Homilía del Papa a los obispos de Brasil
SAO PAULO, viernes, 11 mayo
2007 (ZENIT.org).-
Publicamos la homilía que pronunció este viernes Benedicto XVI a los obispos
de Brasil en la catedral de la ciudad de Sao Paulo, dedicada a Nuestra Señora
de la Anunciación.
* * *
Amados hermanos en el Episcopado,
«El Hijo de Dios con lo que padeció aprendió la obediencia; y llegado a la
perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen» (cf. Hb 5,8-9).
1. El texto que acabamos de oír en la Lectura Breve de las Vísperas de hoy
contiene una enseñanza profunda. También en este caso constatamos como la
Palabra de Dios es viva y más penetrante que una espada de dos filos, llega
hasta la juntura del alma, reconfortándola, estimulando a sus fieles
servidores (cf. Hb 4,12).
Agradezco a Dios por haber permitido encontrarme con un Episcopado
prestigioso, que está al frente de una de las más numerosas poblaciones
católicas del mundo. Yo os saludo con sentimientos de profunda comunión y de
afecto sincero, conociendo bien la dedicación con que seguís las comunidades
que os fueron confiadas. La calurosa acogida del Señor Párroco de la Catedral
de la Sé y de todos los presentes me hizo sentir en casa, en esta grande Casa
común que es nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.
Dirijo un especial saludo a la nueva Presidencia de la Conferencia Nacional de
los Obispos de Brasil y, al agradecer las palabras de su presidente, monseñor
Geraldo Lyrio Rocha, hago votos por un provechoso desempeño en la tarea de
consolidar siempre más la comunión entre los obispos y de promover la acción
pastoral común en un territorio de dimensiones continentales.
2. Brasil está acogiendo a los participantes de la V Conferencia del
Episcopado Latinoamericano con su tradicional hospitalidad. Expreso mi
agradecimiento por la atenta recepción de sus miembros y mi profundo aprecio
por las oraciones del pueblo brasileño, formuladas especialmente en pro del
buen éxito del encuentro de los obispos en Aparecida.
Es un gran evento eclesial que se sitúa en el ámbito del esfuerzo misionero
que América Latina deberá proponerse, precisamente a partir de aquí, del suelo
brasileño. Fue por eso que quise dirigirme inicialmente a vosotros, Obispos
del Brasil, evocando aquellas palabras densas de contenido de la Carta a los
Hebreos: «El Hijo de Dios con lo que padeció aprendió la obediencia; y llegado
a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que
le obedecen» (Hb 5, 8-9).
Exuberante en su significado, este versículo habla de la compasión de Dios
para con nosotros, concretada en la pasión de su Hijo; y habla de su
obediencia, de su adhesión libre y consciente a los designios del Padre,
explicitada especialmente en la oración en el monte de los Olivos: «No se haga
mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42).
Así, es el propio Jesús quien nos enseña que la verdadera vía de salvación
consiste en conformar nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Es exactamente
lo que pedimos en la tercera invocación de la oración del Padre Nuestro: que
sea hecha la voluntad de Dios, así en la tierra como en el cielo, porque donde
reina la voluntad de
Dios, ahí está presente el reino de Dios. Jesús nos atrae hacia su voluntad,
la voluntad del Hijo, y de este modo nos guía hacia la salvación. Yendo al
encuentro de la voluntad de Dios, con Jesucristo, abrimos el mundo al reino de
Dios.
Nosotros los Obispos, somos convocados para manifestar esa verdad central,
pues estamos vinculados directamente a Cristo, Buen Pastor. La misión que nos
es confiada, como Maestros de la fe, consiste en recordar, como el mismo
Apóstol de los Gentiles escribía, que nuestro Salvador «quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2, 4-6). Ésta
es la finalidad, y no otra, la finalidad de la Iglesia, la salvación de las
almas, una a una. Por eso el Padre envió a su Hijo, y «como el Padre me envió,
también yo os envío» (Jn 20,21). De aquí, el mandato de evangelizar: «Id,
pues, enseñad a todas las naciones; bautizadlas en nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo. enseñadles a observar todo lo que os mandé. He aquí que
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20).
Son palabras simples y sublimes en las cuales están indicadas el deber de
predicar la verdad de la fe, la urgencia de la vida sacramental, la promesa de
la continuada asistencia de Cristo a su Iglesia. Éstas son realidades
fundamentales y se refieren a la instrucción en la fe y en la moral cristiana,
y a la práctica de los sacramentos. Donde Dios y su voluntad no son conocidos,
donde no existe la fe en Jesucristo ni su presencia en las celebraciones
sacramentales, falta lo esencial también para la solución de los urgentes
problemas sociales y políticos.
La fidelidad al primado de Dios y de su voluntad, conocida y vivida en
comunión con Jesucristo, es el don esencial, que nosotros Obispos y sacerdotes
debemos ofrecer a nuestro pueblo (cf. Populorum progressio 21).
3. El ministerio episcopal nos impele al discernimiento de la voluntad
salvífica, en la búsqueda de una pastoral que eduque el Pueblo de Dios a
reconocer y acoger los valores trascendentes, en la fidelidad al Señor y al
Evangelio. Es verdad que los tiempos de hoy son difíciles para la Iglesia y
muchos de sus hijos están atribulados. La vida social está atravesando
momentos de confusión desorientadora. Se ataca impunemente la santidad del
matrimonio y de la familia, comenzando por hacer concesiones delante de
presiones capaces de incidir negativamente sobre los procesos legislativos; se
justifican algunos crímenes contra la vida en nombre de los derechos de la
libertad individual; se atenta contra la dignidad del ser humano; se extiende
la herida del divorcio y de las uniones libres. Aún más: en el seno de la
Iglesia, cuando el valor del compromiso sacerdotal es cuestionado como entrega
total a Dios a través del celibato apostólico y como disponibilidad total para
servir a las almas, dándose preferencia a las cuestiones ideológicas y
políticas, incluso partidarias, la estructura de la consagración total a Dios
empieza a perder su significado más profundo.
¿Cómo no sentir tristeza en nuestra alma? Pero tened confianza: la Iglesia es
santa e incorruptible (cf. Ef 5,27). Decía San Agustín: «¿Titubeará la Iglesia
si titubea su fundamento, pero podrá quizá Cristo titubear? Visto que Cristo
no titubea, la Iglesia permanecerá intacta hasta el fin de los tiempos» («Enarrationes
in Psalmos», 103,2,5; PL, 37, 1353.)
Entre los problemas que abruman vuestra solicitud pastoral está, sin duda, la
cuestión de los católicos que abandonan la vida eclesial. Parece claro que la
causa principal, entre otras, de este problema, pueda ser atribuida a la falta
de una evangelizació
En la Encíclica «Deus caritas est» recordé que «no se comienza a ser cristiano
por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva» (N. 1). Es necesario, por tanto, encaminar la
actividad apostólica como una verdadera misión dentro del rebaño que
constituye la Iglesia Católica en Brasil, promoviendo una evangelizació
Una misión evangelizadora que convoque todas las fuerzas vivas de este inmenso
rebaño. Mi pensamiento se dirige, por tanto, a los sacerdotes, religiosos,
religiosas y laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas dificultades,
para la difusión de la verdad evangélica. Entre ellos, muchos colaboran o
participan activamente en las Asociaciones, en los Movimientos y en otras
nuevas realidades eclesiales que, en comunión con sus Pastores y de acuerdo
con las orientaciones diocesanas, llevan su riqueza espiritual, educativa y
misionera al corazón de la Iglesia, como preciosa experiencia y propuesta de
vida cristiana.
En este esfuerzo evangelizador, la comunidad eclesial se destaca por las
iniciativas pastorales, al enviar, sobretodo entre las casas de las periferias
urbanas y del interior, sus misioneros, laicos o religiosos, buscando dialogar
con todos en espíritu de comprensión y de delicada caridad. Pero si las
personas encontradas están en una situación de pobreza, es necesario
ayudarlas, como hacían las primeras comunidades cristianas, practicando la
solidaridad, para que se sientan amadas de verdad. El pueblo pobre de las
periferias urbanas o del campo necesita sentir la proximidad de la Iglesia,
sea en el socorro de sus necesidades más urgentes, como también en la defensa
de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundamentada en la
justicia y en la paz.
Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y un Obispo,
modelado según la imagen del Buen Pastor, debe estar particularmente atento en
ofrecer el divino bálsamo de la fe, sin descuidar del «pan material». Como
pude evidenciar en la Encíclica «Deus caritas est», «La Iglesia no puede
descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la
Palabra» (N. 22).
La vivencia sacramental, especialmente a través de la Confesión y de la
Eucaristía, adquiere aquí una importancia de primera grandeza. A vosotros
Pastores les cabe la principal tarea de asegurar la participación de los
fieles en la vida eucarística y en el Sacramento de la Reconciliació
4. Recomenzar desde Cristo en todos los ámbitos de la misión. Redescubrir en
Jesús el amor y la salvación que el Padre nos da, por el Espíritu Santo. Ésta
es la substancia, la raíz, de la misión episcopal que hace del Obispo el
primero responsable por la catequesis diocesana. En efecto, tiene la dirección
superior de la catequesis, rodeándose de colaboradores competentes y
merecedores de confianza. Es obvio, por tanto, que sus catequistas no son
simples comunicadores de experiencias de fe, sino que deben ser auténticos
transmisores, bajo la guía de su Pastor, de las verdades reveladas.
La fe es una caminata conducida por el Espíritu Santo que se condensa en dos
palabras: conversión y seguimiento. Ésas dos palabras-llave de la tradición
cristiana indican con claridad, que la fe en Cristo implica una praxis de vida
basada en el doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, y expresan
también la dimensión social de la vida cristiana.
La verdad supone un conocimiento claro del mensaje de Jesús, transmitida
gracias a un comprensible lenguaje inculturado, pero necesariamente fiel a la
propuesta del Evangelio. En los tiempos actuales es urgente un conocimiento
adecuado de la fe, como está bien sintetizada en el Catecismo de la Iglesia
Católica con su Compendio.
Hace parte de la catequesis esencial también la educación a las virtudes
personales y sociales del cristiano, como también la educación a la
responsabilidad social. Exactamente porque fe, vida y celebración de la
sagrada liturgia como fuente de fe y de vida, son inseparables, es necesaria
una aplicación más correcta de los principios indicados por el Concilio
Vaticano II en lo que respecta a la Liturgia de la Iglesia, incluyendo las
disposiciones contenidas en el Directorio para los Obispos (nn.145-151)
Es con esta finalidad que mi Venerable predecesor en la Cátedra de Pedro, Juan
Pablo II, quiso renovar «un vehemente apelo para que las normas litúrgicas
sean observadas, con gran fidelidad, en la celebración eucarística» (...) «La
liturgia jamás es propiedad privada de alguien, ni del celebrante, ni de la
comunidad donde son celebrados los santos misterios» (Carta encl. «Ecclesia de
Eucharistia» N. 52). Redescubrir y valorar la obediencia a las normas
litúrgicas por parte de los Obispos, como «moderadores de la vida litúrgica de
la Iglesia», significa dar testimonio de la misma Iglesia, una y universal,
que preside en la caridad.
5. Es necesario un salto de calidad en la vivencia cristiana del pueblo, para
que pueda testimoniar su fe de forma límpida y elucidada. Esa fe, celebrada y
participada en la liturgia y en la caridad, nutre y fortifica la comunidad de
los discípulos del Señor y los edifica como Iglesia misionera y profética. El
Episcopado brasileño posee una estructura de gran envergadura, cuyos Estatutos
fueron hace poco revisados para su mejor desempeño y una dedicación más
exclusiva al bien de la Iglesia. El Papa vino a Brasil para pediros que, en el
seguimiento de la Palabra de Dios, todos los Venerables Hermanos en el
episcopado sepan ser portadores de eterna salvación para todos los que le
obedecen (cf. Hb 5,10).
Nosotros, pastores, en la línea del compromiso asumido como sucesores de los
Apóstoles, debemos ser fieles servidores de la Palabra, sin visiones
reductivas y confusiones en la misión que nos es confiada. No basta observar
la realidad desde la fe; es necesario trabajar con el Evangelio en las manos y
fundamentados en la correcta herencia de la Tradición Apostólica, sin
interpretaciones movidas por ideologías racionalistas.
Es así que, «en las Iglesias particulares compete al Obispo conservar e
interpretar la Palabra de Dios y juzgar con autoridad aquello que está o no de
acuerdo con ella» (Congr. para la Doctrina de la Fe, «Instr. sobre la vocación
eclesial del teólogo», N. 19). Él, como Maestro de fe y de doctrina, podrá
contar con la colaboración del teólogo que «en su dedicación al servicio de la
verdad, deberá, para permanecer fiel a su función, llevar en cuenta la misión
propia del Magisterio y colaborar con él» (ib. 20). El deber de conservar el
depósito de la fe y de mantener su unidad exige estrecha vigilancia, de modo
que éste sea «conservado y transmitido fielmente y que las posiciones
particulares sean unificadas en la integridad del Evangelio de Cristo»
(Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos, N. 126).
He aquí entonces la enorme responsabilidad que asumís como formadores del
pueblo, mayormente de vuestros sacerdotes y religiosos. Son ellos vuestros
fieles colaboradores. Conozco el empeño con que buscáis formar las nuevas
vocaciones sacerdotales y religiosas. La formación teológica y en las
disciplinas eclesiásticas exige una constante actualización, pero siempre de
acuerdo con el Magisterio auténtico de la Iglesia.
Apelo a vuestro celo sacerdotal y al sentido de discernimiento de las
vocaciones, también para saber complementar la dimensión espiritual,
psicoafectiva, intelectual y pastoral en jóvenes maduros y disponibles al
servicio de la Iglesia. Un buen y asiduo acompañamiento espiritual es
indispensable para favorecer la maduración humana y evita el riesgo de desvíos
en el campo de la sexualidad. Tened siempre presente que el celibato
sacerdotal es un don «que la Iglesia recibió y quiere guardar, convencida de
que él es un bien para ella y para el mundo» («Directorio para el ministerio y
la vida de los presbíteros», N. 57).
Me gustaría encomendar a vuestra solicitud también las Comunidades religiosas
que se insertan en la vida de la propia Diócesis. Es una contribución preciosa
que ofrecen, pues, a pesar de la «diversidad de dones, el Espíritu es el
mismo» (1 Color 12,4). La Iglesia no puede sino manifestar alegría y aprecio
por todo aquello que los Religiosos vienen realizando mediante Universidades,
escuelas, hospitales y otras obras e instituciones.
6. Conozco la dinámica de vuestras Asambleas y el esfuerzo por definir los
diversos planes pastorales, que den prioridad a la formación del clero y de
los agentes de la pastoral. Algunos entre vosotros fomentasteis movimientos de
evangelizació
El Sucesor de Pedro cuenta con vosotros para que vuestra preparación se apoye
siempre en aquella espiritualidad de comunión y de fidelidad a la Sede de
Pedro, a fin de garantizar que la acción del Espíritu no sea vana. Con efecto,
la integridad de la fe, junto a la disciplina eclesial, es, y será siempre,
tema que exigirá atención y desvelo por parte de todos vosotros, sobretodo
cuando se trata de sacar las consecuencias del hecho que existe «una sola fe y
un solo bautismo».
Como sabéis, entre los varios documentos que se ocupan de la unidad de los
cristianos está el «Directorio para el ecumenismo» publicado por el Pontificio
Consejo para la Unidad de los Cristianos. El Ecumenismo, o sea, la búsqueda de
la unidad de los cristianos se vuelve en ése nuestro tiempo, en el cual se
verifica el encuentro de las culturas y el desafío del secularismo, una tarea
siempre más urgente de la Iglesia católica.
Con la multiplicació
El gran campo común de colaboración debería ser la defensa de los
fundamentales valores morales, transmitidos por la tradición bíblica, contra
su destrucción en una cultura relativista y consumista; más aún, la fe en Dios
creador y en Jesucristo, su Hijo encarnado. Además vale siempre el principio
del amor fraterno y de la búsqueda de comprensión y de proximidad mutuas; pero
también la defensa de la fe de nuestro pueblo, confirmándolo en la feliz
certeza, de que la «unica Christi Ecclesia... subsistit in Ecclesia catholica,
a successore Petri et Episcopis in eius communione gubernata» («la única
Iglesia de Cristo... subsiste en la Iglesia Católica gobernada por el sucesor
de Pedro y por los Obispos en comunión con él») («Lumen gentium» 8).
En este sentido se procederá a un franco diálogo ecuménico, a través del
Consejo Nacional de las Iglesias Cristianas, celando por el pleno respeto de
las demás confesiones religiosas, deseosas de mantenerse en contacto con la
Iglesia Católica en Brasil.
7. No es ninguna novedad la constatación de que vuestro país convive con un
déficit histórico de desarrollo social, cuyos rasgos extremos son el inmenso
contingente de brasileños viviendo en situación de indigencia y una
desigualdad en la distribución de la renta que alcanza niveles muy elevados. A
vosotros, venerables Hermanos, como jerarquía del pueblo de Dios, os compete
promover la búsqueda de soluciones nuevas y llenas de espíritu cristiano.
Una visión de la economía y de los problemas sociales, desde la perspectiva de
la doctrina social de la Iglesia, lleva a considerar las cosas siempre desde
el punto de vista de la dignidad del hombre, que trasciende el simple juego de
los factores económicos. Se debe, por eso, trabajar incansablemente por la
formación de los políticos, de los brasileños que tienen algún poder decisivo,
grande o pequeño y, en general, de todos los miembros de la sociedad, de modo
que asuman plenamente las propias responsabilidades y sepan dar un rostro
humano y solidario a la economía.
Ocurre formar en las clases políticas y empresariales un auténtico espíritu de
veracidad y de honestidad. Quien asuma un liderazgo en la sociedad, debe
buscar prever las consecuencias sociales, directas e indirectas, a corto y a
largo plazo, de las propias decisiones, actuando según criterios de
maximización del bien común, en vez de buscar ganancias personales.
8. Queridos hermanos, si Dios quiere, encontraremos otras oportunidades para
profundizar las cuestiones que interpelan nuestra solicitud pastoral conjunta.
Esta vez, quise exponer, ciertamente de manera no exhaustiva, los temas más
relevantes que se imponen a mi consideración de Pastor de la Iglesia
universal.
Os transmito mi afectuoso ánimo que es, al mismo tiempo, una fraterna y
sentida plegaria: para que procedáis y trabajéis siempre, como venís haciendo,
en concordia, teniendo como vuestro fundamento una comunión que en la
Eucaristía encuentra su momento cumbre y su manantial inagotable. Confío todos
vosotros a María Santísima, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, mientras
que de todo corazón os concedo, a cada uno de vosotros y a vuestras
respectivas Comunidades, la Bendición Apostólica.
¡Gracias!