina como en las obras 15. Por este motivo son inmaculados y exentos de toda mancha de pecado. La mentira aquí no significa falta de sinceridad en las relaciones sociales con el prójimo, sino, sobre todo, designa la idolatría. Para el autor del Apocalipsis la mentira está absolutamente excluida de la nueva Jerusalén 16.

 

Tres Ángeles Anuncian la Hora del Juicio, 14:6-13.

Antes de empezar a describirnos la guerra de las Bestias con el Cordero, San Juan nos presenta una serie de visiones. Tres ángeles anuncian, uno después de otro, el juicio (14:6-7), la destrucción de Babilonia (Roma) (14:8) y el castigo de los adoradores de la Bestia (14:9-14). Estos castigos marcarán el tiempo de reposo para los que moran en el Señor (14:12-13). Después vendrá el exterminio de todas las naciones paganas (14:14-20). La proclamación de los tres ángeles y el anuncio de la felicidad de los santos corresponden bastante estrechamente a la proclamación de los cuatro jinetes de 6,i-8 y a la alegría triunfante de los mártires en 6:9-11.

 

6 Vi otro ángel que volaba por medio del cielo y tenía un evangelio eterno para pregonarlo a los moradores de la tierra y a toda nación, tribu, lengua y pueblo, 7 diciendo a grandes voces: Temed a Dios y dadle gloría, porque llegó la hora de su juicio, y adorad al que ha hecho el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. 8 Un segundo ángel siguió, diciendo: Cayó, cayó Babilonia la grande, que a todas las naciones dio a beber del vino del furor de su fornicación. 9 Un tercer ángel los siguió, diciendo con voz fuerte: Si alguno adora la Bestia y su imagen y recibe su marca en la frente o en la mano, 10 éste beberá del vino del furor de Dios, que ha sido derramado sin mezcla en la copa de su ira, y será atormentado con el fuego y el azufre delante de los santos ángeles y delante del Cordero, 11 y el humo de su tormento subirá por los siglos de los siglos, y no tendrán reposo día y noche aquellos que adoren a la Bestia y a su imagen y los que reciban la marca de su nombre. 12 Aquí está la paciencia de los santos, aquellos que guardan los preceptos de Dios y la fe de Jesús. 13 Oí una voz del cielo que decía: Escribe: Bienaventurados los que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, para que descansen de sus trabajos, pues sus obras los siguen.

 

San Juan vio otro ángel que volaba por medio del cielo (v.6). Es un poco extraña esta frase, otro ángel, después del cuadro precedente en que se habla del Cordero y de su corte. Tal vez sea efecto de una concatenación un tanto imperfecta del Apocalipsis 17. El vidente de Patmos, después de hablarnos del triunfo de los elegidos, vuelve a insistir sobre los juicios punitivos de Dios contra los malvados. El ángel que ve Juan vuela por lo más alto del firmamento, como el águila de Ap 8:13. Quiere que todos los hombres del mundo oigan bien el mensaje que les va a transmitir. El vidente descubre que el ángel trae en sus manos un evangelio eterno. Es la buena nueva de la salvación que viene a comunicar a los hombres. Se le llama evangelio eterno porque es un mensaje eterno e inmutable. Es el Evangelio mismo de Cristo, que no cambia. Lo contrario sucede con la Ley de Moisés, que sí cambia. No se trata, por consiguiente, de un Evangelio nuevo, más perfecto que el de Jesucristo, ni del Evangelio de los tiempos futuros, como pensaba Orígenes, sino que es sencillamente el Evangelio inmutable de Cristo 18. El ángel va a pregonarlo a todos los moradores de la tierra, sin distinción de tribus, lenguas o naciones, para que conozcan los designios de Dios concernientes a la suerte final del mundo 19. Y para que adoren al verdadero Dios (v.7), apartándose al mismo tiempo de la Bestia, bajo cualquier forma que se presente. Los paganos son invitados a convertirse al verdadero Dios y a abandonar sus ídolos antes de que llegue el gran día de la cólera o del juicio divino 20 que se ha de abatir sobre Babilonia (Roma) y sobre la Bestia.

El contenido del mensaje del evangelio eterno era: Temed a Dios y dadle gloria. Temer a Dios, en lenguaje bíblico, es igual que servirle sinceramente y cumplir con exactitud sus preceptos. Se da gloria a Dios cuando se hace en todo la voluntad divina, de manera que la vida resulte una especie de cántico continuo de alabanza. Este continuo homenaje del alma fiel ha de ir dirigido no a los ídolos, sino al Creador del cielo, de la tierra, del mar y de las fuentes de aguas. La imagen del ángel anunciando el juicio próximo e invitando al arrepentimiento y a la conversión es un hermoso símil que se puede aplicar a los predicadores del Evangelio. A San Vicente Ferrer se le suele representar como al ángel del Apocalipsis, diciendo a todos los hombres: Temed a Dios y dadle gloria.

A este primer ángel siguen otros dos, cuya misión es declarar la justicia divina contra los adoradores de los ídolos. El segundo ángel es el anunciador de catástrofes temporales y políticas de los perseguidores de Dios, representados todos ellos bajo la figura de Babilonia (Roma). El ángel grita con voz fuerte, anunciando el juicio de Dios sobre Babilonia. Se trata de la realización de un juicio que va a ser ejecutado dentro de breve tiempo. El ángel habla en perfecto profético, como para expresar la seguridad y la certeza que tiene de la caída de la gran ciudad, perseguidora de la Iglesia y causa de los males religiosos que aquejaban a la humanidad. Babilonia es la Roma pagana, que arrastra a la idolatría a las demás naciones y persigue de muerte a los que abominan de ella. Los cristianos, a los que va dirigido el Apocalipsis, debían de tener cierta familiaridad con este nombre simbólico de Babilonia, que designa ciertamente Roma, como se ve por los capítulo 17-18. Era una designación bastante corriente en los ambientes judíos y cristianos del siglo I 21. Este simbolismo estaba sólidamente asentado en el Antiguo Testamento, en donde abundan las amenazas contra Babilonia 22. Se la llama la ciudad grande por su magnitud, su cultura y su influencia en el mundo antiguo 23. El profeta Jeremías considera a Babilonia como el centro de la idolatría y como la enemiga acérrima de Jerusalén, la capital de los creyentes 24. En nuestro texto del Apocalipsis se aplica a Roma, capital de la primera Bestia 25, lo que en los profetas se decía de Babilonia antigua.

La caída de Roma — la nueva Babilonia — será descrita en los capítulos 17-18. La expresión que emplea el segundo ángel: Cayó, cayó Babilonia la grande (v.8), está tomada del libro de Isaías, en donde el profeta dice: "Llegan tropeles de gentes, caballos de dos en dos, se alza una voz y dice: ¡Cayó, cayó Babilonia! Todas las imágenes de sus dioses yacen por tierra destrozadas. ¡Oh pueblo mío, pisado, trillado como la mies! lo que he oído de parte de Yahvé Sebaot, Dios de Israel, yo te lo hago saber" 26. Babilonia es considerada por los profetas como un cúmulo de las más grandes abominaciones. Roma le ha sucedido en esto, pues ha corrompido al mundo, sembrando por doquier con enorme frenesí la idolatría, es decir, la fornicación, en lenguaje bíblico. Al arrastrar a todas las naciones a la idolatría, Roma las ha entregado al furor de la cólera divina. El vino de la ira 21, que Roma ha dado a beber a las demás naciones, significa la embriaguez sensual de sus libertinajes. La fornicación o prostitución espiritual obra como narcótico sobre los habitantes de Roma, que se entregan a toda clase de desenfrenos. Dios permite esto como castigo de la perversión religiosa a la que se habían entregado los adoradores de la Bestia28. En Ap 17:4, la Roma pagana es presentada como una mujer que lleva en su mano la copa embriagante de los cultos paganos y de las abominaciones morales con las que ha emborrachado a los pueblos que le estaban sometidos.

Un tercer ángel clama con fuerte voz, diciendo: Si alguno adora la Bestia y su imagen, o recibe la señal de la Bestia, confesándose por suyo, ese tal beberá del vino del furor de Dios (v.4-10), es decir, recibirá su retribución merecida. Beber del vino fuerte de la ira divina, sin rebajarlo con el agua de la misericordia, equivale a emborrachar con el terrible castigo merecido por la fornicación embriagante del culto imperial 29. El vino puro, sin mezcla alguna de agua y miel, que usaban los antiguos, y que embriagaba a los que lo tomaban, es una imagen bíblica para designar los castigos de Dios 30. En este sentido decía el profeta Jeremías: "Así me dijo Yahvé, Dios de Israel: Toma de mi mano esta copa de espumoso vino y házselo beber a todos los pueblos a los que yo te he enviado. Que beban, que se tambaleen, que enloquezcan ante la espada que yo arrojaré en medio de ellos. Y tomé la copa de la mano de Yahvé, y la di a beber a todos los pueblos contra los cuales me envió Yahvé." 31

¿Cuál es el castigo divino que se anuncia bajo la imagen del vino del furor de Dios? En nuestro pasaje del Apocalipsis, el castigo divino es el fuego eterno que atormentará a los adoradores de la Bestia. El lugar en que serán atormentados por toda la eternidad es el estanque de fuego y azufre 32. Esta imagen, que se hizo familiar en la teología judía para significar los tormentos de la gehenna, se inspira en el castigo que sufrieron Sodoma y Comorra 33. También constituye un rasgo claramente judío la idea de que los reprobos habían de sufrir el castigo en presencia de los que habían despreciado y perseguido 34, para mayor confusión de los atormentados. El Libro de Henoc, por ejemplo, dice a este respecto: "Yo los entregaré (a los reyes y poderosos) en manos de mi Elegido; como la paja en el fuego, así arderán ellos ante la faz de los santos, y como se sumerge en el agua, así se hundirán ellos delante de la faz de los justos, y ninguna traza de ellos será en adelante encontrada." 35 Pero todavía resultará más espantoso para los adoradores de la Bestia el ser atormentados en presencia del Cordero, su redentor.

El tormento con fuego y azufre es una imagen empleada frecuentemente en la Biblia para significar un fuego muy intenso y más atormentador que el fuego ordinario. En el salmo u,6 se dice que Dios lloverá sobre los impíos carbones encendidos; y que el fuego, y el azufre y un torbellino huracanado será la porción de su cáliz. Isaías amenaza a Asur con una hoguera "que el soplo del Señor va a encender como torrente de azufre" 36. Ezequiel dice que Dios enviará sobre Gog, entre otras cosas, "fuego y azufre" 37. Y el vidente de Patmos, hablando del fin de la Bestia, afirma que será arrojada "al lago de fuego que arde con azufre." 38 La misma suerte está reservada al diablo 39 y a todos los impíos40. Este castigo no tendrá fin ni reposo, pues durará por los siglos de los siglos y sin interrupción noche y día 41. Un tal castigo escatológico por el fuego se encuentra ya expresado en Isaías 66:24, Que a su vez parece haber inspirado al autor del Eclesiástico 7:16-17 (LXX). Los apócrifos desarrollan a su antojo la idea de Isaías 66:24, enriqueciéndola con nuevos rasgos. La amenaza de la destrucción de Babilonia (Roma) era un castigo temporal, pero ahora el castigo ya es eterno, pues recae sobre los individuos. El v.11 enseña bastante claramente la eternidad de las penas del infierno.

Contrastando con el terrible castigo que han de sufrir los adoradores de la Bestia, San Juan promete a los fieles la bienaventuranza eterna (v.12-13). El vidente de Patmos dirige a los cristianos que se han mantenido fieles una especie de advertencia o reflexión, que constituye una repetición de 13:10. Los santos, es decir, aquellos que guardan los preceptos de Dios y la fe, que tiene por objeto a Jesucristo (v.12), han de acostumbrarse a sufrir los padecimientos temporales para evitar los eternos (Bossuet). La existencia de los cristianos en este mundo discurre en una continua lucha por su fe en medio de un mundo adverso. Sólo el que permanezca fiel a la fe de Cristo obtendrá la victoria final. A la vista del fin que aguarda a los impíos, los fieles deben sentirse alentados y mantenerse firmes en la observancia de los preceptos divinos y en la fidelidad a Dios, aunque para ello tengan que soportar las más graves pruebas. Sabido es que, según San Pablo42, la paciencia se perfecciona con la tribulación. Además, la paciencia de los santos es fortificada por la certeza de la ruina de sus perseguidores.

A esta amonestación de San Juan responde una voz del cielo, que dice: Bienaventurados los que mueren en el Señor (ν.13). Es la segunda bienaventuranza que encontramos en el Apocalipsis, de las siete que contiene 43. La voz que oye Juan parece ser la del Espíritu Santo, ya que se refiere a Cristo en tercera persona, en el Señor, y se habla expresamente del Espíritu, que es el que manda a San Juan escribir. La voz del Espíritu declara bienaventurados a los que mueren en comunión con Cristo 44. El autor sagrado no se refiere únicamente a los mártires, es decir, a los que mueren por el Señor, sino a todos los cristianos que mueren en el Señor, es a saber: unidos a El por la fe y el amor. La muerte corporal, que para los impíos es el comienzo de la muerte segunda en el lago de fuego y azufre 45, para los fieles de Cristo es el comienzo del descanso de sus trabajos, porque sus obras les acompañan y Dios se las premiará abundantemente. Por eso, los cristianos muertos en el Señor podrán gozar del descanso y de la bienaventuranza eternos antes del día de la parusía: ya desde ahora, άττ'άρτι, como dice el texto griego46. Es la misma doctrina que enseña San Pablo en Fu 1:23. Con esta esperanza no hay duda que los fieles se sentirían fortalecidos para soportar las persecuciones con paciencia y fe operante. Y, al mismo tiempo, comprenderían mejor la triste suerte de los infieles, de quienes dice San Pablo "que viven sin esperanza." 47

 

Siega y vendimia simbólicas de los gentiles, 14:14-20.

14 Miré y vi una nube blanca, y sentado sobre la nube a uno semejante a un hijo de hombre, con una corona de oro sobre su cabeza y una hoz en su mano. 15 Salió del templo otro ángel, y gritó con fuerte voz al que estaba sentado sobre la nube: Arroja la hoz y siega, porque es llegada la hora de la siega, porque está seca la mies de la tierra. 16 El que estaba sentado sobre la nube arrojó su hoz sobre la tierra, y la tierra quedó segada. 17 Otro ángel salió del templo que está en el cielo, y tenía también en su mano una hoz afilada. 18 Y salió del altar otro ángel que tenía poder sobre el fuego y clamó con fuerte voz al que tenía la hoz afilada, diciendo: Arroja la hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque sus uvas están maduras. 19 El ángel arrojó su hoz sobre la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en la gran cuba del furor de Dios, 20 y fue pisada la uva fuera de la ciudad, y salió la sangre de la cuba hasta los frenos de los caballos por espacio de mil seiscientos estadios.

 

Los tres primeros ángeles han anunciado — como ya hemos visto — la suerte futura de Babilonia (Roma), de las dos Bestias y de sus seguidores. También ha sido proclamada la predicación del Evangelio, que asegura la felicidad eterna de los cristianos. Aquí aparecen otros cuatro personajes, que anuncian el juicio y la destrucción de todas las naciones gentiles, con lo que terminará la persecución de los cristianos. Las naciones paganas serán exterminadas porque no han querido escuchar el mensaje divino. Esta catástrofe es descrita bajo las imágenes de una siega y dé una vendimia, que son tradicionales en la Biblia para expresar un castigo 48. El autor del Apocalipsis parece inspirarse en Joel 4:12-13, que emplea simultáneamente ambas imágenes al hablar del gran día de Yahvé. La realización de la profecía de Ap 14:15-20 será descrita en Ap 19:11-21.

San Juan nos presenta una nueva visión, en la que aparecen, uno en pos de otro, dos cuadros de significado análogo. El primero se halla inspirado en Daniel49. El vidente de Patmos contempla una nube blanca, y sobre ella aparece sentado un ser misterioso, semejante a un hijo de hombre (v.14). Las nubes movidas por el viento constituyen el vehículo habitual sobre el cual Dios se desplaza en las visiones proféticas 50. Aquí, el que aparece sobre una nube blanca es Jesucristo, el cual lleva una corona de oro sobre su cabeza, en señal de victoria, y una hoz en su mano, como ejecutor de la sentencia divina contra los adoradores de la Bestia. No hay duda que se trata de Cristo, como se ve por el misterio con que se le designa. No tiene nombre y es semejante a un hijo de hombre. Bajo esta forma suele San Juan, como Daniel y, en general, los autores apocalípticos, designar a Dios o a los personajes celestes, para indicar la grandeza de su personalidad, que ningún nombre basta a significar. La expresión Hijo del hombre es mesiánica tanto en los Evangelios 51 como en el Apocalipsis 52. De donde se sigue que el que está sentado sobre la nube no puede ser un ángel, sino el mismo Cristo. Y si recibe la orden de segar de un ángel, esto no significa que sea inferior en dignidad a los ángeles53, sino simplemente que Dios Padre comunica a su Hijo por medio de un ángel el mandato de castigar a las naciones paganas 54. San Juan dice en el cuarto Evangelio que el Padre entregó el juicio a Jesucristo, en cuanto es Hijo del hombre55. Pero si el Padre se lo entrega al Hijo del hombre, es señal de que a El pertenece en propiedad, y que el Hijo del hombre lo tiene por delegación.

El vidente de Patmos contempla a otro ángel que sale del templo, su morada, el cual grita con potente voz al que está sentado en la nube: Arroja la hoz y siega, porque la mies ya está madura (v.15). El que estaba sentado sobre la nube arrojó la hoz y la tierra quedó segada (v.16). El templo de donde procede el ángel parece ser el templo celeste, de donde también sale el ángel que ha de hacer la vendimia (v.17) y los ángeles de las siete copas56. En cuyo caso, el ángel que sale del templo celeste sería uno de los más altos mensajeros de Dios Padre, que transmite a Jesús, Juez de los hombres, en cuanto Mesías, la orden de ejecutar su obra definitiva. Si, por el contrario, el templo es el de Jerusalén, imagen de la Iglesia 57, el sentido será aún más satisfactorio. Se trataría del ángel guardián de los fieles que manifiesta a su Jefe los deseos de su Esposa, cuyos méritos están ya completos 58.

Jesucristo tiene en su mano la hoz afilada con la cual va a segar la cosecha, que ya está a punto. La siega de que nos habla el ángel simboliza el juicio. Este mismo sentido es el que tiene en diversos lugares de la Sagrada Escritura 59. Especialmente próximo al nuestro es un texto de Joel, que dice: "Que se alcen las gentes y marchen al valle de Josafat, porque allí me sentaré yo a juzgar a todos los pueblos en derredor. Meted la hoz, que está ya madura la mies. Venid, pisad, que está lleno el lagar y se desbordan las cubas, porque es mucha su maldad."60 En estos pasajes se trata del juicio de los enemigos de Dios o del juicio del mundo. Sin embargo, hay otros pasajes en el Nuevo Testamento 61, en los que se habla de la recolección de las almas creyentes e incluso de los elegidos. ¿De quiénes se trata aquí? ¿La siega es un castigo ejecutado sobre los adoradores de la Bestia o una separación del grano bueno y limpio de la paja? Como en el v.16 no se habla para nada de la ira divina, muchos autores creen que la siega de la primera hoz no representa un castigo, sino la recolección de la mies ya madura de los justos 62. Por consiguiente, el sentido de este cuadro sería el mismo de la amonestación precedente. El Señor vendría a recoger a los suyos. Un indicio de esto lo encuentran dichos autores en el color blanco de la nube, que parece indicar no castigo, sino más bien victoria. Sin embargo, el paralelismo con la escena inmediatamente siguiente (v. 17-20) abogaría preferentemente en favor de un castigo, de una plaga que se abatiría sobre buenos y malos.

El acto de arrojar las hoces constituye una de esas acciones simbólicas que se dan con tanta frecuencia en los profetas 63. La doble acción de arrojar las hoces tiene una misma significación.

Después viene un segundo cuadro semejante al primero (v. 17-20). La única diferencia está en que en el primero era el mismo Señor el que hacía la siega, mientras que en el segundo es un ángel el encargado de ejecutarla. Este ángel sale también del templo, que está en el cielo, con una hoz bien afilada, con la cual llevará a efecto la misión punitiva para la que ha sido enviado. Pero ha de esperar la orden divina de ejecutarla. Para comunicársela viene otro ángel, el que está al cuidado del fuego del altar, probablemente el mismo que arrojó las brasas del altar de los perfumes sobre la tierra 64. También podría tratarse del ángel que cuida del fuego del altar de los holocaustos, bajo el cual estaban las almas de los mártires 65, que pedían a Dios justicia. Esta justicia sería la que se dispone a ejecutar ahora el ángel. Las oraciones de los mártires, llevadas por el ángel ante la presencia de Dios, son las que obtienen el exterminio de los pecadores.

A la orden que da el ángel que cuidaba del fuego, el otro ángel arrojó la hoz y vendimió los racimos de la viña de la tierra (v.18). Es decir, recolectó las uvas que ya estaban maduras, con lo cual quiere significar que la maldad de los hombres había llenado la medida. Por eso se puede proceder ya a su castigo. Y, en efecto, el ángel vendimió con su podadera la viña de la tierra y echó sus racimos en el lagar del furor de Dios (v.19). La imagen de la vendimia o del lagar, en donde se pisan las uvas, para significar un castigo divino, es ya empleada por los profetas. Nuestro texto se inspira en Isaías 63:1-6, en donde Yahvé, vencedor de Edom, pisa a los enemigos en su furor: "¿Quién es aquel que avanza enrojecido, con vestidos más rojos que los de un lagarero — exclama el profeta —, tan magníficamente vestido, avanzando en toda la grandeza de su poder? Soy yo el que habla justicia, el poderoso para salvar. ¿Cómo está, pues, rojo tu vestido y tus ropas como las de los que pisan en el lagar? He pisado en el lagar yo solo y no había conmigo nadie de las gentes. He pisado con furor, he hollado con ira, y su sangre salpicó mis vestiduras y manchó mis ropas. Porque estaba en m1 Corazón el día de la venganza y llegaba el día de la redención. Miré, y no había quien me ayudara, me maravillé de que no hubiera quien me apoyase; y salvóme mi brazo, y me sostuvo mi furor, y aplasté a los pueblos en mi ira, y los pisoteé en mi furor, derramando en la tierra su sangre."66 También el mismo Apocalipsis nos presentará, en el capítulo 19, al Verbo de Dios como caballero victorioso que avanza por medio de sus enemigos con sus vestidos empapados en sangre 67.

El ángel, para expresar la venganza de Dios contra los adoradores de la Bestia, vendimia la viña de la tierra, echa las uvas en el lagar y Zas pisa fuera de la ciudad (v.20). Los racimos simbolizan la multitud de los impíos, y el vino, su sangre. Es una terrible hecatombe, que traerá consigo el exterminio de los idólatras. La magnitud del desastre se expresa mediante una imagen hiperbólica: Y desbordó la sangre del lagar hasta los frenos de los caballos por espacio de mil seiscientos estadios. En la literatura apócrifa también se encuentran imágenes parecidas. El Libro de Henoc, por ejemplo, describiendo la matanza de los pecadores entre ellos mismos, afirma: "El caballo avanzará cubierto hasta el pecho en la sangre de los pecadores, y el carro quedará sumergido hasta su parte más alta"68. La sangre de los adoradores de la Bestia inundará — según el Apocalipsis — una extensión de i.600 estadios, alrededor de unos 300 kilómetros, pues el estadio tenía unos 192 metros. La extensión de Palestina desde Tiro hasta Wadi el-Aris es de i .664 estadios, o sea unos 300 kilómetros. De ahí que algunos autores piensen que el autor sagrado quiere incluir toda la Palestina como símbolo de la totalidad del Imperio romano 69. Sin embargo, la cifra 1.600 estadios (=40 X 40) tal vez sea meramente convencional, sin valor aritmético, como sucede ordinariamente en el Apocalipsis. En cuyo caso, el número de estadios designaría una gran extensión, y serviría únicamente para dar una idea más cabal de la magnitud del desastre. La cifra indicada es también múltiplo de 4, número que designa las cuatro partes del mundo y los cuatro vientos, de donde se habían de juntar las naciones paganas para la guerra. En la guerra escatológica todos los pueblos se enfrentarán con Dios.

¿En qué lugar se llevará a cabo este juicio punitivo de los idólatras? Según San Juan, tendrá lugar fuera de la ciudad (v.20). Pero ¿de qué ciudad se trata? Según Ap 14:1, el Cordero se hallaba sobre el monte Sión. Luego el juicio sería en los alrededores de Jerusalén. Por otra parte, el profeta Joel70 afirma que el juicio divino tendrá lugar en el valle de Josafat, que se encuentra muy cerca de Jerusalén 71. Y según Zacarías 72 y Ezequiel73, el exterminio de las naciones paganas se llevará a cabo fuera de Jerusalén, en el monte de los Olivos. La literatura apócrifa judía también nos presenta al Mesías sobre el monte Sión juzgando a las naciones 74.

Este sangriento juicio contra los paganos idólatras es un preludio de la gran batalla que será descrita en los capítulos siguientes, y que será ganada por el Verbo 75. Es éste un procedimiento de composición literaria bastante frecuente en el Apocalipsis. Se suele adelantar en una visión esquemática el contenido de toda una revelación que después se irá desarrollando en escenas más amplias, más precisas, que proyectarán nueva luz sobre los hechos descritos.

 

1 Ap 19:2. — 2 Ap 19:8. — 3 Miq 4:1-2; Is 2:2-3; cf. Jl 3:5; 4:17; Sal 110:2; Mt 21:4-5; Rom 11:26. — 4 Gf. 4 Esd 13:35-39; 5 Esd 2:42-43; Apocalipsis de Baruc 40:1-2. El texto del 5 Esd 2:42-43 es muy parecido al del Apocalipsis de San Juan, del cual depende. — 5 Gf. Sal 2:6; 48:155; 53:7. — 6 Cf. J. Murray, Instrumenta música Sacrae Scripturae: VD 32 (1954) 84-89. — 7 Ap 13:4-12. — 8 Hay muchos autores que piensan de modo diverso: cf. E. B. Allo, o.c. p.217; M. García Cordero, o.c. p.156. — 9 San Agustín, De virginibus 27-29; San Jerónimo, Adv. lovin, 1:40. Cf. M. García Cordero, ibid. — 10 1 Cor 7:32.34- — 11 Siguen esta misma interpretación Alcázar, Bossuet, Calmet, Crampón, Osty, Boismard, Koester, Bezzel, Ragaz y otros. — 12 Cf. Hebg,14; 1 Pe 1:19. — 13 Cf. Ex 23:19; 34:26; Lev 23:10. — 14 Cf. 1 Cor 15:20.23. — 15 Es ésta una concepción frecuente en San Juan (Jn 3:20-21; 1 Jn 1:6). — 16 Ap21,8; 22:15. Hay muchos autores que identifican los 144.000 vírgenes con los 144.000 marcados con el sello de Dios (Ap 7:4). A propósito de esto, cf. M. E. Boismard, Notes sur l'Apocalvpse: RB 59 (1952) 161-172; V. Laridon, Visio Agnicum Virginibus in monte Sion: Collationes Brugenses 48 (1952) 385-392; P. Miranda, El Cordero y su Iglesia (Ap 14:1-5): RevBi 15 (1953) 10-15. — 17 Cf. Ap 14:15- — 18 Cf. Ch. Masson, L'Évangile éternel de VApocalypse 14:6-7: Homrnage a K. Barth (París 1946). — 19 Cf. Ap 10:5-7. — 20 Cf. Ap 16:14. — 21 Cf. Oráculos sibil. 5:143.159; Baruc siríaco 67:7; 1 Pe 5:13. — 22 Is 21:1-9; Jer 50:1-51:64. — 23 Dan 4:27. — 24 Jer 51:7-8. — 25 Ap 17:1ss. — 26 Is 21:9-10; cf. Jer 50:2. — 27 Cf. Is 51:17:22; Jer 51:7. — 28 E. B. Allo, o.c. p.239. — 29 Cf. S. Bartina, o.c. p.734. — 30 Sal 75:9; Is 51:17 — 31 Jer 25:15 — 32 Cf. Ap 19:20 — 33 Gen 19:24; cf. Ez 38:22; Is 30:33. — 34Sab 5:1-5; cf. J. Bonsirven, Le Juda'isme palest. I p.; — 35 Libro de Henoc 48:9. — 36 Is 30:33- — 37 Ez 38:22. — 38 Ap IQ.20. — 39 Ap 20:95. — 40 Ap21,8. — 41 Ap 14:11. — 42 Rom 5:3.5. — 43 Cf. Ap 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7.14. VerS. Bartina, Los macarismos del Nuevo Testamento. Estudio de la forma: EstEcl 34 (1960) 57-88. — 44 1 Cor 15:18; 1 Tes 4:14. — 45 Ap 21:8. — 46 La Biblia Nácar-Colunga omite en este lugar, tal vez por un lapsus, la traducción de άιτ* άρτι = ya desde ahora, que es exigida por el texto griego. — 47 1 Tes 4:13. — 48 Is 17:5; 27:12; 63:355; Jer 25:155; Lam 1:15; Mt 3,12; 13:30.39; Mc 4:29. — 49 Dan 7:13. — 50 Is 19:1s; Sal 18:11. — 51 Mt 11:19; 16:13; Mc 2:28; 10:45; Lc 6:22; 7:34; 9:22; 12:40; 19:10. — 52 Ap 1:13. — 53 Heb 1:5-7; Ap 3:1. — 54 Cf. Mt 9:38; 24:36; Mc13:32; Act 1:7. — 55 Jn 5:22.27. — 56 Ap 15:6-8. — 57 Ap 11:1. — 58 Ap 22:17. Cf. E. B. Allo, o.e. p.244 · — 59 Is 18:5; Jer 51:33; Mt 13:39. — 60 Jl 4:12-13. — 61 Mt 3:12; 9:373; Lc 10:2. — 62 Cf. Mt 13:30-43. — 63 Gf. 1 Re 11:29-39; 2 Re 13:14-19. — 64 Ap 8:3-5. — 65 Ap 6:9-10. — 66 Is 63:1-6; cf. JU.13. — 67 Ap 19:13-15. — 68 Libro de Henoc 100:3. — 69 Cf. S. Bartina, o.c. — 70 Ji 4:2.12. — 71 La tradición judía y cristiana suelen identificar el "valle de Josafat" con el valle del Cedrón, que separa el monte Sión del monte de los Olivos. — 72 Zac 14:4. — 73 El 238-39. — 74 Cf. 4 Esd 13:35-38; Baruc sir. 40:1-2; Oráculos sibil 3:663-697. — 75 Ap 19:13-15.21.

 

 

Capítulo 15.

 

Visión de las Siete Copas de la Cólera Divina, 15-16.

La visión de las siete copas está más o menos calcada en la visión de las siete trompetas (c.8-9). Tanto en una como en otra se describe el castigo de los enemigos de Dios, de las dos Bestias y del Imperio romano. Únicamente en el septenario de las copas las alusiones a la situación del Imperio romano de aquella época son más concretas. Las copas son presentadas como las últimas calamidades. Lo cual muestra bien la progresión dramática del libro. Sin embargo, hemos de tener presente que son llamados los últimos azotes, no porque con ellos venga el fin de la humanidad, sino porque son últimas en relación con la calamidad que hirió al reino de las Bestias (c.13); es decir, al Imperio romano. O también porque en la perspectiva del Apocalipsis preceden inmediatamente al establecimiento del reino de Dios.

En Ap 15:2-4 hallamos una especie de introducción litúrgica: los triunfadores de la Bestia cantan el cántico de Moisés. Esta sección presenta grandes analogías con Ap 8:2-6, en que se describe la liturgia simbólica de un ángel. La única diferencia consiste en que en el capítulo 8 era un ángel el que ofrecía a Dios las oraciones de los santos; aquí, en cambio, es toda la Iglesia, que aparece como transportada al cielo. Ya no ora solamente, sino que canta con entusiasmo, al dar por cierta la victoria divina y la conversión del mundo i. San Juan, antes de comenzar a describir la serie de azotes que se abatirán sobre el mundo pagano, quiere justificar con esta introducción el aparente rigor de los castigos divinos 2.

Los capítulos 15-16 se pueden dividir en dos partes: Los vencedores de la Bestia entonan el cántico de Moisés y del Cordero (15:1 -4); los azotes de las siete copas (15:5-16:21).

 

El cántico de Moisés y del Cordero, 15:1-4.

1 Vi en el cielo otra señal grande y maravillosa, siete ángeles que tenían siete plagas, las postreras, porque con ellas se consuma la ira de Dios. 2 Vi como un mar de vidrio, mezclado de fuego, y a los vencedores de la bestia, y de su imagen, y del número de su nombre, que estaban en pie sobre el mar de vidrio y tenían las cítaras de Dios, 3 y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y estupendas son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, Rey de las naciones. 4 ¿Quién no te temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán delante de ti, pues tus fallos se han hecho manifiestos*

 

El escenario de esta nueva visión es el cielo. San Juan ve en él otra señal, que es una de las siete del Apocalipsis. No es algo casual en nuestro libro la mención de siete señales 3, como tampoco lo son los septenarios de los sellos4, de las trompetas 5 y el anuncio séptuple de la ruina de Babilonia (Roma) 6.

La visión que el vidente de Patmos contempla en el cielo es grande y maravillosa, pues ve siete ángeles que tienen siete plagas, para arrojarlas sobre la tierra, con el fin de consumar la cólera de Dios contra los moradores de ella (v.1). Estas siete plagas o copas de la ira divina serán las últimas, porque señalan el momento de la consumación de los juicios divinos contra la humanidad pecadora, ya anunciados en los septenarios anteriores. El Apocalipsis repite las mismas ideas, aunque bajo diferentes formas. Los siete ángeles que anuncian siete plagas son paralelos e idénticos a los ángeles de las siete trompetas7.

El simbolismo de las siete plagas de la cólera divina contenidas en sus respectivas copas era tradicional en Israel8. La idea de plaga tal vez haya sugerido a San Juan la imagen del mar Rojo y la de Israel entonando el cántico de victoria sobre los egipcios 9. También el nuevo Israel, es decir, los triunfadores de la Bestia, son presentados sobre un mar de vidrio, mezclado de fuego, entonando un cántico de victoria (v.2-3). La felicidad de los bienaventurados nos es presentada de nuevo bajo la forma de una liturgia que se desarrolla en la presencia de Dios. Y el acto litúrgico tiene como cuadro el cielo, del mismo modo que en Ap 4:6 y 7:9. Los reflejos de fuego que ve Juan producidos sobre el mar de cristal deben de ser causados por la gloria de Dios, o sea, por el resplandor luminoso que se desprendía de su persona. Esta luminosidad era concebida por los israelitas como un vestido que rodeaba a la Divinidad 10. Los vencedores son los que en medio de las persecuciones se mantuvieron fieles al Cordero y no quisieron adorar la imagen de la Bestia ni aceptar su marca H. Se trata de los vencedores de la persecución descrita en el capítulo 13, que celebran el triunfo de su nuevo éxodo de Egipto de este mundo con un nuevo cántico. Están de pie y acompañan su canto con cítaras sobrehumanas pertenecientes a la liturgia divina del cielo. Por eso, el autor sagrado las llama cítaras de Dios, un superlativo semítico equivalente a cítaras grandísimas, y aquí muy probablemente significa cítaras muy superiores a las de los mortales 12. El cántico que entonan se dice que es el cántico de Moisés, o sea el cántico pronunciado por Moisés después del paso del mar Rojo 13, o también el cántico que se encuentra en el Dt 32:1-43, en donde Moisés canta la justicia de las cóleras divinas contra su pueblo infiel. Pero también es llamado el cántico del Cordero, porque Cristo es el verdadero héroe de esta victoria 14. Jesucristo es el segundo libertador del pueblo de Dios, que con su sangre redentora nos redimió de la esclavitud del demonio. El Nuevo Testamento presenta a veces a Jesús como un nuevo Moisés.

El cántico es un mosaico cuajado de reminiscencias bíblicas, inspirado principalmente en varios salmos y cánticos del Antiguo Testamento 15. El cántico celebra el poder de Dios omnipotente, que obra maravillas en favor de los suyos. El es el Rey de las naciones, que en su manera de proceder siempre se muestra justo y fiel. Por eso los hombres han de temerlo y glorificar su nombre, observando sus mandamientos. Porque sólo El es santo, es decir, trascendente e incontaminado, totalmente opuesto al Dragón y a las Bestias, que estaban llenos de iniquidades e inmoralidades. Todas las naciones conocerán que El es su Rey, y como tal le acatarán, viniendo a El y postrándose delante de El (v.4), pues reconocerán que Dios ha obrado justísimamente en los juicios punitivos contra el mundo y en la destrucción de la Bestia. La conversión de los paganos, por consiguiente, es presentada como el resultado de las últimas intervenciones divinas. En los Profetas y en los Salmos hallamos también muchas veces que las naciones se convertirán a Dios a la vista de los prodigios que obra en favor de su pueblo 16. La fuerza indestructible de la Iglesia, en virtud del poder de Dios que la sostiene y defiende de sus enemigos, es uno de los argumentos de su origen divino. Este argumento atrae las almas a la fe o las sostiene en ella. Todo esto es un anticipo de la victoria.

 

Los azotes de las siete copas, 15:5-16:21.

5 Después de esto vi cómo se abrió el templo de la tienda del testimonio en el cielo, 6 y salieron del templo los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino puro, brillante, y ceñidos los pechos con cinturones de oro. 7 Uno de los cuatro vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la cólera de Dios, que vive por los siglos de los siglos. 8 Se llenó el templo de humo de la gloria de Dios y de su poder, y nadie podía entrar en el templo hasta que se hubiesen consumado las siete plagas de los siete ángeles. 16! Del templo oí una gran voz, que decía a los siete ángeles: Id y derramad las siete copas de la ira de Dios sobre la tierra. 2 Fue el primero y derramó su copa sobre la tierra, y sobrevino una peste maligna y perniciosa sobre los hombres que tenían la marca de la bestia y que se postraban ante su imagen. 3 El segundo derramó su copa sobre el mar, y se convirtió en sangre como de muerto, y murió todo ser viviente en el mar. 4 El tercero derramó su copa sobre los ríos y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre* 5 Y oí al ángel de las aguas que decía: Justo eres tú, el que es, el que era, el Santo, porque así has juzgado. 6 Pues que derramaban la sangre de los santos y de los profetas, tú les has dado a beber sangre; bien se lo merecen. 7 Y oí al altar que decía: Sí, Señor, Dios todopoderoso, verdaderos y justos son tus juicios. 8 El cuarto derramó su copa sobre el sol, y fuese dado abrasar a los hombres con el fuego. 9 Eran abrasados los hombres con grandes ardores, y blasfemaban el nombre de Dios que tiene poder sobre estas plagas; pero no se arrepintieron para darle gloria. 10 El quinto derramó su copa sobre el trono de la bestia, y su reino se cubrió de tinieblas, y de dolor se mordían las lenguas, 11 y blasfemaban del Dios del cielo a causa de sus penas y de sus úlceras, pero de sus obras no se arrepentían. 12 El sexto derramó su copa sobre el gran río Eufrates, y secóse su agua, de suerte que quedó expedito el camino a los reyes del naciente sol. 13 Y vi que de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta salían tres espíritus inmundos, como ranas, 14 que son los espíritus de los demonios, que hacen señales que se dirigen hacia los reyes de la tierra para juntarlos a la batalla del día grande del Dios todopoderoso. 15 He aquí que vengo como ladrón, bienaventurado el que vela y guarda sus vestidos, para no andar desnudo y que se vean sus vergüenzas. 16 Y los juntó en el sitio que en hebreo se llama Harmagedón. π El séptimo derramó su copa en el aire, y salió del templo una gran voz, que procedía del trono de Dios, diciendo: Hecho está. 18 Y hubo relámpagos, y voces, y truenos, y un gran terremoto, cual no lo hubo desde que existen los hombres sobre la haz de la tierra. 19 La gran ciudad se hizo tres partes, y hundiéronse las ciudades de las naciones, y la gran Babilonia fue recordada delante de Dios, para darle el cáliz del vino del furor de su cólera. 20 Huyeron todas las islas, y las montañas desaparecieron. 21 Una granizada grande, como de un talento, cayó del cielo sobre los hombres, y blasfemaron los hombres contra Dios por la plaga del granizo, porque era grande en extremo su plaga.

 

Después de contemplar a los bienaventurados entonando el cántico del Cordero, San Juan ve cómo se abre el templo celeste (v.5). Una escena semejante se encuentra en Ap 11:19, en donde también se deja ver el templo de Dios y el arca del testamento. El santuario que contempla el vidente de Patmos en el cielo es también designado con el nombre de la tienda del testimonio. Esta expresión alude al tabernáculo del desierto, porque el primer templo que levantaron los israelitas, cuando andaban errantes por el desierto, fue una tienda grande 17. También era llamado este santuario del desierto la tienda de la reunión, porque en ella se reunían Yahvé y Moisés para hablar 18. Y en Núm 9:15 es designada como la tienda del testimonio, en cuanto que en ella se guardaba el arca de la alianza, que contenía las tablas de la Ley, las cuales eran el testimonio, la prueba, del pacto entre Yahvé e Israel.

En esta sección se nos describen las últimas intervenciones divinas contra los adoradores de la Bestia. Toda la visión de las siete plagas ofrece un estrecho paralelismo con los capítulos 8-9. Los siete ángeles que las van a ejecutar ya han sido presentados en el ν. ι. Ahora los ve San Juan salir del templo celeste con las siete plagas (v.6). Probablemente estos siete ángeles son los mismos que tocaron las siete trompetas 19. Traen consigo las siete plagas, porque los castigos y la misericordia proceden igualmente del santuario, como también del altar 20. Todo, hasta los mismos azotes, está ordenado a la salud de los hombres y de la Iglesia de Dios. Van vestidos de lino puro, brillante, y ceñidos los pechos con cinturones de oro, como los sacerdotes 21, porque la misión que llevan es una misión sagrada. Al castigar ofrecen como un sacrificio a la justicia divina ofendida y conculcada. La indumentaria de los ángeles recuerda también la del ser misterioso de Ezequiel 22, que sale del templo para castigar a Jerusalén. Es muy posible que el autor del Apocalipsis se inspire en la escena del profeta Ezequiel.

En el momento de salir los siete ángeles del templo celeste, uno de los cuatro vivientes que sostienen el trono de Dios dio a los siete ángeles las siete copas de oro, llenas de la cólera de Dios eterno (v.7). Las copas son de oro, como los vasos del tabernáculo, porque en la casa de Dios no era decoroso el empleo de otra materia. Las copas contienen el brebaje con el que ya se había amenazado a los adoradores de la Bestia 23. Ahora se va a cumplir la terrible amenaza. En el profeta Ezequiel 24 hay una escena que tiene cierta semejanza con la nuestra. Un querubín toma fuego de junto a las ruedas del trono de Dios y lo da al que estaba vestido de lino para que lo arrojara sobre Jerusalén, con el fin de anunciar su próxima destrucción. Las copas que entrega uno de los vivientes están llenas de la colera del Dios inmortal, eterno y omnipotente, que no dejará de realizar sus amenazas. Estas copas vienen a ser como la contrapartida de las copas de oro llenas de perfumes que los vivientes y los ancianos tenían en sus manos 25 cuando adoraban al Cordero. Las copas son entregadas a los ángeles por uno de los vivientes, lo mismo que eran los vivientes los que llamaban a los jinetes en el capítulo 6, porque son los representantes de la naturaleza, que se asocia a la venganza que va a tomar su Creador 26.

El humo que llena el templo celeste (v.8) es un rasgo propio de las teofanías 27. En la inauguración del templo de Salomón, el humo o "la nube llenó la casa de Yahvé" 28. La nube era el signo de la presencia de Yahvé, que tomaba posesión de su templo. También el profeta Isaías vio en la visión inaugural a Yahvé rodeado de serafines que le aclamaban, y, al mismo tiempo, el templo en donde tuvo la visión "se llenó de humo"29. Dios quiere hacer sentir la majestad de su presencia con esta imagen sensible. Además, de este modo el santuario se hace inaccesible durante la promulgación de los azotes, para significar la ejecución inexorable de los decretos divinos, o bien para indicar que los juicios de Dios son impenetrables e incomprensibles hasta que se hayan realizado. Todo esto es la preparación de las plagas que los siete ángeles van a derramar sobre la tierra. Este será el argumento del capítulo siguiente. Y todo esto sirve para dar realce al valor de tales juicios de Dios.

 

1 E. B. Allo, o.c. p.248-249. — 2 E. M. Boismard, L'Apocalypse, en La Bible de Jérusalem p.6-4. — 3 Ap 12:1.3; 13:13-14; 15:1; 16:14; 19:20. — 4 Ap 6:1-8:1. — 5 Ap 8:2-9:21; 11:15. — 6 Ap 14:8; 16:17-21; 17:16; 18:1-3.4-8.9-20.21-24. Cf. A. Gelin, o.c. p.640 — 7 M. García Cordero, o.c. p.ióó. — 8 Jer 25:15; Is 51:17-22. — 9 Ex 15:1-21. — 10 Gf. Sal 104:2. — 11 Ap 13:4-14; 14:9.11; 19:20; 20:4. — 12 En el Antiguo Testamento se habla de las "montañas de Dios" (Sal 36:7), de los "cedros de Dios" (Sal 8o,n) para designar montañas y cedros muy altos y elevados. — 13 Ex 15:2-19- — 14 Gf. Ap 5:9-13; 7,14. — 15 Gf. Dt 32:4; Jer 10:7; Sal 86:9; 93:5; 98:1; 111:2; 139J4; 145,17· — 16 Cf. Dan 7:14; Sal 65:3-9; 72:11.19; 86:9. — 17 Ex 26:1-37- — 18 Ex 33:7; Dt 31:14. — 19 Ap8:2. — 20 Ap 8:2-6. — 21 Ex 28:40-43; Lev 16:4; Ap 1:13. — 22 Ez 9:2-3. — 23 Ap 14:10. — 24 Ez 10:7. — 25 Ap 5:8. — 26 E. B. Allo, o.c. p.252-253. — 27 Cf. Ex 19:18; 40:34; Ez 10:4; 11:22-23; 43:2-5. — 28 1 Re 8:10-11. — 29 Is 6:4s.

 

 

Capitulo 16.

Este capítulo nos presenta a los siete ángeles derramando las copas sobre el mundo pagano. La visión de las siete copas tiene gran parecido con la de las siete trompetas *, así como también con las plagas de Egipto 2. Sin embargo, hay que advertir que las siete copas están en relación más concreta con las Bestias y con Roma. Y son como una especie de introducción a los capítulos 17-19. Tanto en la visión de las trompetas como aquí, los cuatro primeros azotes se desencadenan sucesivamente sobre la tierra, el mar, los ríos y el sol. Estas cuatro primeras copas forman una unidad, en cuanto que sus plagas correspondientes afectan a todo el mundo. No obstante, se advierte una diferencia con el septenario de las trompetas: en el de las copas, las calamidades son más generales que en el de las trompetas. Las plagas abarcan a toda la tierra o a todos los vivientes, lo cual conviene a perfección a las postreras calamidades que traerán como consecuencia el colapso del mundo pagano 3. Así, la segunda copa hará perecer a todo ser viviente en el mar; en cambio, la segunda trompeta hizo perecer solamente a un tercio. Además, las calamidades de las copas parecen abatirse únicamente sobre los paganos, como se dice claramente a propósito de la primera, la tercera y la quinta copa, cosa que no sucedía con los azotes de las trompetas. Parece como que nos hallamos en un estadio más avanzado de la justicia divina contra las naciones paganas. Los castigos van creciendo en intensidad. Pero, por grandes que sean estos azotes divinos, se insiste por tres veces (v.q. 11.21) en que no consiguieron los efectos morales y medicinales pretendidos. Los paganos no quisieron arrepentirse y convertirse, sino que blasfemaron contra Dios. Por eso se anuncia la destrucción total del imperio de la Bestia4. El azote de la quinta copa hiere la capital de la Bestia. La sexta copa, lo mismo que la sexta trompeta5, es derramada sobre el río Eufrates. Allí se juntarán los ejércitos de los imperios paganos y se destruirán mutuamente. Y, finalmente, la séptima copa trae la destrucción de Roma y de su imperio.

San Juan se sirve, en este septenario de las copas, como en los demás del Apocalipsis, de imágenes que ha tomado del Antiguo Testamento o de la literatura apocalíptica de su tiempo, pero dándoles un sentido nuevo. Esto se verá claramente en el examen exegético-teológico que vamos a hacer del capítulo 16.

En el capítulo precedente quedaban los siete ángeles, salidos del templo de Dios, con las copas en sus manos, prontos a ejecutar el mandato divino. Del mismo templo sale ahora la voz fuerte e imperiosa de Dios, que les ordena derramar las copas llenas de la cólera de Dios sobre la tierra (v.1). Los ángeles ejecutan el mandato uno en pos de otro. El contenido de cada copa, al ser derramado sobre la tierra, produce su propia plaga. El primer ángel derramó su copa sobre la tierra, y ocasionó una úlcera maligna y dolorosa en cuantos llevaban la marca de la Bestia y adoraban su imagen (v.2). Esta primera plaga nos recuerda la sexta plaga de Egipto, que hirió a los magos del faraón y les impidió presentarse en público6. También tiene cierta semejanza con la primera7 y la quinta8 de las trompetas. Es la ejecución de la amenaza del ángel contra los que llevaban la marca de la Bestia 9. La úlcera es el castigo de la idolatría y de la inobservancia de los mandatos del Señor 10. El pecado es castigado con desgracias temporales, como en el Antiguo Testamento. El castigo de los adoradores de la Bestia contrasta con la alegría de sus vencedores n. Como esta plaga afecta a los que están marcados con el tatuaje de la Bestia y a los adoradores de su imagen, parece lícito deducir que los cristianos quedaron libres de ella.

El segundo ángel derrama su copa sobre el mar, y su efecto fue el mismo que el de la primera plaga de Egipto 12: se convirtió el agua del mar en sangre (v.3). Aquí el autor sagrado acentúa la nota, diciendo que la sangre era como sangre de muerto, como sangre podrida. Es el mismo azote que el de la segunda trompeta 13. Pero con la diferencia de que la plaga no afecta sólo a un tercio de los vivientes del mar, como sucedía en la segunda trompeta 14, sino que aquí murieron todos los vivientes del mar. Esta copa forma un todo con la siguiente. Pues el tercer ángel, al arrojar el contenido de su copa sobre los ríos y sobre las fuentes de la tierra, las convierte también en sangre (v.4). Las aguas dulces son, pues, heridas, aparte de las aguas saladas, como ya sucedía en la visión de la tercera trompeta 15. Por consiguiente, la tercera copa viene a ser como una repetición más completa de la tercera trompeta. Y es, a su vez, como una prolongación, una ampliación del azote de la segunda copa. Lo mismo que el río Nilo, con sus brazos y canales, se convirtió en sangre en la primera plaga de Egipto 16, así también sucede ahora con los ríos y fuentes de la tierra.

El ángel que tiene el imperio sobre las aguas aprueba el azote decretado por Dios (v.s) con un himno de alabanza lleno de serena reverencia al Creador. El ángel ve en la plaga una acción bondadosa del Creador, encaminada a la conversión de los infieles. El ángel de las aguas era el genio protector de este elemento, en conformidad con la teología judía, que colocaba al frente de toda criatura un ángel protector 17. Esta manera de pensar la encontramos también en el Apocalipsis. En Ap 7:1 se habla de los cuatro ángeles que tenían poder sobre los vientos; y en Ap 14:18 se hace referencia al ángel que ejercía poder sobre el fuego 18.

El ángel, en su cántico de alabanza, proclama ante todo la justicia de Dios. La actuación divina es intachable y plenamente justa, y está conforme con la petición de los mártires en Ap 6:10, para que el Señor ejerciese su justicia sobre los impíos. Después de llamar a Dios justo, el autor sagrado ensalza su eternidad, definiéndolo como el que es y el que era. En Ap 1:4, Dios era designado como "el que es, el que era y el que viene." Aquí se omite "el que viene," como en Ap 11:17, porque la venida del reino de Dios es considerada como ya realizada. Dios está ya presente y obrando como juez en el mundo y dirigiendo su Iglesia. Se le designa como el Santo, otra denominación que expresa la oposición de Dios al pecado y que tiene cierta afinidad con la justicia vengadora que aquí está ejerciendo. La razón de que Dios haya convertido el agua en sangre para castigar a los idólatras la ve el ángel en el hecho de que los impíos hayan derramado antes la sangre de los cristianos (v.6). Puesto que tanto amaban la sangre, bien merecida tienen la pena de no tener más que sangre para beber. Es una especie de ley del talión, de la cual se pueden percibir ciertos indicios en Ap 2:21-22 y en 14:8-10.

A la aprobación del ángel de las aguas se junta otra aprobación que procede del altar celeste: Sí, Señor, Dios todopoderoso, verdaderos ν justos son tus juicios (v.7). La voz del altar era muy probablemente la súplica de las almas de los mártires que están bajo el altar y que clamaban a Dios pidiendo justa venganza de su sangre 19. Esta voz que sale del altar repite con otras palabras el himno de alabanza entonado por el ángel de las aguas. El castigo de los perseguidores mostrará a un mismo tiempo la justicia de Dios y la fidelidad a sus promesas. El altar personificado, o mejor, la voz que viene del altar, centro de las súplicas humanas y de la intercesión angélica, expresa la conformidad de la voluntad de la Iglesia con la de Dios 20. Por eso, en Ap 8:3-5 y 9:13, las oraciones que suben del altar aceleran los castigos, pues éstos contribuyen a la implantación del reino de Dios y a la salvación de la humanidad. Las alabanzas dirigidas a Dios por el altar y el ángel de las aguas, aprobando la justicia divina, están compuestas de reminiscencias de varios salmos 21.

El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol (v.8), cuyo calor se hizo más intenso para atormentar a los moradores de la tierra. Estos, lejos de reconocer sus pecados y hacer penitencia de ellos, se desahogan en blasfemias contra Dios (v.g). La cuarta copa tiene cierta semejanza con la cuarta trompeta, en cuanto que la plaga afecta al sol; pero aquí, en lugar de oscurecerse, parece brillar con mayor ardor 22. En la literatura judía, especialmente la rabínica, se enseñaba que Dios se serviría del sol para abrasar a los impíos 23. Tanto la plaga de esta cuarta copa como la siguiente constituyen una amonestación al reino de la Bestia y a sus adoradores. Sin embargo, el resultado de esta amonestación es nulo. Los hombres, en lugar de ver en el castigo una providencia medicinal de Dios, blasfeman de su manera de proceder. Tal vez el autor sagrado aluda aquí al endurecimiento de los paganos del Imperio romano, que atribuyeron, en diversas ocasiones, a la impiedad de los cristianos las numerosas catástrofes tanto naturales como políticas de los primeros siglos.

Dios se gobierna en su providencia principalmente por la misericordia. Este es el atributo divino que sobre todos los otros predica la Sagrada Escritura, así del Antiguo como del Nuevo Testamento. Las mismas obras de la justicia van templadas por la misericordia, pues en ellas el propósito del Señor es que los hombres, amonestados con el castigo, se vuelvan a El por la penitencia. Este es el fin que se propone el Señor al mandar sobre la tierra los azotes simbolizados por las copas.

La pausa marcada por la reflexión del v.q, después de la descripción de las cuatro primeras calamidades, parece indicar el corte habitual (4 -f 3) que se da en todos los septenarios del Apocalipsis. Las cuatro primeras copas alcanzaron directamente a la naturaleza, y por ella, a los hombres. Las tres copas restantes herirán más directamente a los hombres.

El quinto ángel vertió su copa sobre el trono de la Bestia. Y el efecto producido por esta plaga es el oscurecimiento del reino de la Bestia (v.10). Se trata de Roma y del Imperio romano, tipo del reino terrestre enemigo de Dios. El oscurecimiento parece aludir al decaimiento de la potencia romana y de su esplendor. Las catástrofes materiales y las guerras intestinas del Imperio romano trajeron como consecuencia la pérdida de prestigio. Y la inseguridad del mañana dio motivo a depresiones nerviosas y morales. Por consiguiente, este azote no sólo produce dolores físicos, sino también morales. El orgullo de Roma y de sus moradores es herido, las ambiciones desilusionadas, la prosperidad del imperio ha desaparecido. La plaga de la quinta copa nos recuerda el oscurecimiento de los astros y del aire de la quinta trompeta 24 y la novena plaga de Egipto 25. El autor del libro de la Sabiduría 26 comenta la novena plaga de Egipto, ponderando los tormentos que los egipcios padecieron envueltos en espantosas tinieblas y como aprisionados por ellas. Esto mismo hace nuestro autor al decirnos que de dolor se mordían la lengua y blasfemaban del Dios del cielo a causa de las penas y úlceras que sufrían (v.11).

Ahora la Bestia es herida en su misma sede, desde donde el anticristo gobernaba y deslumbraba al mundo. Pero, a semejanza del faraón, con estas plagas se endurecieron más los paganos, y, lejos de arrepentirse, se revuelven contra Dios rabiosamente y blasfeman de él.

La sexta copa, lo mismo que la sexta trompeta 27, hace referencia al río Eufrates y al azote de la guerra (v.12). Este río, al ser derramada la copa del ángel sobre él, se secó, como antiguamente el mar Rojo 28 y el Jordán 29, para dar paso a los reyes partos, terror del Imperio romano. San Juan presenta siempre la guerra como la mayor calamidad exterior que se puede abatir sobre el mundo 30, siguiendo en esto el ejemplo de los profetas del Antiguo Testamento y la experiencia dolorosa de la historia. En la época de San Juan, el río Eufrates formaba la frontera oriental del Imperio romano, que luego Trajano — después de sus victorias sobre los partos — trasladó al río Tigris, incluyendo en el imperio una parte de la Mesopotamia. Detrás de esta frontera estaba el imperio de los partos, que durante mucho tiempo fueron una continua amenaza para las provincias orientales del Imperio romano y constituían el terror de Occidente. San Juan amenaza con la invasión de los partos, la cual sería tanto más de temer cuanto que el Imperio romano había quedado debilitado con el azote de la quinta copa. Además, el camino de los ejércitos enemigos quedaba expedito una vez seco el río que de ordinario servía de valladar.

La invasión de los partos parece sugerir al autor sagrado una coalición de todos los reyes de la tierra, movilizados por el Dragón y las Bestias para dar la batalla definitiva contra la Iglesia. El Oragon vuelve a aparecer en el v.13. El vidente de Patmos lo había dejado sobre la arena herido y agotado 31; pero al mismo tiempo seguía vigilando y dirigiendo el trabajo de sus subordinados. La mención inesperada del Dragón "muestra una vez más — como dice el p. Alio — la perfecta continuidad de toda esta parte" del Apocalipsis 32. San Juan ve al Dragón, a la Bestia y al falso Profeta, el cual no es otro que la segunda Bestia, parecida a un cordero, pero que hablaba como el Dragón 33. De la boca de estos tres salen otros tantos espíritus impuros, demoníacos, que tienen la forma de ranas (v.15). Con esta gráfica imagen parece querernos indicar el hagiógrafo cuál es su modo de obrar. Son verdaderos charlatanes — el rumor de su elocuencia recuerda un poco el croar de las ranas — que, con sofismas, mucha palabrería y falsos prodigios, engañan a los pueblos. Su acción es tan seductora que inducen a los reyes a unirse al gran ejército que se prepara para combatir contra la Iglesia (v.14). La imagen de las ranas tal vez haya sido sugerida por una de las plagas de Egipto 34. La rana era un animal impuro 35. Por eso, muchos Santos Padres han visto en estas ranas el símbolo de las tentaciones sexuales impuras. San Agustín, sin embargo, ve en ellas más bien la representación de la vanidad: "Rana est loquacissima vanitas." 36 La interpretación más común hoy día es la que ve en las ranas el símbolo de los seductores, que con gran maña se las arreglan para sembrar la desunión, las rencillas, la suspicacia y todo lo que pueda conducir a la guerra 37.

Los tres espíritus en forma de ranas corresponden, por contraste, a los tres grandes ángeles de Ap 14:6-12. Los tres espíritus demoníacos trabajan para el Dragón, lo mismo que los tres ángeles amones-tadores trabajan para el Cordero. Y como el Dragón hacía prodigios, así también sus auxiliares infernales los hacen 38. Tienen como misión el atraer a los reyes de la tierra a la causa del Dragón y juntarlos en la batalla final contra el Cordero 39. Pero, en realidad, se juntarán para el día grande del Dios todopoderoso, que domina a todos los ejércitos, tanto los ejércitos del bien como los del mal. El gran día de Dios es aquel en que el Señor vencerá y exterminará totalmente las fuerzas del mal40.

Ante el terror que este anuncio podía suscitar entre los mismos fieles, Jesucristo en persona interrumpe el septenario para dirigirles unas palabras que les infundan confianza. Cristo anuncia su propia venida (v.15), que será como el contrapeso de la invasión de los reyes de la tierra. La batalla del gran día, que sería el último de los episodios que habían de preparar la venida de Cristo 41, traía a la memoria de los cristianos el día de la parusía, el día de la recompensa, por el que suspiraban con paciencia. Ante la amenaza del Dragón y de los que sostienen su causa, el Salvador hace una advertencia invitando a la vigilancia, como ya lo había hecho en el Evangelio 42. La bienaventuranza de la vigilancia es una de las siete que se encuentran en el Apocalipsis43. El que vela se supone que está vestido, y de este modo guarda sus vestidos. En cambio, el que se acuesta a dormir se despoja de sus vestidos, y si luego, durante el sueño, suena una voz de alarma, no tendrá tiempo de vestirse y tendrá que huir desnudo 44. Los vestidos que el cristiano ha de guardar simbolizan las obras buenas, verdadero ornamento del alma, la fe que obra por medio de la caridad y la gracia45. Si no están vestidos con estas obras buenas se expondrán a la vergüenza de verse desnudos y a que queden al descubierto sus infidelidades al Señor 46.

El anuncio de la venida de Cristo es el intermedio o interrupción habitual que suele poner el autor del Apocalipsis en todos los septenarios. Es una amonestación colocada entre la sexta y la séptima copa, parecida a las consideraciones intercaladas entre el sexto y el séptimo sello 47, entre la sexta y séptima trompeta 48. Esto prueba la perfecta unidad y estructura literarias del Apocalipsis.

La batalla que preparan los espíritus demoníacos tendrá lugar en Harmagedón (v.16), que en hebreo significa montaña de Meguido (Har-Megidon) 49. Por consiguiente, parece tener relación con la ciudad de Meguido, situada en la llanura de Esdrelón, en Palestina, al pie de las montañas que prolongan el monte Carmelo. Esta ciudad era tristemente célebre en la antigüedad por ser un lugar de batallas y de desastres, ya que era lugar estratégico en la ruta caravanera que iba de Egipto a Siria, En este lugar se dio la batalla entre Barac y Sisara, que terminó con la derrota y la muerte de este último 50. A la ciudad de Meguido vino a morir Ocozías, rey de Judá, herido de muerte por Jehú 51. Y sobre todo era lugar de tristes recuerdos para los israelitas, porque en Meguido fue derrotado y muerto el piadoso rey Josías, en la batalla entablada contra el faraón Necao II (609 a. C.) 52. Desde entonces Meguido quedó como lugar proverbial para simbolizar un llanto nacional53 por la muerte del piadoso rey de Judá 54. Por todo lo cual, Meguido es un lugar simbólico de desastres, ya que anuncia con su siniestra fama la derrota que espera a las huestes del anticristo. Como la ciudad de Meguido estaba al borde de la llanura de Esdrelón y al pie de la montaña, el autor sagrado tal vez haya querido combinar la tradición del lugar en donde morían los reyes con la de Ezequiel55, en donde se habla del enemigo escatológico de Israel, exterminado sobre los montes 56.

El séptimo ángel derramó su copa en el aire (v.1v), para que todos los elementos experimentasen el efecto de la cólera divina. Además, hay que tener en cuenta que los aires, o el cielo atmosférico, son la región en que moran los espíritus malignos, a quienes el Señor quiere castigar. Después que el ángel vació la copa se oyó una voz que salió del templo, del mismo trono de Dios, y que, por lo tanto, hemos de considerar como pronunciada por Dios mismo. La gran voz decía: Hecho está, es decir, se acabó. No se trata precisamente del fin del mundo, sino de la ejecución de un decreto particular de Dios, que tendrá grandísima importancia para la Iglesia. Se refiere a la ruina de Roma, que era el más poderoso imperio de la Bestia y del Dragón. La ruina de Roma será a su vez símbolo de la ruina de otros imperios anticristianos que se le asemejarán. Al toque de la séptima trompeta, voces celestes proclamaban que se había realizado, que había llegado el reino de Dios 57. Con el derramamiento de la séptima copa ha quedado consumada la ira de Dios 58, dejando expedito el camino para el establecimiento del reino de Cristo59. Ante la obcecación de los paganos, que no quieren ver en los azotes la mano amorosa de Dios que los llama al arrepentimiento y a la conversión, el Señor se ve obligado a implantar el reino de Cristo por medio de la fuerza victoriosa 60.

Los fenómenos cósmicos que siguen a la efusión de la séptima copa (v.18), parecidos a los que siguieron al toque de la séptima trompeta 61, se han de interpretar en conformidad con el simbolismo apocalíptico. Los relámpagos, los truenos y terremotos constituyen un signo de una intervención especial de Dios en el mundo 62. El terremoto de que nos habla aquí San Juan fue extraordinariamente fuerte, con lo cual se quiere dar a entender la importancia trascendental del momento 63. Todos estos fenómenos meteorológicos y sísmicos, frecuentes en el estilo apocalíptico, significan el trastorno de las potencias humanas, necesario para llegar a una época de paz y de bendición.

El primer efecto de la intervención divina fue el desmoronamiento de Roma y de su poder (v.1q). La gran ciudad de Babilonia (Roma) quedó dividida en tres partes, es decir, fue abatida su potencia y su fuerza. Sus transgresiones fueron recordadas delante de Dios, por lo cual se le dio a beber el cáliz del vino del furor de su cólera. Dios, que había ido retardando el castigo de Roma perseguidora, en la esperanza de su conversión, desencadena ahora su ira concentrada contra ella. Juntamente con Roma se hundieron las ciudades de las naciones, que representan las capitales de las provincias del Imperio romano. Tal vez San Juan se refiera a ciertas ciudades del Asia Menor que él mismo había visto arrasadas por terremotos.

No es raro que los movimientos sísmicos hagan aparecer o desaparecer las islas en medio del mar. Las islas que huyen y las montañas que desaparecen (v.20) simbolizan la caída y la transformación de los grandes imperios64. En el azote del sexto sello, las islas se mueven de su lugar65; aquí, en cambio, huyen, y los montes desaparecen. Son expresiones hiperbólicas para expresar la magnitud de la catástrofe desencadenada por la séptima copa. La imagen de la turbación de las islas y, especialmente, de las montañas es un lugar común de la apocalíptica judía66. Pero en la mente del autor sagrado todo lo dicho no se refiere al fin del mundo ni al juicio final contra el Dragón; todavía no ha llegado el fin del cielo y de la tierra, sino que alude a la ruina de una realidad histórica, del Imperio romano, que revivirá bajo otras formas, pues la Bestia continúa subsistiendo. Además, el v.21 nos habla expresamente de hombres que aún continuaban viviendo sobre la tierra, los cuales fueron víctimas de una extraordinaria granizada. Durante esta tormenta de granizo cayeron piedras que pesaban cerca de cuarenta kilos. El talento era un peso equivalente a unos 39 kilogramos. Este azote corresponde a la séptima plaga de Egipto 67; y también nos recuerda las granizadas enviadas por Dios contra los enemigos de Josué en Bethorón 68 y contra las huestes de Gog 69. Estas piedras de granizo tan enormes representarían metafóricamente, según Bossuet, el peso aplastante de la cólera de Dios.

A pesar de todas estas calamidades, los hombres impíos, como el faraón del Éxodo, lejos de convertirse a Dios, se levantan contra El y le blasfeman. Es una constatación dolorosa, de la cual ya se ha hablado al final de la serie de calamidades desencadenadas por las trompetas 70. Aunque la misericordia infinita de Dios busca mediante estos azotes la conversión del mundo pagano, los hombres malvados se endurecen en su impiedad. Esto nos trae a la memoria las misteriosas palabras de Yahvé a Isaías: "Ve y di a ese pueblo: Oíd y no entendáis, ved y no conozcáis. Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus oídos, cierra sus ojos. Que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni entienda su corazón, y no sea curado de nuevo."71 Y también nos recuerda el dicho de Jesús a los fariseos: "Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no sabéis discernir las señales de los tiempos."72

En la visión de las siete copas — como en los demás septenarios del Apocalipsis — tenemos un cuadro de la acción de Dios contra el reino de Satán. A pesar del grande aparato de la fuerza del Dragón, con el cual parece indicar que podría acabar fácilmente con la Iglesia, sus esfuerzos resultan vanos. La Iglesia tiene en su favor el poder divino, que en apariencia es flaco, pero en la realidad es fuerte. Por eso, los fieles deben confiar en que alcanzarán la victoria definitiva. Querer averiguar el significado concreto de los diversos efectos producidos por las copas, como por las trompetas y los sellos, no siempre nos es concedido. Tal vez, en la mente del autor sagrado, este cuadro no era más que una especie de parábola, en la cual hay que buscar sólo el sentido general del cuadro y no el especial de cada elemento. ¡En tantos otros cuadros semejantes de los profetas tenemos que seguir la misma norma!

 

1 Ap 8-9. — 2 Ex 7-10. — 3 Ap 15:1. — 4 Gf. S. Bartina, o.c. p.743. — 5 Ap 9:14-15- — 6 Ex 9:8-12; Dt 28:27.35- — 7 Ap 8:7. — 8 Ap 9:3-5. — 9 Ap 14:9-11. — 10 Cf. Dt 28:15.27.35- — 11 Ap 15:2. — 12 Ex 7:14-24. — 13 Ap 8:8-9. — 14 Ap8:8. — 15 Ap 8:10-11. — 16 Ex 7:14-25; Sal 78:44- — 17 Gf. M. Hackspill, L'angélologie juive a l'époque néo-testamentaire: RB 11 (1902) 527-550. — 18 Gf. Libro de Henoc 66:1-2. — 19 Ap 6:9-11. — 20 E. B. Allo, o.c. p.256. — 21 Sal 19:10; 99:3; 119,137; 145:17- — 22 Ap 8:12. — 23 Cf. J. bonsirven, o.c. I p-527; strack-billerbeck, o.c. IV p.iioa. — 24 AP 9:2. — 25 Ex 10:22-23. — 26 Sab 17:1-18:25. — 27 Ap 9:13-21. — 28 Ex 14:21.29. — 29 Jos 3:13-17. — 30 Ap 6:4; 9:13-21; 14:19-20; 17:16; 19:17-21; 20:7-' — 31 Ap 12:18. — 32 E. B. Allo, o.c. ρ.259· — 33 Ap 13:11.14; 19:20. — 34 Ex 8:1-10. — 35 Lev 11:10-12. — 36 San Agustνn, In Psalmos 77:27. — 37 M. García Cordero, o.c. ρ.ΐ73· — 38 Ap 12:15; 13:2-3; 13:13; 19:20. — 39 Ap 17:14; 19:11-21. — 40 Ap 6:17; 17:14; 19:19-21; cf. 2 Pe 3:12. — 41 Ap 19:1933. — 42 Mt 24:43; Lc 12:39-40. — 43 Ap 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7.14- — 44 Cf. Mc 14:51-52. — 45 Ap 3:4-5! 19:8. — 46 M. García Cordero, o.c. p.174. — 47 Ap 7:1-17- — 48 Ap 10:1-11:14. — 49 Cf. J. Jeremías, "Ap Μαγεδών, en Teologisches Worterbuch zum Ν. Τ. Ι p.467-468; C. Watzinger, Tell el-Mutesellim (Leipzig 1929); C. Fischer, The Excavation of Armagedon (Chicago 1929); P. Guy, New Lightfrom Armageddon (Chicago 1931); F. Hommel-ch. C. Tor-Rey, Armageddon: The Harvard Theol. Review 31 (1938) 238-250; R. Lamon-g. Shipton, Megiddo: I-II Seasons 0/1925-1934 and 1935-1939 (Chicago 1939-1948); A. Alt, Megiddo.: Zatw 6o (1944) 67-85. — 50 Jue 4-5- — 51 2 Re 9:27. — 52 2 Re 23:29-30; 2 Crón 35:22. — 53 Zac 12:11. — 54 2 Crón 35:20-24 — 55 £238:8.21; 39:2.4.17- — 56 A. Gelin, o.c. p.644; E. B. Allo, o.c, p.261. — 57 Ap 11:15. — 58 Ap 15:1. — 59 E. B. Allo, o.c. p.262. — 60 Ap 20:4-6. — 61 Ap 11:19. — 62 Ex 19:18; Mc 13:19; Ap 7:12-17; 11:13.19. — 63 S. Bartina, o.c. p.752. — 64 Cf. Ap 6:14. — 65 Ap 6:14. — 66 Sal 46:3; Ez 26:18; 38:20; Nah 1:5; Ap 6:12-16. — 67 Ex 9:22-25. — 68 Jos 10:11. — 69 Ez 38:22. — 70 Ap 11:1-14; Cf. 9:20-21. — 71 Is 6:9-10. — 72 Mt 16:3.

 

 

Capítulo 17.

El Castigo de Babilonia, 17:1-19:10.

En esta última parte del Apocalipsis, de gran trascendencia para los cristianos contemporáneos de San Juan, se nos describe el exterminio de los adversarios de la Iglesia. Primero será la ruina de Roma (17:1-19:10), después la derrota y la captura de las dos Bestias — culto imperial y sacerdocio pagano (19:11-21) — y, en fin, encadenamiento del Dragón (20:1-3).

La visión de los capítulos 17:1-19:10, que debía de tener una grandísima importancia para los primeros lectores del Apocalipsis, desarrolla lo que acaba de ser ejecutado por la séptima copa. San Juan nos va a describir en esta sección el aniquilamiento de la gran ciudad de Babilonia (Roma), la enemiga por excelencia de la expansión de la Iglesia en el mundo. Su caída ya había sido anunciada por dos veces en los capítulos anteriores *. El autor sagrado representa a la ciudad de Babilonia (Roma) bajo la figura de una mujer, según el uso bastante corriente en el Antiguo Testamento 2. Como ciudad, Roma se opone a Jerusalén, como mujer se opone a la Mujer del capítulo 12. Lo mismo que Jerusalén representa a la Iglesia, así Babilonia (Roma) simboliza la Iglesia del anticristo. Roma, la gran Prostituta que hace fornicar a los reyes de la tierra, es la antítesis de la Jerusalén nueva, la Esposa gloriosa del Cordero 3. Mientras Roma, la ciudad del lujo y del poder, será totalmente destruida, la ciudad santa, Jerusalén, durará por siempre.

El cuadro precedente de las siete copas de la cólera divina, derramadas sobre la tierra para castigo de los adoradores de la Bestia, no significa la ruina total de ésta ni de su imperio. La lucha de Dios contra la ciudad impía proseguirá hasta su definitiva destrucción, de la cual se habla en el capítulo 19:11-21.

La sección 17:1-19:10 se puede dividir en los siguientes puntos: i) La gran Ramera (17:1-7). 2) Simbolismo de la Bestia y de la Ramera (17:8-18). 3) Un ángel anuncia solemnemente la caída de Babilonia-Roma (18:1-3). 4) El pueblo de Dios ha de huir de Babilonia (18:4-8). 5) Descripción de la ruina de Babilonia mediante los lamentos de los que vivían en ella (18:9-19). 6) Regocijo de los santos (18:20-24). 7) Cántico triunfal en el cielo (19:1-10).

 

La gran Ramera, 17:1-7.

l Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo, y me dijo: Ven, te mostraré el juicio de la gran Ramera que está sentada sobre las grandes aguas, 2 con quien han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se embriagaron con el vino de su fornicación. 3 Llevóme en espíritu al desierto, y vi una mujer sentada sobre una bestia bermeja, llena de nombres de blasfemia, la cual tenía siete cabezas y diez cuernos. 4 La mujer estaba vestida de púrpura y grana, y adornada de oro y piedras preciosas y perlas, y tenía en su mano una copa de oro, llena de abominaciones y de las impurezas de su fornicación. 5 Sobre su frente llevaba escrito un nombre: Misterio: Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra. 6 Vi a la mujer embriagada con la sangre de los mártires de Jesús, y, viéndola, me maravillé sobremanera. 7 Díjome el ángel: ¿De qué te maravillas? Yo te declararé el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva, que tiene siete cabezas y diez cuernos.

 

Para mostrar el enlace del presente capítulo con el precedente, el vidente de Patmos nos presenta a uno de los siete ángeles de las copas, que dirige la palabra al profeta, diciéndole que quiere mostrarle el juicio de la gran Ramera sentada sobre las grandes aguas (v.1). Esta Ramera será pronto identificada con Babilonia (Roma)4, tipo de la ciudad del diablo. La prostitución, en lenguaje profético, era símbolo de la idolatría. Israel, la esposa de Yahvé, al entregarse al culto idolátrico, abandonaba a su legítimo esposo yéndose con otros 5. De ahí que la idolatría sea llamada fornicación. En Nahum 6, Nínive es representada como una meretriz, y lo mismo Tiro en Isaías 7. En Ezequiel 8 se describe a Israel bajo la forma de una mujer hermosa que se deja llevar del amor a los ídolos y abandona a Yahvé. En el Apocalipsis, esa fornicación será el culto idolátrico a Roma y a sus emperadores, sin excluir el culto pagano que en todo el imperio se tributaba a los dioses. El epíteto de Ramera que el autor sagrado da a Roma probablemente no sólo se refiere a su idolatría, sino también a la corrupción de costumbres y a los ritos licenciosos que se permitían en ciertos cultos paganos 9.

Las grandes aguas sobre las cuales estaba sentada Roma, representan los pueblos y naciones sobre los que ejercía su dominación, como nos declarará luego el autor sagrado en el v. 15. Las aguas de por sí indican inestabilidad. Por eso, Roma, asentada sobre las aguas inestables de las naciones, caerá y se arruinará. La imagen se inspira en Jeremías 10, que la aplica a Babilonia, sentada sobre el río Eufrates y sus canales, o también en Ezequiel u cuando habla de Tiro, que tenía su morada en medio de los mares. Pero al no convenir literalmente a Roma, que no estaba situada junto al mar ni junto a grandes ríos, San Juan la interpreta simbólicamente. A no ser que pensemos que para el vidente de Patmos, como para todo el que mirase a Roma desde Asia, aparecía sentada en medio del Mediterráneo. En cuyo caso habría que entender las palabras de nuestro texto en sentido literal.

Con Roma han fornicado los reyes vasallos, edificándole templos y celebrando fiestas en su honor. Y con su ejemplo arrastraron a las respectivas naciones a las prácticas idolátricas del culto imperial, embriagándolos con el vino de su fornicación (v.2). Un proverbio antiguo decía que Venus y Baco suelen andar juntos. Por eso, el ángel habla aquí del vino embriagador de la fornicación. Roma, por su parte, acogía con complacencia todos los cultos y dioses extranjeros que acudían a sus puertas. Una muestra de esto la tenemos en el Panteón, edificado precisamente para albergar a todos los dioses 12. Esto explica el que San Juan considere a Roma como la gran Meretriz que con su idolatría (fornicación) embriagaba a todos los moradores de la tierra.

El ángel lleva al vidente al desierto, como en 21:10 será trasladado también en espíritu a un monte muy alto desde el cual puede contemplar la ciudad de Jerusalén. El desierto es, por lo tanto, el escenario de la visión, porque, según la tradición judía, el desierto era el lugar en donde habitaban los espíritus impuros y las bestias salvajes 13. Otros autores, en cambio, interpretan esto en un sentido más espiritual: desierto significaría la soledad en que vive la Ramera entregada a la idolatría. Sería el desierto de la vida sin Dios, bien distinto de la soledad recogida en donde encontró refugio la Mujer de Ap 12. En este desierto el ángel le muestra a la Ramera sentada sobre una bestia bermeja, o sea de color rojo vivo escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos y el cuerpo cubierto de nombres de blasfemia (v.3), como en Ap 13:1. Esta descripción de la Bestia corresponde a la que ya encontramos en el capítulo 13, y parece ser la misma, es decir, Roma, no obstante alguna diferencia de detalle. Según el v.8, la Bestia parece identificarse con Nerón en persona, como veremos después. El color bermejo de la Bestia diría relación con la pantera, que, con el tigre, es la fiera más sanguinaria. El color rojo vivo escarlata también podría aludir a la sangre de sus persecuciones. O bien podría simbolizar la púrpura imperial, la magnificencia del Imperio triunfante sobre el cual cabalgaría Roma. La Ramera representa, por consiguiente, a Roma llevada por la Bestia-Imperio, que aparece toda cubierta de nombres de blasfemia, como en Ap 13:1. Los nombres blasfemos que cubren la Bestia son los epítetos divinos tributados a los emperadores romanos y las innumerables divinidades a las que se daba culto en el Imperio. La Bestia tiene siete cabezas, que simbolizan las siete colinas de Roma (cf. v.9), y diez cuernos, que designan a otros tantos reyes vasallos (cf. v.16). El arte asiático nos ofrece frecuentemente la imagen de dioses cabalgando sobre sus animales simbólicos. Así, la diosa Cibeles era transportada en un carro tirado por leones, y Zeus Doliquenus era representado de pie sobre un toro 14.

La mujer que cabalgaba sobre la Bestia iba vestida de púrpura y grana, adornada de todo género de joyas, y en su mano llevaba una copa de oro (v.4). La púrpura era un vestido de lujo, propio de los emperadores y de los reyes 15. Y la grana puede representar la sangre de los mártires derramada por la misma Bestia 16 y con la cual se embriagaba (v.6). La gran Ramera estaba adornada de oro y piedras preciosas y de perlas, que simbolizan las grandes riquezas que había acumulado con su meretricio. Las prostitutas de Roma y de Grecia tenían fama de adornarse hasta el exceso con púrpura, joyas y piedras preciosas. La suntuosidad del atuendo manifiesta claramente el lujo y la riqueza de la mujer, que, como reina, tenía la soberanía sobre todos los reyes de la tierra 17. Hasta qué extremo llegaron este lujo y riquezas nos lo indican bien los lamentos de los mercaderes en Ap 18:11-19. También se podrían ver en todos esos adornos los monumentos de Roma, verdaderas joyas arquitectónicas que adornaban a la capital del Imperio.

La Ramera llevaba, además, en su mano una copa de oro que contenía todas las abominaciones e impurezas de su fornicación. Es la copa que ofrece a todos los pueblos para embriagarlos, imponiéndoles el culto imperial18. Las abominaciones y suciedades que llevaba en la copa simbolizan los cultos idolátricos y las costumbres licenciosas de la Roma pagana. Tácito dice a este propósito: "Quo cuneta undique atrocia aut pudenda confluunt celebranturque" 19. La gran Ramera, adornada con todas las vanidades de la tierra, contrasta con la Mujer del capítulo 12, vestida de sol y coronada de estrellas 20.

San Juan puede leer también el nombre de la gran Meretriz, que llevaba escrito sobre su frente. Parece que era costumbre de las prostitutas romanas — según el testimonio de Séneca y Juvenal — llevar su nombre escrito en la frente. Conforme a tal uso, esta madre de las rameras llevaba también escrito el suyo (v.5). Pero el nombre que lee el vidente de Patmos está cifrado, no es el verdadero, que sería peligroso declarar, sino otro convencional, alegórico, misterioso. Es un secreto que sólo conocen los iniciados. El nombre escrito sobre su frente es Babilonia la grande. No se trata evidentemente de la Babilonia de Mesopotamia, que en aquel tiempo ya no existía, sino de Roma, la perseguidora de los cristianos. El designar a Roma con el nombre de Babilonia era un simbolismo ya conocido en aquellos tiempos 21. Lo mismo que la Babilonia histórica, opresora del pueblo judío y destinada por Dios a la destrucción 22, así también Roma sufrirá las consecuencias de la ira divina. En el Apocalipsis, siempre que se habla de Babilonia, se la llama la grande 23, como aquí. Roma, la segunda Babilonia, es la madre de las abominaciones de la tierra, porque tolera, crea y nutre en las demás naciones de su Imperio el culto idolátrico de los emperadores y todas las perversiones religiosas y morales inimaginables.

San Juan, al ver la mujer embriagada con la sangre de los mártires, se maravilló sobremanera (v.6). No puede menos de admirar la aparición imponente de Roma con todas sus riquezas y esplendor, que pronto será precipitada en el abismo. Porque la metrópoli de la idolatría se ha convertido en perseguidora de los cristianos. Esto debe de ser, probablemente, una alusión a la persecución de Nerón. Roma se ha hecho culpable del crimen de la idolatría y del asesinato de los fieles lo mismo que Jerusalén en el profeta Ezequiel 24. El embriagamiento con la sangre es una metáfora bastante común. Plinio el Viejo, hablando de Marco Antonio, dice que estaba "ebrius iam sanguine civium." 25 La razón de que se dé a Roma tanta importancia en el Apocalipsis está en ser la perseguidora del nombre de Jesús en sus fieles. Sólo Roma se había levantado contra la Iglesia y contra lo que la Iglesia significaba en el mundo.

Ante la admiración de San Juan al ver a aquella gran reina que era Roma, el ángel se ofrece para explicarle el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva (v.7). Este es un procedimiento muy frecuente en la literatura apocalíptica. La admiración, dicen los psicólogos, supone alguna ignorancia de lo que se ve o se oye, y ésta es la que va a disipar el ángel intérprete. Pero, a la verdad, la explicación que se atribuye al ángel necesita mucha luz para entenderla, ya que muchas cosas permanecen bastante oscuras. El ángel se detendrá principalmente en la explicación de la Bestia que soporta a la mujer. Esto es explicable si se tiene en cuenta que la gran Ramera es sólo un instrumento de la Bestia. El ángel explica el misterio de la Bestia empleando fórmulas misteriosas que, si bien para sus contemporáneos resultarían más inteligibles, para nosotros resultan indescifrables. Es esto algo propio del género apocalíptico. Además, resultaba peligroso para Juan y los cristianos decir las cosas demasiado claras, ya que se trataba de la condenación de Roma y del anuncio de su próxima ruina. Sin embargo, la explicación que da el ángel prepara en cierto sentido el camino para una mejor comprensión del misterio. Algo semejante encontramos en el libro de Daniel, en donde el autor sagrado presenta a voces celestes que explican visiones con palabras misteriosas o enigmas difíciles de entender 26. Y en la literatura extrabíblica se encuentran descripciones apocalípticas muy parecidas. En el libro 4 de Esdras se presenta un águila con doce alas y tres cabezas, que representa a Roma y a su Imperio 27.

 

Simbolismo de la Bestia y de la Ramera, 17:8-18.

8 La bestia que has visto era, pero ya no es, y está a punto de subir del abismo y camina a la perdición; y se maravillarán los moradores de la tierra, cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida desde la creación del mundo, viendo la bestia, porque era y no es, y reaparecerá. 9 Aquí está el sentido, que encierra la sabiduría. Las siete cabezas son siete montañas sobre las cuales está sentada la mujer, 10 y son siete reyes, de los cuales cinco cayeron, el uno existe y el otro no ha llegado todavía; pero, cuando venga, permanecerá poco tiempo. 11 La bestia, que era y ya no es, es también un octavo, que es de los siete, y camina a la perdición. 12 Los diez cuernos que ves son diez reyes, los cuales no han recibido aún la realeza, pero con la bestia recibirán la autoridad de reyes por una hora. 13 Estos tienen el solo pensamiento de prestar a la bestia su poder y su autoridad.14 Pelearán con el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque es el Señor de señores y Rey de reyes, y también los que están con El, llamados, y escogidos, y fieles.15 Me dijo: Las aguas que ves, sobre las cuales está sentada la ramera, son los pueblos, las muchedumbres, las naciones y las lenguas. 16 Los diez cuernos que ves, igual que la bestia, aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda, y comerán sus carnes, y la quemarán al fuego. 17 Porque Dios puso en su corazón ejecutar su designio, un solo designio, y dar a la bestia la soberanía sobre ella, hasta que se cumplan las palabras de Dios. 18 La mujer que has visto es aquella ciudad grande que tiene la soberanía sobre todos los reyes de la tierra.

 

Ante todo advertimos que la Ramera y la Bestia, sobre la cual cabalga, significan una sola cosa, la misma que la Bestia de Ap 13, 1Ss, es decir, la Roma perseguidora de Cristo y de su Iglesia.

El ángel dice a Juan que la Bestia que ha visto era, pero ya no es, y está a punto de subir del abismo y camina a la perdición (v.8). El versículo 8 contiene una alusión bien clara a la leyenda del Nero redux y redivivus. Por eso, la Bestia debe de simbolizar a Nerón, muerto ya desde hacía tiempo, pero que la creencia popular afirmaba que había de volver un día al frente de los partos para vengarse de Roma 28. Aquí parece que sube del Hades. El libro apócrifo la Ascensión de Isaías, en cambio, lo presenta descendiendo de su firmamento: "Después de los días de la consumación descenderá Belial, el gran príncipe, el rey de este mundo, que lo ha dominado desde que existe; y descenderá de su firmamento bajo la forma de un hombre, rey de iniquidad, asesino de su madre, el cual es también rey de este mundo. Y perseguirá la plantación que habrán plantado los doce apóstoles del Muy-Amado." 29 Los Oráculos sibilinos 30 también lo presentan como el asesino de su madre, que viene de las extremidades de la tierra. "Vendrá — dice uno de estos Oráculos sibilinos 31 — de la extremidad de la tierra el hombre que ha asesinado a su madre." Las extremidades de la tierra en este caso hacen referencia a las regiones de los partos, de donde se creía que vendría el anticristo bajo la forma de Nerón redivivo. En este sentido, Sulpicio Severo dice hablando de Nerón: "Creditur. sub fine saeculi mittendus, ut mysterium iniquitatis exerceat." 32 Y San Agustín refiere que en su tiempo había bastantes que aplicaban a Nerón las palabras de San Pablo en su 2 Tes 2:9, y veían en él al anticristo que había de venir: "Unde nonnulli ipsum resurrecturum et futurum antichristum suspicantur." 33

Las expresiones era y no es y reaparecerá del v.8 vienen a ser como un remedo del nombre divino, designado como el que era y el que es 34. Igualmente la herida que tenía la Bestia 35 era la parodia de la herida del Cordero. La reaparición de la Bestia constituye también una imitación de la parusía de Cristo. De esta manera, el autor del Apocalipsis nos da un paralelismo casi completo de la Bestia respecto del Cordero.

La reaparición de la Bestia que sube del abismo o seol es una especie de resurrección que maravillará a los moradores de la tierra cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida desde la creación del mundo (v.8). Los moradores de la tierra designan aquí, como en general en todo el Apocalipsis, a los enemigos de Dios y de su Iglesia. Son los que adoraron a la Bestia, y como idólatras, su nombre no está escrito en el libro de la vida. Según el lenguaje de la Escritura, Dios tiene su libro, en el cual están escritos los que El tiene destinados para la vida. Aquí se trata del libro de los predestinados, donde se hallan escritos los nombres de los que están predestinados para la vida eterna.

Como con lo dicho aún queda bastante oscuro el misterio de la Bestia, el ángel va a añadir alguna aclaración más. Pero la explicación que da permanece todavía enigmática, pues motivos de prudencia no permitían aclararlo más. Por eso, la explicación va dirigida al que tiene inteligencia (v.9). Pues bien, el ángel afirma que las siete cabezas son las siete colinas sobre las cuales está sentada la mujer. Evidentemente se refiere a Roma, la ciudad de las siete colinas, urbs septicollis, de la que Horacio decía: "Di, quibus septem placuere colles." 36 Y Pimío el Viejo, hacia el año 70 d.C., también escribe de Roma: "Complexa septem montes." 37 Los siete montes o colinas sobre los cuales se asentaba Roma son los siguientes: Palatinum, Velia, Cermalus, Oppius, Cispius, Fagutal y Suburra 38. En realidad estos siete montes son más bien colinas, pero los mismos autores latinos los designan con el nombre de montes. Este es probablemente el texto más claro de todo el Apocalipsis, que nos demuestra cómo San Juan se refiere en sus visiones a la Roma imperial, perseguidora del nombre de Cristo.

Pero las siete cabezas designan, además, a siete reyes o emperadores, a los cuales se añade un octavo, que se identifica con la Bestia que era y ya no es (v.10-11). Por lo que se refiere a estos siete reyes, que encarnan al poder romano, conviene notar que el número de siete, en el lenguaje bíblico, se toma con frecuencia no en sentido aritmético, como suma de siete unidades, sino simbólico, como expresión de una totalidad perfecta. Esto conviene tenerlo en cuenta, porque tal vez nuestro autor toma aquí el siete en tal sentido.

Este pasaje ha dado lugar a muchos cálculos e interpretaciones. El vidente de Patmos parece que tiene en la mente ocho emperadores: los cinco primeros cayeron, es decir, han muerto; el sexto subsiste, el séptimo todavía no ha llegado, pero cuando llegue tendrá un reinado breve (v.10). El octavo, que forma parte de los siete precedentes, ha muerto; pero reaparecerá para ir a la perdición (v.11). Lo raro en esta visión de San Juan es que un emperador que ha de venir en octavo lugar ya había existido antes y era muerto cuando Juan tuvo la visión. Y, al mismo tiempo, ese octavo emperador se identifica con uno de los siete ya nombrados. Por consiguiente, una de las cabezas de la Bestia parece tener doble personalidad, pues representa a dos emperadores. Este es el enigma que exige un ejercicio agudo de inteligencia. Probablemente, para los lectores del Apocalipsis contemporáneos de San Juan era más fácil que para nosotros el comprender el enigma. A nosotros nos resulta casi imposible resolverlo satisfactoriamente. Las interpretaciones entre los autores modernos son variadísimas. La interpretación que nos parece más probable es la que ve en el octavo a Domiciano (81-96 d.C.), que fue considerado por sus contemporáneos como un nuevo Nerón: "portio Neronis de crudelitate," diría Tertuliano 39; el séptimo sería Tito, que reinó sólo tres años (79-81 d.C.); el sexto, Vespasiano (69-79 d.C.), bajo el cual habría tenido la visión San Juan. En cuyo caso, Galba, Otón y Vitelio serían considerados por el autor sagrado no como emperadores, sino como usurpadores 40. Los cinco primeros, que ya habían muerto, corresponderían a Nerón (54-68 d.C.), Claudio (41-54 d.C.), Calígula (37-41 d.C.), Tiberio (14-37 d· C.) y Augusto (31 a. C.-14 d.C.)41. Para otros autores, en cambio, el primero de estos cinco emperadores sería Nerón; el sexto, que aún existe, sería Domiciano, al cual sucederá el séptimo, que durará poco, y que correspondería al anciano Nerva, el cual reinó sólo dos años. Los cuatro que sucedieron a Nerón serían Galba, Otón, Vespasiano y Tito, descartando a Vitelio, que no llegó a sentarse en el trono de la ciudad imperial. También esta solución tiene sus probabilidades.

Después que los siete emperadores hayan muerto, el vidente de Patmos nos da a entender que no desaparecerá el Imperio romano, sino que continuará con otro emperador. Juan no se pronuncia sobre el número exacto de emperadores romanos que reinarán después de la muerte del séptimo, probablemente porque no lo sabía. Pero sí nos dice que la Bestia durará todavía un tiempo indefinido, porque después de los siete llega un octavo emperador. El número ocho significa la plenitud desbordante, en cuanto que supera al número siete, que simboliza la plenitud. Este octavo emperador será una nueva encarnación de la Bestia, y con él volverá a comenzar la serie de los augustos42. San Juan advierte que el octavo camina hacia la perdición, porque, en suma, los que luchan contra Dios y son enemigos de su Iglesia están condenados a la ruina.

Tal podría ser la exposición de este difícil pasaje, de esta verdadera crux interpretum del Apocalipsis.

Explicado el significado de las siete cabezas, pasa San Juan a dar la explicación de los diez cuernos de la Bestia, Estos diez cuernos representan, según la interpretación del ángel, a diez reyes vasallos del Imperio romano, que en las guerras concurrirán con sus tropas auxiliares a reforzar las legiones romanas. Los diez reyes no han recibido aún la realeza cuando Juan tuvo la visión, pero se les dará la autoridad regia que ejercerán junto con la Bestia por espacio de una hora (v.1a), es decir, por un breve período de tiempo. Según algunos autores (Charles, Loisy), San Juan vería en la Bestia a Nerón redivivus, que, ayudado por diez reyes partos — el número diez es una cifra estereotipada tomada de Daniel 7:24 —, sería restablecido en su trono. Y con el auxilio de estos mismos reyes destruiría Roma, y les haría partícipes — por poco tiempo, porque el dominio de la Bestia duraría poco — de su autoridad real sobre el territorio del Imperio romano. Otros autores (Swete, Alio, etc.), en cambio, ven en la Bestia al mismo Imperio romano, y en los cuernos, un cierto número de reyes bárbaros que en tiempo de Juan todavía no poseían el poder real dentro del Imperio. Estos reyes primeramente se asociaron con Roma y persiguieron a la Iglesia de Cristo, pero cuando vieron al Imperio debilitado por revoluciones intestinas, entonces se rebelaron contra Roma y cayeron sobre ella para destruirla (cf. v.16). P. Touilleux43 propone la hipótesis según la cual los diez reyes representarían el colegio sacerdotal de Atis, en Pesifonte (Galacia), que eran reyes titulares, pero no tenían poder real. No obstante, gozaban de una gran autoridad en la provincia de Galacia, en el Asia Menor. Sin embargo, es poco probable que la Bestia pudiera destruir a Roma con este puñado de sacerdotes de una provincia del Imperio44.

Los diez reyes solo piensan en prestar su apoyo y autoridad a la Bestia (v.13) para perseguir a los cristianos y luchar contra el Cordero. Pero el Cordero los vencerá, porque es el Rey de reyes y el Señor de señores (v.14). Con El vencerán los suyos, sus fieles y escogidos servidores que forman su ejército. Esta batalla y el triunfo del Cordero serán descritos en Ap 19:11-21; 20:7-10. Será el cumplimiento de lo que decía San Juan en Ap 2:26-27. El cristiano que sea fiel a su fe y se mantenga firme en la lucha contra el demonio es llamado vencedor en el Apocalipsis45. El Cordero logrará con toda certeza la victoria, porque es el Señor de señores y el Rey de reyes, es decir, el señor supremo y el rey supremo de todo el universo 46. Estas expresiones se encuentran ya en el Antiguo Testamento. En un pasaje del Deuteronomio 47 se dice que Yahvé es el Señor de los señores, o sea el amo, el dueño supremo de todos los poderes y de todos los señoríos de este mundo. Y el profeta Daniel nos refiere que Nabucodonosor proclamó a Yahvé, Dios de Israel, como Señor de los reyes 48, para dar a entender que Dios es el rey supremo de todos los reyes de la tierra y que a El deben someterse y prestarle rendida obediencia. San Juan aplica estos títulos divinos, que el Antiguo Testamento daba únicamente a Yahvé, a Jesucristo. De donde se deduce claramente que para el autor del Apocalipsis Cristo es verdadero Dios, y como tal invencible49.

El ángel, que hasta aquí ha hablado del simbolismo de la Bestia, comienza ahora a explicar el significado de la gran Ramera. Las aguas sobre las cuales estaba sentada la Ramera representan la muchedumbre de los pueblos, naciones y lenguas (ν.ΐζ) que forman el Imperio romano50. El mayor peligro para Roma residía en ese conglomerado de pueblos sobre los que se asentaba su poder imperial. Porque Roma los dominaba imperfectamente, y era de prever que un día se rebelarían contra ella y la arruinarían. Por eso, el ángel dice a Juan que de la muchedumbre de pueblos dominados por Roma surgirían diez reyes, representados por los diez cuernos, que habían de acabar con ella. El Cordero vencerá a la Ramera y a los diez reyes, como ya se dijo en el v.14. Pero para obtener esta victoria se servirá de sus mismos enemigos. La Bestia sobre la cual cabalgaba la Ramera aborrecerá a ésta y se unirá a los diez reyes para combatir contra la Ramera y destruirla (v.16). Por consiguiente, serán los mismos partidarios de la Meretriz los que se convertirán en sus destructores. Estos manifestarán su odio contra la gran Ramera, dejándola desolada, desierta de habitantes y de riquezas; desnuda de sus atavíos y joyas arquitectónicas; consumida por el saqueo y el bandidaje y destruida por el fuego. La ruina será completa e irreparable.

El castigo de la gran Ramera se inspira en Ezequiel51, en donde el profeta representa a Israel y a Judá bajo la imagen de dos hermanas de malas costumbres, que serán condenadas a la pena impuesta a las adúlteras. El castigo que aquí el autor del Apocalipsis nos anuncia como futuro se nos cuenta en Ap 19:11-21 como ya realizado. Y precisamente en el capítulo 19 del Apocalipsis, el vidente recurre de nuevo a Ezequiel 38-39, de donde tomó la imagen para describirnos la victoria. En estos capítulos de Ezequiel vemos incorporados al ejército de Gog pueblos innumerables, todos unidos en el deseo de acabar con el pueblo de Dios. Este mora tranquilo en sus ciudades sin murallas de Palestina, porque, como dirá el profeta Zacarías 52, el Señor será para ellos como una muralla de fuego. En el momento de mayor peligro Dios viene en ayuda de su pueblo, suscitando en el vasto campamento enemigo el espíritu de discordia, la guerra civil, que acabará con todos los enemigos. Pues tal será la victoria del Cordero contra la Ramera. Los suyos mismos se levantarán contra ella, la despojarán de sus ricos vestidos y de sus joyas y la entregarán al fuego. Cuando las legiones de Vespasiano, mandadas por su hijo Tito, entraron en Roma, hubieron de luchar en la ciudad misma con las legiones de Vitelio, y, en el ardor de la refriega, muchos monumentos, entre ellos el templo de Júpiter Capitolino, quedaron reducidos a pavesas. Y en el siglo ν los pueblos que habían estado al servicio de Roma fueron los que más contribuyeron a la caída del imperio de Occidente. Esto ya había comenzado a realizarse siglos antes. Tal debe de ser lo que aquí se propone significar el autor sagrado. El poder del Cordero se manifiesta haciendo que sus enemigos se destruyan unos a otros. Es la victoria más completa y la más barata.

La destrucción de Roma por sus propios aliados es, en la perspectiva teológica de San Juan, un efecto de un designio permisivo y providencial de Dios. El Señor es el que dirige la historia del mundo hasta el cumplimiento íntegro de sus designios. El, en los misteriosos designios de su providencia, queriendo castigar a la gran Ramera, ha dispuesto que los diez reyes se uniesen contra ella y la destruyesen. Pero, al mismo tiempo, también ha permitido que estos reyes cayesen bajo el dominio de la Bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios (v.17), con la destrucción de todas las potencias enemigas y la venida triunfal del reino de Jesucristo 53. San Juan considera la historia humana como una lucha continua entre las fuerzas del bien y del mal. Al fin terminarán por imponerse las fuerzas que defienden el bien.

El ángel termina revelando claramente la identidad de la gran Ramera (v.18). La mujer que has visto es aquella ciudad grande que tiene la soberanía sobre todos los reyes de la tierra. En el siglo i, en el que escribía Juan el Apocalipsis, la ciudad que tiene la soberanía sobre todos los reyes de la tierra, es decir, la capital del mundo de entonces, sólo podía designar a Roma. Además, el título de ciudad grande es empleado habitualmente para designar a Roma. Esta declaración del ángel, junto con la del v.q sobre la ciudad asentada sobre siete colinas, permite una interpretación segura de estos pasajes y de todo el Apocalipsis 54.

El P. Alio ve en el v.18 un fino sarcasmo, como si el autor sagrado dijera: ¿Ves esa ciudad cuya suerte miserable acabo de mostrarte? Pues bien, ella se cree, en su potencia presente, la dominadora perpetua de la tierra 55.

 

1 Ap 14:8; 16:19. — 2 Is 23:16-17; Nah 3:4. — 3 Cf. Ap 21.2SS. — 4 Ap 18:2-3. — 5 Os 1-2', Ez 16; 23. — 6 Nah 3:4. — 7 Is 23:16-17. — 8 Ez 16:15-63. — 9 Cf. Tácito, Amales 15:44. — 10 Jer 51:13. — 11 EZ28.2. — 12 M. García Cordero, o.c. p.178. — 13 Is 34:9-15; Le 11:24. — 14 Cf. Daremberg-Saglio, Dtct. cíes antiq., art. Cybéle p.1687; Contenau, Manuel d'ar-chéologie oriéntale (París 1927) I fig.143; M. García Cordero, o.c. p.179. — 15 Cf. Jn 19:2. — 16 Ap 18:23-24- — 17 Ap 17:18. — 18 Ap 14:8; 18:3.6.23; cf. Jer 51:7. — 19 Tácito, Annales 15.44· — 20 E. B. Allo, o.c. p.268. — 21 Cf. 1 Pe 5:13- — 22 Cf. Is 21:1-10; Jer 51. — 23 Ap 14:8; 16:19; 18:2. — 24 Ez 16:36-38; 23:37-45. — 25 Plinio El Viejo, Historia Naturalis 14:22:28 — 26 Dan 7:15-27; 8:15-26. — 27 4 Esd 12:10-34. Cf. S. Bartina, o.c. 1x758-759. — 28 Cf. Ap 17:16-17. Ver Tácito, Historia 2:8; Suetonio, Ñero 40.47.57. — 29 Ascensión de Isaías 4:2-3. Este apócrifo fue compuesto parte en el siglo i y siglo Ji d.C. parte en el — 30 Oráculos sibil IV 119-122.137-139; V 143-147.363. — 31 Oráculos sibil VIH 71. — 32 Historia sacra 2:29: PL 20:145. Acerca de la identificación de Nerón redivivo con el anticristo se pueden consultar R. H. Charles, The Ascensión of Isaiah (Londres 1900) p.LI-LXXIH; E. Tisserant, Ascensión d'Isaie (París 1909) p.29-31. — 33 De civitate Dei 20, 19 : PL 41,686. — 34 Ap 1:4.8; 4:8. — 35 Ap 13:3.14. — 36 Horacio, Carmen saeculare 7. — 37 Pumo el Viejo, Ilist. Nat. 3:9. — 38 Cf. U. E. Paoli, Urbs. La vida en la antigua Roma (Barcelona 1944) p.310-311.360. — 39 Apologeticum 5. Cf. R. Sghütz, Die Offenbarung des Johannes und Kaiser Domitian (Góttingen 1933); P. touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cybéle (París 1935); J- Moreau, A propos de la persecution de Domitien: La Nouvelle Clio 5 (1953) 121ss. — 40 El reinado de estos tres emperadores abarcó complexivamente un año y medio. Suetonpe: del Apocalipsis. — 41 A. Gelin, o.c. p.64y; L. Brun, Die Rómischen Kaiser in der Apokalypse: ZNTW 26 (1927) 128-151; L. Homo, Les empereurs romains et le christianisme (París 1931)· — 42 E. B. Allo, o.c. p.271. — 43 O.c. p.Sj. — 44 Cf. Dom Guiu M. Camps, o.c. p.325-326; A. Gelin, o.c. p.647. — 45 Ap 2:7.11.17.26; 3:5.12.21. — 46 Señor de señores y Rey de reyes son dos superlativos semíticos que expresan la señoría y la realeza supremas. — 47 Dt 10:17. — 48 Dan 2:47. — 49 S. Bartina, o.c., p.765. — 50 A propósito de esto se puede ver lo que dejamos dicho sobre Ap 17:1. — 51 Ez 16:39-4!; 23:25-29. — 52 Zac 2:5. — 53 M. Sales, o.c. p.666. — 54 Cf. J. Sickenberger, Die Johannesapokalypse und Rom: BZ 18 (1926) 270-282; Ρ. Κετ-Ter, Der rómische Staat in der Apokalypse: Trierer Theologische Studien (1941) 70-93; Ρ. Μ. Campos, Roma como corporificacáo do mal na literatura sibilina e apocalíptica: Revista de Historia 3:7 (1951) 15-47; S. Bartina, o.c. p.764-766; M. García Cordero, o.c. p. 180-184· — 55 E. B. Allo, o.c. p.27S.

 

 

Capitulo 18.

En el capítulo anterior se había anunciado la ruina de Roma (v.16). Pues bien, en el presente capítulo se cumple la destrucción de la gran Babilonia (Roma). Sin embargo, el autor sagrado no habla de la misma ruina de la gran ciudad, sino que anuncia la caída de ella en perfecto profetice, para destacar la certeza de su destrucción (v.1-3). A continuación, el vidente manda a los cristianos salir de la gran Babilonia (Roma) para que no sean envueltos en el castigo de ella (v.4-8). Después, el autor sagrado considera la ruina de Roma como ya realizada, y presenta a los reyes, a los comerciantes y marineros lamentándose de ella (v.9-19). Y, finalmente, en contraste con esos lamentos, presenta los cánticos jubilosos de los santos que celebran la justicia divina contra la gran Ramera (v. 20-24). ¡Roma no volverá a levantarse más!

 

Un ángel anuncia solemnemente la caída de Babilonia, 18:1-3.

1 Después de estas cosas vi otro ángel que bajaba del cielo con gran poder, a cuya claridad quedó la tierra iluminada. 2 Gritó con poderosa voz, diciendo: Cayó, cayó la gran Babilonia, y quedó convertida en morada de demonios, y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y abominable; 3 porque del vino de la cólera de su fornicación bebieron todas las naciones, y con ella fornicaron los reyes de la tierra, y los comerciantes de toda la tierra con el poder de su lujo se enriquecieron.

 

San Juan ve otro ángel, diferente del que ha sido mencionado San Juan ve otro ángel, diferente del que ha sido mencionado en Ap 17:1.7, bajar del cielo con gran poder y lleno de resplandeciente claridad (v.1). Lo cual da a indicar la importancia del mensaje que trae a la tierra. Desde lo alto del cielo atmosférico grita con poderosa voz, de suerte que pueda ser oída en toda la tierra, anunciando la ruina de Babilonia (Roma): Cavó, cayó la gran Babilonia (v.2). El ángel habla en perfecto profético, en términos semejantes a los de Ap 14:8, para significar la certeza de la ruina de Roma. Esta, de ciudad rica, poderosa y llena de esplendor, se convertirá en un montón de ruinas en donde moraran los demonios, los espíritus inmundos y las aves de mal agüero. Las expresiones del ángel nos recuerdan el estilo de los antiguos profetas, mostrando con esto cuan deudor es Juan de los antiguos en su parte literaria. Las primeras palabras del v.2, que anuncian la caída de Babilonia, están tomadas de Isaías 1. Las que siguen describen la gran desolación de las ruinas de la ciudad, expresada con palabras de varios profetas. Isaías anuncia que Edom será destruida y en sus ruinas "habitarán el pelícano y el mochuelo, la lechuza y el cuervo. Echará Yahvé sobre ella las cuerdas de la confusión y el nivel del vacío, y habitarán en ella los sátiros. En sus palacios crecerán las zarzas, y en sus fortalezas las ortigas y los cardos, y serán morada de chacales y refugio de avestruces. Perros y gatos salvajes se reunirán allí, y se juntarán allí los sátiros. Allí tendrá su morada el fantasma nocturno, y hallará su lugar de reposo. Allí hará su nido la serpiente y pondrá sus huevos, los incubará y los sacará. Allí se reunirán los buitres y se encontrarán unos con otros"2. Y el mismo profeta, cuando habla de la ruina de Babilonia, se expresa en estos términos: "Entonces Babilonia, la flor de los reinos, ornamento de la soberbia de los caldeos, será como Sodoma y Comorra, que Dios destruyó. Morarán allí las fieras, y los buhos llenarán sus casas. Habitarán allí los avestruces, y harán allí los sátiros sus danzas. En sus palacios aullarán los chacales, y los lobos en sus casas de recreo" 3. También Jeremías nos presenta las ruinas de Babilonia convertidas "en cubil de fieras y chacales, en morada de avestruces" 4. Estas expresiones, empleadas por los profetas y San Juan, son lugares comunes literarios de la literatura profética que no hay que tomarlos al pie de la letra. Lo que se quiere significar con ellas es que Roma, como Babilonia y Edom, será terriblemente castigada a causa de su idolatría y de su aversión a la Iglesia de Jesucristo.

Por otra parte, era creencia popular que las ruinas y el desierto eran los lugares en donde vivían las aves nocturnas, los animales salvajes y los espíritus demoníacos e inmundos 5. El libro de Tobías nos cuenta que el arcángel Rafael arrojó al desierto de Egipto al espíritu maligno que daba muerte "a los maridos de Sara, y allí lo encadenó6. Los monumentos egipcios nos muestran el desierto poblado por estos espíritus malos y por animales fantásticos.

La causa de la ruinosa caída de Babilonia (Roma) es la misma indicada ya en varios pasajes de los capítulos precedentes7. La idolatría, con la que emborrachaba a todas las naciones que le estaban sometidas, y la disolución de costumbres de la Roma pagana son la razón de su caída (v.3). El lujo, el libertinaje, la seducción y la tiranía de la gran metrópoli han fomentado la idolatría, que será en definitiva a los ojos de Juan, como lo era a los ojos de los antiguos profetas, una de las causas principales de su ruina. El autor del Apocalipsis, siguiendo el ejemplo de los profetas del Antiguo Testamento, considera la idolatría como una fornicación, porque violaba el pacto establecido entre el único Dios y su pueblo. La caída de Roma constituirá un castigo para todo el mundo pagano, lo que explica bien los lamentos de todas las naciones de los que se habla en los v. 11.15.23. Los mercaderes de todo el Imperio romano también habían contribuido a que Roma llevara hasta límites inauditos el lujo, el despilfarro y la inmoralidad. Y con el comercio también se difundían los cultos paganos y toda clase de abominaciones.

 

El pueblo de Dios ha de huir de Babilonia, 18:4-8

4 Oí otra voz del ciclo que decía: Sal de ella, pueblo mío, para que no os contaminéis con sus pecados y para que no os alcance parte de sus plagas; 5 porque sus pecados se amontonaron hasta llegar al cielo, y Dios se acordó de sus iniquidades.6 Dadle según lo que ella dio, y dadle el doble de sus obras; en la copa en que ella mezcló, mezcladle al doble; 7 cuanto se envaneció y entregó al lujo, dadle otro tanto de tormento y duelo. Ya que dijo en su corazón: Como reina estoy sentada, yo no soy viuda ni veré duelo jamás; 8 por eso vendrán en un día sus plagas, la mortandad, el duelo y el hambre, y será consumida por el fuego, pues poderoso es el Señor Dios que la ha juzgado.

 

En la ciudad impía no todos participan de esa impiedad. También moran allí muchos que pertenecen al pueblo de Dios, como en la antigua Babilonia moraban los hijos de Israel. Pues a éstos se dirige otra voz del cielo, que puede ser la del Cordero, porque les llama pueblo mío (v.4), ordenando a los fieles que abandonen la ciudad para no contaminarse con sus pecados, no sea que les pueda alcanzar el castigo. O bien les marida salir de la gran urbe para que no se vean materialmente envueltos en las malas obras de los infieles y descarguen también sobre ellos los grandes castigos que se abatirán sobre Roma. En los Libros Sagrados encontramos advertencias parecidas, con las cuales el Señor avisaba a los suyos para que no fueran sorprendidos por el castigo que estaba a punto de caer sobre los impíos. Dos ángeles avisan a Lot para que salga cuanto antes de So doma y Comorra, a fin de no perecer en la catástrofe 8. El profeta Jeremías exhorta a los judíos a huir de Babilonia antes de que la ciudad fuera castigada: "Huid de Babel, salve cada uno su vida, no perezcáis por su iniquidad. Es el tiempo de la venganza de Yahvé; va a darle su merecido. Dejémosla, vamonos cada uno a nuestra tierra, porque sube su maldad hasta los cielos y se eleva hasta las nubes. Sal de ella, pueblo mío. Salve cada cual su vida ante el furor de la cólera de Yahvé" 9. El consejo de huir ante la inminencia del peligro es frecuente en la literatura apocalíptica. Jesús mismo manda a sus discípulos que huyan cuando vean que Jerusalén está a punto de ser cercada 10. Y de hecho sabemos que los cristianos huyeron a Pella, en TransJordania, al comienzo del asedio de Jerusalén por las tropas de Tito 11. En nuestro caso, la exhortación de San Juan pudiera tener también un sentido moral, en cuanto que aconseja a los cristianos aislarse de toda contaminación con los paganos 12.

Los pecados de Babilonia (Roma), como los de Sodoma, se han ido acumulando hasta llegar al cielo, y Dios, acordándose de su justicia, se dispone a castigarlos (v.5). El autor sagrado se sirve de una metáfora para significar los enormes y numerosos pecados de la Roma pagana: puestos unos encima de otros, alcanzarían la altura del cielo 13. Tan graves pecados no pueden quedar impunes; por eso Dios se acordó de sus iniquidades. Con lo cual quiere significar el autor sagrado que, llena ya la medida, Dios ha determinado actuar su justicia contra la gran ciudad.

La voz divina se dirige luego a los ángeles, ejecutores del castigo, ordenándoles que den a Roma el doble de lo que sus iniquidades piden (v.6). Justamente lo mismo que leemos en Jeremías 14 a propósito de Judá. Pide la voz divina que le apliquen la ley del talión duplicada 15, a causa de la gran impiedad de la ciudad. Ella ha hecho beber el vino de la idolatría a todas las naciones, pues ahora ha de beber en la misma copa el doble de lo que dio. Dios castiga a Roma movido no por espíritu de venganza, sino por espíritu de estricta justicia. El castigo está en conformidad con la gravedad de los pecados cometidos por la gran Ramera. Se le dio tiempo para arrepentirse y no ha querido. Ahora ha llegado el tiempo de la justicia. Es digno de notarse que por cuatro veces se repite la orden de castigar a la impía Babilonia (Roma).

Esto no es más que un modo de ponderar el rigor con que Dios castigará las iniquidades de la nueva Babilonia. Su orgullo y su lujo acarrearán sobre ella la ruina. En la medida en que se envaneció y se entregó al lujo, así será atormentada y tendrá que derramar abundantes lágrimas de llanto (v.7). El castigo divino mira sobre todo a la orgullosa seguridad y a la desmesurada jactancia de Roma, que se cree libre por siempre del dolor. En su insolencia creía que siempre seguiría siendo reina sobre todas las naciones, que nunca se vería abandonada como una viuda por los pueblos sus aliados y que nunca sentiría el llanto. San Juan se inspira en un texto de Isaías, que dice, refiriéndose a Babilonia: "Tú decías: Yo seré siempre, por siempre, la reina, y no reflexionaste, no pensaste en tu fin.

Escucha, pues, esto, voluptuosa, que te sientes tan segura, que dices en tu corazón: Yo, y nadie más que yo; no enviudaré ni me veré sin hijos. Ambas cosas te vendrán de repente, en un mismo día: la falta de hijos y la viudez te abrumarán a un tiempo"16. El autor del Apocalipsis también amenaza a Roma, que en su orgullo se creía segura en su trono de reina, con Zas plagas de la peste, del hambre y del fuego, porque, si ella se cree grande, más grande es el Señor que la ha juzgado (v.8). Dios, que se complace con los humildes y les da su gracia 17, rechaza a los soberbios y los castiga. Así hará también con la soberbia Roma. En un solo día, es decir, en un período brevísimo se abatirán sobre ella toda una serie de calamidades que la reducirán a un montón de escombros calcinados por el fuego. El fuego es el elemento destructor tradicional de los castigos divinos en el Antiguo Testamento 18. Las guerras en la antigüedad llevaban consigo la mortandad, la peste, el hambre, los incendios devastadores de ciudades y campos. A una guerra de este tipo parece aludir el autor sagrado. La destrucción de Babilonia (Roma) es el castigo de sus pecados de idolatría, de lujo desmesurado, de orgullo e injusticia, como ya antes lo había sido de la ruina de la opulenta Tiro 19.

 

Descripción de los lamentos de los mercaderes, 18:9-19.

9 Llorarán, y por ella se herirán los reyes de la tierra que con ella fornicaban y se entregaban al lujo, cuando vean el humo de su incendio, 10 y se detendrán a lo lejos por el temor de su tormento, diciendo: ¡Ay, ay de la ciudad grande, de Babilonia, la ciudad fuerte, porque en una hora ha venido su juicio! 11 Llorarán y se lamentarán los mercaderes de la tierra por ella, porque no hay quien compre sus mercaderías,12 las mercaderías de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas, de lino, de púrpura, de seda, de grana; toda madera olorosa, todo objeto de marfil, y todo objeto de madera preciosa, de bronce, de hierro, de mármol, 13 cinamomo y aromas, mirra e incienso, vino, aceite, flor de harina, trigo, bestias de carga, ovejas, caballos y coches, esclavos y almas de hombres. 14 Los frutos sabrosos a tu apetito te han faltado y todas las cosas más exquisitas y delicadas perecieron para ti y ya no serán halladas jamás. 15 Los mercaderes de estas cosas, que se enriquecían con ella, se detienen a lo lejos por el temor de su tormento, llorando y lamentándose, diciendo: 16 ¡Ay, ay de la ciudad grande, que se vestía de lino, púrpura y grana, y se adornaba de oro, piedras preciosas y perlas, porque en una hora quedó devastada tanta riqueza! 17 Todo piloto y navegante, los marineros y cuantos bregan en el mar, se detuvieron a lo lejos 18 y clamaron al contemplar el humo de su incendio y dijeron: ¿Quién había semejante a la ciudad grande? 19 Y arrojaron ceniza sobre sus cabezas, y gritaron, llorando y lamentándose, y diciendo: ¡Ay, ay de la ciudad grande, en la cual se enriquecieron todos cuantos tenían navíos en el mar, a causa de su suntuosidad, porque en una hora quedó devastada!

 

Aquí parece que es el mismo San Juan el que habla para exponernos las consecuencias de la ruina de Roma. Habla en futuro, porque la caída de Babilonia (Roma), a pesar del tiempo perfecto empleado en el v.2: cayó, cayó, no se ha realizado todavía. La ruina es, sin embargo, muy inminente.

San Juan nos presenta los lamentos de todos los que prosperaban y se enriquecían a la sombra de la gran urbe. En primer lugar son los reyes de la tierra, aliados de Roma, que fomentaron el culto imperial para congraciarse los gobernantes romanos y así poder crecer más (v.9). Por eso, el autor sagrado dice que fornicaron con ella a causa de la idolatría 20. Pero, además, Roma será castigada por su inmenso lujo, que la llevó a excesos inconcebibles. Y los reyes que la imitaban también en esto se lamentarán desconsoladamente cuando vean subir al cielo el humo destructor que la consumirá. Llenos de terror se detendrán a lo lejos por el temor de ser envueltos en su destrucción y sin ánimos para ayudarla, diciendo: ¡Ay, ay de la dudad grande, de Babilonia, la ciudad fuerte, porque en una hora ha venido su juicio! (v.10). Tan terrible calamidad ha sobrevenido en brevísimo espacio de tiempo, casi repentinamente. El autor del Apocalipsis parece inspirarse aquí en las lamentaciones de Ezequiel sobre Tiro 21. El profeta nos presenta a los reyes de las islas bajando de sus tronos, vestidos de luto y lamentándose de la destrucción de la opulenta ciudad de Tiro: "¡Cómo! ¿Destruida tú, la poblada por los que recorrían los mares, la ciudad tan celebrada, tan poderosa en el mar? ¿Destruida con sus habitantes, que eran el espanto de todos los que la rodeaban?" 22

Las lamentaciones públicas eran muy ordinarias en Oriente con ocasión de alguna calamidad, fuera nacional o particular. Solían ir acompañadas con muestras exteriores de dolor: con gritos angustiosos, alaridos, llantos y diversos gestos. Cuanto mayores y más intensas eran esas muestras exteriores de dolor, tanto más grave era la calamidad que se lloraba. Esta costumbre dio origen entre los hebreos a un nuevo género poético llamado Qinah, lamentación o elegía. Jeremías nos ha dejado sus lamentaciones sobre Egipto 23, y en modo especial sus lamentaciones sobre la ruina de Jerusalén. Muchos otros profetas emplean igualmente la Qinah para expresar su dolor en momentos difíciles 24.

A los lamentos de los reyes siguen los lamentos de los comerciantes. Estos, más bien que lamentarse de la ruina de Roma, se lamentan de la prosperidad perdida: porque no hay quien compre sus mercancías (v.11). San Juan presenta a continuación una lista bastante amplia de los valiosísimos productos que los comerciantes de las distintas partes del Imperio vendían a Roma (v.12-14). La relación de nuestro autor se basa indudablemente en la descripción que hace Ezequiel del comercio de Tiro con todos los pueblos de entonces 25. Para entender bien esta página del Apocalipsis es conveniente tener presente que Roma era la señora de un gran Imperio, compuesto de muchas y muy ricas provincias, que ella había conquistado, que ella regía y de cuyas riquezas se creía con derecho a disfrutar. Era ésta la concepción del mundo antiguo, y Roma la practicaba fielmente. Por eso acudían a ella las riquezas del Imperio, y estas riquezas alimentaban el lujo y los placeres. Orosio llamaría a Roma, siglos después, vientre insaciable que se tragaba todo lo que producía el universo. Esta sed de riquezas atraía a los mercaderes del mundo entero, seguros de hallar allí fácil y provechosa venta para sus artículos, sobre todo para los artículos exóticos y de mayor precio. La larga enumeración de los artículos comerciales que de todas partes afluían a la gran ciudad tiene como finalidad el dar a conocer el lujo, las riquezas y los placeres que imperaban dentro de sus muros. Según Plinio el Viejo 26, Roma gastaba anualmente unos cien millones de sestercios en el comercio de perlas con la Arabia, la India y la China. Lo que supone una suma muy elevada, pues cuatro sestercios valían un denario, que era el jornal de un obrero, con el cual podía sostener a su familia. La madera olorosa de tuya o citrum era importada del Atlas argelino. Con ella se hacían muebles de lujo, tan estimados en Roma, que en los primeros tiempos del Imperio se llegó a pagar por una mesa redonda de citrum hasta un millón cuatrocientos mil sestercios, que era el precio de un gran latifundio 27. Por eso decía con mucha razón Marcial 28 que los regalos de oro eran inferiores en valor y menos estimados que una mesa de citrum 29. El cinamomo y el amomo eran plantas aromáticas que servían para la fabricación de cosméticos, muy estimados por los romanos. Estos perfumes o ungüentos perfumados se empleaban para perfumar los cabellos (v.13). De ellos nos hablan los autores latinos, afirmando que eran cíe uso frecuente en los banquetes 30 y se vendían por muy alto precio. Según Plinio el Viejo 31, una libra de cinamomo podía valer hasta 300 denarios, y una libra de amomo 6o denarios. Al final del v.13 se nos habla de esclavos (σώματα) y de almas de hombres, o mejor, de ν idas humanas. El término σώμα, cuerpo, es la expresión técnica para designar al esclavo. Es bastante empleado por la versión griega de los LXX para traducir la palabra esclavo 32. Se trata, por consiguiente, del comercio de esclavos, tan frecuente en el mundo antiguo. La crueldad de este comercio es acentuada por la última expresión ψυχάς ανθρώπων, vidas humanas, ya que la sociedad romana abusaba tremendamente de la vida de los esclavos. Muchos de ellos eran empleados como gladiadores en los juegos del circo, y otros, destinados a las casas de prostitución. Esta abundancia de esclavos y de carne en los anfiteatros y en los lupanares constituye el colmo del egoísmo y de la corrupción romanas.

Pero este egoísmo es duramente castigado, pues cuando parecía que el trabajo de muchas generaciones daría frutos aún más espléndidos, todo se viene abajo. Roma ya no podrá complacerse con los sabrosos frutos que a ella eran transportados de todas partes (v.14). Tampoco podrá gozar de las cosas mas exquisitas y delicadas que confluían a sus mercados, bien surtidos de todo. Por eso, los mercaderes lloran y se lamentan, deteniéndose a lo lejos por temor, porque no hay quien compre sus mercancías (v.15). Y gritan con desesperación: / Ay, ay de la ciudad grande, que se vestía de lino, púrpura y grana, y se adornaba de oro, piedras preciosas y perlas! (v.16). Los lamentos de los comerciantes se comprenden mejor si tenemos presente que con la destrucción de Roma desaparecía la fuente principal de donde se enriquecían. Además, la ruina tan repentina de la gran ciudad probablemente había llevado también a muchos de esos mercaderes a un desastre económico irreparable.

Después de los comerciantes, San Juan nos presenta a la gente de mar: patronos, pilotos y marineros, lamentándose de la ruina de la gran ciudad. Désele lejos contemplan aterrados el incendio de la ciudad que para ellos no tenía semejante en el mundo (v. 17-18). Y repiten el mismo lamento de los comerciantes: ¡Ay, ay de la ciudad grande, en la cual se enriquecieron todos cuantos tenían navios en el mar! (v.19). En la época en que escribía San Juan, la flota mercante del Imperio romano que navegaba por el Mediterráneo era muy importante. El comercio con África, Egipto y Asia se desenvolvía todo él a través de las naves mercantes. El personal, pues, empleado en este tráfico mercantil por mar era muy numeroso, y los intereses de los patronos de barcos y de las grandes compañías eran sumamente elevados. Pero todo esto se les vino abajo en un momento: la gran ciudad en una hora quedó devastada. Ante la desesperación se lamentan y gritan, echando ceniza sobre sus cabezas. Entre los semitas era signo de gran duelo y dolor el echar ceniza sobre la cabeza 33.

La lamentación de las gentes del mar viene a ser una réplica de un pasaje de Ezequiel 34 en donde los marineros fenicios también se lamentan de la ruina de Tiro. "Al estrépito de los gritos de tus marineros — dice Ezequiel — temblarán las playas. Bajarán de tus naves cuantos manejan el remo, y todos, marineros y pilotos del mar, se quedarán en tierra. Alzarán a ti sus clamores y darán amargos gritos; echarán polvo sobre sus cabezas y se revolverán en la tierra. Se raerán por ti los cabellos en torno y se vestirán de saco; te llorarán en la amargura de su alma con amarga aflicción; te lamentarán con elegías y dirán de ti: ¿Quién había que fuera como Tiro, ahora silenciosa en medio del mar?"35

 

Regocijo de los santos en el cielo, 18:20-24.

20 Regocíjate por ello, ¡oh cielo! y los santos y los apóstoles y los profetas, porque Dios ha juzgado nuestra causa contra ella. 21 Un ángel poderoso levantó una piedra, corno una rueda grande de molino, y la arrojó al mar, diciendo: Con tal ímpetu será arrojada Babilonia, la gran ciudad, y no será hallada. 22 Nunca más se oirá en ella la voz de los citaristas, de los músicos, de los flautistas y de los trompeteros, ni artesanos de ningún arte será hallado jamás en ti, y la voz de la muela no se oirá ya más en ti, 23 la luz de lámpara no lucirá más en ti, ni se oirá más la voz del esposo y de la esposa, porque tus comerciantes eran magnates de la tierra, porque con tus maleficios se han extraviado todas las naciones, 24 y en ella se halló la sangre de los profetas, y de los santos, y de todos los degollados sobre la tierra.

 

Cuando todavía parece que están resonando en los oídos los lamentos de los que hallaban su felicidad y riqueza en el trato con Roma, que acaba de ser devastada, San Juan invita a los moradores del cielo a regocijarse (v.20). El contraste es ciertamente bien marcado. La ruina de la gran ciudad, perseguidora de los cristianos, debe ser motivo de alegría para éstos, porque la justicia es de este modo restablecida. Los santos, los apóstoles y los profetas son invitados a regocijarse, porque han visto cumplida la justicia divina sobre la perseguidora del Cordero y de sus siervos. Su sangre ha sido vengada, y la verdad de su causa reconocida. Los santos del cielo responderán a esta invitación en el capítulo 19:6. El autor sagrado parece que quiere comprender, bajo la triple denominación de santos, apóstoles y profetas, a todos los cristianos sacrificados por el Imperio romano hasta la época en que San Juan escribía. Los santos son los fieles en general; los apóstoles deben de ser los Doce en sentido estricto, y los profetas probablemente serán los predicadores de la verdad cristiana, incluyendo entre éstos a profetas propiamente dichos, que en el Nuevo Testamento también transmitieron a la comunidad cristiana mensajes de parte de Dios. Los profetas cristianos tienen una importancia especial en el Apocalipsis 36.

En el v.21, un ángel anuncia, por medio de una acción simbólica, la ruina total de Babilonia (Roma): un ángel poderoso arroja una gran piedra al mar, diciendo: Así será arrojada Babilonia y no será hallada nunca más. Con lo cual se quiere significar la ruina total de la Roma imperial. Los términos y las expresiones empleadas son, sin embargo, hiperbólicas y no hay que tomarlas al pie de la letra. El acto simbólico del ángel se inspira en Jeremías 51:63-64, en donde el profeta entrega a Saraya un escrito conteniendo la predicción de la ruina de Babilonia. Jeremías le manda leerlo en alta voz en la misma ciudad de Babel, y "cuando hayas acabado de leerlo, le atarás una piedra y lo arrojarás en medio del Eufrates, diciendo: Así se hundirá Babel, sin alzarse ya más del estrago y la destrucción que yo traeré sobre ella" 37. La ruina de Roma, a semejanza de la de Babel, será rápida y violenta. Como consecuencia natural de su ruina cesará toda manifestación de júbilo popular. No se oirá la música ni la voz de los cantores, que alegraban con sus canciones las fiestas populares y familiares. Cesará también todo ruido de trabajo, y el chirrido de la muela de molino no se volverá a oír (v.22). Las antorchas que iluminaban las plazas, las calles y los templos en los días de fiesta se extinguirán para siempre. La voz alegre del esposo y de la esposa, que celebran felices el día de su esponsalicio, también desaparecerá (v.23). El vidente de Patmos se inspira en Jeremías 25:10, en donde el profeta anuncia la venida de Nabucodonosor y de los caldeos contra Jerusalén y contra todos los pueblos que la rodean. Yahvé los destruirá de este modo "y hará desaparecer de ellos los cantos de alegría, las voces de gozo, el canto del esposo y el canto de la esposa, el ruido de la muela y el resplandor de las antorchas" 38 El autor del Apocalipsis aplica a Roma lo que Jeremías había dicho de Jerusalén. Y termina señalando las razones que ocasionaron la ruina de la gran Babilonia (Roma). Las causas fueron tres: La primera fue el abuso de poder de los mercaderes de Roma, que se habían convertido en magnates del Imperio a causa de su gran influencia. Los grandes emporios o empresas comerciales romanas habían tiranizado horriblemente a las provincias del Imperio. La segunda de las causas fueron los maleficios, los sortilegios, la idolatría, en una palabra, de Roma, con la cual sedujo a todas las naciones. Y, en fin, la tercera causa la constituyen las persecuciones desencadenadas contra los cristianos, tanto en la misma Urbe como en las demás ciudades del Imperio. A la sangre de los cristianos hay que añadir la de otras muchas víctimas inocentes, que hicieron de Roma un monstruo de crueldad. El régimen político y social de Roma había sacrificado innumerables vidas humanas, no sólo entre los cristianos, sino también entre las gentes de otras religiones (v.24). La sangre de todos los degollados sobre la tierra exige venganza contra la cruel opresora. San Juan ve en la destrucción de Roma la mano de la Providencia divina, que vela por la justicia, por Roma tantas veces conculcada.

 

1 Si 21:9. — 2 Is 34:11-15. — 3 Is 13:19-22. — 4 Jer 50.39; 51:37: Bar 4:35 — 5 Mt 12:43-45; Le 11:24-26. — 6 Tob 8:3. — 7 Ap 17:2.4-5- — 8 Gen 19:12-22. — 9 Jer 51:6.9.45. — 10 Mt 24:16-20; Mc 13:14-18. — 11 Eusebio, Hist. Eccl. 3:5:3. — 12 2 Cor 6:14. Gf. M. García Cordero, o.c. p.18 — 13 Sal 73:9- — 14 Jer 16:18; 17:18. — 15 Jer 50:29; Sal 137.8. — 16 Is 47:7-9 — 17 Is 66:2, — 18 Μ Is 47:14; Jer 50:32; 51:25.31-32.58. — 19 Ez 28:17-19. — 20 Gf. Ap 17:2; 18:3- — 21 Ez 26-28. — 22 Ez 26:17-18. — 23 Jer 46:3-26. — 24 Is 32:11; 58:3; Jl 1:13-15; Lam 3. — 25 Ez 27:12-24. — 26 Hist. Nat. 12:41:2. — 27 Cf. Plinto El Viejo, Hist. Nat. 13:29:30; 16:56:3. — 28 Epigramas 14:89. — 29 Cf. Dom Guiu M. Camps, o.c. p.329-330; S. Bartina, o.c. p.?74. — 30 Marcial, Epigramas 8:77. — 31 Hist. Nat. 12:28; 13:2:81; 16:59:1. — 32 Cf, Gen 36:6; Tob 10:10; 2 Mac 8:11. — 33 Cf. Job 2:12. — 34 E-¿ 27:27-36. — 35 Ez 27:28-32. — 36 Ap 10:7; 11:8; 16:6. — 37 Jer 51:60-64. — 38 Jer 25:9-10.

 

 

Capitulo 19.

La visión de la caída de Roma termina con esta sección, en la que miríadas de bienaventurados celebran el triunfo de la justicia divina (v.1-8). En violento contraste con los lamentos del capítulo precedente, el autor sagrado nos presenta a los habitantes del cielo entonando el cántico de triunfo por la ruina de Babilonia (Roma). Este cántico se desarrolla en torno del trono de Dios y del Cordero. Porque la destrucción de Roma demuestra claramente el triunfo de Dios y del Cordero. "La gloriosa perspectiva de las bodas del Cordero con la Iglesia — dice el P. Alio — se contrapone a las prostituciones de la gran Ramera, por cuya causa fue castigada" 1El aire litúrgico de este pasaje es más acentuado que otros del Apocalipsis.

 

Cántico triunfal en el cielo, 19:1-10.

1 Después de esto oí una fuerte voz, como de una muchedumbre numerosa en el cielo, que decía: Aleluya, salud, gloria, honor y poder a nuestro Dios, 2 porque verdaderos y justos son sus juicios, pues ha juzgado a la gran ramera, que corrompía la tierra con su fornicación, y en ella ha vengado la sangre de sus siervos. 3 Y por segunda vez dijeron: Aleluya. El humo de la ciudad sube por los siglos de los siglos. 4 Cayeron de hinojos los veinticuatro ancianos y los cuatro vivientes, y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, diciendo: Amén, aleluya. 5 Del trono salió una voz, que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y cuantos le teméis, pequeños y grandes. 6 Oí una voz como de gran muchedumbre, y como voz de muchas aguas, y como voz de fuertes truenos, que decía: Aleluya, porque ha establecido su reino el Señor, Dios todopoderoso; 7 alegrémonos y regocijémonos, démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa está dispuesta, 8 y fuele otorgado vestirse de lino brillante, puro,* pues el lino son las obras justas de los santos. 9 Y me dijo: Escribe: Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son las palabras verdaderas de Dios.10 Me arrojé a sus pies para adorarle, y me dijo: Mira, no hagas eso; consiervo tuyo soy y de tus hermanos, los que tienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios. Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía.

 

La caída de Roma no ha sido descrita, pero se supone ya ejecutada. La tierra se lamentaba de este hecho; en cambio, el cielo lo celebra con cánticos de alegría. El vidente de Patmos oye una voz fuerte, como de una gran muchedumbre, que gritaba: ¡Aleluya! alabad al Señor (v.1). Esta aclamación tan frecuente en los salmos 2 es ésta la única vez que se encuentra en el Nuevo Testamento. La exclamación ¡Aleluya! es un término litúrgico muy usado entre los judíos. Está formada de las palabras hebreas halelú Yah, que significan alabad a Yahvé 3. El término aleluya entró muy pronto en la liturgia cristiana, de modo que todos los lectores del Apocalipsis conocían su significación. Esto explica el que nuestro autor no traduzca el término hebreo.

Sigue a continuación la doxología: Salud, gloria, honor y poder a nuestro Dios, como en Ap 7:10; 11:15; 12:10. Los bienaventurados atribuyen a Dios y al Cordero la salud o salvación que ellos ya han obtenido. En esta salvación y en la destrucción de Roma se ha manifestado patentemente la gloria de Dios y su poder 4. La razón de estas alabanzas que los bienaventurados tributan a Dios se encuentra en la verdad de la justicia divina, manifestada en el castigo de la gran Ramera, la cual con su fornicación idolátrica corrompía la tierra. Dios ha vengado en ella la sangre de sus siervos (v.2), que habían muerto por mantenerse fieles a Cristo. Con la destrucción de Roma, Dios ha salido en defensa del derecho de sus mártires. La sangre de éstos reclamaba la intervención divina en defensa de sus justos derechos conculcados, con el fin de que resplandeciese ante el mundo pagano — -partidario de Roma — la verdad de su causa. En esta manera de proceder de Dios se restablece el orden violado y se manifiesta al mundo un nuevo triunfo de la Iglesia de Cristo.

San Juan oye un segundo aleluya, entonado por los moradores del cielo (ν.β), los cuales aρaden a manera de colofón un rasgo nuevo, tomado seguramente de Isaías 34:10. El profeta contempla a Edom asolada por la venganza de Yahvé, y añade: "Su tierra será como pez que arda día y noche; nunca se extinguirá, subirá su humo perpetuamente." 5 Era costumbre de los invasores antiguos entregar a las llamas las ciudades que expugnaban. Así la nueva Babilonia (Roma) es incendiada, y el humo sube al cielo no por un día o una semana, sino por los siglos de los siglos para perenne memoria de la justicia divina. De este modo el autor sagrado expresa la ruina irreparable de Roma, sobre todo en su aspecto de perseguidora de la Iglesia.

A la vista de esta manifestación del poder de Dios, no sólo los millones de ángeles, sino también los veinticuatro ancianos que rodean el trono de Dios y los cuatro vivientes que lo sostienen6, aprueban, en nombre de la Iglesia y de toda la naturaleza, la obra del Señor con un amén y un aleluya (v.4). El término amén sirve para asentir a lo dicho anteriormente por la muchedumbre de bienaventurados. Es una expresión muy empleada en la liturgia, y su presencia en este lugar en unión con aleluya nos demuestra que el autor sagrado concibe la felicidad eterna de los bienaventurados como una liturgia sagrada que se desarrolla ante el trono de Dios y del Cordero.

De nuevo otra voz sale del trono del Señor, proveniente posiblemente de uno de los ángeles más próximos a Dios, la cual invita a todos los fieles de la tierra a asociarse a las alabanzas celestes con ocasión de la ruina de Roma. La voz decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos y cuantos le teméis, pequeños y grandes (v.5). La invitación recuerda el comienzo de ciertos salmos 7, principalmente el salmo 135:1.20. Y se parece también bastante a la exhortación que el diácono o el sacerdote dirigían al pueblo fiel reunido en la iglesia para invitarlo a orar. A esta invitación responde una voz poderosa, como la voz de una ingente multitud, semejante a la voz de las aguas torrenciales que se precipitan en su curso, como el mugido de las olas del mar alborotado o como el fragor de fuertes truenos, que decía: Aleluya, porque ha establecido su reino el Señor, Dios todopoderoso (v.6). La comparación tiene por objeto recalcar la inmensa potencia del cántico aleluyático que dirigen a Dios todos los bienaventurados. Es la voz de la Iglesia universal, que canta el aleluya por el triunfo definitivo de la Iglesia en el mundo. Al fin, el Dios omnipotente ha establecido su reino en la tierra. Este reino no es otro que su Iglesia tan fieramente perseguida por Roma y sus aliados. Alabar a Dios es ensalzar sus atributos de bondad, amor, misericordia, por haber intervenido en favor de los suyos.

Los bienaventurados manifiestan su alegría por la intervención divina, diciendo: Alegrémonos y regocijémonos, démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero (v.7). El autor sagrado anuncia con estas palabras las bodas del Cordero con su Iglesia. Sabido es cuan familiar era a los profetas esta imagen del matrimonio de Dios con Israel 8. Yahvé, esposo de Israel, era una metáfora para expresar la alianza entre Dios y su pueblo. Alianza estrechísima que no permitía ninguna infidelidad por ambas partes. Por esta razón, la idolatría era considerada como un adulterio, una prostitución. En el Nuevo Testamento, Jesucristo es el Esposo de la Iglesia. San Pablo ha tratado maravillosamente el tema del matrimonio místico entre Cristo y su Iglesia 9. La unión íntima que supone ese matrimonio entre Jesucristo y la Iglesia tiene su origen en el rescate que tuvo que pagar por ella: Cristo la compró con su propia sangre 10. Estas bodas ya se han iniciado en la tierra, pero su consumación no tendrá lugar hasta el cielo.

La Esposa del Cordero, es decir, la Iglesia, va vestida de lino brillante y puro, que son las obras buenas y justas de los cristianos (v.8), con las cuales las almas buenas ganan el cielo 11. El color blanco en el Apocalipsis suele ser símbolo de triunfo. Aquí designa la victoria que la Iglesia ha obtenido sobre sus más encarnizados enemigos, y, al mismo tiempo, la pureza y la santidad de la Esposa del Cordero. Los adornos de esta Esposa inmaculada contrastan grandemente con el atuendo externo y el sobrecargo de joyas que llevaba la gran Meretriz, o sea la Roma pagana, con las cuales trataba de seducir más fácilmente a los demás pueblos 12.

Jesucristo compara en el Evangelio el reino del cielo a un banquete de bodas. Y San Juan descubre en la destrucción de Roma, la perseguidora de la Iglesia, una especie de preparación de este banquete. La caída de Roma, el enemigo más peligroso de la Iglesia en aquel tiempo, y que parecía absolutamente inconmovible, hace presagiar la salvación que tendrá lugar con el establecimiento definitivo del reino de Dios. Todavía no ha llegado el momento de establecer de una manera definitiva ese reino, porque aún continuarán las luchas contra la Bestia y sus sostenedores. Pero del mismo modo que en los Evangelios la caída de la Jerusalén infiel constituía una garantía de la venida del Hijo del hombre, así la caída de Roma anuncia el establecimiento próximo del reino de Dios 13. El establecimiento del reino es celebrado aquí por anticipación, pues sólo tendrá lugar en el momento de las bodas del Cordero 14. No olvidemos nunca que, para entender bien esto, hay que tener presente que tanto el reino de Dios como la vida eterna abarcan dos etapas: la terrena y la celestial, siendo la primera preparatoria de la segunda, y ésta, consumación de aquélla.

El cántico de alabanza entonado por la muchedumbre de bienaventurados parece sugerir la bienaventuranza del v.9: Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero. Esta es la cuarta bienaventuranza de las siete que encontramos en el Apocalipsis 15. En la expresión se parece bastante al macarismo de San Lucas: "Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios"16. El que pronuncia el macarismo en nuestro pasaje del Apocalipsis es un personaje que no es nombrado, pero que debe de ser el ángel intérprete que acompañaba a Juan. La imagen del banquete para designar la felicidad de los tiempos mesiánicos se encuentra ya en el Antiguo Testamento 17 y en la literatura apócrifa judía 18. Jesucristo emplea frecuentemente la figura del festín nupcial para designar el reino de los cielos 19. En este banquete celestial, la Esposa que se sentará al lado del Esposo, es decir, al lado de Cristo, será la Iglesia considerada como unidad. Los invitados son los individuos, o sea cada uno de los fieles que se sentarán con Cristo por toda la eternidad en el gran festín de bodas del cielo. Esta risueña perspectiva debe servir de consuelo y aliento a los fieles en medio de las pruebas. El ángel, queriendo recalcar aún más la verdad de este mensaje consolatorio dirigido a los cristianos, añade: Estas son las palabras verdaderas de Dios. No se trata de invenciones fantásticas de una imaginación calenturienta, sino que provienen de Dios y, como tales, se cumplirán indefectiblemente.

Al oír San Juan tan consoladoras palabras, se arroja a los pies del ángel que las había dicho para adorarle (v.10). Pero éste rehusa ese honor, declarándose sierro del único Dios y Señor, como Juan y como todos los fieles que en la tierra dan testimonio de Jesucristo. Esta misma escena se repetirá después en Ap 22:8-9. Y se encuentra con bastante frecuencia en los apócrifos, como, por ejemplo, en la Ascensión de Isaías 7:21: "Yo caí rostro a tierra para adorarle, y el ángel que me conducía no me lo permitió, sino que me dijo: No adores ni trono ni ángel que pertenezcan a los seis cielos — de donde he sido enviado para guiarte —, sino únicamente (a aquel) que yo te indicaré en el séptimo cielo." Con la escena que nos describe San Juan tal vez quiera oponerse y atacar a los excesos de ciertas tendencias judías o judío-cristianas que trataban de dar culto a los ángeles considerándolos superiores a Cristo 20. Y más probablemente trate de oponerse a las prácticas gnósticas contemporáneas, bastante extendidas entre los falsos cristianos de Asia Menor 21. Los judíos llegaron, por su parte, en algunas ocasiones hasta adorar a los ángeles, como testifica expresamente Clemente Alejandrino 22. Sin embargo, el ángel, en nuestro caso, se considera consierfo de Juan y de los demás cristianos, todos ellos siervos de Dios. Por consiguiente, tanto los ángeles como los fieles cristianos son criaturas dependientes de Dios, y como tales inferiores en categoría a la Divinidad.

Las últimas palabras del ángel: el testimonio de Jesús, designan la Palabra de Dios, atestiguada por Cristo, y que todo cristiano posee en sí 23. Es el conjunto de la revelación que Cristo nos comunicó de parte de su Padre. Esta revelación o palabra de Dios es la que inspira a los profetas, a los apóstoles y a todos aquellos que recibieron el encargo de transmitir al mundo el mensaje de Dios. Por consiguiente, la profecía se apoya en el testimonio dado por Jesucristo, y la poseen todos los fieles en mayor o menor grado. El Apocalipsis es, pues, una explicación de las enseñanzas de Cristo, un testimonio dado sobre el Salvador; y de aquí procede su valor 24. El mismo Jesús había dicho que el Espíritu Santo daría testimonio de El por medio de los apóstoles y de los demás fieles en quienes había de morar.

 

Exterminio de las bestias, 19:11-20:15.

Después de la caída de Babilonia (Roma), profetizada en Ap 14:8, y considerada como realizada en Ap 16:19-20, el vidente de Patmos da un paso más para describirnos el exterminio de la Bestia y de sus aliados, las naciones paganas 25. Vamos a asistir a un triple exterminio: el de los anticristos (19:17-21), el de Satanás, que era el que les inspiraba (20:10), y el de la Muerte (20:14). Cristo en persona se reserva el exterminio de los anticristos. El Mesías, transportado al cielo en el capítulo 12, reaparece triunfante sobre la tierra. Va a dar la batalla definitiva contra todos los anticristos que se oponen al reino de Dios. El ejército del Cordero, acampado frente a las Bestias en el capítulo 14, se lanza, finalmente, a la ofensiva que traerá como consecuencia la destrucción del reino del anticristo. Jesucristo aparece como un caballero sobre un caballo blanco 26, al frente de su ejército. Al otro lado se presenta la Bestia con el seudoprofeta y los reyes que los siguen. Pero Cristo derrota a los ejércitos paganos con la palabra de su boca 27. La Bestia y el seudoprofeta son capturados y lanzados al lago de fuego (v.20), mientras que todos los demás son muertos con la espada del Rey de reyes (v.21). Entonces comienza el reino de mil años del Mesías y de los suyos (20:1-6). Pero todavía el diablo organiza una nueva conspiración contra el reino de Cristo, que terminará con la victoria de Jesucristo y el juicio final (20:7-15).

Podemos dividir esta sección del modo siguiente: i) El Rey de reyes aparece con su ejército (v.11-16). 2) Un ángel proclama el exterminio de los enemigos de Cristo (v. 17-18). 3) La Bestia y sus partidarios son vencidos y arrojados al estanque de fuego (v. 19-21). 4) El milenio (20:1-6). 5) Ultima batalla escatológica de Satán contra la Iglesia (20:7-10).6) Juicio final delante del trono de Dios (20:11-15).

 

El Rey de reyes aparece con su ejército, 19:11-16.

11 Vi el cielo cubierto, y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba es llamado Fiel, Verídico, y con justicia juzga y hace la guerra. 12 Sus ojos son como llama de fuego, lleva en su cabeza muchas diademas, y tiene un nombre escrito que nadie conoce sino él mismo, 13 y viste un manto empapado en sangre, y tiene por nombre Verbo de Dios. 14 Le siguen los ejércitos celestes sobre caballos blancos, vestidos de lino blanco, puro. 15 De su boca sale una espada aguda para herir con ella a las naciones y El las regirá con vara de hierro, y El pisa el lagar del vino del furor de la cólera de Dios todopoderoso. 16 Tiene sobre su manto y sobre su muslo escrito su nombre: Rey de reyes, Señor de señores.

 

La escena cambia de nuevo, lo mismo que las imágenes. Como otras veces, nuestro autor ve que el cielo se abre y aparece un caballo blanco, símbolo de victoria. Sobre él viene Jesucristo, que, como capitán, se pone al frente de su ejército. El Mesías que aquí aparece tiene el mismo aspecto que el jinete parto de Ap 6:2. El Antiguo Testamento nos ofrece una escena un tanto parecida en el salmo no. Allí un pueblo numeroso como las gotas del rocío se ofrece al Mesías, y éste, seguido de los suyos, domina a sus enemigos y los aplasta, dejando la tierra sembrada de cadáveres. El Jinete misterioso de nuestro pasaje viene del cielo a combatir al Dragón infernal que procedía del abismo. Se le dan varios nombres: Fiel, Verídico 28, porque efectivamente El cumple siempre las promesas que ha hecho a sus fieles servidores 29. Y ahora se dispone a ejecutar lo que tantas veces prometió en este libro: va a juzgar con justicia y a hacer la guerra también con justicia (v.11). Como justo que es, juzga con justicia, como el Emmanuel de Isaías 30, y hace la guerra para aplastar al impío y hacer desaparecer la iniquidad de la tierra. Los fieles servidores de Cristo no quedarán defraudados en sus esperanzas. Todos los que han sufrido por Cristo serán recompensados, pues el Señor nunca deja incumplida su palabra.

La descripción que nos da el autor sagrado de ese Jinete celeste se inspira en la primera visión del Apocalipsis. Sus ojos son como llamas de fuego, que todo lo penetran. Como Rey de reyes 31, lleva ceñidas a la cabeza muchas coronas. El Dragón tenía siete diademas sobre siete cabezas 32, y la Bestia llevaba diez coronas sobre diez cuernos 33; pero Jesucristo lleva muchas más que sus antagonistas, como dominador que es de todos los pueblos. Tiene también un nombre escrito, que nadie conoce, porque, siendo divino, es trascendente y está fuera del alcance de la humana inteligencia (v.12). Lo lleva escrito probablemente en las coronas o en la tiara. Ese nombre es el de Verbo de Dios. El término Logos empleado aquí por el autor sagrado sólo aparece en el Nuevo Testamento en los escritos joánicos 34. Sólo Dios puede conocer su propia esencia, de la cual el nombre es la expresión.

El Verbo de Dios aparece vestido con un manto empapado en sangre (ν.13). Esta imagen puede significar la sangre de los enemigos que ya venció, y es augurio de los que vencerá. Nuestro texto parece inspirarse en Isaías 63:1-3, en donde el profeta describe a Yahvé volviendo vencedor de Edom con el manto salpicado de sangre. Pero el manto empapado en sangre tal vez pudiera aludir a la propia sangre de Cristo, derramada por los hombres, y con la cual obtuvo la victoria sobre el poder infernal, victoria que ahora va a manifestarse. El nombre de este Jinete victorioso es el de Verbo de Dios (ó Λόγος του Θεού). Semejante expresiσn para designar a Jesucristo es juánica y ofrece un fuerte argumento para probar que el autor del Apocalipsis es el mismo que el autor del cuarto evangelio 35 y de la 1 Jn 36. Cristo es el Verbo, la Palabra de Dios, porque es el eterno reverbero del Padre. Es la Palabra que el Padre pronuncia ab aeterno, la segunda persona de la Santísima Trinidad, que se ha revelado al mundo en Jesús. En la teología de San Juan, el Verbo es una persona divina igual al Padre. De modo que ya no se trata de una personificación poética, como la de la Sabiduría en el Antiguo Testamento 37 o la del Memra en la teología judía 38. El término Logos lo debió de tomar San Juan del ambiente judeo-helenístico, pero dándole un sentido nuevo que sobrepasa todas las lucubraciones teológico-filosóficas de Filón 39 y del rabinismo.

Detrás del jinete montado sobre un caballo blanco avanzan los ejércitos celestes 40. Todos montan, como su jefe, caballos blancos y van vestidos con ropa de lino blanco (v.14), que es el vestido común de "todos los justos (en el cielo) desde los tiempos de Adán," según expresión cíe la Ascensión de Isaías41. Los vestidos blancos y los caballos blancos del ejército de Cristo simbolizan la victoria y la gloria de que gozan en el cielo. Son los santos que lograron triunfar de los enemigos de Dios y de la Iglesia, cuando vivían en este mundo 42. Ahora pelearán a las órdenes de Cristo contra los reyes enemigos, y vencerán 43.

De la boca del Jinete divino, galopando al frente de sus huestes, sale una espada aguda para herir con ella a las naciones (v.15). Es la espada del poder y de la justicia de Dios. Es el símbolo de su poder judicial y del rigor de sus sentencias, con las cuales castigará al impío, según el oráculo de Isaías: "Juzgará en justicia al pobre y en equidad a los humildes de la tierra. Y herirá al tirano con los decretos de su boca, y con su aliento matará al impío."44 Cristo regirá con cetro de hierro las naciones, como se le promete en el salmo 2:9, y a semejanza de Yahvé, vengador de Edom 45, pisa a sus enemigos amontonados como uvas en el lagar del vino del furor de la cólera de Dios todopoderoso. Dios va a dar a beber a las naciones paganas enemigas de Cristo el vino ardoroso del castigo divino y triturará sus ejércitos como se tritura la uva madura. Todo esto simboliza el gran triunfo de Cristo y de sus seguidores 46.

Jesucristo, durante su vida, no cumplió estas profecías, pues su mesianismo estuvo lleno de dulzura, mansedumbre y sufrimiento. El mesianismo de perspectivas gloriosas, de dominación universal, no se había realizado. Ahora los cristianos esperaban el cumplimiento de esta parte del programa con la parusía de Cristo y el castigo de los enemigos del nombre cristiano47. La concepción de un Mesías dominador y avasallador de sus enemigos, propia del judaísmo del siglo i, debió de persistir por algún tiempo en ciertos ambientes cristianos.

Finalmente, para declararnos quién sea este personaje, cuyo nombre propio, Verbo de Dios, no es inteligible, nos da otro nombre suyo que resultaba más claro e indicaba su alta dignidad. San Juan nos dice que llevaba escrito en su manto y en su muslo, probablemente en la parte del manto que cubre el muslo, el nombre más inteligible por ser más humano: Rey de reyes y Señor de señores (v.16). Rey de reyes designa a un rey que tiene bajo su cetro otros reyes que le reconocen como soberano. Los reyes de Asiría, de Babilonia y de Persia se llamaban "rey de reyes," porque tenían muchos reyes que les rendían vasallaje. Del Mesías se dice muchas veces que su imperio se extenderá hasta el cabo de la tierra, y que los reyes le rendirán homenaje 48. A un tal Soberano siguieron los ejércitos del cielo, las legiones de ángeles y santos montadas en caballos blancos y vestidos de lino blanco y puro, todo ello en señal de victoria. Este ejército blanco que sigue a su Rey montado sobre un caballo blanco recuerda las entradas triunfales de los emperadores cuando volvían vencedores a Roma. El título de Señor de señores tiene también una significación regia y triunfal. Este título debió de ser usado por la Iglesia primitiva muy pronto, aplicándolo a Cristo para expresar su divinidad y su dignidad de Rey-Mesías 49. Aquí la expresión Señor de los señores indica una soberanía sobre los mismos emperadores romanos.

 

Un ángel proclama el exterminio de los enemigos de Cristo, 19:17-18.

17 Vi un ángel puesto de pie en el sol, que gritó con una gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan por lo alto del cielo: Venid, congregaos al gran festín de Dios,18 para comer las carnes de los reyes, las carnes de los tribunos, las carnes de los valientes, las carnes de los caballos y de los que cabalgan en ellos, las carnes de todos los libres y de los esclavos, de los pequeños y de los grandes.

 

San Juan contempla un nuevo ángel de pie sobre el sol, posiblemente para que el sol en su marcha — antiguamente se creía que el sol se movía respecto de nosotros — le transportase sobre toda la tierra50. El ángel lanza con poderosa voz una invitación a todas las aves carnívoras de la tierra, diciéndoles: Venid, congregaos al gran festín de Dios (v.1v). Este festín de Dios es un rasgo apocalíptico que se confunde con el sacrificio de Dios. Recuérdese que, en el Antiguo Testamento, los sacrificios pacíficos iban acompañados de un banquete postsacrificial51. La expresión festíη de Dios también pudiera ser una especie de superlativo para significar la mayor carnicería que la tierra haya visto, ejecutada sobre los enemigos de Dios. Las aves carnívoras que aquí aparecen, invitadas a participar del siniestro festín, es otro detalle propio de la apocalíptica. Los monumentos asírios nos presentan las aves carnívoras sobre los cadáveres tendidos en el campo de batalla.

La invitación que el ángel hace a todas las aves del cielo se inspira en Ezequiel 39:4.17-20. En este pasaje de Ezequiel se describe la gran carnicería ejecutada por Yahvé sobre las huestes de Gog y Magog, las cuales caerán en los montes de Israel con todos los ejércitos y todos los pueblos que les acompañaban. El profeta oye que le ordena el Señor: "Di a las aves de toda especie y a todas las bestias del campo: Reunios y venid. Juntaos de todas partes para comer las víctimas que yo inmolo para vosotras, sacrificio inmenso, sobre los montes de Israel. Comeréis las carnes y beberéis la sangre; comeréis carne de héroes, beberéis sangre de príncipes de la tierra. Carneros, corderos, machos cabríos y toros, gordos como los de Basan. Comeréis gordura hasta saciaros; beberéis sangre hasta embriagaros, de las víctimas que para vosotros inmolaré. Os saturaréis a mi mesa de caballos y jinetes, de héroes y guerreros de toda suerte, dice el Señor, Yahvé."52

Las expresiones tan fuertes empleadas por San Juan en este pasaje — tomadas en parte de Ezequiel —, tan conformes con el estilo apocalíptico, no hay que tomarlas al pie de la letra. Es conveniente tener presente que las victorias del Verbo de Dios son ante todo espirituales, como lo es también su ejército. El autor sagrado lo que intenta con estas imágenes es anunciar la gran derrota de los enemigos de Dios.

 

La Bestia y sus partidarios son arrojados al estanque de fuego, 19:19-21.

19 Y vi a la bestia, y a los reyes de la tierra, y a sus ejércitos, reunidos para hacer la guerra al que montaba el caballo y a su ejército. 20 Y fue aprisionada la bestia, y con ella el falso profeta, que hacía señales delante de ella, con las cuales extraviaba a los que habían recibido el carácter de la bestia y a los que adoraban su imagen; vivos fueron arrojados ambos al lago de fuego que arde con azufre. 21 Los demás fueron muertos por la espada que le salía de la boca al que montaba el caballo, y todas las aves se hartaron de sus carnes.

 

Tenemos en este pasaje la descripción del aniquilamiento de las dos Bestias del capítulo 13. La Bestia salida del mar53, juntamente con el Dragón54, habían logrado extender su dominio sobre el mundo, reuniendo a los reyes en una guerra contra Dios 55. Pero al presente son enteramente derrotados por Cristo y por su ejército. San Juan no se cuida de describirnos la batalla que parece anunciarse. Solamente describe sus efectos, como ya lo había hecho en el caso de la ruina de Roma 56. Y es natural que el autor sagrado no se detenga a narrar la batalla, porque ¿qué lucha va a tener lugar entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres? San Juan nos presenta reunidos los ejércitos de la Bestia y de los reyes sus aliados, ya preparados para hacer la guerra a Cristo y a sus huestes (v.1q). Pero, de pronto, el vidente de Patmos nos presenta a los dos jefes principales del ejército contrario a Cristo acorralados y sujetados fuertemente. La Bestia, en efecto, cae prisionera, y con ella la otra Bestia57, que aquí es llamada Falso Profeta, que con sus falsos prodigios extraviaba a las gentes, induciéndolas a que adorasen a la Bestia. Ambas son arrojadas vivas al lago de fuego que arde con azufre (v.20). La imagen de este castigo está tomada de Isaías 30:33 y, principalmente, de Daniel 7:11. La metáfora de que ambas Bestias fueron arrojadas al fuego significa la destrucción total y definitiva de los dos aliados, que representan colectividades más bien que individuos. El que sean cogidos y arrojados al estanque de fuego no obliga a considerarlos como personas, pues en Ap 20:14 también serán arrojadas al fuego el Hades y la Muerte. El Dragón también será arrojado al lago de fuego en Ap 20:10. Era el lugar destinado para el diablo y para todos los secuaces de él58. El estanque de fuego es el equivalente de la gehenna de los evangelios 59. En él ardía continuamente un fuego inextinguible con azufre. Los tormentos que en él recibían los malvados eran indescriptibles60.

De este modo, los dos aliados, es decir, las dos Bestias a las que alentaba el Dragón, quedan fuera de combate, impotentes por ahora para dañar. Y el ejército que los seguía, junto con los reyes que lo mandaban, fue desbaratado, y todos los miembros que lo componían fueron muertos por la espada que salía de la boca del Verbo de Dios, o sea por el poder de su palabra. Y sus cuerpos fueron pasto de las aves carnívoras (v.21). Así termina la lucha tantas veces anunciada. El que se llama Fiel y Verídico cumple su palabra, acabando totalmente con los enemigos y perseguidores de sus fieles. San Juan parece como querer mostrarnos con su descripción que fue cosa fácil para Jesucristo omnipotente vencer a las dos Bestias y a sus secuaces.

 

1 E. B. Allo, o.c. p.297. — 2 Sal 105:45; 106:1.48; 11:1; 112:1; 113:1; 114:1; 116:1; 117,is; 135:1.21; 146:1, etc. — 3 Halelú es imperativo plural masculino en la forma "Piel" del verbo halal; y Yah es una forma abreviada del nombre santo de "Yahweh." — 4 Nácar-Colunga añade honor (καΐ ή τιμή), que se encuentra en el sirνaco y en algunos autores antiguos. Sin embargo, los mejores Mss no lo tienen y se ha de suprimir. — 5 Is 34:9-10. — 6 Ap 4:4.6. — 7 Cf. Sal 93:1; 97:1; 113,i; 15:13; 118:24. — 8 Os 2:16.19.21; Is 50:1-3; 54:6; Jer 2:2; 3.1-4; Ez 16:7-8; Sal 45; Cant 1-8. — 9 2 Cor 11:2; Ef 5:22-32; cf. Mc 2:19-20; Jn 3:29. — 10 Ap 5:6.9; 7:14; 14:3-4- — 11 Cf. Ap 14:13. — 12 Ap 17:4; 18:16. — 13 e. B. Allo, o.c, ρ 299. — 14 Ap 21:2. — 15 Cf. Ap 1:3; 14:13; 16:5; 19:9; 20:6; 22:7.14· — 16 Le 14:15. — 17 Is 25:6. — 18 Cf. 4 Esd 2:38. — 19 Mt 8:11; 22:1-14; Lc 22:18.30; Ap 3:20. — 20 Cf. Col 2:18; Heb 1:14. — 21 Cf. 2 Pe 2:4-11; Jds 6. — 22 Sνromata 6:5. — 23 cf. Ap 1:2; 6:9; 12:17. — 24 E. B. Allo, o.c. p.501. — 25 Cf. Ap 14:14-20; 17:12-14. — 26 Cf. Ap 6:2. — 27 En la literatura apocalíptica judía del siglo i también se habla frecuentemente de la fácil victoria del Mesías sobre los ejércitos paganos. Los vence con el fuego salido de su boca o con el imperio de su palabra (Salmos de Salomón 17:2253; 4 Esd 13). Otros apócrifos insisten también en ideas semejantes (Baruc siríaco 36:2-11; 40:1-2; cf. 4 Esd 12:33; 13:6-11. 36-3/)· — 28 cf. Ap 1:5; 3:7-14. — 29 AP2-3. — 30 Is 11:3-4. — 31 Ap 17:14. — 32 Ap 12:3. — 33 Ap 13:1. — 34 Jn 1:1.14; 1 Jn 1:1. — 35 Jn 1:1.14. — 36 1 Jn 1:1. — 37 Gf. Prov 8:1-36; Sab 7:24-30. — 38 Gf. Targum Onkelos sobre Dt 33:27; sobre Is 48:13; Strack-Billerbeck, o.c., Exkurs über den Memra Jahves II p.302-333; Moore, Intermediarles in Jewish Theology: Harvard Theological Review (1932) 4iss; M. Hackspill, Etres intermedian es: RB (1901) 200-215.' (1902) 58-73- — 39 Gf. M. J. Lagrange, L'Évangile Selon St. Jean (París 1947) p.CLXXIII-CLXXXV; M. E. Boismard, Le prologue de St. Jean (París 1953). — 40 Mt 26:53; Ap 17:14. — 41 Ascensión de Isaías 9:7. — 42 Ap 3:4; 6:11; 7:9-14. — 43 Ap 17:14; cf. Sab 3:8; 1 Cor 6:2. — 44 Is 11:4. — 45 Is 63:1-6; cf. Ap 14:20. — 46 Ap 14:10.19-20. — 47 A. Gelin, o.c. p.654s. — 48 Sal 72:8-11. — 49 Mt 24:42; Me 11:3; 12:35-37; Le 19:16; Act 7:60; 1 Cor 12:3; 16:22-23. Cf. L. Cer-Faux, Le títre de Kyrios et la dignité royale de Jesús: RSPT (1922) 40-71; (1923) 125-153; A. Gelin, o.c. p.655. — 50 Sal 19:7. — 51 A. Gelin, o.c. — 52 Ez 39:17-20. — 53 Ap 13:1. — 54 Ap 13:2. — 55 Ap 16:135. — 56 Ap 18:9-19. — 57 Ap 16:13; 19:20; 20:10. — 58 Ap 14:10-11; 20:10.14-15. — 59 Mt 25:41. — 60 Cf. Strack-Billerbeck, o.c. IV p.823.

 

 

Capitulo 20.

San Juan nos va presentando en estas últimas visiones la destrucción de los adversarios del Cordero. La Roma pagana ha sido destruida y quemada por la misma Bestia y los reyes de la tierra (c.18). Después son vencidas por la espada del Verbo y arrojadas al lago de fuego las dos Bestias (19:19-21). Pero todavía quedaba con vida el Dragón, el instigador a la lucha contra Cristo y su Iglesia, del cual eran instrumentos los demás enemigos del reino de Dios. El vidente de Patmos se propone describirnos ahora la derrota final del Dragón (20:1-10). En esta visión, el autor sagrado prosigue la narración lógica, interrumpida en el capítulo 12:9, con la inserción de cierto número de visiones particulares. El Dragón es vencido también, encadenado y encerrado durante mil años. Con esto llega la paz del milenio. Al final del milenio es soltado de nuevo el Dragón, que intenta destruir otra vez a la Iglesia. Se da una gran batalla de Satanás contra la Iglesia, en la que el Dragón es definitivamente derrotado y encerrado por siempre en el infierno (20:7-10). El capítulo 20 termina con el juicio final delante del trono de Dios (20:11-15) 1.

 

El reino de mil años, 20:1-6.

1 Vi un ángel que descendía del cielo, trayendo la llave del abismo y una gran cadena en su mano. 2 Cogió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo, Satanás, y le encadenó por mil años. 3 Le arrojó al abismo y cerró, y encima de él puso un sello para que no extraviase más a las naciones hasta terminados los mil años, después de los cuales será soltado por poco tiempo. 4 Vi tronos, y sentáronse en ellos, y fueles dado el poder de juzgar, y vi las almas de los que habían sido degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y cuantos no habían adorado a la bestia, ni a su imagen, y no habían recibido la marca sobre su frente y sobre su mano; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. 5 Los restantes muertos no vivieron hasta terminados los mil años. Esta es la primera resurrección. 6 Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; sobre ellos no tendrá poder la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con El por mil años.

 

En esta sección del capítulo 20 tenemos dos cuadros distintos: el encadenamiento de Satanás en el abismo (v.1-3) y el reino de mil años de Cristo y de los elegidos (v.4-6) Condenadas al lago de fuego y azufre las encarnaciones humanas del Dragón, va a ser aprisionado ahora, finalmente, el mismo Dragón.

El vidente de Patmos contempla un ángel que desciende del cielo con las llaves del abismo y una gran cadena en su mano (v.1). Viene preparado para la misión que Dios le ha encomendado en favor de su Iglesia. Va a hacer prisionero al Dragón, encadenándolo y encerrándolo por cierto tiempo en el abismo. En Isaías 24:21-22 se dice que Dios castigará a los reyes de la tierra en el "día de Yahvé," "y serán encerrados, presos en la mazmorra, encarcelados en la prisión, y después de muchos días serán visitados." La idea de Isaías se parece bastante a la de San Juan. El Abismo en el cual será encerrado el Dragón es el lugar en que se encuentran las potencias infernales. Dios tiene el poder de abrir y cerrar este abismo 2, pues posee la llave del hades y de la muerte 3. De ahí que pueda mandar al ángel con la llave para encerrar en él al Dragón. Y, en efecto, el ángel cogió al Dragón y lo ató con la cadena durante mil años (v.2).

El autor sagrado identifica expresamente al Dragón encadenado con Satanás, o lo que es lo mismo, con el Diablo y la serpiente antigua4. Esta última expresión alude al reptil seductor de nuestros primeros padres 5. Fue el que introdujo la desobediencia en el mundo. Y con la desobediencia entró el pecado y la muerte, como dice muy bien el libro de la Sabiduría: "Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen."6 Se le llama serpiente antigua porque ya aparece en los albores de la humanidad.

La prisión del Dragón en el Abismo durará mil años. Este período de tiempo tiene una importancia especial en esta sección, en donde se repite hasta cinco veces 7. Es el tema peculiar de esta primera parte del capítulo 20. El número mil años indica un tiempo muy largo, pero indefinido. Y, por largo que sea, en comparación con la eternidad resulta sólo un pequeño lapso de tiempo.

Una vez que el ángel encadenó al Dragón, lo arrojó al abismo y lo cerró con la llave, poniendo sobre él el sello de Dios, para que no pudiera salir y extraviar a las naciones (ν.3). Durante la prisiσn, que durará mil años, el Dragón no podrá seguir seduciendo a las naciones contra la Iglesia de Cristo. De este modo, los cristianos se verán libres de sus más fieros enemigos, que les perseguían a muerte. Y podrán gozar de paz durante todo este tiempo. Pasados los mil años, se le dará suelta al Dragón un poco de tiempo para que ponga en ejecución su postrera hazaña, a la que seguirá la derrota definitiva.

La prisión en la que es encadenado y encerrado el Dragón es distinta del lago de fuego, al que fueron arrojados la Bestia y el seudoprofeta, y en el que será arrojado luego el mismo Dragón 8. El lago es el lugar de tormento en el que expían sus pecados los condenados; el abismo, en cambio, es una prisión provisional de detenidos, en el que el Dragón sufrirá un castigo preliminar antes de su derrota definitiva. Sin embargo, no hay que tomar demasiado al pie de la letra las palabras de un libro como el Apocalipsis, en que tanto abunda el lenguaje figurado.

El encadenamiento del Dragón durante mil años significa la limitación de los poderes subversivos del demonio. Es la neutralización de su poder, de su actividad, disminuyendo aún más la libertad que se le había dejado en 12:9. Este encadenamiento del Diablo ha de entenderse en el mismo sentido que el del fuerte atado de Mt 12:29 9· San Agustín explica también nuestro pasaje en el sentido de una neutralización parcial del poder diabólico 10.

La expresión mil años es un número redondo, que designa, como ya dejamos dicho, un tiempo muy largo, de duración casi infinita. San Jerónimo y San Agustín, con la mayor parte de los exegetas que dependen de ellos, creen que estos mil años designan el período de tiempo existente entre la primera venida de Cristo y la consumación final. El corto período en que será librado Satán lo identifican con el período de tres años y medio de actividad del anticristo.

El Imperio romano idolátrico, hasta aquí animado por el espíritu de Satanás, reconocerá al fin su error, cesará de perseguir el nombre de Cristo, dará la paz a la Iglesia y se confesará él mismo cristiano. La mayor venganza de Dios está en que sus enemigos se conviertan a El reconociendo su error. Así se vengó el Señor de Saulo (San Pablo) cuando tan encarnizadamente le perseguía. Llegamos, pues, al día de la victoria y de la paz. ¿Cuánto durará esta paz? Los profetas no le ponen término. Tanto como el sol y la luna, dicen Jeremías H y el salmo 12. San Juan señala la duración de mil años, es decir, un espacio de tiempo muy largo, una eternidad. ¿Había de ser el profeta del Nuevo Testamento menos optimista que los del Antiguo Testamento? De ninguna manera. Sin embargo, los profetas del Antiguo Testamento nos presentan el mesianismo, o sea el reino de Dios, realizado en la tierra, mientras que, para el vidente de Patmos, esta realización sobre la tierra es tan sólo transitoria. Su realización definitiva será en el cielo, gozando de la vida eterna, que es la vida de Dios. Allí es donde tendrán pleno cumplimiento las palabras del ángel a la Santísima Virgen: "Y su reino no tendrá fin."13

San Juan continúa describiéndonos su visión: ve que se colocan tronos y sobre ellos se sientan ciertos personajes para juzgar (v.4). Según el estilo apocalíptico, no dice quién coloca esos tronos. Tampoco se dice si es en la tierra o en el cielo. A la verdad, lo mismo puede ser abajo que arriba, pues los que en ellos se han de sentar son del cielo, mas, por su influencia, estarán también en la tierra. Los personajes que se sientan en los tronos lo hacen en función de jueces. Juan tampoco nos dice quiénes eran los que se sentaron en los tronos. En el Nuevo Testamento se dice de los doce apóstoles: "En verdad os digo que vosotros, los que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente sobre el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel,"14 Pero también se dice de todos los cristianos que se sentarán en tronos y juzgarán al mundo: "¿Acaso no sabéis — dice San Pablo — que los santos han de juzgar al mundo? ¿No sabéis que hemos de juzgar aun a los ángeles?"15 El vidente de Patmos, siguiendo esta misma doctrina, presenta a los fieles cristianos participando ya de la potestad regia y judicial de Jesucristo.

Entre todos estos cristianos ocupan un lugar preeminente los mártires que habían sido degollados por el testimonio de Jesús y los que no habían adorado a la Bestia ni habían recibido su marca. Estos son los que ve San Juan sentarse sobre los tronos preparados para juzgar. Todos éstos, es decir, los mártires y confesores, vivirán y reinaran con Cristo por espacio de mil años. El autor sagrado no nos dice dónde reinarán, si en el cielo o en la tierra. Pero parece que San Juan se refiere a un reinado de los fieles cristianos de índole espiritual. Una vez que el instigador a la guerra fue aprisionado, la paz reinará en la tierra por un tiempo indefinido. Es la duración del reinado del Príncipe de la paz 16. Los cristianos fieles a Cristo vivirán reinando, es decir, ejerciendo funciones de reyes. ¿Qué significa esto? Ante todo hemos de advertir que reinar con Cristo es participar de su autoridad soberana de rey. Jesucristo, como dice San Pablo, en premio de su obediencia hasta la muerte de cruz, recibió la suprema autoridad de Señor, de Soberano, sobre los cielos, la tierra y los infiernos 17. San Juan, por su parte, dice de Jesús que es Rey de reyes y Señor de señores 18. Esta es la realeza que el Salvador confesó poseer ante Pilato. ¿En qué consiste el ejercicio de esa realeza? Pues consiste en distribuir a los hombres la gracia que con su pasión nos mereció, de suerte que con ella unos alcancen la vida eterna y otros justifiquen la conducta de Dios al ser excluidos de ella. El Señor prometió a los apóstoles, como premio por haberle seguido, que se sentarían en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Juzgar es igual que gobernar, que reinar sobre el pueblo de Dios, sobre la Iglesia. Lo que se promete a los apóstoles por haber seguido a Cristo, lo atribuye ahora el autor sagrado a los que en medio de las persecuciones le siguieron sin temor a la muerte. Dios hace justicia a los santos en cuanto que les concede la gracia de reinar en lugar de sus perseguidores.

La fe católica confiesa que el Señor honra a los santos del cielo otorgándoles influencia en el mundo por medio de su intercesión. Además, gusta de tomarlos como ministros suyos en la comunicación de su gracia, no porque de ellos tenga necesidad, sino para honrar a los que le honraron en la tierra. En esto consiste precisamente ese reinar de los fieles con Cristo por mil años. Entre todos ocupará el primer lugar la Virgen Madre, la Reina de los mártires, con su esposo, San José; después los apóstoles, según la promesa del Señor, y luego cuantos superaron las pruebas, cada uno según sus merecimientos. Esta gloria que los santos reciben después de su muerte es la primera resurrección, en la cual no toman parte los demás muertos (v.5). ¿Quiénes son estos muertos? Pues todos los demás que no han pasado por el fuego de la persecución. El vidente de Patmos parece mirar aquí principalmente a los que se mantuvieron fieles en la presente persecución, pues su propósito es alentar a los fieles a soportarla. Pero el motivo formal de su afirmación parece exigir que en esta categoría se incluyan también los que en tiempos anteriores pasaron por las mismas pruebas y los que habían de pasar en el futuro. Algunos autores, en cambio, interpretan la expresión los restantes muertos de los que adoraron a la Bestia. Estos idólatras no participarán con Cristo del reinado espiritual por espacio de mil años. Continuarán muertos hasta la resurrección corporal de todos los difuntos, y entonces resucitarán para ser castigados en el infierno 19. Según esto, el autor del Apocalipsis contrapondría la resurrección espiritual, por medio de la gracia, en este mundo, que tendrá su plena expansión en el cielo, y la corporal, al fin del mundo. La resurrección primera es la que se ejecuta ya en la vida presente mediante la gracia; la resurrección segunda tendrá lugar al fin del mundo, cuando resuciten corporalmente todos los muertos.

San Juan llama bienaventurados a los que tengan parte en esta primera resurrección, porque, si se mantienen fieles a la gracia, tienen ya asegurada la vida eterna; y la segunda muerte, es decir, la muerte eterna, no tendrá poder sobre ellos (v.6). El vidente de Patmos quiere consolar a los cristianos y animarlos para que se mantengan firmes en su fe. El que esto haga será dichoso y santo, en cuanto que será en el cielo lo que eran los sacerdotes en el templo de la tierra, que vivían cerca de Dios y en su presencia, presentándole las ofrendas y los sacrificios. Tendrá una relación más íntima, una especial vinculación con Dios, como la que tenían los reyes y los sacerdotes de la Antigua Ley. Será, como Jesucristo, rey, con poder para juzgar, y sacerdote, con potestad para ofrecerle las oraciones y los sacrificios de toda la Iglesia y de la humanidad 20.

Todo esto durará mil años. El que tenga parte en la primera resurrección, propia de los mártires y de los que han padecido por el nombre de Cristo, reinarán con Cristo por mil años y tendrán asegurada la resurrección final, porque el Señor ha afirmado: "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el reino de los cielos." 21

Este período de mil años tiene poca importancia en el conjunto del Apocalipsis. Sin embargo, en esta sección (20:1-6) se insiste varias veces en dicho lapso de tiempo. Todo el interés del Apocalipsis pasa directamente de los tres años y medio de persecución a la vida de la nueva Jerusalén, que durará por siempre.

El reino milenario de Cristo 22 ha recibido diversas explicaciones en el decurso de la historia. Para unos sería un reinado de Cristo con los suyos sobre la tierra; para otros, en cambio, se trataría de un reinado espiritual, bien en este mundo o bien en el otro. En el Antiguo Testamento, el reino glorioso del Mesías se coloca en la tierra, ya que la teología hebrea no llegó a descubrir la retribución en la vida futura hasta el siglo u a. C.23 A partir de esta época, la etapa mesiánica se desdobla en dos fases: la terrena, sobre cuya duración no concuerdan los doctores judíos. Para Rabbi Aquiba sería de una duración de cuarenta años, en conformidad con el tiempo que estuvieron los hebreos en el desierto. Para el 4 de Esdras 7:28, la duración sería de cuatrocientos años, según el tiempo de la cautividad egipcia. Rabbi Eliezer (s.I d.C.) extiende la duración de la fase terrestre del mesianismo a mil años 24. San Juan parece seguir esta misma opinión, que debía de estar bastante extendida por los ambientes judíos palestinenses en el siglo I d.C. La otra fase del reino mesiánico era la celeste y ultraterrena, que sería la continuación de la etapa terrena. La doctrina judía sobre la etapa terrestre del mesianismo, es decir, sobre el milenarismo, debió de penetrar en los ambientes cristianos del siglo i. En las ideas de Cerinto encontramos ya vestigios de la doctrina milenarista, que se extenderá bastante entre los escritores cristianos de aquella época. Una antigua creencia judía, atestiguada en el Diálogo con Trifón (80-81), de San Justino, afirmaba que el reino mesiánico inauguraría el séptimo milenio del mundo. Jerusalén sería restaurada, resucitarían los patriarcas, los profetas y todos los santos, y vivirían en una gran prosperidad y paz. Esta creencia fue aceptada por diversos escritores cristianos de los primeros siglos, los cuales esperaban que Cristo reinase mil años en Jerusalén (cf. v.5) antes del último juicio. El autor de la Epístola de Bernabé (15:4-9) admite este milenarismo 25. Para él, el séptimo milenio sería el sábado del mundo, que precedería al octavo día, o sea a la eternidad, que ha de comenzar con el juicio final. Papías también creía en el reino de mil años, que tendría lugar después de la resurrección de los muertos. Cristo reinaría visiblemente sobre la tierra con los elegidos por espacio de un milenio. Durante este tiempo, la fecundidad de la tierra sería algo prodigioso 26. San Justino se inclina de igual modo en favor del milenarismo. Según él, después que el anticristo sea encadenado, Jerusalén será reedificada y habitada por los cristianos, en compañía de Cristo, durante mil años. Y estas ideas las atribuye al autor del Apocalipsis 27. También San Ireneo admite la creencia milenarista como una verdad de fe, principalmente porque muchos de los que la negaban rechazaban al mismo tiempo la resurrección de la carne 28. Lo mismo pensaron Tertuliano, siguiendo a los montañistas 29, y San Hipólito Romano, que defendió el milenarismo en contra del presbítero Cayo, el cual negaba la autenticidad joánica del Apocalipsis para combatir más de raíz el milenarismo. Se cuentan, además, entre los partidarios del milenarismo, Metodio de Olimpo, Apolinar de Laodicea, Lactancio, Victorino de Pettau.

Sin embargo, no hay que pensar que la creencia milenarista constituyese un dogma de la Iglesia primitiva. Muchos otros grandes escritores y santos del cristianismo primitivo, como San Clemente Romano, Hermas, Clemente Alejandrino, San Cipriano, San Dionisio de Alejandría 30, San Efrén, ignoran o combaten claramente el milenarismo. Orígenes escribió en contra de esta creencia milenarista, tratándola de necedad judía 31. San Jerónimo, siguiendo a Triconio, en numerosos pasajes de sus obras interpreta el milenarismo en sentido espiritual; aunque, por otra parte, se muestra bastante indulgente con las ideas milenaristas32. Pero será San Agustín, después de algunas incertidumbres iniciales 33, el que dará la interpretación que se hará clásica en la Iglesia 34.

La interpretación espiritual dada por San Agustín consiste en lo siguiente: el milenio abarcaría todo el tiempo comprendido entre la encarnación de Cristo y su retorno glorioso al fin de los tiempos. Durante este tiempo, la actividad del Diablo será coartada y restringida. Cristo reinará con la Iglesia militante en la tierra hasta la consumación de los siglos. La primera resurrección ha de entenderse, por lo tanto, espiritualmente, y designa el bautismo, o sea el nacimiento a la vida de la gracia 35. La vida regenerada del cristiano es llamada primera resurrección, en contraposición a la resurrección general o segunda. Como la muerte primera, que es la separación del cuerpo y del alma, se opone a la segunda muerte o condenación eterna, comenzada en la tierra por el pecado; del mismo modo la primera resurrección se opone implícitamente a una segunda resurrección, que seguirá a la par usía y será corporal y general 36. Los tronos del v.4 significarían para San Agustín la jerarquía católica, que tiene el poder de atar y desatar. Por aquí se ve que San Agustín insiste principalmente sobre la Iglesia militante. Sin embargo, no hay que pensar que excluya la Iglesia triunfante, pues San Juan asocia íntimamente la una con la otra. Los bienaventurados, sobre todo los mártires, así como todos los fieles en general, reinan con Cristo ya antes de la par usía. Unos reinan mediante la vida de la gracia, los otros mediante la vida en la gloria. Por consiguiente, el milenio viene a ser como un cuadro de la vida de la Iglesia, tanto en su estadio provisorio como en el estadio definitivo. Los bienaventurados (mártires, confesores, etc.) reinan con Cristo en el cielo, y los fieles que vienen a este mundo reinan con Cristo mediante la vida de la gracia. "La profecía del milenio — dice el P. Alio —, que forma un cuerpo perfecto con las otras profecías del libro, es simplemente la figura del dominio espiritual de la Iglesia militante unida a la Iglesia triunfante, después de la glorificación de Jesús, hasta el fin del mundo" 37.

Algunos autores modernos sugieren otra interpretación: "La resurrección de los mártires simbolizaría la renovación de la Iglesia después de la persecución de Roma, como la resurrección de los huesos en Ezequiel 37:1ss simbolizaba la renovación del pueblo israelita después de la dispersión del destierro." 38

El milenarismo, después de San Agustín, fue perdiendo importancia, hasta desaparecer casi completamente. Sin embargo, ha dejado curiosos vestigios, como las oraciones para obtener la gracia de la primera resurrección, contenidas en antiguos libros litúrgicos de la Iglesia de Occidente 39. Y en diversas épocas han ido apareciendo obras que defienden las ideas milenaristas o muestran simpatía hacia ellas. La Iglesia no las ha condenado como heréticas, pero sí como erróneas, poniendo en el índice de libros prohibidos varios trabajos modernos.

 

Ultima batalla escatológica de Satanás contra la, Iglesia, 20:7-10.

7 Cuando se hubieren acabado los mil años, será Satanás soltado de su prisión 8 y saldrá a extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, y reunirlos para la guerra, cuyo ejército será como las arenas del mar. 9 Subirán sobre la anchura de la tierra, y cercarán el campamento de los santos y la ciudad amada. Pero descenderá fuego del cielo y los devorará. 10 El diablo, que los extraviaba, será arrojado en el estanque de fuego y azufre, donde están también la bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.

 

Pasados los mil años en que el Diablo estuvo encadenado, será soltado, y entonces se dedicará a seducir al mundo y a juntar fuerzas para dar el último asalto contra Dios (v.7). Como el Imperio romano y el sacerdocio pagano, simbolizados por las dos Bestias, ya habían desaparecido aniquilados por Jesucristo y su ejército, Satanás busca aliados y colaboradores en las hordas bárbaras de los escitas de Gog y Magog. Para la redacción de este último episodio de la lucha entre Cristo y Satanás, San Juan se ha inspirado en Ezequiel (v.38-39), en donde se habla de la invasión de Gog. Los pueblos escitas, a los que pertenecían Gog y Magog, se hicieron célebres en la literatura judía después de su invasión en Asia (630 a. C.) por su ferocidad. Ezequiel nos presenta a Israel recientemente restaurado, que habita en su tierra tranquilo y confiando más en la protección del Señor que en la fortaleza de sus ciudades, desprovistas de murallas. De las regiones del aquilón llega una invasión feroz de pueblos desconocidos, los cuales, atraídos por la fácil presa que Israel les ofrece, pretenden acabar con él. Pero el Señor interviene en favor de su pueblo, siembra la discordia en el campo de los invasores y unos a otros se destrozan totalmente.

Jesucristo también nos habla de que al fin de los tiempos las luchas perpetuas entre la ciudad del mundo y la ciudad de Dios se agravarán 42. Y San Pablo, escribiendo a los tesalonicenses, también dice que llegará un tiempo en que el hombre de iniquidad será dejado libre, y "entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, destruyéndole con la manifestación de su venida."43

Pues lo que el Salvador y su Apóstol nos exponen en esta forma, San Juan nos lo va a declarar inspirándose, como ya dijimos, en Ezequiel. Al Diablo, una vez suelto, se le permitirá desarrollar su labor ordinaria, que es extravían a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la tierra (v.8), es decir, en las fronteras del Imperio romano. Las organizará en torno a sus aliados Gog y Magog 44, formando con ellos un ejército numeroso como las arenas del mar, Gog era para los judíos y cristianos de los primeros siglos un conductor de hordas bárbaras contra Palestina y Jerusalén, como lo sería más tarde para el mundo cristiano Atila con sus ejércitos. Gog, por instigación diabólica, reunirá una inmensa horda salvaje y bárbara al fin de los siglos para destruir a la Iglesia de Cristo, que, como Israel después de la restauración, vivía tranquila en torno a su Señor. Y esa horda feroz, como los ejércitos de Gog en Ezequiel, subirá por la llanura45 de la Tierra Santa para asediar el campamento de los santos y la ciudad amada (v.g), que es la Iglesia, y acabar con ella. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se emplea con frecuencia la expresión subir para indicar la ida a Palestina, y sobre todo a Jerusalén46. Y, en efecto, la tierra de que nos habla San Juan designa Palestina; y la llanura debe de ser la de Esdrelón, lugar obligado de paso de los ejércitos invasores. Estas hordas invasoras deben de ser las mismas que juntaron los reyes de la tierra en Harmagedón para luchar contra Dios y el Cordero47. Luego cercan el campamento de los santos, es decir, a los cristianos, que constituyen el verdadero pueblo de Dios, y a la ciudad amada, la Sión del Antiguo Testamento, que aquí representa la nueva Jerusalén, la Iglesia de Cristo. Pero Dios acudirá en auxilio de los suyos. Como en Ezequiel48 y como en la literatura apocalíptica, la victoria se obtiene sin necesidad de lucha49. El Señor hará descender fuego del cielo y los devorará. Con esto, el ejército invasor quedará totalmente destrozado. Satanás, que había tratado por todos los medios de destruir a la Iglesia, será definitivamente encarcelado. Ya no podrá volver a intentar la ruina de la nueva Jerusalén. Así terminarán las luchas seculares entre las dos ciudades: la de Dios y la del Diablo. Se trata, naturalmente, de las luchas de las naciones infieles y de las herejías contra la Iglesia, que al final de los tiempos se desencadenarán con redoblado encarnizamiento. Una vez vencido el Dragón en este combate final, será arrojado en el lago de fuego, en donde le habían precedido la Bestia y el seudoprofeta, y en donde serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos (v.10). La derrota de Satanás será definitiva. Ya no volverá a salir más del infierno, en donde se encontró con los emperadores que encarnaron a la Bestia, y los sacerdotes paganos y seudodoctores que combatieron el nombre de Cristo, tratando de seducir a los fieles50. Allí serán atormentados sin fin, eternamente. El autor sagrado enseña claramente la eternidad de las penas del infierno. Y parece contemplar un período en que los enemigos de Dios y de su Iglesia desaparecerán totalmente. Tal vez se refiera al término del ciclo de la Iglesia perseguida y militante y al comienzo de la Iglesia triunfante. Se cierra el tiempo para dar principio a la eternidad51.

 

Juicio final, 20:11-15.

11 Vi un trono alto y blanco, y al que en él se sentaba, de cuya presencia huyeron el cielo y la tierra, y no dejaron rastro de sí. 12 Vi a los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante del trono; y fueron abiertos los libros, y fue abierto otro libro, que es el libro de la vida. Fueron juzgados los muertos, según sus obras, según las obras que estaban escritas en los libros. 13 Entregó el mar los muertos que tenía en su seno, y asimismo la muerte y el infierno entregaron los que tenían, y fueron juzgados cada uno según sus obras. 14 La muerte y el infierno fueron arrojados al estanque de fuego; ésta es la segunda muerte, el estanque de fuego, 15 y todo el que no fue hallado escrito en el libro de la vida fue arrojado en el estanque de fuego.

 

El autor sagrado pone con esta escena punto final a todas las luchas y agitaciones terrestres. Toda oposición contra Cristo y su Iglesia es desterrada para siempre. De este modo se podrá volver a una paz y a una felicidad que superarán con mucho la paz y la felicidad de nuestros primeros padres en el paraíso terrenal52. Será la felicidad ininterrumpida del cielo.

San Juan contempla a Jesucristo sentado en un trono, en disposición de juzgar al mundo. Es el juicio final, con el cual se pone término al drama terrestre. Dios va a asignar a cada uno la suerte que le han merecido sus obras por toda la eternidad. Dios mismo es el que juzga 53. El Juez supremo aparece sobre un trono. Y ante su presencia se produce un cataclismo, pues desaparecen el cielo y la tierra (v.11). El profeta Isaías también emplea una imagen bastante parecida: "La milicia de los cielos se disuelve, se enrollan los cielos como se enrolla un libro; y todo su ejército caerá como caen las hojas de la vid, como caen las hojas de la higuera."54. A la apertura del sexto sello 55 se produjo una escena muy semejante, en la cual se debe de inspirar nuestro pasaje. Cuando Dios interviene en la historia, los elementos del cosmos se conmueven ante la presencia de su soberano Señor. La magnitud del cataclismo presente — el cielo y la tierra huyeron sin dejar rastro de sí — indica la importancia de la intervención divina.

El trono sobre el cual aparecía sentado Dios, el Juez supremo, era alto, para significar de algún modo la alta dignidad de quien se sienta en él56. Su color era blanco, propio de los personajes celestes, y que simboliza la victoria, la santidad, la justicia y al mismo tiempo la misericordia 57. La majestad del que se sienta en el trono es tan grande, que los cielos y la tierra no pueden soportarla y desaparecen sin dejar ningún vestigio. Serán reemplazados por un cielo nuevo y una tierra nueva 58.

San Juan ve después delante del trono a los muertos que habían de ser juzgados (v.1a). Eran los hombres que habían muerto, pero que ahora habían vuelto a la vida. La multitud estaba compuesta de personajes que en el mundo fueron socialmente poderosos y grandes; pero tampoco faltaban los humildes y de condición baja. Todos estaban de pie delante del trono, esperando la sentencia del Juez supremo. Guando todos estuvieron reunidos, fueron abiertos varios libros. En unos estaban escritas las obras buenas y malas de cada uno de los hombres que habían de ser juzgados; pues, como dice el Libro de Henoc, "todo pecado es anotado día por día en el cielo en presencia del Altísimo."59 Según lo que resultare de estos libros, recibirá cada uno la sentencia. Para unos será la bienaventuranza, para otros la condenación eterna. La Sagrada Escritura nos habla con frecuencia de los libros de Dios, como para indicar que en el juicio divino se sabrán todas las cosas que hicieron los mortales. Es un modo humano de concebir y expresar las cosas divinas, que de otra manera no podemos declarar. En realidad, como dice San Agustín 60, Dios no necesita de libros ni memoria para acordarse de lo que ha hecho cada uno. Su presciencia divina lo conoce todo y nada podrá escapar a su juicio infalible. Todos serán juzgados según sus obras. De donde se sigue que no basta la sola fe para salvarse, sino que son necesarias las obras buenas. En otro libro, es decir, en el libro de la vida61, están escritos los nombres de los predestinados para la vida eterna. Cuantos no estén inscritos en este libro serán arrojados al conocido lago de fuego (v.15). Del libro de la vida se habla bastantes veces en la Biblia62.

Todos los muertos tendrán que comparecer a juicio. Nadie se librará de él. Porque tanto el Mar, como la Muerte y el Infierno o Seol entregaron los muertos que tenían en su seno para que fueran juzgados según sus obras (v.15). El Mar, el Seol (Infierno) y la Muerte están aquí personificados como tres monstruos insaciables 63 o como poderosos carceleros que tenían a los muertos encerrados en remotísimas prisiones. Sin embargo, ante el mandato de Dios, tienen que entregar dócilmente las presas que consideraban suyas. En el salmo 139:8-9, el cielo, el mar y el seol son símbolos de los lugares más secretos e inaccesibles. Aquí significan que no hay lugar, por muy oculto que sea, que no tenga que restituir todos los muertos. Ni uno solo de ellos podrá librarse del juicio de Dios. El Seol (ó "Αιδης), que frecuentemente se traduce por infierno, no designa el lugar en donde los condenados serán atormentados por toda la eternidad. El seol, en el Antiguo Testamento, designaba una región tenebrosa, una especie de caverna adonde iban las almas de todos los hombres, buenos y malos, después de la muerte. En él no se daban ni premios ni castigos. Los muertos vivían en el Sheol en un estado de semiinconsciencia y eran considerados como sombras de la existencia terrena64. Por consiguiente, el seol (6 "Αιδης), en el pasaje del Apocalipsis que estamos comentando, designa un lugar provisional que ha de desaparecer cuando Dios llame a juicio a los muertos.

La Muerte y el Seol, personificados, son castigados como culpables: fueron arrojados al estanque de fuego (v.14). Este castigo significa la ruina de su poder sobre la humanidad restaurada, es decir, sobre los elegidos. Su tiranía no se ejercitará ya más sobre los predestinados, sino sobre los réprobos. La victoria de Cristo sobre el pecado lleva consigo la victoria sobre la muerte, que nació del pecado65. San Pablo nos dice que "el último enemigo reducido a la nada será la muerte."66 En el mundo futuro no existirá la muerte, como sucedía en el paraíso terrenal antes del pecado original67. Y, sin la muerte, el seol no tendrá ya más razón de ser.

El estanque de fuego, adonde fueron arrojados la muerte y el seol, es identificado con la segunda muerte, es decir, la condenación eterna. Se le llama segunda muerte por contraposición a la primera muerte, que se da cuando el hombre sale de este mundo. Esta segunda muerte, que supone la condenación eterna, es lo mismo que el infierno o estanque de fuego. En él serán arrojados todos los hombres culpables y en él padecerán eternos suplicios los que no están inscritos en el libro de la vida (v.15)68. Son todos aquellos que no quisieron aprovecharse de las gracias que Jesucristo y su Iglesia les ofrecían. Esos tales serán arrojados al lago de fuego y de vida en premio de su buena conducta (Ex 32:32; Sal 69:29; 139:16). En dicho libro también están escritos los predestinados a la gloria (Fil 4:3; Ap 3:5; 13:8; cf. Le 10:20. Heb 12:23). azufre, al fuego eterno, en donde habrá llanto y crujir de dientes 69, fuego reservado para el Diablo y para cuantos le siguieron70. Con esto termina la historia del mundo.

El autor del Apocalipsis hace hincapié, sobre todo, en la resurrección de los que no estaban inscritos en el libro de la vida. Después nos declarará la suerte dichosa de los justos en la nueva Jerusalén. Hay, pues, una resurrección final para buenos y malos. Pero para los buenos será resurrección para la vida; en cambio, para los malos será resurrección para la muerte eterna, para el juicio eterno71.

 

1 Cf. P. Gaechter, The Original Sequence of Ap 20-22: Theological Studies 10 (1949) 485-521; M. C. Tenney, The Importance and Exegesis of Revelation 20:1-8: Bibliotheca Sacra ni (1954) 137-148; J. M. Kik, Revelation Twenty (Filadelña 1955) IX-92; R. Summers, Revelation 20. An Interpretation: Review and Expositor 57 (1960) 176-183. — 2 Ap 9:1. — 3 Ap 1:18. — 4 Cf. Ap 12:9. — 5 Cf. Gen 3:1-19. — 6 Sab 2:24. — 7 Ap 20:2.3.5.6.7. — 8 Ap 20:10. — 9 Cf. Me 3:27; Le ii,21. EnHenoc (18:12-16; 19:1-2; 21:1-6) se habla también del encadenamiento de los ángeles malos. — 10 "Alligatio diaboli — dice San Agustín — est non permitti exercere totam tentationem quam potest" (De chítate Dei 20:8:1). — 12 Sal 72:5-7· — 11 Jer 31:35- — 13 Le 1:33. — 14 Mt 19:28; Le 22.29-30. — 15 1 Cor 6:2-3; cf. Le 22:30. — 16 Is 9:6. — 17 Fil 2:7-11. — 18 Ap 19:16. — 19 M. García Cordero, o.c. p.204. — 20 Cf. Sal 110:4; Heb 5:9; 7:11.17. — 21 Mt 5:10. — 22 Del milenio ya hemos hablado en la Introducción p.31iss. Allí también se puede ver la bibliografía sobre este tema. — 23 El primer libro que nos habla en el Antiguo Testamento de la retribución en la vida futura es el de Daniel (12:2-3). Después también hablará el libro 2 de los Macabeos (7:9.14.23; 12:43-46) y el libro de la Sabiduría (3:1; 5:1.5.15.16). — 24 M. García Cordero, o.c. p.205-206. — 25 Cf. H. Bruders, La part de la Chronique ju'ive dans les erreurs de l'histoire universelle: NRTh 56 (1934) 937-939. — 26 Cf. Eusebio, Hist. Eccl. 39:11-13. — 27 Cf. San Justino, Dialogo con Trifón 80-81. — 28 San Ireneo, Adv. haer. 5:29:3ss; 5:31:1-2; 32:1; 35,i; 35:2: PG 7:1201-1221. — 29 Tertuliano, Adv. Marcionem 3:24: PL 2:355-356. — 30 Cf. eusebio, Hist. Eccl. 7:24. — 31 Cf. Proí. in Cant; De principiis 2:11:2. — 32 Cf. In haiam 18: PL 24:627. — 33 Serm. 259:2. — 34 De civitate Dei 20:7:1-2: PL 41:666-668. — 35 Rom 6:1-10; Gol 3:1-2; Fil 3:20; cf. Jn 5:25-28. — 36 E. B. Allo, o.c. p-324- — 37 E. B. Allo, o.c. p.328. — 38 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.79. — 39 Cf. Dom Leclercq, Millénarisme, en Dicí. d'archéol. et liturgie XI 1192-1194. — 40 El P. Manuel de Lacunza y Díaz nació en Santiago de Chile en 1731. En 1747 entró en la Compañía de Jesús. Murió el 17 de junio de 1801. En los últimos quince años de su vida se dedicó al estudio del problema milenarista. El fruto de su estudio cristalizó en un libro cuyo título era La venida del Mesías en gloria y majestad. Cf. Beltrán Villegas, El milenarismo y el Antiguo Testamento a través de Lacunza: Dissertatio ad Laureara apud Pontif. Athenaeum "Angelicum" (Valparaíso 1951); A. F. Vaucher, Une célébrité oubliée: le P. Manuel de Lacunza y Díaz, S. I. (1731-1801) (Coilonges-sous-Saléve 1941). — 41 Cf. A AS 36 (1944) 212. Además de la bibliografía ya dada en las p. 31955, ofrecemos la que sigue sobre el milenarismo: E. B. Allo, L'Apocalypse de Sí. /ean3 (París 1933) p.LXIU-LX1V.CXII-CXLIII; id., St. Paul et la double résurrection corporelle: RB 41 (1932) 187-209; W. A. Brown, Millenium, en A Dictionary ofthe Bible (Hastings) 3 (1900) 370-373; A. Har-Nack, Millenium, en TheÉncyclopedia Britannica n.a ed. 18 (1911) 460-463; T. de beláuste-gui, La conversión de los judíos y el fin de las naciones (Barcelona 1922); A. Colunga, Los sentidos de las profecías: Actas del Congreso Internacional de Apologética 2 (Vich 1910) p.63-81; H. Hopfl, De regno mulé annorum in Apocalypsi: VD 3 (1923) 206-210.237-241; ch. journet, La signification des prophéties touchant le royanme de Dieu: accord partiel d'un jésuite et d'un adventiste: Nova et Vetera 17 (1942) 438-451; J. B. frey, Le conflit entre le messianisme de Jesús et le messianisme des juifs de son temps: Bi 14 (1933) 133-149-269-293; O. Cullmann, Le Re-tour du Christ esperance de l'Église selon le Nouveau Testament: Coll Gahiers Théologiques de l'Actualité Protestante (París-Neuchátel 1948); C. H. Schaible, Las primeras ediciones de la obra de Lacunza: Revista Chilena de Historia y Geografía ni (1948) 205-271; R. Silva Castro, En torno a la bibliografía de Lacunza: ibid. 105 (1944) 167-182. — 42 Mt 24:21-22. — 43 2 Tes 2:3-8. — 44 Magog es citado en Gen 10:2 como hijo de Jefté. En Ez 38:2, Magog es el país o el reino del príncipe Gog. Este país estaba situado probablemente cerca del mar Caspio. En la literatura apocalíptica posterior, Gog y Magog designan claramente dos pueblos. Para el autor del Apocalipsis simbolizan las naciones paganas coligadas por el diablo contra la Iglesia. Cf. A. gelin, o.c. 658. — 45 Nácar-Colunga tienen la anchura; pero το ττλάτος tambiιn se puede traducir por la Ranura,'que parece estar más en conformidad con el pensamiento de San Juan. — 46 Cf. Le 2:4. — 48 Ez 38:22; 3 9:6. — 47 Ap 16:16. — 49 Cf. Ap 11:5. — 50 Ap 13:11-17. — 51 M. García Cordero, o.c. p.21o. — 52 Cf. J. H. Michael, A Vision ofthe Final Judgement, Ap 20:11-15: ExpTim 63 (1951' 1952) 199-201. — 53 En otros pasajes del N. T. es Jesucristo el juez del mundo (Mt 16:27; 25:31-46; Jn 5. 24; Act 17:31; 2 Cor 5>io), y ejecuta el juicio en nombre de Dios Padre (Jn 5:24; Act 17.31)· pues sólo Dios es juez (Mt 18:35; Rom 14:10). — 54 1834:4. — 55 Ap 6:12-14. — 56 Isó.i. — 57 Ap 6:2; 19:8. — 58 Ap 21:1. — 59 Libro de Henoc 98:7. — 60 De civitate Dei 20:14-15. — 61 Gf Ap 3:5; 13:8; 17:8; 21:27. A propósito de los libros en que estaban escritas las Dueñas y las malas acciones, cf. Is 65:6; Jer 22:30; Dan 7:10; Mal 3:16; Sal 139:16. — 62 En el libro de la vida tiene Dios escritos a sus amigos, a quienes se prometen largos años — 63 Ap 1:18; cf. Prov 27:20. — 64 Cf. J. Salguero, Antropología hebrea e incertidumbre sobre la otra vida: CultBib 19 (1962) 93-ss. — 65 Rom 5:12. — 66 1 Cor 15:26.54-50. — 67 Ap 21:4; cf. Is 25:8. — 68 Mt 25:41-45 — 69 Mt8,12; 13:42.50; 22:13. — 70 Ap 20:935. — 71 Jn5:29.

 

 

Capitulo 21.

 

La nueva Jerusalén, 21:1-22:5.

Después de haber descrito el exterminio de todos los enemigos de Dios y la desaparición del mundo del pecado, el vidente de Patmos pasa a describirnos el triunfo de la Iglesia 1. En una gloriosa visión que contrasta fuertemente con la de la destrucción y humillación de Babilonia (Roma) 2, San Juan nos presenta a la nueva Jerusalén. Contempla a ésta descendiendo del cielo, vestida como una novia, porque representa a la Iglesia, a la Esposa del Cordero. En Ap 19:6-9 ya se había hablado de las bodas del Cordero con su Esposa la Iglesia.

La fase terrestre de la Iglesia parece haber terminado en la perspectiva del hagiógrafo, y entramos en la eternidad. Lo que era objeto de esperanza — el vidente lo puso tantas veces ante los ojos de sus lectores para animarlos a sostener la lucha contra la Bestia — se ha convertido ya en una gloriosa realidad. Esta última parte del Apocalipsis desarrolla una visión trascendente, que insiste especialmente sobre la fase definitiva, eterna, de la Iglesia, pero sin omitir el aspecto espiritual y permanente de su fase de formación en este mundo. Ambas fases están, por lo demás, totalmente fundidas entre sí en la visión. Pero, en el conjunto, la visión prescinde completamente del fieri y del factura esse. El Apocalipsis siempre presenta en estrecha unión el aspecto militante y triunfante de la Iglesia 3.

Esta última sección del Apocalipsis viene a ser una especie de síntesis de todo el resto del libro 4.

Se puede dividir en los puntos siguientes: 1) La Jerusalén celeste (21:1-8). 2) Descripción de la Jerusalén futura, Esposa del Cordero (21:9-23). 3) En ella todos encontrarán abundantes bendiciones y la bienaventuranza eterna (21:24-22:5).

 

La Jerusalén celeste, 21:1-8.

1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; y el mar no existía ya. 2 Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo. 3 Oí una voz grande, que del trono decía: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos, 4 y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado. 5 Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que hago nuevas todas las cosas. Y dijo: Escribe, porque éstas son las palabras fieles y verdaderas. 6 Díjome: Hecho está. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed le daré gratis de la fuente de agua de vida. 7 El que venciere heredará estas cosas, y seré su Dios, y él será mi hijo. 8 Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.

 

San Juan ha hablado en el capítulo anterior del estanque de fuego en donde serán atormentados eternamente los malos; pues bien, ahora, por una especie de contraposición, comienza a hablar con entusiasmo de la bienaventuranza de los elegidos en la creación restaurada. Una vez ejecutado el juicio final, se abre una nueva vida para los predestinados. Toda la naturaleza visible será renovada y transformada. Del mismo modo que, por el pecado del hombre, la naturaleza fue sometida a la maldición y a la corrupción 5, así también ahora, con la glorificación del hombre, será librada de la corrupción y pasará a un estado mejor 6.

El vidente de Patmos contempla un cielo nuevo y una tierra nueva (v.1). Esta idea es un tema apocalíptico7 que tiene también grandes resonancias en las esperanzas mesiánicas. El profeta Isaías anuncia para los tiempos mesiánicos la creación de "cielos nuevos y una tierra nueva"8. Y los apócrifos judíos hablan también de la aparición de un mundo nuevo que saldrá del caos del mundo antiguo 9. El Libro de Henoc afirma claramente: "Y después de esto, en la semana décima., tendrá lugar el gran juicio eterno. Y el primer cielo desaparecerá y pasará, y un cielo nuevo aparecerá, y todas las potestades del cielo brillarán eternamente siete veces más. Y después de esto vendrán semanas numerosas, que transcurrirán innumerables, eternas, en la bondad y en la justicia, y desde entonces el pecado no volverá a ser nombrado nunca más"10. Esta misma concepción se encuentra en el Nuevo Testamento. En este sentido nos dice la 2 Pe: "Nosotros esperamos otros cielos nuevos y otra tierra nueva, en que tiene su morada la justicia, según la promesa del Señor." 11 El Apocalipsis, lo mismo que la 2 Pe 3:13, entienden esta transformación de los últimos tiempos. Es algo parecido a la palingenesia, o nuevo estado de cosas, esperado por la literatura judía bajo el influjo de ciertos textos proféticos 12. Sin embargo, el Apocalipsis no enseña una destrucción o renovación real y material del mundo físico, sino que permanece en el campo del simbolismo. Lo que quiere decir San Juan es que, con el juicio divino — purificador más poderoso que el mismo fuego —, los cielos y la tierra quedarán tan puros que verdaderamente parecerán otros. Quedarán totalmente libres de los impíos y de los malvados, perseguidores de la Iglesia. Por consiguiente, los cielos y la tierra serán nuevos, porque quedarán purificados.

El apóstol San Pedro, naciendo alusión a la historia del Génesis 1:9, dice que la tierra salió del agua, y luego con el agua del diluvio fue purificada 13. Pero "los cielos y la tierra actuales están reservados por la misma palabra para el fuego en el día del juicio y de la perdición."14 El fuego es el elemento de mayor energía purificadora, y, siendo tal la corrupción de los cielos, mancillados con el culto idolátrico que les rinden los hombres, y de la tierra, manchada con tantas iniquidades como en ella se cometen, necesitan un elemento de una gran fuerza purificadora para limpiarlos 15.

San Pablo también espera una especie de nueva creación por la cual suspiran las criaturas, sintiendo como dolores de parto mientras llega la regeneración espiritual del hombre 16.

El mar, a imitación de la tierra, desaparecerá del mundo nuevo que surgirá después de la gran purificación del juicio final. La desaparición del mar es también un rasgo apocalíptico que se encuentra en la literatura judía. Los Oráculos sibilinos afirman: "Y sucederá en el último período que el océano se secará."17. El mar, resto del caos primitivo acuático, Tehom-Tiamat18, morada de los monstruos marinos Tannim, Leviatan, Rahab y la Serpiente 19, que tan peligroso resultaba para los que tenían que atravesarlo, tenía mala fama entre los antiguos. El Dragón del capítulo 12 se apostó en la playa, junto al mar 20; y la Bestia de siete cabezas y diez cuernos salía del mar 21. Moisés, a la salida de Egipto, secó el mar Rojo para que pasase el pueblo de Israel. En el mundo nuevo que surgirá al final de los tiempos ya no existirá el mar.

Esta completa renovación del mundo exige que la nueva capital, la Jerusalén nueva, sea totalmente celeste. Por eso el autor sagrado dice que vio la ciudad santa descender del cielo del lado de Dios (v.2).

La presenta personificada bajo la figura de una novia ricamente ataviada. Se le llama ciudad santa porque en ella surgía el templo del único Dios verdadero. Y al mismo tiempo será nueva porque en ella ya no habrá ninguna cosa impura o profana. Jerusalén era el símbolo de la alianza de Dios con el pueblo escogido. La literatura rabínica habla de la existencia de un modelo de la ciudad de Jerusalén junto a Dios antes de que fuera fundada en la tierra 22. San Juan se sirve de esta creencia judía de una Jerusalén preexistente, que se manifestaría en los tiempos escatológicos, para describirnos una nueva Jerusalén totalmente espiritual, mansión de los elegidos. Hacia esta ciudad futura, ideal, se dirigían las miradas y las esperanzas, de los israelitas — lo mismo que en Ezequiel 40-48 — especialmente después de la destrucción de Jerusalén en el año 70. Jerusalén, en cuanto capital de la nación hebrea, viene a ser frecuentemente como la expresión del mismo pueblo. Y como Israel — según la concepción de los profetas — está íntimamente ligado con Yahvé por un vínculo conyugal, por eso se le llama Esposa de Yahvé 23. Esto mismo explica que en nuestro pasaje se dé a Jerusalén el nombre de esposa, en cuanto que representa al pueblo de Dios. En esta concepción profética se funda San Pablo para decir que Jerusalén es nuestra madre, porque representa al pueblo de los hijos de Dios, de los que creyeron en Jesucristo y aprendieron de El a llamar a Dios Padre. El mismo San Pablo considera a la Iglesia como Esposa de Cristo 24. Pues bien, San Juan extiende a la Iglesia triunfante lo que San Pablo dice de la Iglesia militante. Esta es la razón del lenguaje empleado en este pasaje, donde el autor sagrado ve a la Jerusalén glorificada que desciende del cielo ataviada como novia en el día de sus bodas. Con esta imagen se quiere expresar la alianza íntima e indisoluble del Cordero con su pueblo, con la Iglesia. Esta alianza íntima e indisoluble de Cristo con su Iglesia ya ha sido representada en el Apocalipsis bajo la imagen de unas bodas 25, pues Jesucristo es comparado en el Nuevo Testamento a un esposo 26, y la Iglesia a una esposa. 27 La esposa del Cordero que ve San Juan viene ataviada con sus mejores galas de novia, es decir, con la gracia y con las buenas acciones de los santos. Se dice, además, que la nueva Jerusalén baja del cielo porque ha de ocupar el sitio de antes en la nueva tierra una vez purificada de todas las impurezas que antes la tenían manchada 28.

Al mismo tiempo que ve esto San Juan, oye una voz fuerte que salía del mismo trono de Dios, pronunciada probablemente por algún querubín, que dice: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres. (ν.3). Es una alusiσn a la tienda o tabernáculo fabricado por Moisés en el desierto, dentro del cual habitaba Dios 29. La idea cumbre de la religión mosaica era la presencia de Yahvé en medio de su pueblo. Esta presencia de Dios se hace mucho más íntima en el Nuevo Testamento por la gracia de Jesucristo y por los sacramentos. El autor sagrado nos dice que Dios plantará su tienda (σκηνώσει) entre ellos, haciendo un juego de palabras entre el término griego skéné, tienda, y la palabra hebrea Sekinah 30, que era el símbolo de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo 31. La presencia de Dios entre los hombres expresa la idea de morada y de actividad que había comenzado a manifestarse por medio de la alianza de Yahvé con Israel en el Sinaí 32. La encarnación de Cristo mostró de un modo más pleno esa presencia de Dios entre los hombres y la espiritualizó 33. Pero todavía será más perfecta, definitiva y consumada al fin de los tiempos, cuando Dios habite y reine en medio de los elegidos en el cielo. Entonces sí que se podrá considerar a los bienaventurados como su pueblo, y a Dios llamarlo Dios con ellos, aludiendo a la profecía del Emmanuel, Dios con nosotros 34. Ezequiel también nos dice, hablando en nombre de Yahvé: "Pondré en medio de ellos mi morada, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" 35. Y el mismo profeta, después de haber visto cómo Dios abandonaba el templo profanado por los babilonios 36 y la vuelta de Yahvé a su morada de Sión 37, nos dice que el nombre de la ciudad será Yahvé Sammak, Yahvé esta allí 38.

En el Antiguo Testamento se repite con frecuencia que Yahvé será el único Dios de Israel e Israel será el pueblo predilecto de Yahvé. Si Israel cumple los preceptos del Señor, Yahvé le defenderá de los enemigos y lo llenará de felicidades39. Pero si el pueblo pecaba y se apartaba de Yahvé, entonces Dios se retiraba de en medio de su pueblo 40. En la nueva Jerusalén, Dios habitará indefectiblemente en medio de los elegidos, que no provendrán únicamente de Israel, sino de todas las naciones de la tierra. En adelante ya no habrá distinción entre judío y gentil, sino que todos podrán entrar a formar parte del pueblo de Dios mediante la fe 41. La presencia continua e indefectible de Dios en medio de los elegidos traerá como consecuencia la exclusión absoluta de toda suerte de penalidades. Lo expresa el autor sagrado con expresiones muy gráficas: enjugara las lagrimas de sus ojos y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado (v.4). Este texto se inspira en el profeta Isaías, el cual dice: "Y destruirá a la muerte para siempre, y enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y alejará el oprobio de su pueblo, lejos de toda la tierra"42. Un nuevo orden de cosas será inaugurado. En él cesará toda miseria, y los elegidos serán colmados de felicidad en la nueva Jerusalén, porque la primera condición de la bienaventuranza es la exclusión de todo mal. Con esto comienza el reino de la alegría y de la felicidad. El Libro de Henoc también nos describe la felicidad del reino mesiánico en estos términos: "Y la tierra quedará limpia de toda corrupción, de todo pecado, de todo castigo y de todo dolor, y no enviaré más (estos azotes) sobre la tierra hasta las generaciones y hasta la eternidad."43

Después el mismo Dios toma la palabra para dirigirse al vidente (v.5). Es la primera vez que en el Apocalipsis se dice expresamente que Dios toma la palabra. Esta intervención suprema de Dios se explica bien si tenemos en cuenta la gravedad de las últimas revelaciones con que termina el libro. Dios declara que todo será renovado: He aquí que hago nuevas todas.las cosas. De este modo anuncia la grande restauración de todas las cosas en Cristo 44. La renovación será tal y tan definitiva, que hará olvidar todo lo pasado. Así se realizarán las antiguas promesas hechas al vidente de Patmos en sus visiones pasadas 45. Esta promesa de la renovación total del orden humano y espiritual es ciertísima, pues así lo asegura el mismo Dios, cuyas palabras son fieles y verdaderas ^6. Y aunque el hecho todavía no se ha realizado, es tan cierto que se llevará a efecto, que ya se considera como realizado. Por eso, los designios de Dios son presentados como ya cumplidos, pues el alfa y la omega, el principio y el fin (v.6), ejecutará todo lo prometido desde la primera letra hasta la última. Dios es el que dirige la historia, y, por consiguiente, sabrá ordenar todas las cosas a su fin primario, que es a su misma glorificación y a la exaltación de su Iglesia. Todo comienza y termina en Dios, porque El es el Creador de todos las cosas, y todos los seres convergen ininterrumpidamente hacia El como a su centro y a su fin.

A los cristianos que se hayan mostrado valientes y hayan salido vencedores en las luchas pasadas 47, y a todo el que tenga sed, Dios les concederá bondadosamente derecho a la inmortalidad bienaventurada al lado de Jesucristo. Esto es lo que significa dar de beber gratis de la fuente de agua de vida. El que tenga sed designa a aquellos que sienten ansias de felicidad espiritual y cumplen los requisitos establecidos por Cristo y la Iglesia para obtenerla. Dios concede esa felicidad bienaventurada gratuitamente, en cuanto que es un don gratuito de Dios, y porque se conseguirá sin fatiga y sin sufrimientos en el cielo. Cristo apagará todos los deseos de los elegidos, dándose El mismo a ellos como fuente de bienaventuranza eterna. Esto se cumple ya en parte en este mundo cuando los cristianos reciben la gracia y los sacramentos 48; pero Dios los saciará todavía mucho más perfectamente en el cielo. Aquí alcanzará la promesa divina su más sublime realización cuando Dios comunique a sus fieles la vida feliz de que El goza. Entonces se realizará la perfecta adopción de los cristianos como hijos de Dios (v.v) que Cristo nos comunica ya en este mundo49. Porque en el cielo es donde entramos en posesión de aquella divina herencia, la cual sólo poseemos en esperanza en este mundo 50. Pero únicamente la obtendrán los vencedores en las persecuciones y en las dificultades de la presente vida y aquellos que hayan renunciado a todo lo de este mundo por amor de Cristo 51. Éstos tales recibirán una magnífica recompensa en el cielo, y Dios será todo para ellos y ellos serán sus hijos 52. Esta promesa tantas veces anunciada en la Sagrada Escritura adquiere aquí su realización escatológica y definitiva.

Esta es la suerte feliz que aguarda a los cristianos vencedores. En cambio, los cristianos cobardes, que no se atrevieron a enfrentarse con la persecución, los infieles, los idólatras y, en una palabra, todos los malos serán terriblemente castigados (v.8). San Juan nos da una lista de aquellos que, habiendo cometido acciones abominables a los ojos de Dios, serán arrojados al estanque de fuego. En primer lugar se refiere a los cristianos remisos y cobardes que, al sobrevenir la persecución, no supieron luchar contra la Bestia y renegaron de Cristo. Vienen a continuación los infieles que han rehusado la fe, cerrando los ojos a la luz de la verdad y de la revelación 53. Muchos de éstos se han hecho abominables a los ojos de Dios por haberse entregado a vicios execrables e impuros, especialmente a los vicios contra la naturaleza 54. La perversión moral de estos viciosos viene a causar como mareo en aquellos que perciben su intolerable hedor. También los homicidas o asesinos, los fornicadores, los hechiceros que en sus artes mágicas se sirvieron del engaño, los idólatras y todos los embusteros, es decir, todos los mentirosos y falsos doctores que enseñaron doctrinas erróneas 55, serán castigados por Dios con la muerte eterna en el estanque de fuego y azufre. Esta muerte eterna es llamada aquí la segunda muerte por contraposición a la muerte primera o corporal, que se da cuando el hombre sale de este mundo.

Este pasaje del Apocalipsis puede considerarse como el eco de aquella afirmación de San Pablo en su 1 Cor: "¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios." 56

 

Descripción de la Jerusalén futura, 21:9-23.

9 Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, llenas de las siete últimas plagas, y habló conmigo y me dijo: Ven y te mostraré la novia, la esposa del Cordero. 10 Me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de parte de Dios, que tenía la gloria de Dios. π Su brillo era semejante a la piedra más preciosa, como la piedra de jaspe pulimentada. 12 Tenía un muro grande y alto y doce puertas, y sobre las doce puertas doce ángeles y nombres escritos, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel: 13 de la parte de oriente, tres puertas; de la parte del norte, tres puertas; de la parte del mediodía, tres puertas, y de la parte del poniente, tres puertas. 14 El muro de la ciudad tenía doce hiladas, y sobre ellas los nombres de los doce apóstoles del Cordero. 15 El que hablaba conmigo tenía una medida, una caña de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. 16 La ciudad estaba asentada sobre una base cuadrangular, y su longitud era tanta como su anchura. Midió con la caña la ciudad, y tenía doce mil estadios, siendo iguales su longitud, su latitud y su altura.17 Midió su muro, que tenía ciento cuarenta y cuatro codos, medida humana, que era la del ángel. 18 Su muro era de jaspe, y la ciudad oro puro, semejante al vidrio puro; 19 y las hiladas del muro de la ciudad eran de todo género de piedras preciosas: la primera, de jaspe; la segunda, de zafiro; la tercera, de calcedonia; la cuarta, de esmeralda; 20 la quinta, de sardónica; la sexta, de cornalina; la séptima, de crisólito; la octava, de berilo; la novena, de topacio; la décima, de crisoprasa; la undécima, de jacinto, y la duodécima, de amatista. 21 Las doce puertas eran doce perlas, cada una de las puertas era una perla, y la plaza de la ciudad era de oro puro, como vidrio transparente. 22 Pero templo no vi en ella, pues el Señor, Dios todopoderoso, con el Cordero, era su templo. 23 La ciudad no había menester de sol ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la iluminaba y su lumbrera era el Cordero.

 

El vidente de Patmos pasa ahora a describirnos el esplendor y la gloria de la nueva Jerusalén. La visión presente 57 es relacionada un tanto artificialmente con el septenario de las copas de Ap 17:155. Un ángel, probablemente el mismo que había mostrado a San Juan la gran Ramera y su ruina, le muestra ahora la Esposa del Cordero (v.q). Ambas figuras se oponen totalmente. Por un lado está la Esposa del Cordero, pura y virgen; por el otro esta la gran Ramera, llena de corrupción y de podredumbre. La Roma pagana, es decir, la gran Ramera, se vio de repente despojada de su soberanía y de su gloria humana y precipitada en la ruina; la nueva Jerusalén, o sea la Iglesia, fue, en cambio, levantada de la humillación en que la habían sumido las persecuciones a la gloria eterna. Esta será la Novia, la Esposa del Cordero que el ángel va a mostrar al vidente. Ya hemos dicho más arriba que en el Nuevo Testamento la Iglesia es llamada la Esposa de Cristo 58.

En esta visión, el simbolismo de la esposa es empleado de un modo un poco diverso del que encontramos en Ap 21:2-3. Mientras que en Ap 21:2-3 San Juan contempla a la nueva Jesuralén engalanada como una novia que va al encuentro de su novio, en Ap 21:9-10 se dice que la Esposa del Cordero es la ciudad santa de Jerusalén, que desciende del cielo. Y en los versículos siguientes se nos describe la hermosura de esta ciudad. Por consiguiente, en esta segunda visión se hace hincapié en la personificación de Jerusalén bajo la figura de una mujer. Se insiste en la idea de ciudad llena de hermosura; en cambio, en Ap 21:1-8, la nueva Jerusalén es considerada más bien como morada de felicidad para los que la habitan, pero sin insistir en la idea de ciudad en cuanto tal. En realidad, ambas visiones se completan mutuamente. Por eso no seguimos a la opinión de aquellos que consideran Ap 21:955 como un pasaje que no formaba parte primitivamente del capítulo 21 del Apocalipsis59. La imagen de una mujer-ciudad se emplea también en 4 Esd 10:25-27. San Juan en adelante ya no volverá a hablar de Jerusalén como Esposa del Cordero, sino de Jerusalén como ciudad.

El vidente de Patmos es transportado, como Ezequiel60, en espíritu a un monte grande y alto, y el ángel le mostró la ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo (v.10). La nueva Jerusalén será edificada sobre ese monte elevado. La ciudad santa será como la acrópolis del mundo nuevo, de la tierra nueva, fundada para la eternidad, la cual atraerá hacia sí a todas las gentes61. La descripción de esta ciudad, que viene a continuación, está inspirada en la descripción que hace Ezequiel de la Jerusalén ideal de los tiempos mesiánicos 62. Toda esta sección de Ap 21:9-22:5 contiene numerosas alusiones a Ez 40-48. El profeta Ezequiel es transportado también en espíritu a Jerusalén, edificada sobre un monte altísimo. Y un ángel, con instrumentos de medir, le fue mostrando todas las partes del templo. Describe sus puertas gigantes63 y un manantial que salía del mismo templo 64. La diferencia que existe entre Ezequiel y San Juan está en que el Apocalipsis se detiene principalmente en la descripción de la nueva Jerusalén, mientras que a Ezequiel le interesa más el templo. La razón de esto nos la da el mismo San Juan al decirnos que no vio templo en la nueva Jerusalén, porque el Señor, como el Cordero, era su templo 65.

Juan ve la nueva Jerusalén bajar del cielo envuelta en la gloria de Dios y brillante como jaspe pulimentado (v.11). Esta claridad de la Jerusalén celeste es la claridad misma de Dios, es el fulgor de su presencia 66, pues Dios habita en ella y la ilumina 67. El resplandor, comparable al de las piedras más preciosas, proviene de esta divina presencia; es una participación de la gloria de Dios que en ella mora. La hermosura de todas sus partes es el reflejo de la belleza espiritua de todos los que la habitan. La ciudad tenia un muro grande y alto (v.1a), como todas las ciudades antiguas. No se podía concebir en aquellos tiempos una ciudad sin murallas que le sirvieran de protección. Sin embargo, en este caso, el muro es puramente ornamental, pues no habrá peligro de ataques por parte de fuerzas enemigas. El muro de la ciudad tenía doce puertas, que llevaban por nombre los de las doce tribus de Israel, como sucedía también en la Jerusalén de la visión de Ezequiel68. Además, en cada puerta había un ángel, que tenía por misión vigilar la entrada y defenderla 69. Las puertas estaban distribuidas tres en cada uno de los puntos cardinales, de donde se infiere que la ciudad era cuadrada y que estaba perfectamente orientada (ν.13). El muro constaba de doce hiladas, o doce cimientos, sobre los cuales se levantaba la muralla y la ciudad. Tal vez habría que concebir estos cimientos dispuestos en hiladas superpuestas y quizá un poco salientes. Cada uno de los cimientos llevaba el nombre de uno de los apóstoles del Cordero (v.14). La nueva Jerusalén, que es la Iglesia, está edificada, pues, sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, como decía también San Pablo 70.

El esplendor de la descripción de la ciudad está en armonía con la descripción del trono de Dios y la corte celestial en Ap 4-5. San Juan se inspira en Ezequiel 48:30-35. Pero la descripción del Apocalipsis es más rica y más llena de colorido. Las doce puertas tienen relación, sin duda, con las doce tribus místicas que forman el Israel de Dios 71, el Israel espiritual, y expresan la idea de catolicidad. Los nombres de los doce apóstoles en las doce hiladas de los muros significan la parte que los apóstoles han tenido en la fundación de la Iglesia y destacan su apostolicidad. El autor sagrado ha querido mostrar con estas cifras y estas alusiones la unión existente entre el Antiguo y Nuevo Testamento. No son dos revelaciones, sino una sola y única revelación. Además, ha querido poner de relieve la universalidad, la catolicidad de la Jerusalén celeste.

A continuación San Juan describe las dimensiones de la Jerusalén celeste. La medición tiene por finalidad primordial el destacar la perfección acabada del plano de Dios y admirar su hermosura. Ezequiel nos ha dejado descritos los planos de la ciudad de Jerusalén de los tiempos mesiánicos y de toda la Tierra Santa 72. San Juan empieza, notando que el ángel que le hablaba tenia en sus manos una caña de oro para medir la ciudad (v.15). El intérprete de Juan tiene una caña de oro porque en la Jerusalén celeste no cabe otra cosa de menos valor. Tanto el profeta Ezequiel73 como el profeta Zacarías 74 nos presentan sendos ángeles con cañas de medir en sus manos para medir la Jerusalén mesiánica. El plano de la Jerusalén celeste era cuadrangular, lo que es un signo de perfección. La medida de su longitud como de su anchura, realizada por el ángel, resultó ser de 12.000 estadios, o sea de unos 2.200 kilómetros (v.16). El estadio era una medida de longitud de unos 185 metros, que, multiplicado por 12.000 estadios, da la cifra de 2.200 kilómetros ya indicados. Estas dimensiones astronómicas no nos han de extrañar si tenemos presente que aquí se mide la Jerusalén celeste, en donde han de morar con el Señor todos los ángeles y santos, que suponen millones y millones. Las cosas del cielo han de aventajar en mucho a las de la tierra. La cifra de 12.000 estadios es evidentemente simbólica, y corresponde al número de las tribus de Israel — la Iglesia es el nuevo Israel —, multiplicado por mil en signo de multitud. El autor sagrado, dándonos estas proporciones gigantescas, quiere destacar la grandeza de la nueva Jerusalén.

Lo más curioso en esta descripción es que la altura, la anchura y la longitud de esta ciudad son iguales. Sería difícil concebir o imaginar una ciudad que tuviera la misma anchura, la misma altura y la misma longitud. Tendría la forma de un cubo perfecto, con 555 kilómetros de alto, lo cual no es imaginable para una ciudad. Pero si una ciudad en forma de cubo perfecto no es concebible para nosotros, resulta una imagen muy apta para expresar el concepto de estabilidad y de perfección. Tanto más cuanto que el santo de los santos del templo de Jerusalén formaba un cubo perfecto 75. Con lo cual parece querer indicarnos el hagiógrafo que la Jerusalén celeste será el templo de Dios. También podría concebirse su forma como la de los famosos zigutar babilónicos, es decir, en forma piramidal. De todas maneras es conveniente tener presente que también la literatura rabínica exorbita las proporciones de la Jerusalén de los tiempos mesiánicos: se elevaría sobre el Sinaí y llegaría hasta el cielo, pidiendo a Dios sitio arriba, porque no cabía en la tierra 76.

La altura del muro era de 144 codos, que viene a dar unos 72 metros, lo que resultaría demasiado desproporcionado con la elevación de la ciudad (v.17). La cifra 144 codos corresponde también al número de las doce tribus de Israel elevado al cuadrado (12 X 12). La medida con que medía el ángel era medida humana, es decir, medida ordinaria, común entre los hombres cuando escribía San Juan 77. Por consiguiente, aunque las medidas eran tomadas por un ángel, no obstante están computadas según los cálculos ordinarios de los hombres 78.

La nueva Jerusalén estaba construida con materiales riquísimos, que sirven para darnos una idea de su hermosura y esplendidez. La ciudad era de oro puro, transparente como el vidrio puro (v.18). Era, por lo tanto, como un bloque de oro resplandeciente y translúcido. Los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados de toda clase de piedras preciosas (v. 19-20). La idea de una construcción con piedras preciosas puede provenir del profeta Isaías, el cual nos describe la gloria de la Jerusalén mesiánica en estos términos: "Voy a edificarte sobre jaspe, sobre cimientos de zafiro. Te haré almenas de rubí y puertas de carbunclo, y toda una muralla de piedras preciosas*79. Cada una de las piedras preciosas de nuestro texto del Apocalipsis pudo tener en la mente de San Juan un sentido simbólico que hoy no se puede determinar con certeza. Los nombres de las piedras corresponden, en parte, a las que el sumo sacerdote judío llevaba en el pectoral 80 y a las que adornaban los vestidos del rey de Tiro según la descripción del libro de Ezequiel81. El jaspe debe de ser el jaspe verde 82. El zafiro era una piedra preciosa de color celeste. Por la descripción de Plinio 83 y de otros autores antiguos, parece deducirse que respondía al actual lapislázuli. La calcedonia es una piedra verde y tornasolada como el cuello de los pichones. La esmeralda es una gema de color verde. La sardónica es una variedad del ónice en el que el blanco se mezcla con el rojo. La cornalina es una piedra preciosa de color rojo cárneo. El crisólito es una piedra del color de oro. El berilo es una especie de esmeralda de color ligeramente verde-amarillo. El topacio es de color verde-dorado. La crisoprasa es una especie de ágata de color verde. El jacinto es una piedra preciosa de color violeta o rojo-amarillo. La amatista es una gema de color violeta 84.

En toda esta profusión de piedras preciosas y de colores, producidos por la claridad que difundía la gloria de Dios, han visto los Santos Padres la diversidad de los dones de gracia y la multiplicidad de las virtudes de los bienaventurados. El alma de todo cristiano que está en gracia, y sobre todo la de los bienaventurados, por su perfección, refleja y manifiesta la perfección de la gloria divina 85.

El muro de la ciudad estaba flanqueado por doce puertas, tres a cada lado. Cada una de las puertas era una perla (v.21). La literatura rabínica nos habla de perlas con una anchura y una longitud de treinta álamos, que Dios emplearía para construir las puertas de Jerusalén de los tiempos mesiánicos 86. Las tales puertas no se cerraban ni de día ni de noche (v.25), porque allí no había peligro de enemigos. Sólo podían entrar y salir por ellas los que estaban escritos en el libro de la vida que tenía el Cordero 87. La plaza, que debía de estar en medio de la ciudad, era de oro puro, brillante como el cristal. Sobre esta maravillosa y refulgente pavimentación de la plaza se levantaba el trono de Dios. Sabido es que en el siglo i el cristal era considerado como un objeto precioso por ser muy escasa su fabricación. En el tabernáculo construido por Moisés y en el templo de Salomón no entraban sino materiales preciosos. Pero todavía será mucho más en la ciudad celeste, contruida para manifestar la magnificencia divina para con los elegidos.

Fin esta maravillosa ciudad, San Juan no vio templo alguno, porque el Dios todopoderoso, con el Cordero, era su templo (v.22). Sorprende un poco esta constatación del vidente de Patmos, ya que antes nos ha hablado de un templo y de un altar en el cielo, en donde sus siervos, los elegidos, le dan culto día y noche 88. Juan empleó esta imagen tradicional para simbolizar diversas realidades. Pero cuando quiere expresar la gran realidad de la vida gloriosa en el cielo, esta imagen ya no le parece apropiada. El templo era el signo de la presencia invisible de Dios en medio de su pueblo 89. Mas en la nueva Jerusalén, Dios y el Cordero estarán presentes visiblemente y los bienaventurados verán a Dios cara a cara 90. Por consiguiente, no es necesario un templo, porque todo el cielo es un templo. La gloria conjugada de Dios y del Cordero lo llena todo. La Jerusalén celeste está inundada de la presencia inmediata de Dios y del Cordero, que constituyen su verdadero templo 91. El autor sagrado tenía posiblemente en el pensamiento aquel texto de Isaías: "Ya no será el sol tu lumbrera, ni te alumbrará la luz de la luna. Yahvé será tu eterna lumbrera, y tu Dios será tu luz. Tu sol no se pondrá jamás y tu luna nunca se esconderá, porque será Yahvé tu eterna luz." 92

Dios y el Cordero son puestos en este pasaje en pie de igualdad como en otros lugares del Apocalipsis 93. De donde se deduce claramente que el Cordero es considerado por San Juan como una persona divina semejante al Padre. Los ciudadanos de la nueva Jerusalén están iluminados por el resplandor luminoso de Dios y del Cordero. Por eso, la ciudad no había menester de sol ni de luna que la iluminasen (v.23). Todas estas expresiones han de ser tomadas en sentido espiritual. Dios es el sol que ilumina toda la vida interior del cristiano y será la luz indefectible, la verdadera bienaventuranza de los predestinados.

 

En la nueva Jerusalén todos encontraran la bienaventuranza eterna, 21:24-22:5.

24 A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra llevarán a ella su gloria. 25 Sus puertas no se cerrarán de día, pues noche allí no habrá, 26 y llevarán a ella la gloria y el honor de las naciones. 27 En ella no entrará cosa impura ni quien cometa abominación y mentira, sino los que están escritos en el libro de la vida del Cordero. 22:1 Y me mostró un río de agua de vida, clara como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. 2 En medio de la calle y a un lado y otro del río había un árbol de vida que daba doce frutos, cada fruto en su mes, y las hojas del árbol eran saludables para las naciones. 3 No habrá ya maldición alguna, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, 4 y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y llevarán su nombre sobre la frente. 5 No habrá ya noche, ni tendrá necesidad de luz de antorcha, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán por los siglos de los siglos.

 

os v.24-27 están tomados de Isaías, el cual nos describe la gloria de la Jerusalén mesiánica con estas palabras: "Las gentes andarán en tu luz, y los reyes, a la claridad de tu aurora. Alza los ojos y mira en torno tuyo: Todos se reúnen y vienen a ti; llegarán de lejos tus hijos, y tus hijas son traídas a ancas. Guando esto veas resplandecerás, y palpitará tu corazón y se ensanchará. Vendrán a ti los tesoros del mar, llegarán a ti las riquezas de los pueblos. Te inundarán muchedumbres de camellos, de dromedarios de Madián y de Efa. Llegarán de Saba en tropel, trayendo oro e incienso y pregonando las glorias de Yahvé. En ti se reunirán los ganados de Gedar, y los carneros de Nebayot estarán a tu disposición. Extranjeros reedificarán tus muros, y sus reyes estarán a tu servicio, pues si en mi ira te herí, en mi clemencia he tenido piedad de ti. Tus puertas estarán siempre abiertas, no se cerrarán ni de día ni de noche, para traerte los bienes de las gentes con sus reyes por guías al frente; porque las naciones y los reinos que no te sirvan a ti perecerán y serán exterminados." 94 El autor del Apocalipsis, inspirándose en estas imágenes de Isaías, nos describe la riqueza y el esplendor de la nueva Jerusalén, es decir, de la Iglesia; y la representa como una ciudad que recibe el tributo de todos los pueblos. La Iglesia está compuesta de hombres de todas las naciones 95 que se han convertido o se convertirán a la fe cristiana. La iluminación de las naciones y el homenaje de los reyes de la tierra (v.24) son imágenes isayanas 96, que significan la vocación y la salvación de los gentiles y la parte que habían de tomar en la vida gloriosa de la nueva Jerusalén. Sus puertas estarán abiertas continuamente, como invitación a todos los pueblos para que vengan a ella, pues nadie será excluido de esta santa ciudad, a no ser los impuros, los mentirosos y los que cometen abominaciones (v.23-27). Los verdaderos ciudadanos de la Jerusalén celeste serán los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero 97, es decir, los elegidos. A ella llevaran la gloria y el honor de las naciones, o sea todas las riquezas espirituales y todas las obras buenas de los que se salvan. Con estas imágenes, el autor sagrado quiere mostrarnos la universalidad o catolicidad de la Jerusalén celeste y, al mismo tiempo, su santidad, pues nada impuro, nada profano podrá entrar en ella 98.

La gloria que alumbra la ciudad de Dios no es otra cosa para San Juan que la lumbre de la gloria con que Dios se da a conocer a los santos y los beatifica. Y la luz que derrama el Cordero es la gloria que sobre los santos mismos derrama la humanidad glorificada de Jesucristo, la cual, después de la visión beatífica de la esencia divina, será lo que más aumente la gloria de los bienaventurados.

 

1 Ap 21:1-22:5. — 2 Ap 17:1-18:24. — 3 Cf. Ap 7:9-1?; 14:1-S; 15:2-4; 20:4-6. — 4 E. B. allo, o.c. p.339-340. — 5 Gen 3:17; Rom 8:19-23. — 6 Act 3:19-21; 2 Pe 3:7-13. Cf. M. sales, o.c. p.67Ó. — 7 Cf. Ap 2:7. — 8 Is 65:17; cf. 66:22. — 9 4 Esd 7:30-31. — 10 Libro de Henoc 91:16-17. — 11 2 Pe 3:13. — 12 Is 65:17; 66:22. Cf. Libro de Henoc 24:1-5; 39:4; 41:2; 45:4-5; 91:16; Jubileos 1:29; Apocalipsis de Baruc 32:6; 57:2; 4 Esd 7:31.' — 13 Gén6:6ss. — 14 2 Pe 3:5-7. — 15 Cf. W. Watson, The New Heaven and the New Earth: The Expositor 9 (1915) 165-179; A. Colunga, El cielo nuevo y la tierra nueva: Sal 3 (1956) 485-492; M. García Cordero, o.c. p.214. — 16 Rom 8:19-23. — 17 Oráculos sibil 5:15 — 18 Gen 1:2. — 19 Ap 12:3-4. — 20 Ap 12:18. — 21 Ap 13:1. — 22 Apocalipsis de Baruc 4:3-7; 4 Esd 7:26; 10:44-59. Cf. Libro de Henoc 90:28-29; A. Bail-Let, Fragments araméens de Qumrán: 2. Description de la Jérusalem Nouvelle: RB 62 (195S) 222-245. — 23 Os 1-3; Jer 2:2; 3:1-13; Ez 16. — 24 Ef 5:25-32. — 25 Ap 19:7-9; cf. 21:9. — 26 Mt 9:15; 22:2-14; Jn 3:29; 2 Cor 11:2. — 27 Ef 5:25SS. — 28 Cf. D. Yubero, La nueva Jerusalén del Apocalipsis, 21:15: CultBib 10 (1953) 359-362. ^ Ex 40:34-35- — 30 La expresión Sekinah, muy empleada en la literatura judía, significa habitación, tienda, presencia. Proviene del verbo sakan: "habitar." — 31 M. García Cordero, o.c. p.21s; J. leal, La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento. I. Evangelios (Madrid 1961) p.814-815. — 32 Ex 23:20-23; 40:34-38. — 33 Jn 1:14; 17:22. — 34 Is 7:14; 8:8. — 35 Ez 37:27. — 36 Ez 3:12; 11:23. — 37 Ez 43:1-5- — 38 Ez 48:35; cf. 2 Grón 6:18; Zac 2:9. — 39 Ex 6:7; Lev 26:11-12; Jer 38:33 (LXX); Zac 8:8. — 40 Ez 11:22-23. — 41 Rom 10:12-13; cf. Ap 5:10; 7:15-17. — 42 Is 25:8; cf. 35:10; 65:17-19. — 43 Libro de Henoc 10:22. — 44 2 Cor 2:17; cf. Rom 8:1-23. — 45 Cf. Ap 19:9; 22:6. — 46 Ap 3:14; 19:11. — 47 Ap 2:7.11.17.26; 3:5.12.21 — 48 Jn 4:10.14; 7:38. — 49 Rom 8:23. — 50 Rom 8:17; Gal 4:7. — 51 Mt 19:27; Mc 10:28; Lc 18:28. — 52 Sal 16:5-6;Mt 19:29; Lc 18:29; cf. 2Sam7,14; 1 Crón 17:13; 28:6. — 53 Cf. Ap 2:13; 3,14; 17:14. — 54 Rom 1:25-27. — 55 Ap 9:21; 22:15; cf. Jn 8:44. — 56 1 Cor 6:9-10. En el comentario que precede de Ap 21:1-8 hemos notado la relación existente entre ciertas imágenes de esta sección y algunas empleadas por el profeta Isaías. Hay ciertos autores que afirman — tal vez con alguna exageración — que la sección Ap 21:1-8 se inspira casi totalmente en el Deutero-Isaías. Con el fin de demostrar esta tesis, se establecen tablas comparativas que manifiestan bastantes coincidencias literarias: compárese Ap 21:1 conls 65:17; 51:6.10; Ap 21:2 conls 52:1; 61:10; 49:18; Ap 21:4 con Is 25:8; 65:19; Ap 21:5 con Is 43:19; Ap 21:6 con Is 44:6; 55:1; 49:10. Todos estos textos de Is aluden a la maravillosa restauración de la nueva Jerusalén. Igualmente en el Ap la sección 21:1-8 se refiere a la creación de la nueva Jerusalén después de las grandes pruebas de la persecución. — 57 La visión de Ap ai.gss parece como una repetición de Ap 21,2ss. De ahí que haya autores que llegan a suprimir Ap 21:9-10 (cf. J. Comblin, La Liturgie de la nouvelle Jérusalem, Ap 21:1-22:5: EThL 29 f1953] P-8). Para otros, Ap 21:935 no pertenecería originariamente al capítulo presente del Apocalipsis. Las razones en que se apoyan son: el hagiógrafo empieza hablando de la nueva Jerusalén, como si todavía fuera desconocida para el lector, siendo así que ya la había descrito con los mismos términos en Ap 21:2-3. La descripción de la Jerusalén celeste de Ap 21:9-22:2 se inspira en Ezequiel, y coloca la ciudad en una perspectiva terrestre; en cambio, Ap 21:1-8 parece inspirarse en Isaías, y la ciudad es colocada en una perspectiva celeste (cf. M. E. boismard, L'Apocalypse ou Les Apocalypses de Saint Jean: RB 56 [1949J p.525). Estas razones, aunque tengan su valor, no nos parecen suficientes para afirmar que la sección Ap 21:933 no está en su lugar primitivo. — 58 Cf. Ef 5:22-32. — 59 Ciertos autores consideran Ap 21:9-22:9 como la continuación inmediata de Ap 19:10. Sería, pues, la réplica de la visión de Babilonia (Roma), la gran Ramera de Ap 17:1-19, lo. Los argumentos aducidos en favor de esta hipótesis son los siguientes: ambos pasajes tendrían la misma estructura literaria: comienzan de manera idéntica (Ap 17:1-3 = 21, 9-10); los dos relatos muestran interés particular por las cifras y los detalles; la conclusión también es semejante (Ap 19:9-10 = 22:6-9). Tanto la visión de Babilonia (Roma) como la visión de la nueva Jerusalén se inspiran en Ezequiel (cf. M. E. boismard, a.c. 531-532). Apoyados en estas razones, ven en las dos visiones como un díptico que describiría el destino de las dos ciudades: de un lado, Babilonia, destinada a desaparecer; de otro, Jerusalén, que permanecerá por siempre. — 60 Cf. Ez 40:2. — 61 Is 2:2-3; Miq 4:1-3; Ez 17:22. Cf. E. B. Allo, o.c. p.344- — 62 Ez 40:2-43:12. — 63 Ez 48:30-35. — 64 Ez 47:1-12. — 65 Ap 21:22. — 66 Cf. Is 60:1-2.19; Ap 21:23. — 67 Is 58:8; 2 Cor 3:18. — 68 Ez 48:30-35. — 69 Is 62:6; Ez 48:31; cf. Gen 3:24. — 70 Ef 2:20. — 71 Ap 2:9-10; 7:4-8. — 72 ez 40-48. — 73 Ez 40:3-5. — 74 Zac 2:1-5. . — 75 1 Re6,19s. — 76 Cf. M. J. Lagrange, Le Messianisme chez lesjuifs p.199. — 77 Cf. M. Del Álamo, Las medidas de la Jerusalén celeste (Ap 21:16): CultBib 3 (1946) 136-138. — 78 Cf. Ap 13:18. — 79 Is 54:11-12; cf. Tob 13:17. — 80 Ex 28:17-21. — 81 Ez 28:13. Cf. A. Vanhoye, L'utüisation du livre d'Ezéchiel dans l'Apocalypse: Bi 43 (1962)436-476. — 82 Ap4:3;cf. IsS4,12. — 83 Hist.Nat.37- — 84 Cf. A. Lentini, U ritmo "Civis caelestis patriae" e il "De duodecim lapidibus" di Amato: Benedictina 12 (1958) 15-26; L. Thorndike, De lapidibus: Ambix 8 (1960) 6-26. Consúltese Rev. d'Hist. Eccl. 55 (1960) 353-354; 56 (1961) 275-276. — 85 Cf. 2Cor3:18. — 86 Cf. Strack-Billerbeck, o.c. III p.85is. — 87 Cf. Is52,i; Ap 13:8. — 88 Ap 5:12; 7:15; 8:3; 11:19; H.iSss; 15:5ss; 16:1.17. — 89 Ap 7:15-17. — 90 Ap 22:4. — 91 M. García Cordero, o.c. p.221. — 92 Is 60:19-20. — 93 Ap 7:9-12; 14:4; 22:1-3 — 94 Is 60:3-7.10-12; cf. Sal 72:10.15. — 95 Ap7:9. — 96 Is 65-66; cf. Zac 2:11; 8:23; Dan 7:14. — 97 Ap 20:12-15. — 98 Is 52:1; Me 7:2; Act 10:14.28; 11:8; Rom 14:14; Heb 10:29.

 

 

Capitulo 22.

El autor sagrado continúa en el capítulo 22:1-5 la descripción de la Jerusalén celeste, y nos habla de la felicidad de sus habitantes, sirviéndose de las imágenes del agua y de la del árbol de la vida.

El agua escasea en Palestina. No hay en ella ninguna ciudad por medio de la cual corra un río que la alegre, como sucedía en Nínive con el Tigris, en Babilonia con el Eufrates, y como en el paraíso terrestre con aquella fuente que, dividida en cuatro brazos, lo regaba y alegraba todo. Por eso Ezequiel! en su descripción de la Jerusalén de la restauración, cuida de poner un río que fecundiza con sus aguas sus arrabales y da frescor y felicidad a la hermosa ciudad. El profeta nos describe un arroyo que sale del templo y corre hacia el oriente y va creciendo cada vez más. Su cauce desciende por el valle Cedrón hasta el mar Muerto, cuyas aguas sanea y endulza, convirtiéndolas en fuente de riqueza. A ambas orillas de ese río crecen árboles frutales de toda especie, que dan un fruto cada mes y sus hojas son medicinales 2.

Pues San Juan, para completar el cuadro de la Jerusalén del cielo, pone también en ella un río de agua de vida, clara como el cristal, que sale del trono de Dios y del Cordero (v.1) y corre por las calles de la ciudad. A un lado y a otro del río hay árboles plantados, árboles de vida, que dan doce frutos al año y sus hojas son saludables para las naciones (v.2). Todo, pues, en ella es salud y vida 3. Sus frutos son frutos de vida, como los del paraíso 4, y las mismas hojas son medicinales. El árbol de vida de la Jerusalén celeste da frutos continuamente para que todos puedan comer de ellos cuando lo deseen. Estos frutos perennes son el símbolo y, al mismo tiempo, significan el don de la inmortalidad. En dicha ciudad no habrá enfermedades ni muerte, porque las mismas hojas del árbol de vida servirán de medicina para las gentes. Se refiere a la conversión de los gentiles cuando comenzaron a \vislumbrar el triunfo de la Iglesia y la gloria de la Jerusalén celeste. Todas estas imágenes sirven para expresar la dicha de los moradores del cielo, que gozan de vida eterna sin temor alguno de enfermedad ni de muerte. Son símbolos para significar cómo Dios se comunica a los elegidos. El río, los árboles con sus frutos y sus hojas, simbolizan la abundancia de los dones y de las consolaciones de que gozarán los bienaventurados en el cielo, y especialmente la visión beatífica, por la cual Dios se comunica a los elegidos con todos sus bienes. La visión beatífica es el río que alegra la Jerusalén celeste, y en el cual beben los santos, logrando de esta manera la consolación de todas las aflicciones pasadas y la gloria e inmortalidad de los cuerpos.

Ese río que nace en el trono en donde se sientan Dios y el Cordero representa a Dios en cuanto se comunica a los elegidos: simboliza al Espíritu Santo. Y en este sentido parece constituir una alusión trinitaria bastante clara, ya que los ríos de aguas vivas simbolizan en San Juan 5 el don del Espíritu Santo. De este modo, en la cumbre de la Jerusalén celeste vemos a toda la Trinidad: el Padre ilumina la entera ciudad con su gloria, el Cordero la ilustra con su doctrina y el Espíritu Santo la riega y la fecunda con toda clase de bienes espirituales 6.

Los v.3-5 precisan la naturaleza de la felicidad de los elegidos sirviéndose de expresiones ya encontradas anteriormente. Los bienaventurados no tendrán temor alguno de perder la bienaventuranza ni de ser arrojados del cielo, porque allí no puede tener cabida ninguna tentación, ni pecado, ni dolor. En el paraíso terrestre nuestros primeros padres fueron tentados, cayeron en el pecado, y con él perdieron todos los dones preternaturales que poseían. No sucederá así en la Jerusalén celeste: no habrá ya maldición alguna en ella, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella (v.3). Entonces se cumplirá lo dicho por el profeta Zacarías acerca de la Jerusalén mesiánica: "Y morarán en ella, y ya nunca más será anatema y morarán en seguridad" 7. No habrá peligro de que la nueva Jerusalén sea condenada al anatema, herem, aniquilador, tan corriente en las guerras antiguas. Los elegidos, en el cielo, no temerán condenas, porque no habrá pecado. La bienaventuranza de los predestinados se caracterizará por una tranquilidad sin límites. Reinarán, sin ser turbados, sobre todo el universo por toda la eternidad. En el cielo verán a Dios cara a cara (v.4), con lo cual quedará satisfecho el más profundo anhelo del hombre, pues la visión de la esencia divina es lo que propiamente hace bienaventurados a los santos 8. La visión de Dios cara a cara, privilegio exclusivo del Hijo de Dios 9 y de los ángeles 10, será — según la promesa del Nuevo Testamento — la herencia de todos los hijos de Dios, coherederos con Cristo n. San Pablo también afirma que en el cielo veremos a Dios cara a cara: "Ahora vemos por un espejo y oscuramente — dice el Apóstol de las Gentes —, entonces veremos cara a cara. Al presente conozco sólo en parte, entonces conoceré como soy conocido"12. Y el mismo San Juan enseña a su vez en su primera epístola: "Sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es*13. Esta idea de la visión beatífica, de la plena felicidad en el cielo, sin duda que sería de gran efecto para infundir nuevos alientos a los cristianos perseguidos. Los que se mantuvieron fieles a Dios en este mundo reinarían sin fin con El y con el Cordero en el cielo.

Los santos en el cielo llevarán el nombre de Dios sobre la frente para indicar que pertenecen eternamente a Dios y que siempre serán posesión de Dios 14. Reinarán por los siglos de los siglos (v.5) con Cristo y le servirán como sacerdotes en una liturgia eterna 15. No tendrán necesidad de luz de antorcha ni del sol, porque el Señor los iluminará con su presencia 16.

Aquí debería terminar la última profecía de la Biblia, la más sublime de todas. Pero San Juan añadió un epílogo que insiste sobre el cumplimiento próximo de la profecía.

 

 

 

Epílogo, 22:6-21.

El epílogo con el que se cierra el Apocalipsis viene a resumir el contenido del libro. Comprende una serie de sentencias un tanto inconexas escritas en. un estilo entusiasta. Hablan en él alternativamente varios personajes: Juan, el ángel, Jesús y el Espíritu Santo. Las ideas dominantes de este epílogo son la insistente preocupación de autenticar las revelaciones que Juan nos ha ido exponiendo a lo largo de todo su libro, con el fin de que nadie se atreva a falsificarlas o a cambiarlas, y el anhelo que se manifiesta de la pronta venida de Cristo.

En el epílogo se pueden distinguir los siguientes puntos: Declaraciones de Cristo y de Juan que sirven para atestiguar la genuinidad del libro (v.6-9). Después se añaden ciertas advertencias de Cristo sobre el cumplimiento próximo de la profecía del Apocalipsis (v.10-16). Vienen a continuación un llamamiento amoroso del Espíritu Santo a los cristianos y a la humanidad (v.17), una amenaza de Juan contra los falsificadores (v. 18-19), la promesa de Jesús de su próxima venida (v.20) y, finalmente, la salutación epistolar en forma de bendición (V.21).

 

Las palabras de esta profecía son atestiguadas, 22:6-9.

6 Y me dijo: Estas son las palabras fieles y verdaderas, y el Señor, Dios de los espíritus de los profetas, envió su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que están para suceder pronto. 7 He aquí que vengo presto. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.8 Y yo, Juan, oí y vi estas cosas. Cuando las oí y vi, caí de hinojos para postrarme a los pies del ángel que me las mostraba. 9 Pero me dijo: No hagas eso, pues soy consiervo tuyo, y de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro; adora a Dios.

 

El que habla parece que debe de ser el mismo ángel que había servido de intérprete a San Juan en la postrera sección 17. Pero las palabras que dice en el ν η sólo convienen a Cristo. El interlocutor asegura que cuanto se contiene en el libro se cumplirá, y pronto, porque las palabras del Señor son fieles y verdaderas (v.6). Esta garantía se refiere al conjunto del Apocalipsis, pues la referencia de los v.6-7 a Ap 1:1-3 es bastante clara. Por el estilo y las referencias se ve que el autor del epílogo fue el que escribió el prólogo y el resto del Apocalipsis. El que envía al ángel es llamado el Señor, Dios de los espíritus de los profetas, porque durante la economía antigua Yahvé les comunicó de su espíritu de profecía. Para entender todo el sentido de estas palabras es conveniente volvamos los ojos al Antiguo Testamento. Su contenido son multitud de promesas de Dios, cuyo cumplimiento se va retrasando cada vez más, de suerte que algunos ya dudaban de ellas. Pero la palabra de Dios no podía faltar, y Jesucristo vino a darle un cumplimiento muy por encima de cuanto podían los hombres esperar. Por eso, el Señor es llamado Fiel y Veraz en el Apocalipsis 18; y Cristo en el Evangelio dice de sí mismo que es la Verdad 19. La idea de que esas promesas se cumplirán pronto aparece muchas veces en el Apocalipsis. Sin embargo, hay que tener presente que esas promesas tienen muchos grados, los cuales se van desenvolviendo poco a poco. Y si bien la plenitud de ese cumplimiento se retrasa, no sabemos cuánto — eso es un secreto del Padre celeste —, no obstante, el tiempo, comparado con la eternidad, apenas es un momento, y al fin se cumplirán por encima de lo que el hombre puede esperar. El Dios de la revelación es el Dios de los espíritus de los profetas, expresión que hay que explicar por el texto de 1 Cor 14:32, en donde espíritu significa inspiraciones. Se trata, por consiguiente, de los dones profetices, cuya fuente está en Dios. El es el que envió sus inspiraciones a San Juan por ministerio de su ángel 20.

En el v.7 es el mismo Jesucristo el que toma la palabra para confirmar lo dicho por el ángel sobre la proximidad de su venida. La expresión vengo presto se lee otras dos veces en este epílogo 21, y también en los primeros capítulos del Apocalipsis 22. Parece como reflejar la tensión espiritual de Juan, que espera la llegada inminente de Cristo. Y quiere que los cristianos se preparen a su vez para el día de su par usía. La venida de Jesús aquí, como la venida de Yahvé en el Antiguo Testamento, puede tener lugar en diversos tiempos y según la obra que venga a realizar. Siempre que el Señor interviene en la historia de una manera especial, puede decirse que se ha producido una venida suya. Así, la venida puede ser más o menos pronta. Para cada cristiano en particular, la venida de Cristo tiene lugar en la muerte individual, pues con ella se decide su destino eterno 23. Por eso, el que vigile y el que esté atento a la llegada del Señor podrá ser llamado bienaventurado, porque Dios premiará la fidelidad con la gloria eterna. Si los cristianos guardan las palabras de la profecía del Apocalipsis siendo fieles, Dios será más fiel aún a las promesas hechas. Esta bienaventuranza es la sexta de las siete que cuenta el Apocalipsis 24. En ella se pone de relieve que, si el cristiano quiere obtener el cielo, ha de cumplir los preceptos divinos. La sola fe no basta para conseguir la felicidad eterna.

Después San Juan atestigua la verdad de todo lo expuesto en el Apocalipsis: Y yo, Juan, oí y vi estas cosas (v.8). Es una especie de firma puesta al libro. En el primer capítulo encontramos testimonios parecidos a éste 25. Y en el cuarto evangelio, el autor sagrado se expresa en términos muy semejantes 26. Todo lo cual nos demuestra que ha sido la misma mano la que ha compuesto estas obras. A continuación se nos describe una escena que es la repetición de Ap 19:10. Juan intenta hacer al ángel la cortesía de la adoración, tan común en los libros apocalípticos (v.8). Pero el ángel rehusa esa cortesía extremada, que tiene parecido con la adoración de latría, la cual sólo se debe a Dios. De sí mismo confiesa el ángel que es un consiervo del Señor, igual que Juan y sus hermanos en la fe (v.9). El ángel es consiervo de Juan en cuanto que éste tiene que transmitir el mensaje recibido del ángel, que a su vez lo transmite de parte de Dios. Como en Ap 1:1.3, el autor del Apocalipsis se coloca con toda sencillez en el rango de los profetas, porque, a imitación de los profetas del Antiguo Testamento, ha tenido que dar a conocer la revelación divina a los hombres. El ángel termina la frase diciendo: adora a Dios, que resume con fuerza el pensamiento de Juan y cuadra bien con el Apocalipsis, que es una protesta continua contra la idolatría.

 

Palabras de Cristo a toda la humanidad, 22:10-16.

10 Y me dijo: No selles los discursos de la profecía de este libro, porque el tiempo está cercano. 11 El que es injusto continúe aún en sus injusticias, el torpe prosiga en sus torpezas, el justo practique aún la justicia y el santo santifíquese más. 12 He aquí que vengo presto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras.13 Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin. 14 Bienaventurados los que lavan sus túnicas para tener derecho al árbol de la vida y a entrar por las puertas que dan acceso a la ciudad. 15 Fuera perros, hechiceros, fornicarios, homicidas, idólatras y todos los que aman y practican la mentira. 16 Yo, Jesús, envié a un ángel para testificaros estas cosas sobre las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella brillante de la mañana.

 

Según el contexto, sería el ángel del v.9 el que continúa hablando; sin embargo, las palabras de los v.10-16 sólo pueden ser puestas en labios de Cristo a causa de la gravedad de las declaraciones que siguen. Jesucristo ordena a San Juan que no selle la profecía de este libro, porque su cumplimiento está cercano (v.10). El Apocalipsis está ordenado en gran parte a consolar y animar a los fieles, mostrándoles la especialísima providencia de Dios sobre ellos. Por eso, San Juan no debe sellar estos oráculos, para que en cualquier tiempo puedan los cristianos encontrar en ellos alivio y consuelo.

En contraste con la literatura apocalíptica, en donde se suele ordenar el mantener en secreto las visiones habidas 27, la revelación recibida por Juan no ha de permanecer oculta, sino que interesa manifestarla a la generación presente. Las profecías contenidas en ella comenzaban ya a cumplirse, y, por lo tanto, era urgente sacar provecho de ellas, preparándose para cuando llegasen los acontecimientos. Esta recomendación tenía particular interés para los contemporáneos de San Juan, que eran testigos de los hechos a los cuales alude en el Apocalipsis. Esto resulta particularmente claro por lo que se refiere a los capítulos 2-13 del Apocalipsis. Pero también el resto del libro se presenta íntimamente ligado con lo que precede en virtud del artificio literario llamado recapitulación, según el cual el Apocalipsis no expondría una serie continua y cronológica de sucesos futuros, sino que describiría los mismos sucesos bajo diversas formas. Para San Juan lo mismo que para los antiguos profetas, el futuro se presenta a su mente sin perspectiva propiamente temporal o cronológica. La venida del reino de Dios tendrá lugar después de la ruina de Roma, del mismo modo que el reino mesiánico es asociado en Isaías a la derrota de Asiría 28.

El plan de Dios se cumplirá de todas maneras. La mala voluntad de los hombres no podrá impedir el plan providencial divino. Por este motivo, el vidente de Patmos declara con cierta ironía que, mientras llega el cumplimiento de la profecía, cada uno considere lo que le conviene hacer: si trabajar en la obra de su santificación o dejarse llevar del pecado y del vicio (v.11). Es una figura retórica, la permisión, que se encuentra en diversos pasajes del Antiguo Testamento 29. El verdadero cristiano ha de trabajar por santificarse: el justo practique aún la justicia y el santo santifíquese mas. La persecución revelará las disposiciones íntimas de cada uno. Pero la venida de Cristo fijará a cada uno en la actitud que haya elegido libremente. Esta venida es anunciada como inminente por el mismo Jesucristo: He aquí que vengo presto 30 a dar a cada uno premio o castigo, según las obras que haya hecho (v.1a). Esto tendrá lugar al fin de la vida de cada uno, y de un modo especial al fin del mundo, cuando el hombre todo entero, en cuerpo y alma, recibirá la retribución merecida 31. El salario (6 μισ3όβ μου), premio o castigo que trae consigo el Señor, se dará a cada uno según las obras que haya practicado. El tema del salario o recompensa es frecuente en la Sagrada Escritura 32 e incluso en el mismo Apocalipsis 33. Jesucristo se presenta en este pasaje como Juez supremo, con lo cual se da a indicar que está en el mismo plano de igualdad con Dios Padre, pues en otros lugares del Apocalipsis Dios Padre era el juez 34.

Todas estas palabras de Cristo insisten en la inminencia de su venida y traen a la memoria las parábolas de la vigilancia, que tanto inculca Jesús en el Evangelio 35.

Jesucristo se aplica a sí mismo, corno en Ap 1:17; 2:8, los títulos divinos que ya antes 36 habían sido atribuidos a Dios. El es el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin (ν.13). Con lo cual pone de manifiesto que El es Dios, igual al Padre, y que, por lo tanto, tiene poder para mantener sus promesas y sus amenazas. Puede juzgar a los hombres como Señor soberano de toda la creación. De ahí que declare bienaventurados a los que lavan sus túnicas en la sangre del Cordero (v.14) 37, es decir, a los que han sabido aprovecharse de los efectos de la redención asimilándoselos. Estos son los únicos que podrán tener los vestidos limpios para ser admitidos al banquete celeste. El lavado de los vestidos de los elegidos solamente se podía llevar a cabo por medio de la sangre del Cordero 38. Esta bienaventuranza es la séptima y última del Apocalipsis 39. Los que se han purificado en la sangre del Cordero, o sea los que viven santamente, adquieren el derecho a comer de los frutos del árbol de la vida y a entrar por las puertas de la Jerusalén celeste 40 para permanecer en ella eternamente. Tener acceso al árbol de la vida y a la Jerusalén celeste es lo mismo que entrar en la gloria 41.

De esta ciudad santa serán excluidos los que no practican la ley de Dios y los que se han dejado arrastrar por los caminos de la inmoralidad42. En primer lugar no tendrán parte en la felicidad eterna los perros (v.15), es decir, los sodomitas y todos los manchados con los vicios de los idólatras43. El perro era considerado por los hebreos como animal impuro, y era tenido, por este motivo, en gran menosprecio. En el Antiguo Testamento, la expresión perros es empleada para designar a los hombres entregados a la prostitución y a los vicios de homosexualidad44. Aquí simboliza a los hombres impuros y viciosos45. Tampoco entrarán en el cielo los hechiceros, o sea los que se dedican a las artes mágicas, muy en boga en Asia Menor en el siglo 1; ni los fornicarios, que cometían toda suerte de inmoralidades46; ni los homicidas, que derramaban la sangre inocente de los cristianos o de los pobres esclavos47; ni de los idólatras, que, en lugar de adorar al Dios único y verdadero, daban culto a dioses falsos. Culto que muchas veces incitaba y conducía a la perversión moral. La lista se termina excluyendo de la Jerusalén celeste a todos los que aman y practican la mentira, es decir, a todos los que se oponen a la doctrina de Cristo, que es la única verdadera. Cristo es la misma Verdad48. Por eso, el que practica la mentira se hace amigo de Satanás, que es el padre de la mentira49, y no puede tener parte con Jesucristo, fuente de la Verdad.

El Apocalipsis comenzaba con una visión introductoria en la que aparecía Jesucristo escribiendo las cartas a las siete iglesias. Aquí el mismo Cristo da testimonio de la verdad de las revelaciones contenidas en dicho libro, y declara, como Señor de los ángeles, haber enviado un ángel para testificar todas estas cosas que van dirigidas a las iglesias (v.16) 50. Es, pues, un nuevo testimonio de la autenticidad del libro dado por el mismo Jesús (cf. v.6-7). El ángel de que nos habla el v.16 puede muy bien ser el último que habla al vidente de Patmos, o tal vez pudiera ser un nombre colectivo que abarca a todos los ángeles que aparecen en el Apocalipsis como intérpretes de Juan.

Cristo, que antes se declaraba principio y fin51, ahora se dice la raíz y el linaje de David, o sea que Cristo se presenta a sí mismo con los caracteres del verdadero Mesías para que nadie sienta temor de caer en una ilusión 52. Jesucristo es, además, la estrella brillante de la mañana, que anuncia el despuntar de aquel día eterno al que no sucederá ninguna noche 53. Esta estrella es también el símbolo del principado de Cristo sobre todos los santos y sobre todos los reyes de la tierra. En el claro cielo de Oriente, el lucero de la mañana brilla sobre todos los astros. Por algo ocupó un lugar tan distinguido en la religión astral de los pueblos mesopotámicos. Pues a esta estrella se compara Jesucristo, que en el cuarto evangelio dice de sí que es la luz del mundo 54. Y de El dice el mismo San Juan que es la luz verdadera que viene a este mundo a iluminar a todo hombre 55.

 

El Espirita y la Iglesia le responden con un llamamiento insistente, 22:17.

17 Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que escucha diga: Ven. Y el que tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida.

 

El Espíritu Santo, que habita en la Iglesia y que en el corazón de los fieles ora con gemidos inenarrables 56, dirige de continuo a Jesús la súplica del Padrenuestro: el adveniat regnum tuum. Es el Espíritu divino el que obra en el corazón de la Esposa, es decir, en el corazón de la Iglesia, mientras vive y lucha aún en la tierra, y le hace pedir al Señor, su Esposo, que acelere su venida para librarla de las tribulaciones. La Iglesia desea ardientemente su venida, porque será la señal de la liberación de la persecución. La Iglesia, a semejanza de San Pablo, que "deseaba ser desatado de los lazos del cuerpo para estar con Cristo"57, suspira por poder unirse a su Esposo en la gloria. Iguales deseos y anhelos han de tener cuantos oyen la lectura del Apocalipsis, diciendo también: ¡Ven! Esta súplica que dirigen a Cristo es el Marana-tha, Señor, ven, fórmula aramea que se repetía durante las reuniones litúrgicas 5S. El Apocalipsis la presenta traducida al griego. San Juan, a su vez, dirigiéndose a todas las almas de buena voluntad, les invita, diciendo: el que tenga hambre y sed de justicia y de felicidad verdaderas, que venga y beba de la fuente de agua de la vida 59 que brota del templo y refresca la ciudad de Dios. El agua de la vida es el don actual de la gracia, de la unión espiritual con Cristo, de la cual participan las almas y que es garantía de la inmortalidad.

 

Juan prohibe alterar su libro, 22:18-19.

18 Yo atestiguo a todo el que escucha mis palabras de la profecía de este libro que, si alguno añade a estas cosas, Dios añadirá sobre él las plagas escritas en este libro; 19 y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, quitará Dios su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que están escritos en este libro.

 

En nombre de Dios, el vidente de Patmos prohibe severamente a los fieles el añadir u omitir algo de las profecías del Apocalipsis (v.18). Al que se atreviere a añadir algo, Dios añadirá sobre él las plagas escritas en este libro. La gravedad del castigo nos demuestra que el autor sagrado consideraba el mensaje del Apocalipsis como algo muy importante para la salvación de los hombres. Por eso quiere tomar sus precauciones contra los posibles falsificadores o correctores de su libro. Tales recomendaciones y conminaciones, encaminadas a proteger la integridad de un libro sagrado, no son nuevas, pues ya se encuentran en otros libros de la Biblia60. San Juan se inspira aquí en las recomendaciones que suelen poner los escritores al final de sus obras rogando a los que copian que sean diligentes y corrijan con cuidado. La razón profunda de esta inmutabilidad del Apocalipsis se ha de buscar en la convicción que tenía Juan de su origen divino. El vidente parece que estaba seguro de que su libro era inspirado, lo que es de suma importancia para la historia del canon. Y precisamente por tratarse de una obra inspirada por el Espíritu Santo, amenaza con la ira de Dios al que se atreva a añadir o quitar algo. El que tal hiciere no tendrá parte en el árbol de la vida, ni será contado entre los ciudadanos de la Jeru-salén celeste, ni estará escrito en el libro de la vida (v.1g). Expresiones todas que indican la exclusión de la bienaventuranza eterna. Los falsificadores del mensaje de Cristo no irán al cielo.

 

Jesús promete su próxima venida, 22:20.

20 Dice el que testifica estas cosas: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús.

 

De nuevo vuelve a hablar Jesucristo, el que testifica estas cosas (cf. v.16), y promete su próxima venida: Sí, vengo pronto. Es la respuesta del Señor a la llamada que le habían hecho el Espíritu, la Esposa y los lectores del libro61. Es la séptima vez que repite la frase vengo pronto 62, y, como tal, constituye el sello definitivo con el cual se rubrica la esperanza ansiosa de los cristianos perseguidos. San Juan, en nombre suyo y de toda la Iglesia, implora con gran fe y expresa su ardiente deseo de que la venida del Señor se ejecute cuanto antes: Amén. Ven, Señor Jesús. El amén constituye un acto de fe en las promesas de Cristo y al mismo tiempo expresa el ansia de que se cumplan lo antes posible. La expresión Ven, Señor Jesús (ερχου κύριε Ιησού) debνa de ser una plegaria corriente entre los primeros cristianos, pues San Pablo nos ha conservado el original arameo, Marana-tha 63, que debían de emplear los fieles en las asambleas litúrgicas. La exclamación Marana-tha se encuentra también en la Didajé64 y puede tener diferentes sentidos. El sentido que mejor cuadra aquí es el de simple deseo: / Ven, Señor Jesús! También pudiera tener el matiz de una señal secreta conocida sólo de los cristianos, que, a modo de rúbrica, garantizaría la autenticidad del libro65.

San Juan cierra el Apocalipsis con esta hermosa frase, llena de fe y de esperanza: ¡Ven, Señor Jesús! Es como el resumen de todo el libro. Las angustias y persecuciones pasarán cuando Jesús venga a visitar a los suyos. Entonces enjugará todas las lágrimas de los afligidos cristianos.

 

Conclusión epistolar, 22:21.

21 La gracia del Señor Jesús sea con todos* Amén.

 

El vidente de Patmos termina su libro como suelen terminar las cartas, deseando a todos la gracia del Señor Jesús para practicar el bien y huir del mal. El Apocalipsis comienza y termina en forma de carta, pues en realidad es una especie de epístola enviada a las iglesias cristianas del Asia Menor66. La gracia que desea a sus lectores implica todos los favores divinos que dimanan de Cristo y que ayudan a conseguir la salvación eterna.

San Juan muestra en este saludo final su caridad, no sólo para con los fieles de Asia, sino también para con todos los cristianos, si seguimos la lección del códice Sinaítico (μετά των αγίων), ο, al menos, para con todos los que leyeren su libro (μετά πάντων, del cσdice Alejandrino y del Amiatinus). Les desea que la gracia los ilumine y los sostenga.

 

1 Ez 47:1-12. — 2 Cf. Jl 4:18; Jer 17:13; Zac 14:8; Sal 36:9. — 3 Ap 7:17. — 4 Gen 2,g; 3:22. — 5 Jn 7:38-39; cf. Ap 7:17; 21:6; 22:17· — 6 E. B. Allo, o.c. p.353. — 7 Zac 14:11. — 8 Sal 17:15; 41:3 — 9 Jn 1:18. — 10 Mt 18:10. — 11 Rom 8:17. — 12 1 Cor 13:12; cf. Mt 5:8; Heb 12:14. — 13 1 Jn 3:2; cf. Jn 3:11. — 14 Cf. Ap 13:16-17- — 15 Ap 1:6; 5:10; 20:6. — 16 Ap 21:23; cf. Núm 6:25; Sal 118:27. La doctrina escatolósica del Apocalipsis, aunque a primera vista parece bastante desarrollada y precisa, no lo es tanto en la realidad. Frecuentemente el autor sagrado repite las mismas imágenes e ideas. De todos modos, su aportación a la escatología neotestamentaria es bastante notable. En la interpretación del Apocalipsis hay autores que sólo ven historia y muy poco de escatología; otros, por el contrario, sólo ven en el Apocalipsis escatología y nada de historia. Recuérdese a este propósito la polémica entre el P. J. Huby (Apocalypse et histoire: Construiré 15 [1944l 80-100) y Η. Μ. Fιret (Apocalypse, histoire et eschatologie chrétiennes: Dieu Vivant 2 [1946] 115-134). Véanse también los trabajos de A. Vitti, L'interpretazione apocálittica escatologica del Nuavo Testamento: ScuolCat 69 (1931) 434-451; P. volz, Die Eschatologie der jüdischen Gemeinde imneutestamentlichenZeit-alter (Tübingen 1934); G. Kittel, "Εσχατος, en Theologisches Worterbuch zwn Ν. Τ. II (1935) 694-695; J. G. Mccall, The Eschatological Teaching of the Book of Revelation: Diss. Southern Baptist. Sem. (1948-1949); F. M. Braun, Oü en est I'eschatologie du Nouveau Testa-ment?: RB 49 (1940) 33-54; B. J. Le Frois, Eschatological Interpretation of the Apocalypse: GBQ 13 (1951) 17-20; F. Geuppens, Π problema escatologico nella esegesi, en Problemi e orien-tamenti di Teología Dommatica (Milán 1957) vol.2 p.1003-1011; S. B. frost, Visions of the End. Prophetic Eschatology: The Canadian Journal of Theology 5:3 (1959) 156-161. — 17 Ap 21:9. — 18 Ap 3:14; 19:11. — 19 Jn 14:6. — 20 Ap 1:1 Gf. A. Gelin, o.c. p.66s. — 21 Ap 22:12.20. — 22 Ap 2:16; 3:10. — 23 M. García Cordero, o.c. p.226. — 24 Ap 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7.14- — 25 Ap 1:1.9-11. Cf. G. Bardy, Faux et fraudes littéraires dans l'antiqwté chrétienne: Rev. d'Hist. Eccl. 32 (1936) 275-302. — 26 Jn 19:35- — 27 Cf. Dan 8:26; 12.4.9; Libro de Henoc 82:1; 104:11-13; Asunción de Moisés 1:16; 10:11; 11:1; 4 Esd 12:37; 14:26.47. — 28 159-11i. — 29 Is 6:9-10; Jer 15:2; Zac 11:9. — 30 Cf. Is 40:10. — 31 Ap 20:12. — 32 Is 40:10; Sal 62:13; Mt 16:27; Rom 2:6. — 33 AP2:23; 11:18. — 34 Ap l6:7; 19:2; 20:12. — 35 Mt 24:42-51; Mc 13:33-37; Lc 12:35-47- — 36 Ap 1:8; 21:6. — 37 La expresión en la sangre del Cordero (Vulgata) falta en los mejores códices griegos y debe de ser una glosa tomada de Ap 7:14. — 38 Ap 7:14. — 39 Cf. nota 24 de este capítulo. — 40 Ap 21:12-13.27. — 41 Ap 21:27; 22:1-2. — 42 Ap 21:8.27. — 43 Rom 1:26-32. — 44 Dt 23:18. — 45 Cf. Ap 21:8.27. — 46 Cf. 1 Cor 5:10. — 47 Cf. Mc 6:21; Rom 1:29; Sant 4:2; 1 Pe 4,15; Ap 9:21. — 48 Gf. Jn 1:17; 14:6; 17:17. — 49 Jn8:44. — 50 Cf. Ap 1:1; 2:28; 5:5· — 51 Ap 22:13. — 52 Cf. Aps,S. — 53 Ap 2:28; cf. 2 Pe 1:19. — 54 Jn 9:5. — 55 Jn 1:4-9. — 56 Rom 8:26. — 57 Fil 1:23. — 58 Cf. 1 Cor 16:22. — 59 Cf. Is 55:1. — 60 Cf. Dt 4:2; 13:1; 29:19; Prov 30:6. — 61 Ap 22:17. — 62 Ap 2:16; 3:10; 16:15; 22:7.12.17.20. — 63 1 Cor 16:22. — 64 Didajé 10:6. — 65 Cf. E. Hommel, Maran atha: ZNTW 15 (1914) 317-322; C. F. D. Moule, A Reconsideración of the Context ofMaranata: NTSt 6 (1960) 307-310. — 66 Cf. Ap 1:4.