SEXUALIDAD Y CELIBATO

(Georgina Zubiría Maqueo, rscj)

La herencia cultural y las nuevas relaciones

Hoy por hoy, al optar por la vida religiosa y optamos también por vivir el celibato cristiano sin medir la profundidad de sus implicaciones. Además, durante las etapas de formación inicial, sobre todo las primeras, no manejamos suficientemente la milenaria y pesada carga cultural de la que hemos hablado.

El trabajo pastoral, el estudio compartido, las nuevas formas de vida religiosa y las búsquedas conjuntas favorecen la convivencia con compañeros, célibes o casados, del otro sexo. En la relación cotidiana con ellos vamos descubriendo la capacidad del corazón humano para crear nuevas relaciones y nuevas realidades. En el seno de estas relaciones vamos siendo y nos vamos realizando como personas.

Generalmente estas relaciones desencadenan en nosotras un proceso de mayor conciencia de nuestra feminidad y contribuyen en el desarrollo de potencialidades que la cultura ha calificado como masculinas y que, sin embargo, también nos constituyen por ser humanas. Este proceso vivido y discernido en verdad y con valentía puede ser profundamente humanizante y liberador.

En medio de aciertos y desconciertos vamos percibiendo la igualdad que existe entre los sexos y las distinciones que definen nuestra individualidad no sólo ante los hombres sino también ante otras mujeres. Procesualmente vamos reconociendo y acogiendo la originalidad de cada ser humano, único e irrepetible.

En el dinamismo relacional vamos discerniendo, agradecidas, la especificidad de nuestro aporte y vamos rompiendo, progresiva y a veces dolorosamente, los mecanismos de competencia que se juegan entre nosotras.

En el trato frecuente con compañeros(as) del otro sexo, nos vamos haciendo conscientes de la herencia cultural que nos condiciona.

Comprendemos, ambos, las torpezas que aparecen cuando intentamos relacionarnos: ellos comienzan, generalmente, con algún piropo porque no saben que es posible abordarnos de otra manera; nosotras, en cambio, agradecemos ser miradas y tomadas en cuenta y nos emocionamos.

Miramos y escuchamos cómo ellos viven resolviendo -o intentando resolver- problemáticas objetivas, tangibles y visibles, mientras que nosotras nos inclinamos a atender situaciones subjetivas, percibidas, intuidas, sentidas. Les escuchamos hablar de estadísticas y de política, de la organización social y de la lucha revolucionaria; les miramos elaborar profundos razonamientos lógicos y filosóficos dando grandes rodeos teóricos. Ellos, por su parte, nos escuchan hablar del problema práctico e inmediato, de la urgencia vital, de lo escondido e importante. Desde nuestra lógica miramos y hablamos de las personas, los grupos y sus procesos, de la alegría o del sufrimiento que los acompañan, de los símbolos de vida o de muerte que los expresan. Ellos nos miran intuir y sentir el momento de los sujetos y descubrir sus entrañas y sus afectos.

En la relación más personalizante que se da entre los que hemos optado por el celibato, hombres y mujeres, aparece con frecuencia la confusión (al menos en la etapa inicial de la relación). En ellos parece entrecruzarse la ternura y la genitalidad, el afecto y la protección paternalista; en nosotras tienden a entrecruzarse la ternura y la dependencia, el afecto sensible y el enamoramiento.

No es difícil que en estas relaciones aparezcan ciertas ambigüedades presentes en las formas convencionales de acompañamiento espiritual. Por tradición, la mujer, y particularmente la mujer religiosa, debe buscar y dejarse dirigir espiritualmente por un hombre célibe. De esta forma perpetúa inconscientemente las formas patriarcales de relación.

En una relación así, es normal que al compartir el camino espiritual hablemos de nuestra interioridad y descendamos al nivel de los afectos. Es normal, también, que el compartir la intimidad aproxime. Lo que ya no resulta normal es que el compartir o el dar cuenta sea unilateral pues esto, a la larga, genera un dinamismo relacional de subordinación práctica y dependencia afectiva. Haciendo del religioso o del sacerdote un tutor con derecho a decidir sobre nuestras vidas, aceptamos ser tratadas como menores de edad y asumir, como propios, lo que son sus parámetros de conducta, discernimiento y confrontación. Esta forma de relación, por ser la aprendida, tiende a reproducirse entre superioras y súbditas, entre religiosas y laicos(as).

No puede ser normal que sólo en los pequeños -entre ellos la mujer dirigida espiritualmente- el célibe encuentre un cauce justificado para su ternura y compasión. Es válido -y no sólo sinónimo de homosexualidad- que él exprese su ternura y sus afectos a sus hermanos varones, célibes o casados.

Lo anormal de la unilateralidad que marca esta forma de relación se evidencia en los procesos que genera y que ya no podemos enfrentar ingenuamente.

Es común que estos procesos empiecen con pequeños detalles que estamos acostumbradas a vivir como "normales". Ellos se acercan a nosotras con un piropo inofensivo, aparentemente, pues a nosotras nos significa su interés y atracción y a ellos los afirma en la posibilidad de tratarnos como objetos que se están luciendo para llamar su atención; ellos pretenden que seamos nosotras las que nos adaptemos a sus tiempos y nos desplacemos a sus espacios aún en horas arriesgadas porque tienen su agenda saturada; ambos justificamos con motivos religiosos caricias y abrazos que en ocasiones logran inquietarnos.

Cada una y cada uno podemos ir enumerando una serie de detalles ambiguos que es posible ir discerniendo en la medida de nuestra honestidad ante la opción por seguir a Jesús y de la comprensión-práctica que tengamos de ella.

A veces, lo que nos falta es claridad en nuestra opción totalizante, o una elemental coherencia con nuestro proyecto de vida. Otras veces nos envuelve la ignorancia o la ingenuidad, desconocemos el mundo simbólico de los compañeros del otro sexo y el alcance que personalmente dan a expresiones de cariño que miramos como inofensivas. Otras veces más es la torpeza la que genera confusión, torpeza que nace de traumas y heridas no conscientes, de miedos personales o colectivos, de fantasmas o fantasías heredados.

Hay casos en los que la dirección espiritual encubre afectos desordenados tales como afirmaciones de poder, dependencias afectivas o enamoramientos. Hay casos en los que debido al proceso de comunicación recíproca se llegan a reconocer algunos rasgos de enamoramiento y, entonces, alguno de los dos -para asegurar la distancia- provoca rupturas que en el otro dejan heridas profundas. Hay también otros casos en los que no sólo no se ha podido sostener ni la unilateralidad relacional ni la reciprocidad absolvente sino que se ha llegado a establecer una relación de pareja, fruto de la fuerza de atracción de nuestra realidad sexuada y de la compleja e incondenable tensión que vivimos entre la fragilidad y el poder del amor humano; sin embargo, en estos casos produce indignación la realidad de algunas mujeres que tienen que vivir silenciadas, marginadas y ocultadas debajo de una sotana.

No podemos seguir adelante sin antes decir que en ocasiones somos nosotras, mujeres, las que provocamos estos procesos. Buscando compasión, perdón, seguridad y afecto, despertamos en ellos tendencias paternales que los afirman en una posición de superioridad; les hacemos sentir necesarios e importantes para superar nuestras crisis y nuestras heridas; les damos y les pedimos caricias envolventes y abrazos posesivos hasta jugar, juntos, el juego de un amor fracturado. Juego que responde a un deseo de enamoramiento encubierto y que da cauce a su ternura y a nuestra fantasía desde la que nos vamos sintiendo "liberadas" de mitos, traumas y tabúes para ser como ellos nos quieren y asumir como nuestros sus intereses, problemas e inquietudes. Buscando valoración, reconocimiento y amor, acabamos todos, ellos y nosotras, con un mayor dolor. Este dolor paraliza o retarda el proceso de búsqueda de nuevas relaciones y nuevas realidades libres de angustia, turbación o miedo.

Convivir en condiciones de igualdad es, pues, indispensable para ir creando nuevas relaciones entre los sexos. En este sentido, para nosotras es fuente de alegría creer en la mujer que vamos siendo y es causa de crecimiento ser tratadas como adultas, capaces de pensar, sentir y decidir sobre nuestras vidas y sobre la historia que juntos debemos ir forjando. Para los varones es fuente de alegría ser hermanos y no machos y es causa de crecimiento ser tratados como iguales, escuchar nuestra palabra estando dispuestos a modificar la suya, a admirarse y a dejarse interpelar por nuestra manera de comprender la vida, el mundo, al ser humano.

Estos descubrimientos y estos crecimientos sólo son posibles en la interacción y en la mutua relación. Interacción y mutua relación que nos llevarán a reconocer agradecidas las expresiones de nuestros cuerpos y de nuestras personas y a admirarnos tanto ante el enorme potencial que encierra nuestra sexualidad como ante la original e inevitable atracción que vivimos entre los sexos.

El celibato y la atracción entre los sexos.

La atracción entre los sexos es una tendencia humana y natural querida y bendecida por Dios. Hemos sido creados para vivir el amor y, en concreto, el amor de pareja que halla una de sus expresiones máximas en la fusión de los cuerpos.

No es raro que habiendo optado por la vida religiosa aparezca esta tendencia. Antes al contrario, es signo de nuestra normalidad, de nuestra semejanza original y permanente con el ser humano, varón y mujer, creado a imagen de Dios. Pertenecemos y seguiremos perteneciendo al género humano. Gracias a esta pertenencia, sentimos, soñamos, pensamos, trabajamos, transformamos, creamos, amamos...

Importa creer que nuestra humanidad sexuada es una realidad muy buena. Así no nos asustaremos al percibir sus pulsiones ni nos angustiaremos al reconocer sus tendencias. Las amaremos sufriéndolas y las ofreceremos recreándolas con lucidez y libertad cristianas. De lo contrario, si miramos estas realidades como malas, corren el riesgo de volverse obsesivas y esclavizantes y de hacer de nuestra contingencia, una contingencia culpable.

No es pecado amar a un hombre ni creer que es posible construir, juntos, nuevas realidades. No es pecado permitirnos sentir y gozar el placer de estar con él, de dar y recibir una palabra de aliento, una caricia, un abrazo.

A veces, por nuestra condición de célibes pensamos que nos está prohibido sentir con nuestra piel y tocar con nuestras manos. Es verdad que siempre son realidades ambivalentes y situaciones arriesgadas porque nuestra falibilidad y nuestra contingencia nos acompañan hasta la muerte donde encuentran su culminación, pero son especialmente arriesgadas cuando hemos reconocido vacíos afectivos de infancia, deseos camuflados de enamoramiento o baches y fisuras en la opción por vivir en seguimiento de Jesús.

Sin embargo, debemos creer con nuestra cabeza, con nuestro corazón y con nuestro cuerpo que, como célibes, nada está prohibido. Comprender y vivir el celibato como prohibición enferma nuestra mentalidad, aprisiona el corazón y mutila nuestros cuerpos generando ansiedad, confusión y hasta culpabilidad.

En los célibes, tanto en los varones como en las mujeres, hay grandes reservas de genitalidad que no deben traducirse en agresividad o en neurosis contrarias al proyecto creador del Dios-Amante.

Optar por vivir como célibes en seguimiento de Jesús no es ni ha sido lo "normal", por lo tanto, hay que discernir y renovar en la situación concreta de cada día el sentido de la "anormalidad" de nuestra vida.

Nuevos aprendizajes

En lo cotidiano de la relación con compañeros del otro sexo podemos ir descubriendo los ciclos y los ritmos de nuestro cuerpo, los juegos que nos juega nuestra fantasía y nuestro modo concreto de relación con ellos.

Los ciclos y los ritmos de nuestro cuerpo.

¿Para qué negar que hay tiempos en que nuestra carne grita que necesita un amante? Así como nuestro organismo reacciona ante un rico platillo abriendo o aumentando el apetito, así también reacciona nuestro cuerpo ante el estímulo de un hombre que nos gusta.

Hay que acoger con serenidad y hasta con gratitud -porque estamos vivas-, el lenguaje recurrente de nuestro cuerpo que desea un beso, una caricia, un abrazo fusionante.

Aunque no demos al cuerpo lo que pide, no es vergonzoso reconocer que pide, al contrario, acoger su verdad es amarlo, primer paso para reconocer el valor de nuestra entrega y para apreciar el profundo significado de la causa mayor por la que se entrega.

Ciertamente, hay momentos de mayor conciencia y de mayor resistencia a renovar la ofrenda. Pero, también hay momentos en que la causa toma mayor peso y disminuye la conciencia de toda la renuncia que el celibato encierra.

Más allá de los ciclos y los ritmos, las pulsiones existen. El impulso duerme y despierta; en ocasiones nos asalta sin previo aviso. Un libro, una película, una escena real llena de sensualidad y/o genitalidad, una caricia o un abrazo, pueden señalar su hora. Si llega, acogerla con gratitud porque nos recuerda nuestra pertenencia al común de los mortales; si la provocamos, la buscamos o la adelantamos, entonces podemos preguntarnos, ¿qué nos pasa?

No hay que olvidar que esta área se encuentra ocupada por traumas y por heridas que tienen que ser sanadas, por bloqueos que hay que liberar, por culpas que hay que perdonar. Por eso, siempre es bueno hablar y descubrir que no somos ni únicas ni raras. Compartir siempre aliviana la carga. El pudor que nos frena, aunado a la búsqueda de liberación, puede llevarnos a cometer errores, a derrumbar mitos y tradiciones sin pensar que, una vez más, es posible quedar atrapadas.

 

 

Los juegos que nos juega la fantasía

Desde la infancia las mujeres aprendemos a soñar despiertas en aquello que nos está permitido soñar: nuestro príncipe azul, nuestros bebés, nuestro "hogar, dulce hogar", y en mil cosas más que, creemos, traen consigo la felicidad. Y jugamos a la escuelita, a ser mamás, a la comidita, a las enfermeras... siempre en función de los demás. Vivimos como real lo que nuestra fantasía crea y buscamos cómo poner en práctica lo que del sueño va naciendo. No es malo soñar, no es malo imaginar relaciones nuevas e irlas haciendo realidad, el problema es que hasta nuestra fantasía está condicionada por nuestro entorno y por nuestra cultura.

Conforme vamos creciendo, nuestros sueños van cambiando de formas y de color. Todo lo que por nuestros sentidos entra se va hasta la imaginación y hasta el subconsciente logrando hacer, de la dimensión afectivo-sexual, una experiencia que totaliza nuestras vidas. Las fotonovelas, el cine, la televisión, la radio, la propaganda, la escuela, la familia, las amistades, etc., nos enseñan cómo debemos ser, nos dicen qué debemos hacer y cómo debemos sentir, nos muestran cómo debemos amar y en qué debemos soñar para ser felices y para realizarnos como mujeres.

No es una novedad afirmar que nuestro mundo y nuestro ambiente están erotizados. Las canciones de moda nos dicen que hay que hacer el amor; en el cine nos muestran mil formas de hacerlo. Las telenovelas nos enseñan cómo rivalizar entre nosotras para conquistar al hombre de nuestro sueños, la propaganda nos ilustra para no "comernos la torta antes de tiempo" sin renunciar a las relaciones placenteras; los amigos nos dicen: si no lo haces, eres tonta ¿o, tal vez, lesbiana?; el novio nos promete el sol, la luna y las estrellas a cambio de pasar un rato que después él olvida.

Y creemos, y soñamos y respondemos a los estímulos del exterior dejando que otros se apropien de nuestras vidas, de nuestros cuerpos y hasta de nuestras fantasías.

La opción por vivir el celibato cristiano no borra nuestra historia personal, no elimina imágenes, sensaciones y prácticas que marcan nuestras vidas, no nos salva de soñar despiertas en otras relaciones ni busca negar nuestras tendencias humanas. La vida religiosa hoy, ya no nos protege de los estímulos del ambiente ni nos aísla del mundo en que vivimos. Por eso, no es extraño que dormidas o despiertas nos asalten sueños erotizados; no es extraño que en tiempos de crisis pensemos en el hombre de nuestros sueños; no es extraño que en el desierto y la soledad, en el invierno y la distancia, imaginemos la calidez de otro cuerpo humano a nuestro lado. No es extraño que en nuestros sueños y pensamientos, en nuestra memoria, en nuestra imaginación y fantasía aparezca lo que hemos visto, lo que hemos sentido, lo que hemos gustado y gozado.

Sin embargo, en el trato cotidiano con compañeros del otro sexo, nuestra fantasía puede engañarnos y nuestra imaginación traicionarnos. Estamos llamadas a vivir formas nuevas de relación, a ser mujeres plenas de manera diferente a la establecida y, a veces, no nos escapamos de pasar por ratos amargos que debemos afrontar con honestidad ante lo que sucede y con amor hacia nosotras mismas.

Quizá, nuestras carencias afectivas y nuestros traumas infantiles hagan de lo que es un sencillo compañerismo fraterno, un sueño de amor inolvidable que dejará golpes y frustraciones al volver a la realidad.

Quizá, un piropo barato o una insinuación machista desencadene fantasmas o miedos sobre nuestra feminidad y sobre nuestra humanidad sexuada.

Quizá, de un interés humanitario o de una caricia paternal nazca un gran deseo de enamoramiento encubierto. Quizá, de una conversación confiada, de un secreto revelado, piense "yo creo que le intereso..."

Nuestro modo concreto de relación con ellos.

La herencia personal, familiar y cultural, los ciclos y los ritmos de nuestro cuerpo y la fantasía que nos caracteriza son, entre otros, factores que determinan nuestro modo concreto de relación con ellos. Y es aquí, precisamente en la práctica, donde debemos ser más verdaderas.

Tenemos el derecho y el deber de elegir lo que queremos hablar, lo que queremos callar, lo que queremos actuar. No tenemos que hacer lo que otros nos han impuesto, no debemos creer lo que otros nos han enseñado, no debemos ser como nos han dicho que de verdad valemos.

No por ser mujeres somos, necesariamente, tontas e ingenuas, coquetas y fáciles, sensibles y sumisas, delicadas y románticas pero sí podemos engañar y autoengañarnos.

Como mujeres, podemos ayudar a cambiar el mundo, podemos colaborar en la reordenación de las relaciones en todos los niveles. Podemos ir haciendo de nuestra historia una historia más conforme al querer de Dios o podemos, también, ayudar a que nuestro mundo se siga desvirtuando; podemos colaborar en la destrucción de las relaciones, podemos ir haciendo de nuestra historia una historia de pecado. Ahí está nuestro "poder".

Podemos decidir ser coquetas para conquistar al compañero; podemos elegir manipular nuestra soledad y nuestro sufrimiento para provocar su ternura, su compasión, su protección; podemos optar por seguir el juego del enamoramiento; podemos preferir la mentira, el autoengaño, la fantasía y desencadenar procesos irreversibles; podemos arrebatar caricias y abrazos forzados, podemos permitir que nos traten como eternas menores de edad, podemos decidir hablar de sexo, ofreciéndonos; podemos creer que es necesario el sexo para comprobar y sellar el amor; podemos permitir que sus ideas pesen en nuestras decisiones y que la imagen que ellos tienen de nosotras condicione nuestras elecciones.

Somos responsables de pensar, sintiendo, nuestras decisiones; somos responsables de sentir, pensando, nuestras acciones. Somos capaces de pensar, decidir, sentir y actuar nuevas formas de relación con compañeros del otro sexo. Debemos acoger agradecidas el poder que tenemos sobre nuestras vidas y sobre nuestras relaciones, la capacidad que nos ha sido dada para convertirlas y transformarlas, recrearlas y plenificarlas.

El cariño especial a un hombre en particular

Lo difícil no es amar a un hombre en particular sino reconocer y enfrentar esa realidad. Es preciso, para eso, desproteger la autoimagen que nos hemos creado, luchar contra el temor de amar, reconocer humildemente las sensaciones de nuestro cuerpo, y confesar desarmadas que amamos tiernamente al hombre que es hermano.

El reconocimiento de la verdad es punto de partida para liberar todo el potencial transformador que encierra una relación como éstas, para pensar desde ella cómo hacer el reino presente, cómo redimensionar el celibato cristiano, cómo ofrecer lo que supone de entrega, cómo hacer de nuestra sexualidad una sexualidad creadora y libre.

Entre el punto de partida y la meta final, descubriremos una gran distancia que hay que recorrer sin precipitarnos, con paciencia benevolente, con confianza creyente, con toda nuestra humanidad amante.

En el trayecto iremos viviendo distintos momentos y nos iremos planteando cuestiones.

Hay tiempos de confusión y tiempos de transparencia.

Cuando empezamos a reconocer que sentimos placer al estar con el compañero que queremos, cuando sentimos que nuestro cuerpo reacciona ante el estímulo de su presencia, cuando confesamos que él nos importa, aparece la confusión.

Nos preguntamos si es amor o enamoramiento, si es real y mutuo o tan solo es fruto de una fantasía, de un deseo. A veces nos creamos fantasmas y sentimos miedo. Entonces corremos el riesgo de totalizar la experiencia cerrando nuestro entendimiento y afectivizando la situación.

Importa hablar, compartir, expresar lo que estamos viviendo. El otro, la otra, pueden ayudarnos a objetivar y a relativizar en función de nuestra opción por vivir en seguimiento de Jesús. Ser transparentes es una gracia que libera y que ayuda a madurar a pesar de que también tiene sus riesgos.

La transparencia permite valorar lo que de divino puede haber en el amor humano y admirarnos porque éste nace en el seno de un proceso gratuito de amistad. Compartir con verdad nos capacita para asumir la complejidad de nuestros impulsos y deseos sexuados y para calibrar los retos que implica el no dejarnos envolver en una relación de pareja sino seguir amando en una relación pareja y recíproca.

Expresar lo real derriba los fantasmas y crece nuestra conciencia de los peligros, de la torpeza para expresar el cariño, de nuestra contingencia falible, de los condicionamientos de nuestra cultura, de los límites y las posibilidades del celibato cristiano.

Ser transparentes con nosotras mismas deja la convicción cierta de que todo es muy bueno: nuestro cuerpo, nuestra sexualidad, el amor humano. Importa buscar cómo manifestar lo que de santo hay en él pues escasea tanto en nuestro mundo que, cuando existe, habría que anunciarlo, celebrarlo y agradecerlo; sin embargo, los prejuicios propios y los ajenos nos invitan a ocultarlo y silenciarlo. Es difícil mantener la libertad para comunicar lo que vivimos ya que también buscamos cuidar esta realidad sagrada de todo lo que pueda deshumanizarla y condenarla.

 

 

Hay tiempos de combate y tiempos de gozar la tregua.

Nuestro ser sexuado no nos abandona nunca, por tanto es normal que cuando se manifiesta, nuestros deseos se dirijan al hombre que amamos. No podemos negar nuestras pulsiones, no debemos reprimir nuestras pasiones pero sí podemos adueñarnos de ellas y transformarlas.

El proceso de apropiación y transformación no se escapa de pasar por un duro combate. En nuestro más profundo yo se encuentran, aguerridas, la opción y la atracción. Y es que cuesta renunciar a la plenitud fusionante con que se expresa el amor humano, santo y divino. Es entonces cuando pesan las opiniones y las certezas de otros: "La fusión de los cuerpos, aunque efímera y pasajera, es necesaria para conocer el amor y saber a qué estamos renunciando". "Pasar por esta experiencia te humaniza y te capacita para comprender compasivamente a los demás".

Aunque pesan las ideas de los otros y la imagen que ellos se han formado de nosotras, la decisión es profundamente personal. No podemos darles este poder sobre nuestras vidas.

La opción que hemos hecho por vivir en seguimiento de Jesús está llamada a ser una opción totalizante, opción que, hoy por hoy, incluye el celibato y que nos llama a destotalizar la experiencia afectivo-sexual.

Algunos varones célibes viven experiencias de relación sexual sin rupturas profundas aparentemente. Su experiencia afectivo-sexual es puntual por lo que pueden vivir su seguimiento de Jesús en áreas independientes entre sí. A ellos se les facilita pensar y se les dificulta sentir-con-la-mujer; no saben sentir la realidad que ella sufre cuando es utilizada aunque se sepa amada.

El tiempo de combate, en la mujer, se tiñe de memoria. Es entonces cuando recuerda que tiene el derecho y el deber de elegir lo que quiere hacer, pensar y sentir; que tiene el don y la tarea de asumir la responsabilidad sobre ella misma y sobre sus decisiones.

Mirar nuestro mundo corroído y atrapado por el sexo sin amor nos invita a optar por vivir el amor sin sexo. Opción siempre nueva, y cada vez más lúcida, acompañada por el gozo de la tregua.

Hay tiempos de soledad habitada y tiempos de habitar la soledad.

Hemos oído decir que la soledad es mala compañera y tal vez no lo sea, cuando menos no siempre. Cuando se vive y se acoge por amor, descubrimos con sorpresa que nuestra soledad se encuentra habitada. Dios mismo nos habita como amor, como lo que Es en esencia. Con su presencia, la soledad no es fuente de sufrimiento, ni causa de amargura, ni germen de neurosis. La soledad es tiempo de escuchar y de contemplar, es espacio de discernimiento y de elección, es habitación habitable, es mar sereno que cobija la perla preciosa. En la soledad callamos para escuchar las mil respuestas, para sentir el calor del sol que reseca la tierra, para abrazar la humedad que penetra lo infinito, para contemplar el rugir de las piedras que dan paso y espacio a las raíces humanas nuevas.

Cuando es más fuerte el amor que el deseo, cuando el cariño es verdadero y las renuncias nos duelen, cuando sabemos que él nos quiere y que nosotras le queremos, entonces la búsqueda de placer genital se relativiza.

Entonces gozamos la tregua en la que Dios se hace sentir en su abrazo abrasante, envolvente y absolvente, doloroso y consolador, seductor y liberador... y nos acercamos a El, al Dios de Jesús que fecunda nuestras ideas, nuestros sueños, nuestros deseos y nuestros cuerpos con su amor creador.

Por su cercanía percibida, la rebeldía y la resistencia se serenan y se transforman en energía tierna, compasiva, activa, capaz de querer a otros y a otras, capaz de trabajar por y con ellos, capaz de respetar profundamente sus personas, sus proyectos, sus opciones.

En el tiempo de tregua, el dolor está preñado de paz

Cuando en el horizonte vemos aparecer un amor especial a un hombre en particular, nuestra compañera la soledad se ofrece como espacio de encuentro con Dios en nuestra más profunda y auténtica verdad. Ahí, en ese tiempo y en ese espacio podemos discernir, podemos aprender a acompañarnos a nosotras mismas, podemos ir respondiendo nuestras propias preguntas:

¿Cuál es el contexto en el que estoy viviendo? ¿Cuáles son mis relaciones, mis preocupaciones, mis ilusiones? ¿El trabajo que realizo da cauce a mi potencial creador? ¿Qué situaciones, personas y realidades me causan placer?

¿Cómo cuido y cultivo mi afectividad y mis tendencias sexuales en el contexto que hoy me toca vivir? ¿Cómo se encuentra mi cuerpo en esta edad, en este momento? ¿Cuáles son sus necesidades y cuáles sus posibilidades? ¿Mi ternura sólo encuentra su cauce en compañeros del otro sexo? ¿Cómo expreso mis afectos? ¿Con qué‚ cauces cuento? ¿Acaso debo ser más sobria con algunos y más expresiva con otros? ¿Me siento en paz para amar y para liberar las promesas que guarda mi sexualidad?

¿Lo busco o me busca seguido? ¿La relación es dependiente o liberadora? ¿Soy coqueta y persuasiva? ¿Alimento mis ilusiones y las suyas? ¿Amo su proyecto y sus opciones y mi proyecto y mis opciones? ¿Nos aproximamos en libertad y sin temor, seguros de que Dios sigue apostando por mí, por él, por su pueblo y por su iglesia?

¿Cómo, por qué y para qué‚ recibo la información que estimula mi sexualidad? ¿Cómo la proceso? ¿Manejo creativa y liberadoramente la fantasía erótica que me asalta?

Discernir el querer de Dios comprometidas con nuestra realidad y en continua interrelación con compañeros del otro sexo, nos llevará a confirmar con la propia experiencia que importa creer en nosotras mismas y en el ser humano; que todos, varones y mujeres, seguimos llamadas a conversión; que es urgente y necesario soñar en que es posible crear nuevas realidades y nuevas relaciones entre los sexos y creer que ya podemos irlas transformando.

Tarea nuestra, como célibes consagradas a realizar signos que hagan creíble el amor de Dios desde dentro de una sociedad genitalizada, es vincular el impulso sexual con el amor humano, humanizar la genitalidad, desgenitalizar la ternura y aprender a amar, amando.

Así descubriremos que la relación especial con algún(os) hombre(s) en particular, no empaña la opción totalizante, al contrario, constatando que la realidad del Reinado de Dios atraviesa la transparencia de nuestra gracia y de nuestra debilidad, la opción totalizante adquiere nuevo valor y contenido revelándonos que no hay pleito de cariños sino que todos caben en un solo amor.

Como célibes, entonces, nada nos está prohibido, sino todo entregado en una opción que envuelve nuestra vida toda, que la fecunda y la orienta para vivir en seguimiento de Jesús, al servicio del reino de Dios desde los pobres, bajo la forma histórica de la vida religiosa.

Podemos expresar nuestros amores y nuestros deseos enalteciéndolos y entregándolos libre y lúcidamente. Podemos disfrutar el placer de estar con él, el placer de la amistad, el placer de una caricia recíproca y de un abrazo mutuo, sabiendo que, aún sin relaciones sexuales, el amor permanece.

A mayor libertad para expresar el cariño que crece en gratuidad y en desprendimiento corresponde un menor temor ante nuestra humanidad sexuada y una mayor apertura para crear nuevas relaciones profundas, fraternas y recíprocas con otros hermanos y hermanas.

A mayor honestidad para encontrarnos con nosotras mismas en nuestra verdad santa y falible, corresponde Dios con mayor cercanía sentida, con mayor ternura derramada y con mayor fuerza para, si es el caso, ayudarnos a renunciar, junto con el cuerpo, a la persona que amamos. Sabemos que "de su plenitud hemos recibido gracia tras gracia" y ahora también nos acompaña su plenitud y nos bendice con su gracia.

Desde esta experiencia no podemos negar que en ocasiones la soledad viene acompañada de la aridez que atraviesa el corazón, de la noche oscura del amor humano, y del desierto afectivo. Entonces es tiempo de más habitar la soledad.

No podemos, no debemos esperar el desgarrón para habitar la soledad. Tal vez entonces busquemos a quienes, de hecho, ya la habitan: amigos, amigas, causas, proyectos...

Está Jesús, persona concreta, amigo entrañable, Palabra del Padre.

Como persona concreta, en su ser único y original, Jesús vivió en un tiempo determinado, se comprometió en la transformación de su realidad y creyó en Dios, en un Dios diferente al que enseñaban los representantes de la religión oficial. El miró el sufrimiento de su pueblo y soñó con la llegada inmediata del reinado de Dios para los pobres. Y soñando, realizaba signos concretos que lo anticiparan, contradiciendo las leyes, los mitos y los tabúes que justificaban el sufrimiento, la falta de amor y los privilegios de unos cuantos.

Haciendo uso de su libertad, sintió la realidad, pensó en qué hacer para cambiarla y eligió, por puro amor, consagrar sus afectos y su cuerpo, su persona, su vida entera a trabajar por crear nuevas realidades y nuevas relaciones.

Como amigo entrañable, se hizo de compañeros y compañeras para que, como él, totalizaran sus vidas en la búsqueda de un mundo mejor, más humano, justo y solidario, más conforme con el querer de Dios. Amigo de publicanos y pescadores, de prostitutas y pecadores, estaba con ellos, reía con ellos, buscaba con ellos, sin condenarlos.

Con Marta y con María, lloró por el amigo muerto. Con la samaritana disfrutó del agua que ella le daba, la hizo digna de toda su confianza y le reveló su intimidad. Se dejó tocar y lavar los pies por aquella mujer en Betania y a María Magdalena, quien tanto le amaba, la eligió como pionera de su misma causa.

Como palabra del Padre, Jesús nos compartió lo que Dios más ama: la vida de su pueblo, empezando por aquellos a quienes les es negada. Dios es un Dios de vivos y no de muertos, pero hay algunos que le matan robando a la viuda, marginando a la enferma, acabando con la esperanza de la mujer humillada.

En su cruz, consecuencia de su trabajo en favor de la vida, reveló cuánto nos ama Dios; y que, por amor, respeta el fruto de la libertad humana. En la cruz, Jesús nos anunció que Dios mismo sufre con los que la sociedad mata y que el Padre se solidariza con aquellos a quienes se les niega la palabra.

La Palabra de Jesús resucitado nos anuncia que Dios no nos defrauda. Que, aunque nosotros lo olvidemos, El no quita el corazón de su causa.

Están las amigas que, solidarias, acompañan

Querer profundamente a alguien del mismo sexo ayuda a ubicar el cariño que crece hacia el compañero del otro sexo. Estos cariños, estas fidelidades, estas complicidades son necesarias. Son memoria del proceso de la acción de Dios en nuestra gracia y en nuestro pecado; son vínculo tangible con el cuerpo de la Congregación, son mediación histórica de la ternura comprensiva, de la cercanía comprometida, de la fidelidad gratuita, de la confianza creyente de Dios hacia nosotras.

Con las amigas del corazón compartimos las cosas que el Padre nos va revelando, lo que El sigue hablando en nosotros tanto en los tiempos de transparencia y de confusión, como en los tiempos de tregua y de combate. Ellas están en nuestra soledad habitada.

Es bueno dejar salir nuestros afectos, desordenados u ordenados, con alguien que sabemos nos conoce, nos quiere y no nos condena, con alguien que sabe del amor y del dolor, que no se asusta con nuestras torpezas y fantasías, con alguien con quien, agradecidamente, sabemos que contamos siempre para reír y llorar juntas, para orar y celebrar, para buscar y encontrar, para caminar y rectificar.

Tal vez, algún día, seamos para otros lo que las amigas son para nosotras: habitantes de nuestra soledad.

Nuestra soledad puede estar habitada por nuestra causa en Su Causa

En la calle, en el metro, en la fábrica y en la oficina vemos con frecuencia rostros de mujeres indígenas, campesinas, obreras, viudas, madres solteras, etc., rostros de mujeres que han sido golpeadas, humilladas y negadas en sus derechos y en su dignidad. Todos los días escuchamos el drama de la muchacha violada, de la mujer prostituida, de la madre abandonada. Y sentimos que nuestras entrañas se conmueven, que no se acaban de acostumbrar al sufrimiento, que no pueden permanecer indiferentes ante tanta injusticia y ante tanto dolor. Y nos sentimos indignadas y buscamos qué hacer para que esta situación se acabe.

Nos hacemos preguntas, nos cuestionamos a nosotras mismas, recuperamos nuestras historias, contemplamos nuestras vidas y nos sabemos identificadas en una misma causa.

Recorremos la historia y los continentes, miramos el pasado y el presente y escuchamos que dicen: es natural, Dios así lo quiere.

Sin embargo, con el paso del tiempo vamos creyendo con una fe cierta que eso es mentira, que nuestra causa es Su Causa y que, como El, amamos la vida, la nutrimos y protegemos, la defendemos y la luchamos dispuestas a dar la vida para que otros(as) vivan.

El celibato libremente elegido para dedicarnos en forma totalizante a trabajar por la causa de Dios adquiere, desde nuestra causa, un sentido profético plenificante y liberador. Sentido que, finalmente, habita nuestra soledad como acto de solidaridad, de protesta, de inclusividad y de libertad.

El celibato como acto de solidaridad

Ante el sufrimiento impuesto a muchas mujeres a causa de nuestro sexo, ante tanta humillación y tanto dolor provocados por la utilización y la violación de sus cuerpos, la opción por el celibato cristiano nos hermana y nos solidariza a través de otro sufrimiento: el que trae consigo la entrega del amor exclusivo de un hombre y de la fusión de los cuerpos. Esta solidaridad nos capacita para buscar nuevas formas de relación entre los sexos.

 

 

El celibato como acto de protesta

En el seno de un mundo genitalizado que ha hecho de la mujer una mercancía para lucirse, usarse y desecharse; en medio del bombardeo de los medios de comunicación y, desoyendo las presiones del ambiente y de la sociedad, la opción cristiana por el celibato, es un acto de protesta que busca anunciar que la esencia del amor y del valor de las mujeres no reside ni en sus figuras ni en el placer que producen.

El celibato como acto de inclusividad

En un mundo que defiende la propiedad privada y exclusiva a costa de muchas vidas; en medio de un sistema de relaciones en las que los hombres se afirman en el poder apropiándose de las mujeres, de sus opciones y decisiones; a pesar de tantos mecanismos de relación que fomentan la competencia, la exclusividad y la exclusión; por encima del aprendizaje hecho de totalizar exclusivamente la experiencia afectivo-sexual, el celibato quiere ser un signo de la inclusividad que se vivir bajo el Reinado de Dios, inclusividad semejante a la comunión trinitaria de las personas diferentes en la igualdad, inclusividad que totaliza la vida en seguimiento de Jesús y que relativiza el celibato en función del Proyecto de Dios.

El celibato como acto de libertad

En oposición a leyes, mitos y tabúes que, en nombre de Dios, han esclavizado y oprimido a las mujeres; a pesar de los siglos enteros en los que se las ha silenciado y excluido; frente a formas capitalistas de relación y de producción que las manipulan y las deshumanizan; en oposición al aprendizaje de vivir en función de las expectativas e intereses de los demás, el celibato cristiano es un signo y un camino hacia la libertad de las hijas de Dios. Libertad para pensar, proponer, opinar y crear; libertad para elegir y decidir; libertad para amar y para luchar en favor de la vida que ama Dios; libertad para ser iglesia en comunión.

El celibato, así vivido y así creído, habita nuestra soledad. Nosotras, habitadas, habitamos el mundo, nuestra sociedad, nuestra iglesia y nuestra congregación religiosa. Sólo habitándolos y desde dentro, siendo comunidad, las mujeres podemos colaborar en la transformación de la realidad en la dirección del querer de Dios.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la indignación? ¿la compasión? ¿la duda? ¿la crisis? ¿la ruptura? ¿la rabia? ¿la rebeldía? ¿el miedo? ¿el amor? ¿la confusión? ¿el combate? ¿la soledad? En todo esto salimos vencedoras gracias al que nos amó. Pues estamos seguras de que ni los mitos, ni las tradiciones, ni la dominación de los hombres, ni la violencia activa o pasiva, ni el deseo sexual, ni la burla, ni el rechazo, ni los ídolos, ni el error, ni la torpeza, ni el abandono, ni la muerte podrán separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. (Cfr Rm 8,35ss).

REFLEXIÓN GRUPAL:

1. ¿En qué te ha tocado y enriquecido el artículo?

2. ¿Qué experiencias tienes que confirmen o cuestionen la reflexión de este trabajo?

3. ¿Estás de acuerdo con los caminos de futuro que aparecen a lo largo del artículo?

4. ¿Qué aspectos de la persona de Jesús en relación con las mujeres, te parecen importantes para la espiritualidad de las mujeres hoy?

 

 

Y DIOS ME HIZO MUJER

de pelo largo,

ojos

nariz y boca de mujer.

Con curvas

y pliegues

y suaves hondonadas,

y me cavó por dentro

me hizo taller de seres humanos.

Tejió delicadamente mis nervios

y balanceó con cuidado

el número de mis hormonas.

Compuso mi sangre

y me injertó con ella

para que irrigara

todo mi cuerpo;

nacieron así las ideas,

los sueños

el instinto

Todo lo que creó suavemente

a martillazos de soplidos,

y taladrazos de amor,

las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días

todas las mañanas

y bendigo mi sexo

Gioconda Belli

 

 

REFLEXIONES SOBRE LA SEXUALIDAD HUMANA Y

EL CELIBATO CRISTIANO

 

Georgina Zubiría Maqueo, rscj

 

La opción por el celibato cristiano es una opción siempre renovable en el dinámico proceso de las relaciones humanas. Desde esta certeza y convencida creyentemente de que es posible y necesario ir creando nuevas relaciones con nosotras mismas, entre nosotras y entre los sexos, ofrezco estas notas sobre la sexualidad humana y sobre algunos retos y posibilidades que veo nos presenta la vivencia cotidiana del celibato.

Ciertamente no ha sido fácil abordar el tema porque, además de sentir limitado el lenguaje verbal, nuestra realidad sexuada es polivalente ya que encierra la máxima posibilidad de amar y de crear y, a la vez, la máxima posibilidad de odiar y destruir.

Hay, pues, ideas que me parecen incompletas, parciales y en ocasiones ambiguas. Creo, sin embargo, que es necesario hablar y compartir a partir de lo que vamos viviendo y de lo que con otros y otras compañeras(os) de camino vamos reflexionando sobre esta realidad.

Que estas reflexiones iniciales sirvan para seguir suscitando nuevas ideas y nuevas relaciones en función de aquello que creemos, de aquello que queremos, de aquello que soñamos.

HERENCIA CULTURAL Y SEXUALIDAD HUMANA

Necesitamos hablar

Más allá de los cursos de anatomía, biología y sexología que nos ayudan a conocer nuestro cuerpo, sus funciones y sus reacciones, vamos reconociendo con mayor transparencia la necesidad que tenemos de compartir nuestra propia experiencia de la sexualidad, nuestra vivencia como seres humanos sexuados.

En general, cuando hablamos de experiencias profundas (íntimas) que han marcado nuestra vida personal, pedimos a quien nos escucha una actitud de verdadero respeto, de acogida y discreción. A pesar de que estas experiencias están indudablemente teñidas por nuestro ser sexuado, hablar directamente de experiencias sexuales personales resulta mucho más difícil por el tabú que las envuelve. Cuando las compartimos, lo hacemos con la amiga(o) más "íntima", con aquélla a quien hemos decidido darle entrada a nuestro rincón más profundo y de quien esperamos no sólo acogida sino comprensión y fidelidad.

Sabemos que la sexualidad es una realidad común al género humano pero no estamos habituadas a hablar de ella seria y profundamente, antes al contrario, sentimos miedo, temor, culpa, angustia, vergüenza y callamos el grito o el susurro, el canto o el lamento, el gozo o el dolor que llevamos dentro.

Desde muy pequeñas aprendemos, inconsciente pero muy lúcidamente, que el área de la sexualidad es un área prohibida y sucia, que se localiza en nuestros genitales y que éstos son el lugar de nuestro cuerpo donde reside el pecado. Si los tocamos, nos pegan; si preguntamos, nos callan; si confesamos, nos preguntan y condenan; si jugamos los juegos de inocente curiosidad infantil, nos culpan; si nos hostigan, nos regañan; si nos violan, nos acusan... Rara vez encontramos alternativa, comprensión o explicación que nos ayude a amar esta fuente fecunda, este manantial humano de vida y de amor muy plenos.

Así nos enseñan a callar y a desconocer el poder que nuestro silencio da a otros -incluso al padre o a los hermanos (as)- para jugar con nuestros cuerpos profanándolos y violándolos, dejando en ellos heridas difíciles de sanar y sentimientos de culpabilidad y autodesprecio. Nuestro silencio asegura a otros en el poder y nos mantiene muy vulnerables a sus formas de control y de violencia.

Sin embargo, también aprendemos a no callar, a hablar como nos han mostrado que se puede hablar: desvirtuando, envileciendo y rebajando lo que de divino hay en nuestra realidad sexuada; deshumanizándola a través de chistes, albures, dobles sentidos, revistas pornográficas, canciones erotizadas. Aprendemos a abordarla en forma indirecta e impersonal como si en nada nos afectara. Lo real es que sí nos afecta.

En el seno de una amistad profunda, fiel, comprensiva y compasiva, acabamos compartiendo el misterio inmanente y desbordante de nuestra experiencia sexuada.

No podemos, no debemos negar, bloquear, silenciar nuestras búsquedas y nuestros hallazgos, nuestras experiencias y nuestros deseos, nuestras preguntas y nuestras respuestas sobre la sexualidad humana porque, sencillamente, está como una realidad que tiñe los afectos que impulsan o paralizan nuestras opciones, nuestras prácticas, nuestra búsqueda de felicidad.

Es necesario abordar el tema de la sexualidad ya que es una realidad profundamente humana que, aunque silenciada, es vivida, sentida y muchas veces sufrida, necesitada de liberación y transformación.

 

 

Nuestro cuerpo

Somos una unidad

Nuestro cuerpo es el único recinto del que somos -o estamos llamadas/os a ser- dueñas/os. Es un cuerpo habitado por mil posibilidades y promesas, es la expresión de nuestra persona, es el medio privilegiado de comunicación y de relación con todo, con todos y todas las que nos rodean. Nuestro cuerpo es bello y muy bueno, es amable y creador; merece ser contemplado, acariciado y amado pues es imagen de Dios.

Constatamos, sin embargo, que hemos aprendido a hacer del cuerpo nuestro enemigo y de nuestra conciencia (deformada) su verdugo más temible. Por eso lo silenciamos negando su lenguaje, desconociéndolo y atemorizándonos ante lo que él expresa o pueda expresar.

Nos hemos aprehendido divididas por una herida que aún sangra y que nuestro cuerpo se resiste a aceptar. No somos materia mala y espíritu bueno sino que nuestro espíritu bueno se expresa a través de nuestro cuerpo también bueno. No somos cabeza que piensa y carne que siente, somos una unidad, personas totales, pensantes y sentientes. No somos corazón puro y genitales impuros, antes bien, del corazón humano, de nuestra más profunda intimidad, nace lo bueno o lo malo y nuestro cuerpo-espíritu-uno puede actuar lo mejor o lo peor, lo justo o lo injusto.

Nuestra sexualidad no es mala en sí misma, no es una realidad sucia donde reside el pecado; tampoco es una dimensión que se localiza y expresa solamente a través de los genitales. Toda entera, cada una, somos personas sexuadas y , como tales, nos expresamos en todas nuestras acciones y decisiones.

El lenguaje de nuestro cuerpo

Nuestro cuerpo sexuado tiene su propio lenguaje. Expresa sus deseos (que son los nuestros) y sus carencias; sus gozos y sus sufrimientos, sus necesidades y sus posibilidades. Con nuestro cuerpo expresamos la ira o la alegría, la opresión o la liberación, la agresividad o el amor. Con nuestro cuerpo sentimos el lenguaje de los otros cuerpos, su acogida o su rechazo, su cercanía o su distancia, su amistad o su hostilidad. Por nuestro cuerpo nos incorporamos al mundo, a la naturaleza, a la sociedad y, en él, conocemos su equilibrio o su ruptura, su explotación o su justicia, su marginación o su inclusión.

En nuestros propios cuerpos de mujer descubrimos los ciclos y los ritmos, los tiempos y los espacios, los encuentros y los desencuentros, los sonidos y los silencios. En nuestros cuerpos conocemos la pausa y el movimiento, la humedad y la sequedad, el vacío y la plenitud, la guerra y la paz, la vida y la muerte, lo finito y lo infinito, lo amable, lo amado, el amor.

En nuestros propios cuerpos de hombre descubrimos….

Nos permitimos sentir y entender el lenguaje de nuestro cuerpo o lo mantenemos olvidado, reprimido, castigado? No nos está prohibido sentir con nuestra piel, sentir en nuestro cuerpo y en las fibras todas de nuestro ser.

El placer es bueno, es santo y divino, es creador.

Pocas veces reconocemos, gozamos y agradecemos aquello que nos causa placer: pisar descalzas/os las hojas secas en el otoño, tirarnos en el pasto para darnos un baño de aire y de sol, beber una cerveza helada en compañía de quienes queremos, dejar que el agua corra por los surcos de nuestro cuerpo, leer un libro agradable, cantar nuestra música interior, compartir con el hermano sus penas y sus alegrías, celebrar nuestro caminar como pueblo de Dios, compartir con los pobres el pan y la vida, la mesa y la alegría, buscar en Dios su rostro de mujer, llevar buenas noticias...

Cada una sabemos qué situaciones, experiencias, relaciones y acontecimientos nos causan placer y dinamizan nuestro impulso creador.

Dar un abrazo y recibir una caricia también produce placer. Un placer que nuestro cuerpo siente y nuestro espíritu agradece, un placer que es santo y divino, que es creador.

Desgraciadamente no es raro reconocer que somos poco libres para aceptar esta verdad, para dar y recibir un abrazo, para agradecerlo. Y lo necesitamos. Todas y todos necesitamos caricias. Nuestro mundo necesita ser acariciado. Nuestros cuerpos están habitados por esa posibilidad y por esa riqueza. La ternura oculta, reprimida y, a veces, temida, necesita ser liberada y expresarse. Necesitamos abrazar y ser abrazadas (os) para activar el amor que, en potencia, reside en nuestros cuerpos, para liberar de cadenas la ternura que llevamos dentro.

Podemos aprender a acariciar, acariciando, arriesgando, dando y recibiendo. Sin retener, sin apropiarnos, sin buscar poseer sino sólo amando. Envolviendo y absolviendo, amando en libertad para en libertad pregonarlo.

 

Aprendizajes equivocados.

Desde pequeñas/os -y como fruto de una cultura pre-establecida- aprendemos a ser de una determinada manera, a hacer lo que otros esperan que hagamos y a pensar (o a no pensar) de acuerdo a los intereses de quienes son más fuertes.

En edades muy tempranas se nos enseña a vivir en función de otras personas: sea cuidando a los hermanos pequeños o jugando a las muñecas. Conforme va pasando el tiempo aprendemos a embellecernos, a cuidar nuestros cuerpos para gustar a otros, a coquetear y a sentirnos felices cuando nos miran y nos dicen piropos. En la adolescencia aprendemos a soñar con nuestro príncipe azul y con los hijos que procrearemos. Para ser halladas por él, nos ponemos adornos y nos pintamos los ojos. Medio en sueños, medio en realidad, vamos descubriendo que sólo nos encontrará si nos vamos haciendo como "cenicientas": bellas y hacendosas, dóciles y sumisas, capaces de sufrir calladamente desprecios e imposiciones y de esperar con paciencia a que llegue la recompensa. Así empiezan a germinar entre nosotras los celos, la competencia y la rivalidad por el hombre de nuestras fantasías.

Jugamos el juego de sentirnos "la mujer más bella". Nos sabemos observadas y "valoradas", a un paso de ser elegidas por aquél que llenará de sentido nuestras vidas; a punto de alcanzar la felicidad de tener un esposo, un hogar y unos hijos que darán razón a nuestro existir. Sabemos que de no lograrlo, seríamos señaladas como frustradas, amargadas, solteronas, egoístas, fracasadas. Lo real es que, detrás de este juego, muchas veces lo que descubrimos es una mujer devaluada e insegura.

Cuando llegamos a la juventud ya hemos aprendido que la vida afectiva y la relación senso-maternal debe totalizar nuestras vidas, que debemos priorizar el desarrollo de nuestra sensibilidad y el despertar de nuestro "instinto" maternal. El matrimonio y la maternidad aparecen como nuestra alternativa de realización. De aquí que vamos aprendiendo a reaccionar -ante diferentes problemáticas- con mucha sensibilidad y poca reflexión, cerrando nuestro entendimiento y encerrando nuestros pensamientos en uno que lo abarca todo.

Con el fin de alcanzar la meta que la sociedad nos impone y de realizar el proyecto de vida que se nos asigna por nuestra biología (y que nosotras aceptamos como lo normal) luchamos con astucia y suspicacia entre nosotras, lloramos y a veces hacemos berrinches, agredimos y criticamos a quienes obstaculizan el logro del objetivo.

De esta manera, nuestra vida toda acaba por depender del hombre, de los hijos y del hogar. Nuestros afanes son todos por ellos, nuestras ilusiones y esperanzas están puestas en ellos, nuestras alegrías y nuestros sufrimientos sólo de ellos pueden venir.

Desgraciadamente no son pocas las mujeres que muy pronto sufren el desencanto de saberse no-personas por haber sido utilizadas y violadas en sus cuerpos y en su dignidad. No son pocas las mujeres que descubren que el universo patriarcal nos ha convertido en una mercancía muy barata que se alcanza con unos cuantos piropos y que se luce para ser mirada. No son pocas las mujeres que, por experiencia, han ido tomando conciencia de que se nos trata como objetos para usarse hasta el abuso. No son pocas las mujeres que, en el sufrimiento vivido, han comprendido que es un pequeño agujerito de nuestro cuerpo la causa de tanto mal, la muerte disfrazada de vida, el dolor que a otros causa placer, el egoísmo encubierto de amor, la desesperanza y el sinsentido revestidos de sueños y de promesas.

La cultura y las relaciones entre hombre y mujer, aprendidas de generación en generación, han hecho de nuestro cuerpo y de nuestro sexo una fuente permanente de humillación, opresión y sufrimiento para nosotras mujeres, y una fuente permanente de poder y dominación para un número significativo de hombres que necesitan sentirse muy machos.

Desde temprana edad se nos enseña …

Culpables o víctimas

Hay hombres que dicen que las mujeres somos culpables de nuestra situación. Hay mujeres que creen que ellos son los responsables. Rara vez nos reconocemos ambos, hombres y mujeres, víctimas de un sistema de relación que, por ser el más antiguo, creemos es normal y natural.

Nosotras evidentemente somos víctimas. Ellos de alguna manera también lo son. Nosotras aprendemos a desconocernos afectivizando y totalizando la relación con el varón mientras que ellos aprenden a genitalizar y a relativizar la relación con la mujer.

Por herencia cultural muchos hombres aprenden a medir el valor de la mujer en función de su propio placer donde, creen, radica su masculinidad. La negación de los afectos, la represión de los sentimientos y la genitalización de la ternura constituyen una seria mutilación que a todos y a todas nos afecta.

Desde muy chicos les enseñan que la mujer es para mirarse y gozarse con ella. Aprenden a mirar piernas, pechos, caderas y rostros; conocen albures y dicen piropos. La relación con ella es como con un objeto.

Por otra parte, si ellos lloran, les dicen "maricas" pues tienen que aprender a ser muy machos y si muestran ternura, si son atentos y detallistas con otros hombres, los señalan como "afeminados" y encargan a alguien que los lleve a casas de prostitución para curarlos.

Aunque aprenden a reaccionar genitalmente, su experiencia y su práctica sexual es destotalizante. La genitalidad abarca un amplio espacio dentro de sus campos de interés pero la relación sexual o la mujer con la que se tuvo dicha relación es un momento más o una mujer más dentro de su trayectoria. No es de hombres gastar el tiempo en "sentimentalismos" o "afectividades"; en cambio, es signo de virilidad aludir frecuente y albureramente a las formas y a las mujeres que producen placer genital. Este es abarcante y el sexo obsesivo pero la mujer y la relación sexual con alguna es una experiencia puntual que muy rara vez afecta la totalidad de sus vidas.

El universo patriarcal, por su parte, no sólo justifica esta forma de relación sino que la admite como algo normal y hasta necesario para el hombre aunque esté totalmente privada de amor, de ternura y de fidelidad. Sólo cuando se descubren tendencias o prácticas homosexuales se les condena, rechazándolos y marginándolos del grupo de los "hombres".

A las mujeres desde pequeñas se les dice que los hombres…

 

 

 

Georgina Zubiría Maqueo, rscj

 

 

SEXUALIDAD Y CELIBATO CRISTIANOS

La herencia cultural y las nuevas relaciones

Hoy por hoy, al optar por la vida religiosa y/o por el sacerdocio, optamos también por vivir el celibato cristiano sin medir la profundidad de sus implicaciones. Además, durante las etapas de formación inicial, sobre todo las primeras, no manejamos suficientemente la milenaria y pesada carga cultural de la que hemos hablado.

El trabajo pastoral, el estudio compartido, las nuevas formas de vida religiosa y las búsquedas conjuntas favorecen la convivencia con compañeros, célibes o casados, del otro sexo. En la relación cotidiana con ellos vamos descubriendo la capacidad del corazón humano para crear nuevas relaciones y nuevas realidades. En el seno de estas relaciones vamos siendo y nos vamos realizando como personas.

Generalmente estas relaciones desencadenan en nosotras un proceso de mayor conciencia de nuestra feminidad y contribuyen en el desarrollo de potencialidades que la cultura ha calificado como masculinas y que, sin embargo, también nos constituyen por ser humanas. Este proceso vivido y discernido en verdad y con valentía puede ser profundamente humanizante y liberador.

En medio de aciertos y desconciertos vamos percibiendo la igualdad que existe entre los sexos y las distinciones que definen nuestra individualidad no sólo ante los hombres sino también ante otras mujeres. Procesualmente vamos reconociendo y acogiendo la originalidad de cada ser humano, único e irrepetible.

En el dinamismo relacional vamos discerniendo, agradecidas, la especificidad de nuestro aporte y vamos rompiendo, progresiva y a veces dolorosamente, los mecanismos de competencia que se juegan entre nosotras.

En el trato frecuente con compañeros(as) del otro sexo, nos vamos haciendo conscientes de la herencia cultural que nos condiciona.

Comprendemos, ambos, las torpezas que aparecen cuando intentamos relacionarnos: ellos comienzan, generalmente, con algún piropo porque no saben que es posible abordarnos de otra manera; nosotras, en cambio, agradecemos ser miradas y tomadas en cuenta y nos emocionamos.

Miramos y escuchamos cómo ellos viven resolviendo -o intentando resolver- problemáticas objetivas, tangibles y visibles, mientras que nosotras nos inclinamos a atender situaciones subjetivas, percibidas, intuidas, sentidas. Les escuchamos hablar de estadísticas y de política, de la organización social y de la lucha revolucionaria; les miramos elaborar profundos razonamientos lógicos y filosóficos dando grandes rodeos teóricos. Ellos, por su parte, nos escuchan hablar del problema práctico e inmediato, de la urgencia vital, de lo escondido e importante. Desde nuestra lógica miramos y hablamos de las personas, los grupos y sus procesos, de la alegría o del sufrimiento que los acompañan, de los símbolos de vida o de muerte que los expresan. Ellos nos miran intuir y sentir el momento de los sujetos y descubrir sus entrañas y sus afectos.

En la relación más personalizante que se da entre los que hemos optado por el celibato, hombres y mujeres, aparece con frecuencia la confusión (al menos en la etapa inicial de la relación). En ellos parece entrecruzarse la ternura y la genitalidad, el afecto y la protección paternalista; en nosotras tienden a entrecruzarse la ternura y la dependencia, el afecto sensible y el enamoramiento.

No es difícil que en estas relaciones aparezcan ciertas ambigüedades presentes en las formas convencionales de acompañamiento espiritual. Por tradición, la mujer, y particularmente la mujer religiosa, debe buscar y dejarse dirigir espiritualmente por un hombre célibe. De esta forma perpetúa inconscientemente las formas patriarcales de relación.

En una relación así, es normal que al compartir el camino espiritual hablemos de nuestra interioridad y descendamos al nivel de los afectos. Es normal, también, que el compartir la intimidad aproxime. Lo que ya no resulta normal es que el compartir o el dar cuenta sea unilateral pues esto, a la larga, genera un dinamismo relacional de subordinación práctica y dependencia afectiva. Haciendo del religioso o del sacerdote un tutor con derecho a decidir sobre nuestras vidas, aceptamos ser tratadas como menores de edad y asumir, como propios, lo que son sus parámetros de conducta, discernimiento y confrontación. Esta forma de relación, por ser la aprendida, tiende a reproducirse entre superioras y súbditas, entre religiosas y laicos(as).

No puede ser normal que sólo en los pequeños -entre ellos la mujer dirigida espiritualmente- el célibe encuentre un cauce justificado para su ternura y compasión. Es válido -y no sólo sinónimo de homosexualidad- que él exprese su ternura y sus afectos a sus hermanos varones, célibes o casados.

Lo anormal de la unilateralidad que marca esta forma de relación se evidencia en los procesos que genera y que ya no podemos enfrentar ingenuamente.

Es común que estos procesos empiecen con pequeños detalles que estamos acostumbradas a vivir como "normales". Ellos se acercan a nosotras con un piropo inofensivo, aparentemente, pues a nosotras nos significa su interés y atracción y a ellos los afirma en la posibilidad de tratarnos como objetos que se están luciendo para llamar su atención; ellos pretenden que seamos nosotras las que nos adaptemos a sus tiempos y nos desplacemos a sus espacios aún en horas arriesgadas porque tienen su agenda saturada; ambos justificamos con motivos religiosos caricias y abrazos que en ocasiones logran inquietarnos.

Cada una y cada uno podemos ir enumerando una serie de detalles ambiguos que es posible ir discerniendo en la medida de nuestra honestidad ante la opción por seguir a Jesús y de la comprensión-práctica que tengamos de ella.

A veces, lo que nos falta es claridad en nuestra opción totalizante, o una elemental coherencia con nuestro proyecto de vida. Otras veces nos envuelve la ignorancia o la ingenuidad, desconocemos el mundo simbólico de los compañeros del otro sexo y el alcance que personalmente dan a expresiones de cariño que miramos como inofensivas. Otras veces más es la torpeza la que genera confusión, torpeza que nace de traumas y heridas no conscientes, de miedos personales o colectivos, de fantasmas o fantasías heredados.

Hay casos en los que la dirección espiritual encubre afectos desordenados tales como afirmaciones de poder, dependencias afectivas o enamoramientos. Hay casos en los que debido al proceso de comunicación recíproca se llegan a reconocer algunos rasgos de enamoramiento y, entonces, alguno de los dos -para asegurar la distancia- provoca rupturas que en el otro dejan heridas profundas. Hay también otros casos en los que no sólo no se ha podido sostener ni la unilateralidad relacional ni la reciprocidad absolvente sino que se ha llegado a establecer una relación de pareja, fruto de la fuerza de atracción de nuestra realidad sexuada y de la compleja e incondenable tensión que vivimos entre la fragilidad y el poder del amor humano; sin embargo, en estos casos produce indignación la realidad de algunas mujeres que tienen que vivir silenciadas, marginadas y ocultadas debajo de una sotana.

No podemos seguir adelante sin antes decir que en ocasiones somos nosotras, mujeres, las que provocamos estos procesos. Buscando compasión, perdón, seguridad y afecto, despertamos en ellos tendencias paternales que los afirman en una posición de superioridad; les hacemos sentir necesarios e importantes para superar nuestras crisis y nuestras heridas; les damos y les pedimos caricias envolventes y abrazos posesivos hasta jugar, juntos, el juego de un amor fracturado. Juego que responde a un deseo de enamoramiento encubierto y que da cauce a su ternura y a nuestra fantasía desde la que nos vamos sintiendo "liberadas" de mitos, traumas y tabúes para ser como ellos nos quieren y asumir como nuestros sus intereses, problemas e inquietudes. Buscando valoración, reconocimiento y amor, acabamos todos, ellos y nosotras, con un mayor dolor. Este dolor paraliza o retarda el proceso de búsqueda de nuevas relaciones y nuevas realidades libres de angustia, turbación o miedo.

Convivir en condiciones de igualdad es, pues, indispensable para ir creando nuevas relaciones entre los sexos. En este sentido, para nosotras es fuente de alegría creer en la mujer que vamos siendo y es causa de crecimiento ser tratadas como adultas, capaces de pensar, sentir y decidir sobre nuestras vidas y sobre la historia que juntos debemos ir forjando. Para los varones es fuente de alegría ser hermanos y no machos y es causa de crecimiento ser tratados como iguales, escuchar nuestra palabra estando dispuestos a modificar la suya, a admirarse y a dejarse interpelar por nuestra manera de comprender la vida, el mundo, al ser humano.

Estos descubrimientos y estos crecimientos sólo son posibles en la interacción y en la mutua relación. Interacción y mutua relación que nos llevarán a reconocer agradecidas las expresiones de nuestros cuerpos y de nuestras personas y a admirarnos tanto ante el enorme potencial que encierra nuestra sexualidad como ante la original e inevitable atracción que vivimos entre los sexos.

El celibato y la atracción entre los sexos.

La atracción entre los sexos es una tendencia humana y natural querida y bendecida por Dios. Hemos sido creados para vivir el amor y, en concreto, el amor de pareja que halla una de sus expresiones máximas en la fusión de los cuerpos.

No es raro que habiendo optado por la vida religiosa aparezca esta tendencia. Antes al contrario, es signo de nuestra normalidad, de nuestra semejanza original y permanente con el ser humano, varón y mujer, creado a imagen de Dios. Pertenecemos y seguiremos perteneciendo al género humano. Gracias a esta pertenencia, sentimos, soñamos, pensamos, trabajamos, transformamos, creamos, amamos...

Importa creer que nuestra humanidad sexuada es una realidad muy buena. Así no nos asustaremos al percibir sus pulsiones ni nos angustiaremos al reconocer sus tendencias. Las amaremos sufriéndolas y las ofreceremos recreándolas con lucidez y libertad cristianas. De lo contrario, si miramos estas realidades como malas, corren el riesgo de volverse obsesivas y esclavizantes y de hacer de nuestra contingencia, una contingencia culpable.

No es pecado amar a un hombre ni creer que es posible construir, juntos, nuevas realidades. No es pecado permitirnos sentir y gozar el placer de estar con él, de dar y recibir una palabra de aliento, una caricia, un abrazo.

A veces, por nuestra condición de célibes pensamos que nos está prohibido sentir con nuestra piel y tocar con nuestras manos. Es verdad que siempre son realidades ambivalentes y situaciones arriesgadas porque nuestra falibilidad y nuestra contingencia nos acompañan hasta la muerte donde encuentran su culminación, pero son especialmente arriesgadas cuando hemos reconocido vacíos afectivos de infancia, deseos camuflados de enamoramiento o baches y fisuras en la opción por vivir en seguimiento de Jesús.

Sin embargo, debemos creer con nuestra cabeza, con nuestro corazón y con nuestro cuerpo que, como célibes, nada está prohibido. Comprender y vivir el celibato como prohibición enferma nuestra mentalidad, aprisiona el corazón y mutila nuestros cuerpos generando ansiedad, confusión y hasta culpabilidad.

En los célibes, tanto en los varones como en las mujeres, hay grandes reservas de genitalidad que no deben traducirse en agresividad o en neurosis contrarias al proyecto creador del Dios-Amante.

Optar por vivir como célibes en seguimiento de Jesús no es ni ha sido lo "normal", por lo tanto, hay que discernir y renovar en la situación concreta de cada día el sentido de la "anormalidad" de nuestra vida.

Nuevos aprendizajes

En lo cotidiano de la relación con compañeros del otro sexo podemos ir descubriendo los ciclos y los ritmos de nuestro cuerpo, los juegos que nos juega nuestra fantasía y nuestro modo concreto de relación con ellos.

Los ciclos y los ritmos de nuestro cuerpo.

¿Para qué negar que hay tiempos en que nuestra carne grita que necesita un amante? Así como nuestro organismo reacciona ante un rico platillo abriendo o aumentando el apetito, así también reacciona nuestro cuerpo ante el estímulo de un hombre que nos gusta.

Hay que acoger con serenidad y hasta con gratitud -porque estamos vivas-, el lenguaje recurrente de nuestro cuerpo que desea un beso, una caricia, un abrazo fusionante.

Aunque no demos al cuerpo lo que pide, no es vergonzoso reconocer que pide, al contrario, acoger su verdad es amarlo, primer paso para reconocer el valor de nuestra entrega y para apreciar el profundo significado de la causa mayor por la que se entrega.

Ciertamente, hay momentos de mayor conciencia y de mayor resistencia a renovar la ofrenda. Pero, también hay momentos en que la causa toma mayor peso y disminuye la conciencia de toda la renuncia que el celibato encierra.

Más allá de los ciclos y los ritmos, las pulsiones existen. El impulso duerme y despierta; en ocasiones nos asalta sin previo aviso. Un libro, una película, una escena real llena de sensualidad y/o genitalidad, una caricia o un abrazo, pueden señalar su hora. Si llega, acogerla con gratitud porque nos recuerda nuestra pertenencia al común de los mortales; si la provocamos, la buscamos o la adelantamos, entonces podemos preguntarnos, ¿qué nos pasa?

No hay que olvidar que esta área se encuentra ocupada por traumas y por heridas que tienen que ser sanadas, por bloqueos que hay que liberar, por culpas que hay que perdonar. Por eso, siempre es bueno hablar y descubrir que no somos ni únicas ni raras. Compartir siempre aliviana la carga. El pudor que nos frena, aunado a la búsqueda de liberación, puede llevarnos a cometer errores, a derrumbar mitos y tradiciones sin pensar que, una vez más, es posible quedar atrapadas.

Los juegos que nos juega la fantasía

Desde la infancia las mujeres aprendemos a soñar despiertas en aquello que nos está permitido soñar: nuestro príncipe azul, nuestros bebés, nuestro "hogar, dulce hogar", y en mil cosas más que, creemos, traen consigo la felicidad. Y jugamos a la escuelita, a ser mamás, a la comidita, a las enfermeras... siempre en función de los demás. Vivimos como real lo que nuestra fantasía crea y buscamos cómo poner en práctica lo que del sueño va naciendo. No es malo soñar, no es malo imaginar relaciones nuevas e irlas haciendo realidad, el problema es que hasta nuestra fantasía está condicionada por nuestro entorno y por nuestra cultura.

Conforme vamos creciendo, nuestros sueños van cambiando de formas y de color. Todo lo que por nuestros sentidos entra se va hasta la imaginación y hasta el subconsciente logrando hacer, de la dimensión afectivo-sexual, una experiencia que totaliza nuestras vidas. Las fotonovelas, el cine, la televisión, la radio, la propaganda, la escuela, la familia, las amistades, etc., nos enseñan cómo debemos ser, nos dicen qué debemos hacer y cómo debemos sentir, nos muestran cómo debemos amar y en qué debemos soñar para ser felices y para realizarnos como mujeres.

No es una novedad afirmar que nuestro mundo y nuestro ambiente están erotizados. Las canciones de moda nos dicen que hay que hacer el amor; en el cine nos muestran mil formas de hacerlo. Las telenovelas nos enseñan cómo rivalizar entre nosotras para conquistar al hombre de nuestro sueños, la propaganda nos ilustra para no "comernos la torta antes de tiempo" sin renunciar a las relaciones placenteras; los amigos nos dicen: si no lo haces, eres tonta ¿o, tal vez, lesbiana?; el novio nos promete el sol, la luna y las estrellas a cambio de pasar un rato que después él olvida.

Y creemos, y soñamos y respondemos a los estímulos del exterior dejando que otros se apropien de nuestras vidas, de nuestros cuerpos y hasta de nuestras fantasías.

La opción por vivir el celibato cristiano no borra nuestra historia personal, no elimina imágenes, sensaciones y prácticas que marcan nuestras vidas, no nos salva de soñar despiertas en otras relaciones ni busca negar nuestras tendencias humanas. La vida religiosa hoy, ya no nos protege de los estímulos del ambiente ni nos aísla del mundo en que vivimos. Por eso, no es extraño que dormidas o despiertas nos asalten sueños erotizados; no es extraño que en tiempos de crisis pensemos en el hombre de nuestros sueños; no es extraño que en el desierto y la soledad, en el invierno y la distancia, imaginemos la calidez de otro cuerpo humano a nuestro lado. No es extraño que en nuestros sueños y pensamientos, en nuestra memoria, en nuestra imaginación y fantasía aparezca lo que hemos visto, lo que hemos sentido, lo que hemos gustado y gozado.

Sin embargo, en el trato cotidiano con compañeros del otro sexo, nuestra fantasía puede engañarnos y nuestra imaginación traicionarnos. Estamos llamadas a vivir formas nuevas de relación, a ser mujeres plenas de manera diferente a la establecida y, a veces, no nos escapamos de pasar por ratos amargos que debemos afrontar con honestidad ante lo que sucede y con amor hacia nosotras mismas.

Quizá, nuestras carencias afectivas y nuestros traumas infantiles hagan de lo que es un sencillo compañerismo fraterno, un sueño de amor inolvidable que dejará golpes y frustraciones al volver a la realidad.

Quizá, un piropo barato o una insinuación machista desencadene fantasmas o miedos sobre nuestra feminidad y sobre nuestra humanidad sexuada.

Quizá, de un interés humanitario o de una caricia paternal nazca un gran deseo de enamoramiento encubierto. Quizá, de una conversación confiada, de un secreto revelado, piense "yo creo que le intereso..."

Nuestro modo concreto de relación con ellos.

La herencia personal, familiar y cultural, los ciclos y los ritmos de nuestro cuerpo y la fantasía que nos caracteriza son, entre otros, factores que determinan nuestro modo concreto de relación con ellos. Y es aquí, precisamente en la práctica, donde debemos ser más verdaderas.

Tenemos el derecho y el deber de elegir lo que queremos hablar, lo que queremos callar, lo que queremos actuar. No tenemos que hacer lo que otros nos han impuesto, no debemos creer lo que otros nos han enseñado, no debemos ser como nos han dicho que de verdad valemos.

No por ser mujeres somos, necesariamente, tontas e ingenuas, coquetas y fáciles, sensibles y sumisas, delicadas y románticas pero sí podemos engañar y autoengañarnos.

Como mujeres, podemos ayudar a cambiar el mundo, podemos colaborar en la reordenación de las relaciones en todos los niveles. Podemos ir haciendo de nuestra historia una historia más conforme al querer de Dios o podemos, también, ayudar a que nuestro mundo se siga desvirtuando; podemos colaborar en la destrucción de las relaciones, podemos ir haciendo de nuestra historia una historia de pecado. Ahí está nuestro "poder".

Podemos decidir ser coquetas para conquistar al compañero; podemos elegir manipular nuestra soledad y nuestro sufrimiento para provocar su ternura, su compasión, su protección; podemos optar por seguir el juego del enamoramiento; podemos preferir la mentira, el autoengaño, la fantasía y desencadenar procesos irreversibles; podemos arrebatar caricias y abrazos forzados, podemos permitir que nos traten como eternas menores de edad, podemos decidir hablar de sexo, ofreciéndonos; podemos creer que es necesario el sexo para comprobar y sellar el amor; podemos permitir que sus ideas pesen en nuestras decisiones y que la imagen que ellos tienen de nosotras condicione nuestras elecciones.

Somos responsables de pensar, sintiendo, nuestras decisiones; somos responsables de sentir, pensando, nuestras acciones. Somos capaces de pensar, decidir, sentir y actuar nuevas formas de relación con compañeros del otro sexo. Debemos acoger agradecidas el poder que tenemos sobre nuestras vidas y sobre nuestras relaciones, la capacidad que nos ha sido dada para convertirlas y transformarlas, recrearlas y plenificarlas.

El cariño especial a un hombre en particular

Lo difícil no es amar a un hombre en particular sino reconocer y enfrentar esa realidad. Es preciso, para eso, desproteger la autoimagen que nos hemos creado, luchar contra el temor de amar, reconocer humildemente las sensaciones de nuestro cuerpo, y confesar desarmadas que amamos tiernamente al hombre que es hermano.

El reconocimiento de la verdad es punto de partida para liberar todo el potencial transformador que encierra una relación como éstas, para pensar desde ella cómo hacer el reino presente, cómo redimensionar el celibato cristiano, cómo ofrecer lo que supone de entrega, cómo hacer de nuestra sexualidad una sexualidad creadora y libre.

Entre el punto de partida y la meta final, descubriremos una gran distancia que hay que recorrer sin precipitarnos, con paciencia benevolente, con confianza creyente, con toda nuestra humanidad amante.

En el trayecto iremos viviendo distintos momentos y nos iremos planteando cuestiones.

Hay tiempos de confusión y tiempos de transparencia.

Cuando empezamos a reconocer que sentimos placer al estar con el compañero que queremos, cuando sentimos que nuestro cuerpo reacciona ante el estímulo de su presencia, cuando confesamos que él nos importa, aparece la confusión.

Nos preguntamos si es amor o enamoramiento, si es real y mutuo o tan solo es fruto de una fantasía, de un deseo. A veces nos creamos fantasmas y sentimos miedo. Entonces corremos el riesgo de totalizar la experiencia cerrando nuestro entendimiento y afectivizando la situación.

Importa hablar, compartir, expresar lo que estamos viviendo. El otro, la otra, pueden ayudarnos a objetivar y a relativizar en función de nuestra opción por vivir en seguimiento de Jesús. Ser transparentes es una gracia que libera y que ayuda a madurar a pesar de que también tiene sus riesgos.

La transparencia permite valorar lo que de divino puede haber en el amor humano y admirarnos porque éste nace en el seno de un proceso gratuito de amistad. Compartir con verdad nos capacita para asumir la complejidad de nuestros impulsos y deseos sexuados y para calibrar los retos que implica el no dejarnos envolver en una relación de pareja sino seguir amando en una relación pareja y recíproca.

Expresar lo real derriba los fantasmas y crece nuestra conciencia de los peligros, de la torpeza para expresar el cariño, de nuestra contingencia falible, de los condicionamientos de nuestra cultura, de los límites y las posibilidades del celibato cristiano.

Ser transparentes con nosotras mismas deja la convicción cierta de que todo es muy bueno: nuestro cuerpo, nuestra sexualidad, el amor humano. Importa buscar cómo manifestar lo que de santo hay en él pues escasea tanto en nuestro mundo que, cuando existe, habría que anunciarlo, celebrarlo y agradecerlo; sin embargo, los prejuicios propios y los ajenos nos invitan a ocultarlo y silenciarlo. Es difícil mantener la libertad para comunicar lo que vivimos ya que también buscamos cuidar esta realidad sagrada de todo lo que pueda deshumanizarla y condenarla.

Hay tiempos de combate y tiempos de gozar la tregua.

Nuestro ser sexuado no nos abandona nunca, por tanto es normal que cuando se manifiesta, nuestros deseos se dirijan al hombre que amamos. No podemos negar nuestras pulsiones, no debemos reprimir nuestras pasiones pero sí podemos adueñarnos de ellas y transformarlas.

El proceso de apropiación y transformación no se escapa de pasar por un duro combate. En nuestro más profundo yo se encuentran, aguerridas, la opción y la atracción. Y es que cuesta renunciar a la plenitud fusionante con que se expresa el amor humano, santo y divino. Es entonces cuando pesan las opiniones y las certezas de otros: "La fusión de los cuerpos, aunque efímera y pasajera, es necesaria para conocer el amor y saber a qué estamos renunciando". "Pasar por esta experiencia te humaniza y te capacita para comprender compasivamente a los demás".

Aunque pesan las ideas de los otros y la imagen que ellos se han formado de nosotras, la decisión es profundamente personal. No podemos darles este poder sobre nuestras vidas.

La opción que hemos hecho por vivir en seguimiento de Jesús está llamada a ser una opción totalizante, opción que, hoy por hoy, incluye el celibato y que nos llama a destotalizar la experiencia afectivo-sexual.

Algunos varones célibes viven experiencias de relación sexual sin rupturas profundas aparentemente. Su experiencia afectivo-sexual es puntual por lo que pueden vivir su seguimiento de Jesús en áreas independientes entre sí. A ellos se les facilita pensar y se les dificulta sentir-con-la-mujer; no saben sentir la realidad que ella sufre cuando es utilizada aunque se sepa amada.

El tiempo de combate, en la mujer, se tiñe de memoria. Es entonces cuando recuerda que tiene el derecho y el deber de elegir lo que quiere hacer, pensar y sentir; que tiene el don y la tarea de asumir la responsabilidad sobre ella misma y sobre sus decisiones.

Mirar nuestro mundo corroído y atrapado por el sexo sin amor nos invita a optar por vivir el amor sin sexo. Opción siempre nueva, y cada vez más lúcida, acompañada por el gozo de la tregua.

Hay tiempos de soledad habitada y tiempos de habitar la soledad.

Hemos oído decir que la soledad es mala compañera y tal vez no lo sea, cuando menos no siempre. Cuando se vive y se acoge por amor, descubrimos con sorpresa que nuestra soledad se encuentra habitada. Dios mismo nos habita como amor, como lo que Es en esencia. Con su presencia, la soledad no es fuente de sufrimiento, ni causa de amargura, ni germen de neurosis. La soledad es tiempo de escuchar y de contemplar, es espacio de discernimiento y de elección, es habitación habitable, es mar sereno que cobija la perla preciosa. En la soledad callamos para escuchar las mil respuestas, para sentir el calor del sol que reseca la tierra, para abrazar la humedad que penetra lo infinito, para contemplar el rugir de las piedras que dan paso y espacio a las raíces humanas nuevas.

Cuando es más fuerte el amor que el deseo, cuando el cariño es verdadero y las renuncias nos duelen, cuando sabemos que él nos quiere y que nosotras le queremos, entonces la búsqueda de placer genital se relativiza.

Entonces gozamos la tregua en la que Dios se hace sentir en su abrazo abrasante, envolvente y absolvente, doloroso y consolador, seductor y liberador... y nos acercamos a El, al Dios de Jesús que fecunda nuestras ideas, nuestros sueños, nuestros deseos y nuestros cuerpos con su amor creador.

Por su cercanía percibida, la rebeldía y la resistencia se serenan y se transforman en energía tierna, compasiva, activa, capaz de querer a otros y a otras, capaz de trabajar por y con ellos, capaz de respetar profundamente sus personas, sus proyectos, sus opciones.

En el tiempo de tregua, el dolor está preñado de paz

Cuando en el horizonte vemos aparecer un amor especial a un hombre en particular, nuestra compañera la soledad se ofrece como espacio de encuentro con Dios en nuestra más profunda y auténtica verdad. Ahí, en ese tiempo y en ese espacio podemos discernir, podemos aprender a acompañarnos a nosotras mismas, podemos ir respondiendo nuestras propias preguntas:

¿Cuál es el contexto en el que estoy viviendo? ¿Cuáles son mis relaciones, mis preocupaciones, mis ilusiones? ¿El trabajo que realizo da cauce a mi potencial creador? ¿Qué situaciones, personas y realidades me causan placer?

¿Cómo cuido y cultivo mi afectividad y mis tendencias sexuales en el contexto que hoy me toca vivir? ¿Cómo se encuentra mi cuerpo en esta edad, en este momento? ¿Cuáles son sus necesidades y cuáles sus posibilidades? ¿Mi ternura sólo encuentra su cauce en compañeros del otro sexo? ¿Cómo expreso mis afectos? ¿Con qué‚ cauces cuento? ¿Acaso debo ser más sobria con algunos y más expresiva con otros? ¿Me siento en paz para amar y para liberar las promesas que guarda mi sexualidad?

¿Lo busco o me busca seguido? ¿La relación es dependiente o liberadora? ¿Soy coqueta y persuasiva? ¿Alimento mis ilusiones y las suyas? ¿Amo su proyecto y sus opciones y mi proyecto y mis opciones? ¿Nos aproximamos en libertad y sin temor, seguros de que Dios sigue apostando por mí, por él, por su pueblo y por su iglesia?

¿Cómo, por qué y para qué‚ recibo la información que estimula mi sexualidad? ¿Cómo la proceso? ¿Manejo creativa y liberadoramente la fantasía erótica que me asalta?

Discernir el querer de Dios comprometidas con nuestra realidad y en continua interrelación con compañeros del otro sexo, nos llevará a confirmar con la propia experiencia que importa creer en nosotras mismas y en el ser humano; que todos, varones y mujeres, seguimos llamadas a conversión; que es urgente y necesario soñar en que es posible crear nuevas realidades y nuevas relaciones entre los sexos y creer que ya podemos irlas transformando.

Tarea nuestra, como célibes consagradas a realizar signos que hagan creíble el amor de Dios desde dentro de una sociedad genitalizada, es vincular el impulso sexual con el amor humano, humanizar la genitalidad, desgenitalizar la ternura y aprender a amar, amando.

Así descubriremos que la relación especial con algún(os) hombre(s) en particular, no empaña la opción totalizante, al contrario, constatando que la realidad del Reinado de Dios atraviesa la transparencia de nuestra gracia y de nuestra debilidad, la opción totalizante adquiere nuevo valor y contenido revelándonos que no hay pleito de cariños sino que todos caben en un solo amor.

Como célibes, entonces, nada nos está prohibido, sino todo entregado en una opción que envuelve nuestra vida toda, que la fecunda y la orienta para vivir en seguimiento de Jesús, al servicio del reino de Dios desde los pobres, bajo la forma histórica de la vida religiosa.

Podemos expresar nuestros amores y nuestros deseos enalteciéndolos y entregándolos libre y lúcidamente. Podemos disfrutar el placer de estar con él, el placer de la amistad, el placer de una caricia recíproca y de un abrazo mutuo, sabiendo que, aún sin relaciones sexuales, el amor permanece.

A mayor libertad para expresar el cariño que crece en gratuidad y en desprendimiento corresponde un menor temor ante nuestra humanidad sexuada y una mayor apertura para crear nuevas relaciones profundas, fraternas y recíprocas con otros hermanos y hermanas.

A mayor honestidad para encontrarnos con nosotras mismas en nuestra verdad santa y falible, corresponde Dios con mayor cercanía sentida, con mayor ternura derramada y con mayor fuerza para, si es el caso, ayudarnos a renunciar, junto con el cuerpo, a la persona que amamos. Sabemos que "de su plenitud hemos recibido gracia tras gracia" y ahora también nos acompaña su plenitud y nos bendice con su gracia.

Desde esta experiencia no podemos negar que en ocasiones la soledad viene acompañada de la aridez que atraviesa el corazón, de la noche oscura del amor humano, y del desierto afectivo. Entonces es tiempo de más habitar la soledad.

No podemos, no debemos esperar el desgarrón para habitar la soledad. Tal vez entonces busquemos a quienes, de hecho, ya la habitan: amigos, amigas, causas, proyectos...

Está Jesús, persona concreta, amigo entrañable, Palabra del Padre.

Como persona concreta, en su ser único y original, Jesús vivió en un tiempo determinado, se comprometió en la transformación de su realidad y creyó en Dios, en un Dios diferente al que enseñaban los representantes de la religión oficial. El miró el sufrimiento de su pueblo y soñó con la llegada inmediata del reinado de Dios para los pobres. Y soñando, realizaba signos concretos que lo anticiparan, contradiciendo las leyes, los mitos y los tabúes que justificaban el sufrimiento, la falta de amor y los privilegios de unos cuantos.

Haciendo uso de su libertad, sintió la realidad, pensó en qué hacer para cambiarla y eligió, por puro amor, consagrar sus afectos y su cuerpo, su persona, su vida entera a trabajar por crear nuevas realidades y nuevas relaciones.

Como amigo entrañable, se hizo de compañeros y compañeras para que, como él, totalizaran sus vidas en la búsqueda de un mundo mejor, más humano, justo y solidario, más conforme con el querer de Dios. Amigo de publicanos y pescadores, de prostitutas y pecadores, estaba con ellos, reía con ellos, buscaba con ellos, sin condenarlos.

Con Marta y con María, lloró por el amigo muerto. Con la samaritana disfrutó del agua que ella le daba, la hizo digna de toda su confianza y le reveló su intimidad. Se dejó tocar y lavar los pies por aquella mujer en Betania y a María Magdalena, quien tanto le amaba, la eligió como pionera de su misma causa.

Como palabra del Padre, Jesús nos compartió lo que Dios más ama: la vida de su pueblo, empezando por aquellos a quienes les es negada. Dios es un Dios de vivos y no de muertos, pero hay algunos que le matan robando a la viuda, marginando a la enferma, acabando con la esperanza de la mujer humillada.

En su cruz, consecuencia de su trabajo en favor de la vida, reveló cuánto nos ama Dios; y que, por amor, respeta el fruto de la libertad humana. En la cruz, Jesús nos anunció que Dios mismo sufre con los que la sociedad mata y que el Padre se solidariza con aquellos a quienes se les niega la palabra.

La Palabra de Jesús resucitado nos anuncia que Dios no nos defrauda. Que, aunque nosotros lo olvidemos, El no quita el corazón de su causa.

Están las amigas que, solidarias, acompañan

Querer profundamente a alguien del mismo sexo ayuda a ubicar el cariño que crece hacia el compañero del otro sexo. Estos cariños, estas fidelidades, estas complicidades son necesarias. Son memoria del proceso de la acción de Dios en nuestra gracia y en nuestro pecado; son vínculo tangible con el cuerpo de la Congregación, son mediación histórica de la ternura comprensiva, de la cercanía comprometida, de la fidelidad gratuita, de la confianza creyente de Dios hacia nosotras.

Con las amigas del corazón compartimos las cosas que el Padre nos va revelando, lo que El sigue hablando en nosotros tanto en los tiempos de transparencia y de confusión, como en los tiempos de tregua y de combate. Ellas están en nuestra soledad habitada.

Es bueno dejar salir nuestros afectos, desordenados u ordenados, con alguien que sabemos nos conoce, nos quiere y no nos condena, con alguien que sabe del amor y del dolor, que no se asusta con nuestras torpezas y fantasías, con alguien con quien, agradecidamente, sabemos que contamos siempre para reír y llorar juntas, para orar y celebrar, para buscar y encontrar, para caminar y rectificar.

Tal vez, algún día, seamos para otros lo que las amigas son para nosotras: habitantes de nuestra soledad.

Nuestra soledad puede estar habitada por nuestra causa en Su Causa

En la calle, en el metro, en la fábrica y en la oficina vemos con frecuencia rostros de mujeres indígenas, campesinas, obreras, viudas, madres solteras, etc., rostros de mujeres que han sido golpeadas, humilladas y negadas en sus derechos y en su dignidad. Todos los días escuchamos el drama de la muchacha violada, de la mujer prostituida, de la madre abandonada. Y sentimos que nuestras entrañas se conmueven, que no se acaban de acostumbrar al sufrimiento, que no pueden permanecer indiferentes ante tanta injusticia y ante tanto dolor. Y nos sentimos indignadas y buscamos qué hacer para que esta situación se acabe.

Nos hacemos preguntas, nos cuestionamos a nosotras mismas, recuperamos nuestras historias, contemplamos nuestras vidas y nos sabemos identificadas en una misma causa.

Recorremos la historia y los continentes, miramos el pasado y el presente y escuchamos que dicen: es natural, Dios así lo quiere.

Sin embargo, con el paso del tiempo vamos creyendo con una fe cierta que eso es mentira, que nuestra causa es Su Causa y que, como El, amamos la vida, la nutrimos y protegemos, la defendemos y la luchamos dispuestas a dar la vida para que otros(as) vivan.

El celibato libremente elegido para dedicarnos en forma totalizante a trabajar por la causa de Dios adquiere, desde nuestra causa, un sentido profético plenificante y liberador. Sentido que, finalmente, habita nuestra soledad como acto de solidaridad, de protesta, de inclusividad y de libertad.

El celibato como acto de solidaridad

Ante el sufrimiento impuesto a muchas mujeres a causa de nuestro sexo, ante tanta humillación y tanto dolor provocados por la utilización y la violación de sus cuerpos, la opción por el celibato cristiano nos hermana y nos solidariza a través de otro sufrimiento: el que trae consigo la entrega del amor exclusivo de un hombre y de la fusión de los cuerpos. Esta solidaridad nos capacita para buscar nuevas formas de relación entre los sexos.

El celibato como acto de protesta

En el seno de un mundo genitalizado que ha hecho de la mujer una mercancía para lucirse, usarse y desecharse; en medio del bombardeo de los medios de comunicación y, desoyendo las presiones del ambiente y de la sociedad, la opción cristiana por el celibato, es un acto de protesta que busca anunciar que la esencia del amor y del valor de las mujeres no reside ni en sus figuras ni en el placer que producen.

El celibato como acto de inclusividad

En un mundo que defiende la propiedad privada y exclusiva a costa de muchas vidas; en medio de un sistema de relaciones en las que los hombres se afirman en el poder apropiándose de las mujeres, de sus opciones y decisiones; a pesar de tantos mecanismos de relación que fomentan la competencia, la exclusividad y la exclusión; por encima del aprendizaje hecho de totalizar exclusivamente la experiencia afectivo-sexual, el celibato quiere ser un signo de la inclusividad que se vivir bajo el Reinado de Dios, inclusividad semejante a la comunión trinitaria de las personas diferentes en la igualdad, inclusividad que totaliza la vida en seguimiento de Jesús y que relativiza el celibato en función del Proyecto de Dios.

El celibato como acto de libertad

En oposición a leyes, mitos y tabúes que, en nombre de Dios, han esclavizado y oprimido a las mujeres; a pesar de los siglos enteros en los que se las ha silenciado y excluido; frente a formas capitalistas de relación y de producción que las manipulan y las deshumanizan; en oposición al aprendizaje de vivir en función de las expectativas e intereses de los demás, el celibato cristiano es un signo y un camino hacia la libertad de las hijas de Dios. Libertad para pensar, proponer, opinar y crear; libertad para elegir y decidir; libertad para amar y para luchar en favor de la vida que ama Dios; libertad para ser iglesia en comunión.

El celibato, así vivido y así creído, habita nuestra soledad. Nosotras, habitadas, habitamos el mundo, nuestra sociedad, nuestra iglesia y nuestra congregación religiosa. Sólo habitándolos y desde dentro, siendo comunidad, las mujeres podemos colaborar en la transformación de la realidad en la dirección del querer de Dios.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la indignación? ¿la compasión? ¿la duda? ¿la crisis? ¿la ruptura? ¿la rabia? ¿la rebeldía? ¿el miedo? ¿el amor? ¿la confusión? ¿el combate? ¿la soledad? En todo esto salimos vencedoras gracias al que nos amó. Pues estamos seguras de que ni los mitos, ni las tradiciones, ni la dominación de los hombres, ni la violencia activa o pasiva, ni el deseo sexual, ni la burla, ni el rechazo, ni los ídolos, ni el error, ni la torpeza, ni el abandono, ni la muerte podrán separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. (Cfr Rm 8,35ss).

Georgina Zubiría Maqueo, rscj

 

 

 

Es necesario plantear las situaciones conflictivas en clave de "conflicto de valores". La solución moral a cada cuestión bioética debe proceder de un estudio ponderativo de los valores que entran en juego de modo conflictivo. Para ello es necesario un discernimiento.

No puede constituirse auténtico conflicto ético entre el valor de la vida y otro bien de la persona que no englobe la totalidad valorativa de la persona.

El valor de la vida en cada caso debe plantearse en términos de "Humanización" y como objeto de la libre realización, es decir a nivel ético, más allá del simple nivel óntico que considera la vida como un bien.

Partimos de dos cuestiones:

¿Se puede decir que la vida humana es sagrada? ¿Por qué?

¿Todo lo que es técnicamente posible es éticamente realizable? ¿Estás de acuerdo?

 

 

 

 

CONCEPTO:

El aborto es la interrupción del embarazo cuando el feto no es viable, es decir, cuando no puede subsistir fuera del seno materno. El ser humano en gestación comienza su peculiar trayectoria mediante la fecundación o fertilización, pasada la primera semana hasta el segundo mes, se le conoce por embrión, desde el segundo mes, es un feto. Se admite comúnmente que el feto es viable a las veintiocho semanas.

ALGUNAS CONSIDERACIONES:

Para formular el valor ético de la vida hay que tener en cuenta las siguientes características:

Ser positiva: La vida humana tiene una exigencia de ser respetada y desarrollada

Ser teleológica: Tener en cuenta las implicancias y consecuencias.

Ser absoluta: Inviolable pero abierta al juicio preferencial en el conflicto de valores.

ESTUDIO DE CASO:

Ana es una joven soltera de 20 años que quedó embarazada al tener relaciones con su novio. Este al enterarse le sugiere un aborto, ya que no la mantendrá, ni se casará con ella, "ya que ella era sólo un entretenimiento". Además los padres de Ana no la comprenderán y la echarán de la casa.

CUESTIONES PARA DEBATIR:

¿Cuál es el conflicto?

Con el aborto ¿Queda resuelto el conflicto?

¿Qué le dirías a Ana?

¿Qué harías en su lugar?

¿Qué haría Jesús?

¿Con qué pasaje evangélico relacionas esta situación?

¿A qué conclusión llegas?

 

 

 

CONCEPTO:

La palabra eutanasia está compuesta de dos términos griegos eu (buena) thánatos (muerte). Su significado propio es el de causar directamente la muerte, sin dolor, de un enfermo incurable o de personas minusválidas o ancianas. En sentido corriente, eutanasia es un homicidio por compasión

ALGUNAS CONSIDERACIONES:

Para formular el valor ético de la vida hay que tener en cuenta las siguientes características:

La vida humana tiene valor por ella misma, posee una inviolabilidad axiológica.

La vida humana no adquiere ni pierde valor ético por situarse en condiciones de aparente "descrédito", como la vejez, inutilidad social, etc.

La vida humana no puede ser instrumentalizada por el mismo individuo que goza de ella

También se afirma el valor de la muerte digna. Se habla entonces de conflicto de valores cuando entran en juego el valor de la vida humana y el valor de morir dignamente.

Dentro del morir dignamente es necesario considerar lo siguiente: atender al moribundo con todos los medios que posee actualmente la ciencia médica, favorecer la vivencia del misterio humano-religioso de la muerte brindando asistencia religiosa y brindando la posibilidad de asumir su propia muerte, brindar todos los medios necesarios para calmar el dolor, auque este tipo de terapia suponga una abreviación de la vida y sume al paciente en un estado de inconciencia aunque no se le puede privar de asumir libremente su opción lúcida por la vida aunque con dolor.

ESTUDIO DE CASO:

Juan es un anciano que lleva una agonía de muchos días. Tiene respirador y los médicos afirman que con o sin el respirador morirá. Si le retiran el respirador morirá más prontamente, pero también el respirador le permite tener una agonía serena. Sus familiares tienen suficientes recursos económicos para seguir pagando su hospitalización pero no saben que hacer.

CUESTIONES PARA DEBATIR:

¿Cuál es el conflicto?

Con la eutanasia ¿Queda resuelto el conflicto?

¿Qué dirías a los familiares de Juan?

¿Qué harías en el lugar de los familiares?

¿Qué haría Jesús?

¿Con qué pasaje evangélico relacionas?

¿A qué conclusión llegas?

 

 

 

 

CONCEPTO:

La manipulación genética implica un conjunto de procedimientos técnicos encaminados a: - lograr la concepción de un ser humano por una vida diversa de la unión sexual como es el caso de la fecundación artificial, - eliminar características no deseable para la especie humana, evitar o eliminar una descendencia defectuosa como en el caso de la eugensia – la consecución de órganos con fines terapéuticos o lograr personas iguales como en el caso de la clonación.

ALGUNAS CONSIDERACIONES:

Para formular el valor ético de la vida de los hijos hay que tener en cuenta las siguientes características:

Todo ser humano tiene derecho a ser concebido, llevado en las entrañas y educado en el matrimonio, no tiene así mismo el derecho a la procrear, si a crear las condiciones que hagan posible el ejercicio de una procreación como proceso humanizado y humanizador.

El hijo que se busca no es un bien útil que sirve para satisfacer necesidades, en sí muy nobles. El hijo es un valor en sí y como tal hade ser amado y buscado.

El bien del hijo ha de dar el sentido principal a todos los intentos por solucionar las dificultades de la esterilidad.

La recta comprensión de la procreación humana tiene en cuenta los límites de lo humano, asume las carencias de la naturaleza, si bien lucha para vencerlas cuando la expectativa de éxito es razonable.

Los procedimientos de la eugenesia eu (buen) genics (origen) han de respetar la dignidad de la persona, la intimidad, la libertad y dar las informaciones adecuadas a las personas para que puedan tomar decisiones libres y responsables.

Mantener la vida de embriones humanos para fines experimentales o comerciales es completamente contrario a la dignidad humana.

Los embriones humanos obtenidos in vitro son seres humanos con dignidad y derecho a la vida.

ESTUDIO DE CASO:

Carmen y Daniel son una pareja que se han casado hace un año. Han descubierto que Carmen tiene problemas en la trompa lo que hace difícil la concepción, si no se queda embarazada tendrán que vaciarle quedando estéril y la única manera de quedar embarazada es recurrir a la inseminación artificial.

CUESTIONES PARA DEBATIR:

¿Cuál es el conflicto?

Con la manipulación genética ¿Queda resuelto el conflicto?

¿Qué le dirías a la pareja?

¿Qué harías en su lugar?

¿Qué haría Jesús?

¿Con qué pasaje evangélico relacionas?

¿A qué conclusión llegas?