Mensaje del Papa para la 93ª
Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado
«La famiglia emigrante»
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 14 noviembre 2006 (ZENIT.org).-
Publicamos el mensaje de Benedicto XVI con motivo de la 93ª Jornada Mundial del
Emigrante y del Refugiado que se celebrará el 14 de enero. El tema de este año
es «La familia emigrante».
* * *
Queridos hermanos y hermanas!
Con ocasión de la próxima Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, con la
mirada puesta en la Santa Familia de Nazaret, icono de todas las familias,
querría invitarlos a reflexionar sobre la situación de la familia emigrante. El
evangelista Mateo narra que, poco tiempo después del nacimiento de Jesús, José
se vio obligado a salir de noche hacia Egipto llevando consigo al niño y a su
madre, para huir de la persecución del rey Herodes (cfr Mt 2, 13-15). Comentando
esta página evangélica, mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Papa Pío XII,
escribió en 1952: "La familia de Nazaret en exilio, Jesús, María y José,
emigrantes en Egipto y allí refugiados para sustraerse a la ira de un rey impío,
son el modelo, el ejemplo y el consuelo de los emigrantes y peregrinos de cada
época y País, de todos los prófugos de cualquier condición que, acuciados por
las persecuciones o por la necesidad, se ven obligados a abandonar la patria, la
amada familia y los amigos entrañables para dirigirse a tierras extranjeras" (Exsul
familia, AAS 44, 1952, 649). En el drama de la Familia de Nazaret, obligada a
refugiarse en Egipto, percibimos la dolorosa condición de todos los emigrantes,
especialmente de los refugiados, de los desterrados, de los evacuados, de los
prófugos, de los perseguidos. Percibimos las dificultades de cada familia
emigrante, las penurias, las humillaciones, la estrechez y la fragilidad de
millones y millones de emigrantes, prófugos y refugiados. La Familia de Nazaret
refleja la imagen de Dios custodiada en el corazón de cada familia humana, si
bien desfigurada y debilitada por la emigración.
El tema de la próxima Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado –«La familia
emigrante» – se sitúa en continuidad con los de 1980, 1986 y 1993, y pretende
acentuar ulteriormente el compromiso de la Iglesia no sólo a favor del individuo
emigrante, sino también de su familia, lugar y recurso de la cultura de la vida
y principio de integración de valores. Muchas son las dificultades que encuentra
la familia del emigrante. La lejanía de sus componentes y la frustrada
reunificación son a menudo ocasión de ruptura de los vínculos originarios. Se
establecen nuevas relaciones y nacen nuevos afectos; se olvida el pasado y los
propios deberes, puestos a dura prueba por la distancia y la soledad. Si no se
garantiza a la familia inmigrada una real posibilidad de inserción y
participación, es difícil prever su desarrollo armónico. La Convención
internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores
migratorios y de sus familiares, entrada en vigencia el 1 de julio de 2003,
pretende tutelar los trabajadores y trabajadoras emigrantes y los miembros de
las respectivas familias. Se reconoce, por tanto, el valor de la familia también
en lo que atañe a la emigración, fenómeno ahora estructural de nuestras
sociedades. La Iglesia anima la ratificación de los instrumentos legales
internacionales propuestos para defender los derechos de los emigrantes, de los
refugiados y de sus familias, y ofrece, en varias de sus Instituciones y
Asociaciones, aquella advocacy que se hace cada vez más necesaria. Se han
abierto, para tal fin, centros de escucha para emigrantes, casas para su
acogida, oficinas de servicios para las personas y las familias, y se han puesto
en marcha otras iniciativas para satisfacer las crecientes exigencias en este
campo.
Actualmente, se está trabajando mucho por la integración de las familias de los
inmigrantes, no obstante quede aún tanto por hacer. Existen dificultades
efectivas relacionadas con algunos "mecanismos de defensa" de la primera
generación inmigrada, que pueden llegar a constituir un obstáculo para una
subsiguiente maduración de los jóvenes de la segunda generación. Es por tanto
necesario predisponer acciones legislativas, jurídicas y sociales para facilitar
dicha integración. En estos últimos tiempos ha aumentado el número de mujeres
que abandonan el País de origen en busca de mejores condiciones de vida, en pos
de perspectivas profesionales más alentadoras. Pero no son pocas las mujeres que
terminan siendo víctimas del tráfico de seres humanos y de la prostitución. En
las reunificaciones familiares las asistentes sociales, en particular las
religiosas, pueden llevar a cabo un beneficioso servicio de mediación, digno de
una creciente valorización.
En cuanto al tema de la integración de las familias de los inmigrantes, siento
el deber de llamar la atención sobre las familias de los refugiados, cuyas
condiciones parecen empeorar con respecto al pasado, también por lo que atañe a
la reunificación de los núcleos familiares. En los territorios destinados a su
acogida, junto a las dificultades logísticas, y personales, asociadas a los
traumas y el estrés emocional por las trágicas experiencias vividas, a veces se
suma el riesgo de la implicación de mujeres y niños en la explotación sexual
como mecanismo de supervivencia. En estos casos, es necesaria una atenta
presencia pastoral que, además de prestar asistencia capaz de aliviar las
heridas del corazón, ofrezca por parte de la comunidad cristiana un apoyo capaz
de restablecer la cultura del respeto y redescubrir el verdadero valor del amor.
Es preciso animar, a todo aquel que está destruido interiormente, a recuperar la
confianza en sí mismo. Es necesario, en fin, comprometerse para garantizar los
derechos y la dignidad de las familias, y asegurarles un alojamiento conforme a
sus exigencias. A los refugiados se les pide que cultiven una actitud abierta y
positiva hacia la sociedad que los acoge, manteniendo una disponibilidad activa
a las propuestas de participación para construir juntos una comunidad integrada,
que sea "casa común" de todos.
Entre los emigrantes existe una categoría que debemos considerar de forma
especial: los estudiantes de otros Países, que se hallan lejos de su hogar, sin
un adecuado conocimiento del idioma, a veces carentes de amistades, y a menudo
dotados con becas insuficientes. Su condición se agrava cuando se trata de
estudiantes casados. Con sus Instituciones, la Iglesia se esfuerza por hacer
menos dolorosa la ausencia del apoyo familiar de estos jóvenes estudiantes,
ayudándolos a integrarse en las ciudades que les reciben, poniéndolos en
contacto con familias dispuestas a acogerles y a facilitar el conocimiento
recíproco. Como he dicho en otra ocasión, la ayuda a los estudiantes extranjeros
es "un importante campo de acción pastoral. Sin lugar a dudas, los jóvenes que
por motivos de estudio abandonan el propio País se enfrentan a numerosos
problemas, sobre todo al riesgo de una crisis de identidad" (L’Osservatore
Romano, 15 de diciembre de 2005).
Queridos hermanos y hermanas, pueda la Jornada Mundial del Emigrante y el
Refugiado convertirse en una ocasión útil para sensibilizar las comunidades
eclesiales y la opinión pública acerca de las necesidades y problemas, así como
de las potencialidades positivas, de las familias emigrantes. Dirijo de modo
especial mi pensamiento a quienes están comprometidos directamente con el vasto
fenómeno de la migración, y aquellos que emplean sus energías pastorales al
servicio de la movilidad humana. La palabra del apóstol Pablo: "caritas Christi
urget nos" (2 Co 5, 14) los anime a donarse, con preferencia, a los hermanos y
hermanas más necesitados. Con estos sentimientos, invoco sobre cada uno la
divina asistencia, y a todos imparto con cariño una especial Bendición
Apostólica.
Vaticano, 18 de octubre de 2006
BENEDICTUS PP. XVI
[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]