El
silencioso

Patrono de la familia y del Seminario, de los obreros, de los moribundos… y de la Iglesia universal. San José, el hombre justo que aceptó ser padre y esposo del Hijo y de la Madre de Dios; que aparentemente, siguiendo los evangelios, jugó un discreto papel secundario…, fue un hombre escogido por Dios para ser una de las piezas clave en la historia de la salvación. La Iglesia supo ver en seguida que ese papel secundario escondía el secreto heroico de la fidelidad y del amor incondicional. Por eso, san José es el Patrono de la Iglesia, familia de Dios, porque desde el cielo cuida y protege a todos sus hijos, como un día cuidó y protegió, como un buen padre, a la Sagrada Familia

Los evangelios no recogen ninguna palabra de san José. No sabemos qué aspecto tenía, si era joven o anciano, y otros muchos detalles que nos hubiera gustado saber para delinear la personalidad de alguien tan importante como el esposo de la Madre de Dios, el padre en la tierra de Jesús, el Hijo de Dios. Un hombre discreto, casi desapercibido, pero pieza fundamental, para que se cumpliera la historia de la salvación del hombre.

Sin embargo, sus silencios tienen una trascendencia eterna. No sabemos lo que dijo, pero sí lo que hizo. E hizo pequeños gestos sencillos, pero al mismo tiempo heroicos, como trabajar, sacar adelante a una familia, amar por encima de todo y, especialmente, pronunciar un silencioso, como el fiat que en alto proclamó María en la Anunciación.

En el año 1989, el Papa Juan Pablo II publicó la Exhortación apostólica Redemptoris custos, sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia. En ella afirma precisamente esto: «Durante la vida de san José, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer fiat pronunciado en el momento de la Anunciación, mientras que José, en el momento de su anunciación, no pronunció palabra alguna. Simplemente, él hizo como el ángel del Señor le había mandado (Mt 1, 24). Y este primer hizo es el comienzo del camino de José. Alo largo de este camino, los evangelios no citan ninguna palaba dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el evangelio: el justo».

 

Una antigua celebración

Ya en el siglo X, nos encontramos en los calendarios señalada la festividad de San José. El Papa Sixto IV la puso en el calendario de la Iglesia de Roma a partir de 1479. En 1621 se inserta en el de la Iglesia universal. A pesar de su aparente insignificancia, de sus silencios y sus escasas menciones en los evangelios, fueron muchos los santos, los teólogos y los Pontífices que, a lo largo de la Historia, constataron la importancia que tenía san José. San Bernardo de Claraval dijo de él que, «sin duda, este José con quien se desposó la Madre del Salvador fue hombre bueno y fiel, siervo fiel y prudente, a quien constituyó Dios consuelo de su Madre, nutricio de su carne, y él solo, en la tierra, fidelísimo coadjutor del gran consejo».

Santa Teresa de Jesús dejó escrito de san José: «A otros santos parece les dio Dios gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quisiese el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra…, y le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide». El Papa Benedicto XV nombró, en el año 1920, a san José Patrono de los obreros, de los padres de familia y de los moribundos. Santa Teresa del Niño Jesús dijo, en sus manuscritos autobiográficos, que de pequeña pedía que san José fuera su custodio: «Mi devoción hacia él era, desde mi infancia, una misma cosa con mi amor a la Santísima Virgen. ¡Qué delicia conocer en el cielo cuanto acaeció en la intimidad de la Sagrada Familia!».

Y es que a la Iglesia no se le ha pasado por alto nunca la importancia del humilde y justo carpintero que permaneció, padre y trabajador, como cabeza de la Sagrada Familia en la tierra, con quien compartió alegrías y desdichas, y fue padre y educador, y profesor de un oficio artesanal, nada me-nos que del Hijo de Dios hecho hombre. Porque su paternidad fue su personal manera de servir a Dios, como hoy pueden vivir tantos padres de familia.

 

San José, padre

Juan Pablo II explicaba que «san José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la Redención y es verdaderamente ministro de la salvación. Su paternidad se ha expresado concretamente al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda su capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa».

La paternidad de san José se explica en el texto del evangelio de Mateo 1, 20-21, donde se narra el sueño en el que se le aparece un ángel que le dice: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Este pasaje se completa con el del evangelio de Lucas, en el que se explica cómo María «estaba desposada con un hombre llamado José, de la casa de David». La naturaleza de este desposorio viene explicada cuando María afirma: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» Y es que, según la costumbre del pueblo hebreo, el matrimonio se realizaba en dos etapas: primero se realizaba el acto de compromiso –algo así como la pedida de mano–, y después de cierto período, el esposo introducía en la casa a la esposa. María y José aún no vivían juntos, y ella ya conservaba en su intimidad el deseo de reservarse entera para Dios: «María sabe que debe llevar a cabo su deseo virginal de darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el hecho de llegar a ser la madre del Hijo de Dios», explica Juan Pablo II.

Patrono de la Iglesia universal

Varón justo, hombre trabajador y discreto… Parece lógico otorgarle la protección de la familia y de los obreros…, incluso el de los moribundos. Pero también protector de la Iglesia entera. Así lo instauró, el 8 de diciembre de 1870, Pío IX, en unas palabras de las que Juan Pablo II recoge éstas en su Exhortación Redemptoris custos: «La Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió, sin cesar, en las angustias». Y Juan Pablo II se pregunta: «¿Cuáles son los motivos para tal confianza? León XIII los expone así: Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que, a su vez, la Iglesia es - pera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús (…). José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia (…). Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo. Este patrocinio –continúa Juan Pablo II– debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia, no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento y renovado empeño de evangelización en el mundo, y de reevangelización en aquellos países y naciones en los que la religión y la vida cristiana fueron florecientes y que están ahora sometidos a dura prueba. Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial poder desde lo alto».


A. Llamas Palacios