Benedicto XVI: Por una auténtica libertad religiosa en México
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Señor Embajador:
Me complace recibirle en este acto en el que me presenta las Cartas que lo
acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de
México ante la Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida le agradezco las
amables palabras que me ha dirigido, así como el deferente saludo del Señor
Presidente, Lic. Vicente Fox, al que correspondo rogándole que le transmita mis
mejores votos de paz y bienestar para todo el pueblo mexicano.
Desde que en 1992 se establecieron relaciones diplomáticas entre México y la
Santa Sede, se han producido notables avances, en un clima de mutuo respeto y
colaboración, que han beneficiado a ambas partes. Esto anima a seguir
trabajando, desde la propia autonomía y las respectivas competencias, teniendo
como objetivo prioritario la promoción integral de las personas, que son
ciudadanos de la Nación y, la gran mayoría de ellos, hijos de la Iglesia
católica.
En este sentido, como usted ha puesto de relieve, un Estado democrático laico es
aquel que protege la práctica religiosa de sus ciudadanos, sin preferencias ni
rechazos. Por otra parte, la Iglesia considera que en las sociedades modernas y
democráticas puede y debe haber plena libertad religiosa. En un Estado laico son
los ciudadanos quienes, en el ejercicio de su libertad, dan un determinado
sentido religioso a la vida social. Además, un Estado moderno ha de servir y
proteger la libertad de los ciudadanos y también la práctica religiosa que ellos
elijan, sin ningún tipo de restricción o coacción, como lo han expresado muchos
documentos del magisterio eclesiástico y, recientemente, el Episcopado mexicano
en el comunicado "Por una auténtica libertad religiosa en México". "No se
trata –se ha dicho- de un derecho de la Iglesia como institución, se trata de un
derecho humano de cada persona, de cada pueblo y de cada nación" (10-8-2005).
Ante el creciente laicismo, que pretende reducir la vida religiosa de los
ciudadanos a la esfera privada, sin ninguna manifestación social y pública, la
Iglesia sabe muy bien que el mensaje cristiano refuerza e ilumina los principios
básicos de toda convivencia, como el don sagrado de la vida, la dignidad de la
persona junto con la igualdad e inviolabilidad de sus derechos, el valor
irrenunciable del matrimonio y de la familia que no se puede equiparar ni
confundir con otras formas de uniones humanas. La institución familiar necesita
un apoyo especial, porque en México, como en otros Países, va mermando
progresivamente su vitalidad y su papel fundamental, no sólo por los cambios
culturales, sino también por el fenómeno de la emigración, con las consiguientes
y graves dificultades de diversa índole, sobre todo para las mujeres, los niños
y los jóvenes.
Una atención especial merece el problema del narcotráfico, que causa un grave
daño a la sociedad. A ese respecto, hay que reconocer el esfuerzo continuo
realizado hasta ahora por el Estado y algunas organizaciones sociales en la
lucha contra esta terrible plaga que afecta a la seguridad y a la salud pública.
No debe olvidarse que una de las raíces del problema es la gran desigualdad
económica, que no permite el justo desarrollo de una buena parte de la
población, llevando a muchos jóvenes a ser las primeras víctimas de las
adicciones, o bien atrayéndolos con la seducción del dinero fácil procedente del
narcotráfico y del crimen organizado. Por ello, es urgente que todos aúnen
esfuerzos para erradicar este mal mediante la difusión de los auténticos valores
humanos y la construcción de una verdadera cultura de la vida. La Iglesia ofrece
toda su colaboración en este campo
Al considerar la historia de México se constata la vasta pluralidad de sus
poblaciones indígenas, que durante siglos se han esforzado por conservar sus
valores y tradiciones ancestrales. Como expresó mi querido predecesor el Papa
Juan Pablo II en la canonización del indio Juan Diego en la Basílica de
Guadalupe, "¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a
México!". En efecto, es preciso favorecer, hoy más que nunca, su integración
respetando sus costumbres y las formas de organización de sus comunidades, lo
cual les permita el desarrollo de su propia cultura y les haga capaces de
abrirse, sin renunciar a su identidad, a los desafíos del mundo globalizado. Por
ello, aliento a los responsables de las instituciones públicas a favorecer,
desde una efectiva igualdad de derechos, la participación activa de los pueblos
indígenas en la marcha y el progreso del País. Es una justa e irrenunciable
aspiración, cuya realización fundamentará la paz, que ha de ser fruto de la
justicia.
No puedo dejar de referirme también a las próximas elecciones del 2006, que
representan una oportunidad y un desafío para consolidar los significativos
avances en la democratización del País. Es de esperar que el proceso electoral
contribuya a seguir fortaleciendo el orden democrático, orientándolo
decididamente hacia el desarrollo de políticas inspiradas en el bien común y en
la promoción integral de todos los ciudadanos, atendiendo especialmente a los
más débiles y desprotegidos. A ello se han referido los Obispos de México en su
Mensaje ante el inicio del proceso electoral. El título del mismo, Fortalecer
la democracia reconstruyendo la confianza ciudadana, indica muy bien las
necesidades de la hora presente.
Ciertamente, la actividad política en México ha de continuar ejerciéndose como
un servicio efectivo a la Nación, con el fin de promover y garantizar las
condiciones necesarias para que los ciudadanos puedan desarrollar su vida en las
mejores condiciones posibles. Se ha de fomentar el respeto a la verdad, la
voluntad de favorecer el bien general, la defensa de la libertad, la justicia y
la convivencia, en el marco del Estado de Derecho. Es largo el proceso a través
del cual los pueblos se ejercitan en la corresponsabilidad propia de la
democracia. Por ello son valiosos los esfuerzos gubernamentales, pero también
los de tantas instituciones civiles y religiosas, universidades y asociaciones,
orientados a fomentar una cultura de participación en la sociedad mexicana. La
cohesión del tejido social se fortalece también cuando se presentan altos
objetivos a los pueblos y se ponen a su alcance los medios para cumplirlos. Por
eso, en el ámbito democrático, es urgente promover la creación de centros de
formación ética y política en los que se aprendan y asimilen los derechos y
deberes que incumben a cuantos quieren dedicarse al servicio de todos los
ciudadanos.
Señor Embajador, al concluir este grato encuentro renuevo a usted y a su
distinguida familia mi más cordial bienvenida, formulando los mejores votos por
el éxito de la misión que ahora inicia en beneficio de las buenas relaciones
existentes entre México y la Santa Sede. Pido fervientemente a Nuestra Señora de
Guadalupe que proteja al querido pueblo mexicano para que siga progresando por
los caminos de la solidaridad y de la paz.
[Texto original en español]