Discurso del Papa al patriarca ecuménico de Constantinopla tras llegar a
Estambul
ESTAMBUL, miércoles, 29 noviembre 2006 (ZENIT.org).-
Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI en la tarde de este miércoles
al patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, en la oración que
elevaron en la iglesia patriarcal de San Jorge en el Fanar (Estambul)
* * *
«¡Qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos!» (Salmo 133, 1)
Santidad:
Me siento profundamente agradecido por la acogida fraterna que usted me ha
ofrecido personalmente, así como el Santo Sínodo del patriarcado ecuménico y
guardaré para siempre este recuerdo en mi corazón con aprecio. Doy las gracias
al Señor por el don de este encuentro, lleno de buena voluntad y de significado
eclesial.
Para mí es motivo de gran alegría estar entre vosotros, hermanos en Cristo, en
esta iglesia catedral, mientras rezamos juntos al Señor y recodamos los
importantes acontecimientos que han apoyado nuestro compromiso para trabajar por
la unidad plena entre católicos y ortodoxos.
Deseo, ante todo, recordar la valiente decisión de remover la memoria de los
anatemas de 1054. La declaración común del Papa Pablo VI y del Patriarca
Atenágoras, escrita con el espíritu de un amor redescubierto, fue leída
solemnemente en una ceremonia que se celebró simultáneamente en la basílica de
San Pedro en Roma y en esta catedral patriarcal. El «tomos» del patriarca se
basaba en la profesión de fe de Juan: «Ho Theós agapé estín» (1 Juan 4, 9), «Deus
caritas est!». Con sintonía perfecta, el Papa Pablo VI comenzó su propia carta
con la exhortación de Pablo: «vivid en el amor» (Efesios 5, 2). Sobre este
fundamento de recíproco amor se han desarrollado las nuevas relaciones entre las
Iglesias de Roma y Constantinopla.
Signos de este amor se han hecho evidentes en numerosas declaraciones de
compromiso compartido y muchos gestos llenos de significado. Tanto Pablo VI como
Juan Pablo II fueron recibidos cálidamente como visitantes de esta iglesia de
san Jorge y se asociaron respectivamente a los Patriarcas Atenágoras I y
Demetrio I para reforzar el empuje hacia la recíproca comprensión y la búsqueda
de la unidad plena. ¡Que sus nombres sean honrados y benditos!
Me alegro, además, de poder estar en esta tierra, tan íntimamente ligada a la fe
cristiana, en la que florecieron muchas iglesias en los tiempos antiguos. Pienso
en la exhortación de san Pedro a las primitivas comunidades cristianas: «en el
Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia» (1 Pedro 1, 1), y en la rica mies de
mártires, teólogos, pastores, monjes y hombres y mujeres santos que engendraron
estas iglesias a través de los siglos.
Del mismo modo, recuerdo los insignes santos y pastores que velaron por la Sede
de Constantinopla, entre los que se encuentran san Gregorio de Nazianzo y san
Juan Crisóstomo, venerados también por Occidente como doctores de la Iglesia.
Sus reliquias descansan en la Basílica de San Pedro en el Vaticano y una parte
de ellas le fueron donadas a Su Santidad, como signo de comunión, por el difunto
Papa Juan Pablo II para que fueran veneradas en esta catedral. Verdaderamente
son dignos intercesores nuestros ante el Señor.
En esta parte del mundo oriental se celebraron siete concilios ecuménicos, que
ortodoxos y católicos reconocen como autorizados para la fe y la disciplina de
la Iglesia. Constituyen piedras angulares permanentes y guías en el camino hacia
la unidad plena.
Concluyo expresando una vez más mi alegría al encontrarme entre vosotros. Que
este encuentro refuerce nuestro mutuo afecto y renueve nuestro compromiso común
para perseverar en el itinerario que lleva a la reconciliación y a la paz de las
Iglesias.
Os saludo con el amor de Cristo. Que el Señor esté siempre con vosotros.
[Traducción del original inglés realizada por Zenit
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