Intervención de Benedicto XVI
en su primera audiencia general
Explica por qué escogió este nombre
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 27 abril 2005 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención del Papa Benedicto XVI en la audiencia general de
este miércoles celebrada en la plaza de San Pedro en la que reveló los motivos
por los que ha asumido este nombre al ser elegido obispo de Roma.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
Os acojo con alegría y os dirijo un cordial saludo a cuantos estáis aquí
presentes, así como a quienes nos siguen a través de la radio y de la
televisión. Como ya dije en el primer encuentro con los señores cardenales,
precisamente el miércoles de la semana pasada en la Capilla Sixtina, experimento
en mi espíritu sentimientos contrastantes entre sí en estos días de inicio de mi
ministerio petrino: asombro y gratitud a Dios, que me ha sorprendido ante todo a
mí mismo al llamarme a suceder al apóstol Pedro; conmoción interior ante la
magnitud de la tarea y la responsabilidad que me ha confiado. Pero al mismo
tiempo me da serenidad y alegría la certeza de su ayuda y la de su Madre
Santísima, la Virgen María y de sus santos protectores. Me siento apoyado además
por la cercanía espiritual de todo el Pueblo de Dios, al que, como repetí el
domingo pasado, pido que me siga acompañando con su oración insistente.
Tras el fallecimiento de mi venerado predecesor, Juan Pablo II, se reanudan hoy
las tradicionales audiencias generales del miércoles. En este primer encuentro,
quisiera ante todo detenerme en el nombre que he escogido al convertirme en
obispo de Roma y pastor universal de la Iglesia. He querido llamarme Benedicto
XVI para unirme idealmente con el venerado pontífice Benedicto XV, que guió a la
Iglesia en un periodo difícil a causa del primer conflicto mundial. Fue valiente
y auténtico profeta de paz y trabajó con gran valentía para evitar el drama de
la guerra y después para limitar sus nefastas consecuencias. Siguiendo sus
huellas, deseo poner mi ministerio al servicio de la reconciliación y armonía
entre los hombres y los pueblos, con el profundo convencimiento de que el gran
bien de la paz es sobre todo un don de Dios, frágil y precioso, que tenemos que
invocar, defender y construir todos los días con la colaboración de todos.
El nombre Benedicto evoca, además, la extraordinaria figura del gran «patriarca
del monaquismo occidental», san Benito de Nursia [en latín e italiano Benedicto
y Benito es el mismo nombre, ndt.], patrón de Europa junto con lo santos Cirilo
y Metodio. La progresiva expansión de la Orden benedictina por él fundada ha
ejercido un influjo enorme en la difusión del cristianismo en todo el
continente. Por esto, san Benito es sumamente venerado en Alemania y, en
particular, en Baviera, mi tierra de origen; constituye un punto fundamental de
referencia para la unidad de Europa y un fuerte recuerdo de las irrenunciables
raíces cristianas de su cultura y de su civilización.
De este padre del monaquismo occidental conocemos el consejo dejado a los monjes
en su «Regla»: «no anteponer nada al amor de Cristo» (capítulo 4). Al inicio de
mi servicio como sucesor de Pedro, pido a san Benito que nos ayude a mantener
con firmeza a Cristo en el centro de nuestra existencia. ¡Que en nuestros
pensamientos y en todas nuestras actividades siempre esté en el primer lugar!
Mi pensamiento vuelve con cariño a mi venerado predecesor, Juan Pablo II, a
quien le debemos una extraordinaria herencia espiritual. «Nuestras comunidades
cristianas --escribió en la carta apostólica Novo millennio ineunte tienen que
llegar a ser auténticas escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no se
exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias,
alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el arrebato
del corazón» (n. 33). Él mismo trató de aplicar estas indicaciones dedicando las
catequesis del miércoles de los últimos tiempos al comentario de los Salmos de
los Laudes y de las Vísperas. Como hizo al inicio de su pontificado, cuando
quiso continuar las reflexiones comenzadas por su predecesor sobre las virtudes
cristianas (Cf. Catequesis de Juan Pablo II, 1978), también yo quiero proponer
en las próximas citas semanales el comentario que él había preparado sobre la
segunda parte de los Salmos y cánticos que conforman las Vísperas. El próximo
miércoles, retomaré precisamente donde se habían interrumpido sus catequesis, en
la audiencia general del 26 de enero pasado.
Queridos amigos, gracias nuevamente por vuestra visita, gracias por el afecto
con el que me rodeáis. Intercambio estos sentimientos con una especial
bendición, que os imparto a los que estáis aquí presentes, a vuestros familiares
y a todas las personas queridas.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia, el Papa resumió en varios idiomas su intervención. Estas fueron sus
palabras en castellano.]
Queridos hermanos y hermanas:
Al inicio de mi ministerio como sucesor de Pedro he sentido asombro y gratitud a
Dios, que me ha sorprendido ante todo a mí mismo al llamarme a esta gran
responsabilidad. Pero también me da serenidad y alegría la certeza de su ayuda y
la de su Madre Santísima. Me siento apoyado además por la cercanía espiritual de
todo el Pueblo de Dios, al cual pido que me siga acompañando con su oración.
Al reanudar las Audiencias de los miércoles, quiero referirme al nombre elegido
como Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal. He tomado el nombre de
Benedicto XVI en relación con el Papa Benedicto XV, un valiente y auténtico
profeta de paz ante el drama de la primera guerra mundial. Como él, deseo
ponerme al servicio de la reconciliación y armonía entre los hombres y los
pueblos, porque el gran bien de la paz es sobre todo un don de Dios, que hemos
de defender y construir entre todos. El nombre Benedicto evoca, además, la
extraordinaria figura de san Benito. Él es un punto de referencia para la unidad
de Europa y las irrenunciables raíces cristianas de su cultura y civilización.
Saludo ahora a los peregrinos españoles y a la Estudiantina del Instituto
católico "La Paz" de Querétaro (México), así como a los demás fieles venidos de
España y América Latina, y a cuantos están unidos a través de la radio o la
televisión. Queridos amigos: gracias por vuestro afecto; os bendigo a todos, a
vuestras familias y seres queridos.