Autor: Padre Nicolás
Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer
Responsabilidad (talentos)
Mt 25,14-30 - Porque Dios conoce el nombre de cada uno, y nos llamará y nos pedirá cuentas de lo que nos ha dado y de lo hayamos hecho o no con ello.
Mateo 25, 14-30
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta
parábola: Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus siervos y les
encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a
cada cual según su capacidad; y se ausentó. enseguida, el que había recibido
cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el
que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se
fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho
tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos.
Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco,
diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he
ganado. Su señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido
fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.
Llegándose también el de los dos talentos dijo: Señor, dos talentos me
entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado. Su señor le dijo: ¡Bien,
siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te
pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegándose también el que había recibido
un talento dijo: Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no
sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí
en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo. Mas su señor le
respondió: Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y
recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los
banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses.
Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos.
Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun
lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de
fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
La parábol a de los talentos es la parábola de
nuestra propia vida.
Cada uno de nosotros ha recibido de Dios un cierto
número de talentos, de dones naturales y sobrenaturales, materiales y
espirituales. Y por eso tiene que hacerlos fructificar, emplearlos según la
voluntad de Dios.
Porque llegará, al final, un día en que todos
tendremos que responder de nuestra propia vida, de lo que hicimos y omitimos,
de los talentos que recibimos. Todos vivimos en la espera de un juicio, de una
sentencia divina. Y esto es sumamente importante para comprender la dignidad
del hombre y su responsabilidad.
Tal vez el hombre pase inadvertido entre los hombres.
Tal vez nadie le pregunte a uno: ¿Quién eres tú y de dónde vienes? ¿Qué haces
y qué puedes hacer? ¿Por qué vives así?
Pero nadie es tan pequeño que pase inadvertido ante
los ojos de Dios.
Porque todos hemos recibido unos talentos, todos
fuimos regalados con una vocación personal y unas posibilidades para
cumplirla. Porque Dios conoce el nombre de cada uno, y nos llamará y nos
pedirá cuentas de lo que nos ha dado y de lo hayamos hecho o no con ello.
Y esto nos dignifica y nos distingue, nos saca de la
masa anónima, y nos llena de responsabilidad. Y esta responsabilidad ante Dios
es el fundamento de cualquier otra responsabilidad que debemos asumir entre
los hombres.
En la parábola de los talentos se consideran sólo dos
alternativas: los dos primeros empleados negocian los talentos que han
recibido, los redoblan con su trabajo y entran como invitados al banquete de
su Señor. En cambio, el tercer empleado entierra el talento, lo devuelve, y su
Señor lo castiga.
Pero nada se dice de aquellos que arriesgaron los
talentos recibidos y los perdieron. Probablemente Jesús entiende que la
tercera alternativa es imposible, porque Dios premia ante todo la buena
voluntad de los que trabajan, y no el éxito alcanzado.
De todos modos, la intención de la parábola es
condenar las omisiones. Pues lo peor no es ciertamente el mal que cometemos,
sino el bien que dejamos de hacer.
Yo no robo... no mato...
Existe un grupo numeroso de gente que “no roba, ni
mata, ni hace mal a nadie”. Pero tampoco hace el bien. A ellos se puede
aplicar lo que dice el Señor en el Apocalipsis: “No eres ni frío ni caliente;
ojalá fueras lo uno o lo otro. Desgraciadamente eres tibio, y por eso voy a
vomitarte de mi boca.” (Apc 3. 15s)
Retirarse a la vida privada, refugiarse en la
multitud, lavarse las manos ante los gritos de los más pobres y oprimidos - es
hacerse cómplice y corresponsable de la injusticia. Pero todos serán
descubiertos y condenados cuando llegue el día de las responsabilidades. Todos
serán despojados de su paz y de su seguridad burguesas, en aquel día terrible.
Porque Dios vendrá como un ladrón que no anuncia ni el
día ni la hora de su visita.
El Evangelio es un camino y no un hoyo para enterrar
los talentos que hemos recibido. No podemos pasar la vida sin pena ni gloria.
El Señor ha de venir y ya está viniendo. La vigilancia de los que esperan en
su venida, no es vigilancia para esconder un tesoro, sino para negociar con
ese tesoro nuestro futuro y el futuro del mundo.
Queridos hermanos, este es el único camino que nos
conduce a la Casa del Padre. Es el único camino que nos permite participar,
para siempre, en el banquete del Señor en su Reino celestial.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt