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EL ACCESO AL PADRE


NOTA PRELIMINAR

524 Pablo describe la novedad cristiana como el acceso ('Rpo-GayQyl'I) que el hombre tiene al Padre por Cristo en el Espíritu Santo (Ef 2,18). Consideraremos a continuación di-versos aspectos de este acceso, de esta relación que el hombre inserto en Cristo adquiere con las personas divinas. Distinguiremds cuatro temas, que se presentan con frecuencia en la Escritura: 1) el tema de la paz; 2) el tema de la amistad; 3) el tema de la inhabitación; 4) el tema de la filiación. El orden de estos cuatro temas es progresivo, partimos del menos determinado al más determinado: de esta forma, la realidad genérica de la paz se especifica al tratarse de una paz como la que reina entre amigos; el concepto de amistad queda completado y explicado, al tratar de una amistad por la que el amigo divino se hace misteriosamente presente en el hombre, lo mismo que en un templo; y el tema de la amistad y el de la inhabitación reciben su unidad en el tema de la filiación divina.

LA PAZ CON DIOS

BIBLIOGRAFÍA

525 Sobre la paz, cf. F. BücxsEL, 'Allasso: GLNT 1, 673-696; J. COMBLIN, La paix dans la théologie de saint Luc: ETL 32 (1956) 439-460; G. VON RAD - W. FOERSTER, Eipr)vr): GLNT 3, 191-244; H. GROSS, Paz: DTB 778-783; E. VOLT, Pax hominibus bonae voluntatis: Bibl 34 (1953) 427-429.

Sobre la justicia (nos interesa aquí solamente la justicia en cuanto que implica la paz con Dios; del proceso de la justificación se tratará en la parte V ), cf. P. BLASER - FR. NoTSCHER, Justicia: DTB 542-557; R. BULTMANN, Theologie des Neues Testament. Tübingen 41961, 271-287; L. CERFAUX, El cristiano en san Pablo. DDB, Bilbao 1965; 313-389; A. DESCAMPS, Les justes et la justice dans les évangiles et le christianisme primiti f . Louvain 1950; ID., Justice, Justif ication: DBS 4, 1417-1510; D. HILL, Dikaioi as a quasi-technical term: Nev,, Testament Studies 11 (1965) 296-302; W. MANN, Justicia: CF 2, 463.480.

526 En el Antiguo Testamento, la palabra shalóm, traducida por los LXX ordinariamente con la palabra Eipr)vr), significa la prosperidad material y espiritual: en este sentido se utiliza esta palabra en la fórmula de saludo: «La paz sea contigo» y en expresiones por el estilo (Gén 29,6). La palabra no significa inmediatamente el estado opuesto a la guerra (de una guerra que marcha prósperamente se dice que «marcha en paz»: 2 Sam 11,7), sino un estado de bienestar individual o colectivo. Pues bien, la verdadera paz según el Antiguo Testamento se espera de Dios (Is 26,12) y no puede tenerse sin Dios: «No hay paz para los malvados, dice Yavé» (Is 48,22; cf. Jer 16,5 en el texto original). La paz se le concede al pueblo de Dios (Is 26,12) y se obtiene convirtiéndose a Dios (Sal 85,9-10). El pacto entre Dios e Israel es un pacto de paz (Ez 34,25), porque el pueblo, e incluso las personas particulares, al observar la ley, pueden confiar en que alcanzarán de Dios la paz (Nám 25,12). La paz prometida por Dios se espera especialmente para los tiempos mesiánicos: el mesías es saludado como «príncipe de la paz» (Is 9,6), ya que será él el que anuncie la paz a los gentiles (Zac 9,6; cf. Sal 72,7). Aunque en el Antiguo Testamento solamente se revela de una forma progresiva cómo la experiencia de la «paz de los impíos» (Sal 73,3) puede conciliarse con las promesas divinas, sin embargo permanecía viva la confianza de que Dios por su fidelidad no abandonaría definitivamente a los justos: por eso el Dios de la alianza es llamado de modo especial el Dios de cada uno de los justos (por ejemplo, Ex 3,6; Jdt 9,2). La relación de «paz» entre Dios y el justo se alcanza por el hecho de que Dios protege al justo con su fiel misericordia y el justo confía en que Dios no lo abandonará (cf. Sal 73,15-28; Sal 85, 9-10).

527 En el Nuevo Testamento, la palabra eirene conserva frecuentemente el significado de shalóm: otras veces aparece con un sentido más conforme al uso helenista, aludiendo a un estado libre de contrastes (Ef 4,3). Ambos sentidos están unidos entre sí cuando se afirma que el hombre inserto en Cristotiene la paz con Dios: en efecto, el perdón de los pecados ha reconciliado al hombre con Dios y le ha dado la posesión de los bienes mesiánicos: por ejemplo, en Rom 5,1-5. Este mismo tema se desarrolla en Ef 2,14-22: los paganos e Israel hacen las paces cuando forman un solo pueblo, más aún, «un solo hombre nuevo» en Cristo Jesús, que es «nuestra paz». Cristo reconcilia realmente a las dos ramas de la humanidad, por el hecho de reconciliar a cada una de ellas con Dios «en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí muerte a la enemistad» (v. 16). Por eso Pablo les puede decir a los paganos: «Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (v. 19). Efectivamente, Cristo Jesús «mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios» (Ef 3,12). La paz entre Dios y los hombres proviene de la «re-conciliación» de los hombres con Dios (Rom 5,10; cf. 2 Cor 5,18-21; Col 1,20-22), por la que Dios traslada a los hombres por medio de Cristo del estado en que eran «hijos de la ira» (Ef 2,3) al estado en que son objetos de la misericordia benóvola de Dios (Rom 5,21), «para que ya no vivan por sí los que viven, sino para aquél que murió y resucitó por ellos» (2 Cor 5,15).

528 Temas de estudio

1. Recoger con la ayuda de una concordancia bíblica los textos en los que la reconciliación con Dios se expresa con las palabras katallage, katallasso, apokatallasso, y examinar según el contexto cuál es la relación que se establece con Dios en virtud de esta «reconciliación»: ¿cuáles son sus elementos? ¿cuáles sus propiedades? ¿cuáles los cambios que suponen estos términos: jurídicos, morales, psicológicos, ónticos?

2. Determinar, con ayuda de algunos comentarios exegéticos, cuál es el significado de Lc 2,14 (cf. las obras de Comblin y Vogt citadas en el n. 525).

529 De la época patrística, tenemos en la carta de Clemente Romano a los corintios un ejemplo de cómo los primeros escritores cristianos concebían la paz propia de los justos (n. 19-20): para hacer comprender la belleza de la concordia entre los cristianos, Clemente describe la paz cósmica, que se realiza cuando Dios da sus dones a todas las criaturas y las criaturas a su vez se someten dócilmente a su voluntad. El cristiano es invitado a entrar en esta paz universal, en la que ocupa un puesto eminente. La paz propia del cristiano es una relación entre Dios y el justo, que supone por parte de Dios el don de beneficios especiales y por parte del hombre, una sumisión confiada a la voluntad misericordiosa de Dios i Cristo Jesús. En la literatura patrística posterior se unen los diversos significados bíblicos de paz. En los Padres orientales, el punto de partida para comprender la paz con Dios en Cristo es la paz que buscan los filósofos; pero mientras que para los estoicos es preciso llegar a la paz del alma aceptando las leyes inmutables de la naturaleza, los cristianos encuentran esa paz en la reconciliación perfecta.. con Dios 1. Para los occidentales, la paz es la prosperidad universal, que se concibe mediante una sublimación de la pax romana; se sub-raya, sin embargo, que de este estado puede gozar solamente aquél que, inserto en Cristo, tiene el don de la paz con Dios, que se les confiere a los hombres parcialmente en esta vida y que será total en la etapa escatológica 2.

530 Temas de estudio

1. Comparar la descripción analítica de la paz que hace SANTO ToMás, Comment. in Job., 14, lect. 7, con la descripción intuitivo-mística de SAN BUENAVENTURA, Itinerarium mentis in Deum, Prol.: Op. 5, 295.

2. Recoger los textos de la misa en los que el rito romano habla de la paz, y observar las relaciones de este concepto con Dios, con Cristo, con la persona del fiel, con el mundo 3.

3. Resolver por medio de una paráfrasis analítica el texto tan denso sobre la paz de GS 78: «naturaleza de la paz».


LA AMISTAD CON DIOS

531 BIBLIOGRAFÍA

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532 En la filosofía griega se niega la posibilidad de una verdadera amistad entre los hombres y los dioses, ya que no puede haber una amistad sin cierta semejanza de naturaleza 4. Sin embargo, el estoicismo afirma algunas veces que el sabio es amigo de los dioses, y esta misma manera de hablar aparece con bastante frecuencia en el lenguaje de los maniqueos y de los gnósticos 5. Muy distinto es el sentido con que la sagrada Escritura llama a algunos hombres «amigos de Dios».

533 La tradición judía del Antiguo Testamento considera a Abraham como el amigo de Dios por excelencia. Esta concepción está basada en la Escritura: 2 Cron 20,7; Is 41,8; Dan 3,35 Liesignan a Abraham con términos equivalentes, mientras que Sant 2,23 utiliza el término griego filós e indica que la fe es el fundamento de esta amistad. En Sab 7, 27-28 se extiende esta misma designación a todos los sabios o justos, a todos los que observan perfectamente la ley de Dios 6.

534 En el Nuevo Testamento, los discípulos son amigos de Jesús por dos razones. La primera es el perfecto amor, que lleva hasta el sacrificio de la propia vida: cf. Lc 12,4 y Jn 15,13-14. La segunda consiste en esa familiaridad que se manifiesta en el conocimiento de la vida íntima de Dios: Jn 15, 15. En Ef 2,19 se les aplica a todos los cristianos el título de «familiares de Dios»: los efesios, antes del bautismo-eran extraños para Dios, pero ahora están incluidos entre sus íntimos.

535 Los Padres de la antigua Iglesia citaban a Abraham y a Moisés como modelos de todos aquellos que, al observar los preceptos divinos, se manifiestan como amigos de Dios 7. Los mártires, los maestros de la fe, son llamados de manera especial amigos de Dios. Sin embargo, este título se va extendiendo a todos los que están unidos a Cristo, a los que iluminados por la fe están dispuestos incondicionalmente a cumplir la voluntad del Padre. Esta manera de hablar deja adivinar las huellas de la tradición judía y del helenismo. Sin embargo, en la literatura cristiana la noción de amigo de Dios guarda una profunda originalidad propia. Los israelitas consideraban la amistad con Dios como una consecuencia de la observancia de la ley; los cristianos, por el contrario, enseñan que el hombre se convierte en amigo de Dios por una misericordia gratuita divina, que eleva a los hombres a semejante estado; la observancia de los mandamientos es más bien una manifestación lógica de este don. Los estoicos y neoplatónicos restringen el título de amigo de Dios a los sabios so-lamente; los cristianos, por el contrario saben que todos los hombres por el bautismo se hacen amigos de Dios, aun cuando reconozcan que en esta amistad hay diversos grados de intimidad 8.

536 En los siglos xii-xvi, el tema de la amistad con Dios se convierte en una de las categorías principales para describir la vida espiritual. Taulero, Enrique Susón, Francisco de Sales, etc., consideran la amistad de Dios preferentemente como un resultado del progreso en la vida espiritual 9'. Sin embargo, jamás desapareció la convicción de que el hombre, por el mero hecho de insertarse en Cristo, al menos en un grado inicial, se convierte en amigo de Dios (cf. la descripción de la justificación en D 1528).

537 La liturgia llama con frecuencia «familia de Dios» a los fieles reunidos en la asamblea eucarística 10. El término casi técnico con el que la liturgia designa a cada uno de los fieles es el de famulus o famula Dei 11. Estos términos tienen su origen en la Escritura, según la cual los cristianos pertenecen a la familia de Dios y son llamados «familiares» de Dios (Gál 6,10; Ef 2,19). En la antigüedad clásica, olxciot, familiares, famuli, son términos que designan a las personas que dependen del padre de familia; progresivamente, los términos indicados se van reservando más bien a aquellos que están unidos con el cabeza de familia con cierta relación especial de fidelidad y de intimidad, mientras que el término servus prescinde de esta relación 12. El concilio Vaticano II recuerda entre las demás imágenes bíblicas de la Iglesia aquella que la representa como «familia de Dios» (LG 6) y utiliza con frecuencia dicho apelativo (LG 32,51; PO 6) para afirmar mediante una sola palabra los dos aspectos de «sociedad» y de «comunión».

538 Temas de estudio

Elaborar, según el método empleado para el tema de la paz, cómo también el tema de las bodas con Dios sirve para expresar las relaciones entre Dios y el justo:

1. Para la sagrada Escritura, cf. Os 2; Is 62; Jer 3; Ez 16; 2 Cor 11,2; Ef 5.22-32; Jn 3,29; Apoc 21,2-9, el Cantar de los cantares 13 y el salmo 4514.

2. Para los Padres cf. ORÍGENES, Hom. I in Cant. 10: PG 13, 46; ibid., 4: PG 13, 191; Homilías atribuidas a Macario el Grande, Hom. 12, 15: PG 34, 566; Hom. 15, 1-2: PG 34, 575; Hom. 27, 3: PG 34, 695; BASILIO EL GRANDE, -In Ps. 4-1, 9: PG 29, 407; GREGORIO NISENO, In Cant. Hom. 1, 1: PG 44, 765-766.

3. Para la espiritualidad monástica, cf. E. GILSON, La théologie mystique de saint Bernard. Paris 1944, 122-123.

4. Para las religiones no cristianas, considerar el uso del terna de las bodas con la divinidad en las religiones no cristianas 15, y juzgar del valor de la intuición que allí se expresa a la luz de NA 2.

539 Dentro de una interpretación especulativa, la relación entre el justo y Dios se describe también, tanto en las fuentes de la fe, como en las diversas interpretaciones de la experiencia cristiana, con.categorías distintas de las de paz, de bodas, de amistad 16. Naturalmente, el teólogo no tiene que contentarse con registrar las diversas analogías imaginativas, sino que tiene que esforzarse por interpretarlas, buscando una penetración conceptual en las mismas 17. Entre estas categorías, con que se describe la familiaridad que reina entre Dios y el justo, la más perfecta es la de la amistad, ya que en ella se prescinde de todo elemento secundario, propio solamente de las criaturas, y se fija la atención en el encuentro entre seres personales, inteligentes y libres, que entran en una comunión íntima y estable entre sí. La interpretación especulativa de la amistad entre Dios y el justo tiene que partir de la consideración de la amistad humana. Sabido es que existe una gran diversidad en la explicación de la noción de amistad 18; aquí seguiremos la explicación de santo Tomás, la cual, aunque tome como punto de partida la teoría aristotélica de la amistad, prácticamente no es más que una descripción penetrante de la común experiencia humana.

540 Según santo Tomás, la forma más perfecta del amor es la amistad, que consiste en 1) el amor de benevolencia, 2) mutuo, 3) estable, 4) manifiesto entre dos personas; los amigos 5) se consideran como una sola cosa; esta experiencia 6) supone como raíz ontológica cierta comunión de índole o de actitudes, etc. Los principales textos de santo Tomás son: 3 Sent. d. 27, q. 2, a. 1; 4 Contra gentes c. 19; Comment. in Div. Nom., c. 4, lect. 9; STh 1-2, q. 26; q. 65, a.. 5; 2-2, q. 23, a. 119. Esta descripción es la que aplicaremos a la relación entre Dios y el justo.

541 Para la amistad se requiere un amor de benevolencia; no puede haber amistad si dos personas trabajan juntamente, pero mirando cada una solamente a su propia utilidad personal. Por consiguiente, se exige para que haya amistad, no sólo que uno quiera el bien del otro, sino también que lo quiera precisamente porque es el bien del amigo. Este amor de benevolencia recíproca existe entre Dios y el justo. En efecto el amor de caridad es un amor de benevolencia: el justo no ama a Dios solamente como objeto de su propia felicidad, sino que se complace en el bien divino y quiere que se cumpla la voluntad de Dios porque reconoce en Dios al bien supremo. Dios, a su vez, quiere el bien de lbs justos con un amor de benevolencia: efectivamente, aunque Dios lo quiera todo en orden a su gloria, sin embargo no quiere la salvación (la felicidad y la perfección) de los justos como un medio para obtener su propia bienaventuranza, sino por-que esta salvación es una participación y una comunicación de su propia bondad (cf. n. 107-110).

542 La amistad es un amor mutuo. En efecto, es evidente que no hay «amistad», si solamente ura persona ama a la otra con un amor no correspondido. La reciprocidad de la amistad no significa únicamente la coexistencia de dos benevolencias, sino que el encuentro de los dos amores modifica internamente la benevolencia de cada uno de los amigos en virtud de la correspondencia que encuentra en el otro. Este amor mutuo existe entre Dios y el justo. El hombre no podría amar a Dios, si no lo previniese el amor de Dios y si él no creyese que Dios le ama (cf. n. 461-463). En el instante de la justificación cojnienza la correspondencia a este amor divino por parte del Sombre. Desde ese instante se establece una verdadera amistad entre Dios y el justo. Obsérvese cómo también la benevolencia divina para con el justo es diversa de aquella con la que Dios atraía al pecador: Dios se complace en el justo, amando en él la participación y la aceptación de la amistad ofrecida.

543 La amistad es un amor recíproco estable. Una inclinación suscitada por un impulso pasajero de simpatía no es amistad: ser amigo de una persona supone un comportamiento constante, bien arraigado y ordinariamente también aceptado conscientemente. Está perfectamene claro que el amor de Dios, «fiel» en su alianza, que no abandona si no es abandonado, tiene en forma eminente esta nota de estabilidad. El justo, por su parte, acoge a Dios con amor de caridad no sólo como fin de alguna acción, sino como fin de toda su persona, entregándose definitivamente a él por medio de una opción fundamental (cf. n. 451). La posibilidad de una retractación no altera la naturaleza de este acto, que lleva consigo una donación que se quiere sea definitiva. Precisa-mente porque, mientras el justo está en estado de vía, sigue siendo siempre posible que se separe de Dios, la amistad entre Dios y el justo no llega a su definitiva perfección antes de entrar en la visión beatífica, en donde la opción por Dios se convertirá en irrevocable.

544 La amistad tiende naturalmente a manifestarse en actos. La benevolencia exige espontáneamente que se haga algo por aquél a quien se ama, y un afecto que supone la reciprocidad, en donde faltase el deseo de la presencia del amigo y de cierta experiencia de su afecto, sería contradictorio. Dios manifiesta su amor , al justo con su revelación, que culmina en la encarnación del Verbo y que tiende a dar al justo una comunicación de la vida íntima de Dios, esto es, de la vida trinitaria. También el justo se ve movido por la caridad para actuar la voluntad divina, empeñándose por la gloria de Dios en testimoniarle su afecto: uno es amigo de Dios, cuando cumple todo lo que Dios le manda (cf. c. 19). Esta misma caridad hace también` que el hombre desee la familiaridad con Dios, deseo que va en aumento según crece la caridad. De esta manera, el encuentro definitivo con Dios en la visión beatífica se convierte en el fruto connatural de la amistad que se ha establecido entre Dios y el justo aquí en la tierra.

545 La tendencia hacia la presencia mutua encuentra su fundamento en el hecho de que los amigos se consideran como una sola cosa, en la experiencia del «nosotros». Las dos personas que viven en la amistad se sienten partes de una unidad, y su afectividad se refiere a esta nueva unidad, como a su sujeto. La voluntad humana no puede ciertamente dejar de querer el bien de la persona. Pero, en la amistad, este «amor propio» no se refiere solamente a la persona que ama, «yo metafísico», sino que se trasfiere a ese nuevo sujeto piscológico que es el «nosotros»: el yo colectivo de los amigos. El amigo es considerado como otro yo y a veces como un yo mejor. Por consiguiente, la aceptación afectiva de la pertenencia mutua de las personas es el fundamento psicológico de todas aquellas características de la amistad que hemos descrito anteriormente, ya que explica por qué un hombre, inclinado naturalmente a buscar su propio bien, sin cambiar la estructura de su vida psíquica, entra sin embargo en una relación de benevolencia mutua, estable y eficaz con otro sujeto. Estas experiencias del «nosotros» tiene una importancia fundamental en la relación entre Dios y el justo. Dios, al amar al justo, no se orienta hacia un bien que le sea extraño, Sino que en su amor al justo se complace en su propia vida, en su propia santidad y gloria, participadas por el justo. A su vez, el justo llega a la caridad amando al Dios salvador, y este amor no es solamente un grado intermedio que se abandona cuando se llega a la caridad, sino que es uno de los aspectos de ésta misma caridad. Por eso, los bien-aventurados, tras haber obtenido la máxima perfección de la caridad, se complacen en Dios, encontrando en él su propia bienaventuranza. Santo Tomás ve en esta solidaridad afectiva la explicación de que la criatura pueda amar a Dios sobre sí misma: en efecto, la criatura puede concebir a Dios como un todo, del que ella misma no es más que una parte.

546 Sin embargo, no es posible que dos personas se consideren como una sola cosa, si no existe entre ellas una cierta «comunión» (xotvovía), esto es, una cierta relación ontológica que precede y hace posible el amor mutuo. Esta comunión encierra un doble aspecto. Por una parte, la amistad supone la posesión común de ciertas cualidades, inclinaciones, actividades, etc., en las que los amigos convienen y que constituyen el punto de encuentro entre dos personas. Por otra parte, la amistad supone que las dos personas no son en todo iguales, sino que existen entre ellas ciertas diferencias, debido a las cuales los amigos se pueden completar mutuamente, y de esta manera pueden constituir una unidad orgánica, en la que cada uno tiene una función propia respecto al otro. Esta comunión que consiste en una conveniencia y en una diferencia complementaria, .puede tener diversas modalidades. Por eso, las distintas formas de amistad difieren específicamente según la variedad de la comunión ontológica: por ejemplo, la amistad entre colegas, entre esposos, entre padres e hijos, etc. El hombre no es jamás totalmente extraño a Dios, al haber sido creado a imagen de Dios. Pero en la justificación se establece una nueva comunión entre Dios y el hombre. Efectivamente, Dios hace al hombre partícipe de su propia vida, aunque permaneciendo absoluta-mente distinto de él De esta participación, que supone un cambio real en el justificado, hablaremos a continuación. Aquí no haremos más que aludir a este cambio ontológico para subrayar que no se trata de un don añadido arbitrariamente a la justificación, sino que es precisamente el fundamento ontológico de la nueva relación que tiene el justo con Dios.

547 De cuanto hemos dicho se sigue que Dios y el justo están unidos entre sí por una verdadera amistad. Esta amistad llegará a su perfección solamente en la visión beatífica. En un grado menos perfecto, pero real, se alcanza ya en la vida del hombre que ama a Dios con el amor de caridad. En un grado inicial esta amistad se realiza ya en el niño bautizado, que es amigo de Dios como puede serlo un niño, que todavía no ha alcanzado el uso de razón. Ese niño es amado por Dios con un amor de amistad, porque ha recibido en el sacramento la comunicación de la vida divina; el niño, por su parte, a causa de los dones infusos, está habitualmente inclinado a amar a Dios como amigo, inclinación que tendrá que pasar al acto cuando tenga la posibilidad de disponer de sí mismo.

548 Tenias de estudio

Leer una descripción personalista del encuentro amistoso entre dos personas e intentar aplicar esta descripción a la amistad entre Dios y el justo; para ello, úsese, por ejemplo M. SCHELER, Esencia y formas de simpatía. Losada, Buenos Aires 31957; M. BUBER, Yo y tú. Nueva visión. Buenos Aires; o la exposición del pensamiento de G. Marcel hecha por R. TROISFONTAINES, De l'existence á l'étre. Namur 1953 (cf. especialmente vol. 2, 9-28 y 277-314).

 

LA INHABITACION DE LA TRINIDAD EN EL JUSTO

Premisas

549 Cuando un hombre le ofrece a otro su amistad, la novedad de este hecho comporta únicamente una comunicación de pensamientos y de afectos. Cuando Dios entrega su amistad, da algo más. Efectivamente, en el orden natural, no se-ría posible una verdadera amistad entre el hombre y. Dios, conocido y amado solamente a través de las criaturas 20. La familiaridad entre Dios y el justo, de que nos habla la fe, su-pone que se ha establecido entre el hombre y Dios una comunión que supera a la que puede realizarse por medio de los dones creados. Por eso mismo, Dios tiene que «darse» al justo para que éste pueda convertirse en amigo suyo. Esta exigencia de la amistad entre Dios y el justo ,es uno de los temas que más atraen la atención de la teología contemporánea, en su búsqueda de una inteligencia más adecuada del estado de gracia. El estudio de este tema se realiza bajo dos puntos de vista; son los que se expresan bajo la doble de-nominación de «gracia increada» y de «inhabitación de la Trinidad en el alma del justo». Se habla de gracia increada, en cuanto que Dios establece una comunión entre sí mismo y el justo, no sólo por medio de gracias creadas, sino dándose a sí mismo. Se habla de la inhabitación de la santísima Trinidad en el alma del justo, ya que esta donación hace accesible a Dios, no sólo en cuanto que es uno en su naturaleza, sino en cuanto que es trino en personas.

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551 Estudios patrísticos: A. M. BERMEJO, The Indwelling of the Holy Spirit according to Saint Cyril of Alexandria. Oña 1963; V. CARBONE, L'inahitazione dello Spirito Santo nelle anime dei giusti secondo la dottrina di S. Agostino. Roma 1961; B. FRAIGNEAU-JULIEN, L'inhabitation de la sainte Trinité dans l'áme selon saint Cyrille d'Alexandrie: RSR 30 (1956) 135-156; P. GALTIER, Le Saint Esprit en vous d'aprés les Péres Grecs. Roma 1946; J. GRABOWSKI, St. Augustin and the Presence of God: TS 13 (1952) 336-358; L. LEAHY, L'inhabitation d'aprés saint Cyrille d'Alexandrie: SE 11 (1959) 201-212; J. LOOSEN, Logos und Pneuma im begnadeten Menschen bei Maximus Con fessor. Münster 1941; J. SAGi :S, El Espíritu Santo en la santificación del hombre según la doctrina de san Cirilo de Alejandría: EE 21 (1947) 35-83; A. TURRADO, La inhabitación de la santísima Trinidad en los justos según la doctrina de san Agustín: Augustinus Magister, 1. Paris 1954, 583-592 (cf. también REA 5 (1959) 147-150); ID., Templo de Dios. La inhabitación de la santísima Trinidad en los justos según san Agustín: Revista agustiniana de espiritualidad 7 (1966) 21-55, 203-227, 330-381; 8 (1967) 41-63, 153-190, 363-406.

552 Escolásticos medievales: A. DE SUTTER, La notion de présence et ses di f f erentes applications dans la Somme Théologique .de saint Thomas: Ephemerides Carmeliticae 18 (1967) 37-58; TH. J. FITZGERALD, De inhabitatione Spiritus Sancti doctrina S. Thomae Aquinatis. Mundelein 1950; H. KOENIG, De inhabitatione Spiritus Sancti doctrina S. Bonaventtarae. Mundelein 1934; R. MORENCY, L'union de gráce selon saint Thomas. Montréal 1950; E. I. PRIMEAU, Doctrina Summae Theologicae Alexandri Halensis de Spiritus Sancti apud justos inhabitatione. Mundelein 1936.

553 Del 1500 al 1800: M. CUERVO, La inhabitación de la Trinidad en toda alma en gracia según Juan de santo Tomás: La ciencia tomista 69 (1945) 114-220; M. J. DONNELLY, The Indwelling of the Holy Spirit according to M. J. Scheeben: TS 7 (1946) 244-280; B. FRAIGNEAU-JULIEN, Gráce incréée dans la theologie di Scheeben: NRT 77 (1955) 337-358; S. GONZ.íLEZ RIVAS, Suárez frente al misterio de la inhabitación: EE 24 (1950) 341-366; G. LOUWERENS, L'inhabitation de l'Esprit-Saint dans l'áme du f idéles d'aprés la doctrine de Jean Calvin. Roma 1952; E. SCHAUF, Die Einwohnung des heiligen Geistes. Die Lehre von der nichtappropriierten Einwohnung des hl. Geistes als Beitrag zur Theologiegeschichte des XIX. Jahrhunderts. Freiburg 1941; L. D. SULLIVAN, Iustif ication Hand the Inhabitation of the Holy Ghost, in the Doctrine of the Father G. Vázquez. Roma 1940; T. ZIELINSKI, Doctrina Salmanticensium de modo inhabitationis Trinitatis in anima justi: DTP 45 (1947) 373-394.

554 Estudios especulativos: F. BOURASSA, Présence de Dieu et union aux divines personnes: SE 6 (1954) 5-26; 7 (1955) 61-91, 151-173; ID., Róle personnel des personnes et relations distinctes aux personnes: SE 8 (1956) 59-70; ID., Actuation de l'áme par acte divin: SE 10 (1958) 139-166; ID., Présence intentionnelle, présence réelle: SE 12 (1960) 307-350; ID., Le don de Dieu: Greg 50 (1969) 201-237; D. Bu-RRELL, Indwelling: Presence and Dialogue: TS 22 (1961) 1-17; L. CHAMBAT, Présence et union: S. Wandrille 1945; B. CUNNINGHAM, The Indwelling of the Trinity. Dubuque 1955; J. F. DEDEK, Experimental Knowledge of the Indwelling Trinity. Mundelein 1958; M. DE LA TAILLE, Actuation créée par acte incréé: RSR 18 (1928) 253-268; P. DE LETTER, Sanctifying Grace and Our Union with the Holy Trinity: TS 13 (1952) 33-58; ID., Created Actuation by the Increated Act: Difficulties and Answers: TS 18 (1957) 60-92; ID., Divine Indwelling and Sanctifying Grace: BPT 19 (1958) 23-31; ID., Grace, Incorporation, Inhabitation: TS 19 (1958) 1-31; ID., Sanctifying Grace and Divine Indwelling: Greg 41 (1960) 63-69; ID., Divine Quasi-Formal Cuasility: The Irish Theological Quarterly 27 (1960) 221-227; S. 1. DocKx, Du fondament propre de la présence réelle de Dieu dans l'áme juste: NRT 72 (1950) 673-689; M. J. DONNELLY, Sanctifying Grace and Our Union with the Holy Trinity: TS 13 (1952) 33-58; ENRICO DI SANTA TERESA, Proprietá o appropriazione?: Ephemerides Carmeliticae 14 (1953) 239-290; B. FROGET, De l'habitation du Saint-Esprit dans les ámes justes. Paris 1900; P. GALTIER, L'habitation en nous des trois personnes. Roma 21950; ID., Grazia e inabitazione della SS. Trinitá: Problemi e orientanzenti di teologia dommatica, 2. Milano 1957, 609-654; G. M. GAMBARRI, Le relazioni soprannaturali dell'anima alle personne della SS. Trinitá: Miscellanea Francescana 5 (1956) 509-537; A. GARDEIL, La structure de l'áme et l'experience mystique. Paris 1927; R. W. GLEASON, Formal Causality and the Divine Inhabitation. New York 1958; W. HILL, Pro-per Relations to the Indewelling Divine Person. Washington 1955; G. LEBLOND, Fils de lumiére. L'inhabitation personnelle et spéciale du Saint-Esprit en notre áme selon saint Thomas d'Aquin et saint Jean de la Croix. Saint Léger Vauban 1961; J. LoosEN, Ekklesiologische, christologische und trinitdtstheologische Elemente im Gnadenbegrif f: Theologie in Geschichte und Gegenwart. München 1957, 89-102; C. MOLARI, Ordine soprannaturale: attuazione o quasi-informazione?: Divinitas 6 (1962) 385-406; J. H. NICOLAS, Présence trinitaire et présence de la Trinité: RT 50 (1950) 183-193; ID., Le don de l'Esprit: RT 66 (1966) 529-574; G. PHILIPS, Le Saint-Esprit en nous: ETL 24 (1948) 127-135; K. RAHNER, Sobre el concepto escolástico de la gracia increada: Escritos de teología, 1. Taurus, Madrid 31967, 351-380; ID., Advertencia sobre el tratado dogmático «De Trinitate»: Escritos de teología, 4. Taurus, Madrid 1964, 105-136; M. RETAILLAEAU, La saint Trinité dans les ámes justes. Angers 1932; ROBERTUS A SANCTA THERESIA A JESU INFANTE, De inhabitatione SS. Trinitatis. Roma 1961; V. RODRÍGUEZ, Inhabitación de la santísima Trinidad en el alma en gracia: XVIII Semana española de teologia. Madrid 1961, 115-152; S. TROMP, De Spiritu Christi anima. Roma 1960.

555 Informes sobre investigaciones recientes: C. CoLOMBO, Gracia e inhabitación de la santísima Trinidad. Herder, Barcelona 1962; P. F. CHIRICO, The Divine Indwelling and Distincts Relations to the Indwelling Persons in Modern Theological Discussion. Roma 1960; P. DE LETTER, Current Theology: Sanctifying Grace and the Divine Indwelling: TS 14 (1953) 242-272; R. W. GLEASON, Formal Causality and the Divine Inhabitation. New York 1958; E. HAIBLE, Die Einwohnung der drei góttlichen Personen im Christen nach den Ergebnissen der neueren Theologie: TQ 139 (1959.) 1-27; J. TRi.`TSCH, SS. Trinitatis inhabitatio apud theologos recentiores. Trento 1949; R. VERARDO, Polemiche recenti intorno all' inabitazione della SS. Trinitá: Sapienza 7 (1954) 29-44.

556 En el Antiguo Testamento el germen de la doctrina sobre
la gracia increada se encuentra principalmente en tres temas:

    1. Dios es el Dios de los justos;

    2. Dios está presente en la vida de los justos, con una presencia amigable y benévola;

    3. el espíritu de Dios se les da a los justos, prometiéndose para los tiempos mesiánicos una efusión más abundante del mismo.

Estos temas, en el Antiguo Testamento, se le aplican en primer lugar al mismo pueblo elegido; pero la relación de Dios con el pueblo implica también una relación con cada uno de los fieles, al aceptar estos vivir como miembros del pueblo de Dios.

 

557 Temas de estudio

Para leer los textos que citaremos a continuación, dentro de su contexto natural, conviene darse cuenta del concepto que el Antiguo Testamento tiene del pueblo de Dios, leyendo, por ejemplo, el artíeulo Pueblo de Dios en. DTB 861-870 o en VTB 657-664; así se podrá evitar una separación artificial entre la colectividad v las personas en particular.

El Dios de los justos

558 Dios le promete a Abraham que será, su Dios y el Dios de sus hijos (Gén 17,7-8). A Isaac Dios se le manifiesta como el «Dios de Abraham» (Gén 26,24). Apareciéndose a Jacob, Dios le dice que es «el Dios de Abraham y de Isaac» (Gén 28,13). A Moisés Dios se le da a .conocer como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob (Ex 3,6; 4,5). Esta relación se extiende también a los descendientes de los patriarcas, a los que Dios libra de Egipto, escogiéndolos corno pueblo y propiedad especial suya (Ex 19,3-8; Dt 7,6; 14,2). Con la alianza del Sinaí, Israel se convierte de manera particular en el pueblo de Yavé (Ex 6,7; 19,5; Lev 26,9-13.).

Esta relación especial con Dios no se refiere solamente a la colectividad, sino también a cada uno de los que aceptan personalmente la alianza (Sal 16; cf. también Sal 18; 22,2; 25,1; 63,2; 73,23-26). La Escritura irá poniendo sucesiva-mente de relieve todo el alcance de esta doctrina. Ya los profetas hacen ver cómo la relación especial con Dios es más importante que todas las prescripciones rituales (Jer 7,21-23). El hecho de que «Dios no se avergüenza de ellos, de ser llamado Dios suyo» (Hebr 11,16) demuestra que este título no se emplea solamente para distinguir al Dios de los patriarcas de las divinidades paganas, ni tampoco solamente para expresar una relación jurídica de contrato, sino una relación personal que lleva consigo una finalidad permanente: del he-cho de llamarse Dios, el Dios de los patriarcas, deduce Cristo que ellos no podrán ser abandonados. definitivamente por su Dios en el sheol (Mt 22, 31-32; cf. Sal 16,10).

La presencia de Dios

La posesión de Dios por parte de los justos queda especificada por la afirmación de que él está presente en sus vi-das. Esta presencia es designada desde los tiempos del judaísmo tardío por el término Shekinah 21. Esta expresión, que significa literalmente «habitar en la tienda», se refiere a una presencia especial de Dios en medio de su pueblo, que es distinta de aquella otra, con que Dios llena el cielo y la tierra. Sólo progresivamente se irá precisando el alcance de esta presencia 22. En la vida de los patriarcas, Dios se presenta a ve-ces como su invitado y conversa familiarmente con ellos, como cuando en el valle de Mambré Abraham «tres vidit et unum adoravit» 23. Cuanto más se revela Dios, tanto más se hace presente a los suyos. En la narración de la teofanía del Sinaí, Israel reconoce de manera especial la «presencia» del Señor, prolongada durante varios días, llamándola por primera vez shakan, habitación.

Yavé iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiar-los por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de manera que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche (Ex 13,21-22).

Sea cual fuere la explicación que hayamos de dar del papel del ángel de Yavé en la guía del pueblo (Ex 14,19-20), lo cierto es que Israel afirma que Dios mismo combate en su favor desde el centro de la columna de fuego y de humo (Ex 14,24-25). Cuando se construye el tabernáculo, la presencia de Dios en el pueblo se hace más cercana y estable; el Señor les promete:

Moraré en medio de los hijos de Israel, y seré para ellos Dios. Y reconocerán que Yo soy Yavé, su Dios, que los saqué del país de Egipto para poner mi morada entre ellos. Yo, Yavé, su Dios (Ex 29, 45-46; cf. Lev 26,11-13).

Para nosotros no tiene importancia determinar aquí has-ta qué punto la teología del santuario haya podido influir de manera retroactiva en la configuración de estos textos; el valor teológico de estas descripciones radica precisamente en que nos introducen progresivamente en el sentido íntimo de las palabras que revelan la presencia de Dios en el pueblo 24. Después de la edificación del templo, la oración de Salomón nos explica de qué manera hay que entender la «presencia» de Dios, finalmente localizadá. Se trata de una presencia benévola, por la que Dios está dispuesto a escuchar las oraciones, a perdonar los pecados y a inclinar los corazones hacia la observancia de sus mandamientos 25. La destrucción del templo ofrece la ocasión para una concepción más espiritual de la presencia divina. Dios mismo les promete que se convertirá en el templo de los prófugos de Israel.

Sí, yo los he alejado entre las naciones, los he dispersado por los países, y yo he sido un santuario para ellos, por poco tiempo, en los países adonde han ido (Ez 11,16).

Ezequiel anuncia la vuelta del pueblo y la edificación de un npevo templo; sin embargo, esta edificación material estará unida a una total renovación espiritual del pueblo, de la que el templo será únicamente el signo externo (Ez 37, 20-28). En los libros sapienciales, esta concepción espiritual es la que empieza a predominar. Una realidad divina, la sabiduría, desciende hasta los hombres para morar entre ellos, penetra en su intimidad, y comunica a cuantos la reciben dones de todas clases, virtud, luz y fortaleza (Eclo 24,8-12) 26. En estos textos se habla directamente de la presencia de Dios en el pueblo. Pero esta presencia exige que haya también una relación especial entre Dios y cada uno de los justos que pertenecen al pueblo. Los salmos consideran con frecuencia este aspecto individual de la presencia de Dios ante los justos, cuando dicen que los ojos de Dios consideran al justo, que sus oídos escuchan sus oraciones (Sal 10,14; 33,18; 34,16; etc.), que Dios conoce la vida del justo hasta sus últimos de-talles (Sal 139), y que la diestra de Dios vivifica y salva al justo (Sal 138,7).

El espíritu de- Dios

560 El aspecto interior de la habitación de Dios entre los justos está subrayado en el tema del espíritu de Dios, que se les comunica a los hombres. Sabido es cuán complejo resulta el significado bíblico de la expresión espíritu 27. En el .uso tan variado de esta palabra (viento, soplo, vida, etc.), la expresión, «espíritu de Yavé» constituye una categoría que, con el progreso de la revelación irá asumiendo un significado cada vez más determinado 28. Esta expresión designa con frecuencia la fuerza extraordinaria de Dios, con la qüe obtiene efectos maravilloso (Sal 139,7; Is 30,28; 31,3; Ex 2,2). El efecto más propio del espíritu es, sin embargo, la trasformación moral del hombre (Sal 51,13; 143,10). Para los tiempos mesiánicos se anuncia una gran efusión del espíritu- de Dios. El mismo mesías poseerá en gran abundancia este espíritu (Is 11;1-2; 42,1; 61,1). Pero este espíritu se derramará no so-lamente sobre el mesías, sino sobre todos los hombres y los trasformará profundamente (Is 32,15-18; cf. 44,3); quedará de esta forma cambiada la conducta religiosa y moral de los hombres (Ez 36,24-28; 39,29). En los libros sapienciales, el espíritu de Dios es identificado con la sabiduría (Sab 1,4-6; cf. 7,7; 9,17). Este espíritu-sabiduría, unida íntimamente a Dios (Sab 7,25-26), «prepara a los amigos de Dios», y sin él no es posible darle gusto a Dios (Sab 7,27-28), ni se pueden conocer los designios divinos, ni ponerlos en práctica (Sab 9,17-18).

561 Temas de estudio

    1. Darse cuenta de las implicaciones antropológicas de la expresión «su Dios» en Hebr 11,17, según el comentario de TEOnoRICO DE CASTEL SAN PIETRO, L'Epistola agli Ebrei. Torind 1952, 195.

    2. Estudiar en qué difieren el concepto de la omnipresencia divina y el de la presencia salvadora de Dios, con ayuda de Y.-M. CoNGAR, El misterio del templo. Estela, Barcelona 1964, 263-276.

    3. Hacerse una idea, con ayuda de VTB 256-264, de cómo --el «espíritu de Dios» estaba ya presente, aunque todavía no había sido dado.

562 En el Nuevo Testamento, la presencia salvífica de Dios llega a su cima en Jesucristo: en él encuentra su cumplimiento la profecía mesiánica, ya que el Espíritu de Dios reposa sobre él (Is 58,6; Lc 4,18-21). Por eso, Cristo es más que el antiguo templo (Mt 12,6); él será el nuevo templo, destruido y reedificado (Jn 2,19-22) 29, de donde brota el agua del Espíritu que calma la sed (Jn 7,38-39)30. Por la encarnación del Verbo, la divinidad se hace presente de una forma nueva entre los hombres, habitando entre ellos. De este modo, el tema del Antiguo Testamento referente al Emmanuel se realiza de una manera nueva y más perfecta (Mt 1,21-23; Lc 1,35; Jn 1,14; cf. Dt 4,7). La convicción de que Cristo y los cristianos forman el nuevo templo de Dios llega a ser tan fundamental en la conciencia cristiana de la comunidad primitiva que vuelve a aflorar en todas las ramas de la revelación neotestamentaria, y encuentra su elaboración teológica en las cartas de Pablo y en los escritos de Juan.

563 Al comienzo de la predicación de Pablo, esta doctrina aparece en medio de un contexto moralizante: el pecado del cristiano tiene una gravedad especial, ya que supone el des-precio al Espíritu que Dios le ha comunicado (1 Tes 4,7-8). Delineada ya con mayor claridad se encuentra esta doctrina en 1 Cor 6,19: el Espíritu hace que los cuerpos de los cristianos sean templo del Espíritu. Por eso, la fornicación y la idolatría tienen para ellos una malicia especial (2 Cor 6,15-16). En Gál 4,6, la presencia del Espíritu está unida a la filiación adoptiva divina y sirve para testificar el hecho de la filiación. En la carta a los romanos, se profundiza ulteriormente en la doctrina sobre la inhabitación del Espíritu y se sacan las consecuencias de la misma (Rom 5,1-5; 8,9-16): por la unión con Cristo, el cristiano recibe al Espíritu Santo; esta presencia del Espíritu hace que el hombre se adhiera al Padre con amor filial y adquiera una prenda de la futura resurrección. En Ef 3,17, la presencia de Cristo por la fe está unida con el robustecimiento del hombre interior por medio del Espíritu, y con la comunicación de todos los bienes mesiánicos: de esta forma aparece cómo la unión con Cristo, la inhabitación del Espíritu y la plenitud de los dones mesiánicos son tres aspectos de la única novedad cristiana. En Pablo, el templo de Dios es a veces el individuo, como hemos visto en los textos citados, y a veces toda la comunidad (1 Cor 3,16-17). Pero no hay en ello ninguna contradicción, ya que los individuos en tanto son templos de Dios en cuanto que pertenecen a la comunidad, y la presencia de Dios en la comunidad trasforma la vida de aquellos que pertenecen a la misma; esta reciprocidad es la que se expresa en 2 Cor 6, 15-16 31

564 Juan afirma repetidas veces que los discípulos de Cristo moran en Dios y que Dios mora en ellos (1 jn 2,6.24.27-28; 3,6.24; 4,12-16; 5,20). Estas dos expresiones se usan de un modo paralelo; por eso parecen sinónimas. La permanencia de los justos en Dios y la de Dios en los justos significa una comunión íntima del discípulo con Dios, gracias a la cual el hombre, por su parte, observa los mandamientos de Dios y «camina» de una manera conforme con la voluntad de Dios, especialmente «en el amor» y «en la fe»; Dios, a su vez, trasforma «con su unción» al cristiano, poniendo en él su «se-milla», de forma que el cristiano puede decirse que «ha nacido de Dios». La mutua inmanencia del cristiano y de Dios puede compararse con la unión que existe entre el Padre y el Hijo (Jn 17,21-23). Por tanto, este «permanecer» significa una presencia particular de Dios en el justo, absolutamente distinta de los demás modos con que Dios está presente y obra en. el mundo.

565 La intimidad especial de la inhabitación de Dios en los justos queda especialmente puesta de relieve, cuando esta in-habitación se le atribuye a Dios, en cuanto que es trino, refiriéndola de este modo a su vida personal. En Juan se pro-mete que habrá una relación especial entre el discípulo de Jesús y la santísima Trinidad. En el discurso de la última cena, Jesús anuncia: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). Por tanto, todos aquellos que aman a Dios, observando sus mandamientos —los justos—, reciben la presencia del Padre y del Hijo. La venida del Padre y del Hijo está unida inmediatamente a la observancia de los mandamientos y a la complacencia del Padre (Tf p1'IQEt, áyaTtr)6Et, D,Euaól.Eea están en el mismo tiempo verbal). Lo mismo que la complacencia del Padre, tampoco su venida con el Hijo se hará esperar hasta el momento de la parusía. Además, el Espíritu Santo, según la promesa de Jn 14,15-17, se les dará ya en esta tierra a los fieles, y se quedará con ellos hasta el final. Por tanto, esta presencia de las tres divinas personas tiene que ser interpretada dentro del cuadro de la escatología de Juan, según la cual el eón definitivo ya ha comenzado, aun cuando no se haya manifestado todavía en todo su esplendor (cf. 1 Jn 3,2).

566 Temas de estudio

1. Elaborar el sentido de la expresión «Cristo es el nuevo templo», sirviéndose de la exposición de Y.-M. CONGAR, El misterio del templo. Estela, Barcelona 1964, 133-172.

2. Fijar los puntos principales de la relación entre Cristo, el Espíritu y la vida nueva del, cristiano, según M. MEINERTZ, Teología del Nuevo Testamento. Fax, Madrid 1963, 133-172.

3. Darse cuenta del significado teológico de 1 Pe 2,4-6 según algún comentario; cf. por ejemplo, P. DE AMBROGGI, Le Epistole cattoliche. Torino 31967, 116-117.

4. Examinar el significado teológico de los siguientes textos convergentes: Jn 3,6; 14,17; 1 Jn 3,24; 4,13, con ayuda de un comentario.

La teología de los Padres

567 Los Padres, ya desde los primeros siglos repiten las ex-presiones bíblicas, según las cuales los justos son templos de Dios. Se ha observado justamente que una de las principales características que distinguen a la antropología paleo-cristiana de la de otras religiones y filosofías de la antigüe-dad, es precisamente la enérgica acentuación de la doctrina según la cual el cristiano es theoforos, pneumatoforos, etc. 32

568 La inhabitación de Dios en los justos es concebida por los Padres como esencialmente diferente de cualquier otra presencia divina en el mundo:

1) En efecto, las divinas personas, al hábitar en el cristiano, lo hacen en cierto modo partícipe de la naturaleza divina, elevándolo de esta forma sobre todas las demás criaturas; esta persuasión está tan arraigada que, en las controversias trinitarias, los Padres prueban la divinidad del Espíritu Santo diciendo, que si no fuese Dios, no podría divinizar al cristiano con su presencia 33

2) La presencia trinitaria comienza con el bautismo, cesa con el pecado y es restituida por la penitencia; se trata, por tanto, de una presencia que se realiza solamente en los justos y en todos los justos 34.

569 La presencia de Dios que se realiza en los justos; según los Padres, es una presencia formalmente trinitaria.

    1. Todos admiten que las tres divinas personas están presentes en el alma del justo.

    2. Cada una de las personas divinas tiene una función especial en la inhabitación 35

    3. Los Padres griegos parecen indicar que el justo tiene una relación especial con cada una de las tres divinas personas, y particularmente con el Espíritu Santo. Muchos interpretan estas afirmaciones como si se tratase únicamente de «apropiaciones» 36. Pero, según otros, se trata de relaciones diferentes con cada una de las personas divinas37.

570 Ordinariamente los Padres, en la explicación de esta in-habitación, le conceden una gran importancia al conocimiento y al amor de Dios. Sin embargo, no se puede decir que la unión de los justos con las divinas personas se explique exclusivamente dentro del plano de la intencionalidad (esto es, de una forma exclusivamente psicológica). También para los-.Padres platonizantes, la gnosis (la posesión de Dios por medio de la contemplación) supone la énosis, es decir, cierta unión óntica que precede a la contemplación y la hace posible. Sin embargo, resulta bastante difícil' explicar qué es lo que entienden los Padres cuando hablan de esta énosis. A veces se insinúa cierta analogía con la unión que el Verbo encarnado tiene con su humanidad 38.

571 Temas de estudio

Analizar la doctrina de san Agustín sobre la presencia de Dios en la Epist. 187 ad Dardanum: PL 33, 832-848, determinando:

  1. por medio de qué analogía se puede llegar a concebir la presencia divina: o. c., 836.848;

  2. en qué se distingue la inhabitación divina en los justos de la omnipresencia: ibid., 837;

  3. qué influjo tiene en esta inhabitación de Dios en los justos el bautismo, el estado infantil, la vida cristiana, el pecado, la muerte: ibid., 840-843;

  4. cómo puede basarse en la doctrina de san Agustín la división de nuestra antropología: el hombre bajo el signo de Adán y el hombre bajo el signo de Cristo: ibid., 843;

  5. verificar las propias conclusiones comparándolas con las de alguna monografía citada en la bibliografía, n. 551.

572 Así pues, los Padres afirman como un hecho revelado la inhabitación del Espíritu Santo, e incluso de toda la santísima Trinidad, en los justos; por eso, el símbolo de Epifanio expresa la fe común de la edad patrística cuando afirma: «Creemos en el Espíritu Santo..., que habita en los santos» (D 40). No obstante, hemos de añadir que la Iglesia patrística no poseyó una explicación especulativa, comúnmente aceptada, del modo de esta inhabitación.

La enseñanza de la Iglesia

573 La liturgia expresa el misterio de la inhabitación de la Trinidad en los hombres unidos a Cristo dentro de dos con• textos. En el rito del bautismo, el neófito se convierte en «templo de Dios», en el que «mora el Espíritu Santo» 39. En las oraciones del misal se pide repetidamente la gracia de que los fieles, convertidos ya en templos del Espíritu Santo, vayan siendo cada vez más perfeccionados por el Espíritu que en ellos mora. Pueden verse, por ejemplo, la oración de la feria segunda del cuarto domingo después de pentecostés y la oración sobre las ofrendas de la misa votiva para pedir la gracia del Espíritu Santo; también la secuencia de Pentecostés invoca al Espíritu Santo como «dulcis hospes animae». Además de estas indicaciones particulares hay que tener presente que la oración litúrgica concibe toda la vida cristiana dentro de una perspectiva trinitaria, pues no sólo la describe como dimanando del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, sino que insiste además en que el cristiano, por su-parte, tiene que ascender en el Espíritu, por el Hijo, hasta el Padre 40: esto demuestra que el cristiano ha sido admitido en la intimidad de las tres divinas personas y que tiene que vivir en ella:

574 La encíclica Mystici corporis de Pío XII, al tratar de nuestra unión con Cristo, determina algunas orientaciones para explicar el misterio de la inhabitación de la santísima Trinidad en el justo (D 3814-3815):

1) La inhabitación ha de considerarse en el contexto de nuestra unión con Cristo: Cristo tiene la plenitud del Espíritu y comunica de varios modos el don del Espíritu a los miembros de la Iglesia.

2) La inhabitación es un misterio; por tanto, no es extraño que los teólogos la interpreten de varias maneras; semejante pluralismo tiene también su utilidad, con tal que todos procedan dentro del amor a la verdad y con el debido respeto a la Iglesia•.

3) Hay que evitar en esta explicación «toda forma que haga a los fieles traspasar de cualquier modo el orden de las cosas creadas e invadir erróneamente lo divino, hasta el punto que se pueda decir de ellos como propio un sólo atributo del sempiterno Dios» (n. 62): en otras palabras, al explicar la inhabitación, hay que evitar todo panteísmo y toda afirmación de una unión hipostática de los fieles con una persona divina.

4) «Sostengan firmemente y con toda certeza que en estas cosas todo es común a la santísima Trinidad, puesto que todo se refiere a Dios como a suprema causa eficiente» (n. 62); por tanto, no se puede atribuir una presencia particular,a una persona divina en razón de su causalidad eficiente. Pero no se excluye la presencia especial de alguna de las personas divinas por cualquier otro título: por ejemplo, por una causalidad cuasiformal.

5) Se dice que las personas divinas inhabitan en el justo, por el hecho de que, «presentes de una manera inescrutable en las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el conocimiento y el amor, aunque de un modo absolutamente sobrenatural y por consiguiente íntimo y peculiar» (n. 63) 41. Por consiguiente, la inhabitación está de alguna manera relacionada con el conocimiento y el amor, pero no se explica en qué consiste esta relación.

6) Para escudriñar este misterio hemos de referirnos a la visión beatífica: la encíclica hace suyas las palabras de León XIII, según las cuales hay solamente una diferencia gradual entre la inhabitación de Dios en los justos de la tierra y la unión de Dios con los bienaventurados en la visión.

575 Un editor autorizado de la encíclica 42, enumera estos cinco puntos que todavía están bajo discusión después de la misma:

1) Si además de la inhabitación de las tres personas divinas en el alma, común a las tres personas en virtud de la gracia producida por ellas y apropiada al Espíritu Santo, hay que admitir otras presencias divinas, propias de cada una de las personas.

2) Si el Espíritu Santo está presente sólo en virtud de la gracia producida, o es que la gracia se requiere porque ha sido comunicado el Espíritu Santo: se trata de la priori-dad de naturaleza entre la gracia increada y la creada.

3) Cómo tiene que explicarse la unión (que no es ciertamente de orden substancial) del hombre con el don increado, y particularmente, si hay que recurrir únicamente a la analogía de la causalidad eficiente, o hay que tener además en cuenta la analogía de la causalidad formal.

4) Si toda la realidad de la inhabitación se tiene que explicar solamente por el conocimiento y el amor, con los que el justo entra en relación con Dios.

5) Cuál es la analogía entre la unión hipostática y la unión que tiene lugar por la inhabitación.

576 Temas de estudio

    1. Recoger las enseñanzas del concilio de Trento sobre la in-habitación de la Trinidad en los justos, analizando D 1529, 1678 y 1690.

    2. Describir esquemáticamente la doctrina de León XIII sobre la inhabitación del Espíritu Santo, según la encíclica Divinuna illud munus 43

    3. Examinar la doctrina del concilio Vaticano II sobre la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia, indicando lo que guarda en ella alguna relación con la inhabitación del Espíritu en cada uno de los justos (LG 7,9; AA 3; AG 4; GS 45).

Reflexión teológica

577 Es una exigencia del pensamiento humano esforzarse por interpretar en categorías conceptuales lo que se le ha revelado por medio de imágenes o de símbolos; pues una predicación que se contentase con repetir las expresiones bíblicas sin darse cuenta de su contenido, acabaría vaciándolas de sentido. Ahora bien el misterio de la inhabitación supone un esquema imaginativo, familiar tanto para los paganos como para el judaísmo, que se refiere a la presencia propicia y estable de una divinidad en el santuario, centro de la vida de un pueblo: este esquema a su vez procede de la experiencia de la residencia de un soberano patriarcal en medio de su pueblo.

578 Al intentar conceptualizar estas imágenes, el teólogo se encuentra frente a dos problemas principales:

    1. ¿Por qué título el hombre, incorporado a Cristo, guarda una relación especial con la santísima Trinidad que mora en él? Efectivamente, esta inhabitación constituye una nueva relación entre la Trinidad y el justo; por tanto, tiene que haber en el justo un fundamento real de esta nueva relación 44.

    2. El hombre en Cristo ¿tiene una relación con la santísima Trinidad inhabitante lo mismo que cada criatura la tiene con 'la Trinidad creante, o bien tiene tres relaciones diversas con las tres personas divinas, de manera análoga a la relación especial que la humanidad de Cristo tiene con el Verbo? 45

Estos dos problemas están íntimamente unidos; la solución del segundo depende en gran parte de la del primero. Actualmente hay tres opiniones principales en la explicación del misterio de la inhabitación; las indicaremos brevemente, para pasar luego a exponer nuestra teoría sobre él asunto.

579 La causalidad eficiente. La solución más cercana a los principios de la metafísica clásica explica la inhabitación aplicando el principio: Dios se halla presente donde obra. Pues bien, Dios obra de manera especialísima en los justos, al producir en ellos la gracia santificante y hacerlos de este modo semejantes a sí. Por tanto, Dios está presente en los justos, de una manera especialísima, como causa eficiente y ejemplar. Esta opinión, propuesta por Vázquez 46 y difundida en nuestros tiempos por P. Galtier 47, pone afortunada-mente de relieve el carácter asimilativo de la operación de Dios en el alma del justo. Por tanto, lo que dice esta teoría es ver-dad; pero no parece suficiente para explicar la verdad revelada de la inhabitación. Efectivamente, la revelación describe este misterio como una donación mutua de la propia persona; pues bien, este «encuentro», aunque exige algunas condiciones ónticas, consiste propiamente en un conocimiento y en un amor mutuo.

580 El conocimiento y el amor. Por eso algunos autores siguiendo una indicación de santo Tomás 48 explican la inhabitación como una presencia que solamente es propia de las personas: sicut cognitum in cognoscente et amatum in amante. Para mostrar luego cómo esta presencia es real y no solamente intencional y que se verifica además en los niños bautizados antes de que lleguen al uso de razón, los teólogos desarrollan esta teoría de dos maneras.

La primera recurre a la exigencia de la amistad divina. para con los justos. La amistad exige que un amigo procure estar presente al otro. Pues bien, al ser perfectísima esta amistad divina con el justo, exigirá lógicamente que Dios esté presente en el justo, aun cuando Dios no estuviera ya presente en él por su inmensidad. De este modo, Dios está también «presente» en los niños, incapaces todavía de responder a su amistad. Esta opinión fue propuesta por Suárez 49 y difundida por B. Froget 50. Todo lo que estos autores dicen de la amistad entre Dios y el justo, es verdad; pero no explica todo el misterio de la inhabitación, que no solamente implica un título especial ni exige solamente la presencia de Dios, sino una presencia especial.

La segunda manera con que se ha desarrollado la intuición de santo Tomás, dice precisamente que la presencia de la Trinidad en el justo se obtiene cuando el justo se hace consciente de una forma cuasi-experimental de Dios, que realiza en él la vida de la gracia. En los justos que no llegan a este conocimiento sapiencial de Dios, dicho conocimiento está presente virtualmente, como una capacidad y como una inclinación. Esta teoría fue elaborada por Juan de santo Tomás 51 y renovada brillantemente por A. Gardeil 52. También esta opinión añade complementos preciosos a las anteriores; especialmente, la unión del elemento ontológico con el psicológico significa un verdadero progreso. Sin, embargo, nos cuesta admitir que la inhabitación consista solamente en el conocimiento cuasi-experimental de la santísima Trinidad habitando en el alma, ya que la mayor parte de los justos casi nunca llegan a ser conscientes de esta experiencia.

582 La actuación cuasi-formal. Un tercer camino es el que inició M. de la Taille 53 y ha desarrollado más tarde K. Rahner 54. Esta teoría busca la inteligibilidad del misterio de la inhabitación partiendo del análisis de la unión entre el alma y la Trinidad, que tiene lugar en la visión beatífica, donde la inhabitación llega a su última perfección. La visión beatífica es una unión perfecta entre la Trinidad v el bienaventurado, tal como solamente puede existir entre personas, es decir, mediante el conocimiento y el amor. El conocimiento y el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo no se realiza ni puede realizarse mediante una modificación creada del entendimiento y de la voluntad, que no podría unir a la criatura con el creador 55. Es Dios mismo el que se une inmediatamente a las facultades humanas, actualizándolas en orden al conocimiento y al amor de sí mismo. Esta actuación se realiza en el orden ontológico, lo cual quiere decir que es anterior a los actos personales de conocimiento y de amor, ya que es el principio de los mismos. Sin embargo, dicha actuación no tiene que concebirse como la unión del alma y del cuerpo o como la de una cualidad con su sujeto. Efectivamente, sería absurdo que Dios se convirtiese en parte (substancial o accidental) de una realidad creada. Por eso se puede hablar solamente de una unión con Dios «a manera de causa formal» o como causa «cuasi-formal»: Dios actúa sin informar 56. La actuación beatífica está unida inseparablemente a una mutación ontológica, accidental, de las facultades del bienaventurado, mutación por la que éste adquiere la capacidad inmediata de unirse vital y personalmente por el entendimiento y la voluntad con la santísima Trinidad. Esta mutación consiste, según la perspectiva tomista, en la gracia habitual, en la caridad y sobre todo en el lumen gloriae. Se trata de realidades creadas, producidas eficientemente por las tres personas divinas, que obran como un solo principio en todas sus operaciones extrínsecas.

583 Pues bien, todo lo que se ha dicho sobre la unión beatífica con Dios, se aplica ahora a la explicación de la inhabitación de la Trinidad en los justos que viven en la tierra. En efecto, la revelación describe la unión entre el justo «viador» y la Trinidad como una incoación de la visión beatífica (cf. D 3815). La inhabitación se explica porque el justo, ya en su estado de «vía», está actuado por la santísima Trinidad a manera de causa cuasi-formal. La actuación está necesariamente unida con el principio creado de la vida sobrenatural} producido eficientemente por todas las tres divinas personas (sobre esta «gracia creada» hablaremos en el capítulo 15). La unión entre el alma y la cuasi-forma divina tiene lugar en el plano ontológico, pero está ordenada a lograr que la persona humana según el modo propio de la persona (esto es, por el conocimiento y el amor), se una con las personas divinas. Mientras caminamos por la tierra, nuestra unión con ellas no es todavía perfecta; solamente se alcanza por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad. Aun cuando no se realice ningún acto (como en el caso de los niños bautiza-dos), existe siempre la unión con las tres divinas personas y por tanto su inhabitación en el justo que, a su debido tiempo, se manifestará en la vida teologal y finalmente en la visión beatífica.

584 Según esta explicación, el justo no solamente tiene una relación con la Trinidad, causa eficiente de la nueva vida, sino también unas relaciones distintas con las tres divinas personas. En efecto, la visión beatífica se refiere a las tres divinas personas, en cuanto que son distintas entre sí; por eso, hay que admitir que las tres actúan el alma del justo (in via e in patria), cada una según su «propiedad nocional». Estas relaciones trinitarias todavía no son conscientes in statu viae, ya que la actuación cuasi-formal está ordenada a la visión intuitiva de la Trinidad, que solamente se alcanza en el estado escatológico.

585 La amistad con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu. La última explicación propuesta, que recurre a la actuación cuasi-formal, explica bien el hecho de que la unión del justo con la santísima Trinidad sea absolutamente distinta de toda otra unión que pueda verificarse entre la criatura y el creador, y logra poner de relieve cómo el amor y el cono-cimiento tienen en esta unión una especial importancia. Sin embargo, también esta solución les parece a muchos incompleta. Efectivamente:

1) la actuación cuasi-formal parece una noción metafísica, demasiado abstracta, que no conserva suficientemente toda aquella riqueza que está contenida en el misterio de la inhabitación, tal como nos lo presenta la sagrada Escritura 57.

2) además, en esta construcción no aparece cuál es el papel de Cristo respecto a la inhabitación: todo lo que se ha dicho valdría igualmente en un orden en que se diese la visión beatífica sin la mediación de Cristo 58.

586 Por eso, parece que para explicar la inhabitación es oportuno recurrir a la noción de la amistad (cf. n. 541-546), explicando concretamente cómo en el orden actual se verifica la amistad entre el justo y Dios, y por qué dicha amistad lleva consigo una presencia de las tres divinas personas en el justo. Empezaremos por establecer que no puede haber una real amistad entre el hombre y Dios, mientras el hombre conozca a Dios solamente a través de las criaturas. En ese caso:

    1. no habría un verdadero encuentro personal entre Dios y el hombre: Dios sería conocido solamente como un objeto, no como un sujeto que invita a un coloquio personal 59.

    2. en el mundo actual, dominado por la ley de la cruz, a la que el hombre tiene que someterse para llegar a la gloria, el hombre no puede distinguir en las criaturas a Dios como amigo, si Dios no se le revela como aquél que quiere salvarlo (cf. n. 462).

587 El encuentro entre Dios y el hombre, en el orden actual, tiene lugar de una manera especialmente perfecta por el he-cho de qué la revelación se ha hecho a través de Cristo, Verbo encarnado, nos llega por medio de la Iglesia y, por tanto, nos alcanza de una manera proporcionada a nuestra naturaleza sensible y comunitaria. Pues bien, para que el hombre pueda entrar en comunicación con Dios, que se le revela, invitándole a su propia intimidad, se requiere una elevación ontológica: solamente esa elevación es la que puede hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina. Se puede explicar esta elevación recurriendo a la noción de actuación que hemos desarrollado en la tercera explicación. En los n. 638-659 estudiaremos si, además de esta actuación, se requiere también una «gracia creada», producida eficientemente por las tres divinas personas.

588 Aplicando de esta manera la categoría de amistad, podemos explicar la inhabitación de la forma siguiente. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo admiten al hombre en su propia intimidad, dándose a él como una persona se entrega a otra persona. En esta comunión existe un orden. El Padre invita al hombre a su amistad, por medio del Hijo que se encarna; el Hijo a su vez envía al Espíritu Santo, que es el amor unitivo entre el Padre y el Hijo; el Espíritu Santo se da, como «alma de la Iglesia» (cf. LG 7), ya que uniéndose de modo misterioso a los hombres, los hace miembros de la comunidad salvífica y capaces de vivir una vida filial.

589 En esta teoría aparece cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dan como personas, y cómo el hombre acepta esa donación en esta vida por la fe, la. esperanza y la caridad, y en la otra vida por la visión beatífica. La donación trinitaria supone una iniciativa divina y exige una mutación ontológica, producida en el hombre por la. unión con el Espíritu Santo, alma de la Iglesia. Al hablar de la inhabitación, la Escritura completa y perfecciona el tema de la amistad. En ambos casos se trata de una donación personal. Pero en el tema de la inhabitación se indica también la parte que cada una de las tres personas tiene en esta amistad y especial-mente la parle de Cristo, Verbo encarnado, uniéndonos al cual recibimos al Espíritu Santo, cuya plenitud posee. Además, en el tema de la inhabitación se subraya cómo la amistad entre Dios y eI hombre en Cristo exige que el hombre, al recibir la donación de las tres divinas personas, las reciba con espíritu de adoración y les ofrezca, como en un templo, «sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de jesucristo» (1 Pe 2,5).

590 Temas de estudio

1. Valorar los argumentos con que S. Tromp responde a la te-sis de J. Franzelin, según el cual las personas divinas no pueden tener una relación especial ad extra, excepto la unión hipostática: cf. De Spiritu Christi anima. Roma 1960, 10-17.

2. Desarrollar la descripción de la unión del Espíritu Santo con los miembros de la Iglesia, Iplicando la noción de la causalidad personal 60.

3. Observar en SANTA TERESA, Las moradas, mans. 7, c. 1, n. 6-7, cómo la inhabitación trinitaria se hace consciente en la experiencia mística.

4. Estudiar cómo se podría aplicar a la descripción del misterio de la inhabitación la categoría fenomenológica de la «presencia», elaborada por R. TROISFONTAINES, De l'existence á l'étre, 2. Namur 1953, 21-22.

5. Reflexionar si es posible y en qué sentido lo es atribuir también la inhabitación a los justos del Antiguo Testamento 61.

LA FILIACION DIVINA

591 La invocación de Dios como padre es una actitud frecuente en las religiones de la humanidad. La etnografía conoce varios ejemplos de divinidades paternas en las religiones de los primitivos, y la historia de las religiones sigue las huellas de esta concepción hasta los tiempos prehistóricos. Particularmente en el helenismo, la paternidad de un dios podía tener diversos sentidos, empezando por la generación mitológica de personajes ilustres (antepasados de las dinas-tías reinantes) hasta la paternidad más volatilizada, atribuida al logos spermatikós de los estoicos, que indicaba únicamente la dependencia de todas las cosas de una común pro-videncia y una vaga afinidad de todas las cosas, especialmente de los hombres, con el logos, alma del universo. Parece ser que el paganismo no conoció la idea de una paternidad divina, ni siquiera por la regeneración religiosa de los «misterios». La revelación, al definir a los justos como hijos de Dios, utilizó por consiguiente una expresión difusa de la teología popular, pero llenándola de u, nuevo significado.

BIBLIOGRAFIA

592 Historia de las religiones

En general, cf. A~ . ScIMIDT, Ursprung und Werden der Religion. Münster 1930, 259; G. MENSCHING - H. J. KRAUS, Vaternahme- Gottes: RGG 6,, 1232-1234. Ejemplos concretos en W. SCHMIDT, Der Ursprung der Gottesidee, 1. Münster 21926, 149 (Australia); W. Kop-PERS: en F. KdNIG, Cristo y las religiones de la tierra, 2. BAC, Madrid 1961, 617-645 (Tierra del fuego).

Sobre el dios-padre de los pueblos indoeuropeos, cf. K. PRitMM, ibid., 14-22; M. P. NILssoN, Geschichte der griechischen Religion, 1. Münche 1955. 345; G. KRUSE, Pater: PAULY-WISSOWA, Realencyclopádie der classischen Altertumswissenscha f t 36, 2120-2121.

Para la idea de la filiación divina en el ambiente helenista, cf. K. PRi'MM, Der christliche Glaube und die altheidnische Welt, 2. Leipzig 1935, 87-96; M. J. LAGRANGE, La régéneration et la filiation divine dans les mystires d'Eleusis: RB 38 (1928) 63-81, 201-214; M. P. NrLssoN, Geschichte der griechischen Religion, 2. München 1950, 660-661.

593 Estudios bíblicos

J. BLINZLER, Filiación: DTB 404-413; F. Bi CFisEL, Movoy1vrlc: TWNT 4, 745-750; C. H. DODD, The Interpretation of the Fourth Gospel. Cambridge 41958, 250-262; A. DUPREZ, Note sur le róle de l'Esprit-Saint dans la filiation du chrétien. A propos de Gal 4,6: RSR 52 '(1964) 421-431; W. GRUNDMANN, Zur I&ede Jesu vom Vater im Johannes-Evangelium: Zeitschrift für die Neutestamentliche Wissenchaft 52 (1961) 213-230; R. GYLLENBERG, Gott der Vater im Alten Testament und in der Predigt Jesu: Studia Orientalia 1 (1925) 51-60; G. KITTEL Abba: GLNT 1, 15-18; W. KOESTER, Der Vatergott in Jesu Leben und Lehre: Sch 16 (1941) 482-495; W. MARCHEL, Abba, Pire. La priére du Christ et des chrétiens. Roma 1963; G. QUELL-G. SCHRENK, naTrp: TWNT 5, 946-1024; H. RENARD - P. GRELOT, Hijo: VTB 338-341; R. SCHNANCKENBURG, Die Johannesbriefe. Freiburg 1953, 155-162; M. W. SCHOENBERG, St. Paul's notion on the adoptive Sonship of Christians: The Thomist 28 (1964) 51-75; P. TERNANT, Padres y padre: VTB 552-559; P. VAN IMSCHOOT, Hijo de Dios. Filiación divina: DB 841-842; S. ZEDDA, L'adozione a f igli di Dio e lo Spirito Santo. Roma 1952; W. ZIMMERLI - J. JEREMIAS, nal 0Eoü: TWNT 5, 946-1024.

594 Estudios patrísticos

L. JANSSENS, Notre filiation adoptive d'aprs saint Cyrille d'Alexandrie: ETL 15 (1938) 233-278; P. NEMESHEGYI, La paternité de Dieu chez Origéne. Tournai 1960; E. MERSCH, Filii in Filio. La tradition: NRT 65 C1938) 565-582.

595 Estudios especulativos

J. AUER, Der hl. Geist, der Gotteskindscha f t: Geist und Leben 21 (1943) 277-294; J. BITTREMIEUX, Utram unio cum Spiritu Sancto sit causa formalis filiationis adoptivae justi: ETL 10 (1.933) 427-440; E. BOULARAND, La mission invisible du Fils: RAM 30 (1954) 297-323; F. BOURASSA, Adoptive Sonship. Our Union with the Divine Persons: TS 13 (1952) 309-335; S. DocKX, Fils de Dieu par gráce. Paris 1948; A. GARCÍA SUÁREZ, La primera persona trinitaria y la filiación adoptiva: XVIII Semana española de teología. Madrid 1961, 69-114; H. KUHAUPT, Die Formalursache der Gotteskindscha f t. Münster 1940; H. P. C. LYONS, The Grace of Sonship: ETL 27 (1951) 438-466; E. MERSCH, Filii in Filio. Théologie: NRT 65 (1938) 681-702; H. MORITZ, Verkündigung durch den Vater. Eink neuer Aspekt für das alce Leitbild: Der Seelsorger 37 (1967.) 48-55; K. RAHNER, Theos en el Nuevo Testamento: Escritos de teología, 1. Taurus, Madrid 31967, 93-166; ID., Advertencia sobre el tratado dogmático De Trinitate: ibid 4, Madrid 1964, 105-138.

El testimonio de las fuentes

596 En el Antiguo Testamento, además de los ángeles, también el pueblo de Israel es llamado «hijo de Dios» (Ex 4, 22-23); más aún, este término se llega a aplicar a veces a personas individuales, por ejemplo en Is 30,1-9. El funda-mento de esta «filiación» es a veces la misma creación (Is 45,11; Mal 2,10); por mayor frecuencia, el pueblo y las personas particulares son llamados «hijos» por causa de la alianza (Dt 14,1-2; 32,6-13; Is 1,2; etc.). Los reyes de Israel son llamados hijos de Dios (2 Sam 7,14; 1 Crón 22,10; Sal 2,7; 89,27): en efecto, los reyes son elegidos por Dios y gobiernan con la autoridad y asistencia del Dios de la alianza. Sin embargo, en los libros sapienciales no faltan casos en los que los justos son llamados hijos de Dios. Los impíos acusan al justo de llamarse hijo de Dios (Sab 2,16-18); el que es misericordioso, merece ser llamado por Dios hijo suyo (Eclo 4, 10). La paternidad de Dios implica por su parte una misericordia especial (Sal 103,12-13), una protección especial (Sal 27,10; Prov 3,12 —según los LXX—; Dt 8,5; 2 Sam 7, 14-15; Eclo 51,10). Los pecados de los hijos ofenden de manera especial al Padre divino (Is 1,2-4). Por parte del hombre, la condición de hijo exige que honre a Dios, obedeciéndole (Mál 1,6). Más aún, la obediencia para con Dios tiene que ser una imitación del modo de obrar de Dios mismo (Eclo 4,10-11, según el texto original). La paternidad de Dios para con los justos se manifestará especialmente en los tiempos mesiánicos (Mal 3,17-18).

En todos estos textos, el apelativo «padre» trasfiere a Dios la figura del padre de la familia patriarcal, que mira por sus hijos y sus siervos con un gobierno afectuoso, esperando de ellos una obediencia decidida y confiada. Apenas se insinúa la idea de la descendencia con alguna que otra alusión a la creación. La paternidad de Yavé se refiere por un título especial a su pueblo y a aquellos miembros del pueblo que están unidos particularmente con él, por su misión o por su fidelidad. Este aspecto de la paternidad divina distingue a la manera judía de pensar de la del ambiente semi-ta de los pueblos limítrofes y de la del helenismo, que consideraba a Dios en primer lugar como padre cósmico.

597 En los sinópticos, Jesús nos revela un nuevo sentido de la paternidad divina en sus relaciones con Dios. El apelativo Abba, que Jesús utiliza en sus oraciones, solamente aparece en su forma aramaica en Mc 14,36; pero la invocación «Padre» se encuentra en todas las plegarias de jesús (Mt 11,25-26; 26,42; Lc 10,21; 22,42; 23,34; 23,46). La familiaridad de este término indica que la filiación que se atribuye Jesús llega hasta un plano de intimidad excepcional. Esa relacíón lleva consigo un perfecto conocimiento recíproco (Mt 11,25) y la perfecta complacencia del Padre en el Hijo (Mc 1,11; 9,7). La filiación de Jesús es única (Mc 12,6). Por eso Dios no es del mismo modo padre de Jesús y padre de los discípulos; de hecho, jesús no se pone jamás en el mismo plano que los discípulos hablando de Dios como «padre nuestro», sino que distingue siempre entre las dos filiaciones, ha-blando de «padre mío» y de «padre vuestro» (Mt 5,45; 25, 34; Lc 24,49; etc.). Mientras que los demás hombres tienen que convertirse en hijos de Dios (Mt 5,44-45; Lc 20,36), Jesús es desde su infancia hijo de Dios (Lc 2,49).

598 La filiación de los discípulos es inferior a la de jesús, pero también ellos pueden llamar a Dios Padre en un sentido nuevo y verdadero. Esta paternidad se manifiesta por medio de una especialísima benevolencia y providencia. Aun cuán-do Dios gobierna a todas las criaturas, los discípulos de Cristo se encuentran en una posición privilegiada: Dios sabe qué es lo que necesitan, interior y exteriormente (Mt 6, 8.32); Dios ve y aprecia las buenas obras que ellos hacen, aunque sean ocultas (Mt 6,4-6) y quiere que ninguno de sus hijos, por muy pequeño que sea, perezca y se pierda (Mt 18,14). Si los hombres a pesar de ser malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, «¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,11-13). En este texto aflora ya la idea, que más tarde desarrollará Pablo, de que la paternidad divina tiene especialmente como efecto el don del espíritu.'El espíritu del Padre es el que hablará en los cristianos ante los jueces (Mt 10,20). En los tiempos escatológicos, los justos, hijos de Dios, resplandecerán como el sol en el reino de su padre (Mt 13,43).

599 Los discípulos de Jesús tienen que portarse ante Dios de una manea filial. Tal como aparece en el sermón de la montaña, su conducta moral tiene que determinarse por esa relación que tienen con Dios: tienen que hacer buenas obras, para que su Padre celestial sea glorificado (Mt 5,16); su comportamiento tiene que ser digno de los hijos de semejante Padre (Mt 5,45); las buenas obras son una imitación del Padre amoroso y misericordioso (Mt 5,9.44-45; 6,12.14). Los 'hombres se hacen hijos de Dios, no por su descendencia biológica, sino porque tienen fe en Jesús (Mt 8,10-12). El que se haya alejado del Padre, volverá a ser admitido como hijo, si vuelve a él arrepentido (Lc 15,22-29).

600 En las cartas de Pablo nos encontramos con la elaboración teológica de la filiación divina. Esa filiación es la que distingue a los cristianos de los paganos y es también la razón de que los cristianos no puedan participar de ninguna manifestación de los idólatras (2 Cor 6,18). Más aún, la filiación divina nos introduce en una intimidad con Dios, superior incluso a la que poseían los justos del Antiguo Testamento. Pablo establece una oposición entre la religión de la ley, donde era el temor el que incitaba a guardar los mandamientos, y la religión del amor, donde la confianza libera los corazones y la caridad filial lleva espontáneamente al cumplimiento de la voluntad del Padre (Rom 8,14-16). La postura cristiana ante Dios está compendiada eti la invocación: ¡Abba! ¡Padre! (cf. también Gál 4,6-7). Este término semi-ta, introducido en el texto griego, es una repetición de la in-vocación de Jesús (Mc 14,36); vemos, pues, cómo los cristianos tenían la costumbre de invocar a Dios con tal familiaridad que a un judío le hubiera parecido escandalosa, si no se lo hubiese enseñado el ejemplo del divino maestro 62.

601 El fundamento de la filiación tampoco es en Pablo la creación, sino la adopción divina. Para poner más de relieve la doctrina bíblica, según la cual los hombres no nacen hijos de Dios, sino que se convierten en tales porque Dios los acoge misericordiosamente como hijos, Pablo recurre a una categoría no bíblica, sino griega, la de la adopción (uio8E6ía: Rom 8,15.23; Gál 4,5; Ef 1,5). La adopción, por la que Dios eleva al hombre a la intimidad filial, no es sin embargo un acto meramente jurídico. Dios se convierte en padre, al hacerse para ios elegidos fuente de salvación, infundiéndoles una nueva vida (Gál 1,4-5; Ef 5,20; 2 Tes 2,15-16) y sobre todo dándoles su espíritu (Ef 1,17). Nosotros somos hijos porque somos «guiados por el Espíritu de Dios» (Rom 8,14; cf. Gál 4,6-7; 2 Tim 1,7). La gran doxología de Ef 1,3-14 contiene en síntesis toda la realidad de la filiación divina, que tiene su origen en una elección gratuita del Padre, que nos ha adoptado como hijos por medio de Jesucristo, dándonos el Espíritu Santo, prenda de la futura herencia en los cielos.

602 Para situar nuestra filiación en su ángulo justo, hay que tener en cuenta que, según Pablo, nuestra filiación comporta relaciones diversas con las tres personas de la santísima Trinidad. Somos hijos de Dios, y el término e£óS, en el Nuevo Testamento, suele referirse a la primera persona de la Trinidad 63. Nunca afirma Pablo que seamos hijos de toda la Trinidad, ni hijos del Hijo, ni hijos del Espíritu Santo: llama a los cristianos hijos de la primera persona de la santísima Trinidad ;xclusivamente. En Rom 8,14,17, Dios (de quien somos hijos y herederos) es distinto de Cristo (del que somos coherederos) y del Espíritu Santo (que da testimonio de que somos hijos de Dios); por tanto, somos hijos de la primera persona, hermanos adoptivos de la segunda persona, animados por el Espíritu que hemos recibido para poder vivir filialmente. Según Rom 8,29, Dios, es decir, el Padre, ha predestinado a los cristianos «a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos»: también aquí los cristianos son hijos del Padre y hermanos del Hijo. En 1 Cor 8,6, «Dios», que es llamado Padre, es aquél «del cual proceden todas las cosas y para el cual somos»; del Padre se distingue Jesucristo, «por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros»; la relación que tenemos con la primera persona es diferente de la relación que tenemos con la segunda.

603 Gál 4,4-7 tiene una importancia especial en este asunto. En este texto, «Dios», de quien somos hijos, es aquél que manda al Hijo: se trata, por consiguiente de la primera persona trinitaria. Somos hijos, porque llamamos a Dios Abba, como lo llamó Cristo (Mc 14,36). Al ser hijos, somos también herederos como Cristo (Rom 8,17), no por naturaleza, sino por un favor libre. Obtenemos la filiación divina en cuanto Cristo es formado en nosotros (v. 19). El Espíritu, que ha sido enviado al corazón de los hijos, les inspira una religiosidad filial. También aquí se distingue claramente la relación que tiene el justificado con cada una de las tres divinas personas.

604 En El 1,3-14 el apóstol bendice al «Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo», a la primera persona de la santísima Trinidad (v. 3), porque nos ha predestinado «para ser sus hijos adoptivos» (v. 5). Recibimos esta filiación «por me-dio de Jesucristo» (v. 5), convirtiéndonos en objeto del beneplácito divino en aquél que es por sí mismo «el amado» (v. 6). De esta forma, los cristianos han sido «sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es prenda de nuestra herencia para redención del pueblo de su pósesión, para alabanza de su gloria» (v. 13-14).

En El 2,18 se expresan en una sola fórmula las diversas relaciones del justificado, hecho hijo de Dios, con las tres divinas personas. En cl contexto se habla de Jesucristo, que ha venido a unir a los judíos y a los gentiles (v. 14); «por él, unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu»; «él» es Jesucristo (v. 13); el «Padre» es aquél con el que nos ha reconciliado Cristo mediante la cruz (v. 16), la primera persona de la Trinidad; en el «Espíritu» tenemos acceso al Padre y en el Espíritu somos edificados para ser morada de Dios (v. 22).

605 En los escritos de Juan el tema de la filiación resulta fundamental para expresar la condición del cristiano. El hombre se hace hijo de Dios, no por el nacimiento (Jn 1,13) sino porque es regenerado (Jn 3,6). La filiación divina lleva con-sigo una manera determinada de vivir y de obrar (1 Jn 2,29; 3,9-10; 4,7; 5,1-2); el que comete pecado, no es hijo de Dios (1 Jn 3,9; 5,18). Pero hacerse hijo de Dios no supone un mero cambio moral, sino que lleva consigo una realidad ontológica: en efecto, la filiación es un don de Dios (1 Jn 3,1); nuestro nacimiento de Dios se realiza por el Espíritu, es un don que viene de arriba (Jn 3,5-8) y que se alcanza cuando recibimos la semilla de Dios, que permanece en el hombre (1 Jn 3,9): por eso, no solamente somos llamados hijos de Dios, sino que lo somos realmente, aun cuando todavía no se manifieste en la vida presente la realidad ya poseída (1 Jn 3,1-2).

606 La filiación supone también, según Juan, relaciones especiales con las tres divinas personas. Juan no dice nunca que seamos hijos del Verbo o del Espíritu, sino de Dios. Pues bien, la expresión «Dios» se refiere a la primera persona de la Trinidad: la equivalencia de estos dos términos es evidente, por ejemplo, en 1 Jn 3,1. Además, el Padre, en el lengua-je de Juan, es también el Padre de Jesús, p. e. en Jn 20, 16-17, donde Jesus habla de su Padre y nuestro Padre, de su Dios y de nuestro Dios (cf. también Jn 6,37-45). Juan no nos considera hijos de toda la Trinidad, sino de la primera persona: por eso somos hermanos de Jesús (Jn 20,16-17). Gracias a esta filiación divina, tenemos también una relación especial con el Espíritu Santo, ya que esta filiación empieza cuando nacemos del Espíritu (Jn 3,8; cf. 1 Jn 3,24; 4,13).

607 Temas de estudio

    1. Determinar la diferencia entre la noción helenista y la noción cristiana de la paternidad divina, tomando como base los estudios de C. PRÜMM, Der christliche Glaube und die altheidnische Welt, 1. Leipzig 1935, 87-96, o bien W. MARCHEL, Abba, Pére. Roma 1963, 9-52.

    2. Observar cómo en la oración de la Iglesia antigua puede apreciarse que con la invocación «¡Padre!» se llamaba a la primera persona trinitaria: cf. W. MARCHEL, o. C., 206-210.

    3. Observar, leyendo o. c., 223-252, cómo nuestra unión con Cristo es el fundamento de nuestra adopción divina.

    4. Determinar, leyendo a S. ZEDDA, Adozione a f igli di Dio e lo Spirito Santo. Roma 1952, qué parte le corresponde al Espíritu Santo en nuestra filiación divina.

    5. Examinar el valor de los argumentos presentados por K. RAHNER, Escritos de teología 1, 93-166, para establecer la relación de nuestra filiación con la primera persona trinitaria.

    6. Reconstruir, pasándose en la 1 Carta de Juan, la descripción de la filiación divina del cristiano.

Los Padres

608 Los Padres repiten las expresiones bíblicas referentes a la filiación divina, concediéndole a esta categoría una notable importancia para la comprensión de la existencia cristiana. En la. explicación de este misterio no existe una diversidad refleja de teorías, pero se pueden observar acentuaciones diferentes. Los «liturgistas» explican la filiación teniendo especialmente en cuenta el acontecimiento bautismal y poniendo de relieve el cambio cualitativo, por el que nos trasformamos en hijos de Dios, mientras que los «maestros», más atentos a la obra de perfeccionamiento de los fieles, ponen mayor interés en explicar cómo se va profundizando progresivamente en esta filiación, a través de la vida cristiana. Las diversas explicaciones muestran también las huellas del contexto intelectual en que se mueven sus autores respectivos: hay quienes se preocupan por la exactitud de la doctrina trinitaria e insisten, por consiguiente, en la distinción entre la filiación del Verbo v la nuestra; otros se resienten más de la influencia platónica y explican cómo ya la encarnación ha unido con el Padre divino a la única naturaleza humana, que existe en cada tino de los hombres; etc.

609 Temas de estudio

Estudiar la doctrina de algún Padre sobre la filiación divina del cristiano, utilizando las citas siguientes. Estas citas siguen un orden sistemático; un estudio más profundo debería tener en cuenta el orden cronológico de las obras, en cuanto fuera posible.

1. Para ORíuENI :s: Selecta in Ezech: PG 13, 769; De oratione 22: PG 11, 485; 1n [cc. 9,4: PG 13, 356-357; Comment. in Job., 20, 7: PG 14, 588 64.

2. Para CIRILO DE ALEJANDRÍA: De Incarnatione: PG 75, 1229; Thesaurus 11: PG 75, 113; ibid., 33: PG 75, 569; De ador. in spir.  et ver., 2: PG 68, 260; ibid., 7: PG 68, 504; ibid., 12: PG 68, 785 65.

3. Para ATANASio: Adv. Arianos 2, 59: PG 26, 273; ibid., 3, 24: PG 26, 373; Epist. de Synod. 8: PG 26, 998.

4. Para AGUSTÍN: De Sermone Dom. in monte 1, 23: PL 34, 1268; De Trin. 5, 11: PL 42, 918-919; In Joh. ev. tract., 2, 13: PL 35, 1394; ibid., 110,5: PL 35, 1923; Sermo 126, 7: PL 38, 702; Enchir. 39: PL 40, 252; Enarr. in Ps., 96, 9: PL 36, 811; Contra Faustum 3, 3: PL 42, 21566.

Doctrina de la Iglesia

610 En la liturgia los fieles son llamados hijos de Díos; por ejemplo, en el prefacio de pentecostés y en la bendición de la fuente bautismal. En ambos casos esta filiación divina se relaciona con el Espíritu Santo. A pesar de ello, los fieles no son llamados hijos del Espíritu Santo, ni tampoco del Verbo o de la Trinidad. La Iglesia, cuando ora, llama «Padre» so-lamente a lá primera persona de la santísima Trinidad, dirigiéndose a él por medio del Unigénito. Pueden verse muchos ejemplos de esta estructura trinitaria, por ejemplo, al comienzo del canon romano y en la conclusión de las oraciones 67.

611 El concilio Tridentino hace algunas alusiones a la filiación divina del cristiano. Al describir cómo el hombre pasa del signo de Adán (del estado de pecado) al signo de .Cristo (el estado de justicia), esta segunda condición se define como «estado de gracia y de adopción como hijos» (D 1524). Ya en el decreto sobre el pecado original, al tratar del efecto del bautismo, el concilio había dicho que los bautizados «han sido hechos inocentes, inmaculados puros, sin culpa e hijos amados de Dios, herederos de Dios y coherederos de Cristo» (D 1515).

612 El concilio Vaticano II no ha tratado directamente de la filiación divina, pero ha hecho varias alusiones a ella:

1) La filiación divina se presenta allí como la mayor dignidad y perfección a la que Dios ha destinado a la humanidad, que se va actuando progresivamente en la historia de la salvación (LG 3,32,40).

2) Se pone de relieve el aspecto cristológico de esta filiación: el que es hijo del Padre tiene como hermano a Cristo (GS 32), ya que la benignidad del Padre quiso que el Verbo encarnado fuese el primogénito entre muchos hermanos (LG 7; GS 10,32). Más aún, la relación con Cristo es la que nos proporciona la filiación divina: los que siguen a Cristo son elevados a esta filiación (LG 40). La filiación adoptiva se obtiene mediante la inserción en el Hijo natural: nos hacemos filii in Filio gracias a la redención (GS 22).

3) La filiación divina, como perfección, pertenece al orden óptico, pero es al mismo tiempo principio y norma de acción (es una realidad «existencial»). En efecto, la filiación supone la libertad y la confianza-(LG 36,37).

Reflexión teológica

613. La primera cuestión que la teología especulativa se plan-tea sobre la filiación divina es sobre la manera de explicarla. Hemos de partir de la noción jurídica de adopción, ya que Pablo, al introducir esta categoría helenista, le ha atribuido evidentemente un valor especial para la inteligencia de este misterio. La adopción tiene lugar cuando un hombre gratuitamente admite a otro a participar de la condición de hijo natural, condición que lleva también consigo el derecho a la herencia. Pues bien, el hombre considerado en su naturaleza puede ser llamado metafóricamente por la creación «hijo de Dios»; sin embargo, se necesita un acto especial de la misericordia divina para que sea elevado a participar de los bienes que son propios del Verbo encarnado, hijo natural del Padre. La adopción divina difiere de la adopción humana, ya que la adopción humana supone en el sujeto cierta idoneidad para recibir la adopción y establece solamente una condición jurídica; por el contrario, Dios es el que hace al hombre idóneo para participar de los bienes del hijo, cambiando su realidad. Por tanto, el hombre recibe al mismo tiempo un nuevo ser y un nuevo papel ante el Padre divino. La elevación interior del hombre es una generación espiritual, ya que Dios comunica una participación de su propia naturaleza (cf. c. 15). Por eso, bajo este punto de vista, la adopción divina resulta más semejante a la generación que a la adopción humana: en efecto, confiere una participación de la naturaleza divina, que no es sin embargo una posesión de la naturaleza idéntica y no hace que el hombre se convierta en Dios (como sucede en el caso de la generación eterna del Verbo) 68.

614 El segundo problema que tiene que resolver la teología especulativa, es el de averiguar en qué sentido Dios se hace «Padre» del hombre mediante la filiación adoptiva. Santo Tomás piensa que el hombre es adoptado como hijo por toda la Trinidad, ya que toda la Trinidad es causa eficiente de la adopción del justo. Sin, embargo, la adopción según santo Tomás se le apropia al Padre como a su autor, al Hijo como a su ejemplar, al Espíritu Santo como a aquél que imprime en nosotros la semejanza con el ejemplar. Por eso, santo Tomás cree que la invocación «Padre nuestro» se refiere a toda la Trinidad, lo mismo que todos los nombres divinos que se dicen de Dios en relación con las criaturas 69. Esta teoría es admitida por todos, si se piensa únicamente en la acción por la que las divinas personas regeneran al hombre, produciendo en él una nueva realidad (la gracia creada).

615 Se puede, sin embargo, dar un nuevo paso, considerando la parte propia de las tres divinas personas en el misterio de nuestra salvación. Como ya hemos recordado al hablar de la inhabitación (n. 585-589), es solamente el Padre el que toma la iniciativa de enviar al Hijo para que nosotros lleguemos a ser también hijos suyos; es solamente el Hijo el que se encarna y lleva a cabo (con su muerte y su resurrección) nuestra redención, por la que adquirimos la posibilidad de convertirnos en hijos de Dios; y son el Padre y el Hijo los que mandan al Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones, haciéndonos invocar: ¡Abba! ¡Padre! Teniendo presente esta «economía trinitaria», es preciso afirmar que en tanto somos elevados a la condición de hijos, en cuanto recibimos del Padre y del Hijo una participación del Espíritu filial, del que Cristo tiene la plenitud, adquiriendo con el Padre una relación semejante a la de Cristo. Parece, por tanto, que hemos de concluir que el justo se hace hijo solamente de la primera persona de la santísima Trinidad, ya que se hace hermano del Hijo, recibiendo al Espíritu Santo que se une a él de una forma misteriosa. Por la encarnación, también los pecadores pueden ser llamados hermanos de Cristo (con esa hermandad universal que une a todos los hombres); pero esta hermandad recibe un nuevo sentido en los justos, que comparte con el Hijo encarnado el amor al Padre.

616 Esta manera de explicar la filiación divina es plenamente aceptable, por ser también la más conforme con la manera de hablar de la Escritura y de los Padres 70: por esta razón, tras el «retorno a las fuentes» que se ha llevado a cabo en los últimos años, es también la que ha ido prevaleciendo en teología. Las grandes líneas de esta «antropología trinitaria» han sido igualmente adoptadas en los panoramas sintéticos de la historia de la salvación que ha esbozado el concilio Vaticano II (LG 2-4; AG 2-5). Sin embargo, la elaboración especulativa de la teoría que hemos expuesto sigue todavía su curso. Especialmente es preciso especificar el concepto de esas relaciones del hombre en Cristo con las tres divinas personas, por las que se convierte en hijo del Padre. Dado que estas relaciones se verifican solamente en este único caso, sin que puedan someterse a una experiencia directa, no se puede hablar de definiciones. Únicamente se podrá describirlas, par-tiendo de relaciones análogas, conocidas por la fe (por ejemplo, la unión hipostática y la unión de las tres divinas personas con los bienaventurados en la visión beatífica), pero atendiendo a los puntos en que, nuestro caso se diferencia de los demás.

617 Temas de estudio

    1. Examinar los diversos caminos que utilizan los teólogos para explicar las relaciones del hombre en Cristo con las tres divinas personas, siguiendo a E. HAIBLE, Die Einwohnung der drei góttlichen Personen im Christen nach den Ergebnissen der neueren Theologie: TQ 139 (1959) 1-27, o bien P. F. CHIRico, The Divine Indwelling and Distinct Relations to the Indwelling Persons in Modern Theolo-. gical Discussion. Roma 1960.

    2. Estudiar el sentido exacto de la fórmula filii in Filio, leyendo el artículo de E. MERSCH, Filii in Filio: NRT 65 (1938) 681-702.

    3. Leer en H. MÜHLEN, Una mystica persona. Roma 1968, a. 801-843, y reflexionar sobre la manera de comprender la unión del justo con cada una de las personas divinas, tomando como punto de partida la noción bíblica y patrística de la «unción de Cristo».

    4. Leer JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, estrofa 39, y considerar cómo hay que interpretar este texto a la luz de la doctrina expuesta anteriormente.

______________

1 Cf., por ejemplo, CIRILO DE ALEJANDRÍA, In Joh. evang., 10, 14, 27: PG 74, 304-305.

2 Cf. SAN AGUSTÍN, In Job. tract. 77: PL 35, 1833-1835; SAN GREGORIO MAGNO, Moralia 9, 5: PL 75, 861.

3 Cf. A. PFLIEGER, Liturgicae orationis concordantia varbalia. Roma 1964, 468-470.

4 ARISTÓTELES, Etica a Nicómaco 8, 7.

5 E. PETERSON, O. C., 161-202.

6 Cf. DIBELIUS, o. C. en n. 531,

7 Cf. E. PETERSON, O. C., 174-177.

8 Cf., por ejemplo, IRENEO, Adv. Haer., 4, 13: PG 7, 1009; CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata 7, 10: PG 9, 481; CIRILO DE ALEJANDRÍA, In Job. evang., 15, 4: PG 74, 383-385; SAN AMBROSIO, Ep. 37 ad Simpl.: PL 16, 1090; SAN AGUSTÍN, Enarrat. in Ps. 131: PL 37, 1718; ID., In Job. tract., 85: PL 35, 1848.

9 Cf. A. CHICOT, Amis de Dieu: DSAM 1, 493-500; R. EGENTER, Gottes f reunde, Gottesf reundschaf t: LTK 4, 1104-1106.

10 Cf. A. PFLIEGER, O. C., 1, 223-224.

11 Ibid., 224-225.

12 Cf. PACLY-WISSOWA, Realencyclopiidie der classischen Altertumswissenschaften 6, 1980-1986; olxrtoS: G. W. H. LAMPE, A Patristic Greec Lexikon.

13 Cf. DE .AMBROGGI, Il Cantico dei cantici. Roma 1952, 92-95; A. FEUILLET, Le Cantique des cantiques. Paris 1953; ROBERT-TOURNAY, Le Cantique des cantiques. Paris 1963.

14 Cf. G. CASTELLINO, Libro dei Salmi. 'orino 1955, 572-574.

15 Cf. F. HEILER, Erscheinungs f ormen und Wesen der Religion. Stuttgart 1961, 243-248.

16 Cf., por ejemplo, G. ETCI-IEGOYEN, L'amour divin, essai sur les sources de sainte Thérése. Bordeaux 1923, 256-289, sobre las imágenes usadas por santa Teresa de Jesús.

17 Sobre la importancia de la interpretación de las imágenes en teología, cf. H. U. VON BALTHASAR, Verbum Caro. Guadarrama, Madrid 1964, 206.

18 Cf. Z. ALSZEGHY, Grundf ormen der Liebe. Roma 1946.

19 Para la interpretación de estos textos, cf. M. D'ARcY, The Mind and Heart o/ Love. London 1945; L. B. GEIGER, Le probléme de l'amour chez S. Thomas d'Aquin. Montréal-Paris 1952; L. B. GILLON, Genése de la theorie thomiste de l'amour: RT (1946) 322-329; ID., A propbs de la théologie thomiste de l'amitié: Angelicum 25 (1948) 4-17; M. NEDONCELLE, Vers une philosophie de l'amour et de la personne. Paris 1957; J. H. NIcoLAs, Amour de soi, amour de Dieu, amour des autres: RT 56 (1956) 5-42; J. M. PERRIN, Le mystére de la c.harité. Bruges 1960; H. D. SIMONIN, Autour de la solution thomiste du probléme de l'amour: Archives d'histoire doctrinale et littéraire du moyen áge 6 (1931) 174-274.

20 Cf. SANTO Toa.(s, 3 Sent., dist. 27, q. 2, a. 2 ad 4; el pensamiento tomista está desarrollado por los SALMANTICENSES, De caritate, disp. 1, dub. 4.

21 Cf. DB 1812.

22 Para todo este desarrollo, cf. Y: M. CONGAR, El misterio del templo. Estela, Barcelona 1964.

23 Cf. Gén 18, en la interpretación de SAN AGUSTÍN, De Trinitate 2, 11: PL 42, 858; SAN AMBROSIO, De excessu Satyri 2, 96: PL 16, 1342.

24 Sobre los problemas históricos, cf. A. CLAMER, en PIROT-CLAMER, Le sainte Bible, 1-2. Paris 1956, 33-51.

25 Cf. A. GAMPER, Die heilsgeschichtliche Bedeutung des salomdnischen Tempelweihegebetes: ZKT 85 (1963) 55-61; H. J. KRAUS, Gottesdienst in Israel. München 1962, 242-253.

26 Cf. los textos bien escogidos y ordenados en sabiduría: VTB 716-721.

27 Cf. TWNT 6, 330-453.

28 J. GUILLET, Temas bíblicos. Paulinas, Madrid 1963, 227-279; espíritu: DTB 334-360.

29 Cf. X. L(ON-DUFOUR, Le signe du temple selon saint Jean: RSR 39 (1951) 155-175.

30 Cf. F. BRAUN, L'eau et l'esprit: RT 49 (1949) 5-15.

31 Cf. J. PFAMMATTER, Die Kirche als Bau. Roma 1960, 166-185.

32 A. VON HARNACK, Die Terminologie der Wiedergeburt und verwandter Erlebnisse in der ¿iltesten Kirche: Texte und Untersuchungen 42, Heft 3, Leipzig 1918, 97-143; algunos ejemplos: IRENEO, Adv. haer., 4,20, 6: PG 7, 1036; 3,16,3: PG 7,922; 5,8,1: PG 7, 1141; IGNACIO DE ANTIOQUíA, Ad Ef. 9,2; HERMAS, Man. 11,16.

33 Cf., por ejemplo, ATANASIO, 1 Ep. ad Serap., 24: PG 26, 185; BASILIO, De Spir. S. 16, 37-38: PG 32, 136-137.

34 Cf., por ejemplo, Didascalia 2, 41; sobre este tema cf. P. GALTIER, De paenitentia. Roma 1950, n. 151-153; G. W. 1-I. LAMPE, The Seal of thc Spirit. London 1951, 193-214.

35 Cf., por ejemplo, IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad efesios 9, 1-2.

36 Cf. P. GALTIER, Le Saint Esprit en vous d'aprés les Péres grecs. Roma 1946.

37 Cf. D. PETAVIUS, Dogmata Theologica 3: De Trin. 8, 5-6; para los teólogos del siglo xix cf. H. SCHAUF, Die Einwohnung des heiligen Geistes. Freiburg 1941.

38 Cf. W. VOELKER, Das Vollkommenheitsideal des Origenes. Tübingen 1931, 98-144; A. LIESKE, Die Theologie der Logosmystik bei Origenes. Münster 1938; Zur Theologie der Logosmystik Gregors von Nyssa: Sch 14 (1939) 485-514.

39 Ritual romano, t. 2, n. 3, 4 y 12.

40 C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia. BAC, Madrid 1959, 184-233.

41 STh 1, q. 43, a. 3.

42 Cf. S. TxoMP, Textus et documenta, series theologica, 26. Roma 1943, nota al n. 79, 115.

43 AAS 29 (1896-1897) 644-658; cf. la edición de Cit. BoYER, Textús et documenta, series theologica, 29. Roma 1952.

44 Las diversas opiniones que sobre este problema ha expresa-do la teología contemporánea, son analizadas por J. TRÜTSCH, SS. Trinitatis inhabitatio apud theologos recentiores. Trento 1949.

45 Sobre la discusión contemporánea de este problema cf. P. F. CHIRICO, The Divine Indwelling and Distinct Relations to the Indwelling Persons' in Modern Theological Discussion. Roma 1960.

46 In 1, q. 8,.d. 30, c. 3.

47 P. GALTIER, L'habitation en nous des trois personnes. Roma '1950.

48 STh 1, q. 43, a. 3.

49 De Trinitate 1, 12, c. 5.

50 B. FROGET, De l'habitation de saint Thomas. Paris 41901.

51 Cursus theologicus t. 4: In 1, q. 43, d. 17, a. 3.

52 A. GIRDEIL, La structure de l'áme et l'expérience mystique. Paris 21927.

53 M. DE LA TAILLE, Actuation créée par acte incréé: RSR 18 (1928) 253-268.

54 K. RAHNER, Sobre el concepto escolástico de gracia increada: Escritos de teología, 1. Taurus, Madrid 31967, 351-380; Advertencia sobre el tratado dogmático De Trinitate: ibid., 4. Madrid 1964, 105-136.

55 STh 1, q. 12, a. 2.

56 Cf. la descripción de la unión con Dios en la visión beatífica que nos ofrece SANTO Tomás, Compendium theologiae, c. 105.

57 Cf. D. BURRELL, Indwelling Presence and Dialogue: TS 22 (1961) 1-17.

58 Cf. I. WILLIG, Geschaffene und ungeschaffene Gnadc. Münster 1964, 283-295.

59 R. LATOURELLE, Teología de la revelación. Sígueme, Salamanca 1967, 407-409.

60 Cf. H. MÜHLEN, Der Heilige Geist als Person. Münster 21966, 268-305, especialmente 280.

61 Cf. G. PHILIPs, La gráce des fustes de l'Ancien Testament. Bruges 1948, .o bien F. BONNIN AGUILÓ, El limbo de los Padres. Barcelona 1967.

62 S. ZEDDA, L'adozione a figli di Dio e lo Spirito Santo. Roma 1952, 150-151.

63 Cf. K. RAHNER, Theos en el Nuevo Testamento: Escritos de teología 1, 93-166.

64 Para un estudio más profundo cf. A. LIESKE, Die Theologie dcr Logosnmvstik bei Origenes. Münster 1938; P. NEMESHEGYI, La l>dternité de Dicu chez Origó-ne. Tournai 1960.

65 Para un estudio más amplio cf. J. MAH H,, La sancti f ication d'apres saint Cyrille d'Alexandrie: Revue d'histoire ecclesiastique 10 (1909) 30-40, 469-492; L. JANSSENS, Notre filiation divine d'apres saint Cyrille d'Alexandrie: ETL 15 (1938) 233-278; 14. DU MANOIR, Dogme et spiritualité chez saint Cyrille d'Alexandrie. Paris 1944.

66 Para un estudio más amplio cf. J. CHENÉ, La théologie de saint Augustin. Le Puy 1961, 64-69.

67 Cf. C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia. BAC, Madrid 1959, 198-233; J. A. JUNGMANN, Die Stellung Christi in U-turgischem Gebet. Münster 1925.

68 Cf. STh 3, q. 23, a. 1.

69 STh 3, q. 23, a. 2.

70 Cf. P. GALTIER, De SS. Trinitate. in se el in nobis. Roma 21953, 247-279.