Publicamos las dos respuestas que ofreció Benedicto XVI a preguntas de
participantes en el Ágora de los jóvenes italianos, que se celebró en la
tarde del 1 de septiembre en la explanada de Montorso, junto a Loreto, en la
costa adriática italiana.
* * *
--Pregunta formulada por los jóvenes Piero Tisti y Giovanna Di Mucci: A
muchos de los jóvenes de la periferia nos falta un centro, un lugar o
personas capaces de dar identidad. A menudo no tenemos historia ni
perspectivas; por eso, no tenemos futuro. Parece que lo que esperamos nunca
se hace realidad. De aquí la experiencia de la soledad y, a veces, de
dependencias. Santidad, ¿hay alguien -o algo- para quien podamos llegar a
ser importante? ¿Es posible esperar cuando la realidad nos niega cualquier
sueño de felicidad, cualquier proyecto de vida?
--Benedicto XVI: Gracias por esta pregunta y por la presentación tan
realista de la situación.
Con respecto a las periferias de este mundo, en las que existen grandes
problemas, no es fácil ahora responder. No queremos vivir en un fácil
optimismo, pero, por otra parte, debemos ser valientes y seguir adelante.
Podría anticipar así el núcleo de mi respuesta: "Sí, hay esperanza también
hoy; cada uno de vosotros es importante, porque cada uno es conocido y
querido por Dios; y Dios tiene un proyecto para cada uno. Debemos
descubrirlo y corresponder a él, para que, a pesar de estas situaciones de
precariedad y marginalidad, sea posible realizar el proyecto de Dios sobre
nosotros".
Pero, entrando en detalles, usted nos ha presentado de forma realista la
situación de una sociedad: en las periferias parece difícil salir adelante,
cambiar el mundo mejorándolo. Todo parece concentrado en los grandes centros
del poder económico y político; las grandes burocracias dominan y quienes se
encuentran en las periferias, realmente parecen quedar excluidos de esta
vida.
Un aspecto de esta situación de marginación de muchos es que las grandes
células de la vida de la sociedad, que pueden construir centros también en
la periferia, están desintegradas: la familia, que debería ser el lugar de
encuentro de las generaciones -desde los bisabuelos hasta los nietos-; que
no sólo debería ser un lugar donde se encuentren las generaciones, sino
también donde se aprenda a vivir, donde se aprendan las virtudes esenciales
para la vida, está desintegrada, se encuentra en peligro. Por eso, debemos
hacer todo lo posible para que la familia sea viva, para que sea también hoy
la célula vital, el centro en la periferia.
Del mismo modo, también la parroquia, célula viva de la Iglesia, debe ser
realmente un lugar de inspiración, de vida, de solidaridad, que ayude a
construir juntamente los centros en la periferia.
En la Iglesia se habla a menudo de periferia y de centro, que sería Roma,
pero de hecho en la Iglesia no hay periferia, porque donde está Cristo allí
está todo el centro. Donde se celebra la Eucaristía, donde está el sagrario,
allí está Cristo y, por consiguiente, allí está el centro, y debemos hacer
todo lo posible para que estos centros vivos sean eficaces, para que estén
presentes y sean realmente una fuerza que se oponga a esa marginación.
La Iglesia viva, la Iglesia de las pequeñas comunidades, la Iglesia
parroquial, los movimientos, deberían formar también centros en la
periferia, para ayudar así a superar las dificultades que la gran política
obviamente no supera. Al mismo tiempo, también debemos pensar que, a pesar
de las grandes concentraciones de poder, precisamente la sociedad actual
necesita la solidaridad, el sentido de la legalidad, la iniciativa y la
creatividad de todos.
Sé que es más fácil decirlo que realizarlo, pero veo aquí personas que se
comprometen para que surjan también centros en las periferias, para que
crezca la esperanza. Por tanto, me parece que precisamente en las periferias
debemos tomar la iniciativa. Es necesario que la Iglesia esté presente; que
Cristo, el centro del mundo, esté presente.
Hemos visto, y vemos hoy en el evangelio, que para Dios no hay periferias.
La Tierra Santa, en el vasto contexto del Imperio romano, era periferia;
Nazaret era periferia, una aldea desconocida. Y, sin embargo, precisamente
esa realidad fue de hecho el centro que cambió el mundo. Así, también
nosotros debemos formar centros de fe, de esperanza, de amor y de
solidaridad, de sentido de la justicia y de la legalidad, de cooperación.
Sólo así puede sobrevivir la sociedad moderna. Necesita esta valentía de
crear centros, aunque aparentemente no parece existir esperanza. Debemos
oponernos a esta desesperación; debemos colaborar con gran solidaridad y
hacer todo lo posible para que aumente la esperanza, para que los hombres
colaboren y vivan. Como vemos, es necesario cambiar el mundo; pero es
precisamente la juventud la que tiene la misión de cambiarlo. No lo podemos
hacer sólo con nuestras fuerzas, sino en comunión de fe y de camino. En
comunión con María, con todos los santos; en comunión con Cristo, podemos
hacer algo esencial.
Os estimulo y os invito a tener confianza en Cristo, a tener confianza en
Dios. Estar en la gran compañía de los santos y avanzar con ellos puede
cambiar el mundo, creando centros en la periferia, para que esa compañía sea
realmente visible y así se haga realidad la esperanza de todos, de modo que
cada uno pueda decir: "Yo soy importante en la totalidad de la historia. El
Señor nos ayudará". Gracias.
--Pregunta formulada por la joven Sara Simonetta: Yo creo en el Dios que ha
tocado mi corazón, pero son muchas las inseguridades, los interrogantes, los
miedos que llevo en mi interior. No es fácil hablar de Dios con mis amigos;
muchos de ellos ven a la Iglesia como una realidad que juzga a los jóvenes,
que se opone a sus deseos de felicidad y de amor. Ante este rechazo siento
fuertemente la soledad humana y quisiera sentir la cercanía de Dios.
Santidad, ¿en este silencio dónde está Dios?
--Benedicto XVI: Sí, todos nosotros, aunque seamos creyentes, experimentamos
el silencio de Dios. En el Salmo que acabamos de rezar se encuentra este
grito casi desesperado: "Habla, Señor; no te escondas". Hace poco se publicó
un libro con las experiencias espirituales de la madre Teresa. En él se pone
de manifiesto aún más claramente lo que ya sabíamos: con toda su caridad, su
fuerza de fe, la madre Teresa sufría el silencio de Dios.
Por una parte, debemos soportar este silencio de Dios también para poder
comprender a nuestros hermanos que no conocen a Dios. Por otra, con el
Salmo, podemos gritar continuamente a Dios: "Habla, muéstrate". Sin duda, en
nuestra vida, si tenemos el corazón abierto, podemos encontrar los grandes
momentos en los que realmente la presencia de Dios se hace sensible también
para nosotros.
Me viene a la mente en este momento una anécdota que refirió Juan Pablo II
en los ejercicios espirituales que predicó en el Vaticano cuando aún no era
Papa. Contó que después de la guerra lo visitó un oficial ruso, que era
científico, el cual le dijo: "Como científico, estoy seguro de que Dios no
existe; pero cuando me encuentro en una montaña, ante su majestuosa belleza,
ante su grandeza, también estoy seguro de que el Creador existe y de que
Dios existe".
La belleza de la creación es una de las fuentes donde realmente podemos
descubrir la belleza de Dios, donde podemos ver que el Creador existe y es
bueno, que es verdad lo que dice la sagrada Escritura en el relato de la
creación, o sea, que Dios pensó e hizo este mundo con su corazón, con su
voluntad, con su razón, y vio que era bueno. También nosotros debemos ser
buenos, teniendo el corazón abierto a percibir realmente la presencia de
Dios.
Asimismo, al escuchar la palabra de Dios en las grandes celebraciones
litúrgicas, en las fiestas de la fe, en la gran música de la fe, percibimos
esta presencia.
Recuerdo en este momento otra anécdota que me contó hace poco tiempo un
obispo en visita "ad limina": una mujer no cristiana muy inteligente comenzó
a escuchar la gran música de Bach, Händel, Mozart. Estaba fascinada y un día
dijo: "Debo encontrar la fuente de donde pudo brotar esta belleza". Esa
mujer se convirtió al cristianismo, a la fe católica, porque había
descubierto que esa belleza tiene una fuente, y la fuente es precisamente la
presencia de Cristo en los corazones, es la revelación de Cristo en este
mundo.
Por consiguiente, las grandes fiestas de la fe, de la celebración litúrgica,
pero también el diálogo personal con Cristo: él no siempre responde, pero
hay momentos en que realmente responde.
Luego viene la amistad, la compañía de la fe. Ahora, reunidos aquí en
Loreto, vemos cómo la fe une, la amistad crea una compañía de personas en
camino. Y sentimos que todo esto no viene de la nada, sino que realmente
tiene una fuente, que el Dios silencioso es también un Dios que habla, que
se revela, y sobre todo que nosotros mismos podemos ser testigos de su
presencia, que nuestra fe proyecta realmente una luz también para los demás.
Así pues, por una parte, debemos aceptar que en este mundo Dios es
silencioso, pero no debemos ser sordos cuando habla, cuando se nos muestra
en muchas ocasiones; vemos la presencia del Señor sobre todo en la creación,
en una hermosa liturgia, en la amistad dentro de la Iglesia; y, llenos de su
presencia, también nosotros podemos iluminar a los demás.
Paso a la segunda parte de su pregunta: hoy es difícil hablar de Dios a los
amigos y tal vez resulta aún más difícil hablar de la Iglesia, porque ven a
Dios sólo como el límite de nuestra libertad, un Dios de mandamientos, de
prohibiciones, y a la Iglesia como una institución que limita nuestra
libertad, que nos impone prohibiciones.
Pero debemos tratar de presentarles la Iglesia viva, no esa idea de un
centro de poder en la Iglesia con estas etiquetas, sino las comunidades de
compañía en las que, a pesar de todos los problemas de la vida, que todos
tenemos, nace la alegría de vivir.
Aquí me viene a la mente un tercer recuerdo. En Brasil estuve en la
"Hacienda de la Esperanza", una gran realidad donde los drogadictos se curan
y recobran la esperanza, recobran la alegría de vivir. Los drogadictos
testimoniaron que precisamente descubrir que Dios existe significó para
ellos la curación de la desesperación. Así comprendieron que su vida tiene
un sentido y recobraron la alegría de estar en este mundo, la alegría de
afrontar los problemas de la vida humana.
Por tanto, en todo corazón humano, a pesar de los problemas que existen, hay
sed de Dios; y donde Dios desaparece, desaparece también el sol que da luz y
alegría. Esta sed de infinito que hay en nuestro corazón se demuestra
también en la realidad de la droga: el hombre quiere ensanchar su vida,
quiere obtener más de la vida, quiere alcanzar el infinito, pero la droga es
una mentira, una estafa, porque no ensancha la vida, sino que la destruye.
Realmente, tenemos una gran sed, que nos habla de Dios y nos pone en camino
hacia Dios, pero debemos ayudarnos mutuamente. Cristo vino precisamente para
crear una red de comunión en el mundo, donde todos podemos apoyarnos unos a
otros, ayudándonos a encontrar juntos el camino de la vida y a comprender
que los mandamientos de Dios no son limitaciones de nuestra libertad, sino
las señales de carretera que nos orientan hacia Dios, hacia la plenitud de
la vida.
Pidamos a Dios que nos ayude a descubrir su presencia, a estar llenos de su
Revelación, de su alegría, a ayudarnos unos a otros en la compañía de la fe
para avanzar y encontrar cada vez más, con Cristo, el verdadero rostro de
Dios, y así la vida verdadera.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 -- Libreria Editrice Vaticana]