Palabras del Papa a la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 8 enero 2006 (ZENIT.org).-
Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este sábado al recibir en
audiencia a una delegación de la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas.
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Queridos amigos:
Al inicio de de este Nuevo año, os doy la bienvenida, representantes de la
Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas, con motivo de vuestra visita al
Vaticano. Recuerdo con gratitud la presencia de delegaciones de la Alianza
Mundial tanto en el funeral de mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, como en la
inauguración de mi propio ministerio papal. En estos signos de mutuo respeto y
amistad, me complace ver un fruto providencial del fraterno diálogo y
cooperación emprendido en las últimas cuatro décadas, y un signo de segura
esperanza para el futuro.
En el mes pasado, de hecho, se celebró el cuadragésimo aniversario de la
conclusión del Concilio Vaticano II, que asistió a la promulgación del decreto
sobre el ecumenismo
«Unitatis Redintegratio». El diálogo católico-reformado, que surgió poco
después, ha ofrecido una importante contribución al exigente trabajo de
reflexión teológica y de investigación histórica indispensable para superar las
trágicas divisiones que surgieron entre los cristianos en el siglo XVI. Uno de
los resultados del diálogo ha sido mostrar significantes áreas de convergencia
entre la comprensión reformada de la Iglesia como «Creatura Verbi» y de la
comprensión católica de la Iglesia como primordial sacramento de Dios, emanación
de la gracia de Cristo (Cf. «Lumen Gentium», 1). Es un signo alentador que la
actual fase de diálogo siga explorando la riqueza y complementariedad de estas
dos visiones.
El decreto sobre el ecumenismo afirmó que «el verdadero ecumenismo no puede
darse sin la conversión interior» (número 7). Al inicio de mi pontificado,
manifesté mi personal convicción de que «esa conversión interior es el
presupuesto de todo progreso en el camino del ecumenismo» (Homilía
en la Capilla Sixtina, 20 de abril de 2005), y recordé el ejemplo de mi
predecesor, el Papa Juan Pablo II, que con frecuencia habló de la necesidad de
una «purificación de la memoria» como medio para abrir nuestros corazones para
recibir la plena verdad de Cristo. El fallecido Papa, especialmente con motivo
del Gran Jubileo del año 2000, ofreció un fuerte impulso a esta actitud en la
Iglesia católica, y me complace saber que varias de las Iglesias reformadas, que
son miembros de la Alianza Mundial, han emprendido iniciativas similares. Gestos
como éstos son ladrillos para una relación más profunda que debe alimentarse de
verdad y amor.
Queridos amigos, rezo para que nuestro encuentro de hoy traiga frutos de un
renovado compromiso para trabajar por la unidad de los cristianos. El camino que
tenemos ante nosotros exige sabiduría, humildad, estudio e intercambio paciente.
Recorrámoslo con renovada confianza, en obediencia al Evangelio y poniendo
nuestra esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre
para con nosotros, y en el poder del Espíritu Santo (Cf. «Unitatis Redintegratio»,
24).
[Traducción del original inglés realizada por Zenit]