Mensaje del Papa para la próxima Jornada Mundial del Enfermo
Se celebrará el 11 de febrero
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 9 diciembre 2005 (ZENIT.org).-
Publicamos el mensaje que ha escrito Benedicto XVI con motivo de la decimocuarta
Jornada Mundial del Enfermo que se celebrará el 11 de febrero de 2006, memoria
de Nuestra Señora de Lourdes.
En esta ocasión, el eje central de las celebraciones tendrá lugar en la ciudad
australiana de Adelaide.
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Queridos hermanos y hermanas:
El 11 de febrero del 2006, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen de
Lourdes, se celebrará la decimocuarta Jornada Mundial del Enfermo. El año pasado
la Jornada se desarrolló en el Santuario mariano de Mvolyé en Yaoundé, y en esa
ocasión, en nombre de todo el continente africano, los fieles y sus pastores
reafirmaron su compromiso pastoral a favor de los enfermos. La próxima Jornada
se celebrará en Adelaide, Australia, y las manifestaciones culminarán con la
celebración eucarística en la Catedral dedicada a san Francisco Javier,
incansable misionero de las poblaciones de Oriente. En esa oportunidad, la
Iglesia desea inclinarse con particular solicitud ante las personas que sufren,
llamando la atención de la opinión pública sobre los problemas ligados con la
dificultad mental, que afecta a un quinto de la humanidad y constituye una real
y verdadera emergencia socio-sanitaria. Al recordar la atención que mi venerado
predecesor Juan Pablo II dedicaba a este encuentro anual, también yo, queridos
hermanos y hermanas, quisiera estar presente espiritualmente en la Jornada
Mundial del Enfermo para detenerme a reflexionar en sintonía con los
participantes sobre la situación de los enfermos mentales en el mundo y
solicitar el compromiso de las comunidades eclesiales dando testimonio de la
tierna misericordia del Señor.
En muchos países aún no existe una legislación al respecto y en otros falta
todavía una política bien definida sobre la salud mental. Asimismo, hay que
subrayar que la prolongación de conflictos armados en varias regiones de la
tierra, las terribles catástrofes naturales, la expansión del terrorismo, además
de causar un número impresionante de muertos, han generado en muchos
sobrevivientes traumas psíquicos, de los que difícilmente se recuperan. En los
países que cuentan con un elevado desarrollo económico, los expertos reconocen
también como origen de nuevas formas de trastorno mental la influencia negativa
de la crisis de los valores morales. Esto aumenta el sentido de soledad,
socavando e incluso disgregando las tradicionales formas de cohesión social,
comenzando por la institución de la familia y marginando a los enfermos,
especialmente los mentales, a menudo considerados como un peso para la familia y
para la comunidad. Quisiera hacer resaltar aquí el mérito de quienes, en formas
y niveles diferentes, trabajan para que no disminuya el espíritu de solidaridad,
y se persevere más bien en la atención a estos hermanos y hermanas nuestros,
inspirándose en ideales y principios humanos y evangélicos.
Por tanto, animo los esfuerzos de quienes trabajan para que se otorgue a todos
los enfermos mentales el acceso a los cuidados necesarios. Lamentablemente, en
muchas partes del mundo los servicios a favor de estos enfermos son carentes,
insuficientes o en ruina. El contexto social no siempre acepta a los enfermos de
mente con sus limitaciones, y también por este motivo es difícil lograr los
necesarios recursos humanos y financieros. Se advierte la necesidad de integrar
mejor el binomio «terapia adecuada» y «nueva sensibilidad frente a la
dificultad», de modo que se permita a los agentes del sector salir al encuentro
con mayor eficacia de los enfermos y de las familias que por sí solos no tienen
la capacidad de seguir adecuadamente a sus familiares en dificultad. La próxima
Jornada Mundial del Enfermo es una circunstancia oportuna para manifestar
solidaridad a las familias que tienen a su cargo a personas enfermas de mente.
Deseo dirigirme ahora a vosotros, queridos hermanos y hermanas afligidos por la
enfermedad, para invitaros a ofrecer junto con Cristo vuestra condición de
sufrimiento al Padre, con la seguridad de que cada prueba acogida con
resignación tiene mérito y atrae la benevolencia divina sobre toda la humanidad.
Manifiesto mi aprecio hacia quienes os asisten en los centros residenciales, en
los «day hospitals», en los departamentos de diagnósticos y cuidados, y os
exhorto a que hagáis todo lo posible para que nunca falte al necesitado la
asistencia médica, social y pastoral que respete la dignidad propia de cada ser
humano. La Iglesia, especialmente a través de la obra de los capellanes, no
dejará de ofrecerles su ayuda, ya que está totalmente convencida de que está
llamada a manifestar el amor y la solicitud de Cristo hacia los que sufren y los
que se ocupan de ellos. A los agentes pastorales, a las asociaciones y
organizaciones del voluntariado recomiendo que sostengan, con formas e
iniciativas concretas, a las familias que tienen a su cargo enfermos mentales, a
favor de los cuales auspicio que aumente y se difunda la cultura de la acogida y
de la capacidad de compartir, gracias a leyes adecuadas y a programas sanitarios
que prevean recursos suficientes para su aplicación concreta. Es urgente la
formación y la actualización del personal que trabaja en un sector tan delicado
de la sociedad. Cada cristiano, según su propia tarea y su responsabilidad, está
llamado a brindar su aporte para que se reconozca, se respete y se promueva la
dignidad de estos hermanos nuestros.
«Duc in altum!». Dirijo esta invitación de Cristo a Pedro y a los apóstoles a
las Comunidades eclesiales esparcidas en el mundo y, de manera especial, a los
que están al servicio de los enfermos, para que con la ayuda de María Salud de
los Enfermos, den testimonio de la bondad y de la paternal solicitud de Dios.
Que la Virgen santa consuele a los que están marcados por la enfermedad y
sostenga a los que, como el buen samaritano, suavizan las llagas corporales y
espirituales. A cada uno aseguro un recuerdo en la oración, mientras imparto con
gusto a todos mi bendición.
Vaticano, 8 de diciembre de 2005.
Benedicto XVI
[Traducción enviada a Zenit por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la
Salud]