Discurso del Papa a profesores universitarios de Europa
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 27 julio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI el 23 de junio a los participantes en el primer encuentro europeo de profesores universitarios celebrado en Roma.
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Eminencia;
ilustres señoras y señores;
queridos amigos:
Me complace particularmente recibiros durante el primer Encuentro europeo de
profesores universitarios, patrocinado por el Consejo de las Conferencias
episcopales europeas y organizado por los profesores de las universidades
romanas, coordinados por la Oficina del Vicariato de Roma para la pastoral
universitaria. Tiene lugar con ocasión del 50° aniversario del Tratado de Roma,
que dio vida a la actual Unión europea, y entre sus participantes se cuentan
profesores universitarios de todos los países del continente, incluidos los del
Cáucaso: Armenia, Georgia y Azerbayán.
Agradezco al cardenal Péter Erdo, presidente del Consejo de las Conferencias
episcopales europeas, sus amables palabras de introducción. Saludo a los
representantes del Gobierno italiano, en particular a los del Ministerio para la
universidad y la investigación, y del Ministerio para los bienes y las
actividades culturales de Italia, así como a los representantes de la región del
Lacio, de la provincia y la ciudad de Roma. Saludo también a las demás
autoridades civiles y religiosas, a los rectores y a los profesores de las
diversas Universidades, así como a los capellanes y a los estudiantes presentes.
El tema de vuestro encuentro -"Un nuevo humanismo para Europa. El papel de las
Universidades"- invita a una atenta valoración de la cultura contemporánea en el
continente. En la actualidad, Europa está experimentando cierta inestabilidad
social y desconfianza ante los valores tradicionales, pero su notable historia y
sus sólidas instituciones académicas pueden contribuir en gran medida a forjar
un futuro de esperanza. La "cuestión del hombre", que es central en vuestras
discusiones, es esencial para una comprensión correcta de los procesos
culturales actuales. También proporciona un sólido punto de partida para el
esfuerzo de las universidades por crear una nueva presencia cultural y una
actividad al servicio de una Europa más unida.
De hecho, promover un nuevo humanismo requiere una clara comprensión de lo que
esta "novedad" encarna actualmente. Lejos de ser fruto de un deseo superficial
de novedad, la búsqueda de un nuevo humanismo debe tomar seriamente en cuenta el
hecho de que Europa está experimentado hoy un cambio cultural masivo, en el que
los hombres y las mujeres son cada vez más conscientes de que están llamados a
comprometerse activamente a forjar su historia. Históricamente, el humanismo se
desarrolló en Europa gracias a la interacción fructuosa entre las diversas
culturas de sus pueblos y la fe cristiana. Hoy Europa debe conservar y recuperar
su auténtica tradición, si quiere permanecer fiel a su vocación de cuna del
humanismo.
El actual cambio cultural se considera a menudo un "desafío" a la cultura de la
universidad y al cristianismo mismo, más que un "horizonte" en el que se pueden
y deben encontrar soluciones creativas. Vosotros, como hombres y mujeres de
educación superior, estáis llamados a participar en esta ardua tarea, que
requiere una reflexión continua sobre una serie de cuestiones fundamentales.
Entre estas, quiero mencionar en primer lugar la necesidad de un estudio
exhaustivo de la crisis de la modernidad. Durante los últimos siglos, la cultura
europea ha estado condicionada fuertemente por la noción de modernidad. Sin
embargo, la crisis actual tiene menos que ver con la insistencia de la
modernidad en la centralidad del hombre y de sus preocupaciones, que con los
problemas planteados por un "humanismo" que pretende construir un regnum
hominis separado de su necesario fundamento ontológico. Una falsa dicotomía
entre teísmo y humanismo auténtico, llevada al extremo de crear un conflicto
irreconciliable entre la ley divina y la libertad humana, ha conducido a una
situación en la que la humanidad, por todos sus progresos económicos y técnicos,
se siente profundamente amenazada.
Como afirmó mi predecesor el Papa Juan Pablo II, tenemos que preguntarnos "si el
hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras
mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su
humanidad, más responsable, más abierto a los demás" (Redemptor hominis,
15). El antropocentrismo que caracteriza a la modernidad no puede separarse
jamás de un reconocimiento de la plena verdad sobre el hombre, que incluye su
vocación trascendente.
Una segunda cuestión implica el ensanchamiento de nuestra comprensión de la
racionalidad. Una correcta comprensión de los desafíos planteados por la cultura
contemporánea, y la formulación de respuestas significativas a esos desafíos,
debe adoptar un enfoque crítico de los intentos estrechos y fundamentalmente
irracionales de limitar el alcance de la razón. El concepto de razón, en cambio,
tiene que "ensancharse" para ser capaz de explorar y abarcar los aspectos de la
realidad que van más allá de lo puramente empírico. Esto permitirá un enfoque
más fecundo y complementario de la relación entre fe y razón. El nacimiento de
las universidades europeas fue fomentado por la convicción de que la fe y la
razón están destinadas a cooperar en la búsqueda de la verdad, respetando cada
una la naturaleza y la legítima autonomía de la otra, pero trabajando juntas de
forma armoniosa y creativa al servicio de la realización de la persona humana en
la verdad y en el amor.
Una tercera cuestión que es necesario investigar concierne a la naturaleza de la
contribución que el cristianismo puede dar al humanismo del futuro. La cuestión
del hombre, y por consiguiente de la modernidad, desafía a la Iglesia a idear
medios eficaces para anunciar a la cultura contemporánea el "realismo" de su fe
en la obra salvífica de Cristo. El cristianismo no debe ser relegado al mundo
del mito y la emoción, sino que debe ser respetado por su deseo de iluminar la
verdad sobre el hombre, de transformar espiritualmente a hombres y mujeres,
permitiéndoles así realizar su vocación en la historia.
Durante mi reciente viaje a Brasil expresé mi convicción de que "si no conocemos
a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma
indescifrable" (Discurso en la inauguración de la V Conferencia general del
Episcopado latinoamericano, 13 de mayo de 2007, n. 3: L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 25 de mayo de 2007, p. 9). El conocimiento no puede
limitarse nunca al ámbito puramente intelectual; también incluye una renovada
habilidad para ver las cosas sin prejuicios e ideas preconcebidas, y para poder
"asombrarnos" también nosotros ante la realidad, cuya verdad puede descubrirse
uniendo comprensión y amor. Sólo el Dios que tiene un rostro humano, revelado en
Jesucristo, puede impedirnos limitar la realidad en el mismo momento en que
exige niveles de comprensión siempre nuevos y más complejos. La Iglesia es
consciente de su responsabilidad de dar esta contribución a la cultura
contemporánea.
En Europa, como en todas partes, la sociedad necesita con urgencia el servicio a
la sabiduría que la comunidad universitaria proporciona. Este servicio se
extiende también a los aspectos prácticos de orientar la investigación y la
actividad a la promoción de la dignidad humana y a la ardua tarea de construir
la civilización del amor. Los profesores universitarios, en particular, están
llamados a encarnar la virtud de la caridad intelectual, redescubriendo su
vocación primordial a formar a las generaciones futuras, no sólo con la
enseñanza, sino también con el testimonio profético de su vida.
La universidad, por su parte, jamás debe perder de vista su vocación particular
a ser una "universitas", en la que las diversas disciplinas, cada una a
su modo, se vean como parte de un unum más grande. ¡Cuán urgente es la
necesidad de redescubrir la unidad del saber y oponerse a la tendencia a la
fragmentación y a la falta de comunicabilidad que se da con demasiada frecuencia
en nuestros centros educativos! El esfuerzo por reconciliar el impulso a la
especialización con la necesidad de preservar la unidad del saber puede
estimular el crecimiento de la unidad europea y ayudar al continente a
redescubrir su "vocación" cultural específica en el mundo de hoy. Sólo una
Europa consciente de su propia identidad cultural puede dar una contribución
específica a otras culturas, permaneciendo abierta a la contribución de otros
pueblos.
Queridos amigos, espero que las universidades se conviertan cada vez más en
comunidades comprometidas en la búsqueda incansable de la verdad, en
"laboratorios de cultura", donde profesores y alumnos se unan para investigar
cuestiones de particular importancia para la sociedad, empleando métodos
interdisciplinarios y contando con la colaboración de los teólogos. Esto puede
realizarse fácilmente en Europa, dada la presencia de tantas prestigiosas
instituciones y facultades de teología católicas. Estoy convencido de que una
mayor cooperación y nuevas formas de colaboración entre las diversas comunidades
académicas permitirán a las universidades católicas dar testimonio de la
fecundidad histórica del encuentro entre fe y razón. El resultado será una
contribución concreta a la consecución de los objetivos del Proceso de Bolonia,
y un incentivo a desarrollar un apostolado universitario adecuado en las
Iglesias locales. Las asociaciones y los movimientos eclesiales ya comprometidos
en el apostolado universitario pueden prestar un apoyo eficaz a esos esfuerzos,
que se han convertido cada vez más en una preocupación de las Conferencias
episcopales europeas (cf. Ecclesia in Europa, 58-59).
Queridos amigos, ojalá que vuestras deliberaciones de estos días resulten
fructuosas y ayuden a construir una red activa de profesores universitarios
comprometidos a llevar la luz del Evangelio a la cultura contemporánea. Os
aseguro a vosotros y a vuestras familias un recuerdo particular en mis
oraciones, e invoco sobre vosotros, y sobre las universidades en las que
trabajáis, la protección materna de María, Sede de la Sabiduría. A cada uno de
vosotros imparto con afecto mi bendición apostólica.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]