Autor: P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.
¿Por qué no puede ser sacerdote una mujer?
Expresión de fidelidad al testimonio del Nuevo Testamento y a la tradición de la Iglesia
¿Por qué la Iglesia Católica no acepta la
ordenación sacerdotal de las mujeres? ¿No es esto una discriminación que ya
han superado algunas confesiones como el Anglicanismo? La actitud de Cristo
¿no debe ser entendida, acaso, como propia de su tiempo y ya caducada?
El problema de la admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial es uno de
los problemas más candentes en los países con tradición anglicana y allí donde
los autores del progresismo católico han tenido o tienen fuerza particular.
Así, por ejemplo, E. Schillebeeckx O.P. dice: “...Las mujeres... no tienen
autoridad, no tienen jurisdicción. Es una discriminación... La exclusión de
las mujeres del ministerio es una cuestión puramente cultural que ahora no
tiene sentido. ¿Por qué las mujeres no pueden presidir la eucaristía? ¿Por qué
no pueden recibir la ordenación? No hay argumentos para oponerse al sacerdocio
de las mujeres... En este sentido, estoy contento de la decisión [de la
Iglesia anglicana] de conferir el sacerdocio también a las mujeres, y, en mi
opinión, se trata de una gran apertura para el ecumenismo, más que de un
obstáculo, porque muchos católicos van en la misma dirección” (1).
Por el contrario, el Magisterio católico ha mantenido de forma firme e
invariable, la negativa sobre la posibilidad de la ordenación femenina, y esto
en documentos de carácter definitivo (2).
¿Cuál es el motivo último por el que la mujer no puede acceder al sacerdocio
ministerial?
1. A partir de la Tradición
El Magisterio apela a la Tradición, entendida no como “costumbre antigua” sino
como garantía de la voluntad de Cristo sobre la constitución esencial de su
Iglesia (y sacramentos). Esta Tradición se ve reflejada en tres cosas: la
actitud de Cristo, la de sus discípulos y el Magisterio; veamos cada una de
ellas señalando también las principales objeciones que suelen plantearse al
respecto.
1) La actitud de Jesucristo. Históricamente Jesucristo no llamó a
ninguna mujer a formar parte de los doce. En esto debe verse una voluntad
explícita, pues podía hacerlo y manifestar con ello su voluntad. Jesucristo
debía prever que al tomar la actitud que tomó, sus discípulos la
interpretarían como que tal era su voluntad.
Objeción. La objeción más común es que Jesucristo obró de este modo para
conformarse con los usos de su tiempo y de su ambiente (el judaísmo) en el que
las mujeres no desempeñaban actividades sacerdotales.
Respuesta. Precisamente respecto de la mujer, Jesucristo no se atuvo a los
usos del ambiente judío. Entre los judíos rígidos, las mujeres sufrían
ciertamente una severa discriminación desde el momento de su nacimiento, que
se extendía luego a la vida política y religiosa de la nación. “¡Ay de aquél
cuya descendencia son hembras!”, dice el Talmud. Tristeza y fastidio causaba
el nacimiento de una niña; y una vez crecida no tenía acceso al aprendizaje de
la Ley. Dice la Mishná: “Que las palabras de la Torá (Ley) sean destruidas por
el fuego antes que enseñársela a las mujeres... Quien enseña a su hija la Torá
es como si le enseñase calamidades”. Las mujeres judías carecían
frecuentemente de derechos, siendo consideradas como objetos en posesión de
los varones. Un judío recitaba diariamente esta plegaria: “Bendito sea Dios
que no me hizo pagano; bendito sea Dios que no me hizo mujer; bendito sea Dios
que no me hizo esclavo”.
Por eso la actitud de Jesús respecto de la mujer contrasta fuertemente con la
de los judíos contemporáneos, hasta un punto tal que sus apóstoles se llenaron
de maravilla y estupor ante el trato que les brindaba (cf. Jn 4,27). Así:
–conversa públicamente con la samaritana (cf. Jn 4,27)
–no toma en cuenta la impureza legal de la hemorroísa (cf. Mt 9,20-22)
–deja que una pecadora se le acerque en casa de Simón el fariseo e incluso que
lo toque para lavarle los pies (cf. Lc 7,37)
–perdona a la adultera, mostrando de este modo que no se puede ser más severo
con el pecado de la mujer que con el del hombre (cf. Jn 8,11)
–toma distancia de la ley mosaica para afirmar la igualdad de derechos y
deberes del hombre y la mujer respecto del vínculo matrimonial (cf. Mt 19,3-9;
Mc 10,2-11).
–se hace acompañar y sostener en su ministerio itinerante por mujeres (cf. Lc
8,2-3)
–les encarga el primer mensaje pascual, incluso avisa a los Once su
Resurrección por medio de ellas (cf. Mt 28,7-10 y paralelos).
Esta libertad de espíritu y esta toma de distancia son evidentes para mostrar
que si Jesucristo quería la ordenación ministerial de las mujeres, los usos de
su pueblo no representaban un obstáculo para Él.
2) Actitud de los Apóstoles. Los apóstoles siguieron la praxis de Jesús
respecto del ministerio sacerdotal, llamando a él sólo a varones. Y esto a
pesar de que María Santísima ocupaba un lugar central en la comunidad de los
primeros discípulos (cf. Act 1,14). Cuando tienen que cubrir el lugar de
Judas, eligen entre dos varones.
Objeción 1. Puede ponerse la misma objeción: también los apóstoles se
atuvieron a las costumbres de su tiempo.
Respuesta. La objeción tiene menos valor que en el caso anterior, porque
apenas los apóstoles y San Pablo salieron del mundo judío, se vieron obligados
a romper con las prácticas mosaicas, como se ve en las discusiones paulinas
con los judíos. Ahora bien, a menos que tuvieran en claro la voluntad de
Cristo, el ambiente nuevo en que comenzaron a moverse los tendría que haber
inducido al sacerdocio femenino, pues en el mundo helenístico muchos cultos
paganos estaban confiados a sacerdotisas.
Su actitud tampoco puede deberse a desconfianza o menosprecio hacia la mujer,
pues los Hechos Apostólicos demuestran con cuanta confianza San Pablo pide,
acepta y agradece la colaboración de notables mujeres:
–Las saluda con gratitud y elogia su coraje y piedad (cf. Rom 16,3-12; Fil
4,3)
–Priscila completa la formación de Apolo (cf. Act 18,26)
–Febe está al servicio de la iglesia de Cencre (cf. Rom 16,1)
–Otras son mencionadas con admiración como Lidia, etc.
Pero San Pablo hace una distinción en el mismo lenguaje:
–cuando se refiere a hombres y mujeres indistintamente, los llama “mis
colaboradores” (cf. Rom 16,3; Fil 4,2-3)
–cuando habla de Apolo, Timoteo y él mismo, habla de “cooperadores de Dios” (cf.
1 Cor 3,9; 1 Tes 3,2).
Objeción 2. Las disposiciones apostólicas y especialmente paulinas son claras,
pero se trata de disposiciones que ya han caducado, como lo hecho otras, por
ejemplo: la obligación para las mujeres de llevar el velo sobre la cabeza (cf.
1 Cor 11,2-6), de no hablar en la asamblea (cf. 1 Cor 14,34-35; 1 Tim 2,12),
etc.
Respuesta. Como es evidente, el primer caso (el velo femenino) se trata de
prácticas disciplinares de escasa importancia, mientras que la admisión al
sacerdocio ministerial no puede ponerse en la misma categoría. En el segundo
ejemplo, no se trata de “hablar” de cualquier modo, porque el mismo San Pablo
reconoce a la mujer el don de profetizar en la asamblea (cf. 1 Cor 11,5); la
prohibición respecta a la “función oficial de enseñar en la asamblea
cristiana”, lo cual no ha cambiado, porque en cuanto tal, sólo toca al Obispo.
3) Actitud de los Padres, la Liturgia y del Magisterio. Cuando algunas
sectas gnósticas heréticas de los primeros siglos quisieron confiar el
ministerio sacerdotal a las mujeres, los Santos Padres juzgaron tal actitud
inaceptable en la Iglesia. Especialmente en los documentos canónicos de la
tradición antioquena y egipcia, esta actitud viene señalada como una
obligación de permanecer fiel al ministerio ordenado por Cristo y
escrupulosamente conservado por los apóstoles (3).
2. A la luz de la teología sacramental
La argumentación central es la anteriormente reseñada; podemos, sin embargo,
acceder a otra vía argumentativa que pone más en evidencia que, la tradición
que se remonta a Cristo no es una mera disposición disciplinar sino que tiene
una base ontológica, es decir, se apoya en la misma estructura de la Iglesia y
del sacramento del Orden. Los dos argumentos que damos a continuación apelan
al simbolismo sacramental.
1) El sacerdocio ministerial es signo sacramental de Cristo Sacerdote.
El sacerdote ministerial, especialmente en su acto central que es el
Sacrificio Eucarístico, es signo de Cristo Sacerdote y Víctima. Ahora bien, la
mujer no es signo adecuado de Cristo Sacerdote y Víctima, por eso no puede ser
sacerdote ministerial.
En efecto, los signos sacramentales no son puramente convencionales. La
economía sacramental está fundada sobre signos naturales que representan o
significan por una natural semejanza: así el pan y el vino para la Eucaristía
son signos adecuados por representar el alimento fundamental de los hombres,
el agua para el bautismo por ser el medio natural de limpiar y lavar, etc.
Esto vale no sólo para las cosas sino también para las personas. Por tanto, si
en la Eucaristía es necesario expresar sacramentalmente el rol de Cristo, sólo
puede darse una “semejanza natural” entre Cristo y su ministro si tal rol es
desempeñado por un varón (4).
De hecho, la Encarnación del Verbo ha tenido lugar una Persona de sexo
masculino. Es una cuestión de hecho que tiene relación con toda la teología de
la creación en el Génesis (la relación entre Adán y Eva; Cristo como nuevo
Adán, etc.) y que, si alguien no está de acuerdo con ella o con su
interpretación, de todos modos se enfrenta con el hecho innegable de la
masculinidad del Verbo encarnado. Si se quiere, por tanto, tendrá que
discutirse el por qué Dios se encarna en un varón y no en una mujer; pero
partiendo del hecho de que así fue, no puede discutirse que sólo un varón
representa adecuadamente a Cristo-varón.
Objeción 1. La objeción de los anglicanos proclives a la ordenación femenina
es que, según ellos, lo fundamental de la encarnación no es que Cristo se haya
hecho varón sino que se haya hecho “hombre”. Por tanto, no es tanto el varón
quien representa adecuadamente a Cristo sino el “ser humano” en cuanto tal.
Respuesta. El problema de la objeción consiste en un insuficiente concepto de
lo que se denomina, en la teología sacramental, “representación adecuada”. Los
signos sacramentales tienen que guardar una representación adecuada, es decir,
lo más específica posible. Desde este punto de vista, el “ser humano”
(varón-mujer) es una representación adecuada de Cristo pero en su sacerdocio
común (el sacerdocio común de los fieles), no de Cristo en su Sacerdocio
ministerial de la Nueva Alianza. El “ser humano” representa adecuadamente al
Verbo hecho carne, pero representa sólo genérica y borrosamente a Cristo
sacerdote. De hecho, el carácter sacerdotal (ministerial) es una
subespecificación del carácter general cristiano que viene dado a todo hombre
(varón y mujer) por el bautismo.
Objeción 2. Cristo está ahora en la condición celestial, por lo cual es
indiferente que sea representado por un varón o por una mujer, ya que “en la
resurrección no se toma ni mujer ni marido” (Mt 22,30).
Respuesta. Este texto (Mt 22,30) no significa que la glorificación de los
cuerpos suprima la distinción sexual, porque ésta forma parte de la identidad
propia de la persona. La distinción de los sexos y por tanto, la sexualidad
propia de cada uno, es voluntad primordial de Dios: “varón y mujer los creó” (Gn
1,27).
2) El simbolismo nupcial. Cristo es presentado en la Sagrada Escritura
como el Esposo de la Iglesia. De hecho en Él se plenifican todas las imágenes
nupciales del Antiguo Testamento que se refieren a Dios como Esposo de su
Pueblo Israel (cf. Os 1-3; Jer 2, etc.). Esta caracterización es constante en
el Nuevo Testamento:
–en San Pablo: 2 Cor 11,2; Ef 5,22-33
–en San Juan: Jn 3,29; Ap 19,7.9
–en los Sinópticos: Mc 2,19; Mt 22,1-14
Ahora bien, esto resalta la función masculina de Cristo respecto de la función
femenina de la Iglesia en general. Por tanto, para que en el simbolismo
sacramental, el sujeto que hace de materia del sacramento del Orden (que
representa a Cristo), y luego el sujeto que hace de ministro de la Eucaristía
(que obra “in persona Christi”) sea un signo adecuado, tiene que ser un varón.
Objeción. El sacerdote también representa a la Iglesia, la cual tiene un rol
pasivo respecto de Cristo. Ahora bien, la mujer puede representar
adecuadamente a la Iglesia; entonces también puede ser sacerdote.
Respuesta. Es verdad que el sacerdote también representa a la Iglesia y que
esto podría ser desenvuelto por una mujer. Pero el problema es que no sólo
representa a la Iglesia sino también a Cristo y que esto, por todo cuanto
hemos dicho, no puede representarlo una mujer. Por tanto, el varón puede
representar ambos aspectos, pero la mujer sólo uno, el cual no es el
propiamente sacerdotal.
3. Conclusión
Los errores principales giran en torno a dos problemas. El primero es no
concebir adecuadamente el sacerdocio sacramental, confundiéndolo con el
sacerdocio común de los fieles. El segundo, es dejarse llevar por los
prejuicios que ven en el sacerdocio ministerial una discriminación de la mujer
y paralelamente un enaltecimiento del varón en detrimento de la mujer; es una
falta de óptica: en la Iglesia católica, el sacerdocio ministerial es un
servicio al Pueblo de Dios y no una cuestión aristocrática; es más, esto
último es precisamente, un abuso del sacerdocio ministerial semejante al que
contaminó el fariseísmo y saduceísmo de los tiempos evangélicos. Finalmente,
los más grandes en el Reino de los Cielos no son los ministros sino los
santos; y –excluida la humanidad de Cristo– la más alta de las creaturas en
honor y santidad, la Virgen María, no fue revestida por Dios de ningún
carácter sacerdotal.
¿Mujeres Sacerdotes?
El tema de mujeres "sacerdotisas" se ha convertido en plataforma para los que pretenden crear una iglesia nueva, según criterios humanos. El Papa Juan Pablo II en su definitivo documento Ordinatio Sacerdotalis zanja la cuestión:
"Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia."(O.S. #4)
No es entonces que la Iglesia haya impuesto una ley, sino al contrario. La Iglesia se declara sin autoridad para actuar por encima de lo establecido por Cristo.
Un año después, el 25 de octubre, la Congregación para la Doctrina de la Fe en su respuesta a una consulta del episcopado estadounidense, señalaba que esta enseñanza ha sido considerada "infalible por el Magisterio ordinario y universal de la Iglesia". "Infalible", quiere decir que la Iglesia la presenta como verdad segura sin error.
El Papa ampliamente explica la verdadera dignidad de la mujer y su magnífico lugar en la Iglesia en su Carta a las Mujeres.
"Cristo, llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo hizo de un modo totalmente libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo su comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y a la tradición avalada por la legislación de su tiempo" (Mulieris dignitatem).
Ver también abajo "Diaconado femenino"
Comisión Teológica Internacional
EL DIACONADO FEMENINO
La Mujer No Puede Representar La Relación de Cristo con la Iglesia
Explicación del diaconado (y el sacerdocio) de la Iglesia católica reservado a los hombres.
Habla el profesor Gerhard Ludwig Müller, MUNICH, 16 enero 2002, www.zenit.orgEn su asamblea anual, celebrada en diciembre del 2001en Roma, la Comisión Teológica Internacional de la Congregación para la Doctrina de la Fe trató el tema del diaconado. Al margen de la sesión, el profesor Gerhard Ludwig Müller, catedrático de Teología en la Universidad de Munich y profesor invitado en la Facultad de Teología de San Dámaso de Madrid, resumió en una amplia entrevista al periódico católico alemán «Die Tagespost» los resultados de la discusión, que han sido reunidos en un documento entregado al cardenal Joseph Ratzinger. Müller explica que el diaconado no es un sacramento a parte, sino que participa del único sacramento del orden. De este modo, afronta la cuestión del diaconado de las mujeres, explicando que nunca se han dado casos de ordenación sacerdotal de mujeres, posibilidad excluida en varias ocasiones por la Iglesia católica. Estos son algunos de los pasajes más interesantes de la entrevista.
--¿Es el diaconado un sacramento propio?
--Müller: La Iglesia enseña con claridad que el sacramento del Orden es uno de los siete sacramentos de la Iglesia; como ejercicio pleno, en el Espíritu Santo, de la misión única en su origen de los apóstoles de Cristo, es ejercido en su plenitud por el obispo. La participación diferenciada en él se denomina, según el grado de su concreción, presbiterado o diaconado.--¿Se puede separar acaso el diaconado de las mujeres del sacerdocio femenino?
--Müller: ¡No! Por razón de la unidad del sacramento del Orden, que ha sido subrayada en las deliberaciones de la Comisión Teológica, no se puede medir con diferente rasero. Sería entonces una verdadera discriminación de la mujer si se la considerara apta para el diaconado, pero no para el presbiterado o el episcopado. Se rompería de raíz la unidad del sacramento si, al diaconado como ministerio del servicio, se opusiera el presbiterado como ministerio del gobierno, y de ello se dedujera que la mujer tiene, a diferencia del varón, una mayor afinidad para servir, y por ello sería apta para el diaconado pero no para el presbiterado. Pero el ministerio apostólico en su conjunto es un servicio en los tres grados en los que es ejercido. La Iglesia no ordena a las mujeres no porque les falte algún don espiritual o algún talento natural, sino porque –como en el sacramento del matrimonio– la diferenciación sexual y de relación entre hombre y mujer contiene en sí un simbolismo que presenta y representa en sí una condición previa para expresar la dimensión salvífica de la relación de Cristo y la Iglesia. Si el diácono, con el obispo y el presbítero, a partir de la unidad radical de los tres grados del Orden, actúa desde Cristo, cabeza y esposo de la Iglesia a favor de la Iglesia, es evidente que sólo un hombre puede representar esta relación de Cristo con la Iglesia. Y al revés es igualmente evidente que Dios sólo podía tomar su naturaleza humana de una mujer, y por ello también el género femenino tiene en el orden de la gracia –por la referencia interna de naturaleza y gracia– una importancia inconfundible, fundamental, y en modo alguno meramente accidental.
--¿Hay en realidad declaraciones doctrinales vinculantes acerca de la cuestión del diaconado femenino?
--Müller: La tradición litúrgica y teológica de la Iglesia emplea un lenguaje unívoco. Se trata en este asunto de una enseñanza vinculante e irreversible de la Iglesia, que está garantizada por el magisterio ordinario y general de la Iglesia, pero que puede ser confirmada nuevamente con una mayor autoridad si se continúa presentando de modo adulterado la tradición doctrinal de la Iglesia, con el fin de forzar la evolución en una determinada dirección. Me asombra el escaso conocimiento histórico de algunos y la ausencia del sentido de la fe; si no fuera así, deberían saber que nunca se ha logrado y nunca se conseguirá poner a la Iglesia, precisamente en el ámbito central de su doctrina y liturgia, en contradicción con la Sagrada Escritura y con su propia Tradición.
--¿Qué ocurre si un obispo válidamente ordenado, fuera de la comunión de la Iglesia, ordena a una mujer como diaconisa?
--Müller: De modo invisible, es decir, ante Dios, no sucede nada, pues tal ordenación es inválida. Visiblemente, es decir, en la Iglesia, sí sucede algo, pues un obispo católico que lleva a cabo una ordenación irregular incurre en la pena de excomunión.
--¿Podría el Papa decidir que, en el futuro, las mujeres recibieran el diaconado?
--Müller: El Papa, al contrario de lo que piensan muchos, no es el dueño de la Iglesia o el soberano absoluto de su doctrina.. A él sólo le está confiada la tutela de la Revelación y de su interpretación auténtica. Teniendo en consideración la fe de la Iglesia, que se expresa en su práctica dogmática y litúrgica, es del todo imposible que el Papa intervenga en la sustancia de los sacramentos, a la que pertenece de modo esencial la cuestión del sujeto receptor legítimo del sacramento del Orden.--¿Están excluidas las mujeres por completo de la participación en los servicios eclesiales? ¿No hay lugar para las mujeres en la Iglesia?
--Müller: Si dejamos a un lado una reducción clerical de la Iglesia, la pregunta no se plantea ya de este modo. La Iglesia, en sus procesos vitales y en su servicio al hombre, es una corresponsabilidad esencial de todos los cristianos, precisamente también de los laicos; en muchos países no podemos quejarnos actualmente de un exceso de apostolado activo de los laicos. Pensemos en el dramático retroceso de las Órdenes y comunidades religiosas femeninas, sin las que la Iglesia no hubiera enraizado nunca en las diferentes naciones y culturas. En los ministerios específicos de Derecho canónico y humano, a los que pueden ser también llamados los laicos a colaborar junto con la jerarquía, es decir, obispo, presbítero y diácono, las mujeres desempeñan servicios importantes para la Iglesia, y que también para ellas mismas son satisfactorios desde el punto de vista humano y espiritual. Lo que hoy en día llevan a cabo las mujeres como profesoras de Religión, profesoras de Teología, agentes de pastoral, y también las actividades no retribuidas en las comunidades, va mucho más allá de lo que hacían las diaconisas de la Iglesia primitiva. El restablecimiento del antiguo ministerio de las diaconisas sería únicamente un anacronismo divertido. Por el contrario, el Concilio ha marcado las directrices del futuro de la colaboración de los laicos en el capítulo 4 de la Constitución «Lumen gentium», por desgracia poco estudiado.
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