Autor: P. Fernando Pascual L.C.
¿Se puede hablar todavía de bien y mal?
Siempre será necesario, imprescindible, hablar de bien y de mal.
Durante siglos la gente pensaba que existía el bien y
el mal, que algunas cosas eras buenas y otras malas, que “esto” se podía hacer
y aquello no se “debía” hacer.
Sin embargo, no han faltado momentos del pasado y del presente en los que la
distinción entre bien y mal ha entrado en crisis. En concreto, en el mundo
moderno existen personas que defienden que ningún comportamiento puede ser
considerado malo, y que todas las opciones deberían ser aceptables al mismo
nivel, como igualmente buenas (o, al menos, indiferentes).
¿En qué radica esta hostilidad a una distinción que ha sido aceptada en casi
todos los pueblos, y que todavía se encuentra en millones de corazones
humanos? Los motivos son complejos. Podríamos recordar algunos.
-El rechazo a cualquier autoritarismo que imponga normas “tradicionales” por
el mero hecho de que “siempre se ha hecho así”.
-La reacción contra el pasado, visto como fuente de imposiciones arbitrarias y
basadas más en el miedo que en la confianza.
-El deseo de mayor libertad para actuar según las propias tendencias
personales, que serían la única fuente del “bien” y del “mal”, según las
opciones realizadas libremente por cada uno.
-La oposición a mentalidades catalogadas como “discriminatorias”, por haber
considerado como equivocados o incluso perversos comportamientos que, de por
sí, no hacen daño a nadie.
-La defensa de nuevos derechos civiles, de forma que la vida social se
organice no según proyectos elaborados “desde arriba”, sino según la libre
iniciativa que asuman las personas y los grupos “desde abajo”.
Se podrían añadir más motivos. En el fondo, algunos grupos desean que se quite
la idea de mal (culpa, delito, pecado) de la vida social, en orden a que nadie
pueda sentirse limitado en el desarrollo de las intuiciones y deseos que
puedan nacer desde lo más profundo de su libertad.
A la ve z, estos grupos consideran cualquier intervención “moralizadora” como
negativa, despreciable, oscurantista, inquisitorial, represora, anticuada,
tradicionalista, dogmática, fundamentalista, fascista, intolerante, y una
larga lista de adjetivos despreciativos.
Desde luego, queda en pie, incluso entre los más firmes negadores de la
distinción entre bien y mal, entre los más tenaces enemigos del “moralismo”,
de las viejas éticas y de algunas religiones, que está siempre mal el hacer el
daño a “los demás”. Aunque no siempre sea claro quiénes entran bajo la
categoría de “los demás”, pues para algunos (como Peter Singer) el cometer un
aborto o un infanticidio no sería más grave que el matar a un pobre colibrí
que embellece de colores un jardín botánico.
Si entramos más a fondo en esta mentalidad que se opone a la distinción entre
bien y mal, notamos que siempre reaparecen las nociones criticadas, incluso
allí donde se quiere eliminarlas.
Los ejemplos anteriores son muy claros al respecto. Quienes dicen que está mal
hacer el daño a otros, ya admiten una distinción entre bien y mal. Quienes,
además, acusan de represores, oscurantistas... a los defensores de morales
“clásicas”, consideran que está “mal” defender una moral del pasado, y que
está “bien” oponerse a la misma.
De este modo, y casi sin quererlo, caen en una extraña contradicción. No es
correcto decir, por ejemplo, que la Iglesia “debe” callar y no decir nada
sobre la sexualidad, la justicia social o la vida política, porque sólo existe
un “deber” de callar allí donde estaría “mal” hablar sobre estos temas, y
donde estaría “bien” no hacerlo.
En nombre de la liberación de cualquier norma moral no es lícito atacar a los
moralistas o a las religiones, sin caer en una contradicción bastante absurda.
Lo más correcto, entonces, es reflexionar seriamente cómo distinguir entre lo
bueno y lo malo, para ver qué sistema ético propone normas verdaderas, y qué
sistema é tico necesita ser modificado o, incluso, ignorado, a la hora de
buscar, a nivel personal y a nivel social, qué está bien y qué está mal.
Siempre será necesario, imprescindible, hablar de bien y de mal. Porque no
podemos vivir sólo según el capricho del momento, porque necesitamos descubrir
qué opciones nos lleven a nuestra plenitud personal y social, porque no es
indiferente que exista o no exista una vida después de la muerte a la hora de
valorar nuestras decisiones éticas.
Los seres humanos no somos simples momentos pasajeros en una historia
terráquea caótica. Somos, más bien, seres espirituales llamados a vivir para
el amor y destinados a una vida más allá de la muerte. Quizá toda la discusión
sobre la ética debe girar alrededor de estos temas, desde los que podremos
descubrir la grandeza que se encierra en cada existencia humana, la inmensa
responsabilidad moral que acompaña cada una de nuestras opciones. Opciones que
nos hacen buenos si realizamos el bien, o malos si escogemos el mal. Para el
tiempo y para la eternidad, que no es cosa sin importancia.