Benedicto XVI: Nuestra fe no debe limitarse a emociones, sino que debe entrar en la realidad
Importantes enseñanzas del santo padre en la Audiencia semanal

Por Jose Antonio Varela Vidal

CIUDAD DEL VATICANO, 09 de enero de 2013 (Zenit.org) - En la Audiencia de los miércoles desarrollada esta mañana en el Aula Pablo VI, el papa Benedicto XVI quiso referirse al tiempo de Navidad recién celebrado, explicando el tema: “Se ha hecho hombre”.

Recordó que en estos días, en las iglesias ha sonado varias veces la palabra "Encarnación" de Dios, para expresar la realidad que se celebra en Navidad: el Hijo de Dios se hizo hombre. Y se preguntó: “¿Pero qué significa esta palabra central para la fe cristiana?”

El Catequista universal explicó que Encarnación viene del latín "incarnatio", que es recogida por el apóstol Juan en su evangelio con la frase: "la Palabra se hizo carne" (cf. Jn. 1,14) . Sobre esto, el papa dijo que “la palabra "carne", en el lenguaje hebreo, indica a la persona como un todo, el hombre entero, pero solo desde el aspecto de su transitoriedad y temporalidad, de su pobreza y contingencia”.

De este modo, hizo ver que “Dios tomó la condición humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para que podemos llamarlo, en su Hijo unigénito, con el nombre de "Abbà, Padre" y ser verdaderamente hijos de Dios”.

Volviendo a la frase joánica, "La Palabra se hizo carne", enseñó que esta es una de esas verdades a las que los creyentes se han acostumbrado tanto a escuchar, “que apenas nos afecta la magnitud del evento que ella expresa”. Y advirtió que en este tiempo de Navidad, “a veces se está más preocupado por las apariencias exteriores, en los "colores" de la fiesta, que al corazón de la gran novedad cristiana que celebramos”.

Asombrarse y entregarse

Ante la rápidez con que pasan los acontecimientos y las luces multicolores de la Navidad, el santo padre invitó a los creyentes a “recuperar el asombro ante este misterio”. Un misterio que va más allá de lo que el hombre puede comprender, es situarse ante Dios, “el verdadero Dios, el Creador de todo, (que) ha recorrido como un hombre nuestras calles, entrando en el tiempo del hombre para comunicarnos su propia vida (cf. 1 Jn. 1,1-4)”.

Otro elemento que quiso subrayar el papa fue el hecho de que en Navidad se suelen intercambiar algunos regalos con las personas más cercanas. Y destacó de este tiempo, la cantidad de veces que en la liturgia se repite que Dios se entregó a la humanidad a través de su Hijo.

“En esa noche santa Dios, haciéndose carne, ha querido convertirse en un regalo para los hombres, se entregó por nosotros; Dios ha hecho de su Hijo único un don para nosotros, tomó nuestra humanidad para donarnos su divinidad. Este es el gran regalo”, reflexionó ante miles de fieles que lo escuchaban y meditaban con él.

Luego destacó que Dios no había “donado cualquier cosa”, sino que “se entregó a sí mismo en su Hijo Unigénito”. Presentó de esta manera “el modelo de nuestro dar, porque nuestras relaciones, sobre todo las más importantes, son impulsadas ​​por el don gratuito del amor”.

Un hecho histórico

En continuidad con sus investigaciones y reflexiones, entre las que está su reciente libro “La Infancia de Jesús”, el papa teólogo aclaró a los fieles que “el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, nacido de la Virgen María, en un tiempo y en un lugar específico, en Belén durante el reinado del emperador Augusto, bajo el gobernador Quirino (cf. Lc. 2,1-2)”. A esta certeza histórica, le añadió el hecho de que “creció en una familia, tuvo amigos, formó un grupo de discípulos, dio instrucciones a los apóstoles para continuar su misión, (y) completó el curso de su vida terrena en la cruz”.

Con estos hechos ha querido subrayar que este modo de actuar de Dios “es un poderoso estímulo para cuestionarnos sobre el realismo de nuestra fe, que no debe limitarse a la esfera de los sentimientos, de las emociones, sino que debe entrar en la realidad, en lo concreto de nuestra existencia”.

Y esta actitud madura del creyente, exhortó el papa, “debe tocar cada día de nuestras vidas y dirigirla también de una manera práctica”.

Dios y hombre verdadero

Un último elemento que puso en consideración el santo padre fue lo referido al “Dios hecho hombre”, como tituló su reflexión de hoy. Hizo ver que “esa misma Palabra que siempre ha estado con Dios, que es Dios mismo y por el cual y en vista del cual todas las cosas fueron creadas (cf. Col. 1,16-17), se ha hecho hombre”.

Y que este Dios “eterno e infinito”, fue quien “se sumergió en la finitud humana, en su criatura, para conducir al hombre y a la entera creación a Él”.

Es por ello que, con la Encarnación del Hijo de Dios, “se da una nueva creación”, que responde completamente a la pregunta ¿Quién es el hombre?. Ante ello, y en vista que “solo en Jesús se revela plenamente el proyecto de Dios sobre el ser humano” –continuó--, “Él es el hombre definitivo según Dios”.

Invitó finalmente a reconocer en ese niño, el Hijo de Dios contemplado en Navidad, “el verdadero rostro, no solo de Dios, sino el verdadero rostro del ser humano”. Y así, “solo abriéndonos a la acción de su gracia y tratando todos los días de seguirle, realizamos el plan de Dios en cada uno de nosotros”.

Para leer el texto completo de las palabras del papa:

Las apariencias exteriores y los colores de la fiesta no deben interesar más que el Misterio de la Encarnación
Reflexión de Benedicto XVI en la catequesis semanal

Por Benedicto XVI

CIUDAD DEL VATICANO, 09 de enero de 2013 (Zenit.org) - Durante su habitual Audiencia de los miércoles, desarrollada en el Aula Pablo VI, Benedicto XVI centró su catequesis semanal sobre un tema aún navideño, que ha titulado: “Se ha hecho hombre”, en referencia a la venida de Cristo al mundo. A continuación ofrecemos a nuestros lectores el texto íntegro de las palabras del papa.

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Queridos hermanos y hermanas:

En este tiempo de Navidad nos detenemos otra vez, en el gran misterio de Dios que bajó del cielo para tomar nuestra carne. En Jesús, Dios se encarnó, se hizo hombre como nosotros, y así se nos abrió la puerta de su Cielo, a la plena comunión con Él.

En estos días, en nuestras iglesias ha sonado varias veces la palabra "Encarnación" de Dios, para expresar la realidad que celebramos en Navidad: el Hijo de Dios se hizo hombre, como decimos en el Credo. ¿Pero qué significa esta palabra central para la fe cristiana? Encarnación viene del latín "incarnatio". San Ignacio de Antioquía --a fines del siglo primero--, y, especialmente, san Ireneo, han utilizado este término reflexionando en el prólogo del evangelio de san Juan, en particular sobre la expresión: "la Palabra se hizo carne" (Jn. 1,14) . Aquí la palabra "carne", en el lenguaje hebreo, indica a la persona como un todo, el hombre entero, pero solo desde el aspecto de su transitoriedad y temporalidad, de su pobreza y contingencia. Esto quiere decir que la salvación realizada por Dios hecho carne en Jesús de Nazaret, toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en la que esté. Dios tomó la condición humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para que podemos llamarlo, en su Hijo unigénito, con el nombre de "Abbà, Padre" y ser verdaderamente hijos de Dios. Dice san Ireneo: "Este es el motivo por el cual el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo y recibiendo así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (Adversus haereses, 3,19,1: PG 7,939; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 460).

"La Palabra se hizo carne" es una de esas verdades a las que nos hemos acostumbrado tanto, que apenas nos afecta la magnitud del evento que ella expresa. Y de hecho, en este tiempo de Navidad, en la que la expresión aparece a menudo en la liturgia, a veces se está más preocupado por las apariencias exteriores, en los "colores" de la fiesta, que al corazón de la gran novedad cristiana que celebramos: algo absolutamente impensable, que solo Dios podía hacer y que solo se puede entrar con la fe. El Logos que está con Dios, el Logos que es Dios, el Creador del mundo (cf. Jn 1,1), para el cual fueron creadas todas las cosas (cf. 1,3), que ha acompañado y acompaña a los hombres en la historia con su luz (cf. 1,4-5; 1,9), se convierte en uno en medio de los otros, puso su morada entre nosotros, se hizo uno de nosotros (cf. 1,14). El Concilio Vaticano II dice: "El Hijo de Dios ... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Gaudium et Spes, 22).

Es importante, entonces, recuperar el asombro ante este misterio, dejarnos envolver por la magnitud de este acontecimiento: Dios, el verdadero Dios, el Creador de todo, ha recorrido como un hombre nuestras calles, entrando en el tiempo del hombre para comunicarnos su propia vida (cf. 1 Jn. 1,1-4). Y no lo hizo con el esplendor de un soberano, que somete con su poder el mundo, sino con la humildad de un niño.

Me gustaría subrayar un segundo elemento. En Navidad solemos intercambiar algunos regalos con las personas más cercanas. A veces puede ser un acto realizado por costumbre, pero en general expresa afecto, es un signo de amor y de estima. En la oración de las ofrendas de la Misa de la Aurora en la Solemnidad de la Natividad del Señor, la Iglesia reza: "Acepta, Señor, nuestra oferta en esta noche de luz, y por este misterioso intercambio de dones, transfórmanos en Cristo, tu Hijo, que ha elevado al hombre hasta ti en la gloria". La idea del regalo, entonces, está en el centro de la liturgia y nos hace conscientes del regalo original de la Navidad: en esa noche santa Dios, haciéndose carne, ha querido convertirse en un regalo para los hombres, se entregó por nosotros; Dios ha hecho de su Hijo único un don para nosotros, tomó nuestra humanidad para donarnos su divinidad. Este es el gran regalo. Incluso en nuestro dar no es importante que un regalo sea caro o no; los que no pueden dar un poco de sí mismo, siempre dan muy poco; de hecho, a veces se intenta reemplazar el corazón y el compromiso de donarse, a través del dinero, con cosas que son materiales. El misterio de la Encarnación significa que Dios no lo ha hecho de este modo: no ha donado cualquier cosa, sino que se entregó a sí mismo en su Hijo Unigénito. Aquí encontramos el modelo de nuestro dar, porque nuestras relaciones, sobre todo las más importantes, son impulsadas ​​por el don gratuito del amor.

Me gustaría ofrecer una tercera reflexión: el hecho de la Encarnación, del Dios que se hace hombre como nosotros, nos muestra el realismo sin precedentes del amor divino. La acción de Dios, de hecho, no se limita a las palabras, incluso podríamos decir que Él no se contenta con hablar, sino que se sumerge en nuestra historia y asume sobre sí la fatiga y el peso de la vida humana. El Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, nacido de la Virgen María, en un tiempo y en un lugar específico, en Belén durante el reinado del emperador Augusto, bajo el gobernador Quirino (cf. Lc. 2,1-2); creció en una familia, tuvo amigos, formó un grupo de discípulos, dio instrucciones a los apóstoles para continuar su misión, completó el curso de su vida terrena en la cruz.

Este modo de actuar de Dios es un poderoso estímulo para cuestionarnos sobre el realismo de nuestra fe, que no debe limitarse a la esfera de los sentimientos, de las emociones, sino que debe entrar en la realidad, en lo concreto de nuestra existencia, es decir, debe tocar cada día de nuestras vidas y dirigirla también de una manera práctica. Dios no se detuvo en las palabras, sino que nos mostró cómo vivir, compartiendo nuestra propia experiencia, excepto en el pecado. El Catecismo de san Pío X, que algunos de nosotros hemos estudiado de niños, con su sencillez, y ante la pregunta: "¿Para vivir según Dios, ¿qué debemos hacer", da esta respuesta: "Para vivir según Dios debemos creer la verdad revelada por Él y guardar sus mandamientos con la ayuda de su gracia, que se obtiene mediante los sacramentos y la oración." La fe tiene un aspecto fundamental que afecta no solo la mente y el corazón, sino toda nuestra vida.

Les propongo un último elemento a su consideración. San Juan dice que la Palabra, el Logos estaba junto a Dios desde el principio, y que todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra, y nada de lo que existe fue hecho sin Ella (cf. Jn 1,1-3). El evangelista claramente alude al relato de la creación que se encuentra en los primeros capítulos del Génesis, y lo relee a la luz de Cristo. Este es un criterio fundamental en la lectura cristiana de la Biblia: el Antiguo y el Nuevo Testamento siempre son leídos en conjunto y a partir del Nuevo se revela el sentido más profundo del Antiguo.

Esa misma Palabra que siempre ha estado con Dios, que es Dios mismo y por el cual y en vista del cual todas las cosas fueron creadas (cf. Col. 1,16-17), se ha hecho hombre: el Dios eterno e infinito se sumergió en la finitud humana, en su criatura, para conducir al hombre y a la entera creación a Él. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera" (n. 349).

Los Padres de la Iglesia han acercado Jesús a Adán, hasta llamarlo "segundo Adán" o el Adán definitivo, la imagen perfecta de Dios. Con la Encarnación del Hijo de Dios se da una nueva creación, que nos da la respuesta completa a la pregunta "¿Quién es el hombre?". Sólo en Jesús se revela plenamente el proyecto de Dios sobre el ser humano: Él es el hombre definitivo según Dios. El Concilio Vaticano II lo reitera firmemente: "En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (Gaudium et spes, 22; Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 359). En ese niño, el Hijo de Dios contemplado en Navidad, podemos reconocer el verdadero rostro, no solo de Dios, sino el verdadero rostro del ser humano; y solo abriéndonos a la acción de su gracia y tratando todos los días de seguirle, realizamos el plan de Dios en nosotros, en cada uno de nosotros.

Queridos amigos, en este periodo meditemos en la gran y maravillosa riqueza del Misterio de la Encarnación, para permitir que el Señor nos ilumine y nos transforme cada vez más a imagen de su Hijo hecho hombre por nosotros.

Traducción del original italiano por José Antonio Varela V.