Saludo de Benedicto XVI a
las hermanas Clarisas en la Hacienda de la Esperanza
GUARATINGUETÁ, sábado, 12 mayo 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos el saludo que Benedicto XVI dirigió este sábado a las hermanas
Clarisas en la iglesia de la Hacienda de la Esperanza, comunidad para la
recuperación de jóvenes toxicómanos y alcohólicos.
* * *
“Alabado seas, mi Señor, por todas tu criaturas” - Con esta salutación al
Omnipotente y Buen Señor, el santo Pobre de Asís reconocía la bondad única del
Dios Creador y la dulzura, la fuerza y la belleza que serenamente se esparcen en
todas las criaturas, haciendo de ellas espejo de la omnipotencia del Creador.
Este nuestro encuentro, queridas hermanas Clarisas, en esta Hacienda de la
Esperanza, quiere ser la manifestación de un gesto de cariño del sucesor de
Pedro a las hermanas de clausura y también un sereno murmullo de amor que
resuena por estas colinas y valles de la Sierra de la Mantiqueira y resuene en
toda la tierra: "No son discursos ni frases o palabras, ni son voces que puedan
ser oídas; su sonido resuena y se esparce por toda la tierra, llega a los
confines del universo su voz" (Sal 18,4-5). De aquí las hijas de Santa Clara
proclaman; "¡Alabado seas, mi Señor, por todas tus criaturas! ".
Allí donde la sociedad no ve más futuro o esperanza, los cristianos están
llamados a anunciar la fuerza de la Resurrección: justamente aquí en esta
Hacienda de la Esperanza, donde se encuentran tantas personas, principalmente
jóvenes, que buscan superar el problema de las drogas, del alcohol y de la
dependencia química, se testimonia el Evangelio de Cristo en medio de una
sociedad consumista alejada de Dios. ¡Qué diversa es la perspectiva del Creador
en su obra! Las hermanas Clarisas y otros religiosos de clausura - que, en la
vida contemplativa, escrutan la grandeza de Dios y descubren también la belleza
de las criaturas - pueden, con el autor sagrado, contemplar el propio Dios,
arrobado, maravillado delante de Su obra, de Su criatura amada: "¡Dios contempló
todo lo que había hecho y todo estaba muy bien!" (Gen 1, 31).
Cuando el pecado entró en el mundo y, con él, la muerte, la criatura amada de
Dios - aunque herida - no perdió totalmente su belleza: al contrario, recibió un
amor mayor: "Oh feliz culpa que nos mereció un tan grande Redentor" - proclama
la Iglesia en la noche misteriosa y clara de la Pascua (Exultet). Es el Cristo
resucitado que cura las heridas y salva a los hijos e hijas de Dios, salva a la
humanidad de la muerte, del pecado y de la esclavitud de las pasiones. La Pascua
de Cristo une la tierra y el cielo. En esta Hacienda de la Esperanza se unen las
oraciones de las Clarisas y el trabajo arduo de la medicina y de la laborterapia
para vencer las prisiones y romper los grilletes de las drogas que hacen sufrir
a los hijos amados de Dios.
Se recompone, así, la belleza de las criaturas que encanta y maravilla su
Creador. Éste es el Padre todopoderoso, el único cuyo ser es el amor y cuya
gloria es el ser humano vivo – como lo dijo San Irineo. Él "tanto amó el mundo,
que envió a su Hijo" (Jn 3,16) para recoger al caído en el camino, asaltado y
herido por los ladrones en el camino de Jerusalén a Jericó. En los caminos del
mundo, Jesús es "la mano que el Padre extiende a los pecadores; es el camino por
el cual nos llega la paz" (anáfora eucarística). Sí, aquí descubrimos que la
belleza de las criaturas y el amor de Dios son inseparables. Francisco y Clara
de Asís también descubren este secreto y proponen a sus hijos e hijas una sola
cosa - y muy simple: vivir el Evangelio. Ésta es su norma de conducta y su regla
de vida. Clara lo expresó muy bien, cuando dice a sus hermanas: "Tened entre
vosotros, hijas mías, el mismo amor con el cual Cristo os amó" (Testamento).
Es en este amor que Fray Hans las invitó a ser la retaguardia de todo el trabajo
desarrollado en la Hacienda de la Esperanza. En la fuerza de la oración
silenciosa, en los ayunos y penitencias, las hijas de Santa Clara viven el
mandamiento del amor a Dios y al prójimo, en el gesto supremo de amar hasta el
fin.
¡Esto significa jamás perder la esperanza! Por eso el nombre de esta obra de
Fray Hans: "Hacienda de la Esperanza". Pues es necesario edificar, construir la
esperanza, tejiendo el tejido de una sociedad que, en el extenderse de los hilos
de la vida, pierde el propio sentimiento de esperanza. Esta pérdida – como dijo
San Pablo - es como una maldición que la persona humana impone a sí misma:
"personas sin afecto" (Rm 1,31).
Queridísimas hermanas, sed las anunciadoras de que "la esperanza no decepciona"
(Rm 5,5). El dolor del Crucificado, que atravesó el alma de María al pie de la
cruz, consuela tantos corazones maternos y paternos que lloran de dolor por sus
hijos aún dependientes de las drogas. Anunciad por el silencio oferente de la
oración, silencio grandilocuente que el Padre escucha; anunciad el mensaje del
amor que vence al dolor, las drogas y la muerte. Anunciad a Jesucristo, humano
cómo nosotros, ¡sufridor cómo nosotros, que tomó sobre sí nuestros pecados para
de ellos liberarnos!
Estamos por iniciar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y
del Caribe, en el Santuario de Aparecida - tan cerca de esta Hacienda de la
Esperanza. Confío también en sus oraciones, para que nuestros pueblos tengan
vida en Jesucristo y todos nosotros seamos sus discípulos y misioneros. Ruego a
María - la Madre Aparecida, la Virgen de Nazaret - quien, en el seguimiento de
su Hijo, guardaba todas las cosas en su corazón, que las guarde en el silencio
fecundo de la oración.
A todas las hermanas de clausura, de manera especial a las Clarisas presentes en
esta obra, mi bendición y afecto.
[Traducción distribuida por el Consejo Episcopal Latinoamericano
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]