«LOS VICIOS CAPITALES EN LA SUMA TEOLÓGICA DE
SANTO TOMÁS DE AQUINO»

LA IRA

P. Luis Matías Ravaioli.

 

Ubicación en la Suma Teológica (II-II, q. 158) [1]

La cuestión que Santo Tomás consagra al estudio de la ira en se encuentra en la sección de moral, más específicamente, en el contexto del estudio de las virtudes cardinales. Hasta aquí ya ha hablado de las virtudes teologales, de las tres primeras virtudes cardinales, y ha dejado la virtud de la templanza para lo último, lugar donde encontramos nuestra cuestión. Con esta virtud termina la exposición de los pecados y vicios que son comunes a todas las personas; luego proseguirá su estudio con aquellas cosas que ya son propias sólo de algunas personas por razón de las diversas gracias carismáticas (como el don de profecía, por ejemplo), por los distintos géneros de vida (activa o contemplativa), y por los distintos oficios y estados que hay en la Iglesia.

Trata aquí el santo sobre las virtudes que regula la templanza y los vicios que la contrarían, encontrándose entre los últimos los vicios llamados capitales y, consiguientemente, dentro de estos considera la ira.

Antes de adentrarse en el estudio de la ira, es muy conveniente “haber comprendido a la perfección las tesis referentes a las pasiones [2] ... que han de ser la materia principal que regula la virtud de la templanza” [3] .

Estructura de la cuestión

La cuestión se divide en ocho artículos. Los dos primeros consideran a la ira en aquellos aspectos que tiene de bueno y laudable. Los cinco artículos siguientes tratan ya de la ira en cuanto movimiento pecaminoso al no seguir la medida impuesta por la recta razón. Finalmente, en el octavo artículo se preguntará si existe algún vicio que tenga su origen precisamente en la falta de ira.

Textos citados

Entre los textos usados por Santo Tomás en los sed contra o dentro de sus respuestas y objeciones, no hay ninguno que se destaque de modo particular. El autor más citado San Gregorio Magno en su Comentario moral sobre Job . Otros autores que aparecen en menor grado son San Agustín, San Juan Crisóstomo, Aristóteles en su Ética a Nicómaco , etc.

En cuanto a las citas que trae de la Escritura, las que más utiliza son el Salmo 4,5 (“ airaos y no pequéis ”) y la carta a los Gálatas 5,5 (“ desaparezca de vosotros toda indignación e ira ”).

Desarrollo doctrinal

I. Diferentes tipos de ira

Los actos humanos plenos convienen, valga la redundancia, al hombre en cuanto hombre, por estar dichos actos regulados por la inteligencia y voluntad. Pero existen también otros actos comunes al hombre y a los animales: las pasiones y sus efectos.

Estos actos, considerados en sí mismos, no pueden revestir de ninguna moralidad, puesto que son ajenos a la razón y ésta es la regla moral. Sin embargo, la unidad del ser humano les hace estar sometidos en un cierto grado a la razón, “como bajo un dominio político”, y según el grado de esta dependencia es el de su moralidad participada; es decir, que las pasiones serán más o menos morales según que sus movimientos puedan ser más o menos voluntarios [4] . La voluntad puede ejercer un cierto influjo sobre ellas imperándolas, o procurando dominarlas cuando puede y debe hacerlo, o finalmente, desligándolas de su dominio. [5]

Así sucede con la ira que, como tal, puede ser considerada como una pasión del apetito irascible, común a hombres y a animales; o bien como racional o voluntaria, perteneciente al apetito sensitivo bajo el dominio de la razón y la voluntad. De este modo, podemos encontrar tres clases de ira que difieren en sí por sus sujetos personales:

a. pasional: es la común a hombres y a animales. Consiste en una simple reacción del apetito irascible para quitar o destruir un mal presente que puede ser causado por cualquier objeto. [6]

b. Puramente espiritual o voluntaria: es propia y única de los ángeles, almas separadas y Dios. “Es la voluntad de vengar algún mal” [7] , como por ejemplo cuando el pueblo hebreo profirió en el desierto quejas amargas a los oídos de Yahveh, por lo cual “ se encendió su ira y ardió un fuego de Yahveh entre ellos y devoró un extremo del campamento [8] .

c. Mixta: ira propiamente humana en cuanto que participa de la inteligencia y la voluntad. Es el apetito de venganza con incandescencia corporal. Sólo se puede dar hacia otras personas porque sólo un ser racional puede hacernos una injuria a la cual nosotros procuremos vengar. Ésta especie de ira es susceptible de una cualificación moral, de allí que Aristóteles dijera que quien se encolerice contra su hermano puede ser tanto digno de alabanza como de vituperio [9] .

La ira pasional es estudiada por Santo Tomás en el tratado de las pasiones. La mixta o humana racional es la que trata en los artículos siguientes y que ahora desarrollaremos.

II. La ira en su aspecto moral

Naturaleza y objeto de la ira

La ira es una pasión del apetito sensitivo que tiene por objeto el deseo o búsqueda de venganza como sanción por un mal inferido [10] . Ella “importa el apetito de un mal, esto es, del daño que busca inferir al prójimo; sin embargo, no se mueve a ella en cuanto mal sino en cuanto bien de la justa vindicación... y como los movimientos del apetito se determinan más por aquello que es formal que por lo material, se ha de decir que la ira es prosecución de un bien, mejor que decir que es la búsqueda de un mal, porque lo que se busca es el mal materialmente, pero formalmente se busca el bien”. [11]

Podemos decir que, en cierta manera, el objeto de la ira mira a dos cosas: por un lado, a la venganza materialmente considerada, su forma, magnitud y duración; y por otro lado, mira a la persona mala o nociva que cometió la injuria.

Licitud de airarse (arts. 1 y 2)

Hemos dicho que la ira es una pasión del apetito sensitivo cuyo objeto es la venganza. Ahora bien, en las pasiones del alma hay dos modos de maldad: a- por el objeto de la pasión: así, por ejemplo, el objeto de la envidia es la tristeza por el bien ajeno, y por lo tanto sólo es necesario comprender qué significa la envidia para comprender que siempre se trata de algo malo. No pasa así con el objeto de la ira, pues la búsqueda o deseo de la venganza como sanción por un mal inferido puede ser justo o injusto [12] . b- por la magnitud: cuando la ira se excede del medio dictado por la razón no es lícita, pero mientras permanezca en el círculo de la razón recta no sólo es algo lícito sino que también hasta es algo laudable [13] .

Debemos afirmar que cuando el objeto de la ira sigue a la razón es algo elogiable y la llamamos “ ira per zelum ”. Pero quien busca la venganza sin atender al modo (es decir, castigando a quien no lo merece o más de lo que merece), o no buscando la corrección del prójimo sino sólo su mal, en este caso la venganza es pecaminosa y es llamada “ ira per vitium ”. Esto aparece expresado también en el Catecismo de la Iglesia Católica donde se afirma que “desear la venganza para el mal de aquel a quien es preciso castigar, es ilícito; pero es loable imponer una reparación para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia” [14] .

En cuanto a la magnitud, si nos airamos en el justo medio dictado por la razón es algo bueno, mientras que si nuestra ira es mayor o menor de lo que debiera ser es entonces pecado.

Todo acto de ira, de por sí, supone un modo de actuar más por pasión que por la razón, lo cual pareciera ser algo desordenado porque es propio del hombre actuar guiado por la razón. Mas así y todo, sin embargo, hay que distinguir cuando el movimiento de ira es anterior al juicio de la razón allí se dice que es cuando obramos movidos por ira. Por otro lado, cuando siguiendo la razón se mueve contra los vicios o para conservar la justicia (aunque en el momento de actuar merme la razón para dejar paso a la pasión) en ese caso es laudable ya que hacia este fin tiende todo el apetito sensitivo dirigido por la razón (ad 1), por ello afirma en el sed contra que “ quien se irrita sin motivo es culpable, pero quien se irrita con causa justa no es culpable ” (Crisóstomo, In Mt 5,22 homilia II) [15] .

La ira pecaminosa (art. 3 y siguientes)

Es a partir del artículo tercero que comienza la consideración de la ira en cuanto pecado, como movimiento desordenado. Nos preguntamos si todo pecado de ira es siempre pecado mortal. Para responder debemos nuevamente atender al objeto y al modo de la ira: si la venganza que se infiere es injusta entonces faltamos gravemente a la caridad y a la justicia. Y cuando la ira se opone a la caridad es pecado mortal, como cuando por el arrebato de ira el hombre deja de amar a Dios o al prójimo, y en este caso se entienden las palabras de Cristo que dice que “el que se irrite contra su hermano es reo de juicio ” (Mt 5,21) [16] . Sin embargo, puede ser pecado venial o por la imperfección del deseo o por parvedad de materia, como cuando un chiquito se venga del otro con un tironcito de pelo.

En cuanto al modo, puede llegar a ser pecado mortal si uno se excita con gran ardor tanto interior como exteriormente.

Comparación con otros pecados (art. 4)

Ahora bien, pudiendo ser la ira pecado mortal, la sopesamos en comparación del odio, la envidia y la concupiscencia, para determinar si la ira es pecado más grave que éstos.

Considerando al objeto de cada uno de estos pecados, vemos que el peor de estos tres es el odio porque desea el mal del otro de modo absoluto, es decir, en cuanto mal; luego, en escala descendente, le sigue la envidia porque desea el mal pero bajo razón de un bien exterior, el cual es la propia fama y honor, mientras que por su parte la ira también desea el mal del otro (desea vengarse) pero bajo razón de un bien más eminente que los anteriores cual es el restablecimiento de la justicia.

Por otro lado, por razón del bien que apetece la ira se asemeja en esto a la concupiscencia, aunque también aquí al comparar ambos objetos encontramos que la ira es un pecado inferior al del apetito concupiscible. La razón de esto se halla en que la concupiscencia desea un bien sólo en cuanto que es útil o deleitable, no así la ira que –como ya dijimos- lo hace buscando la justicia, por eso afirmara Aristóteles que “ el incontinente en materia de concupiscencia es más torpe que el incontinente en materia de ira [17] .

No obstante esto, si observamos el otro aspecto de la ira, el que se refiere al modo, hallamos que en esto la ira sí reviste de una cierta superioridad sobre los otros vicios, porque al decir de san Gregorio en el arrebato de ira “ el corazón palpita encendido por la ira, el cuerpo tiembla, la lengua se traba, el rostro se pone incandescente, los ojos se desorbitan, los conocidos se vuelven desconocidos, la boca se abre para hablar y queda muda por no saber qué decir [18] .

Clases de iracundos (art. 5)

Pretende aquí el Angélico demostrar que la clasificación de los iracundos hecha por Aristóteles es correcta. Éste había señalado que hay tres clases de iracundos, a saber: los iracundos con arrebato, los iracundos con rencor y los iracundos con implacabilidad. Esta división responde, por un lado, al origen de la ira, y por otro lado, a su duración.

Ahora bien, por razón del origen, consideramos a los iracundos con arrebatos, que son aquellos hombres que se irritan con facilidad. El rencor y la implacabilidad hacen referencia a la duración de la ira. Ambos coinciden en la larga duración del afecto de ira aunque los dos por distintos motivos. Los rencorosos son aquellos que mantienen largo tiempo el sentimiento de ira por causa de la tristeza que llevan encerrada, y este sentimiento sólo se les va con el tiempo. Los implacables, en cambio, mantienen su ira por el deseo “implacable” de venganza, y hasta que no calma su satisfacción castigando al otro no se ha de tranquilizar.

La ira, pecado capital

Tenemos, pues, hasta aquí, que la ira desordenada es un pecado grave (aunque leve en ciertas circunstancias). Ahora bien, ¿es la ira, además, un pecado capital? Designamos con el nombre de pecados capitales aquellos pecados que son a su vez fuente de otros pecados. En su Moral, San Gregorio Magno la enumera como uno de los vicios capitales. Y asevera el Angélico que la raíz de esto está principalmente en dos motivos: en primer lugar, porque es propio de todos los vicios capitales tener un objeto sumamente apetecible de modo tal que para alcanzarlo se cometan muchas otras faltas (ad 3). Así sucede con la venganza, que es un bien sumamente codiciable en sí mismo y que muchas veces, por alcanzarla, el hombre es capaz de cometer diversos pecados.

En segundo lugar, también es pecado capital por razón del ímpetu, en cuanto que precipita la mente por cauces desordenados, impidiendo así el juicio de la razón y quitando los obstáculos para mal obrar (ad 3).

Hijas de la ira

Por ser un pecado capital la ira es fuente de muchos pecados diversos. Tiene, sin embargo, 6 hijas propias, es decir, pecados que son engendrados directa y propiamente por ella. Estos pecados son la querella, hinchazón de espíritu, injuria, clamor, indignación, blasfemia. La consideración de estas faltas como hijas de la ira responde a una triple consideración que podemos hacer de la ira misma:

a- como interna en el corazón: da origen a la indignación , considerando al otro como indigno de cometer contra mí tal agravio; e hinchazón de espíritu , el cual no hace aquí referencia a la soberbia sino al empeño que pone el hombre injuriado en maquinar la mejor forma de vengarse, y así decimos que tal persona satura (hincha) su espíritu con tales pensamientos.

b- como exteriorizada por la palabra: y así da lugar al clamor como cuando alguien insulta al prójimo llevado por la ira. Si esos insultos van dirigidos contra Dios la falta cometida es la de blasfemia , y si van dirigidos contra el prójimo da lugar a la injuria o afrenta.

c- como llevada hasta los hechos: en cuanto que realiza sus efectos da lugar a la querella , con la cual designamos a todos los daños que se infiere sobre la persona de prójimo.

Pecados de ira por defecto

Es manifiesto hasta aquí que la ira desordenada por exceso es siempre pecado, ya leve ya grave. Cabe preguntarnos ahora si existe algún vicio por defecto, vale decir, si existen actos pecaminosos que tengan su origen precisamente en la falta de ira. En el argumento de autoridad trae Santo Tomás las palabras del Crisóstomo quien asegura que “ quien, habiendo causa, no se irrita, peca. La paciencia irracional es semillero de vicios, fomenta la negligencia e incluso a los buenos les incita al mal [19] .

Esto se debe a que la ira se puede dar de dos modos. En primer lugar, como un movimiento de la voluntad que sigue al juicio de la razón, en la cual nos irritamos porque ante una injuria vemos una razón suficiente y justa para airarnos, y así sería pecado no tenerla (sería pecado no airarse, por ejemplo, cuando se está injuriando a Dios). Cuando obramos de esta manera, por una causa justa, no se dice que obramos movidos por la pasión sino que se trata de un acto de juicio.

En segundo lugar, como movimiento del apetito sensitivo acompañado de pasión y excitación corporal. Este movimiento sigue necesariamente en el hombre al movimiento anterior de la voluntad, ya que el apetito inferior sigue al apetito superior. Es imposible que deje de existir todo movimiento de ira a no ser por debilitamiento o sustracción de la voluntad. Por tanto, aquí también la ausencia de la pasión de la ira puede ser pecaminosa si pecaminosa es esta ausencia o debilitamiento de la voluntad.

III. Remedios contra la ira (I-II, q. 47)

A continuación veremos algunos remedios muy prácticos contra el vicio de la ira, varios de los cuales son traídos por Santo Tomás en diversos artículos en el tratado de las pasiones.

- Tratar de despojarle al acto que nos aíra todo sentido de menosprecio, teniendo en cuenta que la dilación y la espera son los mejores remedios para mitigar la ira, ya que lo que a primera vista parece una injuria o menosprecio quizás no sea en realidad tal cosa.

- No dar entrada fácilmente a la sospecha ni dejarse llevar demasiado de la curiosidad, pensando que incluso en la injuria real y evidente el motivo no fue la malicia o desprecio verdadero sino la ignorancia o la pasión, lo cual más que a la ira nos mueve a la misericordia y al perdón hacia el prójimo (art. 2).

- Despojarnos de nuestra propia estima. “ Contra la ira, el mejor remedio es el reconocimiento de la propia fragilidad ”. [20]

- Siendo la tristeza una causa dispositiva de la ira, apartarse de ella con juegos y demás cosas eutrapélicas, porque todas esas cosas impiden la ira en cuanto que impiden la tristeza (a. 3 ad 3)

- Cuando alguno ha sido causa de la ira del prójimo puede apagarla satisfaciendo o reparando la injuria que le hizo. “ y de este modo, aquellos que se arrepienten de las injurias hechas, y confiesan haber obrado mal, y se humillan y piden perdón, mitigan la ira ” (a. 4). Aún en el caso de que no le hayamos hecho ninguna injuria real ni dado ocasión a su ira, aquí también se debe proceder con mansedumbre, callando o respondiendo mansamente, según el Libro de los Proverbios: “ la respuesta suave deshace la ira, el habla duro suscita el furor [21] .

- Contemplar e imitar el ejemplo que nos da el mismo Cristo. En su encarnación, en su vida oculta y pública, y por sobre todo en su Pasión y muerte, nos da grande ejemplo de humildad, paciencia, resignación; y es precisamente la humildad la que nos lleva a la paciencia y ésta a la mansedumbre. Él mismo es quien, poniéndose como ejemplo, nos exhorta a imitarlo: “ aprended de mí que soy manso y humilde de corazón ” (Mt. 11, 29).

- Pedir a Dios en la oración la gracia de dominarnos a nosotros mismos, la mansedumbre, paciencia, humildad, el don de ciencia que nos haga conocer nuestra pequeñez, etc.

Conclusión

La moral cristiana nos llama a un trabajo ascético sobre las pasiones, no para aniquilarlas sino para dominarlas al juicio de la razón, de modo tal que ellas nos ayuden para la mejor consecución de nuestros fines. Así, la razón puede encontrar a veces bueno el despertar la ira como un instrumento útil para sus propósitos; por ejemplo, cuando se excita la cólera a fin de combatir el mal con mayor energía o para corregirlo más eficazmente. « Sin la cólera ni la ciencia avanzaría, ni los juicios se ejecutarían, ni los crímenes serían castigados » [22] .

Por otra parte, cuando surge en nosotros el movimiento de ira fuera del orden racional, puede ser ocasión de que la voluntad multiplique e intensifique los actos virtuosos. Si la ira se prolonga, obligará con mayor intensidad a la voluntad a permanecer fiel al bien. Prolongación, intensificación, repetición de actos voluntarios, en fin, trabajo de ascésis cristiana, que serán causa de un enriquecimiento moral [23] y méritos para el cielo.


[1] Otros lugares de consulta donde el Santo trata sobre este tema son en la I-II, qq. 24. 46-48, donde estudia la ira pasional; y en De Malo , 12

[2] I-II, qq 22-48

[3] Preámbulo de la edición B.A.C.

[4] Cfr. I-II q. 24 a. 1

[5] Cfr. I-II q. 31 a. 2 ad. 3

[6] Con ira pasional nos podemos irritar contra una persona como contra un objeto cualquiera, como por ejemplo cuando nos irritamos por una lapicera que no anda, o contra el grillito que hace ruido por la noche, o contra nosotros mismos cuando jugamos mal al fútbol.

[7] cfr. In Sent 3 d. 15, q. 2 ad 2

[8] Ex 11, 1

[9] II.II q. 158 a. 3 ad. 1

[10] Art. 1

[11] De Malo , q. 12 a. 2

[12] En el lenguaje corriente el término ‘venganza' está cargado de una connotación peyorativa que generalmente hace referencia al deseo ohecho de castigar en medida desproporcionada a la ofensa (si es que la hubo) constituyéndose la venganza siempre en algo malo y por lo tanto pecaminoso. Santo Tomás muestra que el airarse con motivo y en la medida justa no es malo sino algo bueno, como el juez que se aíra contra el malhechor y justamente lo condena a la cárcel.

[13] Es útil prestar atención al objeto de la ira y a la magnitud de la misma ya que nos darán la clave de solución de muchos de los artículos siguientes.

[14] C.E.C. 2302

[15] Esta es, por ejemplo, la justa ira que llevó a Cristo a expulsar vehementemente a los vendedores del Templo que atentaban contra la santidad de la casa de Dios.

[16] Cfr. C.E.C 2302.

[17] Cfr. Ética a Nicómaco, c. 6 n. 1.5

[18] V Moral, l.c. nt. 5

[19] Sp Mt, 1. C, nt 7

[20] In espist ad Tit, c. 3, lect. 1

[21] 15, 1

[22] Sup. Ma. Hom II; cfr. I-II, q. 24, ad 1

[23] Cfr. Introducción de la BAC al tratado de las pasiones.