¡Queridos hermanos
y hermanas!
Como el querido Juan
Pablo II solía hacer después de cada peregrinación apostólica, también
yo querría hoy recorrer junto a vosotros los días pasados en Colonia,
con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.
La Providencia divina
ha querido que mi primer viaje pastoral fuera de Italia tuviera como
meta precisamente mi país de origen y con motivo del gran encuentro de
los jóvenes del mundo, veinte años después de la institución de la
Jornada Mundial de la Juventud, surgida de la intuición profética de mi
inolvidable predecesor. Tras mi regreso, desde lo profundo de mi
corazón, doy gracias a Dios por el don de esta peregrinación, de la que
conservaré un querido recuerdo. Todos hemos experimentado que era un don
de Dios. Ciertamente muchos han colaborado, pero al final la gracia de
este encuentro era un don de lo Alto, del Señor. Mi gratitud se dirige
al mismo tiempo a todos los que con compromiso y amor han preparado y
organizado este encuentro en cada una de sus fases: en primer lugar, al
arzobispo de Colonia, el cardenal Joachim Meisner, al cardenal Karl
Lehmann, presidente de la Conferencia Episcopal, y a los obispos de
Alemania, con los que me encontré precisamente al final de mi visita.
Quisiera, después, dar las gracias nuevamente a las autoridades, a las
organizaciones y voluntarios que han ofrecido su contribución. Doy
también las gracias a las personas y comunidades que, desde todas las
partes del mundo, han dado su apoyo con la oración y a los enfermos, que
han ofrecido sus sufrimientos por el éxito espiritual de esta importante
cita.
El abrazo con los
jóvenes participantes en la Jornada Mundial de la Juventud comenzó desde
mi llegada al aeropuerto de Colonia-Bonn y fue haciéndose cada vez más
emocionante al recorrer el Rhin desde el muelle de Rodenkirchenerbrucke
hasta Colonia, escoltados por cinco embarcaciones en representación de
los cinco continentes. Luego fue sumamente sugerente el alto ante el
embarcadero del Poller Rheinwiesen, donde estaban presentes miles y
miles de jóvenes, con los que mantuve el primer encuentro oficial,
llamado oportunamente «fiesta de la acogida», que tenía como lema las
palabras de los Magos: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?»
(Mateo 2, 2). Fueron precisamente los Magos los «guías» para esos
jóvenes peregrinos hacia Cristo. Qué significativo es el hecho de que
todo esto haya tenido lugar mientras nos encaminamos hacia la conclusión
del Año Eucarístico, convocado por Juan Pablo II! «Hemos venido a
adorarle», el tema del Encuentro, invitó a todos a seguir a los Magos, y
a cumplir junto a ellos un viaje interior de conversión hacia el Emanuel,
el Dios con nosotros, para conocerle, encontrarle, adorarle, y, después
de haberle encontrado y adorado, volver a comenzar llevando en el
espíritu, en nuestra intimidad, su luz y alegría.
En Colonia, los
jóvenes han podido profundizar en varias ocasiones en estos temas
espirituales y han sido estimulados por el Espíritu Santo a ser testigos
de Cristo, que en la Eucaristía prometió quedarse realmente presente
entre nosotros hasta el final del mundo. Vuelvo a pensar en varios
momentos que tuve la alegría de compartir con ellos, especialmente en la
vigilia del sábado por la noche y en la celebración conclusiva del
domingo. A estas sugerentes manifestaciones de fe se unieron millones de
otros jóvenes de todos los rincones de la tierra, gracias a las
providenciales transmisiones de radio y televisión. Pero quisiera evocar
aquí un encuentro singular, el de los seminaristas, jóvenes llamados a
un seguimiento más radical de Cristo, maestro y pastor. Quise que
hubiera un momento específico dedicado para ellos para resaltar también
la dimensión vocacional típica de las Jornadas Mundiales de la Juventud.
Muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada han surgido en
estos veinte años precisamente durante las Jornadas Mundiales de la
Juventud, ocasiones privilegiadas en las que el Espíritu Santo deja
escuchar su llamada.
En el contexto lleno
de esperanza de las Jornadas de Colonia, se enmarca muy bien el
encuentro con los representantes de las demás iglesias y comunidades
eclesiales. El papel de Alemania en el diálogo ecuménico es importante,
ya sea por la triste historia de divisiones, ya sea por el papel
significativo que ha desempeñado en el camino de la reconciliación.
Deseo que el diálogo, como intercambio recíproco de dones y no sólo de
palabras, contribuya además a hacer crecer y madurar esa «sinfonía»
ordenada y armoniosa que es la unidad católica. En esta perspectiva, las
Jornadas Mundiales de la Juventud representan un válido «laboratorio»
ecuménico. Y, ¿cómo no revivir con emoción la visita a la Sinagoga de
Colonia, en la que tiene su sede la comunidad judía más antigua de
Alemania? Con los hermanos judíos recordé la Shoá, y el sexagésimo
aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis. Este
año se celebra, además, el cuadragésimo aniversario de la declaración
conciliar «Nostra aetate», que inauguró una nueva estación de diálogo y
de solidaridad espiritual entre judíos y cristianos, así como de estima
por las demás grandes tradiciones religiosas. Entre estas, ocupa un
lugar particular el Islam, cuyos seguidores adoran al único Dios y se
remontan con gusto al patriarca Abraham. Por este motivo, quise
encontrarme con los representantes de algunas comunidades musulmanas, a
los que manifesté las esperanzas y las preocupaciones del difícil
momento histórico que estamos viviendo, deseando que se extirpe el
fanatismo y la violencia y que juntos podamos colaborar siempre en la
defensa de la dignidad de la persona humana y tutelar sus derechos
fundamentales.
Queridos hermanos y
hermanas, desde el corazón de la «vieja» Europa, que en el siglo pasado,
por desgracia, experimentó horrendos conflictos y regímenes inhumanos,
los jóvenes han vuelto a lanzar a la humanidad de nuestro tiempo el
mensaje de la esperanza que no decepciona, pues está fundada sobre la
Palabra de Dios, hecha carne en Jesucristo, muerto y resucitado por
nuestra salvación. En Colonia, los jóvenes han encontrado y adorado al
Emmanuel, el Dios con nosotros, en el misterio de la Eucaristía y han
comprendido mejor que la Iglesia es la gran familia por la que Dios
forma un espacio de comunión y de unidad entre todo continente, cultura
y raza, por así decir, una «gran comitiva de peregrinos» guiados por
Cristo, estrella radiante que ilumina la historia. Jesús se hace nuestro
compañero de viaje en la Eucaristía, y en la Eucaristía --así decía en
la homilía de la celebración conclusiva tomando de la física una imagen
muy conocida-- produce la «fisión nuclear» en el corazón más escondido
del ser. Sólo esta íntima explosión del bien que vence al mal puede dar
vida a otras transformaciones necesarias para cambiar el mundo. Recemos,
por tanto, para que los jóvenes de Colonia lleven consigo la luz de
Cristo, que es verdad y amor, y la difundan por doquier. De este modo
podremos asistir a una nueva primavera de esperanza en Alemania, en
Europa y en todo el mundo.
[Traducción del
original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa
dirigió este saludo a los peregrinos en castellano:]
Queridos hermanos y
hermanas:
La divina Providencia
ha querido que el primer viaje apostólico fuera de Italia fuera en mi
País de origen con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud,
instituida con intuición profética por mi inolvidable predecesor Juan
Pablo II. El primer encuentro con los jóvenes a lo largo del Rin, en la
«fiesta de acogida», y los sucesivos han dejado un recuerdo imborrable.
Los Reyes Magos han sido, para los jóvenes de tantos países y culturas,
como los «guías» que los han acompañado hacia Cristo para adorarlo en el
misterio de su presencia en la Eucaristía.
En Colonia los jóvenes
se han sentido movidos por el Espíritu Santo para ser testigos
entusiastas y coherentes de Cristo, que en la Eucaristía ha prometido
permanecer realmente presente entre nosotros hasta el fin del mundo.
Emotivo ha sido el encuentro con los jóvenes seminaristas, llamados en
un seguimiento radical de Cristo.
Han tenido una
resonancia particular el encuentro ecuménico con representantes de
Iglesias y Comunidades eclesiales, así como la visita a la Sinagoga de
Colonia y el encuentro con representantes de algunas Comunidades
musulmanas, con una actitud de sincero diálogo y mutua comprensión.
Saludo ahora a los
peregrinos de lengua española, en particular a los grupos parroquiales
de varia diócesis españolas y a los jóvenes de las diócesis: Guayaquil
(Ecuador) y Nueve de Julio (Argentina), así como a los demás fieles de
América Latina. Como los Magos, buscad a Jesús, que es el rostro
misericordioso del Padre, que sigue iluminando la vida de todo hombre.
(Vaticano) |