Domingo Mundial de las Misiones

   
Lo de que todos somos misioneros es una gran verdad; sin embargo, muy pocos viven como tales.
 

Por el padre Umberto Marsich, m.x.

Lo de que todos somos misioneros es una gran verdad; sin embargo, muy pocos viven como tales. Además, se piensa siempre que, para serlo, hay que navegar o volar hacia la otra orilla del mar. Y esto lo complica todo. En efecto, parece ser una exclusiva de los que se hacen misioneros ad gentes y van hacia aquellos que no conocen a Cristo y no han sido bautizados. La realidad hoy es que los que no conocen a Cristo los tenemos también cerca de nosotros. ¿Qué hacemos por ellos?

La Iglesia es esencialmente misionera

Lo que nos involucra a todos en esta misión es nuestra pertenencia a la Iglesia de Jesús. Él la quiso misionera, o sea, lanzada «mar adentro» para incluir en el proyecto de salvación a todas las gentes del mundo. El texto evangélico de Mateo que hoy meditamos (Mt 28, 16-20) contiene el mandato misional: «Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas… y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado». Estas instrucciones del Señor son precedidas por un gesto de sumisión y fe de los apóstoles y, como suele suceder también en nuestros días, por una actitud incrédula de algunos discípulos: «Al ver a Jesús —relata el evangelista— los once se postraron, aunque algunos titubeaban». La exhortación a «bautizar» no es nada más administrativa, sino que hace referencia a la nueva vinculación que se establece de hecho entre el bautizado y cada una de las tres Personas de la Santísima Trinidad, cambiándole la «identidad». La misión de «enseñar», a su vez, se extiende al mandamiento de «predicar» el Evangelio y «testimoniar» la nueva realidad del Reino de Cristo a través de la vida misma.

Los apóstoles hacia la misión ad gentes

Bajo el soplo potente del Espíritu y fortalecidos por la fe en la Resurrección de Jesús, los apóstoles se sienten impulsados a salir de la estrechez del Cenáculo y a comenzar su misión, poniéndose en camino para extender el reinado de Dios y hacer discípulas a todas las naciones. La orden recibida es un imperativo para poner mano a la obra. La evangelización, en efecto, es parte constitutiva de toda la Iglesia y de quienes hemos sido bautizados en ella, y su destino, en el proyecto mismo de Jesús, es universal. Los deberes que Cristo transmite a los apóstoles definen la naturaleza misionera de la Iglesia. Todas nuestras iglesias particulares, parroquias y movimientos eclesiales, deberían escuchar con entusiasmo este mandamiento del envío y ponerlo en práctica. Esta misión cristiana tiende, sí, a dar a conocer a Jesús a la totalidad de los hombres, pero no un Jesús puramente espiritual, sino histórico..

El envío, en el texto evangélico de hoy, acontece en un impreciso monte de Galilea, donde el mismo Jesús había citado a los discípulos. El nuevo Pueblo de Dios, en efecto, nacido de la Pascua de Cristo, ya no tiene su centro en Jerusalén. Además, en la Biblia el «monte» es el lugar más adecuado para las manifestaciones divinas y los mensajes más trascendentes: «En aquel tiempo, los discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado». El Resucitado vuelve a encontrarse con sus discípulos en Galilea, el lugar primero y principal de su actividad terrestre, subrayando así la continuidad entre el Cristo terrestre  y el Cristo resucitado.

La promesa de Jesús a sus misioneros

Jesús envía a sus apóstoles por todos los rincones de la tierra y los alienta con la promesa de estar con ellos todos los días: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».  Aparece, aquí, la promesa de una ayuda constante y soberana, otorgada a los mensajeros de Cristo en el mundo, que complementa perfectamente ese servicio amoroso de salvación que Él había ofrecido ya a lo largo de toda su vida.

La Resurrección ha estrechado los vínculos de comunión de Jesús con los hombres y le ha dado la posibilidad de una presencia cercana, que no admite ya barreras y que está unida a la misión de los discípulos de anunciar el Reino en todos los rincones de la tierra. El Resucitado, ahora lleno de poder, les confía a los ‘Once’ una misión que ya no está restringida al Israel étnico, como la primera vez, sino que se extiende, ahora sí, a todos los hombres, en el espacio y en el tiempo.