EL ROSARIO EN LA VIDA CRISTIANA


El rosario es exactamente algo que hago sin pensar, como respirar. Respirar es muy importante para mí. Yo respiro todo el tiempo, pero nunca he dado una conferencia sobre la respiración. Rezar el rosario, como respirar, es simple. ¿Qué se puede decir de eso?


LA SENCILLEZ O SIMPLICIDAD DEL ROSARIO

Puede parecer curioso que una oración tan simple como el Rosario sea particularmente asociada con los dominicos. Raramente pensamos en los dominicos como personas simples. Nosotros tenemos la reputación de escribir grandes y complejas obras de teología. Sin embargo hemos luchado para conservar el rosario. Es «nuestra santa herencia». Existe una gran tradición iconográfica de Nuestra Señora dando el rosario a Santo Domingo (-8 de agosto).

Pero ¿por qué esta simple oración es tan querida por los dominicos? Tal vez porque en el corazón de nuestra tradición teológica hay una aspiración a la simplicidad. Santo Tomás de Aquino (-28 de enero) decía que no podemos comprender a Dios porque él es perfectamente simple. Su simplicidad supera nuestras concepciones. Nosotros estudiamos, afrontamos problemas teológicos, probamos nuestros espíritus, con el objetivo de acercarnos al misterio de aquel que es total simplicidad. Debemos ir más allá de la complejidad para alcanzar la simplicidad.

Existe una falsa simplicidad, de la que debemos deshacernos. Se trata de la simplicidad de aquellos que tienen siempre la respuesta a todo, que saben del progreso. Son demasiado perezosos, son incapaces de pensar. Existe también la verdadera simplicidad de las miradas puras. Y nosotros no la podemos alcanzar más que con la gracia de Dios, acercándonos a la simplicidad ciega de Dios. El rosario es simple, en efecto, muy simple. Pero de la simplicidad sabia y profunda a la que nosotros aspiramos y en la que encontramos paz.


EL ÁNGEL PREDICADOR

El avemaría comienza por las palabras del Ángel Gabriel: «Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo». Los ángeles son predicadores profesionales: está en su mismo ser, proclamar la Buena Nueva. Las palabras de Gabriel son un perfecto sermón. ¡Y además es breve! Él proclama la esencia de toda predicación: »»El Señor está contigo». Es ahí donde nosotros encontramos el corazón de nuestra vocación: nos dice a unos y otros: 'Ave, Daniel; ave, Eric, el Señor está contigo». Por eso, Humberto de Romans (-14 de julio), uno de los primeros maestros generales de la orden, decía que nosotros, los dominicos, estamos llamados a vivir como ángeles. Aunque es necesario confesar que, según mi experiencia, la mayoría de los dominicos no son particularmente angélicos.

Existe también otro aspecto: el avemaría es un tipo de homilía. Una homilía que no nos habla solamente de Dios. Nace de la Palabra que Dios nos dirige. La predicación no es únicamente el relato de los hechos relacionados con Dios. La homilía nos da la Palabra de Dios, Palabra que rompe el silencio entre Dios y nosotros.

Las primeras palabras de la oración son aquellas que el ángel dirige a María: «Dios te salve María, llena de gracia». El comienzo de cualquier cosa es la Palabra que escuchamos. San Juan escribió: «En esto consiste el amor: no en que nosotros amemos a Dios, sino en que él nos ha amado primero y ha enviado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados» (Un 4, 10). De hecho, en la época de Santo Domingo, el avemaría estaba compuesta solamente por las palabras del ángel y de Isabel.

A menudo, concebimos la oración como el esfuerzo hecho para hablar con Dios. La oración parece a veces una lucha para lograr relacionarte con un Dios distante. ¿Nosotros lo entendemos así?

Pero esta simple oración nos recuerda que no es así. No somos nosotros quienes rompemos el silencio. Cuando nosotros hablamos es en respuesta a palabras recibidas. Nosotros entramos a una conversación que ya comenzó sin nosotros. El ángel proclama la Palabra de Dios. Y eso crea un espacio en el cual nosotros podemos decir: «Santa María, Madre de Dios».

Nuestra vida sufre frecuentemente de silencio. Existe el silencio del cielo, que a veces nos parece que está cerrado. Existe el silencio que parece que nos separa los unos de los otros. Pero la Palabra de Dios nos llega por medio de la predicación y abre en plenitud sus barreras. Nosotros estamos liberados de nuestro mutismo, nos volvemos capaces de hablar. Sentimos las palabras llegar, las palabras dirigidas a Dios y las palabras entre nosotros.

Tal vez podemos nosotros ir más lejos. El maestro Eckhart dijo: «Nosotros no rezamos; nosotros somos rezados». Nuestras propias palabras son la resonancia, la prolongación de la palabra que nos dirigimos. Nuestras oraciones son Dios que reza en nosotros, bendice y glorifica en nosotros. Como escribía San Pablo, cuando clamamos «Abba Padre», «el Espíritu en persona se une a nuestro espíritu para confirmar que somos hijos de Dios...« Los saludos del ángel y de Isabel a María prosiguen por medio de las palabras que nosotros le dirigimos.

La segunda mitad de la oración hace eco a la primera. El ángel le dijo: «Dios te salve María, llena de gracia»». En nuestra boca, éste es el mismo saludo: «Santa María'». Isabel dice: «El fruto de tu vientre, Jesús» y nosotros decimos: «Madre de Dios». Nosotros somos ganados por la Palabra de Dios. En nuestra oración es Dios quien habla en nosotros. Somos llevados en la conversación que es la vida de la Trinidad.

También me gustaría ver esta simple oración del avemaría como una pequeña homilía modelo, que proclama la Buena Nueva. Y como todas las buenas homilías, ésta hace aún más. No se contenta tan sólo con darnos informaciones, sino que ofrece una Palabra de Dios, una palabra que va más allá de nuestro silencio y que nos da su voz.


UNA ORACIÓN PARA LA CASA Y UNA ORACIÓN PARA VIAJAR

Existe todavía otro aspecto que es muy dominicano. Es una oración para la casa y una oración para el camino. Es una oración que construye una comunidad y al mismo tiempo nos guía por el viaje. Es una unión dominicana. Nosotros tenemos necesidad de lugares en los que estemos con nuestros hermanos y hermanas. Al mismo tiempo, somos predicadores itinerantes, no podemos quedarnos mucho tiempo en algún lugar, pero debemos ir a predicar. Nosotros somos contemplativos y activos. El avemaría está marcada por esta unión de contemplación y acción.

Piensen en los grandes cuadros de la Anunciación. Nos presentan en general una escena doméstica. El ángel fue a casa de María. María está ahí, en su recámara, en general está llegando. A menudo se percibe en el fondo un huso o una escoba apoyada contra el muro. Afuera, un jardín. Es aquí donde se inicia la historia, en la casa de María. Y está bien que sea así, ya que la Palabra de Dios hace en nosotros su hogar. Dios viene a instalarse entre nosotros para protegernos.

En cierta manera, el rosario es a menudo la oración de la casa y de la comunidad. Tradicionalmente se recita cada día en las familias y en las comunidades.

Desde mediados del siglo XV, podemos ver la fundación de las cofradías del rosario que se reúnen para rezar juntos. Así el rosario está profundamente asociado a la comunidad, a la oración compartida.

Pero el saludo del ángel no deja a María permanecer en su casa. El ángel viene a perturbar su vida doméstica. A menudo pienso en una maravillosa Anunciación pintada por nuestro hermano dominico Petit, quien vive y trabaja en Japón. Él muestra a Gabriel como mensajero, cubriendo una parte del cuadro. María es esta jovencita japonesa, graciosa y reservada, que tuvo grandes cambios en su vida. Emprende un viaje que la llevará a la casa de Isabel, a Belén, a Egipto, a Jerusalén. Este viaje la conducirá finalmente al cielo y a la gloria.

El rosario es entonces la oración de todos los que viajan, de los peregrinos. Aprendí a amar el rosario, justamente como oración para mis viajes. Es una oración para los aeropuertos y los aviones. Es una oración que rezo frecuentemente cuando llego a un nuevo lugar, cuando me pregunto qué encontraré allí y lo que yo tengo que aportar. Es una oración para dar gracias por todo lo que yo recibo de los hermanos y de las hermanas de la orden. Es una oración de peregrinación a través de la orden.

Yo pienso que la estructura de este viaje marca el rosario de dos maneras: está presente en las palabras de cada avemaría y está presente en el recorrido de los misterios del rosario.


EL AVEMARÍA

La historia del individuo

Cada avemaría evoca el viaje individual que cada uno de nosotros debe hacer, del nacimiento a la muerte. Está marcada por el ritmo biológico de toda vida humana. Cita los tres momentos de nuestra vida de los cuales nosotros podemos estar absolutamente seguros: nacimos, vivimos ahora y moriremos algún día. Alude al origen, al comienzo de toda vida humana, la concepción en el seno maternal. Nos sitúa ahora, en el momento en el que nosotros pedimos a María su intercesión. Considera también la muerte, nuestra muerte. Es una oración increíblemente física, que está marcada por el inevitable drama corporal de todo cuerpo humano, que nace, vive y debe morir.

Y eso es sin duda muy dominicano. La predicación de Domingo comienza en el Sur de Francia, contra las herejías que despreciaban el cuerpo y que consideraban mala la creación entera. Se enfrentaba a una de las corrientes de la espiritualidad dualista que invadieron Europa. San Agustín (-28 de agosto), de quien nosotros seguimos la regla, se encontraba dentro de los maniqueos (otro movimiento) cuando era joven. Y todavía ahora gran parte del pensamiento popular es profundamente dualista. Hay estudios que han mostrado que los científicos modernos piensan generalmente en la salvación en términos de escapatoria del cuerpo.

Pero la tradición dominicana ha subrayado siempre que nosotros somos seres físicos, corporales. Todo lo que somos viene de Dios. Nosotros recibimos en alimento el sacramento del cuerpo y de la sangre de Jesús; esperamos la resurrección del cuerpo. El viaje que cada uno de nosotros debe recorrer es en primer lugar físico, biológico, y nos lleva del vientre de nuestra madre a la tumba. En este espacio temporal, nosotros conocemos a Dios y encontramos la salvación. Y esta simple oración nos ayuda a recorrer este camino.

1.º La concepción

Las palabras del ángel prometen la fertilidad, la fertilidad para una virgen y para una mujer estéril. La bendición de Dios nos hizo fértiles. Cada uno de nosotros, por su nacimiento individual, es el fruto de entrañas benditas.

Yo creo que la bendición prometida por el ángel toma siempre la forma de la fertilidad dentro de toda vida humana. Es la bendición de nuevos principios, la gracia de la frescura. Posiblemente estamos hechos a la imagen y semejanza de Dios porque pertenecemos a la creatividad de él. Somos sus socios en la creación de la recreación del mundo. El ejemplo más milagroso y drástico es el nacimiento de un niño. Los hombres son de igual manera bendecidos por la fertilidad, pero a pesar de ello no pueden realizar este milagro. Dios ofrece un mundo fértil frente a la esterilidad, la dureza o insensibilidad y lo vano.

Cada vez que Dios se acerca a nosotros es para hacernos creativos, transformarnos, renovarnos, y que esto sirva para labrar la tierra, sembrando y cosechando, o para el arte, la poesía, la pintura.

«Y bendito el fruto de tu vientre». Por lo tanto la mejor forma de predicar el milagro de esta fertilidad es el arte, la pintura, el canto, la poesía. Ya que son éstas las modestas portadoras de esta bendición, fértil e infinita de Dios.

Una historia agradable, citada por Malraux a Picasso, cuenta cómo cuando Bernadette de Lourdes (-18 de febrero) entra al convento, mucha gente le envía imágenes de la Virgen. Mas ella nunca las tuvo en su habitación, pues decía: «Estas figuras no representan a la mujer que yo he visto». El obispo le envió cuadros de la Virgen pintados por Rafael, Murillo y otros. Observó ella las imágenes de la Virgen de estilo barroco y también del Renacimiento. Pero ninguna parecía ser la adecuada. Después vio una copia de la Virgen de Cambrai, que data del siglo XIV, de un icono bizantino muy antiguo y que no se parecía a ninguna de los cuadros que Bernadette había visto. Y dijo: »Es ella».

No fue sorprendente que la joven que había visto a la Virgen la reconociera en un icono, fruto del arte sagrado, fruto de una creatividad santa. María aparecía con mayor claridad dentro de la obra de un pintor que fue creativo por la gracia de Dios.

2.º Ahora

El rosario evoca también otro momento: no sólo el del nacimiento sino el momento presente. «Ruega por nosotros pecadores ahora». Ahora, el instante del peregrinar de nuestra vida cuando debemos cumplir, sobrevivir y continuar nuestro camino al cielo.

Es importante destacar que este instante presente es considerado como un momento donde nosotros, los pobres pecadores, necesitamos compasión. Es una compasión profundamente dominicana. No olvidemos que Santo Domingo oraba a Dios todos los días así: ,Señor, ten compasión de tu pueblo. ¿Qué será de los pobres pecadores?» El presente es un momento en el que tenemos la necesidad de la compasión, de la misericordia. Dentro de la capilla Sixtina, sobre el fresco del último juicio, hay un hombre en lo alto salvado del purgatorio por un ángel del rosario.

El presente es el momento durante el cual debemos sobrevivir, ignorando hasta cuándo alcanzaremos el reino. Un dominico norteamericano, que regresó de China hace algunos años, encontró diferentes grupos de dominicos laicos que habían sobrevivido a los años de persecución y aislamiento y lo único que los animó durante todos estos años fue el rezo del rosario en comunidad. El rosario fue el pan diario para su supervivencia. Fueron enviados a regiones apartadas de México y para volver a encontrar a los grupos de laicos dominicos sin tener contacto con la orden hasta después de muchos años, algunos de nuestros hermanos descubrieron lo mismo. La misma experiencia han tenido los misioneros dominicos españoles cuando en el siglo XX regresaron a las aldeas montañosas de Guatemala: durante siglos de ausencia de sacerdotes, era el rosario el cordón umbilical que les seguía uniendo a la vida de la Iglesia. La sola práctica que sobrevivía era la del rosario. Es la oración para los sobrevivientes de hoy.

Bede Jarrett, un provincial inglés de los años treinta, envió a un miembro de la provincia llamado Bertrand Pike a África del Sur para ayudar a la nueva misión de la orden. Sin embargo, él se sentía incapaz de enfrentar esta situación. Era algo que no podía asumir. No tenía el coraje para continuar. Bede le recuerda, en una carta, una época, durante la guerra en la que él había sacado su coraje por medio del rosario: <,¿Te acuerdas de aquel día terrible cuando tenías que atravesar las trincheras de Ypres, cuando el coraje te faltaba y sólo después de 3 ó 4 intentos fuiste forzado a pasar y habías percibido que los bordes de las cuentas de tu rosario habían penetrado la carne de tus dedos, en un movimiento inconsciente los aferraste para sacar un nuevo impulso de coraje cerrándolos...? En cambio, mi querido Bertrand, el coraje y el miedo no son contrarios: No se tiene el coraje de aquellos que cumplen su deber aun cuando tienen miedo».

Así que Bertrand tuvo que sacar su rosario y apretarlo bien para encontrar el coraje ahora y en la hora de su muerte. El rosario es nuestra oración para todo: nosotros necesitamos del coraje para continuar, para triunfar ante el miedo. El rosario da el coraje para peregrinar.

3.º En la hora de nuestra muerte

El último momento de nuestra vida corporal, del que nosotros estamos seguros, es la muerte. «Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Ante la muerte rezamos el rosario. Acabo de regresar de Kinshasa, en el Congo, donde muchas de nuestras hermanas han visto la muerte en estos últimos años. La provincial de las hermanas misioneras de Granada (España) me contó cómo, durante la última guerra, ella y sus hermanas tuvieron que huir de su casa al Norte del Congo. Unos amigos las ocultaron en el monte. Ella es médico, y, en la huida, encontró a un hombre a cuya esposa le había salvado la vida. Él le dijo que ahora le correspondía a él salvarle la vida a ella. Ellos esperaron todas las explosiones de los fusiles a su alrededor. Les dijeron que los rebeldes habían descubierto su escondite y que llegarían pronto a matarlos. Ante esta muerte anunciada, las hermanas rezaron el rosario. Es la oración que María hará por nosotros cuando nos enfrentemos a la muerte. No estaremos solos.

También pienso en mi padre. Durante la Segunda Guerra Mundial, mi madre y sus tres hijos mayores permanecieron en Londres. Yo nacería después. A pesar de las bombas, que noche tras noche estallaban sobre Londres, mi madre siempre estaba pendiente de que mi padre pudiera venir a casa. Mi padre prometió que, si toda la familia sobrevivía a la guerra, rezaría el rosario todas las noches. También, entre mis recuerdos de infancia, veo a mi padre, cada noche antes de tomar la cena, recorrer el salón rezando el rosario. Daba gracias cada noche porque habíamos sobrevivido a esta amenaza de muerte. Algunos de los últimos recuerdos que tengo de mi padre se sitúan poco tiempo antes de su muerte, estaba demasiado débil como para poder rezar él solo. También su familia, su esposa y sus seis hijos, se reunieron alrededor de su cama y rezaron el rosario por él. Fue la primera vez que no pudo hacerlo solo. Su muerte, alrededor de todos nosotros, era una respuesta a esta oración que había repetido tantas veces: Ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte.

Thomas Stearns Eliot implora en uno de sus poemas: «Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestro nacimiento». Y tiene razón. Ya que nosotros tenemos que afrontar estos tres momentos en nuestra vida: el nacimiento, el presente y nuestra muerte. Pero a cada instante nosotros aspiramos a la misma cosa: un nuevo nacimiento. A lo que aspiramos ahora como pecadores no es a una piedad que se contentaría con olvidar lo que hemos hecho, sino a la misericordia que hará de nuestras acciones también un nuevo renacer. Y en el momento de enfrentarnos a la muerte, desearemos nuevamente que las palabras del ángel vengan a anunciarnos una nueva fertilidad. Ya que toda nuestra vida está abierta a la infinita novedad de Dios, a su inagotable frescura. El ángel viene y vendrá con nuevas anunciaciones de la Buena Nueva.


LOS MISTERIOS DEL ROSARIO

La historia de la salvación

El avemaría individual es, pues, la oración del viaje que cada vez uno de nosotros debe recorrer, del nacimiento a la muerte, pasando por el momento presente. Pero a fin de cuentas, nuestra vida no tiene sentido en sí misma, como historia privada, individual. Nuestra vida tiene sentido solamente si está enmarcada dentro de una historia más amplia, que se extiende desde el comienzo hasta un fin desconocido, de la creación al reino. Y esta larga trayectoria es dada por los misterios del rosario que relatan la historia de la redención.

Se han comparado los misterios del rosario con la Suma Teológica de Santo Tomás. Ambos relatan, a su manera, cómo todo viene de Dios y todo regresa a él. Ya que cada misterio del rosario es parte de un único misterio, el de nuestra redención por Cristo. Como escribía Pablo a los efesios: «El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad. Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra« (Ef 1, 9-10).

Podríamos entonces decir que cada avemaría representa una vida individual, con una historia completa de la vida a la muerte. Pero todas estas avemarías son abarcadas en una historia más amplia, la de la redención. Nosotros necesitamos dos dimensiones, una historia a dos niveles. Necesito darle una forma y un sentido a mi vida, a la historia de mi carne y de mi sangre, con mis fracasos y mis victorias. Si no hay lugar para mi historia única, estaré simplemente perdido en la historia de la humanidad. Ya que Cristo me dice: 'Hoy estarás conmigo en el paraíso». Yo necesito de esta avemaría individual, mi pequeño drama personal, para enfrentarme a mi pequeña muerte personal. Tal vez mi muerte no signifique gran cosa para la humanidad, pero para mí será algo demasiado importante.

Sin embargo, no es suficiente quedarse a este nivel personal. Debo ver que mi vida se inserta en el drama más amplio del designio de Dios. Sola, mi historia no tiene sentido. Mi avemaría individual debe encontrar un lugar en los misterios del rosario. El rosario propone el perfecto equilibrio que nosotros necesitamos para buscarle un sentido a nuestra vida, tanto a nivel individual como colectivo.


LA REPETICIÓN

Estuve tentado de dar algunas de las razones por las que el rosario es una devoción profundamente dominicana. El avemaría presenta todas las características de una homilía profunda y breve. Y el rosario está marcado por el tema de nuestra evolución y el de la humanidad. Todo eso concuerda muy bien con una Orden de Predicadores itinerantes. Habría podido insistir sobre otros aspectos tales como los fundamentos bíblicos de los misterios. Ya que existe una meditación prolongada sobre la Palabra de Dios en las Escrituras. ¡Pero ya me he alargado bastante!

Sin embargo, debo responder a una última objeción. He querido evocar la riqueza teológica del rosario. El hecho es que rezando el rosario rara vez se piensa en otra cosa. En realidad, nosotros no pensamos en la naturaleza de la predicación o en la historia humana y su vínculo con la historia de la salvación. Tenemos un gran vacío en nuestro espíritu. Y se llegará tal vez a preguntarnos por qué entonces repetimos sin cesar las mismas palabras sin pensar en ello. Eso, en efecto, no es muy dominicano. Sin embargo, desde el comienzo de nuestra tradición, nuestros frailes y monjas han amado esta repetición. Se asegura que nuestro hermano Romeo, muerto en 1261, recitaba 1.000 avemarías cada día.

Ante todo, muchas religiones llevan la marca de esta tradición en la que se repiten palabras sagradas. Escuché en la BBC una ceremonia budista que consiste aparentemente en una repetición perpetua de palabras sagradas, el mantra.

Esto nos recuerda con frecuencia que el rosario es parecido a estas tradiciones de oración oriental, y que la constante repetición de las mismas palabras puede realizar en nuestro corazón una lenta pero profunda transformación. Eso es bien conocido, no insisto más.

Se podría subrayar también que esta repetición no es necesariamente un signo de falta de imaginación. Un puro placer, un placer exuberante, puede hacernos repetir las palabras. Cuando nosotros amamos sabemos que no basta decir una sola vez «te amo». Queremos decirlo una y otra vez, esperando que la otra persona deseará escucharlo otra vez más.

Gilbert Keith Chesterton explicó que la repetición es una característica de la vitalidad de los niños, ya que les gusta que se les cuenten las mismas historias, con las mismas palabras, una y otra vez, pero no por aburrimiento o falta de imaginación, sino por la alegría de vivir.

Chesterton escribía: «Porque los niños rebosan de vitalidad, porque son inquietos y libres de espíritu, quieren que las cosas se repitan y no cambien. Ellos piden siempre "otra"; y la persona mayor comienza otra vez hasta agotarse, ya que las personas mayores no son muy fuertes para mostrar alegría en la monotonía. Tal vez Dios es demasiado fuerte. Él muestra alegría en la monotonía. Posiblemente Dios le dice al sol todas las mañanas: "Vamos, una vez más"; y todas las noches a la luna: "Vamos, una vez más". No es forzosamente una absoluta necesidad que haga semejantes a todas las margaritas, tal vez Dios crea a cada una de manera individual, pero no deja nunca de hacerlas así'.

Tal vez Dios tiene un apetito eterno de infancia, ya que si nosotros hemos pecado y hemos crecido, nuestro Padre es más joven que nosotros. La repetición en la naturaleza quizá no es tan simple, pero, como el teatro, una llamada en la que el cielo se acordaría del pájaro que puso. Y todavía nuestra repetición, el rosario.

En fin, es verdad que rezando el rosario no se piensa siempre en Dios. Se puede continuar durante horas sin tener el menor pensamiento. Estamos aquí presentes diciendo nuestras oraciones. Y eso puede también ser bueno. Cuando nosotros recitamos el rosario, celebramos que el Señor está verdaderamente con nosotros, que nosotros estamos en su presencia. Nosotros repetimos las palabras del ángel: «El Señor está contigo». Es una oración de la presencia de Dios. Y si nosotros estamos en grupo, no pensamos en los otros. Como Simon Tugwell escribió: «Yo no pienso en mi amigo cuando está a mi lado, estoy demasiado ocupado en disfrutar de su presencia. Cuando él está ausente yo comienzo a pensar en él. El hecho de pensar en Dios nos lleva fácilmente a tratarlo como si estuviera ausente. Pero no lo está».

En el rosario, nosotros no tratamos de pensar en Dios. Al contrario, disfrutamos las palabras que el ángel nos dirige a cada uno de nosotros: «El Señor está contigo». Nosotros repetimos continuamente las mismas palabras, con la vitalidad inagotable de los hijos de Dios, que se alegran de la Buena Nueva.

TIMOTHY RADCLIFFE

Ex Maestro general de la Orden de Predicadores

ORACIÓN Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la Encarnación de tu Hijo para que lleguemos por su pasión y cruz, y con la intercesión de la Virgen María, a la gloria de la resurrección.