El padre Frédéric Fornos, coordinador europeo de el Apostolado de la oración comenta para los lectores de Zenit el desafío del silencio

Abrirse al silencio para escuchar

Ruido, coches, altavoces en la calle, televisión o radio en las casas, máquinas, aparatos electrónicos en todas partes, vivimos ahogados en el ruido. Se hace escuchar. Pero el ruido también de las imágenes, de los mensajes escritos, mail, tuit. Ruido padecido, pero también ruido escogido. Ahora bien nuestro silencio parte de nos-mismos y abre la el oído de nuestro corazón; tenemos necesidad de él, como del oxígeno.

¿Cuántas veces en las conversaciones hemos tenido la experiencia de tratar de hablar y el interlocutor no nos escuchaba? Solamente en el silencio «se abre un espacio de audición mutua y en donde se vuelve posible una relación humana más profunda» (1) ¿Nos causa miedo? Entrando en casa a menudo prendemos la televisión, la radio, internet y en cuanto tenemos un espacio libre verificamos nuestros sms, e-mail o tweet en nuestros smart o i-phones.

El papa Benedicto ha subrayado a menudo la importancia del silencio en nuestras vidas, por ejemplo durante la 46° Jornada mundial de las comunicaciones sociales del 2012 titulada : «Silencio y Palabra: camino de evangelización». Él nos invitaba a redescubrir su valor. El silencio unifica, ordena lo que está fragmentado en nosotros y permite reencontrarnos. No se trata de buscar el silencio por sí mismo, sino el silencio que nos predispone a escuchar. Por eso Benedicto XVI invitaba a no tener miedo «del silencio en el exterior y en el interior de nosotros, si queremos ser capaces no sólo de percibir la voz de Dios, pero también la voz que está cerca de nosotros, la voz de los demás» (2).

El exceso de ruidos y de palabras asfixia nuestro corazón. Tenemos necesidad de detenernos y de entrar en el silencio para escuchar la única Palabra. Es la experiencia hecha por el profeta Elias en el desierto. Él reconoció en «la voz fina del silencio», la presencia del Señor. Silencio y escucha van juntos. Saborear el silencio, esto no significa estar en el mutismo, en cambio es despertar la capacidad de sentir lo que ya no siento, de ver lo que ya no veo, la capacidad a través de la cual el Señor viene hacia mí.

El silencio del corazón es esencial en la oración. Si no he preparado mi corazón no me sirve de nada rezar: estaría a repetir palabras en el vacío. Rezar, es abrir el corazón a un encuentro, el de Jesucristo y tengo que predisponerme. Pasa por el silencio, el silencio de las palabras y silencio del corazón. El silencio es siempre la promesa de un encuentro. San Juan de la Cruz decía: «El Padre celeste ha dicho una sola palabra, su Hijo, y la dice eternamente en un eterno silencio. Ella se hace sentir en el silencio del alma » (Máxima 307)