Mensaje del Papa con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
2007
«Los niños y los medios de comunicación social: un reto para la educación»
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 24 enero 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos el mensaje que ha enviado Benedicto XVI con motivo de la 41a Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales 2007, que se celebrará el domingo 20 de
mayo, con el tema: «Los niños y los medios de comunicación social: un reto para
la educación».
«Los niños y los medios de comunicación social:
un reto para la educación»
Queridos hermanos y hermanas:
1. El tema de la cuadragésima primera Jornada de las Comunicaciones Sociales,
"Los niños y los medios de comunicación social: un reto para la educación", nos
invita a reflexionar sobre dos aspectos de suma importancia. Uno es la formación
de los niños. El segundo, quizás menos obvio pero no menos importante, es la
formación de los medios mismos.
Los complejos desafíos a los que se enfrenta la educación actual están
fuertemente relacionados con el influjo penetrante de estos medios en nuestro
mundo. Como un aspecto del fenómeno de la globalización e impulsados por el
rápido desarrollo tecnológico, los medios marcan profundamente el entorno
cultural (cf. Juan Pablo II, Carta apostólica El rápido desarrollo, 3). De
hecho, algunos afirman que la influencia formativa de los medios se contrapone a
la de la escuela, de la Iglesia e incluso a la del hogar. "Para muchas personas
la realidad corresponde a lo que los medios de comunicación definen como tal"
(Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, «Aetatis novae», 4).
2. La relación entre los niños, los medios de comunicación y la educación se
puede considerar desde dos perspectivas: la formación de los niños por parte de
los medios, y la formación de los niños para responder adecuadamente a los
medios. Surge entonces como una especie de reciprocidad que apunta a la
responsabilidad de los medios como industria, y a la necesidad de una
participación crítica y activa por parte de los lectores, televidentes u
oyentes. En este contexto, la formación en el recto uso de los medios es
esencial para el desarrollo cultural, moral y espiritual de los niños.
¿Cómo se puede promover y proteger este bien común? Educar a los niños para que
hagan un buen uso de los medios es responsabilidad de los padres, de la Iglesia
y de la escuela. El papel de los padres es de vital importancia. Éstos tienen el
derecho y el deber de asegurar un uso prudente de los medios educando la
conciencia de sus hijos, para que sean capaces de expresar juicios serenos y
objetivos que después les guíen en la elección o rechazo de los programas
propuestos (cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica «Familiaris consortio»,
76). Para llevar a cabo eso, los padres deberían de contar con el estímulo y
ayuda de las escuelas y parroquias, asegurando así que este aspecto de la
paternidad, difícil pero gratificante, sea apoyado por toda la comunidad.
La educación para los medios debería ser positiva. Cuando se pone a los niños
delante de lo que es estética y moralmente excelente se les ayuda a desarrollar
la apreciación, la prudencia y la capacidad de discernimiento. En este punto, es
importante reconocer el valor fundamental del ejemplo de los padres y el
beneficio de introducir a los jóvenes en los clásicos de la literatura infantil,
las bellas artes y la música selecta. Si bien la literatura popular siempre
tendrá un lugar propio en la cultura, no debería ser aceptada pasivamente la
tentación al sensacionalismo en los lugares de enseñanza. La belleza, que es
como un espejo de lo divino, inspira y vivifica los corazones y mentes jóvenes,
mientras que la fealdad y la tosquedad tienen un impacto deprimente en las
actitudes y comportamientos.
La educación para los medios, como toda labor educativa, requiere la formación
del ejercicio de la libertad. Se trata de una tarea exigente. Muy a menudo la
libertad se presenta como la búsqueda frenética del placer o de nuevas
experiencias. Pero más que de una liberación se trata de una condena. La
verdadera libertad nunca condenaría a un individuo - especialmente un niño - a
la búsqueda insaciable de la novedad. A la luz de la verdad, la auténtica
libertad se experimenta como una respuesta definitiva al "sí" de Dios a la
humanidad, que nos llama a elegir lo que es bueno, verdadero y bello, no de un
modo discriminado sino deliberadamente. Los padres de familia son, pues, los
guardianes de la libertad de sus hijos; y en la medida en que les devuelven esa
libertad, los conducen a la profunda alegría de la vida (cf. «Discurso en el V
Encuentro Mundial de las Familias», Valencia, 8 julio 2006).
3. Este profundo deseo de los padres y profesores de educar a los niños en el
camino de la belleza, de la verdad y de la bondad, solo será favorecido por la
industria de los medios en la medida en que promueva la dignidad fundamental del
ser humano, el verdadero valor del matrimonio y de la vida familiar, así como
los logros y metas de la humanidad. De ahí que la necesidad de que los medios
estén comprometidos en una formación efectiva y éticamente aceptable sea vista
con particular interés e incluso con urgencia, no solamente por los padres y
profesores, sino también por todos aquéllos que tienen un sentido de
responsabilidad cívica.
Si bien afirmamos con certeza que muchos operadores de los medios desean hacer
lo que es justo (cf. Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, «Ética
en las comunicaciones sociales», 4), debemos reconocer que los comunicadores se
enfrentan con frecuencia a "presiones psicológicas y especiales dilemas éticos"
(«Aetetatis novae», 19) viendo como a veces la competencia comercial fuerza a
rebajar su estándar.
Toda tendencia a producir programas --incluso películas de animación y video
juegos-- que exaltan la violencia y reflejan comportamientos antisociales o que,
en nombre del entretenimiento, trivializan la sexualidad humana, es perversión;
y mucho más cuando se trata de programas dirigidos a niños y adolescentes. ¿Cómo
se podría explicar este "entretenimiento" a los innumerables jóvenes inocentes
que son víctimas realmente de la violencia, la explotación y el abuso? A este
respecto, haríamos bien en reflexionar sobre el contraste entre Cristo, que
"abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos" (Mc
10,16), y aquél que "escandaliza a uno de estos pequeños más le vale que le
pongan al cuello una piedra de molino" (Lc 17,2).
Exhorto nuevamente a los responsables de la industria de estos medios para que
formen y motiven a los productores a salvaguardar el bien común, a preservar la
verdad, a proteger la dignidad humana individual y a promover el respeto por las
necesidades de la familia.
4. La Iglesia misma, a la luz del mensaje de salvación que se le ha confiado, es
también maestra en humanidad y aprovecha la oportunidad para ofrecer ayuda a los
padres, educadores, comunicadores y jóvenes. Las parroquias y los programas
escolares, hoy en día, deberían estar a la vanguardia en lo que respecta a la
educación para los medios de comunicación social. Sobre todo, la Iglesia desea
compartir una visión de la dignidad humana que es el centro de toda auténtica
comunicación. "Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que
cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita" («Deus
caritas est», 18).
Vaticano, 24 de enero de 2007, fiesta de san Francisco de Sales.
BENEDICTUS PP. XVI
[Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]