MENSAJE DEL PAPA A LOS 40 AÑOS DE LA PUBLICACIÓN DE «NOSTRA AETATE»

Mensaje enviado por Benedicto XVI al presidente de la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones con el Judaísmo, cardenal Walter Kasper, con motivo del cuadragésimo aniversario de la promulgación de la declaración «Nostra aetate» del concilio Vaticano II.

* * *

A mi venerable hermano cardenal Walter Kasper, presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo.


Han pasado cuarenta años desde que mi predecesor, el Papa Pablo VI, promulgara la declaración del Concilio Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, Nostra Aetate, que abrió una nueva era en las relaciones con el Pueblo Judío y sentó la base de un sincero diálogo teológico. Este aniversario nos ofrece razones suficientes para expresar gratitud a Dios omnipotente por el testimonio de todos los que, a pesar de una complicada y con frecuencia dolorosa historia, y de manera especial después de la trágica experiencia de la Shoá, que fue inspirada por una ideología neopagana racista, han trabajado con valentía por promover la reconciliación y fomentar la comprensión entre cristianos y judíos.

Al poner los cimientos de una renovada relación entre el Pueblo Judío y la Iglesia, la «Nostra aetate» subrayó la necesidad de superar los prejuicios, las incomprensiones, la indiferencia y el lenguaje de desprecio y hostilidad del pasado. La declaración fue la oportunidad para una mayor comprensión y respeto recíprocos, para la cooperación y, con frecuencia, para la amistad entre católicos y judíos. Les ha desafiado, además, a reconocer sus raíces espirituales compartidas y a apreciar su rica herencia de fe en un único Dios, creador del Cielo y de la Tierra, que ha establecido su alianza con el Pueblo Elegido, revelado sus mandamientos y enseñado la esperanza en esas promesas mesiánicas que dan confianza y consuelo en las dificultades de la vida.

En este aniversario, en el que volvemos nuestra mirada a las cuatro décadas de contactos fructuosos entre la Iglesia y el Pueblo Judío, es necesario que renovemos nuestro compromiso a favor del trabajo que todavía queda por hacer. En este sentido, desde los primeros días de mi pontificado, y en particular durante la reciente visita a la Sinagoga en Colonia, he expresado mi firme determinación de recorrer las huellas trazadas por mi predecesor, el Papa Juan Pablo II. El diálogo judeocristiano tiene que seguir enriqueciendo y profundizando los lazos de amistad que se han desarrollado, y la predicación y la catequesis tienen que comprometerse para asegurar que se presenten nuestras relaciones recíprocas a la luz de los principios establecidos por el Concilio.

Mirando hacia el futuro, espero que tanto en el diálogo teológico como en la colaboración cotidiana los cristianos y los judíos ofrezcan un testimonio compartido aún más convincente del único Dios y de sus mandamientos, de la santidad de vida, de la promoción de la dignidad humana, de los derechos de la familia y de la necesidad de edificar un mundo de justicia, reconciliación y paz par las futuras generaciones.
En este aniversario, le aseguro mis oraciones por usted y por todos los que están comprometidos en promover una mayor comprensión y colaboración entre cristianos y judíos, de acuerdo con el espíritu de «Nostra Aetate». Invoco la bendición de Dios de sabiduría, alegría y paz sobre todos vosotros.

 

Vaticano, 26 de octubre

BENEDICTUS PP. XVI

 

 

INTERVENCIÓN DE LA SANTA SEDE SOBRE EL RECUERDO DEL HOLOCAUSTO

Intervención del arzobispo Celestino Migliore, Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, el día 2 de noviembre de 2005, sobre el recuerdo del Holocausto ante la ONU


La Asamblea General de ONU aprobó en ese día por unanimidad una propuesta para conmemorar el Día del Holocausto el 27 de enero, fecha de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Señor presidente:

Recordar es un deber y una responsabilidad común. Esto es algo particularmente verdadero en el caso del Holocausto, por este motivo mi delegación apoya con gusto la resolución sobre el recuerdo del Holocausto y felicita a quienes la han patrocinado.

La responsabilidad de todas las naciones de recordar cobra nueva fuerza cuando celebramos el sexagésimo aniversario de la liberación de los campos de exterminio y el establecimiento de las Naciones Unidas.

Durante sesenta años hemos tenido ante nosotros el horror de este crimen, a pesar del cual la historia no ha dejado de repetirse. Una convención internacional sobre el argumento no ha impedido ese tipo de pensamiento que lleva al genocidio, a la violencia que perpetra el genocidio, a las injusticias que le hacen posible, o a los intereses que permiten que un genocidio sea mantenido en el tiempo. El siglo XX fue testigo de genocidios, atrocidades, asesinatos de masas y limpiezas étnicas que por desgracia no quedaron confinados en un continente. Ante el Holocausto, sólo podemos recordar y comprometer nuestros mejores esfuerzos comunes para asegurar, después de haber dado un nombre a este crimen, que las naciones del mundo sean capaces de reconocerlo como es y de prevenirlo en el futuro.

Que el Holocausto sirva de alerta para que no dejemos nacer ideologías que justifican el desprecio de la dignidad humana en virtud de la raza, el color, el idioma o la religión.

En este contexto, sería bueno también recordar y renovar nuestro apoyo a la resolución 1624 del Consejo de Seguridad que condenó «en los términos más enérgicos todos los actos de terrorismo» y repudió «los intentos de justificación o glorificación (apología) de actos de terrorismo que puedan incitar a la comisión de nuevos actos de terrorismo». Pidió, además, que «prosigan los esfuerzos internacionales encaminados a promover el diálogo y mejorar el entendimiento entre las civilizaciones, en un intento por prevenir que se atente indiscriminadamente contra diferentes religiones y culturas, y adopten todas las medidas que sean necesarias y adecuadas y conformes con las obligaciones que les incumben en virtud del derecho internacional».

Después de la Shoá, el primer paso de la prevención fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hacen falta otros muchos pasos más. En cada país, la memoria del Holocausto tiene que preservarse como un compromiso para ahorrar a las futuras generaciones este horror.

En su visita a Tierra Santa, el Papa Juan Pablo II se detuvo en el memorial de Yad Vashem dedicado a la Shoá. A los pies del Muro de las Lamentaciones rezó por el perdón y la conversión de los corazones y las mentes.

Pedir perdón purifica la memoria y recordar el Holocausto nos ofrece una oportunidad para que tenga lugar esta purificación de la memoria, para detectar los primeros síntomas de un genocidio y rechazarlos, y para tomar a tiempo medidas firmes para superar las injusticias sociales e internacionales de todo tipo.

El programa de alcance, así como otras medidas, deberían ser útiles en este sentido para mostrar que, con voluntad política, se puede hacer más y se puede lograr más.

La Santa Sede está dispuesta a trabajar en este sentido.

Gracias, señor presidente