El Papa responde a preguntas de jóvenes de Roma
Santidad, soy
Simone,
de la parroquia de San Bartolomé; tengo 21 años y estudio ingeniería química
en la universidad "La Sapienza" de Roma.
Ante todo, quiero darle las gracias por habernos dirigido el Mensaje para la
XXI Jornada mundial de la juventud sobre el tema de la palabra de Dios que
ilumina los pasos de la vida del hombre. Ante las preocupaciones, las
incertidumbres con respecto al futuro e incluso simplemente cuando afronto la
rutina de la vida diaria, también yo siento la necesidad de alimentarme de la
palabra de Dios y conocer mejor a Cristo, a fin de encontrar respuestas a mis
interrogantes. A menudo me pregunto qué haría Jesús si estuviera en mi lugar
en una situación determinada, pero no siempre logro comprender lo que me dice
la Biblia. Además, sé que los libros de la Biblia fueron escritos por hombres
diversos, en épocas diversas y todas muy lejos de mí. ¿Cómo puedo reconocer
que lo que leo es, en cualquier caso, palabra de Dios que interpela mi vida?
Muchas gracias.
·
Benedicto XVI:
Respondo subrayando por ahora un primer punto: ante todo se debe decir que es
preciso leer la sagrada Escritura no como un libro histórico cualquiera, por
ejemplo como leemos a Homero, a Ovidio o a Horacio. Hay que leerla realmente
como palabra de Dios, es decir, entablando una conversación con Dios. Al
inicio hay que orar, hablar con el Señor: "Ábreme la puerta". Es lo que dice
con frecuencia san Agustín en sus homilías: "He llamado a la puerta de la
Palabra para encontrar finalmente lo que el Señor me quiere decir". Esto me
parece muy importante. La Escritura no se lee en un clima académico, sino
orando y diciendo al Señor: "Ayúdame a entender tu palabra, lo que quieres
decirme en esta página".
Un segundo punto es: la sagrada Escritura introduce en la comunión con la
familia de Dios. Por tanto, la sagrada Escritura no se puede leer de forma
individual. Desde luego, siempre es importante leer la Biblia de un modo muy
personal, en una conversación personal con Dios, pero al mismo tiempo es
importante leerla en compañía de las personas con quienes se camina. Hay que
dejarse ayudar por los grandes maestros de la "lectio divina". Por ejemplo,
tenemos muchos libros buenos del cardenal Martini, un auténtico maestro de la
"lectio divina", que ayuda a penetrar en el sentido de la sagrada Escritura.
Él, que conoce bien todas las circunstancias históricas, todos los elementos
característicos del pasado, siempre trata de explicar que muchas palabras
aparentemente del pasado son también muy actuales. Estos maestros nos ayudan a
comprender mejor y también a aprender cómo se debe leer la sagrada Escritura.
Por lo general, conviene leerla también en compañía de los amigos que están en
camino conmigo y buscan, juntamente conmigo, cómo vivir con Cristo, qué vida
nos viene de la palabra de Dios.
Un tercer punto: si es importante leer la sagrada Escritura con la ayuda de
maestros, acompañados de los amigos, de los compañeros de camino, es
importante de modo especial leerla en la gran compañía del pueblo de Dios
peregrino, es decir, en la Iglesia. La sagrada Escritura tiene dos sujetos.
Ante todo el sujeto divino: es Dios quien habla. Pero Dios ha querido implicar
al hombre en su palabra. Mientras que los musulmanes están convencidos de que
el Corán fue inspirado oralmente por Dios, nosotros creemos que para la
sagrada Escritura es característica -como dicen los teólogos- la "sinergia",
la colaboración de Dios con el hombre. Dios implica a su pueblo con su palabra
y así el segundo sujeto -como he dicho, el primer sujeto es Dios- es humano.
Están los escritores, pero también está la continuidad de un sujeto
permanente: el pueblo de Dios que camina con la palabra de Dios y está en
diálogo con Dios. Escuchando a Dios se aprende a escuchar la palabra de Dios y
luego también a interpretarla. Así se hace presente la palabra de Dios, porque
las personas mueren, pero el sujeto vital, el pueblo de Dios, está siempre
vivo y es idéntico a lo largo de los milenios: es siempre el mismo sujeto
vivo, en el que vive la Palabra.
Así se explican también muchas estructuras de la sagrada Escritura, sobre todo
la así llamada "relectura". Un texto antiguo es releído en otro libro,
-pongamos- cien años después, y entonces se entiende plenamente lo que no era
perceptible en aquel momento anterior, aunque ya estaba contenido en el texto
precedente. Y es releído otra vez algún tiempo después, y de nuevo se
comprenden otros aspectos, otras dimensiones de la Palabra; y así, en esta
permanente relectura y reescritura en el contexto de una continuidad profunda,
mientras se sucedían los tiempos de la espera, fue desarrollándose la sagrada
Escritura. Por último, con la venida de Cristo y con la experiencia de los
Apóstoles, la Palabra se hizo definitiva, de forma que ya no puede haber más
reescrituras, pero siguen siendo necesarias nuevas profundizaciones de nuestra
comprensión. El Señor dijo: "El Espíritu Santo os introducirá en una
profundidad que ahora no podéis tener".
Así pues, la comunión de la Iglesia es el sujeto vivo de la Escritura. Pero
también ahora el sujeto principal es el mismo Señor, el cual sigue hablando en
la Escritura que está en nuestras manos. Creo que debemos aprender estos tres
elementos: leerla en conversación personal con el Señor; leerla acompañados
por maestros que tienen la experiencia de la fe, que han penetrado en el
sentido de la sagrada Escritura; leerla en la gran compañía de la Iglesia, en
cuya liturgia estos acontecimientos se hacen siempre presentes de nuevo, en la
que el Señor nos habla ahora a nosotros, de forma que poco a poco penetramos
cada vez más en la sagrada Escritura, en la que Dios habla realmente con
nosotros hoy.
Santo Padre, soy Anna, tengo 19 años; estudio literatura y pertenezco a
la parroquia de la Virgen del Carmen.
Uno de los principales problemas que debemos afrontar es el afectivo. A menudo
tenemos dificultad para amar, porque es fácil confundir amor con egoísmo,
sobre todo hoy, donde gran parte de los medios de comunicación social nos
imponen una visión individualista, secularizada, de la sexualidad; donde todo
parece lícito y todo se permite en nombre de la libertad y de la conciencia de
las personas. La familia fundada en el matrimonio parece ya prácticamente una
invención de la Iglesia, por no hablar de las relaciones prematrimoniales,
cuya prohibición se presenta, incluso a muchos de los que somos creyentes,
como algo incomprensible o pasado de moda... Sabiendo que somos muchos los que
queremos vivir responsablemente nuestra vida afectiva, ¿quiere explicarnos qué
nos dice al respecto la palabra de Dios? Muchas gracias.
·
Benedicto XVI:
Se trata de un gran problema y, ciertamente, no es posible responder en pocos
minutos, pero trataré de decir algo. Ya Anna dio una respuesta al decir que
hoy el amor a menudo es mal interpretado cuando se presenta como una
experiencia egoísta, mientras que en realidad consiste en abandonarse y así se
transforma en encontrarse. Ella dijo también que una cultura consumista
falsifica nuestra vida con un relativismo que parece concedernos todo y en
realidad nos vacía. Pero entonces escuchamos la palabra de Dios a este
respecto. Anna, con razón, quería saber qué dice la palabra de Dios.
Para mí es muy hermoso constatar que ya en las primeras páginas de la sagrada
Escritura, inmediatamente después del relato de la creación del hombre,
encontramos la definición del amor y del matrimonio. El autor sagrado nos
dice: "El hombre abandonará a su padre y a su madre, seguirá a su mujer y
ambos serán una sola carne", una única existencia. Estamos al inicio y ya se
nos da una profecía de lo que es el matrimonio; y esta definición permanece
idéntica también en el Nuevo Testamento. El matrimonio es este seguir al otro
en el amor y así llegar a ser una sola existencia, una sola carne, y por eso
inseparables; una nueva existencia que nace de esta comunión de amor, que une
y así también crea futuro.
Los teólogos medievales, interpretando esta afirmación que se encuentra al
inicio de la sagrada Escritura, decían que el matrimonio fue el primero de los
siete sacramentos en ser instituido por Dios, dado que lo instituyó ya en el
momento de la creación, en el Paraíso, al inicio de la historia, y antes de
toda historia humana. Es un sacramento del Creador del universo; por tanto, ha
sido inscrito precisamente en el ser humano mismo, que está orientado hacia
este camino, en el que el hombre deja a sus padres y se une a su mujer para
formar una sola carne, para que los dos lleguen a ser una sola existencia.
Por tanto, el sacramento del matrimonio no es una invención de la Iglesia; en
realidad, fue creado juntamente con el hombre como tal, como fruto del
dinamismo del amor, en el que el hombre y la mujer se encuentran mutuamente y
así encuentran también al Creador que los llamó al amor.
Es verdad que el hombre cayó y fue expulsado del Paraíso o, por decirlo de
otra forma, con palabras más modernas, es verdad que todas las culturas están
contaminadas por el pecado, por los errores del hombre en su historia, y así
queda oscurecido el plan inicial inscrito en nuestra naturaleza. De hecho, en
las culturas humanas hallamos este oscurecimiento del plan original de Dios.
Sin embargo, al mismo tiempo, observando las culturas, toda la historia
cultural de la humanidad, constatamos también que el hombre nunca ha podido
olvidar del todo este plan inscrito en lo más profundo de su ser. En cierto
sentido, siempre ha sabido que las demás formas de relación entre el hombre y
la mujer no correspondían realmente al plan original sobre su ser. De este
modo, vemos cómo las culturas, sobre todo las grandes culturas, siempre de
nuevo se orientan hacia esta realidad, la monogamia, el ser hombre y mujer una
carne sola. Así en la fidelidad puede crecer una nueva generación, puede
continuarse una tradición cultural, renovándose y realizando, en la
continuidad, un auténtico progreso.
El Señor, que habló de esto mediante la voz de los profetas de Israel,
aludiendo a la concesión del divorcio por parte de Moisés, dijo: "Moisés os lo
concedió "por la dureza de vuestro corazón"". El corazón después del pecado
"se endureció", pero este no era el plan del Creador; y los profetas, cada vez
con mayor claridad, insistieron en ese plan originario. Para renovar al
hombre, el Señor, aludiendo a esas voces proféticas que siempre guiaron a
Israel hacia la claridad de la monogamia, reconoció con Ezequiel que, para
vivir esta vocación, necesitamos un corazón nuevo; en vez del corazón de
piedra -como dice Ezequiel- necesitamos un corazón de carne, un corazón
realmente humano.
Y en el bautismo, mediante la fe, el Señor "implanta" en nosotros este corazón
nuevo. No es un trasplante físico, pero tal vez precisamente esta comparación
nos puede servir: después de un trasplante el organismo necesita cuidados,
necesita recibir las medicinas necesarias para poder vivir con el nuevo
corazón, de forma que llegue a ser "su corazón" y no "el corazón de otro". En
este "trasplante" espiritual, en el que el Señor nos implanta un corazón
nuevo, un corazón abierto al Creador, a la vocación de Dios, para poder vivir
con este corazón nuevo hacen falta cuidados adecuados, hay que recurrir a las
medicinas oportunas para que el nuevo corazón llegue a ser realmente "nuestro
corazón". Viviendo así en la comunión con Cristo, con su Iglesia, el nuevo
corazón llega a ser realmente "nuestro corazón" y se hace posible el
matrimonio. El amor exclusivo entre un hombre y una mujer, la vida en común de
dos personas tal como la diseñó el Creador resulta posible, aunque el ambiente
de nuestro mundo la haga tan difícil que parezca imposible.
El Señor nos da un corazón nuevo y nosotros debemos vivir con este corazón
nuevo, usando la terapias convenientes para que sea realmente "nuestro". Así
es como vivimos lo que el Creador nos ha dado y esto crea una vida
verdaderamente feliz. De hecho, podemos verlo también en este mundo, a pesar
de tantos otros modelos de vida: hay muchas familias cristianas que viven con
fidelidad y alegría la vida y el amor indicados por el Creador; así crece una
nueva humanidad.
Por último, quisiera añadir: todos sabemos que para llegar a una meta en el
deporte y en la profesión hacen falta disciplina y renuncias, pero todo eso
contribuye al éxito, ayuda a alcanzar la meta que se buscaba. Así, también la
vida misma, es decir, el llegar a ser hombres según el plan de Jesús, exige
renuncias; pero esas renuncias no son algo negativo; al contrario, ayudan a
vivir como hombres con un corazón nuevo, a vivir una vida verdaderamente
humana y feliz.
Dado que existe una cultura consumista que quiere impedirnos vivir según el
plan del Creador, debemos tener la valentía de crear islas, oasis, y luego
grandes terrenos de cultura católica, en los que se viva el plan del Creador.
Santo Padre, soy Inelida, tengo 17 años; soy ayudante del jefe scout de
los lobatos en la parroquia de San Gregorio Barbarigo y estudio en el
instituto "Mario Mafai".
En su Mensaje para la XXI Jornada mundial de la juventud, usted nos dijo que
"es urgente que surja una nueva generación de apóstoles arraigados en la
palabra de Cristo". Son palabras tan fuertes y comprometedoras que casi dan
miedo. Ciertamente, también nosotros quisiéramos ser nuevos apóstoles, pero
¿quiere explicarnos con más detalle cuáles son, según usted, los mayores
desafíos de nuestro tiempo, y cómo sueña usted que deben ser estos nuevos
apóstoles? En otras palabras, ¿qué espera de nosotros, Santidad?
·
Benedicto XVI:
Todos nos preguntamos qué espera el Señor de nosotros. Me parece que el gran
desafío de nuestro tiempo -así me dicen también los obispos que realizan la
visita "ad limina", por ejemplo los de África- es el secularismo, es decir, un
modo de vivir y presentar el mundo como "si Deus non daretur", es decir, como
si Dios no existiera. Se quiere relegar a Dios a la esfera privada, a un
sentimiento, como si él no fuera una realidad objetiva; y así cada uno se
forja su propio proyecto de vida. Pero esta visión, que se presenta como si
fuera científica, sólo acepta como válido lo que se puede verificar con
experimentos. Con un Dios que no se presta al experimento de lo inmediato,
esta visión acaba por perjudicar también a la sociedad, pues de ahí se sigue
que cada uno se forja su propio proyecto y al final cada uno se sitúa contra
el otro. Como se ve, una situación en la que realmente no se puede vivir.
Debemos hacer que Dios esté nuevamente presente en nuestras sociedades. Esta
me parece la primera necesidad: que Dios esté de nuevo presente en nuestra
vida, que no vivamos como si fuéramos autónomos, autorizados a inventar lo que
son la libertad y la vida. Debemos tomar conciencia de que somos criaturas,
constatar que Dios nos ha creado y que seguir su voluntad no es dependencia
sino un don de amor que nos da vida.
Por tanto, el primer punto es conocer a Dios, conocerlo cada vez más,
reconocer en mi vida que Dios existe y que Dios cuenta para mí. El segundo
punto es el siguiente: si reconocemos que Dios existe, que nuestra libertad es
una libertad compartida con los demás y que por tanto debe haber un parámetro
común para construir una realidad común, surge la pregunta: ¿qué Dios? En
efecto, hay muchas imágenes falsas de Dios: un Dios violento, etc. La segunda
cuestión, por consiguiente, es reconocer al Dios que nos mostró su rostro en
Jesús, que sufrió por nosotros, que nos amó hasta la muerte y así venció la
violencia.
Hay que hacer presente, ante todo en nuestra "propia" vida, al Dios vivo, al
Dios que no es un desconocido, un Dios inventado, un Dios sólo pensado, sino
un Dios que se ha manifestado, que se reveló a sí mismo y su rostro. Sólo así
nuestra vida llega a ser verdadera, auténticamente humana; y sólo así también
los criterios del verdadero humanismo se hacen presentes en la sociedad.
También aquí, como dije en la primera respuesta, es verdad que no podemos
construir solos esta vida justa y recta, sino que debemos caminar en compañía
de amigos justos y rectos, de compañeros con los que podamos hacer la
experiencia de que Dios existe y que es hermoso caminar con Dios. Y caminar en
la gran compañía de la Iglesia, que nos presenta a lo largo de los siglos la
presencia del Dios que habla, que actúa, que nos acompaña. Por tanto, podría
decir: encontrar a Dios, encontrar al Dios que se reveló en Jesucristo,
caminar en compañía de su gran familia, con nuestros hermanos y hermanas que
forman la familia de Dios, esto me parece el contenido esencial de este
apostolado del que he hablado.
Santidad, me llamo Vittorio; soy de la parroquia de San Juan Bosco en
Cinecittà; tengo 20 años y estudio ciencias de la educación en la universidad
de Tor Vergata.
En ese mismo Mensaje nos invita a no tener miedo de responder con generosidad
al Señor, especialmente cuando propone seguirlo en la vida consagrada o en la
vida sacerdotal. Nos dice que no tengamos miedo, que nos fiemos de él y que no
quedaremos defraudados. Estoy convencido de que muchos de los que estamos
aquí, y muchos de los que nos siguen desde su casa a través de la televisión,
están pensando en seguir a Jesús por un camino de especial consagración, pero
no siempre es fácil descubrir si ese es el camino correcto. ¿Nos quiere decir
cómo descubrió usted cuál era su vocación? ¿Puede darnos consejos para
comprender mejor si el Señor nos llama a seguirlo en la vida consagrada o
sacerdotal? Muchas gracias.
·
Benedicto XVI:
Por lo que a mí se refiere, crecí en un mundo muy diferente del actual, pero,
en definitiva, las situaciones son semejantes. Por una parte, existía aún la
situación de "cristiandad", en la que era normal ir a la iglesia y aceptar la
fe como la revelación de Dios y tratar de vivir según la revelación; por otra,
estaba el régimen nazi, que afirmaba con voz muy fuerte: "En la nueva Alemania
no habrá ya sacerdotes, no habrá ya vida consagrada, no necesitamos ya a esta
gente; buscaos otra profesión".
Pero precisamente al escuchar esas "fuertes" voces, ante la brutalidad de
aquel sistema tan inhumano, comprendí que, por el contrario, había una gran
necesidad de sacerdotes. Este contraste, el ver aquella cultura antihumana, me
confirmó en la convicción de que el Señor, el Evangelio, la fe, nos indicaban
el camino correcto y nosotros debíamos esforzarnos por lograr que sobreviviera
ese camino.
En esa situación, la vocación al sacerdocio creció casi naturalmente junto
conmigo y sin grandes acontecimientos de conversión. Además, en este camino me
ayudaron dos cosas: ya desde mi adolescencia, con la ayuda de mis padres y del
párroco, descubrí la belleza de la liturgia y siempre la he amado, porque
sentía que en ella se nos presenta la belleza divina y se abre ante nosotros
el cielo. El segundo elemento fue el descubrimiento de la belleza del conocer,
el conocer a Dios, la sagrada Escritura, gracias a la cual es posible
introducirse en la gran aventura del diálogo con Dios que es la teología. Así,
fue una alegría entrar en este trabajo milenario de la teología, en esta
celebración de la liturgia, en la que Dios está con nosotros y hace fiesta
juntamente con nosotros.
Como es natural, no faltaron dificultades. Me preguntaba si tenía realmente la
capacidad de vivir durante toda mi vida el celibato. Al ser un hombre de
formación teórica y no práctica, sabía también que no basta amar la teología
para ser un buen sacerdote, sino que es necesario estar siempre disponible con
respecto a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos, a los pobres; es
necesario ser sencillos con los sencillos. La teología es hermosa, pero
también es necesaria la sencillez de la palabra y de la vida cristiana. Así
pues, me preguntaba: ¿seré capaz de vivir todo esto y no ser unilateral, sólo
un teólogo? Pero el Señor me ayudó; y me ayudó, sobre todo, la compañía de los
amigos, de buenos sacerdotes y maestros.
Volviendo a la pregunta, pienso que es importante estar atentos a los gestos
del Señor en nuestro camino. Él nos habla a través de acontecimientos, a
través de personas, a través de encuentros; y es preciso estar atentos a todo
esto. Luego, segundo punto, entrar realmente en amistad con Jesús, en una
relación personal con él; no debemos limitarnos a saber quién es Jesús a
través de los demás o de los libros, sino que debemos vivir una relación cada
vez más profunda de amistad personal con él, en la que podemos comenzar a
descubrir lo que él nos pide.
Luego, debo prestar atención a lo que soy, a mis posibilidades: por una parte,
valentía; y, por otra, humildad, confianza y apertura, también con la ayuda de
los amigos, de la autoridad de la Iglesia y también de los sacerdotes, de las
familias. ¿Qué quiere el Señor de mí? Ciertamente, eso sigue siendo siempre
una gran aventura, pero sólo podemos realizarnos en la vida si tenemos la
valentía de afrontar la aventura, la confianza en que el Señor no me dejará
solo, en que el Señor me acompañará, me ayudará.
Santo Padre, soy Giovanni, tengo 17 años, estudio en el instituto
"Giovanni Giorgi" de Roma y pertenezco a la parroquia de Santa María, Madre de
la Misericordia.
Le pido que nos ayude a entender mejor cómo pueden armonizarse la revelación
bíblica y las teorías científicas en la búsqueda de la verdad. A menudo nos
hacen creer que la ciencia y la fe son enemigas; que la ciencia y la técnica
son lo mismo; que la lógica matemática lo ha descubierto todo; que el mundo es
fruto de la casualidad; y que si la matemática no ha descubierto el
teorema-Dios es simplemente porque Dios no existe. Es decir, sobre todo cuando
estudiamos, no siempre es fácil descubrir en todas las cosas un proyecto
divino, inscrito en la naturaleza y en la historia del hombre. Así, a veces,
la fe flaquea o se reduce a un acto sentimental. También yo, Santo Padre, como
todos los jóvenes, tengo hambre de Verdad, pero ¿cómo puedo hacer para
armonizar ciencia y fe?
·
Benedicto XVI:
El gran Galileo dijo que Dios escribió el libro de la naturaleza con la forma
del lenguaje matemático. Estaba convencido de que Dios nos ha dado dos libros:
el de la sagrada Escritura y el de la naturaleza. Y el lenguaje de la
naturaleza -esta era su convicción- es la matemática; por tanto, la matemática
es un lenguaje de Dios, del Creador. Reflexionemos ahora sobre qué es la
matemática: de por sí, es un sistema abstracto, una invención del espíritu
humano que como tal, en su pureza, no existe. Siempre es realizado de forma
aproximada, pero, como tal, es un sistema intelectual, es una gran invención
-una invención genial- del espíritu humano. Lo sorprendente es que esta
invención de nuestra mente humana es realmente la clave para comprender la
naturaleza, que la naturaleza está realmente estructurada de modo matemático,
y que nuestra matemática, inventada por nuestro espíritu, es realmente el
instrumento para poder trabajar con la naturaleza, para ponerla a nuestro
servicio, para servirnos de ella mediante la técnica.
Me parece casi increíble que coincidan una invención del intelecto humano y la
estructura del universo: la matemática inventada por nosotros nos da realmente
acceso a la naturaleza del universo y nos permite utilizarlo. Por tanto,
coinciden la estructura intelectual del sujeto humano y la estructura objetiva
de la realidad: la razón subjetiva y la razón objetivada en la naturaleza son
idénticas. Creo que esta coincidencia entre lo que nosotros hemos pensado y el
modo como se realiza y se comporta la naturaleza, son un enigma y un gran
desafío, porque vemos que, en definitiva, es "una" la razón que las une a
ambas: nuestra razón no podría descubrir la otra si no hubiera una idéntica
razón en la raíz de ambas.
En este sentido, me parece que precisamente la matemática -en la que, como
tal, Dios no puede aparecer- nos muestra la estructura inteligente del
universo. Ahora hay también teorías basadas en el caos, pero son limitadas,
porque si hubiera prevalecido el caos, toda la técnica sería imposible. La
técnica es fiable sólo porque nuestra matemática es fiable. Nuestra ciencia,
que en definitiva permite trabajar con la energía de la naturaleza, supone la
estructura fiable, inteligente, de la materia.
Así, vemos que hay una racionalidad subjetiva y una racionalidad objetiva en
la materia, que coinciden. Naturalmente, ahora nadie puede probar -como se
prueba con experimentos, en las leyes técnicas- que ambas tuvieron su origen
en una única inteligencia, pero me parece que esta unidad de inteligencia,
detrás de las dos inteligencias, es realmente manifiesta en nuestro mundo. Y
cuanto más podamos servirnos del mundo con nuestra inteligencia, tanto más
manifiesto será el plan de la Creación.
Por último, para llegar a la cuestión definitiva, yo diría: Dios o existe o no
existe. Hay sólo dos opciones. O se reconoce la prioridad de la razón, de la
Razón creadora que está en el origen de todo y es el principio de todo -la
prioridad de la razón es también prioridad de la libertad- o se sostiene la
prioridad de lo irracional, por lo cual todo lo que funciona en nuestra tierra
y en nuestra vida sería sólo ocasional, marginal, un producto irracional; la
razón sería un producto de la irracionalidad. En definitiva, no se puede
"probar" uno u otro proyecto, pero la gran opción del cristianismo es la
opción por la racionalidad y por la prioridad de la razón. Esta opción me
parece la mejor, pues nos demuestra que detrás de todo hay una gran
Inteligencia, de la que nos podemos fiar.
Pero a mí me parece que el verdadero problema actual contra la fe es el mal en
el mundo: nos preguntamos cómo es compatible el mal con esta racionalidad del
Creador. Y aquí realmente necesitamos al Dios que se encarnó y que nos muestra
que él no sólo es una razón matemática, sino que esta razón originaria es
también Amor. Si analizamos las grandes opciones, la opción cristiana es
también hoy la más racional y la más humana. Por eso, podemos elaborar con
confianza una filosofía, una visión del mundo basada en esta prioridad de la
razón, en esta confianza en que la Razón creadora es Amor, y que este amor es
Dios.
Al final, Benedicto XVI entregó a un grupo de jóvenes, en representación de
todos, la sagrada Escritura y les dijo:
A fin de que, escuchándola con atención, sea cada vez más lámpara para vuestros pasos y luz en vuestro camino. Queridos jóvenes, amad la palabra de Dios y amad a la Iglesia, que os permite acceder a un tesoro de tanto valor, ayudándoos a apreciar sus riquezas. Permaneced fieles a la Palabra que esta tarde la Iglesia, a través del Sucesor de Pedro, os entrega, seguros de lo que nos dice el evangelista san Juan: "Si permanecéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8, 31-32).
Benedicto XVI impartió la bendición y prosiguió:
Y ahora, como conclusión de este encuentro, queridos amigos, deseamos recordar a un testigo de la palabra de Dios, mi venerado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II. De acuerdo con la exhortación de la carta a los Hebreos, también nosotros queremos recordarlo como el que nos ha anunciado la palabra de Dios y considerando atentamente el final de su vida, queremos comprometernos a imitar su fe. Por eso, con algunos de vosotros iré ahora a su tumba, a donde llevaremos la cruz del Año santo, que os entregó al comienzo de las Jornadas mundiales de la juventud, y el icono de María santísima, Salus Populi Romani. Os pido que me acompañéis en esta peregrinación uniéndoos a mi plegaria. Pidamos al Señor que recompense al Papa Juan Pablo II por su gran obra de difusión del Evangelio en el mundo y pidamos para nosotros su mismo celo apostólico, a fin de que la Palabra de salvación, por obra de la Iglesia, se difunda en todos los ambientes de vida y llegue a todo hombre hasta los extremos confines de la tierra.