CONCLUSIÓN


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La división que se introdujo en el hombre por el peca-do no es únicamente un elemento marginal en la antropología teológica. Es un hecho de tal importancia que no puede olvidarse sin falsificar la descripción del fenómeno humano. En efecto, el hombre ha sido creado por Dios y ha sido creado a imagen de Dios en Cristo. Por eso, al estar aliena-do de Dios, el hombre no puede tener esa triple relación con Cristo, que es la única que le da sentido a su existencia (n. 57-76). El que no es capaz de dialogar con el Padre, no está
en Cristo, porque ha perdido la perfección de la imagen que se le concedió al hombre precisamente en orden a la vida teologal con Dios (cf. n. 137).

Por esta misma razón, el hombre en estado de pecado original está proyectado hacia Cristo solamente en virtud de una ordenación óntica: la verdad es que entonces, infalible-mente, se encaminará a otros fines (hacia bienestar individual o colectivo, terreno y temporal), o rechazará todo fin, aceptando echar a perder su propia vida: de esta forma «pervertirá» su vida, desviándola del curso de la historia de la salvación. Más aún, impedirá que por Cristo se realice totalmente la idea del creador sobre él. Rehusará de este modo la unificación de sus diversas inclinaciones, hábitos v acciones en el amor de Dios sobre todas las cosas, rechazará la que debería ser la forma de toda su vida personal y renunciará, a la construcción de su propia personalidad moral y a la del mundo. La alienación dialogal con Dios hace que también degenere el diálogo con el prójimo, ya que, cuando no se vive en comunión con el creador, el prójimo se con-vierte en parte del yo egoísta o bien se reduce a ser un me-dio o un gbstáculo para el propio bienestar individual. De este modo el hombre, aunque viva en sociedad, está excluido de toda verdadera comunión universal.

470 Al parecer, deberíamos concluir esta primera parte de nuestra antropología con la comprobación del fracaso de los designios benévolos del creador. Pero no hemos de olvidarnos, como con frecuencia ha sucedido en el pasado, de que la infeliz condición del hombre en Adán se nos ha revelado a la luz del evangelio de la gracia, precisamente para que resalte más el valor inaudito de este evangelio. Por eso, toda la doctrina sobre la caída del hombre puede concluir con las palabras de la cuarta plegaria eucarística:

Te alabamos, Padre santo, porque eres grande,
porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor.
A imagen tuya creaste al hombre
y le encomendaste el universo entero,
para que, sirviéndote sólo a ti, su creador,
dominara todo lo creado.
Y cuando por, desobediencia perdió tu amistad,
no lo abandonaste al poder de la muerte...
Y tanto amaste al mundo, Padre Santo,
que, al cumplirse la plenitud de los tiempos,
nos enviaste como salvador a tu único Hijo.