Por Jose Antonio Varela Vidal
CIUDAD DEL VATICANO, 13 de enero de 2013 (Zenit.org) - Hoy durante el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, el papa Benedicto XVI centró su reflexión en el Bautismo del Señor, fiesta con la cual se cierra el tiempo de Navidad en el calendario litúrgico de la Iglesia latina.
Realzando la tradición oriental del cristianismo, el santo padre enseñó que Jesús –ya adulto--, se sumerge en las aguas del río Jordán, “santificando así las aguas del cosmos entero”.
Sobre este pasaje de los evangelios, que marca el inicio de la vida pública de Cristo, el Catequista universal se preguntó: “¿por qué Jesús, en el que no había huella del pecado, se hizo bautizar por Juan? ¿Por qué quería hacer ese gesto de penitencia y conversión, junto con tantas personas que querían prepararse para la venida del Mesías?”
Todo por amor
El gesto del bautismo de Jesús por su primo Juan –continuó el papa--, “se pone en la misma línea de la Encarnación, de la bajada de Dios desde lo más alto hasta el abismo de los infiernos”. Porque el significado de este “movimiento descendente” de Dios, se tendría que resumir en una sola palabra: “el amor, que es el mismo nombre de Dios”.
Fueron tres las frases evangélicas que utilizó para fundamentar lo dicho. Una se refiere a 1 Jn. 4,9-10, donde el apóstol Juan escribe: "En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios; en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él" y lo envió "como víctima de expiación por nuestros pecados".
“Por eso” –continuó--, “es que el primer acto público de Jesús fue ser bautizado por Juan”. Y cita Jn. 1,29, que narra aquel ansiado encuentro a orillas del Jordán, cuando Juan viéndolo llegar dice: “He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo".
Culmina la escena, citando al evangelista Lucas que testifica cómo Jesús, cuando fue bautizado, mientras oraba, “se abrió el cielo y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: "Tú eres mi hijo, yo hoy te he engendrado” (cf. 3, 21-22).
Una vida nueva
Este Jesús, según dijo Benedicto XVI, “es el Hijo de Dios, que está totalmente inmerso en la voluntad de amor del Padre (y) es Aquel que morirá en la cruz y resucitará por el poder del mismo Espíritu que ahora se posa en Él y lo consagra”.
Se refirió a Jesús también como “el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, es decir en el amor; el hombre que, de cara al mal en el mundo, elige el camino de la humildad y de la responsabilidad, decide no salvarse a sí mismo, sino dar la vida por la verdad y la justicia”.
En un paralelo con la vida de quien quiera seguir a Cristo, refirió que “ser cristiano es vivir así, pero este tipo de vida implica un renacer: renacer de lo alto, de Dios, por la gracia”. Este renacimiento, es decir el bautismo, fue dado por Jesús a la Iglesia “para regenerar a los hombres hacia una vida nueva”.
Recordó finalmente que, siguiendo una tradición de los papas, en la mañana había bautizado a un grupo grande de niños, nacidos en los últimos tres o cuatro meses.
Fue propicia la ocasión para bendecir a los recién nacidos, pero sobre todo, para “animar a todos a hacer memoria del propio Bautismo, de aquel renacimiento espiritual que nos ha abierto el camino a la vida eterna (y que) en este Año de la fe, (se) descubra la belleza de haber renacido de lo alto, del amor de Dios, y vivir como su verdadero hijo”.
Se puede leer el texto completo de las palabras del papa en:
Ser
cristiano implica renacer por la gracia de lo alto, de Dios
Reflexión del papa en la oración del Ángelus
Benedicto XVI
CIUDAD DEL VATICANO, Sunday 13 January 2013 (Zenit.org).
En este domingo del Bautismo del Señor, el papa rezó el Ángelus con los
fieles venidos hasta la plaza de San Pedro, con motivo del final del tiempo
de Navidad. Ofrecemos a los lectores el texto íntegro del santo padre al
introducir la oración mariana.
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Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo después de la Epifanía del Señor, termina el tiempo litúrgico
de la Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo sol que
aparece en el horizonte de la humanidad, disipa las tinieblas del mal y de
la ignorancia.
Hoy celebramos la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel niño, hijo de la
Virgen, que hemos contemplado en el misterio de su nacimiento, lo vemos hoy
adulto sumergiéndose en las aguas del río Jordán, y santificando así las
aguas del cosmos entero, como lo demuestra la tradición oriental.
Pero ¿por qué Jesús, en el que no había huella del pecado, se hizo bautizar
por Juan? ¿Por qué quería hacer ese gesto de penitencia y conversión, junto
con tantas personas que querían prepararse para la venida del Mesías?
Ese gesto --que marca el comienzo de la vida pública de Jesús--, se pone en
la misma línea de la Encarnación, de la bajada de Dios desde lo más alto
hasta el abismo de los infiernos. El significado de este movimiento
descendente de Dios se resume en una única palabra: el amor, que es el mismo
nombre de Dios
El apóstol Juan escribe: "En esto se manifestó entre nosotros el amor de
Dios; en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio
de él" y lo envió "como víctima de expiación por nuestros pecados" (1 Jn.
4,9-10). Por eso es que el primer acto público de Jesús fue ser bautizado
por Juan, el cual viéndolo llegar dice: “He aquí el cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo" (Jn. 1,29). Dice el evangelista Lucas que cuando
Jesús fue bautizado, "oraba, se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu
Santo en forma corporal, como una paloma; y se vino una voz del cielo: "Tú
eres mi hijo, yo hoy te he engendrado” (3, 21-22).
Este Jesús es el Hijo de Dios, que está totalmente inmerso en la voluntad de
amor del Padre. Este Jesús es Aquel que morirá en la cruz y resucitará por
el poder del mismo Espíritu que ahora se posa en Él y lo consagra. Este
Jesús es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, es decir en el
amor; el hombre que, de cara al mal en el mundo, elige el camino de la
humildad y de la responsabilidad, decide no salvarse a sí mismo, sino dar la
vida por la verdad y la justicia. Ser cristiano es vivir así, pero este tipo
de vida implica un renacer: renacer de lo alto, de Dios, por la gracia.
Este renacimiento es el bautismo, que Cristo ha dado a la Iglesia para
regenerar a los hombres hacia una vida nueva. Dice un antiguo texto
atribuido a san Hipólito: "Quien cae con fe en este baño de regeneración,
renuncia al diablo y se ubica al lado de Cristo, niega al enemigo y reconoce
que Cristo es Dios, se despoja de la esclavitud y se reviste de la adopción
filial" (Discurso sobre la Epifanía, 10: PG 10, 862).
Según la tradición, esta mañana he tenido la alegría de bautizar a un grupo
grande de niños que han nacido en los últimos tres o cuatro meses. En este
momento me gustaría extender mi oración y mi bendición a todos los recién
nacidos; pero sobre todo animar a todos a hacer memoria del propio Bautismo,
de aquel renacimiento espiritual que nos ha abierto el camino a la vida
eterna.
Ojalá que cada cristiano, en este Año de la fe; descubra la belleza de haber
renacido de lo alto, del amor de Dios, y vivir como su verdadero hijo.
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.