CARTA DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS, PRESBÍTEROS
PERSONAS CONSAGRADAS
Y FIELES LAICOS
DE LA IGLESIA CATÓLICA
EN LA REPÚBLICA POPULAR CHINA
Saludo
1. Venerables hermanos Obispos, queridos presbíteros, personas consagradas y
fieles laicos de la Iglesia católica en China: « En nuestras oraciones damos
siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde
que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todo el
pueblo santo. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en
los cielos [...]. Desde que nos enteramos de vuestra conducta, no dejamos de
rezar y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad, con toda
sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera vuestra conducta será digna
del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y
aumentará vuestro conocimiento de Dios. El poder de su gloria os dará fuerza
para soportar todo con paciencia y magnanimidad » (Col 1,3-5.9-11).
Estas palabras del apóstol Pablo son muy apropiadas para expresar los
sentimientos que tengo hacia vosotros como Sucesor de Pedro y Pastor universal
de la Iglesia. Sabéis bien lo presentes que estáis en mi corazón y en mis
oraciones cotidianas, y lo profunda que es la relación de comunión que nos une
espiritualmente.
Objetivo de esta Carta
2. Deseo, pues, haceros llegar a todos vosotros las expresiones de mi fraterna
cercanía. Intensa es la alegría por vuestra fidelidad a Cristo Señor y a la
Iglesia, fidelidad que habéis manifestado « a veces también con graves
sufrimientos »[1], ya que Dios « os ha dado la gracia de creer en Jesucristo y
aun de padecer por él » (Flp 1,29). No obstante, existe preocupación por algunos
aspectos importantes de la vida eclesial en vuestro País.
Sin pretender tratar todos los detalles de problemas complejos bien conocidos
por vosotros, quisiera con esta Carta ofrecer algunas orientaciones sobre la
vida de la Iglesia y la obra de evangelización en China, para ayudaros a
descubrir lo que el Señor y Maestro, Jesucristo, « la clave, el centro y el fin
de toda la historia humana »[2], quiere de vosotros.
PRIMERA PARTE
SITUACIÓN DE LA IGLESIA
ASPECTOS TEOLÓGICOS
Globalización, modernidad y ateísmo
3. Dirigiendo una mirada atenta a vuestro pueblo, que se ha distinguido entre
los demás pueblos de Asia por el esplendor de su milenaria civilización, con
toda su experiencia sapiencial, filosófica, científica y artística, me complace
poner de relieve cómo, especialmente en los últimos tiempos, ha conseguido
alcanzar también significativas metas de progreso económico-social, atrayendo el
interés del mundo entero.
Como ya subrayaba mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, también « la
Iglesia católica, por su parte, observa con respeto este sorprendente impulso y
esta clarividente proyección de iniciativas, y brinda con discreción su propia
contribución a la promoción y a la defensa de la persona humana, de sus valores,
su espiritualidad y su vocación trascendente. La Iglesia se interesa
particularmente por valores y objetivos que son de fundamental importancia
también para la China moderna: la solidaridad, la paz, la justicia social, el
gobierno inteligente del fenómeno de la globalización »[3].
La tensión hacia el deseado y necesario desarrollo económico y social, y la
búsqueda de modernidad coinciden con dos fenómenos diferentes y contrapuestos,
pero que se han de valorar igualmente con prudencia y con espíritu apostólico
positivo. Por una parte se advierte, especialmente entre los jóvenes, un
creciente interés por la dimensión espiritual y trascendente de la persona
humana, con el consiguiente interés por la religión, particularmente por el
cristianismo. Por otra, también se ve en China la tendencia al materialismo y al
hedonismo, que desde las grandes ciudades se están difundiendo dentro del
País[4].
En este contexto, en el que estáis llamados a actuar, deseo recordaros lo que el
Papa Juan Pablo II subrayó con voz potente y vigorosa: la nueva evangelización
exige el anuncio del Evangelio [5] al hombre moderno, con la conciencia de que,
igual que durante el primer milenio cristiano la Cruz fue plantada en Europa y
durante el segundo en América y en África, así durante el tercer milenio se
recogerá una gran mies de fe en el vasto y vital continente asiático[6].
« ¡Duc in altum! (Lc 5,4). Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos
invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a
abrirnos con confianza al futuro: “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre”
(Hb 13,8) »[7]. También en China la Iglesia está llamada a ser testigo de
Cristo, a mirar hacia adelante con esperanza y a tomar conciencia —en el anuncio
del Evangelio— de los nuevos desafíos que el pueblo chino tiene que afrontar.
La Palabra de Dios nos ayuda, una vez más, a descubrir el sentido misterioso y
profundo del camino de la Iglesia en el mundo. En efecto, « una de las
principales visiones del Apocalipsis tiene por objeto este Cordero en el momento
en que abre un libro, que antes estaba sellado con siete sellos, y que nadie era
capaz de soltar. San Juan se presenta incluso llorando, porque nadie era digno
de abrir el libro y de leerlo (cf. Ap 5,4). La historia es indescifrable,
incomprensible. Nadie puede leerla. Quizás este llanto de san Juan ante el
misterio tan oscuro de la historia expresa el desconcierto de las Iglesias
asiáticas por el silencio de Dios ante las persecuciones a las que estaban
sometidas en aquel momento. Es un desconcierto en el que puede reflejarse muy
bien nuestra sorpresa ante las graves dificultades, incomprensiones y
hostilidades que también hoy sufre la Iglesia en varias partes del mundo. Son
sufrimientos que ciertamente la Iglesia no se merece, como tampoco Jesús se
mereció el suplicio. Ahora bien, revelan la maldad del hombre, cuando se deja
llevar por las sugestiones del mal, y la dirección superior de los
acontecimientos por parte de Dios »[8].
Hoy, como ayer, anunciar el Evangelio significa anunciar y dar testimonio de
Jesucristo crucificado y resucitado, el Hombre nuevo, vencedor del pecado y de
la muerte. Él permite a los seres humanos entrar en un nueva dimensión donde la
misericordia y el amor, incluso para con el enemigo, dan fe de la victoria de la
Cruz sobre toda debilidad y miseria humana. También en vuestro País, el anuncio
de Cristo crucificado y resucitado será posible en la medida en que con
fidelidad al Evangelio, en comunión con el Sucesor del apóstol Pedro y con la
Iglesia universal, sepáis poner en práctica los signos del amor y de la unidad
(« que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán
que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros [...]. Que todos sean
uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado »: Jn 13,34-35; 17,21).
Disponibilidad para un diálogo respetuoso y constructivo
4. Como Pastor universal de la Iglesia, deseo manifestar viva gratitud al Señor
por el sufrido testimonio de fidelidad que ha dado la comunidad católica china
en circunstancias realmente difíciles. Al mismo tiempo, siento como mi deber
íntimo e irrenunciable y como expresión de mi amor de padre, la urgencia de
confirmar en la fe a los católicos chinos y favorecer su unidad con los medios
que son propios de la Iglesia.
Sigo también con particular interés los acontecimientos de todo el pueblo chino,
hacia el cual manifiesto un vivo aprecio y sentimientos de amistad, llegando a
formular el deseo « de ver pronto establecidas vías concretas de comunicación y
colaboración entre la Santa Sede y la República Popular China », ya que « la
amistad se alimenta de contactos, de comunión de sentimientos en las situaciones
alegres y tristes, de solidaridad y de intercambio de ayuda »[9]. Y en esta
perspectiva mi venerado Predecesor añadía: « No es un misterio para nadie que la
Santa Sede, en nombre de toda la Iglesia católica y, según creo, en beneficio de
toda la humanidad, desea la apertura de un espacio de diálogo con las
Autoridades de la República Popular China, en el cual, superadas las
incomprensiones del pasado, puedan trabajar juntas por el bien del pueblo chino
y por la paz en el mundo »[10].
Soy consciente de que la normalización de las relaciones con la República
Popular China requiere tiempo y presupone la buena voluntad de las dos partes.
Por otro lado, la Santa Sede está siempre abierta a las negociaciones que sean
necesarias para superar el difícil momento presente.
En efecto, esta penosa situación de malentendidos e incomprensiones no favorece
ni a las Autoridades chinas ni a la Iglesia católica en China. Como declaraba el
Papa Juan Pablo II recordando lo que el padre Matteo Ricci escribió desde
Pekín[11], « tampoco la Iglesia católica de hoy pide a China y a sus Autoridades
políticas ningún privilegio, sino únicamente poder reanudar el diálogo, para
llegar a una relación basada en el respeto recíproco y en el conocimiento
profundo »[12]. Que China lo sepa: la Iglesia católica tiene el vivo propósito
de ofrecer, una vez más, un servicio humilde y desinteresado, en lo que le
compete, por el bien de los católicos chinos y por el de todos los habitantes
del País.
Además, por lo que atañe a las relaciones entre la comunidad política y la
Iglesia en China, es bueno recordar la luminosa enseñanza del Concilio Vaticano
II que declara: « La Iglesia, que en razón de su función y de su competencia no
se confunde de ningún modo con la comunidad política y no está ligada a ningún
sistema político, es al mismo tiempo signo y salvaguardia de la trascendencia de
la persona humana ». Y en este sentido añade: « La comunidad política y la
Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo. Sin embargo,
ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y
social de los mismos hombres. Este servicio lo realizan tanto más eficazmente en
bien de todos cuanto procuren mejor una sana cooperación entre ambas, teniendo
en cuenta también las circunstancias de lugar y tiempo »[13].
Por tanto, la misión de la Iglesia católica en China no es la de cambiar la
estructura o la administración del Estado, sino la de anunciar a Cristo,
Salvador del mundo, a los hombres apoyándose —para el cumplimiento de su propio
apostolado— en la potencia de Dios. Como recordaba en mi Encíclica Deus caritas
est, « La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa
política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir
al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la
justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe
despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre
exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no
puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa
sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la
voluntad a las exigencias del bien »[14].
A la luz de estos principios irrenunciables, no puede buscarse la solución de
los problemas existentes a través de un conflicto permanente con las Autoridades
civiles legítimas; al mismo tiempo, sin embargo, no es aceptable una docilidad a
las mismas cuando interfieran indebidamente en materias que conciernen a la fe y
la disciplina de la Iglesia. Las Autoridades civiles son muy conscientes de que
la Iglesia, en su enseñanza, invita a los fieles a ser buenos ciudadanos,
colaboradores respetuosos y activos del bien común en su País, pero también está
claro que ella pide al Estado que garantice a los mismos ciudadanos católicos el
pleno ejercicio de su fe, en el respeto de una auténtica libertad religiosa.
Comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia universal
5. Iglesia católica en China, pequeña grey presente y operante en la vastedad de
un inmenso Pueblo que camina en la historia, ¡cómo resuenan alentadoras y
provocadoras para ti las palabras de Jesús: « No temas, pequeño rebaño; porque
vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino » (Lc 12,32)! « Vosotros sois la
sal de la tierra [...]. La luz del mundo ». Por tanto, « alumbre así vuestra luz
a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro a
Padre que está en el cielo » (Mt 5,13.14.16).
En la Iglesia católica en China se hace presente la Iglesia universal, la
Iglesia de Cristo, que en el Credo confesamos una, santa, católica y apostólica,
es decir, la comunidad universal de los discípulos del Señor.
Como vosotros sabéis, la profunda unidad, que vincula entre sí a las Iglesias
particulares existentes en China y que las pone también en íntima comunión con
todas las demás Iglesias particulares esparcidas por el mundo, se basa, además
de en la misma fe y en el Bautismo común, sobre todo en la Eucaristía y en el
Episcopado[15]. Y la unidad del Episcopado, del cual « el Romano Pontífice, como
sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible »[16],
continúa a lo largo de los siglos a través de la sucesión apostólica y es
también fundamento de la identidad de la Iglesia de todo tiempo con la Iglesia
edificada por Cristo sobre Pedro y sobre los otros Apóstoles[17].
La doctrina católica enseña que el Obispo es principio y fundamento visible de
la unidad en la Iglesia particular, confiada a su ministerio pastoral[18]. Pero
en cada Iglesia particular, para que ésta sea plenamente Iglesia, tiene que
estar presente la suprema autoridad de la Iglesia, es decir, el Colegio
episcopal junto con su Cabeza el Romano Pontífice, y nunca sin él. Por tanto, el
ministerio del Sucesor de Pedro pertenece a la esencia de cada Iglesia
particular « desde dentro »[19]. Además, la comunión de todas las Iglesias
particulares en la única Iglesia católica y, por tanto, la comunión jerárquica
ordenada de todos los Obispos, sucesores de los Apóstoles, con el Sucesor de
Pedro, son garantía de la unidad de la fe y de la vida de todos los católicos.
Para la unidad de la Iglesia en cada nación es indispensable, pues, que cada
Obispo esté en comunión con los otros Obispos, y que todos estén en comunión
visible y concreta con el Papa.
Nadie es extranjero en la Iglesia, sino que todos son ciudadanos del mismo
Pueblo, miembros del mismo Cuerpo Místico de Cristo. La Eucaristía, garantizada
por el ministerio de los Obispos y de los presbíteros, es vínculo de comunión
sacramental[20].
Toda la Iglesia en China está llamada a vivir y manifestar esta unidad en una
espiritualidad de comunión más rica que, teniendo en cuenta las complejas
situaciones concretas en que se encuentra la comunidad católica, crezca también
en una armónica comunión jerárquica. Por tanto, Pastores y fieles están llamados
a defender y salvaguardar lo que pertenece a la doctrina y a la tradición de la
Iglesia.
Tensiones y divisiones dentro de la Iglesia: perdón y reconciliación
6. Dirigiéndose a toda la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte,
mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, afirmaba que un « aspecto
importante en que será necesario poner un decidido empeño programático, tanto en
el ámbito de la Iglesia universal como de las Iglesias particulares, es el de la
comunión (koinonía), que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de
la Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que,
surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del
Espíritu que Jesús nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de todos nosotros “un solo
corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Realizando esta comunión de amor, la
Iglesia se manifiesta como “sacramento”, o sea, “signo e instrumento de la
íntima unión con Dios y de la unidad del género humano”. Las palabras del Señor
a este respecto son demasiado precisas como para minimizar su alcance. Muchas
cosas serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia también en este
nuevo siglo; pero si faltara la caridad (agapé), todo sería inútil. Nos lo
recuerda el apóstol Pablo en el himno a la caridad: aunque habláramos las
lenguas de los hombres y los ángeles, y tuviéramos una fe “que mueve las
montañas”, si faltamos a la caridad, todo sería “nada” (cf. 1 Co 13,2). La
caridad es verdaderamente el “corazón” de la Iglesia »[21].
Estas indicaciones, que atañen a la naturaleza misma de la Iglesia universal,
tienen un significado particular para la Iglesia en China. En efecto, vosotros
no ignoráis los problemas que ella está afrontando para superar —en su interior
y en sus relaciones con la sociedad civil china— tensiones, divisiones y
recriminaciones.
A este respecto, ya el año pasado, hablando de la Iglesia naciente, recordé que
« la comunidad de los discípulos desde el inicio experimenta no sólo la alegría
del Espíritu Santo, la gracia de la verdad y del amor, sino también la prueba,
constituida sobre todo por los contrastes en lo que atañe a las verdades de fe,
con las consiguientes laceraciones de la comunión. Del mismo modo que la
comunión del amor existe ya desde el inicio y existirá hasta al final (cf. 1 Jn
1,1ss), así por desgracia desde el inicio existe también la división. No debe
sorprendernos que exista la división también hoy [...]. Siempre existe el
peligro de perder la fe y, por tanto, también de perder el amor y la
fraternidad. Por consiguiente, quien cree en la Iglesia del amor y quiere vivir
en ella tiene el deber preciso de reconocer también este peligro »[22].
La historia de la Iglesia nos enseña, además, que no se manifiesta una auténtica
comunión sin un fatigoso esfuerzo de reconciliación[23]. En efecto, la
purificación de la memoria, el perdón de quien ha obrado mal, el olvido de los
daños sufridos y la pacificación de los corazones en el amor, que se han de
realizar en el nombre de Jesús crucificado y resucitado, pueden exigir la
superación de actitudes o visiones personales, nacidas de experiencias dolorosas
o difíciles, pero son pasos urgentes que se han de dar para aumentar y
manifestar los vínculos de comunión entre los fieles y los Pastores de la
Iglesia en China.
Por eso, ya mi venerado Predecesor os había dirigido en varias ocasiones una
apremiante invitación al perdón y a la reconciliación. A este respecto, me gusta
recordar un fragmento del mensaje que él os mandó al aproximarse el Año Santo
del 2000: « Al prepararos para la celebración del gran jubileo, recordad que en
la tradición bíblica este momento ha implicado siempre la obligación de
perdonarse las ofensas unos a otros, reparar las injusticias cometidas y
reconciliarse con los demás. También a vosotros se ha anunciado la “gran alegría
preparada para todos los pueblos”: el amor y la misericordia del Padre, la
redención realizada por Cristo. En la medida en que vosotros mismos estéis
dispuestos a aceptar este anuncio gozoso, podréis transmitirlo, con vuestra
vida, a todos los hombres y mujeres con quienes tenéis contacto. Deseo
ardientemente que secundéis las sugerencias interiores del Espíritu Santo,
perdonándoos unos a otros todo lo que debéis perdonaros, acercándoos y
aceptándoos recíprocamente, y superando las barreras para eliminar todo lo que
pueda separaros. No olvidéis las palabras de Jesús durante la última cena: “En
esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los
otros” (Jn 13,35). He sabido con alegría que queréis ofrecer, como don muy
valioso para la celebración del gran jubileo, la unidad entre vosotros y con el
Sucesor de Pedro. Este propósito es seguramente fruto del Espíritu, que guía a
su Iglesia por los difíciles caminos de la reconciliación y la unidad »[24].
Todos somos conscientes de que este camino no podrá realizarse de un día para
otro, pero estad seguros de que la Iglesia entera elevará una insistente oración
por vosotros con este objetivo.
Además, tened presente que vuestro camino de reconciliación está apoyado por el
ejemplo y la oración de muchos « testigos de la fe » que han sufrido y han
perdonado, ofreciendo su vida por el futuro de la Iglesia católica en China. Su
misma existencia representa una bendición permanente para vosotros ante el Padre
celestial y su memoria producirá abundantes frutos.
Comunidades eclesiales y organismos estatales:
relaciones que se han de vivir en la verdad y en la caridad
7. Un análisis atento de la situación dolorosa con fuertes contrastes ya
mencionada (cf. n. 6), que afecta a fieles laicos y Pastores, pone de relieve,
entre las diversas causas, el papel significativo que han desempeñado organismos
que han sido impuestos como responsables principales de la vida de la comunidad
católica. En efecto, todavía hoy el reconocimiento por parte de dichos
organismos es el criterio para declarar como legales, y por tanto « oficiales »,
una comunidad, una persona o un lugar religioso. Todo esto ha causado
divisiones, tanto entre el clero como entre los fieles. Es una situación que
depende sobre todo de factores externos a la Iglesia, pero que ha condicionado
seriamente su camino, dando también lugar a sospechas, acusaciones recíprocas y
denuncias, y que sigue siendo para ella una de sus preocupantes debilidades.
Por lo que concierne a la delicada cuestión de las relaciones que se han de
tener con los organismos del Estado, es particularmente iluminadora la
invitación del Concilio Vaticano II a seguir la palabra y el modo de actuar de
Jesucristo. En efecto, Él, « negándose a ser un Mesías político y dominador por
la fuerza[25], prefirió decir que él era el Hijo del hombre, que ha venido “a
servir y dar su vida para redención de muchos” (Mc 10,45). Se ofreció como el
Siervo perfecto de Dios[26], que “no rompe la caña cascada y no extingue la
mecha humeante” (Mt 12,20). Reconoció los derechos del poder civil al ordenar
dar el tributo al César, pero advirtió con claridad que deben respetarse los
derechos superiores de Dios: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que
es de Dios” (Mt 22,21). Finalmente, completando en la cruz la obra de redención,
con la que adquirió la salvación y la verdadera libertad para los hombres,
concluyó su revelación. Dio testimonio de la verdad[27], pero no quiso imponerla
por la fuerza a los que le contradecían. Pues su Reino no se defiende a
golpes[28], sino que se establece dando testimonio de la verdad y oyéndola, y
crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia
Él (cf. Jn 12,32) »[29].
Verdad y amor son las dos columnas basilares de la vida de la comunidad
cristiana. Por este motivo recordaba que « la Iglesia del amor es también la
Iglesia de la verdad, entendida ante todo como fidelidad al Evangelio
encomendado por el Señor Jesús a los suyos [...]. Pero la familia de los hijos
de Dios, para vivir en la unidad y en la paz, necesita alguien que la conserve
en la verdad y la guíe con discernimiento sabio y autorizado: es lo que está
llamado a hacer el ministerio de los Apóstoles. Aquí llegamos a un punto
importante. La Iglesia es totalmente del Espíritu, pero tiene una estructura, la
sucesión apostólica, a la que compete la responsabilidad de garantizar la
permanencia de la Iglesia en la verdad donada por Cristo, de la que deriva
también la capacidad del amor [...]. Los Apóstoles y sus sucesores son, por
consiguiente, los custodios y los testigos autorizados del depósito de la verdad
entregada a la Iglesia, como son también los ministros de la caridad; estos dos
aspectos van juntos [...]. La verdad y el amor son dos caras del mismo don que
viene de Dios y, gracias al ministerio apostólico, es custodiado en la Iglesia y
llega a nosotros hasta la actualidad »[30].
Por tanto, el Concilio Vaticano II subraya que « nuestro respeto y amor deben
extenderse también a aquellos que en materia social, política e incluso
religiosa sienten y actúan de modo diferente al nuestro; y cuanto más
íntimamente comprendamos con humanidad y amor su manera de pensar, más
fácilmente podremos dialogar con ellos ». Pero, nos advierte el mismo Concilio,
« este amor y esta benignidad no deben de ninguna manera hacernos indiferentes
ante la verdad y el bien »[31].
Considerando « el plan originario de Jesús »[32], resulta evidente que la
pretensión de algunos organismos, que el Estado ha querido y que son ajenos a la
estructura de la Iglesia, de ponerse por encima de los Obispos mismos y de
dirigir la vida de la comunidad eclesial, no está de acuerdo con la doctrina
católica, según la cual la Iglesia es « apostólica », como ha reiterado también
el Concilio Vaticano II. La Iglesia es apostólica « por su origen, ya que fue
construida sobre el “fundamento de los Apóstoles” (Ef 2,20); por su enseñanza,
que es la misma de los Apóstoles; por su estructura, en cuanto es instruida,
santificada y gobernada, hasta la vuelta de Cristo, por los Apóstoles, gracias a
sus sucesores, los Obispos, en comunión con el sucesor de Pedro »[33]. Por lo
cual, en cada Iglesia particular, sólo « el Obispo diocesano apacienta en nombre
del Señor el rebaño a él confiado como Pastor propio, ordinario e inmediato »
[34] y, a nivel nacional, solamente una Conferencia Episcopal legítima puede
formular orientaciones pastorales, válidas para toda la comunidad católica del
País interesado[35].
La finalidad declarada de los mencionados organismos de poner en práctica « los
principios de independencia y autonomía, autogestión y administración
democrática de la Iglesia »[36], es también inconciliable con la doctrina
católica que, desde los antiguos Símbolos de fe, profesa que la Iglesia es «
una, santa, católica y apostólica ».
A la luz de los principios antedichos, los Pastores y los fieles laicos
recordarán que la predicación del Evangelio, la catequesis y las obras
caritativas, la acción litúrgica y cultual, así como todas las opciones
pastorales competen únicamente a los Obispos junto con sus sacerdotes en la
continuidad permanente de la fe, transmitida por los Apóstoles en las Sagradas
Escrituras y en la Tradición, y por tanto no pueden estar sometidas a ninguna
interferencia externa.
Teniendo en cuenta esta situación difícil, muchos miembros de la comunidad
católica se preguntan si el reconocimiento por parte de las Autoridades civiles
—necesario para actuar públicamente— compromete de algún modo la comunión con la
Iglesia universal. Sé bien que esta problemática preocupa dolorosamente el
corazón de los Pastores y fieles. A este respecto considero, en primer lugar,
que la obligada y valiente salvaguardia del depósito de la fe y de la comunión
sacramental y jerárquica no se oponga, de por sí, al diálogo con las Autoridades
sobre aquellos aspectos de la vida de la comunidad eclesial que pertenecen al
ámbito civil. Además, no se ven dificultades particulares para la aceptación del
reconocimiento concedido por las Autoridades civiles, a menos que ello comporte
la negación de principios irrenunciables de la fe y de la comunión eclesiástica.
En cambio, en bastantes casos concretos, si no en casi todos, en el proceso de
reconocimiento intervienen organismos que obligan a las personas implicadas a
asumir actitudes, a realizar gestos y a adquirir compromisos que son contrarios
a los dictámenes de su conciencia como católicos. Comprendo, pues, lo difícil
que resulta determinar en estas diversas condiciones y circunstancias la opción
correcta para actuar. Por este motivo la Santa Sede, después de reafirmar los
principios, deja la decisión a cada Obispo que, después de escuchar a su
presbiterio, está en condiciones de conocer mejor la situación local, sopesar
las posibilidades concretas de opción y valorar las eventuales consecuencias
dentro de la comunidad diocesana. Podría suceder que la decisión final no
encuentre el consenso de todos los sacerdotes y fieles. Espero, sin embargo, que
esta decisión sea acogida, aunque fuera con sufrimiento, y que se mantenga la
unidad de la comunidad diocesana con el propio Pastor.
Será conveniente, además, que Obispos y presbíteros, con verdadero corazón de
pastores, procuren de todos modos que no se dé lugar a situaciones escandalosas,
aprovechando los ocasiones que se presenten para formar la conciencia de los
fieles, con particular atención a los más débiles: todo se ha de vivir en la
comunión y comprensión fraterna, evitando juicios y condenas recíprocas. Se debe
tener también presente que en este caso para valorar la moralidad de un acto,
especialmente cuando falta un verdadero espacio de libertad, hay que poner
especial cuidado en conocer las intenciones reales de la persona interesada, más
allá de su falta objetiva. Cada caso tendrá que ser, pues, examinado
singularmente, teniendo en cuenta las circunstancias.
El Episcopado chino
8. En la Iglesia, Pueblo de Dios, ejercer el oficio de « enseñar, santificar y
gobernar » corresponde sólo a los ministros sagrados, ordenados debidamente
después de una adecuada instrucción y formación. Los fieles laicos pueden, con
la misión canónica por parte del Obispo, desempeñar un ministerio eclesial útil
de transmisión de la fe.
En años recientes, por varias causas, vosotros, Hermanos en el episcopado,
habéis encontrado dificultades, ya que personas no « ordenadas », y a veces
incluso no bautizadas, controlan y toman decisiones sobre importantes cuestiones
eclesiales en nombre de varios organismos estatales, incluida la del
nombramiento de los Obispos. Como consecuencia, se ha producido un menoscabo de
los ministerios petrino y episcopal debido a una visión de la Iglesia según la
cual el Sumo Pontífice, los Obispos y los sacerdotes, corren el riesgo de
convertirse de hecho en personas sin oficio y sin poder. En cambio, como se
decía, los ministerios petrino y episcopal son elementos esenciales e integrales
de la doctrina católica sobre la estructura sacramental de la Iglesia. Esta
naturaleza de la Iglesia es un don del Señor Jesús, porque « él ha constituido a
unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores
y maestros, para el perfeccionamiento de los fieles, en función de su
ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos
todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre
perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” (Ef 4,11-13).
La comunión y la unidad —me sea permitido repetirlo (cf. n. 5)— son elementos
esenciales e integrales de la Iglesia católica: por tanto, el proyecto de una
Iglesia « independiente » de la Santa Sede, en ámbito religioso, es incompatible
con la doctrina católica.
Soy consciente de las graves dificultades que tenéis que afrontar en dicha
situación para manteneros fieles a Cristo, a su Iglesia y al Sucesor de Pedro.
Recordándoos —como ya afirmaba san Pablo (cf. Rm 8,35-39)— que ninguna
dificultad puede separarnos del amor de Cristo, espero que sabréis hacer todo lo
posible, confiando en la gracia del Señor, para salvaguardar la unidad y la
comunión eclesial incluso a costa de grandes sacrificios.
Muchos miembros del Episcopado chino, que han regido la Iglesia en estas últimas
décadas, han ofrecido y ofrecen a las propias comunidades y a la Iglesia
universal un testimonio luminoso. Una vez más, brota del corazón un himno de
alabanza y agradecimiento al « supremo Pastor » del rebaño (1 P 5,4). En efecto,
no se puede olvidar que muchos de ellos han padecido persecución y han sido
impedidos en el ejercicio de su ministerio, y algunos de ellos han hecho fecunda
la Iglesia con la efusión de su propia sangre. Los nuevos tiempos y el
consiguiente desafío de la nueva evangelización ponen de relieve la función del
ministerio episcopal. Como decía Juan Pablo II a los Pastores de todo el mundo,
congregados en Roma para la celebración del Jubileo, « el pastor es el primer
responsable y animador de la comunidad eclesial, tanto en la exigencia de
comunión como en la proyección misionera. Frente al relativismo y al
subjetivismo que contaminan gran parte de la cultura contemporánea, los obispos
están llamados a defender y promover la unidad doctrinal de sus fieles.
Solícitos por las situaciones en las que se pierde o ignora la fe, trabajan con
todas sus fuerzas en favor de la evangelización, preparando para ello a
sacerdotes, religiosos y laicos y poniendo a su disposición los recursos
necesarios »[37].
En la misma ocasión mi venerado Predecesor recordaba que « para el Obispo,
sucesor de los Apóstoles, Cristo lo es todo. Puede repetir a diario con Pablo:
“Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). Esto es lo que él debe testimoniar con
toda su conducta. El Concilio Vaticano II enseña: “Los Obispos han de prestar
atención a su misión apostólica como testigos de Cristo ante todos los hombres”
(Christus Dominus, 11) »[38].
Respecto al servicio episcopal, aprovecho la ocasión para recordar lo que dije
recientemente: « Los Obispos tienen la primera responsabilidad de edificar la
Iglesia como familia de Dios y como lugar de ayuda recíproca y de
disponibilidad. Para poder cumplir esta misión habéis recibido, con la
consagración episcopal, tres oficios peculiares: el munus docendi, el munus
sanctificandi y el munus regendi, que en conjunto constituyen el munus pascendi.
En particular, el munus regendi tiene como finalidad el crecimiento en la
comunión eclesial, es decir, la construcción de una comunidad concorde en la
escucha de la enseñanza de los Apóstoles, en la fracción del pan, en la oración
y en la unión fraterna. Íntimamente unido a los oficios de enseñar y santificar,
el de gobernar —es decir, el munus regendi— constituye para el Obispo un
auténtico acto de amor a Dios y al prójimo, que se manifiesta en la caridad
pastoral »[39].
Como ocurre en el resto del mundo, también en China la Iglesia es gobernada por
Obispos que, por medio de la ordenación episcopal recibida de manos de por otros
Obispos ordenados válidamente, han recibido, junto con el oficio de santificar,
también los oficios de enseñar y de gobernar el pueblo que se les ha confiado en
las respectivas Iglesias particulares, con una potestad que es otorgada por Dios
mediante la gracia del sacramento del Orden. Los oficios de enseñar y de
gobernar sin embargo, « por su propia naturaleza, no pueden ejercerse sino en
comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio » de los
Obispos[40]. En efecto —precisa el mismo Concilio Vaticano II— « uno queda
constituido miembro del Colegio episcopal en virtud de la consagración episcopal
y por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio »[41].
Actualmente, todos los Obispos de la Iglesia católica en China son hijos del
Pueblo chino. No obstante las muchas y graves dificultades, la Iglesia católica
en China, por una particular gracia del Espíritu Santo, nunca ha estado privada
del ministerio de legítimos Pastores que han conservado intacta la sucesión
apostólica. Debemos dar gracias al Señor por esta presencia constante y sufrida
de Obispos, que han recibido la ordenación episcopal de acuerdo con la tradición
católica, es decir, en comunión con el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y de
manos de Obispos, ordenados válida y legítimamente, observando el rito de la
Iglesia católica.
Algunos de ellos, no queriendo someterse a un control indebido ejercido sobre la
vida de la Iglesia, y deseosos de mantener su plena fidelidad al Sucesor de
Pedro y a la doctrina católica, se han visto obligados a recibir la consagración
clandestinamente. La clandestinidad no está contemplada en la normalidad de la
vida de la Iglesia, y la historia enseña que Pastores y fieles han recurrido a
ella sólo con el doloroso deseo de mantener íntegra la propia fe y de no aceptar
injerencias de organismos estatales en lo que atañe a la intimidad de la vida de
la Iglesia. Por este motivo, la Santa Sede desea que estos legítimos Pastores
puedan ser reconocidos como tales por las Autoridades gubernativas, incluso para
los efectos civiles —en la medida en que sean necesarios— y que todos los fieles
puedan expresar libremente la propia fe en el contexto social en el que viven.
Otros Pastores, en cambio, impulsados por circunstancias particulares han
consentido en recibir la ordenación episcopal sin el mandato pontificio, pero
después han solicitado que se les acoja en la comunión con el Sucesor de Pedro y
con los otros Hermanos en el episcopado. El Papa, considerando la sinceridad de
sus sentimientos y la complejidad de la situación, y teniendo presente el
parecer de los Obispos más cercanos, en virtud de la propia responsabilidad de
Pastor universal de la Iglesia, les ha concedido el pleno y legítimo ejercicio
de la jurisdicción episcopal. Esta iniciativa del Papa nació del conocimiento de
las circunstancias particulares de su ordenación, así como de su profunda
preocupación pastoral por favorecer el restablecimiento de una comunión plena.
Por desgracia, en la mayoría de los casos, los sacerdotes y los fieles no han
sido informados adecuadamente de la legitimación concedida a su Obispo, y eso ha
dado lugar a no pocos y graves problemas de conciencia. Más aún, algunos Obispos
legitimados no han manifestado gestos que comprobaran claramente el hecho de su
legitimación. Por este motivo es indispensable que, para el bien espiritual de
las comunidades diocesanas correspondientes, esta legitimación se haga de
dominio público en breve tiempo y que estos Prelados legitimados expresen cada
vez más gestos inequívocos de plena comunión con el Sucesor de Pedro.
Finalmente, no faltan algunos Obispos —en número muy reducido— que han sido
ordenados sin el mandato pontificio y no han pedido, o no la han conseguido
todavía, la legitimación necesaria. Según la doctrina de la Iglesia católica
éstos han de considerarse ilegítimos, pero ordenados válidamente, cuando exista
la certeza de que han recibido la ordenación de Obispos ordenados válidamente y
que han respetado el rito católico de la ordenación episcopal. Ellos, por tanto,
aunque no estén en comunión con el Papa, ejercen válidamente su ministerio en la
administración de los sacramentos, si bien de modo ilegítimo. ¡Qué gran riqueza
espiritual sería para la Iglesia en China si, dándose las condiciones
necesarias, estos Pastores llegaran también a la comunión con el Sucesor de
Pedro y con todo el Episcopado católico! No sólo sería legitimado su ministerio
episcopal, sino también sería más rica su comunión con los sacerdotes y con los
fieles que consideran a la Iglesia en China parte de la Iglesia católica, unida
con el Obispo de Roma y con todas las otras Iglesias particulares esparcidas por
el mundo.
En cada nación todos los Obispos legítimos constituyen una Conferencia
Episcopal, regida por un estatuto propio que, según el Derecho Canónico, debe
ser aprobado por la Sede Apostólica. La Conferencia Episcopal expresa la
comunión fraterna de todos los Obispos de una nación y trata las cuestiones
doctrinales y pastorales que son importantes para toda la comunidad católica en
su País, pero sin interferir en el ejercicio de la potestad ordinaria e
inmediata de cada Obispo en su propia diócesis. Además, cada Conferencia
Episcopal mantiene oportunos y útiles contactos con las Autoridades civiles del
lugar, para favorecer también la colaboración entre la Iglesia y el Estado. Pero
es obvio que una Conferencia Episcopal no puede estar sometida a ninguna
Autoridad civil en las cuestiones de fe y de vida según la fe (fides et mores,
vida sacramental), que son competencia exclusiva de la Iglesia.
A la luz de los principios antes expuestos, el actual Colegio de los Obispos
Católicos de China [42] no puede ser reconocido como Conferencia Episcopal por
la Sede Apostólica: no forman parte de ella los Obispos “clandestinos”, es
decir, no reconocidos por el Gobierno, y que están en comunión con el Papa;
incluye Prelados que son todavía ilegítimos y está regida por Estatutos que
contienen elementos inconciliables con la doctrina católica.
Nombramiento de los Obispos
9. Como todos sabéis, uno de los problemas más delicados en las relaciones de la
Santa Sede con las Autoridades de vuestro País es la cuestión de los
nombramientos episcopales. Por un lado, se puede comprender que las Autoridades
gubernativas estén atentas a la selección de los que desempeñarán el importante
papel de guías y pastores de las comunidades católicas locales, dadas las
repercusiones sociales que —tanto en China como en el resto del mundo— dicha
función tiene también en el campo civil. Por otro lado, la Santa Sede sigue con
suma atención el nombramiento de los Obispos, puesto que esto afecta al corazón
mismo de la vida de la Iglesia, ya que el nombramiento de los Obispos por parte
del Papa es garantía de la unidad de la Iglesia y de la comunión jerárquica. Por
este motivo el Código de Derecho Canónico (cf. canon 1382) establece graves
sanciones tanto para el Obispo que confiere libremente la ordenación sin mandato
apostólico como para quien la recibe; en efecto, dicha ordenación representa una
dolorosa herida para la comunión eclesial y una grave violación de la disciplina
canónica.
El Papa, cuando concede el mandato apostólico para la ordenación de un Obispo,
ejerce su autoridad espiritual suprema: autoridad e intervención que quedan en
el ámbito estrictamente religioso. No se trata por tanto de una autoridad
política que se entromete indebidamente en los asuntos interiores de un Estado y
vulnera su soberanía.
El nombramiento de Pastores para una determinada comunidad religiosa está
previsto también en documentos internacionales como un elemento constitutivo del
pleno ejercicio del derecho a la libertad religiosa[43]. La Santa Sede desearía
ser completamente libre en el nombramiento de los Obispos[44]; por tanto,
considerando el reciente y peculiar camino de la Iglesia en China, deseo que se
llegue a un acuerdo con el Gobierno para solucionar algunas cuestiones
referentes tanto a la selección de los candidatos al episcopado como a la
publicación del nombramiento de los Obispos y el reconocimiento —en lo que sea
necesario a efectos civiles— del nuevo Obispo por parte de las Autoridades
civiles.
En fin, por lo que concierne a la selección de los candidatos al episcopado, aun
conociendo vuestras dificultades al respecto, deseo recordar la necesidad de que
los candidatos sean sacerdotes dignos, respetados y queridos por los fieles,
modelos de vida en la fe y que tengan cierta experiencia en el ministerio
pastoral, de modo que sean más idóneos para afrontar la pesada responsabilidad
de Pastor de la Iglesia[45]. En el caso en que en una diócesis fuera imposible
encontrar candidatos aptos para la provisión de la sede episcopal, la
colaboración con los Obispos de las diócesis colindantes puede ayudar a
encontrar candidatos idóneos.
SEGUNDA PARTE
ORIENTACIONES DE VIDA PASTORAL
Sacramentos, gobierno de las diócesis, parroquias
10. En los últimos tiempos han surgido dificultades relacionadas con iniciativas
individuales de Pastores, sacerdotes y fieles laicos que, movidos por un
generoso celo pastoral, no siempre han respetado los cometidos o la
responsabilidad de otros.
A este propósito, el Concilio Vaticano II nos recuerda que, si por un lado el
Obispo, « como miembro del Colegio episcopal y legítimo sucesor de los
Apóstoles, cada uno tiene el deber, por voluntad y mandato de Cristo, de
preocuparse de toda la Iglesia », por otro, cada Obispo « ejerce su gobierno
pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que le ha sido confiada, no sobre
otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal »[46].
Además, ante ciertos problemas surgidos en varias comunidades diocesanas durante
los últimos años, me parece preciso recordar la norma canónica según la cual
todo clérigo debe estar incardinado en una Iglesia particular o en un Instituto
de vida consagrada, y debe ejercer el propio ministerio en comunión con el
Obispo diocesano. Un clérigo puede ejercer el ministerio en otra diócesis sólo
por justos motivos, pero siempre con el acuerdo previo de los dos Obispos
diocesanos, es decir, el de la Iglesia particular en que está incardinado y el
de la Iglesia particular a cuyo servicio se le destina[47].
Además, en bastantes ocasiones os habéis planteado el problema de la
concelebración de la Eucaristía. A este respecto, recuerdo que ésta presupone,
como condición, la profesión de la misma fe y la comunión jerárquica con el Papa
y con la Iglesia universal. Por tanto, es lícito concelebrar con Obispos y con
sacerdotes que están en comunión con el Papa, aunque sean reconocidos por las
Autoridades civiles y mantengan una relación con organismos que el Estado ha
querido y que son ajenos a la estructura de la Iglesia, a condición —como se ha
dicho antes (cf. n. 7, párr. 8º)— de que tal reconocimiento y relación no
comporten la negación de principios irrenunciables de la fe y de la comunión
eclesiástica.
Los fieles laicos que están animados por un amor sincero a Cristo y a la Iglesia
tampoco tienen por qué dudar en participar en la Eucaristía celebrada por
Obispos y sacerdotes que están en plena comunión con el Sucesor de Pedro y son
reconocidos por las Autoridades civiles. Lo mismo vale para todos los demás
sacramentos.
De igual modo, los problemas que surgen con aquellos Obispos que han sido
consagrados sin el mandato pontificio, aunque se haya respetado el rito católico
de la ordenación episcopal, han de ser resueltos a la luz de los principios de
la doctrina católica. Su ordenación —como ya he dicho (cf. n. 8, párr. 12º)— es
ilegítima pero válida, como son válidas las ordenaciones sacerdotales conferidas
por ellos y son también válidos los sacramentos administrados por dichos Obispos
y sacerdotes. Los fieles, por tanto, teniendo presente esto, han de buscar en la
medida de lo posible Obispos y sacerdotes que estén en comunión con el Papa para
la celebración eucarística y los demás sacramentos; no obstante, cuando esto no
es factible sin una grave dificultad, pueden dirigirse también, por exigencia de
su bien espiritual, a los que no están en comunión con el Papa.
Estimo por fin oportuno llamar vuestra atención sobre lo que la legislación
canónica prevé para ayudar a los Obispos diocesanos a desempeñar su propia
función pastoral. Se invita a cada Obispo Diocesano a servirse de los
instrumentos indispensables de comunión y colaboración dentro de la comunidad
católica diocesana: la curia diocesana, el consejo presbiteral, el colegio de
los consultores, el consejo pastoral diocesano y el consejo diocesano para los
asuntos económicos. Estos organismos expresan la comunión, favorecen la
participación en las responsabilidades comunes y son una gran ayuda para los
Pastores, que pueden contar de este modo con la colaboración fraterna de
sacerdotes, de personas consagradas y de fieles laicos.
Lo mismo vale para los diversos consejos que el Derecho Canónico prevé para las
parroquias: el consejo pastoral parroquial y el consejo parroquial para los
asuntos económicos.
Tanto en las diócesis como en las parroquias se debe poner especial atención en
lo que se refiere a los bienes temporales de la Iglesia, muebles e inmuebles,
que deben ser registrados legalmente en él ámbito civil a nombre de la diócesis
o de la parroquia y nunca a nombre de personas individuales (es decir, Obispo,
párroco o grupo de fieles). Al mismo tiempo, mantiene toda su validez la
tradicional orientación pastoral y misionera, que se resume en el principio: «
nihil sine Episcopo ».
Del análisis de los problemas mencionados se desprende claramente que la raíz de
su verdadera solución se encuentra en la promoción de la comunión, que, como de
un manantial, recibe su vigor e impulso de Cristo, icono del amor del Padre. La
caridad, que siempre está por encima de todo (cf. 1 Co 13,1-12), será la fuerza
y el criterio en el trabajo pastoral para la construcción de una comunidad
eclesial que haga presente a Cristo resucitado al hombre de hoy.
Provincias eclesiásticas
11. Durante los últimos cincuenta años se han producido numerosos cambios
administrativos en campo civil. Esto ha afectado también a muchas
circunscripciones eclesiásticas, que han sido eliminadas o reagrupadas, o bien
modificadas en su configuración territorial tomando como base las
circunscripciones administrativas civiles. A este respecto, deseo confirmar que
la Santa Sede está disponible para afrontar toda esta cuestión de las
circunscripciones y provincias eclesiásticas en un diálogo abierto y
constructivo con el Episcopado chino y —en lo que sea útil y oportuno— con las
Autoridades gubernativas.
Comunidades católicas
12. Sé bien que las comunidades diocesanas y parroquiales, diseminadas en el
vasto territorio chino, manifiestan una particular vivacidad de vida cristiana,
de testimonio de fe y de iniciativas pastorales. Me consuela comprobar que, no
obstante las dificultades pasadas y presentes, los Obispos, los sacerdotes, las
personas consagradas y los fieles laicos han mantenido una profunda conciencia
de ser miembros vivos de la Iglesia universal, en comunión de fe y vida con
todas las comunidades católicas esparcidas por el mundo. En su corazón, ellos
saben qué quiere decir ser católicos. Y es precisamente de este corazón católico
del que tiene que nacer también el compromiso de hacer efectivo y manifiesto,
tanto dentro de cada comunidad como en las relaciones entre las diversas
comunidades, ese espíritu de comunión, comprensión y perdón que —como se ha
dicho antes (cf. n. 5, párr. 4º, y n. 6)— es el sello visible de una auténtica
existencia cristiana. Estoy seguro de que el Espíritu de Cristo, así como ha
ayudado a las comunidades a mantener viva la fe en tiempos de persecución,
ayudará también hoy a todos los católicos a crecer en la unidad.
Como ya hice presente (cf. n. 2, párr. 1º, y n. 4, párr. 1º), los miembros de
las comunidades católicas en vuestro País —especialmente los Obispos,
presbíteros y personas consagradas— no pueden aún, lamentablemente, vivir y
expresar en plenitud, y de manera también visible, ciertos aspectos de su
pertenencia a la Iglesia y de su comunión jerárquica con el Papa, al tener
normalmente impedidos unos contactos libres con la Santa Sede y con las otras
comunidades católicas en los diversos Países. Es verdad que en los últimos años
la Iglesia goza, respecto al pasado, de una mayor libertad religiosa. Sin
embargo, no se puede negar que sigue habiendo graves limitaciones que afectan al
corazón de la fe y que, en cierta medida, ahogan la actividad pastoral. A este
propósito renuevo el deseo (cf. n. 4, párr. 2º- 4º) de que mediante un diálogo
respetuoso y abierto entre la Santa Sede y los Obispos chinos, por un lado, y
las Autoridades gubernativas, por otro, se puedan superar las dificultades
mencionadas y se llegue así a un acuerdo provechoso en favor de la comunidad
católica y de la convivencia social.
Sacerdotes
13. Quisiera dirigir además unas palabras especiales y una invitación a los
sacerdotes —de modo particular a los ordenados en los últimos años— que han
emprendido el camino del ministerio pastoral con mucha generosidad. Considero
que la situación eclesial y socio-política actual hace cada vez más apremiante
la exigencia de sacar luz y fuerza de las fuentes de la espiritualidad
sacerdotal, que son el amor de Dios, el seguimiento incondicional de Cristo, la
pasión por el anuncio del Evangelio, la fidelidad a la Iglesia y el servicio
generoso al prójimo[48]. ¿Cómo no recordar a este respecto, como estímulo para
todos, las figuras luminosas de Obispos y sacerdotes que en los años difíciles
del pasado reciente han testimoniado un amor indefectible a la Iglesia, incluso
con la entrega de su propia vida por ella y por Cristo?
¡Queridos sacerdotes! Vosotros que soportáis « el peso del día y el bochorno » (Mt
20,12), que habéis puesto la mano en el arado y no habéis vuelto la vista atrás
(cf. Lc 9,62), pensad en aquellos lugares en los que los fieles esperan con
ansiedad un sacerdote y donde desde hace muchos años, sintiendo su falta, desean
incesantemente su presencia. Sé bien que entre vosotros hay sacerdotes que han
debido afrontar tiempos y situaciones difíciles, asumiendo posiciones no siempre
aceptables desde un punto de vista eclesial y que, a pesar de todo, desean
volver a la plena comunión con la Iglesia. En el espíritu de esa profunda
reconciliación a la que mi venerado Predecesor ha invitado repetidamente a la
Iglesia en China[49], me dirijo a los Obispos que están en comunión con el
Sucesor de Pedro, para que valoren con espíritu paternal caso por caso y den una
justa respuesta a dicho deseo, recurriendo —si fuera necesario— a la Sede
Apostólica. Y, como signo de esta deseada reconciliación, pienso que no hay
gesto más significativo que el de renovar comunitariamente —con ocasión de la
jornada sacerdotal del Jueves Santo, como ocurre en la Iglesia universal, o bien
en otra circunstancia que se considere más oportuna— la profesión de fe, como
testimonio de que se ha logrado la plena comunión, para edificación del Pueblo
santo de Dios confiado a vuestros cuidados pastorales, y para alabanza de la
Santísima Trinidad.
Soy consciente, además, de que también en China, como en el resto de la Iglesia,
surge la necesidad de una adecuada formación permanente del clero. De aquí nace
la invitación, dirigida a vosotros, Obispos, como responsables de las
comunidades eclesiales, a pensar especialmente en el clero joven, sometido cada
vez más a nuevos desafíos pastorales, relacionados con la exigencia de la tarea
de evangelizar una sociedad tan compleja como es la sociedad china actual. Lo
recordó el Papa Juan Pablo II: la formación permanente de los sacerdotes « es
una exigencia intrínseca del don y del ministerio sacramental recibido, que es
necesaria en todo tiempo, pero hoy particularmente urgente, no sólo por los
rápidos cambios de las condiciones sociales y culturales de los hombres y los
pueblos, en los que se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por
aquella “nueva evangelización”, que es la tarea esencial e improrrogable de la
Iglesia en este final del segundo milenio »[50].
Vocaciones y formación religiosa
14. Durante los últimos cincuenta años nunca ha faltado en la Iglesia en China
un abundante florecer de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Hay
que dar gracias a Dios por ello, porque se trata de un signo de vitalidad y es
un motivo de esperanza. Además, a lo largo de los años han surgido muchas
congregaciones religiosas autóctonas. Los Obispos y sacerdotes saben por
experiencia lo insustituible que es la contribución de las religiosas en la
catequesis y en la vida parroquial en todas sus facetas; además, la atención a
los más necesitados, realizada colaborando también con las Autoridades civiles
locales, es expresión de la caridad y del servicio al prójimo, que son el
testimonio más creíble de la fuerza y vitalidad del Evangelio de Jesús.
Pero soy consciente de que este florecimiento no está exento de dificultades.
Surge, pues, la exigencia tanto de un discernimiento vocacional más cuidadoso
por parte de los responsables eclesiales como de una educación e instrucción más
profunda de los aspirantes al sacerdocio y a la vida religiosa. No obstante la
precariedad de los medios disponibles, para el futuro de la Iglesia en China es
necesario poner una atención especial en el cultivo de las vocaciones y en una
formación más sólida en el aspecto humano, espiritual, filosófico, teológico y
pastoral, que se ha de impartir en los seminarios y en los institutos
religiosos.
A este respecto, merece una mención especial la formación al celibato de los
candidatos al sacerdocio. Es importante que aprendan a vivir y estimar el
celibato como don precioso de Dios y como signo eminentemente escatológico, que
da testimonio de un amor indiviso a Dios y a su pueblo, y que configura al
sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. En efecto, dicho don
expresa principalmente « el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el
Señor »[51], y representa un valor profético para el mundo de hoy.
Por lo que se refiere a la vocación religiosa, en el contexto actual de la
Iglesia en China es necesario que aparezcan cada vez más luminosas sus dos
dimensiones; es decir, por un lado, el testimonio del carisma de la consagración
total a Cristo mediante los votos de castidad, pobreza y obediencia y, por otro,
la respuesta a la exigencia de anunciar el Evangelio en las condiciones
histórico-sociales actuales del País.
Fieles laicos y familia
15. En los tiempos más difíciles de la historia reciente de la Iglesia católica
en China, los fieles laicos han mostrado una plena fidelidad al Evangelio, tanto
individualmente como en el ámbito familiar, o como miembros de movimientos
espirituales y apostólicos, pagando incluso con su persona la propia fidelidad a
Cristo. Vosotros, laicos, estáis llamados también hoy a encarnar el Evangelio en
vuestra vida y a dar testimonio a través de un generoso y eficiente servicio
para el bien del pueblo y el desarrollo del País; y cumpliréis esta misión
viviendo como ciudadanos honestos y comportándoos como colaboradores activos y
responsables en la difusión de la Palabra de Dios en vuestro entorno, sea rural
o urbano. Vosotros, que habéis sido testigos valientes de la fe en tiempos
recientes, seguid siendo la esperanza de la Iglesia para el futuro. Esto exige
de vosotros una participación cada vez más motivada en todos los ámbitos de la
vida de la Iglesia, en comunión con vuestros respectivos Pastores.
Puesto que el porvenir de la humanidad pasa por la familia, creo indispensable y
urgente que los laicos promuevan sus valores y tutelen sus exigencias. Ellos,
que por la fe conocen plenamente el maravilloso designio de Dios sobre la
familia, tienen una razón más para asumir esta entrega concreta y comprometida.
En efecto, « la familia es el lugar normal donde las generaciones jóvenes
alcanzan la madurez personal y social. La familia encierra la herencia de la
humanidad misma, dado que la vida pasa por ella de generación en generación. La
familia ocupa un lugar muy importante en las culturas de Asia y, como subrayaron
los Padres sinodales, los valores familiares como el respeto filial, el amor y
el cuidado de los ancianos y los enfermos, el amor a los pequeños y la armonía,
son tenidos en gran estima en todas las culturas y tradiciones religiosas de ese
continente »[52].
Los valores mencionados forman parte del relevante contexto cultural chino, pero
tampoco faltan en vuestra tierra fuerzas que influyen negativamente y de
diversas maneras en la familia. Por eso la Iglesia en China, consciente de que
el bien de la sociedad y de ella misma está estrechamente relacionado con el
bien de la familia[53], ha de sentir de un modo más vivo y urgente su misión de
proclamar a todos el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia,
asegurando su plena vitalidad[54].
Iniciación cristiana de los adultos
16. En la historia reciente de la Iglesia católica en China ha habido un número
elevado de adultos que se han acercado a la fe gracias también al testimonio de
la comunidad cristiana local. Vosotros, Pastores, estáis llamados a cuidar de
manera particular su iniciación cristiana mediante un periodo apropiado y serio
de catecumenado que los ayude y prepare para llevar su vida como discípulos de
Jesús.
A este respecto, recuerdo que la evangelización nunca es mera comunicación
intelectual, sino también experiencia de vida, purificación y transformación de
toda la existencia, y camino en comunión. Sólo así se establece una justa
relación entre pensamiento y vida.
Mirando al pasado, se debe constatar por desgracia que muchos adultos no siempre
han sido iniciados suficientemente en la verdad íntegra de la vida cristiana, y
tampoco han conocido la riqueza de la renovación aportada por el Concilio
Vaticano II. Por tanto, parece necesario y urgente ofrecerles una formación
cristiana sólida y profunda, incluso en la forma de un catecumenado
postbautismal[55].
Vocación misionera
17. La Iglesia, misionera siempre y en todas partes, está llamada a proclamar y
dar testimonio del Evangelio. También la Iglesia en China debe sentir en su
corazón el ardor misionero de su Fundador y Maestro.
Dirigiéndose a los jóvenes peregrinos en el Monte de las Bienaventuranzas,
durante el Año Santo 2000, Juan Pablo II dijo: « En el momento de su Ascensión,
Jesús encomendó a sus discípulos una misión y les dio una garantía: “Me ha sido
dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas
las gentes (...). Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo” (Mt 28,18-20). Desde hace dos mil años los seguidores de Cristo
han cumplido esta misión. Ahora, en el alba del tercer milenio, os toca a
vosotros. Toca a vosotros ir al mundo a predicar el mensaje de los diez
mandamientos y de las bienaventuranzas. Cuando Dios habla, habla de cosas que
son muy importantes para cada persona, para todas las personas del siglo XXI,
del mismo modo que lo fueron para las del siglo I. Los diez mandamientos y las
bienaventuranzas hablan de verdad y bondad, de gracia y libertad: de todo lo que
es necesario para entrar en el reino de Cristo »[56].
Ahora os corresponde a vosotros, discípulos chinos del Señor, ser apóstoles
valientes de ese Reino. Estoy seguro de que vuestra respuesta será grande y
generosa.
CONCLUSIÓN
Revocación de las facultades
y de las directrices pastorales
18. Considerando en primer lugar algunas transformaciones positivas de la
situación de la Iglesia en China; en segundo lugar las mayores oportunidades y
facilidades en las comunicaciones y, por último, las peticiones que varios
Obispos y sacerdotes han dirigido aquí, con la presente Carta revoco todas las
facultades que fueron concedidas para afrontar exigencias pastorales
particulares, surgidas en tiempos realmente difíciles.
Dígase lo mismo de todas las directrices de orden pastoral, pasadas y recientes.
Los principios doctrinales que las inspiraron tienen ahora una nueva aplicación
en las directrices contenidas en la presente Carta.
Jornada de oración por la Iglesia en China
19. Queridos Pastores y fieles, el día 24 de mayo, que está dedicado a la fiesta
litúrgica de la Santísima Virgen María, Auxilio de los Cristianos —y que es
venerada con tanta devoción en el santuario mariano de Sheshan en Shanghai—,
podría llegar a ser en el futuro una ocasión para los católicos de todo el mundo
para unirse en oración con la Iglesia en China.
Deseo que esta fecha sea para vosotros un día de oración por la Iglesia en
China. Os exhorto a celebrarla renovando vuestra comunión de fe en Jesús,
Nuestro Señor, y vuestra fidelidad al Papa, rogando para que la unidad entre
vosotros sea cada vez más profunda y visible. Os recuerdo además el mandamiento
del amor que Jesús nos dio, de amar a nuestros enemigos y rogar por los que nos
persiguen, además de la invitación del apóstol san Pablo: « Te ruego, lo primero
de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por
todos los hombres, por los reyes y por todos los que están en el mundo, para que
podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro. Eso es
bueno y grato ante los ojos de nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad » (1 Tm 2,1-4).
En esta misma Jornada, los católicos en el mundo entero —en particular los de
origen chino— han de mostrar su solidaridad y solicitud fraterna por vosotros,
pidiendo al Señor de la historia el don de la perseverancia en el testimonio,
seguros de que vuestros sufrimientos pasados y presentes por el santo Nombre de
Jesús y vuestra intrépida lealtad a su Vicario en la tierra serán premiados,
aunque a veces todo pueda parecer un triste fracaso.
Saludo final
20. Al final de esta Carta os deseo, queridos Pastores de la Iglesia católica en
China, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, que estéis llenos de
alegría « aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así
la comprobación de vuestra fe —de más precio que el oro, que, aunque perecedero,
lo aquilatan a fuego— llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se
manifieste Jesucristo » (1 P 1,6-7).
Que María Santísima, Madre de la Iglesia y Reina de China, que en la hora de la
Cruz, en el silencio de la esperanza, supo esperar la mañana de la Resurrección,
os acompañe con solicitud maternal e interceda por todos vosotros junto con San
José y con los numerosos Santos Mártires chinos.
Os tengo presentes constantemente en mis oraciones y, pensando con afecto en los
ancianos, los enfermos, los niños y los jóvenes de vuestra noble Nación, os
bendigo de corazón.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 27 de mayo, solemnidad de Pentecostés, del
año 2007, tercero de mi Pontificado.
BENEDICTUS PP. XVI
Notas
[1] Ángelus del 26 de diciembre de 2006: « Con especial cercanía espiritual,
pienso también en los católicos que mantienen su fidelidad a la Sede de Pedro
sin ceder a componendas, a veces incluso a costa de graves sufrimientos. Toda la
Iglesia admira su ejemplo y ruega para que tengan la fuerza de perseverar,
sabiendo que sus tribulaciones son fuente de victoria, aunque por el momento
pueden parecer un fracaso »: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (29
diciembre 2006), p. 2.
[2] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el
mundo actual, 10.
[3] Mensaje Con íntima alegría a los participantes en el Congreso Internacional
sobre « Mateo Ricci: para un diálogo entre China y Occidente » (24 octubre
2001), 4: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (2 noviembre 2001), p. 5.
[4] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Asia (6 noviembre
1999), 7: AAS 92 (2000), 456.
[5] Cf. ibíd., nn. 19 y 20: AAS 92 (2000), 477-482.
[6] Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Federación de las Conferencias Episcopales
de Asia (Manila 15 enero 1995), 11: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española
(20 enero 1995), p. 16.
[7] Juan Pablo II, Cart. ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 1: AAS 93
(2001), 266.
[8] Audiencia General, 23 agosto 2006: L’Osservatore Romano, ed. en lengua
española (25 agosto 2006), p. 12.
[9] Juan Pablo II, Mensaje Con íntima alegría a los participantes en el Congreso
Internacional sobre « Matteo Ricci: para un diálogo entre China y Occidente »
(24 octubre 2001), 6: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (2 noviembre
2001), p. 5.
[10] Ibíd.
[11] Cf. Fonti Ricciane, a cargo de Pasquale M. D’Elia, S.I., vol. 2, Roma 1949,
n. 617, p. 152.
[12] Mensaje Con íntima alegría a los participantes en el Congreso Internacional
sobre « Matteo Ricci: para un diálogo entre China y Occidente » (24 octubre
2001), 4: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (2 noviembre 2001), p. 5.
[13] Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 76.
[14] Carta enc. Deus caritas est (25 noviembre 2005), 28: AAS 98 (2006), 240;
cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el
mundo actual, 76.
[15] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 26.
[16] Ibíd. 23.
[17] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio a los
Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada
como comunión (28 mayo 1992), 11-14: AAS 85 (1993), 844-847.
[18] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
[19] Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio a los
Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada
como comunión (28 mayo 1992), 13: AAS 85 (1993), 846.
[20] Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis (22 febrero 2007), 6: « La fe
de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular
en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos
complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra
de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado
que se produce en los sacramentos: “La fe se expresa en el rito y el rito
refuerza y fortalece la fe”. Por eso, el Sacramento del altar está siempre en el
centro de la vida eclesial; “gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre
de nuevo”. Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más
profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión
consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. La historia
misma de la Iglesia es testigo de ello. Toda gran reforma está vinculada de
algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en
medio de su pueblo »: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 febrero
2007), p. 5.
[21] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 42: AAS 93 (2001), 296;
cf. Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 12: « Este
actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el
propio Dios va tras la “oveja perdida”, la humanidad doliente y extraviada.
Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada,
de la mujer que busca la dracma, del padre que sale al encuentro del hijo
pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la
explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese
ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y
salvarlo: esto es amor en su forma más radical »: AAS 98 (2006), 228.
[22] Audiencia General (5 abril 2006): L’Osservatore Romano, ed. en lengua
española, 8 abril 2006, p. 4.
[23] Tendría que ser iluminadora para todos la experiencia vivida por la Iglesia
antigua en tiempo de las persecuciones, así como la enseñanza dada a este
respecto precisamente por la Iglesia de Roma, que, excluyendo las posiciones
rigoristas de los Novacianos y de los Donatistas, exhortaba a la generosidad del
perdón y de la reconciliación para aquellos que, habiendo apostatado (los “lapsi”)
durante las persecuciones, deseaban ser readmitidos en la comunión de la
Iglesia.
[24] Juan Pablo II, Mensaje En vísperas a los católicos de China (8 diciembre
1999), 6: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española, 17 diciembre 1999, p. 5.
[25] Cf. Mt 4,8-10; Jn 6,15.
[26] Cf. Is 42, 1-4.
[27] Cf. Jn 18,37.
[28] Cf. Mt 26,51-53; Jn 18,36.
[29] Declaración Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 11.
[30] Audiencia General (5 abril 2006): L’Osservatore Romano, ed. en lengua
española, 7 abril 2006, p. 12.
[31] Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 28.
[32] Audiencia General (5 abril 2006): L’Osservatore Romano, ed. en lengua
española, 7 abril 2006, p. 12.
[33] Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 174; cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, 857 y 869.
[34] Juan Pablo II, Carta ap. Apostolos suos (21 mayo 1998), 10: AAS 90 (1998),
648.
[35] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 447.
[36] Estatutos de la Asociación Patriótica Católica China (Chinese Catholic
Patriotic Association, CCPA), 2004, art. 3.
[37] Homilía para el Jubileo de los Obispos (8 octubre 2000), 5: AAS 93 (2001),
28; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Christus Dominus, sobre la función pastoral
de los Obispos, 6.
[38] Homilía para el Jubileo de los Obispos (8 octubre 2000), 4: AAS 93 (2001),
27; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Christus Dominus, sobre la función pastoral
de los Obispos, 11.
[39] Audiencia a los Obispos ordenados en los últimos doce meses, 21 septiembre
2006: AAS 98 (2006), 696.
[40] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 21; cf.
también Código de Derecho Canónico, can. 375 § 2.
[41] Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 22; cf. también « Nota
explicativa previa », 2.
[42] China Catholic Bishops’ College (CCBC).
[43] De rango universal véanse, por ejemplo, las disposiciones del art. 18,
párrafo 1, del International Covenant on Civil and Political Rights del 16 de
diciembre de 1966 (« Everyone shall have the right to freedom of thought,
conscience and religion. This right shall include freedom to have or to adopt a
religion or belief of his choice, and freedom, either individually or in
community with others and in public or private, to manifest his religion or
belief en worship, observance, practice and teaching ») y la interpretación,
vinculante para los Estados Miembros, que ha hecho el Comité de los Derechos del
hombre de las Naciones Unidas en el General Comment, No 22 (n. 4), del 30 de
julio de 1993 (« the practice and teaching of religion or belief includes acts
integral to the conduct by religious groups of their basic affairs, such as the
freedom to choose their religious leaders, priests and teachers, the freedom to
establish seminaries or religious schools and the freedom to prepare and
distribute religious texts or publications »).
De ámbito regional véanse, por ejemplo, los siguientes compromisos asumidos en
la Reunión de Viena de los Representantes de los Estados participantes en la
Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE): « A fin de
asegurar la libertad de la persona de profesar y practicar una religión o
creencia, los Estados participantes, inter alia, [...] respetarán el derecho de
esas comunidades religiosas a [...] organizarse de conformidad con su propia
estructura jerárquica e institucional; [...] elegir, nombrar y sustituir a su
personal de conformidad con sus necesidades y normas respectivas, así como con
cualquier acuerdo libremente establecido entre tales comunidades y su Estado »
(Documento Conclusivo de 1989, Principio n. 16 de la sección « Cuestiones
relativas a la seguridad en Europa »).
Cf. también Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad
religiosa, 4.
[44] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Christus Dominus, sobre la función
pastoral de los obispos, 20.
[45] A este respecto, véanse las correspondientes normas del Código de Derecho
Canónico (cf. can. 378).
[46] Const. Dogm Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
[47] Cf. Código de Derecho Canónico, cann. 265-272.
[48] Para una reflexión sobre la doctrina y espiritualidad del sacerdocio y
sobre el carisma del celibato remito a mi Discurso a la Curia Romana (22
diciembre 2006): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española, 29 diciembre
2006, p. 7.
[49] Cf. Juan Pablo II, Mensaje a la Iglesia que está en China en el 70º
aniversario de la ordenación en Roma del primer grupo de obispos chinos y el 50º
aniversario de la jerarquía eclesiástica en China, 4: AAS 89 (1997), 256.
[50] Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 70: AAS 84
(1992), 782.
[51] Ibíd., 29: AAS 84 (1992), 704.
[52] Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Asia (6 noviembre 1999),
46: AAS 92 (2000), 521; cf. Benedicto XVI, V Encuentro mundial de las familias,
en España (Valencia, 8 julio 2006): « La familia es un bien necesario para los
pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro de los
esposos durante toda su vida. Es un bien insustituible para los hijos, que han
de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Proclamar
la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como Iglesia
doméstica y santuario de la vida, es una gran responsabilidad de todos [...].
Cristo ha revelado cuál es siempre la fuente suprema de la vida para todos y,
por tanto, también para la familia: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a
otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus
amigos” (Jn 15, 12-13). El amor de Dios mismo se ha derramado sobre nosotros en
el bautismo. De ahí que las familias están llamadas a vivir esa calidad de amor,
pues el Señor es quien se hace garante de que eso sea posible para nosotros a
través del amor humano, sensible, afectuoso y misericordioso como el de Cristo
»: AAS 98 (2006), 591-592.
[53] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en
el mundo actual, 47.
[54] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 3:
AAS 74 (1982), 84.
[55] Como han dicho los Padres sinodales de la Séptima Asamblea ordinaria del
Sínodo de los Obispos (1-30 octubre 1987), en la formación de los cristianos «
puede servir de ayuda también [...] una catequesis postbautismal a modo de
catecumenado, que vuelva a proponer algunos elementos del “Ritual de la
Iniciación Cristiana de Adultos”, destinados a hacer captar y vivir las inmensas
riquezas del Bautismo ya recibido »: Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal
Christifideles laici (30 diciembre 1988), 61: AAS 81 (1989), 514; cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, nn. 1230-1231.
[56] Homilía en el Monte de las Bienaventuranzas (Israel, 24 marzo 2000), 5:
L’Osservatore Romano, ed. en lengua española, 25 marzo 2000, p. 5.
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